CHARRERÍA Y TAUROMAQUIA. TAUROMAQUIA Y CHARRERÍA: DOS CAMINOS, UNA CAUSA.
JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE
CHARRERÍA Y TAUROMAQUIA. TAUROMAQUIA Y CHARRERÍA: DOS CAMINOS, UNA CAUSA.
JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE
CHARRERÍA Y TAUROMAQUIA. TAUROMAQUIA Y CHARRERÍA: DOS CAMINOS, UNA CAUSA.
MÉXICO, 2006; 2020
ÍNDICE -INTRODUCCIÓN 1.-PERFIL DEL TORERO-CHARRO PONCIANO DIAZ SALINAS. 2.-IGNACIO GADEA Y PONCIANO DÍAZ, CARA A CARA. 3.-EL COLEADERO: PRETEXTO PARA UNA SOLUCIÓN. 4.-PRESENCIA DE LA CHARRERÍA EN LA HISTORIA, EL CAMPO Y LAS PLAZAS DE TOROS DE MÉXICO Y EL EXTRANJERO. 5.-AL ASOMO DEL AÑO 1901: MÉXICO TIENE UN COMPORTAMIENTO TAURINO DEFINIDO. (Retratos originales de Juan Silveti). 6.-TRATADOS Y TAUROMAQUIAS ENTRE MÉXICO Y ESPAÑA. SIGLOS XVI y XIX. (I) MOCTEZUMA Y ATAHUALPA EN LA CORTE DE LAS ESPAÑAS. 7.-JUAN SUÁREZ DE PERALTA, PRIMER TRATADISTA TAURINO NOVOHISPANO. (II). LINDO HOMBRE DE A CABALLO. 8.-EL CRIOLLISMO Y LA TIBETANIZACION: ¿EFECTOS DE LO MEXICANO EN EL TOREO? 9.-EL SIGLO XIX COMO FENÓMENO DE ABUNDANCIA TAURINA EN MÉXICO. (I, II, III y IV). 10.-LUIS G. INCLÁN, EMPRESARIO DE LA PLAZA DE TOROS “EL PASEO NUEVO” EN PUEBLA Y LA CIUDAD DE MÉXICO. EN LA CAPITAL SE PELEA LAS PALMAS CON IGNACIO GADEA. (ANÁLISIS A SU OBRA ASTUCIA). 11.-RIQUEZA EXCEPCIONAL QUE TUVO Y CONTUVO EL ESPECTÁCULO DURANTE TODO EL SIGLO XIX. 12.-PONCIANO DÍAZ: EL PRIMER "TORERO MANDÓN" DE MÉXICO. 13.-ALGUNAS NUEVAS CONSIDERACIONES PARA EL TOREO, A TRAVÉS DE UNA LECTURA DE MARIANO PICÓN-SALAS. 14.-CHARRO, TORERO Y CATRÍN. TRES FOTGRAFÍAS AL “MINUTO”. 15.-LUIS G. INCLÁN, CRONISTA EN VERSO DE UNA CORRIDA DE TOROS EN LA QUE PARTICIPÓ DE PABLO (MENDOZA) LA INTELIGENCIA, Y SUS PICADORES, SUS BANDERILLEROS, Y HASTA LOS LOCOS Y LOS CAPOTEROS... 16.-PONCIANO DÍAZ SALINAS: “MITAD CHARRO Y MITAD TORERO”. 17.-LOS PONCIANISMOS DE PONCIANO: PARADIGMA DE SU GENERACIÓN. 18.-CON BERNARDO GAVIÑO EN MÉXICO, LO ESPAÑOL NO FUE AJENO EN LA NUEVA NACIÓN. 19.-¡AHORA, PONCIANO! 20.-EL ORGULLO NACIONAL EMANADO, ENTRE OTROS FACTORES, DE LA CHARRERÍA, VINCULADA CON LOS QUEHACERES TAURINOS. 21.-PONCIANO DÍAZ: ABANDERADO DE AQUEL TOREO TÍPICO EN SU ÉPOCA DE ESPLENDOR Y ATÍPICO EN SU DECADENCIA. 22.-LUIS G. INCLÁN SALE EN DEFENSA DEL TOREO ALLÁ POR 1863. 23--NATIVIDAD CONTRERAS: “EL CHARRITO DEL SIGLO”. 24.-18 DE JUNIO DE 1964: LOS CHARROS MEJICANOS EN SEVILLA. 25.-LUIS G. INCLÁN Y LA BREVE RESEÑA SOBRE CÓMO CELEBRARON CIERTA CORRIDA EN ALGÚN PUNTO PROVINCIANO. 26.-AGUSTÍN OROPEZA: EN EL ESPACIO DE SU VIDA HABITUAL. 27.-ARCADIO REYES, NO ES EL BANDIDO QUE IMAGINÓ ALTAMIRANO. ES EL TORERO DE A CABALLO MEJOR CONOCIDO COMO “EL ZARCO”.
28.-¿SON LAS REGLAS DE ALBEITERÍA LO MISMO QUE LOS VERSOS DEDICADOS A DON PASCASIO ROMERO, E IGUAL A JARIPEOS? 29.-IGNACIO GADEA: LA PRENSA, EN 1887 LO CONSIDERABA UN ANCIANO, PERO TODAVÍA CON FUERZA DE VOLUNTAD Y SANGRE DE MEXICANO. 30.-UNA VISIÓN URBANA Y RURAL, DETENTADA POR CHARROS Y VAQUEROS MEXICANOS. 31.-ERNESTO, EL PINTOR, ICAZA EL ARTISTA. CHARRO POR ANTONOMASIA. 32.-CAMPIRANA Y CAMPESTRE, ES ESTA MARAVILLOSA ESCENA DE MEDIADOS DEL SIGLO XIX MEXICANO. 33.-MARÍA AGUIRRE “LA CHARRITA” MEXICANA, FUE EN EL SIGLO XIX UN “GARBANZO DE A LIBRA”. 34.-ARCADIO REYES “EL ZARCO”, ¿PERSONAJE DEL COSTUMBRISMO DE IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO? 35.-ERNESTO ICAZA PONE EN EVIDENCIA A PONCIANO DÍAZ. BIBLIOHEMEROGRAFÍA.
INTRODUCCIÓN. Tauromaquia y charrería no se disocian, se amalgaman. Esto sucedió en forma muy evidente desde los primeros tiempos del virreinato, donde la necesidad de los hombres de a caballo, sirviera como el fiel de la balanza en el apartado y conducción de los ganados mayores, primero. De los encierros destinados a la plaza después. Incluso, hay casos notorios sobre el que los propios vaqueros de dichas propiedades, acudían y hacían las veces de picadores de toros, lo cual debe haber sido una práctica desde el siglo XVIII, y aún más notoria en el XIX, donde ciertos carteles confirman su participación en este o aquel festejo como “picadores”. Este patrón de comportamiento se dio en buena medida en el entorno rural. Sin embargo, en el urbano, tal combinación dejó de darse en forma frecuente, y de ello estoy convencido al morir Ponciano Díaz (1856-1899), quien no traicionó sus principios, y entre sus últimas actuaciones, sobre todo en la plaza de Tlalpan, se le observa actuando con la vestimenta charra (esto sucedía en junio de 1897, así como que el 3 de marzo de 1899, participó en una encerrona en su propia plaza de Bucareli, ofrecida por el mismísimo Ponciano a su ahijado Carlos Moreno). Todavía durante los primeros años del siglo pasado, actuaban María Aguirre “La Charrita mexicana” y Arcadio Reyes “El Zarco”, últimos reductos que luego encontraron un pasajero eslabón con la aparición de los hermanos Becerril, sobre todo durante las fiestas del Centenario de la Independencia de México. años más tarde, durante la vigencia o reivindicación del nacionalismo mexicano, la charrería cobró importancia como una expresión ajena pero no distante de la tauromaquia. Hoy, lo que sucede es un coqueteo y siempre la apertura que el espectáculo taurino da al recibir a la charrería como la fiel compañera que siempre ha sido. A todo lo anterior, no es de dudar que la propia charrería y sus actuales protagonistas, sirva como telón de fondo para explicar su participación –directa o indirecta- pero eso sí, muy clara en los tiempos históricos mencionados a lo largo de estas notas introductorias. En clara manera de explicar lo anterior, me remito a varios documentos y estampas del siglo XIX, donde queda aclarada nuestra afirmación, compendio iconográfico que acompaña la presente edición, para lo cual se eligieron poco más de 140 imágenes, correspondientes en su mayoría a la recreación de acontecimientos donde charrería y tauromaquia se dieron la mano y, a lo que se ve, sigue y seguirá ocurriendo hasta el fin de los tiempos.
Oskar Ruizesparza y José Francisco Coello Ugalde Ciudad de Guadalajara, Jal.; Ciudad de México, diciembre de 2020.
PERFIL DEL TORERO-CHARRO PONCIANO DIAZ SALINAS. Ponciano Díaz Salinas nació el 19 de noviembre de 1856 en la famosísima hacienda de Atenco. Hijo de D. Guadalupe Albino Díaz González "El Caudillo" y de Da. María de Jesús Salinas. Pronto se dedicó a las tareas campiranas propias de su edad y de una ganadería de reses bravas. La fecha del 1º de enero de 1877 es considerada como la de su primera actuación “profesional” en Santiago Tianguistenco, aunque tiempo atrás lo había hecho informalmente, sobre todo en la hacienda de Atenco. Sus primeros maestros en el arte propiamente dicho son Bernardo Gaviño y José María Hernández "El Toluqueño".
Por su antigüedad, este es el primer cartel que he localizado con el nombre de Ponciano Díaz. Archivo Histórico del Estado de México. Fondo: Diversiones Públicas. Toros. Corresponde a la tarde del 1º de junio de 1879 en la plaza de toros de Toluca.
Imprescindible en los carteles se le contrata para estrenar la plaza de "El Huisachal" el 1º de mayo de 1881. Torea por todos los rincones del país y hasta en el extranjero pues en diciembre de 1884 actúa en Nueva Orleans (E.U.A.) y entre julio y octubre de 1889 lo encontramos en Madrid, Puerto de Santa María, Sevilla. En Portugal, Porto y Villafranca de Xira. Semanas más tarde, en diciembre torea en la plaza "Carlos III" de la Habana, Cuba. Precisamente en Madrid, y el 17 de octubre confirma la alternativa de matador de toros siendo su padrino Salvador Sánchez "Frascuelo" y el testigo Rafael Guerra "Guerrita" con toros del Duque de Veragua y de Orozco.
Cartel de la alternativa en la plaza de toros de Madrid. 17 de octubre de 1889.
Entre México y otros países sumó durante su etapa de vigencia y permanencia 721 actuaciones registradas y comprobadas luego de exhaustivas revisiones hemerográficas, y a otras fuentes de consulta aunque esa cifra es muy probable que aumente como resultado de que muchos periódicos de la época o desaparecieron o simplemente no dejaron testimonio de su paso por lugares diversos de la provincia mexicana. Estrena su plaza "Bucareli" el 15 de enero de 1888. Nunca alternó con Luis Mazzantini más que en un jaripeo privado el 20 de enero de 1888 en la misma plaza.
La única vez que se les vio juntos fue en ese jaripeo, así como la ocasión en que Ponciano bajó al ruedo de la plaza “Colón”. “Fígaro” vuelve a ilustrar un interesante acontecimiento, en el que fue célebre el famoso abrazo que se dieron Luis Mazzantini y Ponciano Díaz en la plaza de toros de Colón, y que, calculado por Zúñiga y Miranda, y cronometrado por Cantolla y Rico resultó largo, muy largo. LO DE MODA.-CRÓNICA DE REDONDEL. El abrazo fenomenal de Ponciano y Mazzantini. DURACIÓN: 2 horas, 400 minutos, 25 segundos y un milésimo de segundo. (Cálculo de Zúñiga y Miranda; cronómetro de Cantolla). El Hijo del Ahuizote. Tomo III. Ciudad de México, domingo 15 de enero de 1888. Nº 106.
Fue el torero más representativo de lo nacional, mezclando sellos de identidad con los aceptados desde tiempos de Gaviño y luego con la llegada de otros españoles desde 1885, puesto que vestía de luces y mataba al volapié o hasta recibiendo, pero al parecer no quiso aceptar derrota alguna, a pesar de la campaña periodística en su contra y con una pérdida de popularidad que, como todo ser humano, ya no volvería a recuperar jamás. Han sido localizadas más de 50 muestras de versos, todas las cuales giran para celebrar o idolatrar a este personaje popular de fines del siglo XIX. Zarzuelas y juguetes cómicos tales como: "¡Ora Ponciano!", "Ponciano y Mazzantini", "La coronación de Ponciano", "¡Ahora Ponciano!', "A los toros", son otras tantas evidencias de la fuerza de que gozó el atenqueño. Bueno, hasta su nombre impreso en etiquetas servía para darle nombre a una manzanilla importada de España con la "viñeta Ponciano Díaz". Manuel Manilla y José Guadalupe Posada después de burilar sus gestas y sus gestos, se encargaban de apresurar en las imprentas la salida de "hojas volantes" donde Ponciano Díaz era noticia, quedándose mucho de estas evidencias en la historia que lo sigue recordando.
Cortesía del Lic. José Rodríguez.
De este personaje sui géneris se tienen un conjunto de historias que nos acercan a entender a un hombre de carne, hueso y espíritu lleno de conflictos internos, pero también lleno de los conflictos que por sí mismo generó alrededor del espectáculo, puesto que su tauromaquia llegó a saturarse frente al nuevo estado de cosas que se presentó a partir del año 1887, momento de la reanudación de las corridas de toros en la capital, pero también momento en que un grupo de diestros españoles comenzó lo que vendría a considerarse como la etapa de “reconquista” taurina, encabezada, fundamentalmente por Luis Mazzantini. Para Ponciano, este acontecimiento marcó una sentencia definitiva, y aunque abraza aquel concepto establecido, prefiere no traicionar sus principios nacionalistas, llevándolos -hasta sus últimas consecuencias, como una mera enfermedad o deformación- hasta el momento mismo de su muerte, convirtiéndose en último reducto de esas manifestaciones. Pero además, ante todo aquello ostentó una capacidad como empresario que trajo consigo solo tragos amargos, lo cual acelera el repudio de sus ya pocos partidarios en la capital del país. Y uno más de los asuntos que también afectaron su carrera, “haciendo cosas malas que parecían buenas”, fue comprar ganado sin una procedencia clara, el cual terminaba lidiándose en su plaza de “Bucareli”. Dichos toros, o remedos de toros, eran mansos, ilidiables, pero también bastante pequeños de tamaño, lo que puso en evidencia la buena reputación que Ponciano había logrado luego de varios años de ser considerado el torero más querido de la afición mexicana, de ser un “mandón”, el cual tuvo que refugiarse en plazas provincianas para seguir haciendo de las suyas por aquellos rumbos. Lástima que su fama se convirtiera en infortunio, y lo que pudo ser una trayectoria llena de pasajes anecdóticos de principio a fin, solo se conservó fresca durante sus primeros 12 o 13 años. Luego, todo se dejó llevar por esas incongruencias en las que cayó, probablemente, víctima de su propia fama, o de su propio deseo por demostrar que un torero de su naturaleza podía efectuar, además, como empresario o como contratista de toros. Muere el 15 de abril de 1899, por lo que el próximo año de 1999 es más que obligado el homenaje a un siglo de su desaparición. De ese modo, este 19 de noviembre de 1998 recordamos a Ponciano Díaz, celebrando el 142 aniversario de su natalicio.
Página principal de La Patria Ilustrada, D.F., año VI, Nº 3 del 16 de enero de 1888. Un día antes se inauguraba la plaza de toros “Bucareli”, propiedad del torero Ponciano Díaz, convertido por esos días en ídolo popular, cuya mejor manera de ilustrarlo quedó reflejada en esta alegoría patriótica. El grabado es de José Guadalupe Posada. Colección del autor.
Felicidades a Ponciano, desde luego con un ¡¡¡Ora Ponciano!!! grito de batalla y exaltación lanzado por los aficionados de su época, que estremecían las plazas donde se presentaba.
IGNACIO GADEA Y PONCIANO DÍAZ, CARA A CARA. Se tenía confusa idea de que las trayectorias de uno y otro como toreros de a caballo, estuvieron separadas, más por el tiempo que por otra causa. Y es que, Gadea hizo su presentación en la ciudad de México en 1853, en la plaza de toros del PASEO NUEVO, en tanto que Ponciano, comenzó a armar escandaleras, desde 1876. Sin embargo, la empresa de la plaza de toros del Huisachal, comandada por el señor José Cuevas y Rubio, propietario de la misma, por estar en la hacienda de su propiedad, no escatimó esfuerzos de ninguna índole y anunció, para la tarde del 12 de abril de 1885 a estos dos grandes toreros. Ignacio Gadea, saldría por delante, anunciado como el CHARRO MEXICANO, IGNACIO GADEA, “inventor en la República de la suerte de poner banderillas a caballo”.
El diestro poblano Ignacio Gadea banderilleando a caballo a dos manos, en el apogeo de su carrera. (Litografía que ilustra un programa de la época). Fuente: Armando de María y Campos. Los toros en México en el siglo XIX, 1810-1863. Reportazgo retrospectivo de exploración y aventura. México, 1938.
Desde luego, Ponciano no se quedaría atrás deleitando a los aficionados que fueron hasta el Huisachal a verlo lidiar toros de San Diego de los Padres. Feliz encuentro del que no teníamos noticia y que ahora entresacamos de papeles amarillentos. Uno de los peldaños que Ponciano tuvo para llegar a la cima de la admiración de los aficionados, fue el lance de “banderillear a caballo”. Hay que expresar algo acerca de ese lance, que puede ser considerado netamente mexicano, quedando por ende legítimamente clasificado en “nuestro nacionalismo taurino” Esa suerte tauromáquica tiene su nacimiento hacia la mitad del siglo pasado -hacia el año de 1850- aunque haya aficionados y escritores hispanos que la remonten a más atrás, pero sin dar comprobación de su aserto. Algunos de tales escritores hispanos la atribuyen a fines del siglo antepasado y le dan por autor a un indígena peruano, pero vuelvo a decir que no tiene comprobación de su afirmación. Por lo tanto, derecho tenemos a decir que es lance taurino netamente mexicano, ya que nosotros si podemos fijar exactamente quien fue el invento y en cual fecha.
El Vigilante, ciudad de México del 26 de enero de 1883. El grabado es obra de Manuel Álvarez Manilla. El inventor fue el espada IGNACIO GADEA. La fecha, la antes mencionada, aproximadamente por el año 1850. Gadea era nativo de la ciudad de Puebla. Excelente caballista, ideó el banderillear desde el caballo, ofreciendo tal modo como una novedad. Primeramente comenzó a poner una banderilla o las dos, pero empuñándolas reunidas en la mano derecha o en la izquierda. Aconteció con el lance de “banderillear a caballo”, igual que había sucedido con el banderillear a pie. En el lance de “banderillear a caballo”, Gadea hizo lo mismo: Primeramente banderilleaba usando de una sola mano. Después, ya ideó hacerlo simultáneamente con las dos, aumentando así la vistosidad, dificultad y riesgo del lance. Dificultad y riesgos tan marcados, que aún actualmente no hay muchos caballistas que practiquen el lance, usando de ambas manos. Gadea, en el modo de hacer el lance empleaba tres procedimientos que podían ser titulados: “A la media vuelta”, “Cuarteando”, “Sesgando”, ya fuese por “adentro” o sea entre los “tableros” de la barrera y la cabeza del toro, o ya fuese por “afuera” o sea por delante de la cabeza del toro, teniendo el banderillero el terreno de afuera. Tan excelente caballista era Gadea y a tanta seguridad llevó la destreza en ese lance, que discurrió hacerlo sin tener el caballo la silla, sino cabalgando el jinete del modo que nombran “a pelo”. Haciéndolo así, hay que tener gran habilidad para no ser botado por el caballo, al terminar la suerte, cuando sale velozmente de junto a la cabeza del toro. Muchos años después de la fecha señalada por la de invención de “banderillear a caballo”, tuve oportunidad de mirar a Gadea practicando el lance. El espada ya estaba anciano -tenía setenta y ocho años- y no obstante era sorprendente, maravilloso, emocionante por lo peligroso y por lo estático, el modo con que hacía tal lance. Se comprendía sin dificultad para la concepción mental, porque tal lance fue la base de la celebridad de Gadea. Celebridad que se esparció no solamente en la República, sino igualmente en la Isla de Cuba porque Gadea toreó en la Habana, Cienfuegos, Matanzas y otros sitios cubanos, donde al banderillear a caballo fue intensamente ovacionado.
Gadea tuvo en su época y ha tenido en lo posterior muchos copiadores, pero ninguno ha logrado igualarlo. Ponciano fue quien más se le aproximó, quedando casi a su nivel. Digo casi, para significar una pequeña distancia, un algo indescriptible pero apreciable que había en el lance cuando lo practicaba DON IGNACIO, según respetuosamente le nombraban los toreros. Ponciano al “banderillear a caballo” formaba grupo escultural con el caballo y el toro. Había indiscutiblemente belleza. La natural elegante postura al cabalgar. La innegable destreza que como caballista poseía. El arrojo consciente, fundado en la seguridad para dominar a la cabalgadura y por consiguiente una considerable porción de la dificultad del lance. El conocimiento del grado de acometividad del toro y por ende del sitio y modo que habían de ser elegidos. Todo se aunaba para originar belleza, que motivaba los aplausos. Si Ponciano toreando a pie hubiera tenido las cualidades estéticas que poseéis haciéndolo a caballo, habría sido un RAFAEL MOLINA “LAGARTIJO”, considerado prototipo de belleza tauromáquica. Pero a pesar de no ser la perfección absoluta, pues ya dije que Gadea desarrolla algo indescriptible que no había en ningún otro, el lance de “banderillear a caballo” fue con justificación el peldaño que le sirvió a Ponciano para desde en el comienzo de su carrera colocarse arriba de los ASES sus coetáneos. Puede decirse que ese lance fue un monumento con estatua ecuestre. Ponciano para hacer el lance de “banderillear a caballo” poseía siempre algunos caballos amaestrados. Eran de mediana alzada, pero de “sangre”, por ende perfectamente domados, pero vivaces respondiendo con rápidos movimientos a las indicaciones del jinete, manejando las bridas, hincando la espuela. Eran siempre de color oscuro, muy frecuentemente colorados obscuros, lo que nombran retintos o colorados más claro, lo que titulan los “charros” sangre linda. Preciosos ejemplares del “caballo mexicano” eran los que poseía y los presentaba con orgullo. 1
NOTA ACLARATORIA Desafortunadamente aquel encuentro no se consumó, debido a que el festejo, por alguna razón, tuvo que suspenderse. Sin embargo, Gadea sí se presentó en el 4º festejo de la temporada, justo el 3 de mayo siguiente, alternando fugazmente con Juan León “El Mestizo”, en la lidia de toros de San Diego de los Padres, pero ya no con Ponciano. Decía que fue una actuación fugaz, no muy grata ya que “en la suerte de banderillas a caballo no quedó como debía, por no ayudarle la yegua que sacó al redondel”, según lo apunta El Arte de la Lidia, año 1, Nº 19 del 24 de mayo de 1885. Sin embargo, Gadea tuvo oportunidad de participar de manera más afortunada la tarde del 4 de marzo de 1888 en la plaza de toros “El Paseo”, para lo cual, nos servimos del semanario El Monosabio, T. 1, Nº 16 del 10 de marzo de 1888, con objeto de enterarnos qué fue lo que sucedió. Va de crónica. PLAZA DEL PASEO. A la hora anunciada se presentó el Sr. Del Pino, en turno para presidir, y salió. El primero, negro listón: Conde y Oropeza lo castigaron seis veces. José Gadea adornó al bicho con tres pares, uno al cuarteo y dos a la media vuelta; bueno el último. El célebre y aplaudido capitán Ignacio Gadea (padre) tomó los trastos y sin faena ninguna con un superior metisaca por todo lo alto y RECIBIENDO, rindió la fiera a sus pies. ¡Justa y merecida ovación! Tres animalitos por valientes volvieron al corral. El segundo, negro zaino: recibió cinco varas. Gadea (padre) ginete en un precioso caballo, negro ligero, dejó dos pares, uno muy bueno. Lobato de rojo y plata, previos siete pases, un pinchazo y una estocada envainada, porque al herir el diestro estuvo a punto de sufrir una caída. El juez, inoportuno, ordenó lazo.
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El Arte de la Lidia, año 1, Nº 19 del 24 de mayo de 1885.
El tercero, volvió a su casa. Sustituto, igual al anterior, aguantó ocho piquetes. Ignacio Gadea (hijo) puso dos medios al cuarteo y uno aprovechando. Tomó los trastos Gadea Amado, y después de seis pases sin mucho movimiento, dio un pinchazo y una corta delantera. El cuarto tomó sin voluntad dos varas. Lobato, encargado de los palos, prendió tres pares a la media vuelta; uno muy bueno. El mismo Lobato obsequió al cornúpeto con un pinchazo y una estocada algo caída. Quinto, prieto bien armado: los de a caballo mojaron once veces. Amado y Lobato colocaron dos pares y medio, todos al cuarteo. Este último diestro, casi sin faena, con un buen metisaca que resultó gollete, despachó a su enemigo al otro mundo. Para concluir: Gadea (padre) no obstante su avanzada edad y el mal ganado, se lució pareando a caballo, y como torero probó que es un matador. Respecto de sus hijos nada podemos decir, porque en la primera vez que los vemos en nuestros redondeles, sin embargo, creemos que en lo porvenir reemplazarán dignamente al autor de sus días.
En el mismo número, y en la sección DESCABELLOS, aparecieron estas notas: (...) De un periódico de esta capital tomamos lo siguiente: EL TORERO GADEA.-Nos permitimos escitar a la autoridad para que no vuelva a permitir que el diestro cuyo nombre hemos escrito, trabaje más en los redondeles. Es un anciano que cuenta 70 a 80 años, y solo su fuerza de voluntad o la sangre de mexicano que circula por sus gastadas venas, lo mantienen todavía en su dudosa serenidad. Fue contemporáneo de Bernardo Gaviño, y recuérdese que la muerte de éste no reconoció otro origen que su avanzada edad. Si la sana observación que hacemos en este suelto, por desgracia fuese desatendida, no tardaremos en presenciar otra nueva víctima en la arena de la barbarie” ¿Por qué tanto amor carísimo colega? El anciano Ignacio Gadea desea positivamente LLEGAR A LOS SESENTA Y CINCO exponiendo su vida porque una numerosa familia estaría en la miseria si el no la llevara el fruto bendito de su trabajo. El anciano torero QUISIERA CONTAR
LOS SETENTA, porque no tiene más patrimonio que legar a sus hijos, que adiestrarlos en el difícil arte a que él se dedicó. Con lo expuesto, esperamos que el autor de la sana observación se convencerá de que es muy injusto lo que pretende respecto del diestro mexicano. Mucho nos extraña que un periódico serio y caracterizado, el primero tal vez el único que censuró la conducta de La Muleta, ahora ataque y pretenda denigrar a otros diestros mexicanos, dignos de respeto y consideración. Nos referimos al Siglo XIX. El autor del párrafo que nos ocupa y que llamaremos F*A* debe ser un importado o cuando menos un villamelón. Este caballerito, entre otras cosas dice: “que Gadea y sus hijos, Pancho Lobato, Oropeza y otros que tomaron parte en la corrida del Paseo, son desconocidos”.
Luego agrega: Francamente, en diversiones de este género, en que el público sale defraudado, la autoridad debería ser severísima y castigar como se lo merecen a los que así engañan a toda una sociedad. Y el Sr. F*A* ¿qué pide contra un insolente torero que la misma tarde (4 de marzo) desobedeció y burló a la autoridad que presidió en la plaza COLÓN?
Como vemos, todavía el “viejo” Gadea, con sus 65 años que le cuelgan en El Monosabio (así que había nacido en 1823, aproximadamente) era motivo de discusión, entre quienes celebraban sus hazañas y los que denostaban el quehacer de un “viejo”, que corría el mismo riesgo que le costó la vida al recientemente desaparecido Bernardo Gaviño. Sin embargo, con toros muy malos, Gadea, que desde 1853 y hasta esta fecha, es decir, 35 años de actividad -¿ininterrumpida?-, todavía fue capaz de mostrar sus habilidades a pie y a caballo, como se ha visto en la reseña.
Detalle de la portada.
EL COLEADERO: PRETEXTO PARA UNA SOLUCIÓN. Sirviendo como un pretexto que ocasionaba cierta incomodidad, la suerte del “coleadero”, que la costumbre, por encima de la ley seguía permitiendo, se buscó la forma de ir buscando los medios adecuados para movilizar no sólo a la afición, sino la conciencia de quienes pudieran hacer algo por atender el asunto relacionado con la prohibición a las corridas de toros en el Distrito Federal, impuesta desde el 28 de noviembre de 1867 y que, para el 18 de enero de 1885, seguía en vigor, como lo declara El Arte de la Lidia (año III, Nº 8), de ese mismo día, cuando en sus páginas aparece la siguiente afirmación: EL COLEADERO ¿Es permitida esta diversión por la ley? Si lo es, ¿por qué cuanto antes no se permiten las corridas de toros en México?
Fue la Segunda Comisión de Gobernación del Congreso Décimo tercero (con período del 15 de septiembre de 1886 hasta igual fecha de 1888), la que en sesión del 29 de noviembre de 1886, presentó un Dictamen, exponiendo: que a su juicio era de aprobarse la solicitud que pedía la derogación del artículo número 87 de la Ley para Dotación de Fondos Municipales, expedida en 28 de noviembre de 1867.
Revista Charrería Nacional, año 1 Nº 1, del 1º de julio de 1963, p. 3.
Si bien, el anterior congreso rechazó la propuesta y heredó en la siguiente la posible solución, ésta en cambio, en el primer trimestre de ejercicio presentó el dictamen con respaldo de los diputados Abogado Tomás Reyes Retana y Ramón Rodríguez Rivera. Los elementos de que dispusieron ambos diputados se basó en tres considerandos, a saber: Primera.-Solamente en un sentimentalismo exagerado y exclusivo a unos cuantos, puede fundarse la prohibición de un espectáculo del que la mayoría afirma debe señalarse como una costumbre nacional, determinada por una afición peculiar en nuestra raza. Afición en que se marcan nuestros predecesores históricos y el carácter e índole de nuestro pueblo. Segunda.-El ejemplo del Distrito Federal al abolir las corridas de toros en 1867, no fue secundado, por largo tiempo, en los Estados de la Federación ni aun siquiera en los más
limítrofes; y es ridículo para esa Ley que existan plazas de toros a inmediaciones de la Capital, favorecidas y concurridas por los habitantes de ésta, cuyo Tesoro Municipal paga en una de ellas -la del Huisachal- el servicio de policía, haciéndolo con sus propios gendarmes. Tercera.-Las corridas de toros, consideradas bajo el punto de vista utilitario, tienen dos ventajas: son una diversión preventiva a los delitos porque proporcionan al pueblo distracción y la apartan de los sitios en que se prostituye, y además son fuente de recursos para los municipios.
Revista Charrería Nacional, año 1 Nº 5, del 1º de octubre de 1963, p. 10.
Luego entonces, la Comisión Dictaminadora se concentró en un cuidadoso y preferente estudio que resolvió con la siguiente primera formulación: Primera.-Deróguese el artículo 87 de la Ley para Dotación de Fondos Municipales expedida en 28 de noviembre de 1867. Segundo.-Concédase licencia para dar corridas de toros pagando los empresarios por cada licencia la cantidad de cuatrocientos y ochocientos pesos. Tercero.-Dedíquese el producto de estas licencias exclusivamente a cubrir parte de los gastos que originan las obras para hacer el desagüe del Valle de México.2 Solo fue leído e impreso para un nuevo análisis el 4 de diciembre de 1886. Pero tres días después se discutió severamente y quienes tomaron la palabra para impugnarlo fueron los ciudadanos Emilio Pimentel y Gustavo Baz. El primero dijo: que no consideraba cierto que las corridas de toros fueran una costumbre nacional, porque ni aun 2
Centro de Estudios de Historia de México (Condumex) [C.E.H.M.] Desagüe, México=ciudad. 082.172.521 V.A. JOHNSTONE, F.W. 1886.=Proyecto para el desagüe de la ciudad y el valle de México propuesto por el Sr. F.W. Johnstone, y dictamen de la comisión nombrada por la Secretaría de Fomento.=México, Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento, 58=(I) p. 13.2x20.7 c. Enc. rúst. (Miscelánea Ciudad de México No. 6, Folleto No. 7). III=6=1973 A.=No. 35352=c.
son primitivas de nuestros conquistadores y progenitores los españoles, sino que entre ellos las introdujeron los romanos. Además, que nuestra verdadera fisonomía nacional no debía serla de la raza Hispana, sino la de la Azteca.3
Es un hecho que las corridas de toros han arraigado tanto en el pueblo y sus costumbres que se convierten así en una tradición cuyo recorrido parte desde el fin de la conquista de los españoles, hasta nuestros días. Sin embargo, los matices del nacionalismo y más aún, los del neoaztequismo hacen pronunciar a Pimentel un juicio vindicador que comienza a gestarse poderosamente cuando se decide por la conservación de lo prehispánico, con la idealización de ese mismo pasado forma de crear una alternativa culta pero a la vez popular, como parte de la ruptura ya evidente entre campo y ciudad, industria y arte popular, obreros y campesinos.4
Esto es que ya configuraban una razón de ser que para algunos significaba el alumbramiento de nuevos esplendores en el campo de la nacionalidad, discusión esta que no podía darse mejor que en la Cámara de Diputados. El segundo (Baz) dijo: que no consideraba el asunto como digno de ocupar el tiempo de un parlamento civilizado, porque era ridículo, y protestaba que se afirme que la opinión pública pida el restablecimiento de una diversión sanguinaria y bárbara. Cree que si algunos hacen tal petición no serán ciertamente los padres de familia y las mujeres honradas, sino los solterones y las hembras que importa en sus vapores la compañía naviera "ANTONIO LOPEZ". 5
Gustavo Baz antepone el progreso como auténtico valor que se soslayó en esa discusión, asomando para placer de la polémica los propios de un ambiente netamente popular el cual se manifestaba en forma que nada guardara proporción a los principios civilizados. Por eso Reyes Retana y Rodríguez Rivera más conscientes de aquello que sucedía a nivel del pueblo se lanzaron a la ofensiva y expusieron ideas como de que: El legislador, para dictar las leyes, debe de tener en consideración las costumbres e índole de los pueblos que legisla, y está demostrado que las corridas de toros son una costumbre en el pueblo mexicano, porque le son habituales y las prefiere a todas las otras diversiones. Además, están acordes con su índole belicosa e influyen en ella, conservándole la valentía necesaria para militar. Si las corridas de toros deben estar prohibidas por considerarlas diversión indigna de pueblos civilizados, igual reto tendrá que imponerse a otras, también sangrientas y que son admitidas y ninguno impugna. Es mejor que las corridas de toros sean fuente de recurso para aumentar los fondos de los municipios, y no que sean causa de que ellos menoscaben su tesoro, gastando en cuidar el orden público en una diversión que no les produce rendimiento, pero a la que tiene que vigilar por celebrarse en puntos próximos a su jurisdicción, la capital, y repercutir en esta los desórdenes que hubiera.6
Claro, es de notarse la búsqueda por los beneficios en obras públicas proporcionada por 3
Carlos Cuesta Baquero (Seud.) "Roque Solares Tacubac". Historia de la tauromaquia en el Distrito Federal 1885-1905, T. II., p. 7. 4 Daniel Schávelzon. La polémica del arte nacional, p. 13. 5 Cuesta Baquero, op. cit. 6 Ibídem., p. 7-8.
espectáculos masivos como este. Pero también señalan el hecho de que la propia policía de la capital se tuviese que apostar en las cercanías con plazas del estado de México las muchas veces en que se celebraron corridas, implicando este asunto gastos excesivos que no producían ganancia alguna a las arcas públicas. Antes al contrario, gastos indebidos. Siguieron interviniendo otras personas a favor de Pimentel y Baz y se pusieron de su lado el Coronel Francisco Romero y D. Julio Espinosa. De ahí en fuera no hubo más opinión al respecto por lo que se procedió a la decisión por el planteamiento. De esa forma los resultados fueron de 81 votos a favor y 41 en contra para la derogación del art. 87, consiguiéndose así la recuperación de las corridas de toros en el Distrito Federal. Del segundo aspecto que propuso la Comisión Dictaminadora se le hizo una objeción, la cual aducía que "Se presta a predilecciones y arbitrariedades, porque a unos empresarios les cobrarán por licencia el mínimo de la cuota y a otros les exigirán el máximun. Por lo tanto, este artículo debe ser reformado".
La Patria Ilustrada.
Dentro de la comisión se encuentra Alfredo Chavero quien, al enterarse de lo propuesto en la objeción, propuso que el artículo fuera modificado bajo el siguiente planteamiento: "Los empresarios pagarán por la licencia para cada corrida, el quince por ciento de la entrada total que haya". Todo ello acarreó nuevos debates y fueron los diputados Dr. Francisco García López y Guillermo Prieto quienes declararon furibundos su reacción en el estrado. El artículo tercero se aprobó sin mayores dificultades (118 votos a favor; 15 lo fueron en contra). Y para confirmar que todo quedaba lógicamente definido, todavía el diputado Baz pidió que el dictamen -ya para entonces decreto de ley- le fuera agregado la petición de que "En la reglamentación de la presente ley se observará lo prevenido en el Código Penal". No fue discutida la petición y fue posible entonces que se canalizara el asunto; pero en la Cámara de Senadores, para que lo revisara y dictaminara, acatándose de ese modo los trámites Constitucionales.
Leyes prohibitivas que los enemigos de la Tauromaquia tienen siempre en los puntos de la pluma y por las que dedican ardiente alabanza a los gobernantes. Sin considerar que esos decretos nacieron, mejor que de la voluntad de sus autores de las críticas circunstancias en que los mismos se encontraban con la relación a sus gobernados.7
Esta idea parte de considerar si las leyes elaboradas para liquidar un espectáculo como el taurino son bien vistas por los oponentes al mismo, y es cierto también que se da a notar el estado que guarda cada régimen que, en su esquema político, económico y social enfrenta circunstancias de esta índole.
La Patria Ilustrada.
Tras los debates y discusiones se inició una época distinta para el toreo en México, donde conceptos y especificidades diversas permitieron orientarlo por rutas más seguras. Y bien, bajo esta revisión minuciosa, no me queda establecer más que lo ya muchas veces señalado: que el espectáculo gozó de continuidad provinciana mientras la capital se veía relegada y nada más que a la espera. Una espera que dicho sea de paso, no colmó la paciencia de los afectos a las corridas de toros. Estos acudieron a las cercanas de estados próximos a la capital, sin que los evolucionistas dejaran de seguir su campaña de repudio,8 lo cual viene a mostrarnos que aquella conseja manejada por el pueblo, a propósito de "lo que el viento a Juárez" es un juego de palabras donde la fiesta, prohibida en el Distrito Federal y bajo el régimen del oaxaqueño, "le hizo lo que el viento a Juárez" en la provincia. La reanudación -en tanto- de las corridas de toros en el Distrito Federal ocurre el 20 de febrero de 1887 con el estreno de la plaza de San Rafael. El único espada fue Ponciano Díaz 7
Ibid., p. 9. Luis González y González, y Guadalupe Monroy. Historia moderna de México. República Restaurada (Vida social), p. 618. Los grandes esfuerzos de los hombres pensadores y sencillos de la Unión, están ya nulificados con la plaza de toros de Tlalnepantla... parece que después de tanto trabajar, sólo se dictaminó que no hubiera toros en el patio de una casa, y por consiguiente, ha quedado en pie, con una burla terrible; pues burla es la que a las puertas de México exista la plaza de toros, y que los convites para ellos se fijen en las esquinas de la Capital y se repartan a los transeúntes de ella... Recordemos lo que el poeta Selgas dijo a los españoles: Tres bestias entran en la plaza de toros: una va a fuerzas, la llevan a lazo; la otra va por cobrar y la tercera paga por entrar... ¿Cuál de las tres es la mayor? 8
lidiando 6 toros de Parangueo.
Plaza de toros de San Rafael. Cartel de la inauguración. 20 de febrero de 1887.
Independientemente de toda la exposición que se mostrado para entender las razones por las cuales, las corridas de toros recuperaron su ritmo en el Distrito Federal, vemos como las breves notas sobre “EL COLEADERO”, junto a otro conjunto de manifestaciones que fueron publicándose en la prensa del momento; así como por la iniciativa tomada en la Cámara de Diputados, sirvieron para derogar el decreto de prohibición y retirar, por consecuencia, el castigo impuesto a las corridas de toros en la capital del país.
PRESENCIA DE LA CHARRERÍA EN LA HISTORIA, EL CAMPO Y LAS PLAZAS DE TOROS DE MÉXICO Y EL EXTRANJERO. Para apartar los animales surge en el campo mexicano el vaquero quien, en el siglo XVI creó el rodeo, forma puramente mexicana legalizada incluso por el virrey Enríquez en 1574. Consistía en una “batida circular sobre un territorio amplio en extensión cuyo propósito era concentrar el ganado en un punto “donde con la ayuda de una especie de garrochas, muy parecidas a las andaluzas, se apartaba el ganado que deseaban seleccionar”. Surgió con este nuevo personaje una expresión que acabó siendo nacional, mediando para ello una necesidad primero, la necesidad de un lucimiento no solamente limitado al campo, sino que además, era la plaza pública, la plaza de toros, el otro sitio para obtener el privilegio del aplauso. Y entre la plaza de toros y el campo la expresión acabó transformada en una manifestación artística. En otras palabras, estamos hablando del charro, de sus habilidades y sus destrezas.
Escenas que no sólo fueron comunes en el campo. La plaza se convierte en la extensión perfecta donde brillaron todas estas demostraciones.
La charrería en México, surgida desde el siglo XVI, todavía en nuestros tiempos presenta la disputa sobre sus orígenes, que pelean dos estados tan representativos como Jalisco e Hidalgo, en cuyos campos de Atotonilco y los llanos de Apam respectivamente, surgen aquellas escenas donde los vaqueros realizan suertes vistosas donde lazar y colear es parte intensa de su vida. Y como los toreros, su vestimenta también fue enriqueciéndose con el paso del tiempo hasta encontrarnos con trajes de gala, verdaderas joyas tocadas por sombreros galanos de soberbia manufactura. Durante el siglo XIX hubo, a mi parecer, tres distinguidos “charros”: Ignacio Gadea, Lorenzo Cabello, jefe de los hermanos de la hoja, o los charros contrabandistas de la rama, mejor conocido como Astucia (personaje de la novela histórica de costumbres mexicanas
con episodios originales, obra de Luis G. Inclán) y Ponciano Díaz, “mitad charro y mitad torero”. La charrería como expresión mexicana pudo conocerse en España, precisamente en 1889 cuando Ponciano recibió la alternativa en la madrileña plaza de la carretera de Aragón, el 17 de octubre de aquel año. El 28 de julio anterior, y en el mismo escenario de su “doctorado” el diestro mexicano vistió el traje nacional y sus mejores suertes quedaron recogidas en sendas obras logradas por la visión siempre grata de Daniel Perea, ilustradas en hermosas cromolitografías que aparecieron en La Lidia. Ya en nuestro siglo, algunos otros representantes de este género han trascendido el quehacer en plazas de toros de México y el extranjero como los hermanos Aparicio, allá por los años 30. El 18 de junio de 1964 la plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla fue escenario de la “Gran Charreada Mejicana” donde aquel grupo demostró lo bueno que eran en piales y manganas, jineteo de toros, floreo de reata a caballo y a pie, jineteo de potros cerriles y la arriesgada suerte del “paso de la muerte” sobre un caballo salvaje.
Hugo Aranda Pamplona: Luis Inclán El Desconocido. 2a. ed. Gobierno del Estado de México, 1973. 274 p. Ils., retrs., fots., facs.
En estos últimos tiempos el rejoneador Ramón Serrano rescató el traje y las suertes del toreo a caballo con expresiones netamente mexicanas, y como un dato curioso, el propio Pablo Hermoso de Mendoza vistió en Toluca, -una moderna ciudad del interior del país-, el traje de charro mexicano, actuación que resultó espléndida según lo cuentan las crónicas, que recogen su paso por aquellos rumbos, la tarde del 28 de octubre de 2000. Como se ve, la charrería sigue siendo un arte y un ejercicio que propios y extraños siguen haciendo suyo en virtud de su particular encanto, logrando que el espíritu del considerado “deporte nacional” siga vigente, para orgullo de México.
AL ASOMO DEL AÑO 1901: MÉXICO TIENE UN COMPORTAMIENTO TAURINO DEFINIDO. (Retratos originales de Juan Silveti). Al asomar el año de 1901, México tiene un comportamiento taurino definido. Quedaron atrás infinidad de anacronismos -formas de torear a la mexicana-, sustituyéndose por aspectos de calidad más aceptables, y acordes con la realidad presente. Voy a destacar aquí, tres casos particulares, mismos que se encargaron de acentuar los valores nacionales, pero también universales del toreo. Me refiero a Arcadio Ramírez "Reverte mexicano", Rodolfo Gaona y Juan Silveti.
Arcadio Ramírez “Reverte Mexicano”. Lauro E. Rosell: PLAZAS DE TOROS DE MÉXICO. Historia de cada una de las que han existido en la Capital desde 1521 hasta 1936. Por (...) De la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, y del Instituto Nacional de Antropología e Historia. México, Talleres Gráficos de EXCELSIOR, 1935. 192 pp. Fots., retrs., p. 105.
En Arcadio se da la posibilidad de un rescate por los valores del pasado. Sin embargo esos valores y ese rescate tienen un signo de desviación ocasionado por la patriotería. El 23 de octubre de 1904 tiene lugar una corrida en la plaza "México" de la Piedad. Integran el cartel: "Bonarillo", "Parrao" y Arcadio, con toros de Santín. Nos dice Carlos Quiróz "Monosabio": Estaba en la firme creencia de que la afición mexicana había evolucionado notablemente en estos últimos años; con toda sinceridad creía a los aficionados mexicanos tan inteligentes o más que los de cualquier plaza española, aun las más linajudas. Estaba convencido hasta la saciedad de que los tiempos de Ponciano Díaz habían ya pasado a la historia, que la patriotería la habían extinguido por completo la inteligencia y el buen criterio. ¡Mentira! La afición mexicana, a juzgar por su comportamiento de esta tarde, no ha
evolucionado lo más mínimo. (...) La patriotería no se ha extinguido, aún no ha muerto; tan sólo estaba adormecida y acechando el instante para levantarse más feroz que nunca, pletórica de la rabia por tantos años acumulada.
Ese síntoma se desarrolló favoreciendo los públicos al diestro nacional, -a pesar de su mala actuación-, y despotricando contra los hispanos, acusados del delito de "haber tenido una buena tarde". Dicha situación se viene dando, quizás en menor proporción, pero sin dejar de aparecer en el panorama taurino de nuestros días, de modo muy típico en esas corridas donde aparece no solamente el torero español, sino el extranjero sin más. Con Gaona surge la maravilla del arte, de la expresión torera que asimiló de su maestro Saturnino Frutos "Ojitos", desplegándola llena de riqueza y de dimensión, como un primer mexicano universal capaz de trascender en lo técnico y lo estético con lo mejor del mundo de los toros.
Rodolfo Gaona, el que logró universalizar el toreo. Fuente: Archivo General de la Nación.
Silveti, como Gaona surge en momentos significativos para el país. Estoy hablando del movimiento revolucionario cuyo cauce provocó, entre otras cosas, la búsqueda de una nueva mexicanidad, de lo nacional. De ahí que el "tigre de Guanajuato" se convirtiera en representante original de dicha razón, cuyo objetivo fue ponderar con su toreo los
sentimientos más representativos que vindicaban al mexicano en cuanto tal. Juan Silveti es el torero mexicano por antonomasia. Su temeridad, su desprecio a la muerte, privativos de nuestra raza, lo hacían sonreír ante el peligro como una gallarda supervivencia del heroísmo ancestral. Aquel mocetón fornido, vestido de charro, sombrero adornado con calaveras, luciendo insolente mechón sobre la frente, un gran puro en la boca, pistolón al cinto y profiriendo palabras extragruesas, no podía hacer pensar otra cosa. El Tigre era imponente. Aquel aire de mexicano atravesado, y hasta su voz, áspera y bronca, impresionaban a cualquiera. Pero la realidad era otra, ya que debajo de la capa de rudeza de aquel hombre con tipo de perdonavidas se ocultaba un hombre bueno, generoso sensible y noble. (Guillermo E. Padilla).
Juan Silveti fue un hombre muy inteligente, pero sometido también a sus extremos. Se retiró en 1942 todavía bajo un fuerte velo de leyenda a su vera.
Juan Silveti montando a caballo. Col. del autor.
Con estos tres toreros comienza un siglo XX ansioso de desarrollarse bajo síntomas, los más perfectos que se hayan presentado en su trayectoria hacia un punto discutible: el de su propio progreso. Como apunte final, y destacando lo que para Silveti significó portar el traje de charro, se puede conocer en un buen conjunto de imágenes que quedaron como testimonio de aquel
singular afecto, y del cual, comparto esa peculiar galería, además del retrato que antecede esta pequeña explicación. Veamos.
Juan Silveti. En su caballo retinto, de cuello altivo y crinado que las calles citadinas con sus cascos aporrea, el célebre “Juan sin miedo” gallardamente pasea el gris de sus chaparreras y su chaquetín bordado. Luciendo va por las calles su negro mechón colgado con fina pistola al cinto y ancho sombrero orlado de fúlgidas lentejuelas que al sol de fuego, chispea, y un largo puro en la boca que en espirales humea. Así va el “Tigre” paseando en las mañanas doradas, como un objeto valioso, acaparando miradas, tal es el de Guanajuato: un gran jinete a caballo; y un gran lidiador que juega entre las astas del toro y en los domingos alegres como un pandero sonoro, arriesga un puño de aztecas a las espuelas de un gallo. Rodolfo Soler Zamudio.9
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El Eco Taurino. Año I, México, D.F., 2 de febrero de 1926, Nº 19.
Tratados y tauromaquias entre México y España. Siglos XVI y XIX, ponencia presentada en el IV Congreso Internacional del Centro de Investigaciones de América Latina de la Universitat Jaume I (CIAL-UJI-EEHA CSIC): Itinerarios Históricos, Culturales y Comerciales, celebrada en Castellón (España). 10 de noviembre de 2006. Sala de Prensa del Edificio de Rectorado. Itinerarios Artísticos y Culturales. Castellón de la Plana, España. TRATADOS Y TAUROMAQUIAS ENTRE MÉXICO Y ESPAÑA. SIGLOS XVI y XIX. Fue durante los siglos XVI y XVII en que salieron a la luz un importante número de tratados o reglas que sirvieron de asidero a diestros ejecutantes del toreo a caballo en sus dos versiones más conocidas: a la brida y a la jineta. De esto me ocuparé en su momento. Pero llama poderosamente la atención un dato que tomaré como antecedente primero: la presencia de un grupo de caballeros americanos después, los cuales realizaron vistosas evoluciones en Madrid, allá por enero de 1572, mismo año en que también se publicó un tratado, el del Capitán Pedro de Aguilar, impreso salido de la casa de Hernando Díaz. La segunda parte quedará integrada por un solo personaje, criollo él, y de nombre Juan Suárez de Peralta, quien no solo es recordado aquí y ahora por su directa participación como autor de uno de estos tratados, sino por el hecho de su inmediata participación en la famosa conjuración de Martín Cortés en 1566. PRIMERA PARTE Los tratados son esas primeras piezas literarias, soportadas en el conocimiento de una determinada actividad que se realizaba tanto en la plaza como en el campo, a sabiendas de que la práctica constante los llevaría a tener un completo control sobre las suertes. Como apunta José María de Cossío, las preceptivas toreras bien libros de jineta y advertencias de torear, o arte de torear a pie y a caballo, es decir, de las que regulan el toreo profesional que aun hoy perdura, tiene, aparte el interés noticioso de toda historia, el de poder graduar a través de reglas y preceptos la orientación y desarrollo de lances y suertes, con tan seguro tino como si se utilizaran los datos directos del espectáculo a través del transcurso del tiempo.10 Hubo sí, una época en la que los libros de la caballería de la jineta que ahora denominamos tratados, enunciaban preceptos y recomendaban reglas, fruto de experiencias anteriores, por lo que fue necesaria la redacción de este tipo de documentos los cuales reunieron disposiciones y recomendaciones precisas para su ejecución. Su más inmediato antecedente queda registrado en los libros de caballería. Para que caballeros de otras épocas terminaran protagonizando en la forma que lo hicieron, es porque forjaron un código de valores y de honores capaces de imponer un discurso con significados que adquirieron preponderancia sobre todo durante el Medioevo, que abarca el fin del Imperio Romano, o la constitución del imperio carolingio y alcanza hasta el año 1453, con la toma de Constantinopla por los turcos y el Renacimiento, período cuyo esplendor alcanza los siglos XIV y XVI. Esos códigos a que me refiero, estaban fundados en la formación del caballero cristiano medieval, que recogía los principios fundamentales y la misión de la Caballería, es decir, la defensa de la fe cristiana, la conservación de la tierra del señor y el amparo de personas desvalidas. Por tanto, estos “principios”, fueron comunes en todas las obras medievales sobre esta materia. La rica forma en el vestir y las complejas evoluciones en la 10
José María de Cossío: Los toros. Tratado técnico e histórico. Madrid, Espasa-Calpe, S.A. 1974-1997. 12 v., V. 2, p. 3.
plaza pública consolidaron estamentos que se convirtieron en elemento de privilegio, en favoritos de casas reinantes y de nobles. Mientras tanto, los libros de caballería fueron estandarte y modelo a seguir de todos aquellos que aspiraban colocarse en lugar envidiable, incluso cuando eran merecedores de unos atentos y enamorados ojos de mujer. Pero entre que se desgastaba esa leyenda, hubo necesidad de nutrir con reglas precisas, ya a la brida, ya a la jineta cuando los torneos, juegos de cañas, pero sobre todo el alanceo de toros se convirtieron en el nuevo lenguaje que se potenció fundamentalmente entre los siglos XV y XVIII, tanto en España, como en la Nueva España. De Europa se extendió a estos territorios tan luego ocurrieron toda una serie de comportamientos tales como: asimilación, sincretismo o mestizaje, hijos de aquel difícil encuentro, desencuentro, descubrimiento, encontronazo o invención que devino, más tarde, conquista. América hizo suya aquella experiencia en lo general, y la Nueva España en particular, superando necesariamente el trauma para convivir en un nuevo y forzoso maridaje con España. Entre múltiples aspectos, la vida cotidiana jugó un papel muy importante, ya que tuvo que llegar el momento de poner en la balanza todos los significados de una amalgama que se depositó, entre otros factores o medios de convivencia en las diversiones públicas para lo cual: torneos, escaramuzas y otros alardes a caballo primero; toreo de a pie en sus diversas etapas de constitución e integración después fueron consolidando la tauromaquia a caballo en México. El esplendor de los libros que reunían las reglas precisas para ese toreo o ejecución desde el caballo alcanza los siglos XVI al XVIII. Una primera denominación es la que se sustenta en la jineta, término y armazón práctico que explicaba una manera determinada de cabalgar y regir el caballo. Además, se toma a la jineta como la silla con un estribo corto y acción de las rodillas y talones del jinete, sustituido en el siglo XVIII por el de aquel que era largo, y que la casa de los Borbones impuso, causando otro de los efectos que consiguieron hacerle perder efecto a un predominio de caballeros, nobles en su mayoría, que detentaron ese protagonismo cercano a los 250 años en los cuales dicha práctica estuvo en boga. La plaza pública sirvió como escenario para que los caballeros, acompañados a distancia por plebeyos ejecutaran las suertes de la lanzada y el rejoneo. Si aquella era más primitiva, rústica y breve; esta se fue enriqueciendo con la incorporación de elementos que la hacían más atractiva y por ende requería de otros grados de dificultad como fueron las evoluciones, mejor conocimiento de los terrenos y una más amplia destreza de sus ejecutantes. Un ejemplo en la poesía novohispana, que refiere concretamente un pasaje tan aproximado como el que venimos revisando, lo encontramos en la Relación Fúnebre a la infeliz trágica muerte de dos Caballeros...,11 aunque escrita a mediados del siglo XVII por Luis de Sandoval y Zapata tenemos la siguiente muestra: 1566 ¡Ay, Ávilas desdichados! ¡Ay, Ávilas desdichados! ¿Quién os vio en la pompa excelsa de tanta luz de diamantes, de tanto esplendor de perlas, ya gobernando el bridón, ya con ley de la rienda, con el impulso del freno 11
Niceto de Zamacois: Historia de México, t. 6, p. 745-59.
dando ley en la palestra al más generoso bruto, y ya en las públicas fiestas a los soplos del clarín, que sonora vida alienta, blandiendo el fresno o la caña y en escaramuzas diestras corriendo en vivientes rayos, volando en aladas flechas. Y ya en un lóbrego brete tristes os miráis, depuesta la grandeza generosa. 12
Tal manuscrito se ocupa de la degollación de los hermanos Ávila, ocurrida en 1566, suceso un tanto cuanto extraño que no registra la historia con claridad, 13 y sólo se anota que los criollos subestimados por los peninsulares o gachupines, fueron considerados por éstos como enemigos virtuales. Ya a mediados del siglo XVI la rivalidad surgida entre ellos no sólo era bien clara y definida, sino que encontró su válvula de escape en la fallida conjuración del marqués del Valle, descendiente de Cortés, y los hermanos Ávila, reprimida con extremo rigor, en el año 1566.14 Ya que ha salido “entreverado” el marqués del Valle, se anota que “en sus grandes convites..., eran quizás las fiestas de una semana por el bautizo de los hijos gemelos del marqués, en que hubo torneos, salvas, tocotines y un fantástico banquete público en la Plaza Mayor...” A propósito, de los juegos más señalados (encontramos los realizados durante el bautizo de) don Jerónimo Cortés en 1562.15 Y es que don Martín manifestó el empeño en celebrar el nacimiento de sus hijos con grandes torneos, como el famoso de 1566, cuando, por una tormenta llegó con su mujer al puerto de Campeche y nació allí su hijo Jerónimo, fueron a “la fiesta del cristianísimo el obispo de Yucatán, don Francisco Toral, y muchos caballeros de Mérida” y “...hubo muchas fiestas y jugaron cañas”. Posteriormente, cuando llegó el marqués del Valle a México, Juan Suárez de Peralta afirmó: “gastóse dinero, que fue sin cuento, en galas y juegos y fiestas”.16 Y bien, llegamos a lo que se puede considerar el primer gran ejercicio literario que dedica buena parte de la obra al asunto taurino. Se trata del Romance de los Rejoneadores que es parte de la Sencilla Narración... de las Fiestas Grandes... de haber entrado... D. Carlos II, q. D. G., en el Gobierno, México, Vda. De Calderón, 1677. Dicha obra celebra las Fiestas por la mayoridad de D. Carlos II, 1677. El Capitán D. Alonso Ramírez de Vargas ofrece una 12
Alfonso Méndez Plancarte: Poetas novohispanos. Segundo siglo (1621-1721). Parte primera. Estudio, selección y notas de (...). Universidad Nacional Autónoma de México, 1944. LXXVII-191 p.(Biblioteca del Estudiante Universitario, 43)., p. 105. 13 Véase: Manuel Romero de Terreros: Torneos, Mascaradas y Fiestas Reales en la Nueva España. Selección y prólogo de don (...) Marqués de San Francisco. México, Cultura, Tip. Murguía, 1918. Tomo IX, Nº 4. 82 p., p. 22-26. 14 Artemio de Valle-Arizpe: La casa de los Ávila. Por (...) Cronista de la Ciudad de México. México, José Porrúa e Hijos, Sucesores 1940. 64 p. Ils. 15 Federico Gómez de Orozco: El mobiliario y la decoración en la Nueva España en el siglo XVI. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1983. 111 p. Ils. (Estudios y fuentes del arte en México, XLIV)., p. 82-83. 16 Juan Suárez de Peralta: Tratado del descubrimiento de las Indias. (Noticias históricas de Nueva España). Compuesto en 1580 por don (...) vecino y natural de México. Nota preliminar de Federico Gómez de Orozco. México, Secretaría de Educación Pública, 1949. 246 p., facs. (Testimonios mexicanos. Historiadores, 3)., cap. XXIX, p. 111-112.
delectación indigenista en esta Sencilla Narración... y refulgen los romances para los rejoneadores -una de las más garbosas relaciones taurinas al gusto de Calderón-... D. Carlos II, el postrer Habsburgo de España, había tenido un bello rasgo de piedad Eucarística, cediendo su carroza a un Sacerdote que a pie llevaba el Viático a una choza, etc.; tal lo narró en una Copia de Carta escrita de Madrid (México, 1685), realizada con varios sonetos de ingenios de esta Corte. Así, en el Anfiteatro de Felipe el Grande, de Pellicer (Madrid, 1631), una bala certera de Felipe IV, fulminando a un Toro, había hermanado -cada uno con su soneto- a Lope y Calderón, Quevedo y Montalván, Rioja y nuestro Alarcón, Valdivieso y Jáuregui, Esquilache y Bocángel...; y estotra gallardía de Carlos II, -regia humildad católica, y con el oro viejo de la tradición de la Casa de Austria-, merecía, más que el tiro de Felipe, el lírico aplauso. Del Capitán Alonso Ramírez de Vargas (1662-1696), quien a decir de Octavio Paz “fue poeta de festejo y celebración pública”, entre los que hubo en la Nueva España “mediano... pero digno”. Autor “de varios centones con versos de Góngora, fue sobre todo un epígono del poeta cordobés, aunque también siguió a Calderón, a Quevedo y, en lo festivo, al brillante y desdichado Anastasio Pantaleón de Ribera, muerto a los 29 años de sífilis”. Ramírez de Vargas –sigue diciendo el autor de Las trampas de la fe-,17 tenía buena dicción y mejor oído...” Pues bien, de tan loado autor es su famoso Romance de los Rejoneadores, parte también de la Sencilla Narración..., bella pieza que deja evidencia de la actuación de dos nobles caballeros, Francisco Goñi de Peralta y don Diego Madrazo a los que les Salió un feroz Bruto, josco dos veces, en ira y pelo, el lomo encerado, y de Icaro el atrevimiento. La testa, tan retorcida en el greñudo embeleco, que de Cometa crinito juró, amenazando el cerco.
Y Francisco Goñi de Peralta Quebró veinte y seis rejones, y según iba, de fresnos dejara la selva libre, quedara el bosque desierto, y -a ser la piel de Cartagoen cada animal horrendo Reino la hiciera de puntos con Repúblicas de abetos.
Veamos del Capitán Alonso Ramírez de Vargas, el 1677 Romance a Carlos II.
17
Octavio Paz: Sor Juana Inés de la Cruz, o Las Trampas de la Fe. 3ª. Ed. México, Fondo de Cultura Económica, 1992. 673 p. Ils., retrs., fots. (Sección de obras de lengua y estudios literarios)., p. 82, 327, 407408.
Soberano excelso Joven, robusto y tierno Gigante, que donde el valor anima anticipa las edades...: ...Indicio fue del triunfo que esperan tus estandartes, ver -cuando a reinar empiezaslas medias lunas menguantes. (. . . . . . . . . .) Cuando el bracelete animes, la dura manopla calces, el grabado peto ajustes y el limpio acero descargues; cuando el Andaluz oprimas que al Betis la grama pace, siendo -en virtud de su dueñola herradura corvo alfanje, temerán los Federicos al mesmo Carlos de Gante confesando la ruina lo que negaba el alarde.18
El nuevo Rey entraba al Gobierno a los 15 años; pero, nunca robusto, merecía nombrarse El Doliente y El Hechizado... Los toros muertos, con sus medias lunas menguantes, auguran derrotas de los mahometanos... Juan Gutiérrez de Padilla, lo abordamos aquí, no precisamente por tratarse de un poeta novohispano, sino de un músico ídem., (Málaga, ca. 1590-Puebla, 1664). Maestro de Capilla en Cádiz desde 1629, quien se destaca por realizar un trabajo no musicalizado -lo que se llama a capella- del autor español José de Valdivieso (1560-1638). La obra fue una Ensaladilla de Navidad donde el trabajo polifónico vocal se intitula Las estrellas se ríen y que es un juego de cañas a 3 y a 6, donde se entonaban entre otros, los siguientes versos: Atabales toca, suenan clarines, y las cañas juegan los serafines. Que bien entra su cuadrilla que bien corre, qué bien pasa, aparta, aparta, afuera, afuera, que entra el valeroso amor cuadrillero de unas cañas.19
La ensaladilla comienza advirtiendo que Porque está parida la Reina / corren toros y cañas juegan. A todo ello en lo particular nos imaginamos un gran cuadro, en la Plaza Mayor, o en el Volador, entonándose los dichos versos, o siendo interpretada por chirimías, atabales, sacabuches, flautas de pico. Ora espineta, viola da gamba, tromba marina; ora el rabel, ya la guitarra barroca o el laúd; ya la vihuela, los orlos o las bombardas... En el tendido soleado saludamos al capitán Don Alonso Ramírez de Vargas quien en su Sencilla Narración de las Fiestas Grandes por haber entrado D. Carlos II, q.D.g. en el
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Méndez Plancarte: Poetas novohispanos... (Primera parte: 1621-1721), op. Cit., p. 94. José María de Cossío: Los toros en la poesía castellana. Argentina, Espasa-Calpe, 1947. 2 vols.Vol. II., p. 56-57. 19
Gobierno publicada en 1677, incluyó su famoso Romance de los Rejoneadores bella pieza que deja evidencia de la actuación de dos nobles caballeros, Peralta y Madrazo. Un afortunado encuentro con la reproducción de esta obra,20 nos permite entender la magnitud de aquella celebración, por lo que considero importante recoger de dicha trascripción los datos más útiles para este trabajo. CIRCO MÁXIMO 21 FEROCES BESTIAS ERAN LAS QUE CONTENDÍAN en la arena de los anfiteatros, y particularmente el toro, sacrificado a Neptuno; así Silio Itálico;22 Principio statuunt aras cadit taurus victima Neptuno23 Y Virgilio, Eneida 2: Lsocon ductus Neptuno forte Sacerdos solemnes Taurum ingentem mactabat ad Aras. Festivo empleo fue para el vulgar alborozo el juego de los toros, que con intermisión de mayores ostentaciones duró seis días.24 Esta orden se observaba en los juegos circenses, dando lugar a la plebe para el vulgar regocijo, de donde también se llamaron plebeyos, sin dejar de ser grandes. Fue intimación de Su Excelencia a la acertada y siempre plausible disposición del señor don Fernando Altamirano de Velasco y Castilla, conde de Santiago, adelantado de las Islas Filipinas, señor de la Casa de Castilla y Sosa, inmediato heredero del marquesado de Salinas, como a corregidor actual desta Ciudad de México, 25 siendo único comisario de todas las fiestas que (con sus discretas ideas, partos nobilísimos de su magnanimidad generosa y vigilante anhelo, que acostumbra en el servicio de Su Majestad) sazonó la más grande, la más solemne pompa, dividida en muchas que vieron las pasadas edades y que pudieron calificar de insuperables los reinos más famosos. Con cuya resolución se escogió sitio bastante para la erección de los tablados, siéndolo la plazuela que llaman del Volador: ilustrada26 por la parte del oriente con la Real Universidad; por la del poniente, con hermosa casería; por la del sur, con el Colegio de 20
Dalmacio Rodríguez Hernández: Texto y fiesta en la literatura novohispana (1650-1700). Prefacio de José Pascual Buxó. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas y Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, 1998. 280 p. (Estudios de Cultura Literaria Novohispana, 13)., p. 193-232. 21 Francisco J. Flores Arroyuelo: Del toro en la antigüedad: Animal de culto, sacrificio, caza y fiesta. Madrid, Editorial Biblioteca Nueva, S.L., 2000. 153 p. Biblioteca Nueva. (Colección la Piel de toro, dirigida por Andrés Amorós, 11)., p. 95. Los primeros juegos romanos o magni, hechos por disposición de Tarquinio tras tomar al asalto la ciudad de Apíolas, comenzaron a celebrarse anualmente en los Idus de septiembre, y con una duración de cuatro días, que más adelante fue ampliada a siete, y por último a secuencias mayores, en el circo que se construyó en el valle que corría entre las colinas del Aventino y Palatino, y al que se le dio en apropiada correspondencia el nombre de máximo, aunque estos juegos, según parece, vinieron a sustituir, magnificados, a otros que se desarrollaban en el Capitolio en honor de Júpiter Ferestrius hechos por iniciativa de Rómulo. 22 Op. cit., p. 210. 23 Silio Itálico: Tiberio Cacio Asconio Silio Itálico (c. 26-c101 d.C.), poeta latino autor de Púnica, el poema latino más extenso. 24 Antonio de Robles asienta que el lunes 16 (de noviembre) se empezaron a jugar toros por la entrada del rey en el gobierno (duraron seis días). 25 Fernando Altamirano de Velasco: tercer sucesor del mencionado título. Fue corregidor de la Ciudad de México de 1675 a 1677. 26 Ilustrada: ilustrar: engrandecer o ennoblecer.
Porta Coeli, y por la del norte, con el Palacio. Ideóse la planta 27 por los maestros,28 ejecutada en cuadro suficientemente proporcionado. Descollóse después a la altura competente, quedando fabricado un labirinto hermoso de madera, tan bien discernido y conmensurado en gradas, aposentos, escaleras, separaciones, toldos, puertas y descombramiento, que el menor ingenioso Teseo29 (aun con la muchedumbre que los ocupaba), sin necesidad de conductores, los distinguiera, y sin auxilios industriosos, los penetrara. Fábrica tan conforme a la de los anfiteatros de los juegos circenses, que la hicieron una aun sus menores requisitos, según la descripción rigurosa de Lipsio y los demás autores, cuya contextura (oh, erudito lector) te pongo al margen para que no deseches el símbolo.30 No se echó menos la plaza mayor para circo, que lo despejado y alegre de ésta se pudo adaptar, bien que no a la grandeza que la ilustraba; saliendo a ella desde el Palacio (que está contiguo) Su Excelencia,31 asistida de los señores de la Real Audiencia, en su carroza que tiraban seis bien remendadas pías,32 seguida de otras de su noble y virtuosa familia. Engrandeció Su Excelencia un tablado ricamente adornado, como suficientemente estendido, para que lo autorizasen los demás Tribunales; asignándole todos los asientos conforme a las dignidades y personas. Seguíase otro –no menos espacioso y aderezado- convertido en un hermoso jardín, mejor que los que hicieron célebre a Chipre, cuyo campo enriquecía fértil copia de racionales flores en cada matrona conyugal Vesta. Si no era bello multiplicado oriente de tantas auroras, cuantas eran las señoras que lo hermosearon –como las otras vestales que cuenta Lipsio-, ennoblecián con su asistencia los espectáculos. Ocupó otro tablado capacísimo, y con admiración vestido de ricas ataujías, 33 el muy ilustre, muy noble y docto Cabildo de esta metrópoli, cuyos sujetos llenos de méritos son dignos del más alto cayado, de la púrpura más eminente; celebrando el motivo de tanta fiesta y asistiendo a tan debidos aplausos. Continuábase en otro bien aliñado la Real Universidad, ilustrada de tan grandes talentos que puede competir con las mayores del orbe, con quien no le bastó ser antes a la de Atenas. No faltando tan grave concurso en los otros antiguos juegos, coafirma Quintiliano 15, In ludo fuit, Et fuerunt, Et Doctores, et Medici, Et Ministri. Señaláronse otros para los abogados, relatores y demás ministros de la Real Audiencia desta Corte. Otros para los Colegios, como el Real de Cristo, etcétera, que hasta en esta distribución y concurrencias se emularon estos juegos con los magnos o consuales, como admiró Tertuliano: Quod Colegia, quod Sacerdotia, quod officia moneantur. No estaba con menos aseo el circo o plaza, regada con tan menudo cuidado que el polvo se retiró humilde a la tempestad de lluvias con que los aguadores lo sujetaron, pagando en olor barrisco el ultraje de la repulsa; quizá por observar en esto la limpieza e industria con que se regaba en los anfiteatros con aquellas conducciones o fístulas que traen varios autores, y mejor al intento Séneca, Epist. 91: Num quid dubitas, quin sparsio illa quae ex fundamentis mediae, Arenae crescens in summam altitudinem, Amphiteatri per venir, cun intentione aquae fiat? Y Antonio Musa apud Senecam, qui sparsiones adoratos imbres dixit.
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Planta: figura que forma sobre el terreno la cimentación de un edificio. Maestros: arquitectos. 29 Teseo: alusión al pasaje donde Teseo logra escapar del laberinto de Creta gracias al hilo que le proporcionó Ariadna. 30 Símbolo: la analogía o comparación: cualquiera cosa que por representación, figura o semejanza nos da a conocer o nos explica otra. 31 Fray Payo Enríquez de Ribera: fue arzobispo de la Nueva España de 1670 a 1681; y, al mismo tiempo, virrey de 1673 a 1681. 32 Pías: pía: el caballo u yegua cuya piel es manchada de varios colores. 33 Ataujías: adornos hechos de oro, plata u otros metales embutidos unos con otros con suma delicadeza y primor, y con esmaltes de varios colores. 28
Llenos ya los asientos con inumerable y vario concurso de la Ciudad y sus contornos, que a la fama de tanta fiesta incitó la curiosidad y trujo el deseo; acomodados de gratis los conocidos o con estipendio los estraños, a el alegre señuelo del templado sonoro metal para dar principio a los juegos. Attuba commisos media canit aggere ludos. Entró a despejar la plaza el señor conde de Santiago –como a quien tocaba por corregidor-; agobiando con su dispuesta gentileza la espalda a un bien formado bruto, con ferocidad hermoso y con reporte soberbio, excelencias que se las hacía parecer mayores la airosidad del impulso, la ocupación del dueño, que, procurando imitar su gravedad y denuedo, gallardeaba ufano una rica gualdrapa de negro terciopelo en cuyo campo se opuso para más gala lo blanco de unas randas o franjones de plata para que, resaltando con la guarnición lo atezado,34 luciera, a pesar del color de su ventura, lo oscuro. Equivocó sagazmente lo caballero con lo ministro con un vestido de negro terciopelo aprensado a labores, que animaba su neutral aire con la perfecta disposición de cuerpo y talle; sobresaliendo a la noche del vestido los argentados celajes de los cabos bordados de menuda plata, hilada de la prolijidad para desempeño del arte. Brillaba sobre la segunda noche del sombrero todo un firmamento de estrellas de toda magnitud en un cintillo de diamantes, que los prohijara envidioso el Ceilán, partos de sus serranías por el oriente y pureza de sus fondos como por lo precioso de sus quilates. Asistíale por delante copia de inferiores ministros de vara, respetados cocos de la plebe, a quienes seguía el número de veinte y cuatro lacayos, vestidos de bien costosas y sazonadas libreas,35 oculta casi la tela de un rico paño ala de mosca con lo recamado de la plata en randas escogidas para el intento por demás primor y aprecio. (Bandas de puntas de plata, cabos de lo mismo, que sobre anteado encendido se daba la mano uno y otro para mayor lucimiento; espadas al pavón argentadas). Sirviéndole de grave respecto dos pajes inmediatos al freno, vestidos garbosamente a la chamberga,36 que eran el blanco del buen gusto. Con esta gala y señorío paseó la plaza, a cuya respetuosa y agradable vista –sin necesidad del amago, a la dulce violencia de su aspecto, descombrado el circo- sobró el de su garbo para despejo. Apenas desocupó la plaza, encaminándose al tablado dispuesto para la nobilísima ciudad mexicana, cuando haciendo reseña los clarines para que se echase toro, Iam placidae dan signa tubae iam sortibus ardes. fumat Arena sacris. Diose al primer lunado bruto libertad limitada, y hallándose en la arena, que humeaba ardiente a las sacudidas de su formidable huella, empezaron los señuelos y silbos de los toreadores de a pie, que siempre son éstos el estreno de su furia burlada con la agilidad de hurtarles –al ejecutar la arremetida- el cuerpo; entreteniéndolos con la capa, intacta de las dos aguzadas puntas que esgrimen; librando su inmunidad en la ligereza de los movimientos; dando el golpe en vago, 37 de donde alientan más el coraje; doblando embestidas, que frustradas todas del sosiego con que los llaman y compases con que los huyen, se dan por vencidos de cansados sin necesidad de heridas que los desalienten. Siguiéronse a éstos los rejoneadores, hijos robustos de la selva, que ganaron en toda la lid generales aplausos de los cortesanos de buen gusto y de las algarazas38 vulgares. Y principalmente las dos últimas tardes, que siendo los toros más cerriles, de mayor coraje, valentía y ligereza, dieron lugar a la destreza de los toreadores; de suerte que midiéndose el brío de éstos con la osadía de aquéllos, logrando el intento de que se viese hasta dónde rayaban sus primores, pasaron más allá de admirados porque saliendo un toro (cuyo feros orgullo pudo licionar 39 de 34
Atezado: lo que tiene color negro. Libreas: vestido uniforme. 36 A la chamberga: con casaca ancha cuya longitud pasaba de las rodillas. 37 En vago: en vano: sin el sujeto u objeto a que se dirige la acción, y así se dice golpe en vago. 38 Algarazas: alborozo. Algaraza: ruido de muchas voces juntas, pero festivo y alegre. 39 Licionar: aleccionar, enseñar. 35
agilidad y violencia al más denodado parto de Jarama),40 al irritarle uno con el amago del rejón, sin respetar la punta ni recatear41 el choque, se le partió furioso redoblando rugosa la testa. Esperóle el rejoneador sosegado e intrépido, con que a un tiempo aplicándole éste la mojarra 42 en la nuca, y barbeando en la tierra precipitado el otro, se vio dos veces menguante su media luna, eclipsándole todo el viviente coraje. Quedó tendido por inmóvil el bruto y aclamado por indemne el vaquero; no siendo éste solo triunfo de su brazo, que al estímulo de la primera suerte saboreado, saliendo luego otro toro – como a sustentar el duelo del compañero vencido-, halló en la primera testarada igual ruina, midiendo el suelo con la tosca pesadumbre y exhalando por la boca de la herida el aliento. Ardió más el deseo de la venganza con el irracional instinto en otros dos, no menos valientes, que sucesivamente desocuparon el coso como explorando en el circo [a] los agresores, y encontrándo[se] con otros igualmente animosos y expertos; hallaron súbitamente a dos certeros botes,43 castigado su encono y postrada su osadía, sirviendo tanto bruto despojo de común aclamación al juego. Admirado juzgó el concurso no haber más que hacer, así en la humana industria como en la natural fuerza, y a poco espacio se vio la admiración desengañada de otra mayor que ocasionó el expectáculo siguiente. Fulminóse a la horrible palestra un rayo en un bruto cenceño y vivo, disparando fuego de sus retorcidas fatales armas, a cuyo bramoso estruendo, opuesto un alanceador montaraz tan diestro como membrudo, a pie y empuñada una asta con las dos manos, cara a cara, le seseó con un silbo a cuyo atractivo44 se fue el animal con notable violencia; y el rústico –prendiéndole el lomo con osadía y destreza, firme roca en los pies, sin apelar a fuga o estratagema- se testereó con él, deteniéndole con el fresno45 por tres veces el movimiento, sin que el toro –más colérico cuanto más detenido- pudiese dar un paso adelante; tan sujeto que, agobiando 46 el cuerpo para desprenderse del hierro, se valió deste efugio para el escape, dejando al victorioso por más fuerte, que no contento aspiraba a más triunfo buscándole la cola para rendirlo, acompañado deotro, que con una capa –imperturbable- lo llamaba y ágil lo entretenía. Afijóse47 en su greñudo espacio, y dando a fuerza de brazos en el suelo con aquella ferocidad brumosa, se le trabaron ambos de las dos llaves; y concediéndole la ventaja de levantarse, le llevaron como domesticado de aquella racional coyunda a presentar a Su Excelencia, con tanto desenfado que –ocupado el uno en quitarse la melena de los ojos- lo llevó sujeto el otro sin haber menester al compañero por algún rato; siguiéndose a esto, que caballero el uno sobre el toro, sin más silla que el adusto lomo ni más freno que la enmarañada cerviz, rodeó mucha parte de la plaza, aplaudidos entrambos con víctores y premios; siendo éstos muy parecidos a los tesalos, que concurrían en el Circo Máximo, como cuenta Suetonio Praeterea Thesalos equites, qui feros tauros perspatia circi agunt, insiliuntque de fesos et ad terram cornibus detrabunt. Ni paró el festivo juego sólo en la orgullosa fiereza de los toros, valor y maestría de los rejonistas (que fueron premiados con los mismos despojos de su brazo), sino que sirvió también de admiración entretenida ver a uno déstos correr una tarde no menos regocijada que las demás en un ligero caballo hijo del viento; y en el mismo arrebatado curso, saltar de la silla al suelo y del suelo a la silla por varias veces, ya a la diestra, ya a la sinistra, sin que le estorbase la velocidad al bruto ni el jinete le impidiese la carrera; ante sí lo paró y sujetó cuando quiso. Este ejercicio de agilidad conseguían felizmente los romanos, licionados en unos ecúleos 48 de madera; haciendo a bajar y subir sin tardanza en las escaramuzas y tumultos de la guerra, como toca Virgilio. 40
Jarama: región de España famosa por la bravura de sus toros. Recatear: evitar. 42 Mojarra: muharra: el hierro acerado que se pone en el extremo superior del asta de la bandera. 43 Botes: golpes fuertes. Botes de lanza o pica: el golpe que se da o tira con la punta de alguna de estas armas. 44 Atractivo: que lo llama. 45 Fresno: sinécdoque de lanza. 46 Agobiando: encorvando. Agobiar: inclinar o encorvar la parte superior del cuerpo hacia la tierra. 47 Afijóse: se plantó. 48 Ecúleo: artefacto que semeja a un caballo. 41
Corpora saltu subiiciunt in equos. Y especifica Vegecio49: Non tantum a tironibus, sed etiam a stipendios is militibus salitio equorum districte semper est, exacta. Quem usum usque ad hanc aetatem, licet iam cum dissimulatione, peruenisse manifestum est. Equi lignei hieme sub tecto, aestate ponebantur in campo super hos iuniores primo inermes, dum cosuetudine proficerent, demun armati cogebantur ascendere. Tantaque cura erat ut non solum a dextris, sed etiam a sinistris et insilire, et dsilire condiscerent, e vaginatos etiam gladios vel contos tenentes. Hoc eim assidua meditationes faciebant scilicet ut in tumultu proelii sine mora ascenderent, quitam studiose excercebantur in pace. No despreciando esta prenda la grandeza de Pompeyo ni la majestad del César. De grande gusto y entretenimiento fueron las cinco tardes que duraron estos juegos plebeyos, ejercitados a uso deste Nuevo Mundo; pero de mayor estimación y aprecio para los cortesanos políticos [fue] otra, de las más plausibles que puede ocupar sin ponderaciones la Fama y embarazar sus trompas, en que a uso de Madrid, mantuvieron solo dos caballeros airosos y diestros en el manejo de el rejón quebradizo y leyes precisas de la jineta 50 en el caso: don Diego Madrazo, que pasó de la Corte a estos reinos en los preludios de su juventud, y don Francisco Goñi de Peralta, hijo deste mexicano país; dos personas tan llenas de prendas cuantas reconoce esta ciudad en las estimaciones que los mira. Y porque Polimnia significa la memoria de la Fama (según Diedma), cuidadosa de que las verdinegras ondas del Lete no escondieran en la profundidad del olvido los aseos robustos con que desempeñaron valientes la lid más trabada que las que admiró Italia (en sus espectáculos venatorios); pidiendo la venia al Délfico Padre, 51 pasó con invisible vuelo desde las amenas frescuras del Premeso hasta los sudores ardientes del circo cantando así:
A continuación, vienen los versos completos de lo que, a juicio de Alfonso Méndez Plancarte es el Romance de los Rejoneadores, del propio Ramírez de Vargas.52 1677 Romance de los Rejoneadores Llegó el esperado día de aquel planeta ligero, que con la lira y las plumas azota y halaga el cierzo,53 Cuando (al despeñarse el Sol -faetón menos indiscreto, Eridano más glorioso-54 hacia el húmedo reïno) 49
Vegecio: Flavio Vegecio Renato, escritor latino del siglo IV d.C. Autor de un Epitome rei militaris. Jineta: cierto modo de andar a caballo recogidas las piernas en los estribos. 51 Délfico Padre: Apolo. 52 Méndez Plancarte: Poetas novohispanos... (Segunda parte: 1621-1721), op. Cit., p. 102. “El juego de Toros... duró seis días”; y uno de ellos, “a uso de Madrid, mantuvieron solos dos Caballeros, airosos y diestros en el manejo del Rejón quebradizo y leyes precisas de la Jineta...: D. Diego Madrazo, que pasó de la Corte a estos Reinos, y D. Fco. Goñi de Peralta, hijo de este Mexicano país”... 53 Cierzo: viento del norte frío y seco. 54 Faetón: ...Eridano, hijo de Océano y Tetis e identificado con el río Po, recogió a Faetón –hijo de Apolo que condujo el carro del Sol- después de que Júpiter lo fulminara. 50
Salió (como siempre) el Conde, y con novedad, supuesto que salir como ninguno era lucir como él mesmo, en una viviente nube, que preñada de su aliento relámpagos fulminaba en pies, en menos y en cuello; Obediente al grave impulso, templaba los ardimientos y en sus mismas inquietudes iba buscando el sosiego Con el natural instinto; sintiendo el garboso imperio, (aun bulliciosa) aprendía la gravedad de su dueño. La copia de los lacayos mendigo al número hicieron y a cuantas fecundas minas metales conciben tersos. Entró a despejar la plaza; pero fue un ocioso intento, pues cuanto iba despejando embarazaban sus siervos. Y llevándose de todos los ojos y los afectos en sus atenciones propias, quedaban con vista y ciegos. Salióse, quedando el circo tan regado y tan compuesto, que juró obediente el polvo, desde allí, de ser aseo. La Palestra quedó sola, donde entraron al momento dos Garzones tan bizarros en la gana y el denuedo, que los envidiara Jove para el dulce ministerio mejor que al arrebatado del Frigio monte soberbio. Por hacer su mesa noble
escogió para copero.55 Gallardamente mandaban dos vitales Mongibelos56 que en mal mordidas espumas tascan57 nieve y viven fuego. Ocho lacayos delante, costosos a todo resto en gala, les servían de admiración y respeto. Aire y experiencia unían, que caben a un mismo tiempo como en el arte lo airoso, en lo natural lo diestro. Para contienda tan ardua dieron el primer paseo, asegurándose el triunfo a vista de tanto objeto. Sí, que bastaba el influjo dimanado del primero asumpto, pues si era Carlos todo había de ser trofeos. Diose la seña, y al punto el coso a la lid abierto; como quien en opresiones cólera estaba haciendo, ...Salió un feroz Bruto, josco58 dos veces, en ira y pelo, el lomo encerado, y de Icaro59 el atrevimiento; La testa, tan retorcida en el greñudo embeleco, que de Cometa crinito 55
Al que arrebatado...: alusión a Ganimedes, joven que fue raptado en el monte Frigio por Júpiter y que en el Olimpo se desempeñaba como copero de los dioses. Los dos últimos versos de esta estrofa fueron suprimidos por Méndez Plancarte, quizás para formar dos cuartetas propias del romance. 56 Dos vitales Mongibelos o Etnas: los caballos fogosos. 57 Tascan: muerden. Tascar el freno: mordar los caballos o mover el bocado entre los dientes. 58 Josco: hosco: se aplica al color muy oscuro que se distingue poco del negro, pero también “llamamos toros hoscos los que tienen sobrecejos oscuros y amenazadores, que ponen miedo”. 59 Garibay K.: Mitología griega..., op. cit., p. 144. Icaro, Icario: hijo de Dédalo. Cuando su padre fabricó una máquina para volar y evadir la prisión en que le había puesto Minos, le hizo sus alas de armazón de madera y cera. Y le recomendó que no volara tan alto que el sol le derritiera la cera y viniera abajo, ni tan bajo, que humedeciera el mar sus alas. No hizo caso el joven y se encumbró, con lo cual sus alas se deshicieron y cayó en el mar, llamado más tarde Icario por razón de su historia.
juró amenazando el cerco; Sí, que en la frente erigía (mortal pronóstico siendo) de los dos lunados rayos el semicírculo negro; La cola, encima del anca, formaba desde su centro una víbora enroscada de más eficaz veneno. A suerte los Contenedores60 su valentía tuvieron, que alcanza mayor victoria donde obra más el esfuerzo, Y haciendo juguete airoso de su furia y de su ceño, con esperalle el cuidado le castigaba el desprecio, Hasta que precipitado, en ondas de sangre envuelto, deshecha la cera a rayos,61 llamáronle el Mar Bermejo. Con lo demás fue lo propio: domellados los descuellos, que sólo la audacia noble libró en el yerro el acierto. ...No tan rápido Jarama se precipita soberbio sobre el escollo más firme, sobre el roble más entero, Y con undosos bramidos puebla el páramo de estruendo, esgrimiendo en los cristales sus dos retorcidos cuernos, Y hechos pedazos sus vidrios a heridas que le da el cerro, ligero pasa, y pretende sólo el escapar huyendo, Donde encontrando la grama 60
Contenedores: los rejoneadores. Contenedor: el opuesto o contrario en la pelea, lidia, disputa o contienda con otro. 61 Hasta que precipitado...: Ícaro: el que voló tan alto con las alas de cera, que el Sol se las derritió, precipitándolo al mar.
parece que va paciendo su esmeralda, recelando los choques y los encuentros, A cuyo valiente impulso que allí le resiste opuesto, sangre cándida derrama por su enmarañado cuello: Como cada fiero Bruto que por lo bruto y lo fiero se arrojaba a sólo ser en tantas partes deshecho, Cuantos eran los rejones que fulminaban sangrientos Peralta, escollo en la silla, y Madrazo, bien puesto62 Roble, en cuya ardiente lucha coral la cerviz vertiendo, en Aquelóos63 undosos a los Brutos convirtieron... Nunca estuvieron gravados a la sujeción del duelo, que no padece fortuna el arte cuando es perfecto. Aras le erijan los que hicieron peligro el riesgo, que sólo pueden los dos hacer primor el empeño. Purpúreo lo publicaba el fresno herrado en fragmentos, que siendo la astilla azote, era consistencia el yerro. ...Curioso lector, aquí con más atención te quiero: verás aquesta vez sola hacer gala lo sangriento. Salió el robador de Europa64 mentido en un tosco gesto, mostrando en valor y orgullo 62
Puesto: Méndez Plancarte enmienda opuesto, quizá para completar el octosílabo. Aquelóos: numen fluvial, padre de las sirenas, trocado de río en toro para luchar contra Hércules, quien le arrancó un cuerno, que fue el de la abundancia (Ovidio, Met. 9, 80-8) y aquí la opuesta metamorfosis: los toros, al desangrarse, tórnanse ríos. 64 Robador de Europa: El mentido robador de Europa (Góng. Soled. I, 2), es Júpiter disfrazado de toro, y aquí dejando ver en él lo fulminante y lo excelso. 63
lo fulminante y lo excelso. Llamóle Madrazo, a cuyo impulso, el rejón deshecho, con quedar medio en la nuca, voló al aire el otro medio. Admiróse; mas Peralta, viendo embarazado el centro de la testa, en ambos lados le dejó otros dos suspensos, Tan igualmente quebrados, con tal fortaleza impresos, que un penacho de carmín todos los tres parecieron, Hasta que el Bruto, mirando era, más que adorno, juego, de plumaje tan pesado quiso desasirse presto, Y de la frente sañuda los dos troncos sacudiendo, despidió a encender los otros allá en la región del Fuego. Quebró veinte y seis rejones, y según iba, de fresnos dejara la selva libre, quedara el bosque desierto, y -a ser la piel de Cartago-65 en cada animal horrendo reino la hiciera de puntos con Repúblicas de abeto... No fueron menos los que logró en su valor don Diego, que el número es ceremonia si lo supone el aliento. No se le atrevieron todos, que al amago sólo atentos, recelando su rüina, hicieron sagrado el miedo; Viéndolo tan cortesano, hipócritamente huyendo, para obligarlo cobardes 65
Piel de Cartago...: Dido, para fundar su Ciudad, compró el terrero que abarcara una piel de toro; mas no lo cubrió con ella, sino lo cercó con finísimas correas, logrando amplia extensión... (Eneida, I, 368).
se valieron del respecto. La tarde, toda a porfía hábito el tesón hicieron, con tantos actos heroicos, que les hizo agravio el tiempo, Porque envidiosas las sombras tendieron su manto denso, pero no pudo la noche estorbar sus licimientos.66 Los hipérboles cesaron aquí, lugar no tuvieron; sirvan allá discurridos sólo al encarecimiento.67 Terminó las métricas graves cláusulas Polimnia encomendado a la inmortalidad el aplauso y obligando al tiempo a hacer una caución juratoria de que, a pesar del desmedido inconstante vuelo, grabaría, en las imperceptibles alas, la perpetuidad de sus nombres.
De la Máscara grave, lucida sin imitación, costosa sin ejemplar, de la nobleza de México, 68 donde hubo durante las seis noches luminarias en medio de gran lucimiento, y demostraciones a caballo al grado de que: Su luz el Sol despeñó entre lóbregos desmayos, y como en el mar cayó, todo el oro de sus rayos sal y agua se volvió. La noche quiso oponer sus sombras al ardimiento, y por no poderlo ver a todo su lucimiento se lo quiso obscurecer. En fin, llegóse a apagar en el piélago, que inquiere ese ardiente luminar, que cada día se muere y vuelve a resucitar. Cuando en el parque se vio toda la caballería 66
Licimientos: lucimientos. Rodríguez Hernández: Texto y fiesta en la..., op. cit., p. 218-222; Méndez Plancarte: Poetas..., (1621-1721) Parte segunda, op. Cit., p. 91-92. 68 Ibidem., p. 222. Miércoles 25, día de Santa Catalina, fue la máscara de los caballeros; salieron como doscientos cincuenta hombres; las libreas fueron tan buenas que no hay ejemplar desde que se descubrió México que se había mejorado; pasó por la calle de San Bernardo a las ocho de la noche y fue a la Inquisición a las Nueve.(Diario, 205). 67
y de allí a plaza salió con tan grande bizarría, que igualada se excedió. De todos el gasto a posta competía en el empeño, y llegaron por la posta69 al puerto del desempeño andando de costa en costa. Tan bien puestos y ajustados de la jineta a los modos salieron con desenfados, que con ser tan vivos todos me parecieron pintados. Bien a muchos esta vez la brida les ajustaba, y con igual interés cada cual se acompañaba con otro de su jaez. Repartióse singular un iris de mil primores porque pudiesen campar, que no es siempre avergonzar esto de salir de colores.70 Cuatro les dio la fortuna y el gusto sin elegirlas, y con no escusar ninguna al llegar a repartirlas todos se hicieron a una. Mas porque todos estéis, oh, lectores importunos, en el caso y lo admiréis, fue la color de unos blanca, como ya sabéis. A otros cupo la encarnada, y juraré por mi vida que viéndolos a la entrada con ser gente tan lucida, fue aquésta la más gradada. Mas si el purpúreo clavel con artificio lucido de aquéste forma un vergel, ambar espira vestido 69 70
Por la posta: la prisa, la presteza y la velocidad en que se ejecuta alguna cosa. Salir colores: salir los colores al rostro: por empacho, vergüenza o corrimiento.
del blanco jasmín aquél. Color muerto no lo ha habido ni apagado en el decoro de ejército tan lucido, porque iba en ascuas de oro el anteado71 encendido. Lo cerúleo es bien se apreste, pues lugar al gasto dio, y sacando ufanos éste, en el azul se cumplió lo de cueste lo que cueste. El matiz estuvo raro en su consono72 esplendor; mas si en mi elección reparo, el azul fue lo mejor, y lo digo por lo claro. Escogidos con desvelos fueron para la ocasión todos cuatro sin recelos, pero el azul sin ficción me pareció de los cielos. De dos en dos sin rumor, compañeros en la gala, salieron, y en el primor, porque cada uno se iguala con otro de su color. Los lacayos de mil modos vestidos iban galanes, en diversos trajes todos: esguízaros73 y alemanes, cimbrios, lombardos y godos. Otros ricamente ufanos con aplaudidos decoros por de-sastres inhumanos, siendo unos buenos cristianos, iban vestidos de moros. Con estudios placenteros, cada lacayo se ensaya en los trajes noveleros74 de los reinos estranjeros, 71
Anteado: especie de color dorado bajo. Consono: en consonancia: conveniente, correspondiente, concordante y conforme con otra cosa. 73 Esquízaros: suizos. 74 Novelero: amigo de las novedades, ficciones y cuentos. 72
que el festín pasó de raya. Otros vistieron después la francesa con desgarro, mas según el humor es, porque un español bizarro parecía mal francés. De naciones esquisitas ibas otros (embrazado el arco, doy las escritas aquí, que siempre he escusado el poner al margen citas). Vestidos de cortesanos unos negros se veían con crédito y altiveces negros tan negros, que hacer podían tórrida la Noruega con sus teces, y blanca la Etiopia con sus manos. Solo el traje del indio sobre que ninguno lo ha vestido, mas como vive entre el robre,75 lo dejó por escondido o lo perdonó por pobre. Dando a los ojos delicia, cada librea acabada salir pudo sin malicia con el pleito de pasa puesta en tela de justicia. Fueron leales ambiciones el sacar diversos trajes de que sigan sus pendones, rindiéndole vasallajes al Rey todas las naciones. Llegó lo rico y galante a lo imposible –confieso-, pues diciendo allí delante: ¿hay exceso semejante? hubo semejante exceso. Los brutos que a mi sentir llegaron a gobernar, con ellos no hay competir, que frío se ha de quedar el señor Guadalquivir;
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Robre: roble.
Pues si dicen que a engendrallos va allí el Böreas76 sin sosiego y nacen para admirallos el regañón77 y el gallego78 en figuras de caballos, Acá, lozanos y prestos, del fuego y aire que cruza son partos graves, dispuestos, aunque no tengan aquéstos aquella estrella andaluza. Que con una hacha saliera el uno y otro a ordenalles se vino, porque se viera; y lucieron en las calles por una y por otra cera.79 Con esta gala y decencia para salir no se atrasa de alguno la diligencia, y yendo allá su Excelencia, decían todos plaza, plaza. Descrebilla será error, aunque el precepto me incita, porque fue de tal primor su adorno, que necesita de más ardiente orador. Mas si al superior amago un súbdito no sosiega -aunque no veo lo que hago-, parece que satisfago con una obediencia ciega. El palenque claro está que bien enramado fue, pues dirigido hacia allá florecía a vista de la Ribera de Alcalá.80 Dicha de nuestro horizonte que en verdes floridas señas, aunque lloren en el monte, sólo allí estaban risueñas las hermanas de Faetone.81 76
A engendrallos / va allí el Bóreas: Boreas, hijo de Astreo y de Eos, es dios del viento del norte. Engendró con Harpía velocísimos caballos. 77 Regañón: el viento septentrional [norte] por lo molesto y desabrido que es. 78 Gallego: el viento cauro [noroeste] porque viene de la parte de Galicia. 79 Cera: acera. 80 Ribera de Alcalá: fray Payo fue catedrático de teología en Alcalá.
Veinte columnas no escasa luz brillaban oportunas, con quien la del Sol se atrasa; sí, que tenía cada una bien asentada su basa; Pues donde llegó a rayar82 no hay ejemplar en ningunas, muy bien se pueden llevar el Non plus estas columnas, que hasta allí pudo llegar. Tanta luz, tanto farol al circo se entró de tajo, que en obsequioso arrebol sin bastarías del Sol el cielo se vino abajo. Aun lo insensible de veras gustos rebosó logrados con sus luces placenteras, que votivos los tablados todos se hicieron lumbreras. Y en el aplauso fiel de asumpto tanto (que eternas edades ciña el laurel) innumerables linternas hicieron mucho papel. No admiró en su antigüedad Roma tanta llama fina, bien que sin voracidad, que lo que allá fue rüina, acá fue celebridad. Y como se había bajado a la plaza el firmamento -de lucero amontonado tanta copia-, a lo que siento, era del cielo un traslado. Sitio bastó a sus centellas con tener más resplandores, vanidad haciendo dellas, porque bajar las estrellas antes fue alzarse a mayores.
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Las hermanas de Faetone: las Helíades, quienes lloraron amargamente por la muerte de Faetón, y fueron transformadas en álamos. 82 Rayar: sobresalir y distinguirse entre otros.
Trocóse el curso sucinto del Sol al festivo amago, y en tan raro labirinto, siendo de santo distinto, fue este día de Santiago. Aquel airoso traslado de su padre en lo lucido, de sí mismo en lo ajustado, el que es en todo medido siendo tan Adelantado. El que por luz superior está al desengaño asido, el que anda con fino ardor de sí propio corregido para ser Corregidor. Pintarle no he de escusallo, antes el deseo crece, sólo podré dibujallo cuando pintado aparece el Conde sobre un caballo. Aunque el afecto a mi ver me lleva, corto he de andar porque esto que llego a hacer no es pintar como querer,83 sí, querer como pintar. Atiende al pincel más rudo en tan altas perfecciones, oh lector, yo no lo dudo, que sólo el objeto mudo está llamando atenciones. Garboso el talle, el brazo descuidado, suelto a el aire, que el mesmo se hacía, pues si diestro dos veces lo ejercía, iba en ocios galantes ocupado. Nunca siniestro el otro era entregado al gobierno de un céfiro que ardía: un tordillo galán, a quien había uno y otro elemento organizado. El rostro grave bien que descubría visos lo afable con lo serio unido, haciendo opuestos consona armonía. En todo tan discreto y tan lucido, 83
Pintar como querer: de los que a su modo fingen y cuentan las cosas como quieren.
que de su imperio, gala y bizarría hasta el bruto se dio por entendido. En tan cándidos empleos de los colores que dio para sí, por más trofeos la divisa que eligió fue el blanco de sus deseos. Y porque fuera perfecto a la majestad que exhala el fausto (que bien electo), fueron los cabos de gala y el vestido de respeto. Pero a decir me acomodo que uno solo lo igualaba en la grandeza, en el modo, en las libreas, que en todo vivero84 le acompañaba. Y porque fuera imperfecto este borrón material, sólo bosquejarlo aceto,85 que quedara desigual a no hacerle este soneto.86 Iba de el Valle el Conde esclarecido, honor de los Viveros generoso, en un bridón, aborto87 prodigioso, de su misma violencia detenido. Por boca y narices, encendido, desahogar quisiera lo fogoso, y hace –al tascar el freno imperïosocopos de espuma el alacrán88 mordido. Por la falta de el anca y por la cumbre del bien crinado cuello, demostraba nieve en sudor de su ardiente pesadumbre. El fuego en sus quietudes ocultaba; y viendo nieve expuesta, oculta lumbre, era el volcán, sin duda, de Orizaba. Cada lacayo, un brinquiño,89 Vivero: el conde del Valle de Orizaba, “el principesco señor de la casa de los Azulejos”. Aceto: acepto. 86 Este soneto: lo reprodujo Méndez Plancarte con el título de “El Caballo del Conde del Valle de Orizaba” Méndez Plancarte: Poetas..., (1621-1721) Parte primera, op. Cit., p. 92. 87 Aborto: se toma frecuentemente por cosa prodigiosa, suceso extraordinario y portento raro. 88 Alacrán: pieza del freno de los caballos, a manera de gancho retorcido. 84 85
parecía sayagués,90 vistiendo -¡qué lindo aliño!-, la pureza del armiño que tan celebrada es. Con aquesta majestad fueron capitaneando la nobleza y la lealtad, y hasta la brutalidad91 iba de gusto danzando. Los clarineros sin tretas por delante engalanados, vistiendo galas tan netas, iban todos muy hinchados, siendo unos pobres trompetas.92 Entraron con gran placer en la plaza, y no cabía, del concurso, a mí entender, un alguacil, que no había donde echar un alfiler.93 Nuestro Visorrey, que espera tanta pompa, alborozado celebra al Rey, que en su esfera es de un Príncipe el cuidado y es el afán de Ribera; Él, que por alta moción, del redil con la influencia, del gobierno con la unión, es dos por jurisdicción y único por Excelencia. Cada Licurgo94 ajustado no tenía más negocio que el objeto celebrado, pues, sirviendo en el cuidado, le festejan en el ocio. Asistían sus anhelos con los demás Tribunales, viendo en sus leales celos de Ministros los desvelos vueltos en fiestas reales. 89
Brinquiño: estar hecho un brinquiño: frase que se aplica y dice del que es muy prolijo o aseado en su modo de andar y vestir y que se precia de galán y compuesto. 90 Sayagués: apodo de grosero y tosco, porque los de Sayago lo son mucho. 91 Brutalidad: los caballos. 92 Pobres trompetas: expresión con que se desprecia a alguno y se le nota de hombre bajo y de poca utilidad. 93 Alfiler: en germanía, policía. 94 Licurgo: famoso legislador de Esparta.
De matronas se seguía un oriente en un tablado donde el Sol amanecía, y a excesos multiplicado hicieron la noche día. A tanta vista, a atención tanta, la Real presencia viendo en representación, se iban acercando con muchísima reverencia; Tanta que, sin ser desaire, las hachas con que lucían en tan garboso donaire, viendo con el que la hacían, se las apagaba el aire; Mas fueron sostituidas de joyas en cada broche, y en todas tan excedidas, que nunca se vio la noche con tinieblas más lucidas. Prosiguieron el paseo con tal serie y prevención, que en el discreto rodeo no vio el militar empleo tan bien dispuesto escuadrón. Esta pompa repitieron otro día95 cuando el coche del Sol96 más templado vieron, que tanto asumpto quisieron celebrar de día y de noche. Esta tarde hizo alarde del gusto la bizarría; mas quisiera no cobarde que así fuese cada día, pero no de tarde en tarde. Hasta las nubes por ver tanta fiesta –alborotadas del susto, aunque de placer como estaban tan preñadasse les antojó llover.
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Jueves 26, volvió a salir la máscara por la tarde, y entró en la Plaza, y corrieron los caballeros delante del señor virrey y audiencia (Diario, 205). 96 Coche del Sol: alusión al carro del Sol, que conducía Apolo.
Cuyos húmedos efectos gustaron, que así lo fragua lo franco; y en los sujetos, calabobos97 no era el agua, antes fue cala discretos; Que intentaron destruir las libreas brilladoras y cuanto vino a lucir, porque galas tan señoras no volvieran a servir. Ningunos98 se detuvieron ni llegaron a encubrir, pues tan nobles anduvieron que sin reboso99 lucir y sin máscara pudieron.100
Esto es parte de una gran pieza poética que, en muchas ocasiones de fiesta quedó como testimonio de importantes conmemoraciones, conservada en la memoria del siglo XVII, mismo que comienza a mostrar pequeñas pero definitivas modificaciones en el curso de un espectáculo que durante el siglo que nos congrega, vivirá cambios telúricos definitivos. Finalmente, debo apuntar el hecho de que el muestrario en términos poéticos es abundante. Pero si lo es en ese sentido, mayor es aquel que reúne la importante cantidad de relaciones y descripciones de fiestas, que, para el cometido de un trabajo como este, me parece más oportuno dejarlo para otra ocasión. No me queda sino mencionar el hecho de que durante el virreinato, fueron muchas las evidencias que ahora nos dan un panorama mejor sobre el papel que jugaron los nobles, pero también los criollos, y los plebeyos, al margen de ciertas medidas restrictivas, así como por el hecho de no pertenecer a una elite específica, se anteponía una limitación, que solo fue notoria en el ámbito urbano. En aquel otro espacio, el rural, las cosas fueron diferentes y allí pudo ser posible la construcción de otro fuerte sustento cuyo discurso luego se pudo conocer en las grandes ciudades, por vía de una silenciosa comunicación que devino riqueza ornamental, bastedad arquitectónica; elementos ambos que dieron la más importante de las expresiones caballeresco-taurinas en aquel período histórico, lleno, como se ve, de abundante noticias. Por hoy, sólo han quedado integradas las que me permiten un primer alcance, que no será, ni el primero ni tampoco el último. Volviendo a José María de Cossío, este apunta que la lanzada parece la más vieja suerte caballeresca practicada con los toros, y puede corresponder a la tradición de la monta a la brida. Para el rejoneo es indispensable la monta a la jineta.101 Es importante precisar que ya, entre los primeros tratados que se ocuparon de dichos ejercicios ecuestres, es, el de Gonzalo Argote de Molina “Libro de la Montería”, publicado en Sevilla en 1582 a encargo de Alfonso XI, que en su capítulo XXXIX cite que la lanzada a los toros también “se hace con toros cimarrones en las Indias occidentales, o con bisontes y uros en Polonia…”, lo que indica lo abonado que encontraba dicha práctica no solo en España. 97
Calabobos: lluvia menuda. Ningunos: adj. indefinido que antiguamente solía usarse en plural. 99 Rebozo: embozo. 100 Rodríguez Hernández: Texto y fiesta en la..., op. cit., p. 222-230. 101 Cossío: Los toros. Tratado técnico… op. Cit., V. 2, p. 4. 98
También es en otros sitios de suyo distantes, aunque no tanto si para ello tuviese como informante directo al propio Juan Suárez de Peralta que dos años antes publica su Tratado de la jineta y la brida…, cuyo basamento es la experiencia que, como criollo novohispano tiene, entre por lo menos los años de 1560 a 1575. José Álvarez del Villar dice que, como tratado de equitación, nos revela los métodos y procedimientos que usaron los jinetes mexicanos (en por lo menos el último tercio del siglo XVI. N. del A.), cuando aquellos hombres a caballo alcanzaron fama de ser los mejores del mundo (según lo afirmaba el propio Suárez de Peralta), y si las técnicas han de justificar por sus resultados, ningún elogio mejor puédese hacer de ellas.102 Lo interesante, hasta aquí, es que un personaje de la talla de Gonzalo Argote de Molina se haya ocupado de circunstancias que en aquel momento dimensionaban las capacidades no solo del imperio. También de sus hombres. Sin embargo, lo que se hace con toros cimarrones en las Indias occidentales, es fruto y obra de novohispanos que, como Suárez de Peralta y muchos otros están desarrollando en un espacio y un ambiente en el que surte efecto un anhelo de emancipación. De ahí que la labor de esos mismos caballeros americanos se vea reflejada en el siguiente pasaje. MOCTEZUMA Y ATAHUALPA EN LA CORTE DE LAS ESPAÑAS. 103 El sucedido que viene a continuación es, a mi parecer, una auténtica joya. Y lo sustento luego de haber revisado diversas fuentes, sin encontrar siquiera alguna insinuación, por sesgada que esta fuera de un acontecimiento que se relaciona con la visita de importantes personajes americanos a la corte de Felipe II en 1572. Revisadas las obras de Nicolás Rangel, José de Jesús Núñez y Domínguez, José Álvarez del Villar, Heriberto Lanfranchi, Benjamín Flores Hernández, Ángel López Cantos, e incluso la del propio José María de Cossío entre otras más, 104 ninguna menciona lo que a continuación podrán leer. Gran alfombra, de Bujara o de Flandes, cubre toda la anchurosa estancia. Entre los bufetillos, los contadores, los sillones, las silletas de caderas, hay mullidos almadraques de seda en los que se sientan las damas. Sus basquiñas y sus justillos, rojos, azules, amarillos, violetas, verdes, tienen un grato resalte en la penumbra, brillan sus guarniciones de oro, albean sus encajes. Los caballeros van y vienen por la estancia; están de pie ante las damas, sonríen y dicen cosas agradables. La conversación tiene un rumor cálido. La tarde unta sus tenues luces en los cristales de los balcones, y a través de ellos deja ver sus celajes, de un femenino tornasol de rosa. Entran en la cuerda doncellas y pajes; presentan ante las damas y los señores, poniendo la rodilla en tierra, anchas bandejas de plata cincelada, en las que hay frágil repostería conventual, confituras gloriosas o finas copas, en las que muestran sus colores la aloja, el rosoli y la clarea. Se ven las manos blancas y delicadas que, con leve ademán, alzan los sutiles cristales, en los que se posan con delicia las bocas, o levantan los quebradizos hojaldes, los encanelados, gaznates y los canutillos de suplicaciones con que se entretiene el refresco. Después de hablar de unos brocados, de unos tabíes, de unas capicholas, de unos jametes y de unos terciopelos de tres altos, que le llegaron en el último galeón al mercader Lesama, se pondera mucho el sermón que Fray Alonso de Alcalá oró en San Francisco, con gran despejo y elegancia, y se dice luego de una monja iluminada y extática, que cuando está en oración dizque 102
Juan Suárez de Peralta: Tractado de la Cavallería jineta y de la brida: en el qual se contiene muchos primores, así en las señales de los cavallos, como en las condiciones: colores y talles: y como se ha de hazer un hombre de á caballo (...) En Sevilla, año de 1580. México, La Afición, 1950. 149 p. Ils., p. 5. 103 Artemio de Valle-Arizpe: Libro de estampas. México, Editorial Patria, S.A., 1959. 231 p. (Tradiciones, leyendas y sucedidos del México Virreinal, XIII)., p. 45-51. 104 Véase bibliografía.
se eleva ocho palmos sobre el suelo. Después pasa gentilmente la plática a comentar la lucida fiesta, en que los principales señores de la ciudad hicieron escaramuzas, jugaron alcancías, pandorgas y estafermos, arrojaron bohordos y corrieron la sortija en la Plaza Mayor, rigiendo sus corceles con gran destreza y donaire. Ya que viene la conversación a este punto, dice el fastuoso minero don Gil Dorantes de Almanza, he de leeros en esta tarde la carta que me ha mandado desde Madrid mi primo el conde. Con esta carta yo me he puesto vano al saber lo bien que lo han hecho mis paisanos en la Corte de las Españas. Aquí está la carta. Después de la cruz y del cordial tratamiento que me da mi primo el conde, me dice que recibió el chocolate que le envié para los padres jerónimos, y que él se dejó, claro, unos olorosos tablillones; que su hija, doña Sol, ha entrado monja en las Descalzas Reales; y que con el padre jesuita Pedro Sánchez, que manda a estas Indias a fundar colegios el padre Francisco de Borja, que en el siglo se llamó el marqués de Bombay, que con ese padre me remite una arqueta con reliquias y un libro famoso que anda allá de mano en mano, y que se rotula Vida del Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, y a seguida me dice que en Madrid no se habla de otra cosa sino de lo muy jinetes que son los de México, con motivo de la brillante fiesta con que obsequiaron al rey nuestro señor don Felipe II el día de su santo, el 23 de enero de este año de gracia de 1572, varios caballeros mexicanos y peruanos, que se encuentran en la Corte105 negociando varios asuntos, y que allí todo el mundo se hace lenguas ponderando su agilidad y maestría, porque son los de esta tierra los mejores hombres de a caballo que han visto. Oigan lo que a ese respecto dice la carta que me ha mandado mi primo el conde: “La plaza que está delante de Palacio se atajó con tablados, señalados a los Consejos y a los grandes y otras personas, dejando un gran cuadro para la fiesta, muy bien aderezado el suelo y tenía dos puertas, la una junto a San Gil y la otra arrimada al muro fronterizo de las caballerizas, y toda la gente, procuró ir muy temprano, porque se creía que había de haber gran apretura, por tenerse concedido gran opinión de que había de ser muy buena fiesta. “Sus Majestades el rey y la reina, nuestro señores, se pusieron en la reja grande que está sobre la segunda puerta de Palacio, donde estuvieron la serenísima princesa de Portugal y los príncipes de Bohemia y las damas en sus lugares, y todo lo demás de Palacio y de la plaza lleno de gente esperando los jugadores, los cuales, casi a las cuatro de la tarde, llegaron con gran música de trompetas y atabales y menestrales, y vinieron hechos dos alas, cada una de veinte caballeros y cada ala dividida en cuatro cuadrillas. Entraron todos con sus lanzas y adargas. Los de la una ala eran veinte caballeros de la Nueva España, y los de la otra eran veinte caballeros del Perú. “Los del Perú venían vestidos a modo de indios de cierta provincia que hay en aquel reino, con camisetas de terciopelo amarillo y mantas de raso amarillo con ciertas bordaduras muy anchas de plata, que casi tomaban todos los campos, y en las cabezas los tocados que suelen traer aquellos indios, que son como albaneses, de terciopelo negro, y una media luna y una saeta de chapería de plata muy grandes, sobre los capeletes y muchas plumas en ellos. Delante de los pechos traían una plancha de plata bruñida y en los brazos brazaletes de la misma plata, y sus máscaras, hechas al natural, como de indios, con sus perlas o piedras en las barbas y gregüescos de terciopelo amarillo y borceguíes colorados con lazos grandes, todos de una misma hechura. “Los de Nueva España también venían vestidos al modo de aquella provincia, con camisetas de raso encarnado y mantas de terciopelo verde aforrado en raso blanco. Las camisetas venían guarnecidas con ciertos bastones y follajes romanos, hechos de chapería de plata, con sus largos de la mesma chapería, que los tomaban todos. Las mantas también estaban guarnecidas con otra chapería de plata, que tomaban desde los codos hasta los hombros, donde se ponían muy grandes plumajes y lo mesmo en las cabezas. Traían todos caballeras de una mesma manera y máscaras con sus esmeraldas en las barbas, y gregüescos de terciopelo verde y los borceguíes como los del otro puesto. 105
Conviene apuntar que en 1561, Felipe II trasladó la Corte de la imperial Toledo a Madrid.
“Ninguno de todos cuarenta obo que no llevase cuatro o cinco caballos, con muy buenos jaeces, y los más comprados de nuevo para la fiesta. En medio destas dos alas de los cuarenta caballeros venían unas andas, en que se traían dos hombres muy ricamente vestidos, a modo de indios, que representaban a Moctezuma, rey de México y Nueva España, y Atahualpa, rey del Perú. Traían las andas ciertos indios y alrededor dellas venían ciento y veinte indios a pie, la mitad vestidos al modo de México, con flechas y saetas en las manos y la otra mitad del Perú, con sus máscaras y plumas, tan al natural los unos y los otros, que quien conoce los que allá viven afirmara ser estos dellos. Todos venían gritando como suelen hacer los indios en sus regocijos. “Con esta orden parecieron estos dos reyes ante Su Majestad; diciéndose que habían sabido el próspero nacimiento del príncipe don Fernando, nuestro señor, y que venían de sus tierras con aquellos sus vasallos a regocijar tan buena nueva. Su Majestad los mandó subir a un tablado que estaba hecho para aquel efecto, donde estuvieron con sus sombras de plumaje y sus mascadores grandes, en la forma que solían andar los que representaban, y habiéndolos puesto en su tablado, los cuarenta caballeros, habiendo hecho su acatamiento, se volvieron a salir por la mesma puerta de hacia San Gil, por donde habían entrado. “Fuéronse los cuarenta caballeros por detrás de los tablados hasta la otra parte que esta junto al muro frontero de las caballerizas, y de allí, con toda su música delante, hicieron su entrada de juego de cañas, tan concertadamente y tan como hombres de a caballo, que pocas se han visto en este reino más dignas de ser vistas, porque todos los caballos que llevaban eran escogidos y ellos muy usados en aquel ejercicio. “Después corrieron de dos en dos por toda la plaza, hasta que se les cansaron los caballos y se tornaron a salir por la mesma puerta y tomaron otros, y con sus adargas y varas tornaron a entrar, también corriendo, hasta que vinieron a quedar en los puestos donde habían de jugar. “Comenzaron, desde luego, el juego, el cual duró tres cuartos de hora, con grandísimo concierto y orden, porque los cinco que salían cada vez no volvían a donde salieron, sino al lugar más bajo en aquella hilera, y en partiendo ellos se llegaban otros cinco a ocupar aquel puesto de donde habían de partir, y los contrarios nunca partían de su puesto hasta que los que venían habían desembarazado y tenían vueltos los rostros de los caballos para retirarse, y desta manera nunca obo desconcierto, ni caballos rezagados, y fue mucho no haber algún caballo desbocado que no parase hasta meterse por el puesto contrario, y aunque traían determinación y alientos para jugar una hora entera, como lo suelen hacer en las Indias, pareciéndole a Su Majestad que los caballeros andaban muy cansados, mandó que los menestrales los despartiesen, y ansí se salieron todos en buen orden, sin turbar los puestos, ni aun sin dejar los compañeros, y tomando otros caballos frescos, con sus lanzas y adargas, volvieron a entrar al galope por la puerta y comenzaron entre sí una escaramuza cuan bien ordenada se puede imaginar y tan semejante a la verdadera, que no faltaba sino alancearse. En la cual se mostraron todos hombres muy diestros a caballo, porque, con andar tan mezclados que apenas se conocían, en un punto se tornaban a dividir los puestos, saliendo unos de otros como si nunca se obieran juntado, y desta manera duró buen rato la escaramuza, que a todos pareció cosa muy nueva y muy señalada. “Sintiendo ya cansados los caballos, se volvieron a salir de la plaza, y tomando otros con varas en las manos, tornaron a entrar en ella y corrieron muchas carreras de dos en dos y de cinco en cinco, y después de veinte en veinte, lo cual duró hasta que les faltó la luz y entonces volvieron a tomar a sus reyes como los habían traído y haciendo acatamiento a Sus Majestades, se salieron de la plaza, y tomando hachas encendidas anduvieron de la mesma manera por las calles de Madrid, con gran regocijo y contento de los que no habían visto la fiesta. “A su Majestad don Felipe II le pareció tan bien la fiesta, que les envió agradecer cuán bien lo habían hecho y la obligación que se quedaba de hacelles por ello merced; y en un billete que sobre ello escribió al presidente del Consejo de Indias, decía tres veces que la fiesta había sido muy buena, y es cosa bien de considerar que de solos los negociantes de aquellas provincias que aquí se hallaron, se haya podido ordenar una tan lucida y señalada fiesta, que no hay quien haya visto en Castilla otra más concertada: que cuanto a la riqueza bien se entenderá que tal fue pues se cree que les ha costado más de diez mil ducados”.
Aquí da fin a la carta de mi primo el conde, con la data de 12 de febrero de 1572. ¿No es esto para alegrarse y para que esté complacido nuestro orgullo? Sabemos bien que todo lo que se diga de nuestros paisanos en lo tocante a vaquear y al manejo del caballo, ninguna hipérbole es encomio, ninguna exageración arrojo. Así es que a mí no me extraña que hayan tenido tantos panegiristas como lenguas hay en la Corte. Damas y caballeros van a decir ya con alborozo, comentando esa carta vivaz y colorida, encarecidos loores de los caballeros mexicanos que llevaron su destreza hípica y el esplendor de su lujo a la villa de Madrid; damas y caballeros van a decir esas cosas y otras más, cuando un criado, alzando la gran cortina de la puerta, anuncia solemne: ¿El señor inquisidor mayor! Lo cual abrió un vasto y anhelante silencio en la tertulia.
La presente tradición, leyenda y sucedido del México Virreinal, posee una serie de matices, entre los que llaman la atención varios aspectos, a saber: 1.-¿Quiénes eran los dichos “caballeros mexicanos y peruanos”, y que asuntos los llevaron a la Corte en una ocasión tan especial y que coincide al celebrarse el día de su santo del monarca? 2.-Es curioso el hecho de que, justo en aquel año se expidió una real cédula, determinando la agrupación de los caballeros en cofradía, 106 bajo la advocación de algún santo, para celebrar justas, torneos y otros ejercicios militares, siendo los caballeros de dicha localidad los primeros que, en junta de 3 de agosto de 1573 acordaron la creación de la maestranza rondeña. ¿Tales señores convinieron o participaron en dicha creación, con el nombre de Cofradía del Espíritu Santo? 3.-¿Se trata de alguna posición específica de aquellos 40 caballeros para confirmarle al monarca su lealtad, pero también su desacuerdo en cuanto a no intervenir ni aceptar levantamientos como los ocurridos con los hermanos Ávila y Martín Cortés en 1566 o el muy desagradable de Lope de Aguirre, luego de sus iniciales declaraciones de rebeldía y/o de independencia, hecho ocurrido en los momentos de realizarse la búsqueda y conquista de el Dorado, que fue provincia y jurisdicción de la audiencia de Santo Domingo en 1542? 4.-¿Cómo se explica que esa presencia se justificara trayendo dos hombres muy ricamente vestidos, a modo de indios, que representaban a Moctezuma, rey de México y Nueva España, y Atahualpa, rey del Perú? 5.-¿Cómo entender esta fastuosa puesta en escena, donde además de los cuarenta nobles o miembros de la elite aquí citados, se sumaron al festejo otros 120 indios, lo que implica, en términos teatrales, una compañía de gran calado? 6.-No perdamos de vista que justo, en aquel año, arribó a la Nueva España la orden de los jesuitas. 7.-Algo que no puede escapar a todas estas observaciones, es el hecho de que para fecha tan temprana, esos caballeros deben haber tenido algún conocimiento de los primeros tratados de caballería, libros de ejercicios de la jineta, advertencias o preceptos para el uso del rejón, la lanza y la espada, entre otros. Esto nos permite suponer que conocieran la literatura que sobre los “libros de caballería” y todo su sentido de épica, misma que circulaba en diversas ediciones y que los estimulaba a seguir diversos modelos, como se estilaba en aquel siglo XVI.
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Benjamín Flores Hernández: La Real Maestranza de Caballería de México: una institución frustrada. Universidad Autónoma de Aguascalientes / Departamento de Historia. XI Reunión de Historiadores Mexicanos, Estadounidenses y Canadienses. Mesa 2. Instituciones educativas y culturales. 2.5 Educación y cultura, siglos XVIII y XIX (no. 55). Monterrey, N. L., 3 de octubre de 2003. 13 p., p. 8. Véase ANEXOS.
8.-Y lo que puede ser el planteamiento más importante: este grupo compacto hace un viaje a España ocho años antes de la publicación del ya conocido Tratado de la Caballería, jineta y la brida... de Juan Suárez de Peralta,107 personaje que habiendo vivido largo tiempo en Nueva España, aparece en la península en 1580 con su obra bajo el brazo, como compendio de sus experiencias acumuladas en este lado del mar. Es decir, tanto los nobles novohispanos como los del virreinato del Perú, ya cuentan con una sólida experiencia en el dominio del caballo y las dos sillas: jineta y brida, que ponen en práctica nada menos que frente al monarca en turno. De lo anterior puede deducirse que los americanos, al margen de conocer o no las reglas o tratados de caballería, demostraron sus capacidades como fruto de la acumulación de experiencias por estas tierras. Por una parte, Miguel Luque Talaván,108 en “La nobleza indiana de origen prehispánico” plantea la condición establecida a partir del linaje procedente de dos culturas indígenas, de las que derivaron ramas de poder como el establecido por Moctezuma y Atahualpa. Por otro, encuentro en una obra de Juan de Torres los siguientes versos: Juego de Cañas nocturno en Madrid en 1572 Llegada que fue la noche ante el palacio venían numerosos caballeros con libreas y divisas y alumbre de muchas hachas lanzas rompen y corrían y después de haberlas roto juegan a las alcancías. Domingo treinta del mes grandes torneos se hacían y luego justa real en las cuales mantenían don Rodrigo de Mendoza caballero de valía, también don Diego de Acuña que en la cámara servían a su Real Majestad, los cuales muy bien lo hacían.109
Los dos hombres muy ricamente vestidos, a modo de indios, que representaban a Moctezuma, rey de México y Nueva España, y Atahualpa, rey del Perú, ¿no serán acaso, tanto Rodrigo de Mendoza como Diego de Acuña? Tómese en cuenta que el dicho Juego de Cañas ocurrió en otra fecha, pero sí en el mismo año, lo que indica la enorme posibilidad de que tal contingente de personajes referidos en este pasaje pudiesen haber protagonizado este otro festejo. Poco, muy poco se ha encontrado al respecto, que no sean insinuaciones sobre aquella extraña pero colectiva presencia de personajes perfectamente ubicados en un rango social Juan Suárez de Peralta: Tractado de la Cavallería jineta y de la brida… op. Cit. Miguel Luque Talaván: Análisis histórico-jurídico de la nobleza indiana de origen prehispánico. Véase ANEXOS. 109 El deporte en el siglo de oro. Antología (Realizada por José Hesse). Madrid, Taurus Ediciones, S.A., 1967. 180 p. (Temas de España, 58)., p. 135-136. El verso recogido proviene de la obra de Juan de Torres: Relación del nacimiento y cristianismo del serenísimo Príncipe don Fernando, Medina del Campo, 1572. 107 108
preeminente de uno y otro virreinato. Los intensos movimientos con trasfondo político derivaban en circunstancias tan específicas como la reseñada aquí por Artemio de ValleArizpe, por lo que, no es muy clara la fuente de donde toma estos datos y más aún, el motivo que orilló a los cuarenta personajes que, en acción conjunta se presentaron ante el monarca no sólo para realizar las muy armónicas escaramuzas. Sino para enterarnos a qué fueron en momento tan particular a Madrid, y realizar gestiones, además de “escaramuzas” muy en el estilo de lo que establecían los “Tratados de Caballería”, como el del Capitán Pedro de Aguilar que, casualmente circulaba ya en ese 1572, impreso salido de la casa de Hernando Díaz.110 Formuladas en principio esas preguntas, por ahora sin respuesta concreta, me parece que es momento de continuar, a reserva de que en su momento se cuente con elementos precisos, aclarando así la tan notable y curiosa anotación de nuestro autor. Pues bien, fue luego de leer casualmente una obra de José Álvarez del Villar 111 como me enteré de la fuente, remitiendo al autor también de forma por demás vaga a las Crónicas de Amado Nervo. Localizado el volumen XXV de sus Obras Completas, apareció la mencionada Crónica, bajo el título: UNA FIESTA DE CABALLEROS MEXICANOS, 112 la cual me parece digna de ser reproducida en su totalidad para darnos una idea cabal del asunto, y así terminar con este ir y venir de inconsistencias. No, amigos míos, no vamos a hablar de una de esas fiestas de señorones americanos seudoeuropeizados que viven la mayor parte de su vida en los Parises, y en cuyos salones (le monde oú l´on s´ennuie), veinte o treinta snobs aburridos juegan al bridge... o hablan mal del dueño de la casa! Se trata de una espléndida, de una suntuosísima fiesta organizada en Madrid por caballeros mexicanos y caballeros peruanos, en honor de los reyes de España. De esta fiesta no ha hablado ningún diario de la Corte. Ningún Montecristo, ningún Madrizy, ningún Rubryck ha escrito melífluas crónicas, no obstante que lo visto ha superado en pompa y riqueza a cuanto suele hacerse. No culpemos, sin embargo, a los suaves cronistas de salones. Por lo que ustedes llerán después, no estaban ellos en aptitud de reseñar la diversión... Yo sí lo estoy, por dos razones: la primera, porque se efectuó al aire libre, en la calle de Bailén, donde se yergue, como ustedes saben, el Real Alcázar, y donde vive también este afable amigo de ustedes; la segunda, porque se me han dado todos los datos, los pormenores todos. Si los periódicos nada mencionan, débese a que esta fiesta se celebró... hace ya algún tiempo, el día de San Ildefonso, Patrón de España y Santo del nombre del Rey, el 23 de Enero... del año de mil y quinientos y setenta y dos! El rey de España se llamaba entonces Felipe II, y los caballeros mexicanos y peruanos que lo obsequiaron encontrábanse en la Corte negociando varios asuntos. La relación de la fiesta se halla entre los papeles del Conde-Duque de Olivares, maltratados por el fuego; mas no tanto que no haya podido leerse lo que dicen. Estos papeles se encuentran en el precioso archivo de mi distinguido amigo el duque de Alba. Están en las “Relaciones de Ultramar” y acaso no sea inoportuno reproducir siquiera parte de lo que cuentan, por lo curioso y porque acercándonos a la celebración del centenario, viene a pelo toda conmemoración de
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José María de Cossío: Los toros. Tratado técnico e histórico. Madrid, Espasa-Calpe, S.A. 1974-1997. 12 v., T. I., p. 452. 111 José Álvarez del Villar: HISTORIA DE LA CHARRERÍA. México, Imprenta Londres, 1941. 387 p. Ils., fots., p. 104. 112 Amado Nervo: CRÓNICAS. Obras completas de (...) Volumen XXV. Texto al cuidado de Alfonso Reyes. Ilustraciones de Marco. Madrid, imprenta de Juan Pueyo, 1921. Ils., p. 104-111.
nuestra bella historia, tratándose sobre todo de desfiles y cabalgatas, que pueden sugerir nuevas ideas a los organizadores nuestros. Sólo, sí, con perdón del Conde-Duque, modernizaré la ortografía, para no hacer muy ardua la labor de las linotipias, máquinas ultramodernas, que no gustan de antiguallas tipográficas. He aquí, pues, la relación, con su sabrosísimo estilo peculiar: “La plaza que está delante de Palacio se atajó con tablados señalados a los consejos y grandes y otras personas, dejando un gran cuadro para las fiestas muy bien aderezado el suelo, y tenía dos puertas, la una junto a San Gil y la otra arrimada al muro fronterizo de las Caballerizas, y toda la gente procuró de ir muy temprano, porque se creía que había de haber gran apertura, por tenerse concedido gran opinión de que había de ser muy buena fiesta. “Sus majestades el rey y la reina, nuestros señores, se pusieron en la reja grande que está sobre la segunda puerta de palacio, donde estuvieron la serenísima princesa de Portugal y los príncipes de Bohemia y las damas en sus lugares, y todo lo demás de palacio y de la plaza lleno de gente esperando los jugadores, los cuales casi a las cuatro de la tarde llegaron con gran música de trompetas y atabales y menestrales, y vinieron hechos dos alas, cada uno de veinte caballeros y cada ala dividida en cuatro cuadrillas. Entraron todos con sus lanzas y adargas. Los de la una ala eran veinte caballeros de la Nueva España, y los de la otra eran veinte caballeros del Perú. “Los del Perú venían vestidos a modo de indios de cierta provincia que hay en aquel reino, con camisetas de terciopelo amarillo y mantas de raso amarillo, con ciertas bordaduras muy anchas de plata, que casi tomaban todos los campos, y en las cabezas los tocados que suelen traer aquellos indios, que son como albaneses, de terciopelo negro, y una medialuna y una saeta de chapería de plata muy grandes, sobre los capeletes, y muchas plumas en ellos. Delante de los pechos traían una plancha de plata bruñida, y en los brazos brazaletes de la misma plata, y sus máscaras, hechas al natural, como de indios, con sus perlas o piedras en las barbas y gregüescos de terciopelo amarillo y borceguíes colorados con lazos grandes, todos de una misma hechura. “Los de Nueva España también venían vestidos al modo de aquella provincia, con camisetas de raso encarnado y mantas de terciopelo verde aforrado en raso blanco. 113 Las camisetas venían guarnecidas con ciertos bastones y follajes romanos, hechos de chapería de plata, con sus largos de la mesma chapería, que los tomaban todos. Las mantas también estaban guarnecidas con otra chapería de plata, que tomaban desde los codos hasta los hombros, y allí avi..., 114 donde se ponían muy grandes plumajes y lo mesmo en las cabezas. Traían todos c(abe)lleras 115 de una mesma manera y máscaras “con sus esmeraldas” en las barbas y gregüescos de terciopelo verde y los borceguíes como los de otro puesto. “Ninguno de todos cuarenta ovo que no llevase cuatro o cinco caballos con muy buenos jaeses, y los más comprados de nuevo para la fiesta. “En medio destas dos alas de los cuarenta caballeros venían unas andas, en que traían dos hombres muy ricamente vestidos a modo de indios, que representaban a Moctezuma, rey de México y Nueva España, y al Atabaliba, rey del Perú. Traían las andas ciertos indios, y alrededor dellas venían ciento y veinte indios a pie, la mitad vestidos al modo de México, con flechas y saetas en las manos, y la otra mitad del Perú, con sus máscaras y plumas, tan al natural los unos y los otros, que quien conocen los que allá viven, afirmara ser estos dellos. Todos venían gritando como suelen hacer los indios en sus regocijos. “Con esta orden parecieron estos dos reyes ante Su Majestad, diciéndose que habían sabido el próspero nacimiento del príncipe don Fernando, nuestro señor, y que venían de sus tierras con aquellos sus vasallos a regocijar tan buena nueva. Su Majestad los mandó subir a un tablado que estaba hecho para aquel efecto, donde estuvieron con sus sombras de plumaje y sus mascadores grandes, en la forma que solían andar los que representaban, y habiéndolos puesto 113
Los tres colores nacionales de después... Quemado el papel. 115 Idem. 114
en sus tablado, los cuarenta caballeros, habiendo hecho su acatamiento, se volvieron a salir por la mesma puerta de hacia San Gil, por donde habían entrado. “Fuéronse los cuarenta caballeros por detrás de los tablados hasta la otra parte que estaba junto al muro frontero de las caballerizas, y de allí, con toda su música delante, hicieron su entrada de juegos de cañas, tan concertadamente y tan como hombres de a caballo, que pocas se han visto en este Reino más dignas de ser vistas, porque todos los caballos que llevaban eran escogidos y ellos muy usados en aquel ejercicio. “Después corrieron de dos en dos por toda la plaza, hasta que se les cansaron los caballos y se tornaron a salir por la mesma puerta y tomaron otros, y con sus adargas por la mesma puerta y tomaron otros, y con sus adargas y varas tornaron a entrar, también corriendo, hasta que vinieron a quedar en los puestos donde habían de jugar. “Comenzaron, desde luego, el juego, el cual duró tres cuartos de hora, con grandísimo concierto y orden, porque los cinco que salían cada vez no volvían adonde salieron, sino al lugar más bajo en aquella hileras, y en partiendo ellos se llegaban otros cinco a ocupar aquel puesto de donde habían de partir, y los contrarios nunca partían de su puesto hasta que los que venían habiendo desembarazado y tenían vueltos los rostros de los caballos para retirarse, y desta manera nunca obo desconcierto ni caballos rezagados, y fue mucho no haber algún caballo desbocado que no parase hasta meterse por el puesto contrario, y aunque traían determinación y alientos para jugar una hora entera, como lo suelen hacer en las Indias, pareciéndole a Su Majestad que los caballos andaban muy cansados, mandó que los menestrales los despartiesen, y ansí se salieron todos en buen orden, sin turbar los puestos ni aun sin dejar los compañeros, y tomando otros caballos frescos, con sus lanzas y adargas, volvieron a entrar al galope por la puerta y comenzaron entre sí una escaramuza cuan bien ordenada se puede imaginar, y tan semejante a la verdadera, se puede imaginar, que no faltaba sino alancearse. En la cual se mostraron todos hombres muy diestros a caballo, porque con andar tan mezclados que apenas se conocían, en un punto se tornaban a dividir los puestos, saliendo unos de otros como si nunca se hobieran juntado, y desta manera duró buen rato la escaramuza, que a todos pareció cosa muy nueva y muy señalada. “Sintiendo ya cansados los caballos, se volvieron a salir de la plaza, y tomando otros con varas en las manos, tornaron a entrar en ella y corrieron muchas carreras de dos en dos y de cinco en cinco, y después de veinte en veinte, lo cual duró hasta que les faltó la luz y entonces volvieron a tomar sus Reyes como los habían traído, y haciendo acatamiento a Sus Majestades, se salieron de la plaza, y tomando hachas, anduvieron de la mesma manera por las más calles de Madrid, con gran regocijo y contento de los que no habían visto la fiesta. “A Su Majestad le pareció tan bien la fiesta, que les envió a agradecer cuán bien lo habían hecho y la obligación que se quedaba de hacelles por ello merced, y en un billete que sobre ello escribió al Presidente del Consejo de Indias, decía tres veces que la fiesta había sido muy buena, y es cosa bien de considerar que de solos los negociantes de aquellas provincias que aquí se hallaron, se haya podido ordenar una tan lucida y señalada fiesta, que no hay quien haya visto en Castilla otra más concertada: que cuanto a la riqueza bien se entenderá que tal fue, pues se cree que les ha costado más de diez mil ducados”. ¿Verdad que la relación no puede ser más fresca, ágil y vivaz? ¿No veis, merced a ella, las lucidas cabalgatas, como yo las veo desde mis balcones de la calle de Bailén... cerrando, por supuesto, los ojos? Del relato se desprende que los mexicanos de hace trescientos treinta y ocho años eran ya de los mejores jinetes del mundo. Sirva esto para que se huelgue, como es debido, el natural orgullo hereditario de nuestros charros de ahora, tan entusiastas devotos de Santiago como los españoles rancios que hicieron ese enorme poema de la Reconquista.
Uno y otro documento, tanto el de Artemio de Valle-Arizpe como el de Amado Nervo se complementan, lo cual nos permite observar una rica demostración de aquellos señores de la Nueva España y del virreinato del Perú, quienes, en compañía de otros tantos naturales de
una y otra región, se desplazaron hasta Madrid para celebrar el onomástico de Su Majestad, el Rey Felipe II, así como “diciéndose que habían sabido el próspero nacimiento del príncipe don Fernando, nuestro señor, y que venían de sus tierras con aquellos sus vasallos a regocijar tan buena nueva”.116 Puesta en claro aquella cara voluntad de acudir por el sólo pretexto de celebrar no uno, sino dos acontecimientos, pero sin dejar de apuntarse el hecho de que también lo hicieron por motivo de que, estando ya en la Corte, aprovecharon para negociar varios asuntos, el presente caso va tomando mejor claridad, al margen de las diversas circunstancias planteadas bajo los ocho apartados que quedaron expuestos párrafos atrás. Considero que con todo lo anterior, y en aras de cubrir las aristas más complicadas del presente caso, es pertinente entonces dar por terminado con el asunto, no sin antes referir que una vez más, la presencia americana en el desarrollo de los torneos y demás justas caballerescas, logró enriquecer aquella imponente puesta en escena que, como se descubre, ya no es privativa de los nobles hispanos. También los novohispanos, y del virreinato del Perú tuvieron aquí una participación y un protagonismo que, a los ojos del monarca en turno, Felipe II, termina por ser profundamente celebrado. Una noticia poco conocida descubre que ambas expresiones, se complementaron en perfecta armonía y equilibrio. Debo terminar incluyendo otros aspectos relacionados con tratados, libros y demás esquemas de carácter técnico que circularon entre los siglos XVI y XVIII, analizando la forma en que entrañaron, pero también los términos del crecido número con que circularon entre esta clase de personajes, sin olvidar que el tema se perfilará sobre otro de aquellos tratadistas: Juan Suárez de Peralta. JUAN SUÁREZ DE PERALTA, PRIMER TRATADISTA TAURINO NOVOHISPANO. (II). Cuando nos es preciso ubicar y recordar a un personaje cuyo intenso desarrollo de vida se dio hace cuatro siglos, entramos en un espacio nebuloso e incluso se mezcla con una misteriosa dosis de fantasmas que van haciendo acto de presencia conforme se va haciendo menos posible la reconstrucción de su presencia en este mundo mortal. El que fuera hijo de un tal Juan Xuárez, cuya mayor fama fue haberse convertido en cuñado del capitán general Hernán Cortés, y de la navarra Magdalena de Peralta, la pareja, pasó a la Nueva España mientras se desarrollaba el episodio de la conquista. Fue más o menos entre 1535 y 1537 en que viene al mundo un niño que llevó el nombre de Juan Xuárez o Suárez de Peralta, mismo que tendría que esperar hasta su edad adulta para reprochar de sus padres toda aquella ambiciosa sed de poder a la que quedaron expuestos infinidad de conquistadores sin escrúpulos, como muchos otros que no siéndolo directamente, también manifestaron la misma detestable inclinación. Ese reproche se tradujo en su abierta y declarada actitud mantenida por la nueva generación de criollos que se identificó, además, con algunos intentos fallidos de emancipación, la primera que se registra en los anales de la historia de aquel naciente período virreinal. Solange Alberro plantea en su libro Del gachupín al criollo un aspecto que considera la aculturación de los españoles, o de cómo los de América dejaron de serlo, perfil que parece retratar el comportamiento que no solo corresponde a españoles, conquistadores, religiosos, autoridades y hasta gente llana, quienes se afanaron por observar, describir, alabar, censurar o, para ser breve, discurrir un propósito del indio durante estos tres siglos virreinales. 117 Teresa Ferrer Valls, “Las fiestas públicas en la monarquía de Felipe II y Felipe III”. Véase ANEXOS. Solange Alberro: Del gachupín al criollo. O de cómo los españoles de México dejaron de serlo. México, El Colegio de México, 1992. 234 p. (Jornadas, 122)., p. 15. 116 117
También, están presentan algunos comportamientos de criollos, mucho más declarados en el siglo XVIII que se manifiestan como síntoma original en el XVI respecto a la nueva imagen que el español americano no es, o dejó de ser, un español europeo. Porque el español de América no es idéntico al de Europa. Y si bien entre las comunidades enteras experimentan las necesidad de reforzar los rituales sociales con el fin de preservar su integridad, con mayor facilidad y rapidez los individuos aislados son presa de fenómenos aculturadores y, más adelante, sincréticos.118 Si se tuviera que hacer una síntesis de su vida y obra, nos remitiríamos a su célebre Tratado del descubrimiento de las Yndias y su conquista. Pero eso no es todo. Juan Suárez de Peralta, aquí y ahora, se convierte en un auténtico personaje que debemos abordar con sumo cuidado, en virtud de que, al verlo como un criollo inquieto e intenso a la vez, es, como se subraya en el título de esta conferencia: el primer tratadista taurino novohispano, por lo que la escala de ese solo aspecto nos lleva a hacer una reposada disección de su obra y su tiempo. En Juan Suárez de Peralta encontramos uno de los primeros criollos convencidos del significado de la emancipación, aunque su proceder en la conjura de 1566 sigue siendo un misterio. Si supo mantenerse al margen con la astucia que supone no ser uno de los protagonistas principales a quienes se castigó con rigor. Pero llama la atención, independientemente de su exhaustiva función como cronista que fue de varios hechos importantes, su mucha información en un caso en el que la justicia de aquel entonces, se reservaba datos reveladores, sobre todo porque allí intervinieron inquisidores de riguroso talante, sometidos estos a su vez a extremadas disciplinas.119 Como vemos, Juan Suárez de Peralta gozó de una cuidada educación en unos momentos, (porque leer y escribir en la primera edad novohispana era un privilegio) en los que se antoja muy complicado el asunto escolar y las imprentas están sacando obras desde 1539. es un hecho que los misioneros y frailes que han llegado a la Nueva España desde 1524, tuvieron muy claro el objetivo de la evangelización; convertir a los indígenas de su sacrílega creencia directamente al cristianismo, fue propósito más que evidente entre las muchas y grandes empresas que se fijó la corona. Y el joven Juan, con 29 años nos relata en su Tratado del descubrimiento de las indias las diversas y oscuras jornadas ocurridas en 1566. No era nada fácil ocuparse ni de los hermanos Ávila, ni tampoco de los vástagos de Hernán Cortés, todos ellos bajo la misma condición de criollos. Como tratadista, debemos entenderlo en su amplia dimensión de experto en ciertas actividades, concretamente la veterinaria y en especial la alveitería, o cuidado de los 118
Op. Cit., p. 58. SUAREZ DE PERALTA, Juan Suárez de Peralta: La conjuración de Martín Cortés y otros temas. Selección y prólogo de Agustín Yáñez. México, 2ª edición. Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de Humanidades, 1994. XIV-143 p. Ils. (Biblioteca del estudiante universitario, 53)., p. XII-XIII: La llamada conjuración de Martín Cortés, hijo legítimo de don Hernando y segundo marqués del Valle, constituye uno de los más sensacionales acontecimientos de nuestra historia, bien porque perfila prematura y muy remotamente la independencia política de México; pero sobre todo por la represión en gentes distinguidas que fueron víctimas de un complot más de palabras y deseos, que de disposiciones efectivas. (...) Una cédula de Felipe II que limitaba las encomiendas a sólo los hijos del que las hubiera recibido, fue el ostensible motivo de la conjura, entre otros de mayor complejidad sociológica y quizá más decisivos, como las rivalidades y vanidades personales. Algunos piensan que un intento fundado en el deseo de conservar privilegios de conquista no puede tomarse como antecedente de la independencia nacional; pero ¿cuáles fueron los móviles de la conjura de la Profesa, siglos más tarde, y el interés que llevaban quienes patrocinaron la empresa de Iturbide? Hay en verdad una gran semejanza entre ambas situaciones. 119
caballos, así como de un libro de la jineta y la brida, de las que deja un par de obras hoy día inaccesibles, si no es por alguna reproducción o traslado que se tiene de las mismas. Sobre la segunda es de la que me ocuparé en detalle a continuación. Si bien, publicado en 1580, ese documento recoge la summa de años de permanente contacto con un medio que estaba favorecido por su orden cotidiano. El uso del caballo desde las jornadas de conquista, supuso una de las mejores herramientas como elemento de trabajo en el ámbito rural, pero también en el urbano, por lo que la reproducción de la raza ecuestre era representativa. El caballo fue pieza destacada en múltiples jornadas de celebración que las hubo en cantidades importantes desde 1526. Él, nos recuerda las memoriosas de 1536, 1552, 1566; por ser las de mayor renombre. Habiendo podido huir de sospechas generadas con el levantamiento de 1566, no lo hizo sino hasta 1589 cuando ya está en España, debido a otro asunto donde también quedó expuesto a la justicia. De mi trabajo Artemio de Valle-Arizpe y los toros, traigo los siguientes dos pasajes que refieren vida y obra de Juan Suárez de Peralta. CIUDAD COLONIAL. Artemio de Valle-Arizpe se ocupa de Juan Suárez de Peralta, dando de dicho autor la siguiente apreciación: Suárez de Peralta declara ser “vecino y natural de la ciudad de México” y que “no tenía sino un poco de gramática, aunque mucha afición de leer historias y tratar con personas doctas. Por lo que él cuenta se saca en claro que nació después de 1535, pero antes de 1540 (...) Antes del año de 1878 en que fue impresa en Madrid “Noticias Históricas de la Nueva España”, sólo era conocido Suárez de Peralta por su hoy rarísimo “Tractado de la Caballería de la Gineta y de la Brida”, y por el “Libro de Alveitería” que aún está inédito. Muestra siempre su pericia y conocimiento en todo cuanto se relaciona a la caballería y no omite en ninguna de sus obra detalle o circunstancia importante, ni aun olvida los nombres de los jinetes que más se distinguieron por su gentileza y maestría en el manejo de los corceles. Era gran sabedor de las cosas.120
Como recordamos, la obra del autor saltillense fue publicada en primera edición el año de 1918 y la segunda en 1924. Fue en 1950, que José Álvarez del Villar, logró reeditar la de Suárez de Peralta,121 gracias a la generosidad de Luis Álvarez y Álvarez, hermano del padre de Álvarez del Villar, poseedor de un ejemplar del citado libro, probablemente el único que se encontraba en México, por lo menos a mitad del siglo pasado.122 Es Diego de Córdova quien justifica en 1579 dicha obra como sigue: Siéndome ordenado por los Señores del Consejo Real de su Majestad y cometido la examinación de este libro, escrito por Don Juan Suárez de Peralta, vecino y natural de la ciudad de México en las Indias. Intitulado Tratado de la Caballería de la Jineta y de la Brida. Habiéndole visto, hallo 120
Artemio de Valle-Arizpe: Historia de la ciudad de México según los relatos de sus cronistas. México, 5ª ed., Editorial Jus, 1977. 531 p., p. 124. 121 Juan Suárez de Peralta: Tractado de la Cavallería jineta y de la brida… op. Cit. 122 Ibidem., p. 5. Dice José Álvarez del Villar que, como tratado de equitación, nos revela los métodos y procedimientos que usaron los jinetes mexicanos a fines del siglo XVI, cuando aquellos hombres de a caballo alcanzaron fama de ser los mejores del mundo, y si las técnicas han de justificarse por sus resultados, ningún elogio mejor puédese hacer de ellas.
que todo lo que en él se contiene es bueno y de provecho para los que holgaren y quieran ejercitarse en la dicha caballería y que por el provecho que cada uno, de él podrá sacar, se debe imprimir. Y por parecerme esto así, lo firmé de mi nombre. En Madrid, día de San Felipe y Santiago, primero de mayo de 1579 años.123 Casualmente, es el propio Juan Suárez del que se ocupa Valle-Arizpe, páginas más adelante, precisamente al detectar en dicha obra asuntos del tema que nos congrega.
Uno de los primeros españoles admirados del fabuloso portento que es en sí mismo el bosque de Chapultepec, fue Juan Suárez de Peralta, quien en el capítulo XII de su libro Tratado del descubrimiento de las Indias o Noticias históricas de la Nueva España,124 donde describe el bosque de Chapultepec, así: Chapultepec, que es un bosque que está de México media legüechela, que entiendo, si en España su Majestad le tuviera, fuera de mucho regalo y contento, porque es un cerro muy gragoso, de mucha piedra y muy alto, redondo que parece que se hizo a mano, con mucho monte, y en medio de un llano, que fuera del cerro no hallarán una piedra ni árbol. Tiene dos fuentes lindísimas de agua, y están hechas sus albercas y hay en él mucha caza de venados, liebres, conejos y volatería la quisieren. Verdad es que a mano suelen echar muchos venados los virreyes, que tienen gran cuenta con él, y tienen su alcaide, que no es mala plaza. Es muy de ver; encima del cerro, en la punta de él, estaba un cu donde Moctezuma subía y los señores de México, a sacrificar, ahora está una iglesia, que en ella se suele decir misa. 125
Nos cuenta Suárez de Peralta que don Luis de Velasco, segundo virrey de la Nueva España, entre otras cosas se aficionó a la caza de volatería. Pero también, don Luis era “muy lindo hombre de a caballo”, jugaba a las cañas, con que honraba la ciudad, que yo conocí caballeros andar, cuando sabían que el virrey había de jugar las cañas, echando mil terceros para que los metiesen en el regocijo; y el que entraba, le parecía tener un hábito en los pechos según quedaba honrado (...) Hacían de estas fiestas de ochenta de a caballo, ya digo, de lo mejor de la tierra, diez en cada cuadrilla. Jaeces y bozales de plata no hay en el mundo como allí hay otro día.126
Estos entretenimientos caballerescos de la primera etapa del toreo en México, representan una viva expresión que pronto se aclimató entre los naturales de nuestras tierras quienes fueron dándole un sentido más americano al quehacer taurino que iba permeando en el gusto que fue no sólo privativo de los señores de rancio abolengo. El torneo y la fiesta caballeresca primero se los apropiaron conquistadores y después de esos señores de “rancio abolengo”. Personajes de otra escala social, españoles nacidos en América, mestizos, criollos o indios, estaban limitados a participar en la fiesta taurina novohispana; aunque también deseaban intervenir. Esas primeras manifestaciones estuvieron abanderadas por la rebeldía. Dicha experiencia tomaría forma durante buena parte del siglo XVI, pero alcanzaría su dimensión profesional durante el XVIII. El padre Motolinía señala que “ya muchos indios usaran caballos y sugiere al rey que no se les diese licencia para tener animales de silla sino a los principales señores, porque si se hacen los indios a los caballos, muchos se van haciendo jinetes, y querranse igualar por tiempo a los españoles”.127 123
Ibid., p. 10. Juan Suárez de Peralta: Tratado del descubrimiento de las Indias… op. Cit. 125 Ibidem., p. 54. 126 Ibid., p. 100. 127 José Álvarez del Villar: Orígenes del charro mexicano. México, Librería A. Pola, 1968. 173 p., p. 18. 124
Lo anterior no fue impedimento para que naturales y criollos saciaran su curiosidad. Así, enfrentaron la hostilidad básicamente en las ciudades, pero en el campo aprendieron a esquivar embestidas de todo tipo, obteniendo con tal experiencia, la posibilidad de una preparación que se depuró al cabo de los años. Esto debe haber ocurrido gracias a que comenzó a darse un inusual crecimiento del ganado vacuno en gran parte de nuestro territorio, el cual necesitaba del control no sólo del propietario, sino de sus empleados, entre los cuales había gente de a pie y de a caballo. Ejemplo evidente de estas representaciones, son los relieves de la fuente de Acámbaro (Guanajuato), que nos presentan tres pasajes. Uno de ellos muestra el empeño de a pie,128 común en aquella época, esta forma típica, consistía en un enfrentamiento donde el caballero se apeaba de su caballo para, en el momento más adecuado, descargar su espada en el cuerpo del toro ayudándose de su capa, misma que arrojaba al toro con objeto de “engañarlo”. Dicha suerte se tornaba distinta a la que frecuentaba la plebe que echaba mano de puñales. Sin embargo esto ya es señal de que el toreo de a pie comenzaría a tomar fuerza. Otra escena de la fuente de Acámbaro nos presenta el uso de la "desjarretadera", instrumento de corte dirigido a los tendones de los toros. En el “desjarrete” se lucían principalmente los toreros cimarrones, que habían aprendido tal ejercicio de los conquistadores españoles. Otra escena nos representa el momento en que un infortunado diestro es auxiliado por otro quien lleva una capa, dispuesto a hacer el "quite".129 En la continuación de la reseña de Suárez de Peralta se encuentra este pasaje: Toros no se encerraban (en Chapultepec) menos de setenta y ochenta toros, que los traían de los chichimecas, escogidos, bravísimos que lo son a causa de que debe haber toro que tiene veinte años y no ha visto hombre, que son de los cimarrones, pues costaban mucho estos toros y tenían cuidado de los volver a sus querencias, de donde los traían, si no eran muertos aquel día u otros; en el campo no había más, pues la carne a los perros. Hoy día se hace así, creo yo, porque es tanto el ganado que hay, que no se mira en pagarlo; y yo he visto, los días de fiesta, como son domingos y de guardar, tener muchos oficiales, alanos, que los hay en cantidad, por su pasatiempo salir a los ejidos a perrear toros, y no saber cuyos son ni procurarlo, sino el primero que ven a aquél le echan los perros hasta hacerle pedazos, y así le dejan sin pagarle ni aún saber cuyo es, ni se lo piden; y esto es muy ordinario en la ciudad de México y aún en toda la tierra.
Y es que don Luis de Velasco, contaba con la más principal casa que señor la tuvo, y gastó mucho en honrar la tierra. Tenía de costumbre, todos los sábados ir al campo, a Chapultepec, y allí tenía de ordinario media docena de toros bravísimos; hizo donde se corriesen (un toril muy lindo); íbase allí acompañado de todos los principales de la ciudad, que irían con él cien hombres de a caballo, y a todos y a criados daba de comer, y el plato que hacían aquel día, era banquete; y esto hasta que murió.130
Complementa la cita A de V-A haciendo eco de lo anotado por Suárez de Peralta: 128
Empeño de a pie. Obligación que, según el antiguo arte de rejonear, tenía el caballero rejoneador de echar pie a tierra y estoquear al toro frente a frente, siempre que perdía alguna prenda o que la fiera maltrataba al chulo. 129 Quite. Suerte que ejecuta un torero, generalmente con el capote, para librar a otro del peligro en que se halla por la acometida del toro. Se conoce como suerte e impropiamente tercio de quites a la suerte que los diestros realizan por turno con el capote entre puyazo y puyazo. 130 Suárez de Peralta: Tratado del descubrimiento..., op. cit.
Vivían todos contentos con él, que no se trataba de otra cosa sino de regocijos y fiestas, y las que lo eran de guardar, salía él en su caballo a la jineta, a la carrera, y allí la corrían los caballeros; y era de manera, que el caballo que la corría delante de él aquellos días, sólo, y la pasaba, claro, era de precio; y así todos no trataban de otra cosa sino de criar sus caballos y regalarlos para el domingo, que el Virrey le viese correr, y tener sus aderezos muy limpios. El los veía pasar su carrera; y eran tantos, que con ir temprano faltaba tiempo; y era la prisa de ir a la carrera, que llegaban cinco o seis al puesto, uno tras de otro; y pretales de cascabeles todos los llevaban de su casa, los mozos por la prisa: en verdad que creo, de ordinario los que la corrían paseada eran más de cincuenta. Tanta era la gente que iba, que no dejaban correr los caballos, ni aun pasar, si no era atropellándola; ni bastaban alguaciles, que iban con el Virrey, a apartarla. De allí se iba el Virrey a su casa, llenas las calles de hombres de a caballo, y él, en las que le parecía, llamaba a su caballerizo y corría con él un par de parejas; y esto hacía por no engendrar envidia en los caballeros, si era su compañero uno y otro no; y usaba de este término para no agraviar a nadie. Con esto los tenía a todos muy contentos y no pensaban en más de sus caballos y halcones, y en cómo dar gusto al Virrey y ellos en honrar su ciudad con estas fiestas y regocijos.131
Al referirse Juan Suárez de Peralta a los “toros de los chichimecas”, nos está dando elementos para comprobar que en aquel tiempo era común traerlos desde aquellas regiones que hoy ocupan los estados de Coahuila y hasta el norte de Guanajuato. Dicho ganado no es sino el bisonte, búfalo ó cíbolo, como se le conoce al mamífero, animal cuadrúpedo, del orden de los rumiantes, llamado en Europa toro de México o mexicano, por parecerse a un toro ordinario, con la diferencia de que sus astas están echadas hacia atrás, y el pelo largo y parecido a la lana de un perro de aguas ordinario: es montaraz, poco domesticable, y andan en manadas en las espesuras de los bosques, especialmente en la provincia de Texas. 132 Este tipo de ganado se “lidió” en la segunda semana de fiestas organizada en 1734 para celebrar la recepción del arzobispo-virrey Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta, ocurrido en el mes de junio de aquel año. El dato que nos habla sobre aquella presencia se encuentra registrado en la “cuenta de gastos” que da fe de todo lo invertido en las mencionadas celebraciones.133 En la foja 59 aparece el siguiente dato: “Ytt. por siete pessos que se pagaron a los Baqueros que hizieron el encierro de los Sibolos, que se traxeron del R.l Alcázar de Chapultepeque, para lidiarse en la plaza, el último día de la Segunda Semana de la lidia de Toros”. LINDO HOMBRE DE A CABALLO.
131
Valle-Arizpe: Historia de la ciudad de México... op. Cit., p. 154. Salvador García Bolio: “Plaza de Toros que se formó en la del Volador de esta Nobilísima Ciudad: 1734. [Cuenta de gastos para el repartimiento de los cuartones de la plaza de toros, en celebridad del ascenso al virreynato de esta Nueva España del el Exmo. Sor. Don Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta]”. México, Bibliófilos Taurinos de México, 1986. XX + 67 p. Ils., facs., p. XIV: “Dies y Ocho pesos que tubo de Costo el armar Vn toril, para las Cibolas, que Se trajeron a lidiar…”, “...Síbolos, que se traxeron del R.l Alcazar de Chapultepeque, para lidiarse en la plaza, el último día dela Segunda Semana de la lidia de Toros (justo el jueves 10 de junio). 133 Archivo Histórico del Distrito Federal (AHDF). Ramo: Diversiones Públicas, Leg. 855, exp. 6: “Repartimiento de los quartones de la plaza de toros.-Formada en la deel Bolador de esta ciudad, en zelebridad deel asçenco al Virreynato de estta Nueva España de el Exmo. Sor. Dr. Don Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta, Digníssimo Arcp. de México. Y la Qventa General de Todos los Gastos Erogados, el Tiempo de estas Fiestas. Siendo Comissarios de ellas, Dn. Juan de Baeza, y Bueno, y Dn. Phelipe Cayetano de Medina, y Saravia, Regidores de esta Novilís.ma Ciudad de México”. Año de 1734. 132
El apunte inicial de la presente obra, nos lleva hasta la segunda mitad del siglo XVI con un personaje ya conocido: el virrey don Luis de Velasco.134 A de V-A refiere sobre Velasco Un modelo de los buenos, de perfectos gobernantes... Siempre estuvo inclinado a la suave tolerancia, a la misericordia. No se excedía jamás de lo dispuesto por las leyes, no iba más allá de ellas su rigor. Era afable, era humano, estaba lleno de piedad para todos; pero dentro de los mandatos legales era severo, inexorable, inflexible. Jamás quebrantaba su decisión para hacer cumplir todo lo mandado en favor de los indios, con lo cual se suscitó muchas malas voluntades, no solo de los encomenderos, sino que también de los oidores y oficiales reales, a quienes no permitía tener granjerías ni tener repartimientos.135
Y ya, en lo relativo a sus habilidades como lindo hombre de a caballo, según el dicho de Juan Suárez de Peralta, encontramos la amplia descripción de nuestro autor, como sigue: Don Luis de Velasco era un gran caballista, muy diestro y afamado en las artes de la brida y de la jineta. Fuerza y gracia tenía para regir el caballo. Con certera puntería disparaba pedreñales, el arcabuz y la ballesta, y de modo gentil, admirable, corría la sortija, tiraba bohordos y estafermos y quebraba cañas con donaire. ¿Quién como él en acosar y alancear reses bravas? Don Luis pertenecía a la noble e ilustre casa del condestable de Castilla, y por su alta alcurnia era de los caballeros del séquito del emperador Carlos V, quien tenía señalada predilección a los deportes hípicos y a garrochar toros a usanza morisca: los cargaba, con habilidad, de hierros y varas, los desjarretaba y matábalos a lanzadas, pues que la montería y los torneos eran, a la vez que un entretenimiento, un ejercicio indispensable para estar con el cuerpo resistente y avezado a los trances y contingencias de guerras inesperadas. Con incomparable maestría y elegancia el Virrey ejecutaba suertes con un labrado garrochón de colores; aguardaba al toro cara a cara y clavábale sobre la frente una banderola o gallardete, o metía lindamente el caballo entre los cuernos de la fiera, que acudía a él con tanta fuerza y derecha como una jara, y de ellos salía diestramente, moviendo apenas las riendas del ágil corcel, que se iba caracoleando, muy gallardo, entre los aplausos, vítores y músicas con que le celebraban la suerte. Dadas sus aficiones hípicas, impulsó mucho en la Nueva España el ganado caballar y mejoró razas con cruzas de potros andaluces y con los bellos, finos, elegantes, de Arabia. Él reformó la silla de montar que trajeron a México los españoles conquistadores y que era la de uso corriente en España. Creó no solo la silla vaquera, sino el freno mexicano, con el que tan bien se rigen y dominan las caballerías más indómitas, haciéndolas dóciles a cualquier leve llamado de la rienda que les transmite la voluntad del jinete. A esa silla y a ese freno se les dio su nombre ilustre: se les decía “de los llamados Luis de Velasco”; así se expresa claro en una merced dada en tiempos del virrey don Martín Enríquez de Almanza a dos caciques indios, para que pudiesen, como gracia muy señalada, andar a caballo, pues los indios tenían terminantemente prohibido el cabalgar, cosa que solo se permitía a los naturales de España o a los criollos. No sólo tenía don Luis de Velasco delicado gusto por las funciones tauromáquicas y por la equitación, sino también por la cinegética, ya de montería, ya de cetería; era su recreo y solaz (...) El era muy lindo hombre de a caballo (...) 136
Como se trató en la parte correspondiente al libro Historia de la ciudad de México según los relatos de sus cronistas, y con afán de no repetir el pasaje, es conveniente retomar la 134
Véase la parte relativa a la CIUDAD COLONIAL de la Historia de la ciudad de México según los relatos de sus cronistas, p. 45. 135 Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de la Nueva España. Tradiciones. Leyendas y sucedidos del México virreinal. (Nota preliminar de Federico Carlos Sainz de Robles). México, Aguilar editor, S.A., 1976. 476 p. Ils., p. 11. 136 Op. Cit., p. 13-14.
lectura luego de que en Virreyes y virreinas... se ha apuntado lo relativo sobre la forma en como Luis de Velasco jugaba a las cañas, sus virtudes sobre los muchos regocijos en que participó junto a otros sobresalientes caballeros. También se encuentra el apunte sobre el ganado de los “chichimecas escogidos, bravísimos..., más de alguno con veinte años y no ha visto hombre” y las jornadas que se desarrollaron en el bosque de Chapultepec. Quienes estaban cerca de don Luis de Velasco Vivían todos contentos con él, que no se trataba de otra cosa que de regocijos y fiestas, y las que lo eran de guardar salía él en su caballo a la jineta, a la carrera, y allí la corrían los caballeros; y era de manera que el caballo que la corría delante de él aquellos días, solo y la pasaba, claro, era de gran precio; y así, todos no trataban de otra cosa, sino de criar sus caballos y regalallos para el domingo en que el virrey les viese correr y tener sus aderezos muy limpios. El los vía pasar su carrera, y eran tantos que con ir temprano faltaba tiempo; y era la prisa de ir a la carrera que llegaban cinco o seis al puesto, uno tras de otro; y pretales de cascabeles todos los llevaban de sus casas, los mozos por la prisa; en verdad que creo de ordinario los que la corrían paseada eran más de cincuenta. Tanta era la gente que iba que no dejaban correr los caballos, ni aun pasar, si no era atropellándola, ni bastaban alguaciles que iban con el virrey a apartalla. De allí se iba el virrey a su casa, llenas las calles de hombres de a caballo, y él, en las que parecía, llamaba a su caballerizo y corría con él un par de parejas, y esto hacía por no engendrar envidia en los caballeros si era su compañero uno y otro no, y usaba de este término por no agraviar a nadie. Con esto los tenía a todos muy contentos y no pensaban en más que en sus caballos y halcones y en cómo dar gusto al virrey y ellos en honrar su ciudad con estas fiestas y regocijos. Todos sus exquisitos conocimientos en toros y caballos los lució con gallardía y destreza en las fiestas que mandó celebrar –mayo de 1555- con motivo del fausto suceso de la derrota de Francisco Hernández Girón, que en Lima se había rebelado contra la majestad cesárea del emperador. Mandó don Luis que hubiese grandes corridas de toros y juegos de cañas. Él tomó el mando de una cuadrilla, a la que regaló los preciosos trajes del torneo, y, además, dio de su peculio las boyantes reses para la lidia. También el Ayuntamiento sacó cuadrilla; en estos juegos y regocijos “se aderezaron cuarenta y cinco libreas de mantas de la tierra, pintadas con los colores acostumbrados y con la cenefa de debajo de los colores de la ciudad, que eran el verde y el colorado. Se mandó traer competente número de varas para el juego de cañas y se aderezaron mil con púas para los toros”, que se escogieron en las dehesas los más bravos y gallardos. El virrey Velasco y los de su galana cuadrilla de caballeros nobles salieron a la plaza, toda claridad y colores, y compitieron lucidamente en lujo, destreza y preseas con los de la cuadrilla del Ayuntamiento. Todos demostraron su exquisita donosura, haciendo primero vistosos giros en sus bridones, con lo que se entusiasmaba el gentío, y luego rompieron lanzas en los encuentros, en que contendían con mucha gentileza, y después con las suertes que ejecutaron burlando las embestidas de los toros, con cuya furia desenfrenada se encontraban. Todos salieron de la plaza muy bizarros, con mil parabienes.137
Este abundante texto descriptivo sobre tan peculiar personaje, nos permite acercarnos no sólo a la identificación más aproximada sobre el que fue el segundo virrey de la Nueva España. También se encuentran esas otras condiciones entre las que se desenvolvió el protagonista en medio de ciertos quehaceres extrovertidos que pasan a formar parte de la manera en cómo se movió en escena y además, la forma en cómo lo hizo y quedan huellas que perviven cuando se justifica la permanencia de determinadas actividades, en este caso tanto en el entorno rural como en el urbano. En algunos casos sobresale la enorme posibilidad de conocer las amplias descripciones de vestimenta o el desempeño que no nada más queda en Luis de Velasco. También vamos a encontrarla –demasiado documentada-
137
Ibidem., p. 15-16.
tanto con Valle-Arizpe como con las fuentes de otros tantos autores que consulta el propio Artemio..., perdón por este trato más entrañable. Así que el provecho resultante de esta nueva lectura, nos produce la posibilidad del encuentro con aspectos sobre la rutina de prácticas caballerescas que trascendieron en la persona de Velasco. La narración del saltillense es harto completa, enriquecida por los apuntes de Juan Suárez de Peralta que por ello no precisan una detenida revisión más que en aquellos escenarios en los que una primer élite novohispana ya estaba compartiendo quehaceres caballerescos con altos personajes de la política, cuyo papel no estaba reducido al solo desempeño de tareas de alta responsabilidad. También les era permitido –lícito para mejor entenderlo-, el hecho de participar directamente en divertimentos como el que ocurrió en el bosque Chapultepec, allá por 1551, y luego los de cuatro años más tarde, cuando el mismo virrey celebró la derrota de Francisco Hernández de Girón, protagonizando con su dirección a la cabeza de una cuadrilla, el torneo y los juegos de cañas, donde además hubo toros. Como iba haciéndose costumbre, el Ayuntamiento también participó enviando sus cuadrillas, para las cuales hubo “aderezo de cuarenta y cinco libreas de mantas de la tierra, pintadas con los colores acostumbrados y con la cenefa de debajo de los colores de la ciudad...” Por supuesto, fueron escogidos un buen número de toros, “los más bravos y gallardos” que por entonces podía haber. Esos acontecimientos deben haber tenido una dimensión de suyo especial, debido a la detenida elaboración en la que se involucraban autoridades y particulares, con tal de conseguir notorio efecto y resultado, lo que generó una línea ascendente respecto a las cada vez más elaboradas y por tanto, complicadas fiestas que fueron organizándose durante el virreinato. No existiendo evidencia gráfica sobre sus desempeños donde sobresalía ejecutando “suertes con un labrado garrochón de colores”, aguardando al toro para clavarle luego sobre “la frente una banderola o gallardete”; es posible verlo o imaginarlo metiendo lindamente el caballo entre los cuernos de la fiera, que acudía a él con tanta fuerza y derecha como una jara, y de ellos salía diestramente, caracoleando muy gallardo, entre los aplausos, vítores y músicas con que le celebraban la suerte, como apunta el propio A de V-A. Una de las más importantes contribuciones que Luis de Velasco hizo no sólo al torneo caballeresco en cuanto tal. No sólo a la consolidación de la jineta como modo de expresión técnica representada desde el caballo, fue la silla vaquera y el freno mexicano, instrumento del que se valieron ciertos indios para poder andar a caballo, porque entonces se les tenía prohibido cabalgar, en abierta muestra de rechazo al control establecido, tanto por los conquistadores138 como por parte de aquella nueva población ya asentada que temía algún levantamiento, alguna rebelión de los naturales que perfectamente enterados –entre otras cosas-, del fácil manejo y control de las riendas y del caballo, hubiesen podido despertar sospechas. Y aún sin terminar de decir alguna cosa más al respecto de la silla vaquera, que, como apunta A de V-A
138
Fue así como el Rey Carlos V instruyó a la Primera Audiencia, el 24 de diciembre de 1528, para que no vendieran o entregaran a los indios, caballos ni yeguas, por el inconveniente que de ello podría suceder en “hazerse los indios diestros de andar a caballo, so pena de muerte y perdimiento de bienes... así mesmo provereis, que no haya mulas, porque todos tengan caballos...”. Esta misma orden fue reiterada por la Reina doña Juana a la Segunda Audiencia, en Cédula del 12 de julio de 1530. De hecho, las disposiciones tuvieron excepción con los indígenas principales, indios caciques.
Dadas sus aficiones hípicas, (...) reformó la silla de montar que trajeron a México los españoles conquistadores y que era la de uso corriente en España. Creó no solo la silla vaquera, sino el freno mexicano, con el que tan bien se rigen y dominan las caballerías más indómitas, haciéndolas dóciles a cualquier leve llamado de la rienda que les transmite la voluntad del jinete. A esa silla y a ese freno se les dio su nombre ilustre: se les decía “de los llamados Luis de Velasco”
Al respecto, José Álvarez del Villar se ocupó del asunto con amplitud.139 Finalmente, intentemos una aproximación a la persona y hechos de Juan Suárez de Peralta. Juan Suárez de Peralta nace hacia el año de 1537 en la ciudad de México y muere, según los últimos datos recogidos por algunos de sus biógrafos, en la provincia de Trujillo, España en 1596. Fue hijo de uno de los mejores amigos de Hernán Cortés, Suárez nos dejó uno de los pocos relatos sobre la Nueva España y sus antecedentes históricos escritos bajo su óptica especial de criollo. Su obra, Tratado del descubrimiento de las Yndias y su conquista, está dividida en 44 capítulos y nos describe el origen de los indios y el encuentro con el continente americano para narrar después la llegada de Cortés a México y los hechos bélicos que llevaron al avasallamiento de las civilizaciones autóctonas. Una de las partes más trascendentales se refiere a los sucesos mexicanos de los cuales el autor fue testigo y actor. Aquí, la narración se eleva cuando trata temas netamente criollos: la vida cotidiana, las costumbres y convivencia con los indios, los acontecimientos políticos que vivió y la formación del carácter hispano-mexicano. Escribió entre 1575 y 1580 el primer tratado de veterinaria en América: El libro de la albeitería, que trata de lo que es curar cavallos, y todas las bestias de pata entera por pulso y orina... El manuscrito original, se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid, fue paleografiado por el Dr. Nicanor Almarza, llegando hasta nuestros días gracias a la edición que realizara el Dr. Guillermo Quesada Bravo en 1953. 140 Durante el siglo XVI, criollos, plebeyos y gente del campo enfrentaban o encaraban ciertas leyes que les impedían montar a caballo.141 Aunque impedidos, se dieron a ejecutar las suertes del toreo ecuestre de modo rebelde, sobre todo en las haciendas. Varios son los autores que se ocupan de este personaje. El ya conocido Artemio de ValleArizpe lo hace en forma exhaustiva en una de sus obras, 142 sobre todo cuando refiere en detalle los acontecimientos en que se vieron envueltos los hermanos Ávila, durante la conjura que encabezó Martín Cortés. 139
José Álvarez del Villar: Orígenes del charro mexicano. Librería A. Pola. México, Talleres Linotipográficos VIRGINIA, 1968. 173 p., p. 88. En las sillas de la jineta, por lo que a los estilos clásicos se refiere, el gusto americano se manifestó en los adornos recargados y multicolores, desde las últimas décadas de la época colonial, hasta las primeras de la independiente, cuando la escuela y el estilo ecuestre que durante tres siglos habían florecido en la Nueva España, fueron substituidos por las manifestaciones militares de la brida y por las usanzas netamente mexicanas procedentes del campo. 140 Juan Suárez de Peralta: Libro de Albeitería. (Primer libro de ciencia veterinaria escrito en América por los años de 1575-1580). Paleografía de Nicanor Almarza Herranz. Prólogo de Guillermo Quesada Bravo. México, Editorial Albeitería, 1953. XXIII + 310 p. Ils., facs. 141 Fue así como el Rey instruyó a la Primera Audiencia, el 24 de diciembre de 1528, para que no vendieran o entregaran a los indios, caballos ni yeguas, por el inconveniente que de ello podría suceder en “hazerse los indios diestros de andar a caballo, so pena de muerte y perdimiento de bienes... así mesmo provereis, que no haya mulas, porque todos tengan caballos...”. Esta misma orden fue reiterada por la Reina doña Juana a la Segunda Audiencia, en Cédula del 12 de julio de 1530. De hecho, las disposiciones tuvieron excepción con los indígenas principales, indios caciques. 142 Artemio de Valle-Arizpe: La casa de los Ávila. Por (...) Cronista de la Ciudad de México. México, José Porrúa e Hijos, Sucesores 1940. 64 p. Ils.
Por su parte Federico Gómez de Orozco en las notas preliminares al Tratado del descubrimiento de las Indias hace un completo análisis sobre las condiciones que enfrentó Suárez de Peralta durante aquel complicadísmo proceso en que, si bien, no salió implicado, las sospechas levantadas en torno a su participación, se entretejieron de otra manera. Veamos. Varios otros procesos en donde se reclamaban bienes, fueron los que enfrentó Suárez de Peralta. Pero, entre las diversas fases que tuvo uno de esos procesos, la más grave contra los acusados Juan y Luis su hermano fue que los Gomez acusaron a su vez a la familia Suárez de Peralta de ser recién convertidos del Alcorán y secta mahomética, opinión que por otra parte no era la primera vez que se les imputaba, pues era de tiempo atrás compartida por muchas personas de Nueva España. La terminación de todo este lío fue que el Santo Oficio recogió los papeles, de donde se desprende que no había habido oportunidad de negociar con ellos, y Luis y Juan, así como Leonardo su primo, fueron severamente amonestados por su proceder. Si tanta prisa tenía Juan de irse a España (la denuncia fue hecha el 1º de marzo de 1572 ante el Tribunal de la Inquisición), ya sea por el proceso u otra causa que nos es desconocida, lo cierto es que demoró su viaje hasta el año de 1579 en que se ausentó de México. Como hemos visto por la información de don Jerónimo Cortés, en 1590 residía en la ciudad de Trujillo, España, y allá sin duda falleció, pues nunca más se encuentran noticias suyas en México.143
El principal mérito de nuestro ilustre y remoto compatriota consiste en que no sólo quiso dejarnos amenos relatos de sucedidos e historias, sino también en su afán de emplear su pluma en consignar el fruto de sus conocimientos y experiencia en asunto de aplicación práctica y útil, como lo es sin duda el Tratado de la Caballería de la Gineta y Brida, impreso en Sevilla el año de 1580, a raíz de su llegada a España, y dedicado a su pariente el Duque de Medina Sidonia. El motivo por el que escribió este tratado, fue, según dice el autor en el prólogo de su obra, a causa de ser el exercicio della (la caballería) tan útil y necesario a los caballeros y seguirse a su Majestad muy gran servicio y fortaleza en sus Reinos, especialmente en las Indias, rezones que le moverían también a escribir el Libro de Alveitería, que sin duda merece ser impreso, ya que todavía permanece inédito y olvidado entre los manuscritos de la Biblioteca Nacional de Madrid. En el fondo, también resulta interesante conocer un testimonio del propio Suárez de Peralta, quien afirma (…) ninguna cosa fue tan temida de los contrarios, ni más efecto hizo en ellos, que los caballos, mediante los cuales (con el auxilio divino) y el buen celo y deseo de los que en ellos iban, de servir a Dios y a su Rey, consiguieron tan alta victoria.144
Entre los capítulos que integran su Tratado… resalta lo dicho en el proemio al lector: (...) es desde el tiempo de los griegos hasta el día de hoy, especialmente el arte de la Brida, que este crece grandemente en Italia y particularmente en el Reino de Nápoles, en el que antiguamente hubo una ciudad famosísima llamada Sibaria donde tenían gran ejercicio de a caballo y era de suerte que en toda ella no se entendía sino de en ejercicios muy deleitables, no sólo en éste, mas en todos los demás. /p. 16: (...) del caballo nace el nombre y valor de los caballeros. Por tanto, los Nobles tienen la obligación más que los otros, a seguir esta virtud y así no solo los nobles, mas os viles hombres y bajos, con la fuerza y valor de este animal, se hacen 143 144
Suárez de Peralta: Tratado del descubrimiento..., op. cit., p. IX-XV. Juan Suárez de Peralta: Tractado de la Cavallería jineta y de la brida… op. Cit., p. 13.
cada día grandes y muy ilustres. No hay fiesta cumplida, ni juego valeroso, ni batalla grande donde él no se halle. Con ellos los Reyes, Príncipes y grandes Señores, defienden sus tierras y conquistan las ajenas”.145
Y luego, su pluma y su experiencia dan un despliegue importante de aspectos que entrañan con la práctica y ejercicio de caballeros, pero sobre todo en el uso de las sillas y las lanzas con que el desempeño de los mismos se encontraba listo para celebrar impresionantes puestas en escena en la plaza. Entre los datos relevantes encontrados en la lectura de dicho trabajo hay anotaciones como las que siguen: CAPÍTULO I. EN QUE SE CONTIENE LO QUE HA DE TENER UN CABALLO PARA SER BUENO DE LA JINETA Y FALTÁNDOLE ESTO NO SE LE PUEDE LLAMAR TAL. Ha de tener mediano el cuerpo y bien hecho, no cargado en la delantera, ni muy descargado, bien bajo, no demasiado, buena cola y crín, buenos bajos, corto de brazos, las cernejas largas y de allí para arriba lampiño, buen rostro y ojo, buen huello reposado, buena boca, que pare trocados los brazos, el correr menudo, sobre los pies levantado, no gacho, el rostro bien puesto, la boca cerrada, claro, que no se detenga corriendo la carrera, que vaya a ella manso y vuelva sobre los pies, que sea concertado en los galopes, que vuelva a una mano y a otra corriendo sin saltos, que juegue las cañas y esté quieto en el puesto, esto ha de tener un caballo para que se llame bueno de la Jineta, que tener de estas cosas alguna buena, en particular sola esta se puede loar y no llamar al caballo que tuviere especialmente buen talle, correr y parar como está dicho, huello y sosiego, bueno y al que esto tuviere, solo se le puede llamar con muy justa causa. Porque corriendo bien el caballo, teniendo buena boca y siendo sosegado, se le puede fácilmente mostrar lo demás.146 SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO II. DE LA MANERA QUE SE HA DE TENER PARA PONER LOS PIES Y EL CUERPO, UN HOMBRE DE A CABALLO BIEN PUESTO, Y CORRIENDO LO QUE HA DE HACER. (...) el caballero que quisiere ser buen hombre de a caballo perfecto, ha de tener tres cosas que cualquiera de ellas en particular no es nada. La primera, tener gran afición a los caballos, curarlos y regalarlos y la otra, no cansarse ni enfadarse de correrlos, que si fuese necesario todo el día correr (de ello) no reciba pesadumbre alguna, porque mientras más carreras, más aprenderá y se soltará en la silla y tomará desenvoltura, con que después venga a hacer lo que quisiere muy fácilmente. La tercera es, que siempre entiende que no sabe nada y que ha menester documentos y se huelgue de tomarlos de cualquier caballero que algo entendiere, porque en todas las cosas del mundo es esta parte buena y muy virtuosa, tomar siempre consejos y parecer de todos y huir de la afectación en lo que hiciere porque con ella dará fastidio y no parecerá bien nada de su desenvoltura, ni es posible tenerla con la afectación y los efectos que de ella salen, paran en los extremos y dejan el medio, que es el que se ha de procurar, pues da a todas las cosas gracia y perfección, y al que esto hiciere le aprovechará su trabajo. 147 CAPÍTULO VI. DE CÓMO SE HA DE CORRER LA CARRERA CON LA LANZA, Y LAS MANERAS DE CÓMO SE CORRE. Hase de correr en un buen caballo que corra claro, menudo y derecho y lo primero que se ha de hacer, es poner los cascabeles al caballo y luego ponerse el caballero la capa. De esta manera alzarla hasta el hombro izquierdo y la punta meterla debajo del mismo brazo y la otra media capa bajarla por el brazo derecho, y a esto el caballo ha de estar parado a toda la compostura del caballero. Y después de hecho esto, se ha de sacar el caballo adelante tres o cuatro pasos y ponerle el rostro derecho de la carrera por donde ha de ir, y pararle, y tomar la 145
Ibidem., p. 15. Ibid., p. 23. 147 Ib., p. 43-44. 146
lanza y medirla de suerte que haya de un cabo tanto como de otro y ponerla sobre el muslo derecho, el brazo un poco hueco y el hierro para adelante y sacar el caballo lo más poco a poco que pudiere ser y llevarle por la carrera hasta donde ha de volver. Y se ha de advertir que después de tomada la lanza para ir a la carrera, aun que el Rey esté presente no se ha de destocar el caballero, sino bajar la cabeza y hacerle su cortesía, la cabeza cubierta y no soltar la lanza porque no se sufra otra cosa. Y si quisiere quitarse el bonete, no tome la lanza hasta que haya pasado delante del señor y luego la tomará por la orden que he dicho, hasta que llegare donde ha de volver y luego que haya llegado, ponerse sobre los estribos y volver el caballo sobre mano izquierda con el cuerpo muy derecho y no se ha de volver al caballo de golpe, sino siempre recogiéndole y ajustándole de suerte que no se fuerza ni desbarate. 148
En la parte que corresponde al Tratado… de la brida, advierte sobre los muchos primores y avisos para hacer un caballo de la brida, doctrinarle y saberle enfrenar con otros muchos documentos para (un caballero) ser hombre de la brida y con las posturas que ha de tener y otras cosas tocantes a este ejercicio. Lo mismo hace en el capítulo XLI cuando trata de COMO SE HAN DE CORRER LANZAS EN LA BRIDA Y DE LAS POSTURAS Y COMO SE HAN DE SACAR Y CUALES SON LAS MEJORES, A LEY DE HOMBRES DE ARMAS. Pues hemos tratado de cómo se han de hacer los caballos y el enfrenarlos en ambas sillas y de la postura que han de tener los caballeros, me pareció ser justo tratar de cómo se han de correr lanzas a la Brida, porque este ejercicio es necesarísimo a causa de que por él se desenvuelven los caballeros y se hacen diestros para justar; y de la justa se siguen los efectos que todos sabemos, así en burlas como en veras. Y por no ser pesado ni enfadoso, no trato de cómo se ha de justar y correr las lanzas armado, mas yo entiendo (y es así) que el caballero que fuere ejercitado en correr desarmado (y tiene desenvoltura) fácil le será correr con las armas, porque lo más dificultoso es saber sacar las lanzas y darles el aire necesario y tomar desenvoltura y facilidad en el brazo y mano, porque habiendo esto, es llano lo demás. Hay muchas maneras de correr lanzas y de cada una hay sus aficionados, según como se dan la maña en aquella especie de correr: sustentando cada uno lo que sabe. Y para esto soy de parecer que el caballero se ejercite en todo y aprenda todos los géneros de correr. Y que en ellos se desenvuelva y sabidos, podrá después ser buen juez porque conocerá lo mejor. En toda Italia y España, se corre a lo cierto, aunque no tan galán, como en la Nueva España, a causa de que se han ejercitado muy muchos los caballeros de allá, añadiendo nuevas maneras de sacar la lanza, dándoles extremadísimo aire. Y es tanta la curiosidad de ellos, que para perfeccionarse en este arte mancan los caballos en que han de correr lanzas desjarretándolos de un pie y el que viene a ser manco de esparavanes le estiman mucho y diré la manera de mancar el caballo. Tómanle y córtanle el nervio principal con que sustenta el pie y queda cojo que casi arrastra el pie y como corriendo hace la fuerza con los tres sanos y el manco no llega a la mano hace un admirable son y corre muy menudo y muy llano y así se corre extremadamente y se sacan liadísimas lanzas; así por esto como ejercitarse mucho en correr lanzas de las cuales se tratará. Aunque me parece que no se les podrá dar en escritura el aire que tienen puestas por obra, pero darse han a entender lo mejor que se pudiere.149
Finalmente, debo agregar algunas notas sobre un interesante trabajo que elaboró al respecto Benjamín Flores Hernández,150. Dice nuestro autor:
148
Ib., p. 52. Ib., p. 141-142. 150 Benjamín Flores Hernández: “La jineta indiana en los textos de Juan Suárez de Peralta y Bernardo de Vargas Machuca”. Sevilla, en: Anuario de Estudios Americanos, T. LIV, 2, 1997. Separatas del tomo LIV-2 (juliodiciembre) del Anuario de Estudios Americanos (pp. 639-664). 149
(...) la entusiasta forma de estudiar la materia, el fervor patriótico con que los escritores españoles se lanzaron al análisis de los modos tradicionales de cabalgar propios de su tierra y el particular énfasis que dentro de sus páginas dieron a los enfrentamientos de los caballeros con los toros bravos, sí constituyen una particularidad típicamente hispana de la manera de abordar el asunto. Primeramente, en Italia y más adelante en Francia, desde los iniciales años del siglo XVI empezaron a divulgarse los principios de una novedosa escuela de equitación de origen napolitano que postulaba el triunfo de una caballería ligera, rápida, sobre la típica de los últimos tiempos de la Edad Media, la propia de los desafíos y de los torneos, caracterizada por la pesadez de unos equinos abrumados por el fardo de la armadura que protegía tanto a ellos como a quienes los montaban.151
Así que reafirmando cada vez más el papel protagónico que jugó Juan Suárez de Peralta como un conocedor en las prácticas caballerescas que fueron común denominador desde el siglo XVI y hasta el XVIII en la Nueva España. Si bien, su Tratado de la Caballería, la jineta y la brida… se publicó en Sevilla allá por 1580, y aún no contamos con referencias posteriores de su conocimiento en estas latitudes americanas, el hecho es que la mencionada teoría, junto con otras, pero sumada a la experiencia que seguía influyendo en la práctica, permitieron continuidad entre caballeros hispanos y novohispanos. En España, y para 1568 Antonio Flores de Benavides tradujo a Grissone,152 bien que para entonces ya debía ser archiconocida la técnica de la brida así en la península cuanto en los dominios castellanos de allende la mar, puesto que daba la continua presencia hispana en Italia no puede suponerse otra cosa. Sin embargo, los tratadistas españoles de aquel tiempo dedicados a estudiar el caballo, su monta, modo de combatir en él y demás temas afines, no sólo hicieron referencia a dicha caballería, sino que también trataron, mostrando una clara preferencia hacia ella, de la de la jineta, que gozaba de gran prestigio en todos los territorios dependientes del rey católico. Según parece, el primero de los muchos libros aparecidos sobre la enseñanza de la caballería en las imprentas de España y de Portugal a partir de la segunda mitad del siglo XVI y hasta bien entrado el XVIII, fue uno impreso en el año de 1551 en la oficina tipográfica que Cristóbal Álvarez tenía en la ciudad de Sevilla: el Tractado de la cavallería de la gineta de don Fernando Chacón, caballero calatravo. A continuación, y por espacio de más de ciento cincuenta años, no pararon los talleres de todas las ciudades de la península de tirar textos y más textos con esta temática, varios de los cuales alcanzaron la segunda y aun la tercera impresión.153
Al finalizar el siglo XV habían desaparecido aquellas formas ya poco apropiadas de caballería, lo mismo vestimentas de enormes y pesadas armaduras como aquellas expresiones que fueron de uso común durante la guerra, pero también durante los recesos de ésta, considerando el proceso de la de los “ocho siglos” entre moros y cristianos en territorio español. Lo bélico se tornó estético, lo pesado en la ligera movilidad de los combatientes que tenían ante sí los conceptos de la brida y la jineta como expresión no del campo de batalla. Sí de la plaza pública. En realidad, la técnica tradicionalmente española de montar sobre los corceles era la conocida como de la jineta, y fue ella, precisamente, la que al aparecer en los campos napolitanos en las 151
Op. Cit., p. 640. “Reglas de la caballería de la brida, y para conocer la complesión y naturaleza de los caballos, y doctrinarios para la guerra, y servicio de los hombres. Con diversas suertes de frenos. Compuestas por el S. Federico Grisson, gentilhombre napolitano, y ahora traducidas por el S. Antonio Florez de Benavides, Baeza, Juan Baptista de Montoya, MDLXVIII, en 4º, 145 f, 4 h”. Ver Sanz Egaña: “Introducción a la Sociedad de Bibliófilos Taurinos” a la obra: “Tres libros de jineta de los siglos XVI y XVII. Intr.. de (...), Madrid, 1951, XLVII, 270 p., ils., facs. (Sociedad de Bibliófilos Españoles, Segunda época, XXVI)., p. XXXV. 153 Flores Hernández: “La jineta indiana…”, op. Cit., p. 641-642. 152
luchas allí emprendidas por el rey de Aragón a lo largo del siglo que corre entre 1420 y 1520, trastornó todo el sentido del enfrentamiento caballeril propio de la Edad Media y del primer Renacimiento. Según Cesáreo Sanz Egaña, el origen y la peculiaridad de esa forma de cabalgar debe buscarse, antes que en detalles de longitud de estribos o de formas de la silla, en la anatomía típica de los equinos peninsulares, de menor tamaño y mayor nerviosidad que los nativos de otras latitudes del continente europeo.154
Brida y jineta tienen orígenes y explicaciones totalmente distintas. La primera de ellas parece estar localizada al sur de Italia, cuando en algún momento llegaron a la península un grupo de jinetes españoles que se empeñaron en adaptarse a caballos de mejor alzada, en oposición a aquellos arabigoandaluces, mas bien bajos. El nombre más antiguo de este tipo de monta fue el de a la estradiota,155 voz derivada de los stradiotti, caballeros mercenarios de nacionalidad albanesa que servían en el ejército veneciano, los cuales debieron haber sido los primeros en tratar de aplicar los principios de la caballería ligera en el uso de equinos centroeuropeos. En cuanto a la connotación de a la brida, encontramos en el Diccionario de la academia lo siguiente: Brida es el “freno del caballo con las riendas y todo el correaje, que sirve para sujetarlo a la cabeza del animal”. De la jineta se entiende como un género de caballería africana, con frenos o bocados recogidos y estribos anchos y cortas aciones, a éstos llaman jinetes y a esotros bridones, los cuales llevan los estribos largos y la pierna tendida, propia caballería para hombres de armas”. Es el propio Benjamín Flores Hernández quien apoya lo hasta aquí analizado al apuntar que El más hondo sentido que tenía la multitud de obras y opúsculos editados por aquella época para la explicación de las diversas técnicas de andar a caballo era el de enseñar cómo, sobre ese animal (el caballo), habrían de continuar los españoles la realización de sus gloriosas acciones militares a todo lo ancho y largo del mundo. Tal cosa la indicaba claramente, por ejemplo, Juan Suárez de Peralta en su Tractado..., cuando se refería a los valiosos servicios bélicos prestados a los caudillos de su patria por los corceles puesto que, argumentaba allí: No hay fiesta cumplida, ni juego valeroso, ni batalla grande donde él no se halle. Con ellos los reyes, príncipes y grandes señores defienden sus tierras y conquistan las ajenas”. Aparte de su utilización en las campañas militares, la principal actividad en la cual habían de practicarse las reglas y disposiciones de la caballería expuestas en los tratados fue, en España, durante las centurias décimoquinta y décimosexta, la de las corridas de toros. El punto culminante, la acción más emocionante, de más riesgo, belleza y significación de las realizadas entre los tablados de una plaza pública en tiempos de la monarquía de los Austrias, resultaba la de liquidar un bravo bovino con lanza. El caballo pasó a Indias junto con las primeras empresas conquistadoras, en las cuales enseguida mostró su indiscutible utilidad. Son continuas las referencias de comentaristas e historiadores acerca de los servicios prestados a los castellanos por este animal en las entradas expedicionarias en demanda de la expansión de los dominios de su soberano a través de toda la geografía del nuevo continente. Recuérdese cómo, en múltiples sitios, tardaron los indios un buen rato en salir de su asombrada creencia en que hombre y bestia conjuntaban una sola unidad.
154
Ibidem., p. 644. Estradiota: “un género de caballería, de que usan en la guerra los hombres de armas, los cuales llevan los estribos largos, tendidas las piernas, las sillas con borrenes, de encajan los muslos y los frenos de los caballos con las camas largas; todo lo cual es al revés en la jineta. 155
(...) entre los indígenas, debido a la obra consumada por él mismo y por sus compañeros, para el tiempo en que (Bernal Díaz del Castillo) escribía, principios del último tercio del siglo XVI todos los más caciques tienen caballo y son ricos, traen jaeces con buenas sillas y se pasean por la ciudad y villas y lugares donde se van a holgar y son naturales, y llevan sus indios y pajes que les acompañan, y aun en algunos pueblos juegan cañas y corren toros y ponen sortija, especial es día de Corpus Christi, o de Señor San Juan, o Señor Santiago, o de Nuestra Señora de Agosto, o la advocación de la iglesia del santo de su pueblo; y hay muchos que aguardan los toros aunque sean bravos y muchos de ellos son jinetes, y en especial en un pueblo que se dice Chiapa de los indios.156
Por otro lado, el papel protagónico que tuvieron los caballeros americanos no fue una casualidad. Ya lo vimos con los hechos de enero de 1572. Del mismo modo, es el mismo Suárez de Peralta en acentuar ese orgullo, tal y como lo vimos al referir en el capítulo XLI de su Tratado… en toda Italia y España se corre a lo cierto, aunque no tan galán, como en la Nueva España, a causa de que se han ejercitado muy mucho los caballeros de allá, añadiendo nuevas maneras de sacar la lanza, dándole extremadísimo aire. Y es tanta la curiosidad de ellos, que para perfeccionarse en este arte mancan los caballos en que han de correr lanzas desjarretándolos de un pie y el que viene a ser manco de esparavanes de estiman mucho [...]
También fue el propio Miguel de Cervantes Saavedra, en palabras de Sancho Panza, quien exclamó cuando fue a contar a su señor lo sucedido en su encuentro con la hermosísima Dulcinea del Toboso, transformada en zafía labradora por artes de encantamiento: “-Vive Roque, que es la señora nuestra ama más ligera que un alcotán, y que puede enseñar a subir a la jineta al más diestro cordobés o mexicano”.
Finalmente, para tratar aquí de la manera específica que tuvo de practicarse la equitación en Indias se analiza particularmente el Tractado de la caballería de la gineta y brida, del inquieto criollo mexicano Juan Suárez de Peralta, así como los tres sucesivos libros compuestos sobre ese tema por el simanquino Bernardo de Vargas Machuca. Asimismo, se utilizan también unas cuantas de las expresiones del Discurso para estar a la jineta con gracia y hermosura –Madrid, 1590-, de Juan Arias Dávila Puertocarrero, conde de Puñonrostro, de quien se dijo que “en muchas cosas sigue la jineta de las Indias”, y del Modo de pelear a la jineta –Valladolid, 1605-, de Simón de Villalobos, tal vez mexicano como su hermano Diego, que fue quien llevó este escrito a la imprenta. En las campañas americanas, cuando se entró a caballo sobre los indígenas, fue el estilo de montar a la jineta el utilizado, y así aseguraba el Inca Garcilazo cómo esa tierra “se ganó a la jineta”. Vargas Machuca continuamente repite en su Milicia el consejo de que en las conquistas americanas sólo se utilicen las sillas jinetas y no se consienta brida, porque con menos riesgo se vadea un río a la jineta y son más prestos al ensillar y se hacen hombres de a caballo.
Según Bernardo de Vargas Machuca, comenta en el prólogo al Libro de ejercicios de la jineta, fue durante sus años americanos cuando “cursó y aprendió” los secretos de la equitación. Mas, a lo que dice, fue ya de vuelta en España y a instancias de varias personas, 156
Flores Hernández: Op. Cit., p. 648-650.
muy particularmente de don Alberto Fúcar, que se dedicó a poner en el papel lo que tenía aprendido sobre la materia, y pasó enseguida a publicar sus apuntes, mismos que salieron a la luz durante 1600 en la misma imprenta madrileña que un año antes su libro de la Milicia. La portada del tratado entonces aparecido lleva el siguiente enunciado: Libro de Ejercicios de la Jineta, compuesto por el Capitán D. Bernardo de Vargas Machuca, Indiano, natural de Simancas en Castilla la Vieja. Dirigido al Conde Alberto Fúcar [escudo de Fúcar] En Madrid, Por Pedro Madrigal, [filete] Año MDC.157
157
Bernardo de Vargas Machuca: Teorica y exercicios de la Gineta: primores, secretos y aduertencias della, con las señales y enfrentamientos de los Guallos, su curacion y beneficio / por... don Bernardo de Vargas Machuca....-En Madrid : por Diego Flamenco, 1619, [14], 200 h., [10] h. de grab.; 8º Marca tip. en colofón.-Sign: [ ]8, [calderón]8, A-C8, E-Z8, 2A2C8. Grab. xil. en h. [156]. - Las h. de grab. xil. incluidas en signaturación, son dos heráldicas y el resto de la representación gráfica de los diversos tipos de freno para los caballos M-PR 89912: Enc. pasta; Anot. ms. en port. y colofón; En h. de guarda, autor y tit. mss. en vertical; Procede de Francisco de Bruna. M-AH 2/3305: Enc. hol.-M-BHM V/564: Enc. perg.
EL CRIOLLISMO Y LA TIBETANIZACION: ¿EFECTOS DE LO MEXICANO EN EL TOREO? Un tema que de siempre me ha causado especial inquietud es el de la forma en que los americanos aceptaron el toreo, tras el proceso conquistador, lo hicieron suyo y después le dieron interpretación tan particular a este ejercicio convirtiéndose en una especie de segunda sombra que ya de por sí, proyectaba el quehacer español. Segunda sombra pues sin alejarse del cuerpo principal se unía a la estela de la primera, dueña de una vigencia incontenible. Solo que al llegar a América y desarrollarse en nuevos ambientes se gestó la necesidad no tanto de cambios; sí de distintas interpretaciones. Y esto pudo darse -seguramente- por dos motivos que ahora analizo: el criollismo americano y la "tibetanización" desarrollada en la península ibérica. Entendemos al criollismo como un proceso de liberación por un lado y de manifestación de orgullo por el otro, cuando el mexicano en cuanto tal, o el criollo, -incluso el indio- se crecen frente a la presencia dominante del español en nuestro continente. Maduran ante las reacciones de subestimación que se fomentan en la España del siglo XVIII que ve en el americano a un ser inferior en todos sentidos, incapaz de ser comparado con los hombres de espíritu europeo, que son los que ocupan los cargos importantes en la administración, cargos a los cuales ya puede enfrentarse el criollo también. David A. Brading nos dice que "las raíces más profundas del esfuerzo por negar el valor de la conquista se hallan en el pensamiento criollo que se remonta hasta el siglo XVI". Desde entonces es visible la génesis del nacionalismo o patriotismo criollos que va a luchar por un espacio dominado por los españoles, tanto europeos como americanos, los cuales disfrutaban de un virtual monopolio de todas las posiciones de prestigio, poder y riqueza. Poco a poco fue despertándose un fuerte impulso de vindicación por lo que en esencia les pertenece pero que el sistema colonial les negaba. De esa manera el criollo y el mestizo también buscan la forma de manifestar un ser, una idea de identidad lo más natural y espontánea posible; logran separarse del carácter español, pero sin abandonarlo del todo, hasta que comenzó a forjarse la idea de un nacionalismo en potencia. De ahí que parte del planteamiento de la independencia y de la recuperación de la personalidad propia de una América sometida esté dada bajo los ideales del patriotismo criollo y el republicanismo clásico que luego buscaron en el liberalismo mexicano sumergido dentro del conflictivo pero apasionante siglo XIX. La asunción del criollo a escena en la vida novohispana es de suyo interesante. Quizás confundido al principio quiere dar rienda suelta a su ser reprimido, con el que se siente afín en las cosas que piensa. Y actúa en libertad, dejándose retratar por plumas como sor Juana o Sigüenza y Góngora, por ejemplo. No faltó ojo crítico a la cuestión y es así como Hipólito Villarroel en sus "Enfermedades que padece la Nueva España..." nos acerca a la realidad de una sociedad novohispana en franca descomposición a fines del siglo XVIII y cerca de la emancipación. Pero es con Rafael Landívar S.J. y su Rusticatio Mexicana donde mejor queda retratada esa forma de ser y de vivir del mexicano, del criollo que ya se identifica plenamente en el teatro de la vida cotidiana del siglo de las luces. Precisamente en su libro XV Los Juegos aparece una amplia descripción de fiestas taurinas. La obra fue escrita en bellos hexámetros, es decir: verso de la métrica clásica de seis pies, los cuatro primeros espondeo o dáctilo, el quinto dáctilo y el sexto espondeo. Es el verso épico por excelencia. El poema nace en un clima espontáneo que armoniza los divergentes elementos de tres mundos: el latino, el español y el americano, amalgamados en la psicología del poeta bajo los fuegos vehementes del trópico guatemalteco, su cuna, y transidos por el espíritu de la
altiplanicie mexicana, en la cual se desarrolló al arte y a la sabiduría. En el libro X: "Los ganados mayores" se apunta la vida del toro bravo en el campo. Pero, desde luego es el libro XV en el que se incluyen las peleas de gallos, las corridas de toros campiranas y las carreras de caballos. Nada, sin embargo, más ardientemente ama la juventud de las tierras occidentales como la lidia de toros feroces en el circo. Se extiende una plaza espaciosa rodeada de sólida valla, la cual ofrece numerosos asientos a la copiosa multitud, guarnecidos de vivos tapices multicolores. Sale al redondel solamente el adiestrado a esta diversión, ya sea que sepa burlar al toro saltando, o sea que sepa gobernar el hocico del fogoso caballo con el duro cabestro. Preparadas las cosas conforme a la vieja costumbre nacional, sale bruscamente un novillo indómito, corpulento, erguida y amenazadora la cabeza; con el furor en los ojos inflamados, y un torbellino de ira salvaje en el corazón, hace temblar los asientos corriendo feroz por todo el redondel, hasta que el lidiador le pone delante un blanco lienzo y cuerpo a cuerpo exaspera largamente su ira acumulada. El toro, como flecha disparada por el arco tenso, se lanza contra el enemigo seguro de atravesarlo con el cuerno y aventarlo por el aire. El lidiador, entonces, presenta la capa repetidas veces a las persistentes arremetidas hurta el cuerpo, desviándose prontamente, con rápido brinco esquiva las cornadas mortales. Otra vez el toro, más enardecido de envenenado coraje, apoyándose con todo el cuerpo acomete al lidiador, espumajea de rabia, y amenaza de muerte. Mas aquél provisto de una banderilla, mientras el torete con la cabeza revuelve el lienzo, rápido le clava en el morrillo el penetrante hierro. Herido éste con el agudo dardo, repara y llena toda la plaza de mugidos. Mas cuando intenta arrancarse las banderillas del morrillo y calmar corriendo el dolor rabioso, el lidiador, enristrando una corta lanza con los robustos brazos, le pone delante el caballo que echa fuego por todos sus poros, y con sus ímpetus para la lucha. El astado, habiendo, mientras, sufrido la férrea pica, avieso acosa por largo rato al cuadrúpedo, esparce la arena rascándola con la pezuña tanteando las posibles maneras de embestir. Está el brioso Etón, tendidas las orejas, preparado a burlar el golpe en tanto que el lidiador calcula las malignas astucias del enemigo. La fiera, entonces, más veloz que una ráfaga mueve las patas, acomete al caballo, a la pica y al jinete. Pero éste, desviando la rienda urge con los talones los anchos ijares de su cabalgadura, y parando con la punta metálica el morrillo de la fiera, se sustrae mientras cuidadosamente a la feroz embestida.
El padre Rafael Landívar nació en la ciudad de Guatemala el 27 de octubre de 1731. En el curso de 1759 a 1960 Landívar pudo haber enseñado retórica en México, pero sus biógrafos se inclinan a que lo hizo en Puebla y en 1755 en México. El autor habla de su obra: Intitulé este poema Rusticatio mexicana (Por los campos de México), tanto porque casi todo lo que contiene atañe a los campos mexicanos, como también porque oigo que en Europa se conoce vulgarmente toda la Nueva España con el nombre de México, sin tomar en cuenta la diversidad de territorios.
Viene ahora la continuación al libro XV: Pero si la autoridad ordena que el toro ya quebrantado por las varias heridas, sea muerto en la última suerte, el vigoroso lidiador armado de una espada fulminante, o lo mismo el jinete con su aguda lanza, desafían intrépidos el peligro, provocando a gritos al astado amenazador y encaminándose a él con el hierro. El toro, súbitamente exasperado su ira por los gritos, arremete contra el lidiador que incita con las armas y la voz. Este, entonces, le hunde la espada hasta la empuñadura, o el jinete lo hiere con el rejón de acero al acomete, dándole el golpe entre los cuernos, a medio testuz, y el toro temblándole las patas, rueda al suelo. Siguen los
aplausos de la gente y el clamor del triunfo y todos se esfuerzan por celebrar la victoria del matador. Algunas veces el temerario lidiador, fiándose demasiado de su penetrante estoque, es levantado por los aires y, traspasadas sus entrañas por los cuernos, acaba víctima de suerte desgraciada. El toro revuelca en la arena el cuerpo ensangrentado; se atemoriza el público ante el espectáculo y los otros lidiadores por el peligro. Sucédense luego nuevas luchas, por orden, cuando se desea alternarlas con el fin de variar. Los mozos, en efecto, suelen aprestar para montarlo, un toro sacado de la ganadería, muy vigoroso, corpulento y encendido en amenazas de muerte. Uno de aquellos le sujeta en el lomo peludo los avíos, como si fuera caballo, y le echa al pescuezo un lazo; sirviéndose luego de él, impávido, a manera de larga brida, sube a los broncos lomos del rebelde novillo, armado de ríspidas espuelas y confiando en su fuerza. El animal, temblando de coraje, se avienta en todos sentidos, luchando violentamente por lanzar al jinete de su lomo. Ya enderezándose rasga el aire con los corvos cuernos, ya dando coces en el vacío arremete furibundo a todo correr, contra los que se le atraviesan; y cuando intenta saltar el redondel, alborota las graderías de los espectadores espantados. Como el líbico león herido por penetrante proyectil, amenaza con los colmillos, los ojos feroces y las mandíbulas sanguinarias, tiembla, se mueve contra sus astutos adversarios mostrando las garras, y ya se lanza por el aire con salto fulmíneo, ya corriendo velozmente fatiga a los cazadores; lo mismo el toro, encolerizado por el extraño peso, trastornando la plaza embiste ora a unos, ora a otros. Pero el muchacho sin cejar se mantiene inconmovible sobre el lomo, espoleándolo constantemente. Y aun también, el muchacho jinete blandiendo larga pica desde el lomo del cornúpeta, manda a los de a pie sacar otro astado de los corrales y a puyazos lo empuja gozoso por todo el llano. Atolondrado al principio por la novedad, huye precipitadamente de su compañero enjaezado vistosamente. Pero aguijoneando su dorso por la punzante pica, se enfurece encendido de cólera, embiste a su perseguidor, y ambos se trenzan de los cuernos en bárbara lucha. Mas el robusto jinete dirime la contienda con la pica, y continúa persiguiendo a los toros por la llanura, hasta que con la fatiga dejen de amenazar y doblegados se apacigüen.
Toda ella es una hermosa, soberbia y fascinante descripción de la fiesta torera mexicana, con un típico y profundo sabor que, desde entonces comienza a imprimirle el criollo, deseoso por plasmar géneros distintos al tipo de fiesta que por entonces domina el panorama. Ese aspecto se determinaba desde luego por lazos de fuerte influencia española que aún se agita en la Nueva España en vías de extinción. A la pregunta de qué, o cómo es el criollo, se agrega otra: ¿quién permite el surgimiento de un ente nuevo en paisaje poco propicio a sus ideales? Una respuesta la encontramos en el recorrido que pretendo, desde la Contrarreforma hasta el siglo XVII en España concretamente. Este movimiento católico de reacción contra la Reforma protestante en el siglo XVI tiene como objeto un reforzamiento espiritual del papado y de la Iglesia de Roma, así como la reconquista de países centroeuropeos como Alemania, Países Bajos, Dinamarca, Suecia, Inglaterra instalados en la iglesia reformada. Pero la Contrarreforma fue a alterar órdenes establecidos. Italia fue afectada en lo poco que le quedaba de energía creadora en la ciencia y la técnica. José Ortega y Gasset escribió en la Idea del principio en Leibniz su visión sobre los efectos de aquel movimiento. Dice: Donde sí causó daño definitivo la Contrarreforma fue precisamente en el pueblo que la emprendió y dirigió, es decir, en España. Pero en el fondo la Contrarreforma al aplicar una rigurosa regimentación de las mentes que no era
más que la disciplina al extremo logró que el Concilio de Trento celebrado en Italia de 1545 a 1563 restableciera -entre otras cosas- el Tribunal de la Inquisición. Por coincidencia España sufría una extraña enfermedad.
Esta enfermedad -dice Ortega- fue la hermetización de nuestro pueblo hacia y frente al resto del mundo, fenómeno que no se refiere especialmente a la religión ni a la teología ni a las ideas, sino a la totalidad de la vida, que tiene, por lo mismo, un origen ajeno por completo a las cuestiones eclesiásticas y que fue la verdadera causa de que perdiésemos nuestro imperio. Yo le llamo "tibetanización" de España. El proceso agudo de esta acontece entre 1600 y 1650. El efecto fue desastroso, fatal. España era el único país que no solo necesitaba Contrarreforma, sino que esta le sobraba. En España no había habido de verdad Renacimiento ni por tanto, subversión. Renacimiento no consiste en imitar a Petrarca, a Ariosto o a Tasso, sino más bien, en serlos. El fenómeno es fatal pues mientras las naciones europeas se desarrollan normalmente, la formación de España sufre una crisis temporal. Por tanto, esto retardó un poco su etapa adulta, concentrándose hacia adentro en sus progresos y avances. En España lo que va a pasar entonces es una hermetización bastante radical hacia lo exterior, inclusive -y aquí nos fijamos con mayor atención- hacia la periferia de la misma España, es decir, sus colonias y su imperio. Coincide la tibetanización española -en la primera mitad del siglo XVII- con el movimiento criollista que comienza a forjarse en Nueva España. ¿Serán estas dos tremendas coincidencias: criollismo y tibetanización, puntos que favorezcan el desarrollo de una fiesta caballeresca primero; torera después, con singulares características de definición que marcan una separación, mas no el abandono de la influencia que ejerce el toreo venido de España? Además si a todo esto sumamos el fenómeno que Pedro Romero de Solís se encargó de llamar como el "retorno del tumulto" justo al percibirse los síntomas de cambio generados por la llegada de la casa de Borbón al reinado español desde 1700, pues ello hizo más propicias las condiciones para mostrar rebeldía primero del plebeyo contra el noble y luego de lo que este, desde el caballo ya no podía seguir siendo ante la hazaña de los de a pie, toreando, esquivando a buen saber y entender, hasta depositar el cúmulo de experiencias en la primera tauromaquia de orden mayor: la de José Delgado "Pepe-hillo". Si el criollo encontraba favorecido el terreno en el momento en que los borbones -tras la guerra de sucesión- asumen el trono español, su espíritu se verá constantemente alimentado de cambios que atestiguará entre sorprendido y emocionado. Dos casos: la expulsión de los jesuitas en 1767, compañía que la Contrarreforma estimuló y en la Nueva España se extendió por todos los rincones y provincias. La ilustración, fenómeno que, bloqueado por las autoridades novohispanas y reprobado ferozmente por el santo Oficio sirvió como pauta esencial de formación en el ideal concreto de la emancipación cuyo logro al fin es la independencia, despierta desde 1808. Todo esto, probablemente sea parte de los giros con que la tauromaquia en México haya comenzado a dar frutos distintos frente a la española, más propensa a fomentar el tecnicismo, ruta de la que nuestro país no fue ajeno, aunque salpicada -esta- de "invenciones", expresión riquísima que dominó más de cincuenta años el ambiente festivo nacional durante el siglo antepasado.
EL SIGLO XIX COMO FENÓMENO DE ABUNDANCIA TAURINA EN MÉXICO. I Al tiempo en que se activó la independencia de nuestro país, el toreo se comportó de igual forma y se hizo nacional perdiendo cierto rumbo que solo recuperaba al llamado de las raíces que lo forjaron. Esas raíces eran las españolas, desde luego. Caben aquí un par de reflexiones antes de ingresar a la magia proyectada desde la plaza de toros. Un análisis clásico ya, para entender el profundo dilema por el que navegó México como nación en el siglo XIX, es México. El trauma de su historia del recién desaparecido Edmundo O' Gorman. Es genial su planteamiento sobre la confrontación ideológica entre la tesis conservadora y la liberal. Resumiendo: Los conservadores quieren mantener la tradición, pero sin rechazar la modernidad. Los liberales quieren adoptar la modernidad, pero sin rechazar la tradición. Es decir, en ambos la tradición es común denominador, y para los dos, el sentido de la modernidad juega un papel muy interesante que no nos toca desarrollar. Solo que en el toreo la modernidad llegó tarde, fue quedándose atrás y la tradición mostró nuevos ropajes. Si bien la estructura no perdió su esencia hispana, el vestido para la escena se colmó de mexicanidad y fue así como encontramos una fiesta sustentada en innovaciones e invenciones que permiten verla como fuente interminable de creación cuya singularidad fue la de que aquellos espectáculos eran distintos unos de otros, dada su creatividad, desde luego. Ello parece indicar la relación que se vino dando entre los quehaceres campiranos y los vigentes en las plazas de toros. Sociedad y también correspondencia de intensidad permanente, con su vivir implícito en la independencia, fórmula que se dispuso para el logro de una autenticidad taurómaca nacional. Un aspecto de profunda raíz en México y que es el de la iglesia, guarda semejanzas con la tradición torera también. Los principios católicos quedaron sembrados recién terminada la conquista. Poco a poco el indígena acepta una nueva religión y, en consecuencia, un nuevo dios. Con el tiempo aumentó la dimensión e importancia ya no solo de los principios o postulados, sino de quienes detentan y controlan el poder de la iglesia. De esa forma, el movimiento de emancipación para alcanzar el grado de nación fue encabezado por libertadores que enarbolaron la imagen de la virgen de Guadalupe. Por lo tanto, el arraigo de una cultura religiosa como la vigente en México desde 1521 y hasta hoy, ha trascendido distintas etapas sin riesgo de perder hegemonía. Antes al contrario, se mantiene vigorosa. De ese modo el toreo guarda condiciones semejantes, aceptándolo nuestros antepasados, haciéndolo suyo y luego, enriqueciéndolo en abundancia. Así fue como se integró a la forma de ser de los mexicanos y ha llegado hasta nosotros contando a lo largo de sus más de cuatro siglos y medio con apenas algunas interrupciones de orden legal, administrativo o incluso, por capricho de algunos gobernantes declaradamente antitaurinos. Fue así como Hidalgo en la ganadería, o Allende en la torería ponen punto de partida a unas condiciones que luego los hermanos Luis, Sóstenes y José María Ávila se encargan de mantener en circunstancias parecidas a las que representaron Pedro, Antonio y José Romero en la España de fines del XVIII y comienzos del XIX. Y es que los hermanos Ávila (Luis, Sóstenes y José María) por más de cincuenta años aparecen como los representantes taurinos de México, dado que se convierten en las figuras más importantes que dan brillo al espectáculo en nuestro país. Fue así como desde 1808 y hasta 1857 ocupan la atención de la afición estos interesantes y a la vez misteriosos personajes, cuya principal actividad se concentró en la capital mexicana. Pocos datos existen al respecto de los tres,
afortunadamente quien más datos nos proporciona es el acucioso e inquieto investigador Armando de María y Campos. Sus perfiles ya no se pierden en las noches oscuras de la tauromaquia que aún quedan por descubrir.
Heredia ilustró, Cumplido publicó. Escena fascinante de la REAL PLAZA DE TOROS DE SAN PABLO. La fiesta poco a poco va mostrando signos de lo que ya es para la tercera década del siglo XIX. Colección del autor.
EL SIGLO XIX COMO FENÓMENO DE ABUNDANCIA TAURINA EN MÉXICO. II Un espectáculo taurino durante el siglo XIX, y como consecuencia de acontecimientos que provienen del XVIII, concentraba valores del siguiente jaez: -Lidia de toros "a muerte", como estructura básica, convencional o tradicional que pervivió a pesar del rompimiento con el esquema netamente español, luego de la independencia. -Montes parnasos,158 cucañas, coleadero, jaripeos, mojigangas, toros embolados, globos 158
Benjamín Flores Hernández. Con la fiesta nacional. Por el siglo de las luces (tesis de licenciatura), p. 101. El llamado monte carnaval, monte parnaso o pirámide, consistente en un armatoste de vigas, a veces ensebadas, en el cual se ponían buen número de objetos de todas clases que habrían de llevarse en premio las personas del público que lograban apoderarse de ellas una vez que la autoridad que presidía el festejo diera la orden de iniciar el asalto.
aerostáticos, fuegos artificiales, representaciones teatrales,159 hombres montados en zancos, mujeres toreras. Agregado de animales como: liebres, cerdos, perros, burros y hasta la pelea de toros con osos y tigres. Benjamín Flores Hernández nos ofrece un rico panorama al respecto: -Lidia de toros en el Coliseo de México, desde 1762 -lidias en el matadero; -toros que se jugaron en el palenque de gallos; -correr astados en algunos teatros; -junto a las comedias de santos, peleas de gallos y corridas de novillos; -ningún elenco se consideraba completo mientras no contara con un "loco"; -otros personajes de la brega -estos sí, a los que parece, exclusivos de la Nueva España o cuando menos de América- eran los lazadores; -cuadrillas de mujeres toreras; -picar montado en un burro; -picar a un toro montado en otro toro; -toros embolados; -banderillas sui géneris. Por ejemplo, hacia 1815 y con motivo de la restauración del Deseado Fernando VII al trono español anunciaba el cartel que "...al quinto toro se pondrán dos mesas de merienda al medio de la plaza, para que sentados a ellas los toreros, banderilleen a un toro embolado"; -locos y maromeros; -asaetamiento de las reses, acoso y muerte por parte de una jauría de perros de presa; -dominguejos (figuras de tamaño natural que puestas ex profeso en la plaza eran embestidas por el toro. Las dichas figuras recuperaban su posición original gracias al plomo o algún otro material pesado fijo en la base y que permitía el continuo balanceo); -en los intermedios de las lidias de los toros se ofrecían regatas o, cuando menos, paseos de embarcaciones; -diversión, no muy frecuente aunque sí muy regocijante, era la de soltar al ruedo varios cerdos que debían ser lazados por ciegos; -la continua relación de lidia de toros en plazas de gallos; -galgos perseguidores que podrían dar caza a algunas veloces liebres que previamente se habían soltado por el ruedo; -persecuciones de venados acosados por perros sabuesos; -globos aerostáticos; -luces de artificio; -monte carnaval, monte parnaso o pirámide; -la cucaña, largo palo ensebado en cuyo extremo se ponía un importante premio que se llevaba quien pudiese llegar a él.
Además encontramos hombres montados en zancos, enanos, figuras que representan sentidos extraños. 159
Armando de María y Campos. Los toros en México en el siglo XIX (1810 a 1863). Dicho libro está plagado de referencias y podemos ver ejemplos como los siguientes: -Los hombres gordos de Europa; -Los polvos de la madre Celestina; -La Tarasca; -El laberinto mexicano; -El macetón variado; -Los juegos de Sansón; -Las Carreras de Grecia (sic); -Sargento Marcos Bomba, todas ellas mojigangas.
Corrida de toros en la Plaza de San Pablo, John Moritz Rugendas, 1833. Óleo sobre cartón. Fuente: Colección del Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, México.
EL SIGLO XIX COMO FENÓMENO DE ABUNDANCIA TAURINA EN MÉXICO. III DE LA GLORIA AL DERRUMBE. Considero así la razón de la segunda mitad del siglo pasado en virtud de que el toreo como auténtico sentido nacional, vivió en plenitud, apenas alterado por la presencia de Bernardo Gaviño, torero español que aquí desarrolló todo su potencial (de 1835 a 1886) pero cuya decisión fue dejarse absorber, congeniar en perfecta armonía con las estructuras dominantes en el toreo mexicano. España, 1836: Francisco Montes aportaba al espectáculo su Tauromaquia, como el más adelantado instrumento teórico que sustentaba las normas con que este ejercicio alcanzaba por entonces una madurez que acaparaba también al arte. Bernardo, aunque pudo haber traído consigo estas experiencias se acomoda a las formas vigentes en México, pero con toda seguridad impuso también un principio: nunca alejarse de las bases que concebían al toreo. De ahí que Ponciano Díaz asimilara el legado, pero también terminara por rechazarlo, mostrándose ante la afición como un torero híbrido, es decir, tan poderoso a caballo como a pie. El torero de origen gaditano actúa en medio de una escenografía tan variada como la que se pone de manifiesto durante sus mejores épocas. En 1867 se prohíben las corridas de
toros en el D.F.; sobre esto, muchos piensan que Benito Juárez fue quien consumó tal medida. Puedo decir al respecto que la empresa de la plaza Paseo Nuevo mostraba un desorden administrativo, y el principal motivo que generó la sanción fue su falta de pago de impuestos, asunto que despachó la Ley de Dotación de Fondos Municipales del 28 de noviembre de 1867, discutida y aceptada por el Congreso en funciones por entonces. El decreto, en consecuencia, pasó a firma de Benito Juárez y de Sebastián Lerdo de Tejada, Presidente de la república y secretario de Gobernación respectivamente. ¿Que Juárez era un aficionado a los toros? lo demuestra su asistencia a cuatro corridas con su investidura como presidente interino y constitucional. Las fechas: 27 de enero de 1861, 9 de noviembre de 1862, 22 de febrero de 1863 y 3 de noviembre de 1867. Lejos de rechazar, aprobaba y asistía. Solo que los términos jurídicos se impusieron y no le quedó más remedio que autorizar la prohibición. Con lo anterior simplemente hacemos la separación del hombre público con respecto a la del ciudadano común y corriente, para no enjuiciar a un personaje mas que con las bases de que disponemos. De 1868 a 1886 las corridas de toros se refugiaron en provincia y se produjeron fenómenos como la formación y consolidación de feudos taurinos, desmembrados por el propio Ponciano. Y se reanudan las corridas el 20 de febrero de 1887 con gran entusiasmo. Entre 1887 y 1888 se inauguran cinco plazas: San Rafael, Paseo, Coliseo, Colón y Bucareli. El feudo del de Atenco es esta última, sitio donde se comprobaron idolatría, el grado superlativo de torero "mandón" pero también su derrumbe. Idolatría dado el fuerte aprecio de parte de un pueblo que exaltó al diestro en versos, grabados, música o literatura diversa. Mandón, "porque está solo, sin pareja, sin rival permanente, invadiendo terrenos y ganando batallas hasta quedarse solo mientras el boumerang de su propia dictadura se vuelve contra él", nos dice Guillermo H. Cantú. Derrumbe porque no soportó los efectos de algo que podría considerarse la "reconquista" de los toreros españoles, encabezada por José Machío y Luis Mazzantini, mismos que sometieron al espada nacional, imponiendo el toreo de a pie, a la usanza española y en versión moderna, concepto que modificado llega hasta nuestros días, vigoroso y engrandecido.
Juárez a quien se atribuyó la prohibición de las corridas de toros en 1867, aparece aquí tras de una ventana rota constituida por diversas escenas de las corridas en aquel entonces. Colección del autor.
EL SIGLO XIX COMO FENÓMENO DE ABUNDANCIA TAURINA EN MÉXICO. (IV) Con la de nuestros antepasados es posible entender un fiesta-espectáculo que caía en la improvisación más absoluta y válida para aquel momento; alimentada por aquellos residuos de las postrimerías dieciochescas -que veremos más adelante-, mezclados con nuevos factores de autonomía e idiosincrasia propias de la independencia durante buena parte del siglo pasado. De ese modo, diversos cosos de vida muy corta continuaron funcionando; lentamente su ritmo se consumió hasta serle entregada la batuta del orden a la Real Plaza de toros de San Pablo, y para 1851 a la del Paseo Nuevo. Eran escenarios de cambio, de nuevas opciones, pero de tan poco peso en su valor no de la búsqueda del lucimiento, que ya estaba implícito, sino en la defensa o sostenimiento de las bases auténticas de la tauromaquia. Así, con la presencia de toreros en zancos, de representaciones teatrales combinadas con la bravura del astado en el ruedo; de montes parnasos y cucañas; de toros embolados, globos aerostáticos, fuegos artificiales y liebres que corrían en todas direcciones de la plaza, la fiesta se descubría con variaciones del más intenso colorido. Los años pasaban hasta que en 1835 llegó procedente de Cuba, Bernardo Gaviño y Rueda a quien puede considerársele como la directriz que puso un orden y un sentido más racional, aunque no permanente a la tauromaquia mexicana. Y es que don Bernardo acabó mexicanizándose; acabó siendo una pieza del ser mestizo, pero fundamentalmente tutor espiritual del toreo en nuestro país durante el siglo que nos congrega. Al tiempo en que se activó la independencia en nuestro país, el toreo se comportó de igual forma y se hizo nacional perdiendo cierto rumbo que solo recuperaba al llamado de las raíces que lo forjaron. Esas raíces eran las españolas, desde luego. Caben aquí un par de reflexiones antes de ingresar a la magia proyectada desde la plaza de toros. Un análisis clásico ya, para entender el profundo dilema por el que navegó México como nación en el siglo XIX, es México. El trauma de su historia del recién desaparecido Edmundo O' Gorman. Es genial su planteamiento sobre la confrontación ideológica entre la tesis conservadora y la liberal. Resumiendo: Los conservadores quieren mantener la tradición, pero sin rechazar la modernidad. Los liberales quieren adoptar la modernidad, pero sin rechazar la tradición. Es decir, en ambos la tradición es común denominador, y para los dos, el sentido de la modernidad juega un papel muy interesante que no nos toca desarrollar. Solo que en el toreo la modernidad llegó tarde, fue quedándose atrás y la tradición mostró nuevos ropajes. Si bien la estructura no perdió su esencia hispana, el vestido para la escena se colmó de mexicanidad y fue así como encontramos una fiesta sustentada en innovaciones e invenciones que permiten verla como fuente interminable de creación, cuya singularidad fue la de que aquellos espectáculos eran distintos unos de otros. Dada su creatividad, desde luego. Ello parece indicar la relación que se vino dando entre los quehaceres campiranos y los vigentes en las plazas de toros. Sociedad y también correspondencia de intensidad permanente, con su vivir implícito en la independencia, fórmula que se dispuso para el logro de una autenticidad taurómaca nacional. Un aspecto de profunda raíz en México y que es el de la iglesia, guarda semejanzas con la tradición torera también. Los principios católicos quedaron sembrados recién terminada la conquista. Poco a poco el indígena acepta una nueva religión y, en consecuencia, un nuevo dios. Con el tiempo aumentó la dimensión e importancia ya no solo de los principios o postulados, sino de quienes detentan y controlan el poder de la iglesia. De esa forma, el movimiento de emancipación para alcanzar el grado de nación fue encabezado por
libertadores que enarbolaron la imagen de la virgen de Guadalupe. Por lo tanto, el arraigo de una cultura religiosa como la vigente en México desde 1521 y hasta hoy, ha trascendido distintas etapas sin riesgo de perder hegemonía. Antes al contrario, se mantiene vigorosa. De ese modo el toreo guarda condiciones semejantes, aceptándolo nuestros antepasados, haciéndolo suyo y luego, enriqueciéndolo en abundancia. Así fue como se integró a la forma de ser de los mexicanos y ha llegado hasta nosotros contando a lo largo de sus más de cuatro siglos y medio con apenas algunas interrupciones de orden legal, administrativo o incluso, por capricho de algunos gobernantes declaradamente antitaurinos. Fue así como Hidalgo en la ganadería, o Allende en la torería ponen punto de partida a unas condiciones que luego los hermanos Luis, Sóstenes y José María Avila se encargan de mantener en circunstancias parecidas a las que representaron Pedro, Antonio y José Romero en la España de fines del XVIII y comienzos del XIX. Y es que los hermanos Avila por más de cincuenta años aparecen como los representantes taurinos de México, dado que se convierten en las figuras más importantes que dan brillo al espectáculo en nuestro país. Fue así como desde 1808 y hasta 1857 ocupan la atención de la afición estos interesantes y a la vez misteriosos personajes, cuya principal actividad se concentró en la capital mexicana. Pocos datos existen al respecto de los tres, que son cuatro, con Joaquín, mencionado por Carlos María de Bustamante en su Diario Histórico de México. Desafortunadamente este último cometió homicidio que lo llevó a la cárcel y más tarde al patíbulo. De ese modo, sus perfiles ya no se pierden en las noches oscuras de la tauromaquia que aún quedan por descubrir. Un espectáculo taurino durante el siglo XIX, y como consecuencia de acontecimientos que provienen del XVIII, concentraba valores del siguiente jaez: -Lidia de toros "a muerte", como estructura básica, convencional o tradicional que pervivió a pesar del rompimiento con el esquema netamente español, luego de la independencia. -Montes parnasos o cucañas. El llamado monte carnaval, monte parnaso o pirámide, consistente en un armatoste de vigas, a veces ensebadas, en el cual se ponían buen número de objetos de todas clases que habrían de llevarse en premio las personas del público que lograban apoderarse de ellas una vez que la autoridad que presidía el festejo diera la orden de iniciar el asalto. Pero también estaban: el coleadero, jaripeos, mojigangas, toros embolados, globos aerostáticos, fuegos artificiales. O representaciones teatrales, como por ejemplo: -Los hombres gordos de Europa; -Los polvos de la madre Celestina; -La Tarasca; -El laberinto mexicano; -El macetón variado; -Los juegos de Sansón; -Las Carreras de Grecia (sic); -o el Sargento Marcos Bomba,
todas ellas mojigangas. Hombres montados en zancos, mujeres toreras. Agregado de animales como: liebres, cerdos, perros, burros y hasta la pelea de toros con osos y tigres. Benjamín Flores Hernández en su tesis de licenciatura: “Con la fiesta nacional. Por el siglo de las luces” nos ofrece un rico panorama al respecto: -Lidia de toros en el Coliseo de México, desde 1762 -lidias en el matadero;
-toros que se jugaron en el palenque de gallos; -correr astados en algunos teatros; -junto a las comedias de santos, peleas de gallos y corridas de novillos; -ningún elenco se consideraba completo mientras no contara con un "loco"; -otros personajes de la brega -estos sí, a los que parece, exclusivos de la Nueva España o cuando menos de América- eran los lazadores; -cuadrillas de mujeres toreras; -picar montado en un burro; -picar a un toro montado en otro toro; -toros embolados; -banderillas sui géneris. Por ejemplo, hacia 1815 y con motivo de la restauración del Deseado Fernando VII al trono español anunciaba el cartel que "...al quinto toro se pondrán dos mesas de merienda al medio de la plaza, para que sentados a ellas los toreros, banderilleen a un toro embolado"; -locos y maromeros; -asaetamiento de las reses, acoso y muerte por parte de una jauría de perros de presa; -dominguejos (figuras de tamaño natural que puestas ex profeso en la plaza eran embestidas por el toro. Las dichas figuras recuperaban su posición original gracias al plomo o algún otro material pesado fijo en la base y que permitía el continuo balanceo); -en los intermedios de las lidias de los toros se ofrecían regatas o, cuando menos, paseos de embarcaciones; -diversión, no muy frecuente aunque sí muy regocijante, era la de soltar al ruedo varios cerdos que debían ser lazados por ciegos; -la continua relación de lidia de toros en plazas de gallos; -galgos perseguidores que podrían dar caza a algunas veloces liebres que previamente se habían soltado por el ruedo; -persecuciones de venados acosados por perros sabuesos; -globos aerostáticos; -luces de artificio; -monte carnaval, monte parnaso o pirámide; -la cucaña, largo palo ensebado en cuyo extremo se ponía un importante premio que se llevaba quien pudiese llegar a él.
Además encontramos hombres montados en zancos, enanos, figuras que representan sentidos extraños. Ante todo esto es preciso saber qué pasaba con los dictados de la moda taurina que llegaban de España y los mexicanos recibían para darle un propio carácter. Es el autor español Rafael Cabrera Bonet quien en su conferencia “Evolución de los encaste del toro de lidia” nos revela parte de esta duda: “(Mientras) transcurre el siglo XVII cada vez el público va demandando un mayor número de ganaderías (...). Dos (o) tres de ellas se enfrentan, si no en franca competencia, sí al menos en cuanto a la calidad de sus reses para el languidecente rejoneo o el vigoroso empuje de los de a pie. Porque no vaya a creerse nadie que este toreo a pie aparece, de golpe y porrazo, con el cambio de dinastía (de los Austrias a los borbones), en el siglo XVIII. No, ya en el último tercio del siglo anterior, y con mucha frecuencia en los postreros años del reinado de Carlos II, los lidiadores de a pie van constituyéndose en el eje del festejo, y los picadores de vara larga o de detener, suceden a los caballeros del rejoneo. Incluso en estos finiseculares años de la Casa de Austria es dado ver en la Plaza Mayor de Madrid, y ante la misma persona del monarca imperante, corridas en las que tan sólo actúan toreros a pie, solos o acompañados de varilargueros. Para este nuevo toreo, para esta nueva fiesta, se requieren otras reses, y éstas mismas van a modificar durante casi dos siglos los gustos del público.
“En efecto, para el toreo a pie se requieren toros que embistan con mayor claridad, que a la par que manteniendo la movilidad requerida desde antaño presenten buenas condiciones de nobleza y bravura. Sin embargo, esta evolución del toreo sufre un retraso importante por la aversión de Felipe V, al menos en sus primeros años españoles, hacia la fiesta taurina (cosa que también se reflejó en la Nueva España). Numerosas prohibiciones, y silencios expresivos, marcan gran parte de las innumerables solicitudes de festejos en las tres primeras décadas de su reinado. La fiesta apenas puede verse en la capital, durante esta época, en tres o cuatro ocasiones. Los amantes de este género de emociones han de trasladarse a los pueblos de la periferia, donde pueden ver capeas o novilladas de ínfimo orden, o a las capitales cercanas a Madrid, donde con otro carácter, menos trascendente y con menor boato, se suceden festejos de alguna mayor categoría. Pero, no obstante, esta evolución, iniciada en el pasado siglo, es imparable. Ya sea por los copiosos gastos que a la nobleza y alta burguesía le ocasionara la pompa y circunstancia de la fiesta de tiempos de Felipe IV, ya sea por la lógica inclinación del público hacia una fiesta más popular, anárquica y espontánea, ya sea por lo que fuere, el toreo caballeresco desaparece prácticamente de escena, siendo sustituido por el de vara larga, al que ampara una nutrida e indisciplinada grey de lidiadores pedáneos. Para esta fiesta se requieren otros toros y los ganaderos sabrán ofrecérselos. El toro comienza a ser eje central del festejo, y medir su bravura, su acometividad, burlar su noble embestida su finalidad última.
ESCENA TAURINA reproducida en un cartel de mediados del siglo XIX. Una mojiganga. MEXICAN ART & LIFE. Abril, 1939.
“Para esta evolución, que al principio surge con dos versiones fundamentales, toreo de vara larga y burla a pie, se requiere un toro bravo -en el sentido que hoy entendemos, es decir con gran acometividad y comportamiento definido en la suerte de varas- pero también ágil y revoltoso”. Por eso, y regresando a los acontecimientos nacionales debo centrar ahora la atención en una de las ganaderías que brillaron con luz propia en el firmamento taurino mexicano: Atenco, la de mayor importancia durante el siglo que ahora revisamos. En la fiesta de los toros, la ganadería cumple un papel fundamental. En México desde 1526, el espectáculo ha tenido gran arraigo que se fortaleció aún más durante el siglo XIX. Atenco como ganadería surge en 1528 por lo que se convierte en la más antigua de todas, conservándose en el mismo sitio hasta nuestros días y ostentando de igual forma el fierro original. Durante el siglo XIX se manifestó una actividad taurina muy intensa, en la cual los toros de Atenco participaron permanentemente, siendo importantes para el desarrollo del espectáculo, sin que por ello se menosprecie el papel de otras haciendas. Lo destacable en todo esto es el esplendor, pero también la permanencia de una ganadería que pasó del terreno informal al profesional en cuanto a la cría de toros bravos, con lo que obtuvo un estilo definido. Por otro lado, no se tiene en claro cual fue el pie de simiente que definió las características de casta del toro bravo atenqueño. La importancia de Atenco durante el siglo XIX se dio gracias a la constante crianza de cabezas de ganado a partir de una selección autóctona, aprovechando sobre todo el origen criollo de los toros que se multiplicaron en la región del valle de Toluca; también fomentó el esplendor de Atenco la frecuencia con que fueron enviados los encierros, fundamentalmente a plazas del centro del país. Un personaje y dos familias son protagonistas de toda esta historia: Bernardo Gaviño, torero español radicado en nuestro país, además de los Cervantes y los Barbabosa, propietarios de la mencionada hacienda. En muchas temporadas taurinas, efectuadas en plazas como la Plaza Nacional de Toros, San Pablo, Paseo Nuevo de Bucareli y otras (sobre todo en el interior del país) aparece constantemente el nombre de Atenco. La hacienda contaba hacia l860-1870 con aproximadamente 3,000 hectáreas (2,977 hectáreas en 1903), propiedad donde pudo concentrarse una gran cantidad de cabezas de ganado destinadas para la lidia. Su cercanía con la ciudad, pero sobre todo, la garantía de bravura permitió el acuerdo entre empresa y ganadero para la venta de dichos toros en infinidad de temporadas, memorables en su mayoría. En la hacienda de Atenco estaba presente una buena organización, a pesar del dispendio y banca rota que propició el hacendado José Juan Cervantes y Michaus, último conde de Santiago de Calimaya. A este señor le sucedió Juan Cervantes Ayestarán, quien ya no ostentó ningún cargo nobiliario. La administración se reforzaba con la ayuda de los caporales; de ese modo la ganadería aseguraba el intenso movimiento de toros en las plazas donde eran lidiados. Bernardo Gaviño desempeñó un papel protagónico dentro y fuera del ruedo. Este torero influyó de manera muy particular en los destinos de la hacienda ganadera de Atenco. Señor feudal de la tauromaquia, fue protegido por el último conde de Santiago de Calimaya con quien efectuó gran parte de los cambios registrados no sólo en Atenco, también dentro de la fiesta brava en México.
ESCENA TAURINA reproducida en un cartel de mediados del siglo XIX. Fuente: José María de Cossío. Los toros. Tratado técnico e histórico. T. 4, p. 143.
LUIS G. INCLÁN, EMPRESARIO DE LA PLAZA DE TOROS “EL PASEO NUEVO” EN PUEBLA Y LA CIUDAD DE MÉXICO. EN LA CAPITAL SE PELEA LAS PALMAS CON IGNACIO GADEA. (ANÁLISIS A SU OBRA ASTUCIA). Luis G. Inclán nacido en 1816 fue un hombre emprendedor, amante del quehacer campirano. Administra haciendas tales como Narvarte, La Teja, Santa María, Chapingo y Tepentongo poniendo en práctica conocimientos de la agricultura que le permitieron ser llamado en varias ocasiones a medir tierras, sobre todo, a administrar la plaza de toros de esta capital y en Puebla, cuando Bernardo Gaviño coqueteaba con la fama. Esto debe haber ocurrido entre la quinta y sexta décadas del siglo XIX. Este escritor, impresor, periodista y charro a la vez, tuvo el privilegio de publicarse asimismo “todos los recuerdos de cuanto había integrado su felicidad campirana”. Su quehacer literario incluye una excelente novela de costumbre: ASTUCIA. EL JEFE DE LOS HERMANOS DE LA HOJA O LOS CHARROS CONTRABANDISTA DE LA RAMA. Tal novela, conjunto de estampas mexicanas de mediados del siglo XIX, cuya carga de valores son los de la injusticia social, es descubierta por Inclán en la persona de “Lencho” quien constantemente sentencia: “Con astucia y reflexión, se aprovecha la razón”. Los escenarios son diversos, pero nos detendremos en el actual estado de Puebla, sitio en que ocurren diversas jornadas, interesantes para nuestro estudio. En Inclán, como dice Salvador Novo no pasa desapercibido el mundo que retrató la Marquesa Calderón de la Barca, pero si está muy próximo a Payno e incluso a Zamacois, aunque todos “vibran (con) los estertores de la lucha entre contrabandistas y federalistas en que llega hasta la ciudad el eco remoto de un campo inconforme y desorientado”. De esta obra se ha escrito mucho. Sin embargo, encuentro en Inclán a un autor con afición por los toros, un personaje ligado a las tareas del campo, a la charrería. Publica en 1860 “Reglas con que un colegial puede colear y lazar” así como “Recuerdos del Chamberín” en 1867. Cinco años más tarde la imprenta de Inclán saca a la luz “Coleadero en la hacienda de Ayala”. Además, publica artículos en “La Jarana” de 1871 siendo más de una la crónica de festejos taurinos que salió de su exuberante pluma. No puede faltar en esta relación otra de sus obras, la cual, por cierto, descubrí hace muy poco tiempo en España. Se trata de: Luis G. Inclán: ESPLICACIÓN DE LAS SUERTES DE TAUROMAQUIA QUE EJECUTAN LOS DIESTROS EN LAS CORRIDAS DE TOROS, SACADA DEL ARTE DE TOREAR ESCRITA POR EL DISTINGUIDO MAESTRO FRANCISCO MONTES. México, Imprenta de Inclán, San José el Real Núm. 7. 1862. Edición facsimilar presentada por la Unión de Bibliófilos Taurinos de España. Madrid, 1995. Don Luis es un guía perfecto en cuanto al personaje que combina el ejercicio charro con el taurino, cumpliendo un protagonismo ya como lazador o como ejecutante de suertes de la tauromaquia; ya como empresario de la plaza del Paseo Nuevo en Puebla, y la que lleva el mismo nombre, en la capital del país. Con toda seguridad conoce y vive de cerca con los actores principales del quehacer que por entonces destacan en el espectáculo taurino Es muy seguro que tratara con empresarios como Vicente del Pozo, José Jorge Arellano y con toreros como Ignacio Gadea (de a caballo), Bernardo Gaviño y Mariano González “La Monja”. En el capítulo Nº 12 de ASTUCIA el autor nos obsequia con una hermosísima reseña de los hechos ocurridos en el poblado de Tochimilco (con “T” señor tipógrafo) en el estado de Puebla. Vale muchísimo la pena trasladarlo hasta aquí, para lo cual, es necesario elaborar apuntes al calce que sirvan de complemento, y como nota aclaratoria de cuanto significaba el protagonista LENCHO o ASTUCIA, para el pueblo y para el lector que encuentra un sinnúmero de cosas por explorar y conocer.
ASTUCIA que así fue bautizado Lorenzo, “Lencho” es el héroe de la obra, una especie de superdotado que pasa de una etapa preparatoria, con su carga de amor imposible a otra que es la de un sucesivo beneficio y reconocimiento por parte de los “gallones”, esos personajes de rompe y rasga, que imponían respeto. Cabezas de grupo o gavillas siempre al tanto de cometer nuevas fechorías. El día señalado para la fiesta presenta el escenario perfectamente preparado. ASTUCIA no podía dejar de recordar ¿Quién me había de decir hace como tres años que me ocupaba en sermonear a Alejo para que no fuera contrabandista de la rama, cuando pasábamos los días enteros entretenidos en estudiar suertes de tauromaquia entre las barrancas de las lomas de Tepuxtepec, sorteando el ganado bravo que podíamos arrinconar, que ahora él fuera quien me enjaretara a pertenecer a los valientes Hermanos de la Hoja?
Esto nos hace recordar también otra cita que va así: (...)No todo estaba fincado en ser “contrabandista de la rama”. Otra de las ocupaciones para Lencho era estudiar suertes de tauromaquia, para lo cual el ganado bravo que se podía arrinconar se convertía en pieza indispensable.
Llama Inclán en boca de Lencho “ganado bravo” a todos aquellos bovinos que pastaban en las lomas de Tepuxtepec (en Puebla) como sitio destinado para aquellos quehaceres que no son propiamente campiranos. Son taurinos. Inclán comparte como ya vimos estos dos divertimentos. ASTUCIA con Luis G. Inclán a su vera, o ¿Luis G. Inclán, en cierto modo pudo ser el mismísimo ASTUCIA? está enterado de los menesteres taurinos y no es ajeno a ellos, puesto que practica y estudia las suertes de tauromaquia como cualquier buen charro no solo apegado a sus normas, sino que busca mezclar suertes nacidas o practicadas en el campo llevadas a la plaza o viceversa. ASTUCIA o Lencho se descubre pues como un personaje acorde con el espectáculo que a mitad del siglo pasado era común denominador, con toda una serie de suertes ejecutadas a caballo por Ignacio Gadea fundamentalmente junto con algunos otros, como Lino Zamora, Alejo Garza “el hombre fenómeno” que faltándole los brazos desde su nacimiento, ejecuta con los pies unas cosas tan sorprendentes y admirables, que solo viéndolas se pueden creer: en cuya inteligencia, ofrece desempeñar las suertes siguientes: 1.-Ensartará una aguja de coser bretaña con una hebra de seda 2.-Prenderá la yesca con piedra y eslabón, encendiendo en ella un cigarro. 3.-Repetirá la tirada de la piedra con la honda. 4.-Barajará con destreza un naipe. 5ª y última. Escribirá su nombre, el cual será manifestado al respetable público. Y ¡A los toros! En medio de refranes tales como: “los mastines criollos y abajeños adonde afianzan el gaznate ahogan”, comienza el rito (...) mira, Pepe, en cuanto acabemos, te vas a ensillar mi prieto y que Reflexión se venga en el cuatralbo por si se ofreciere dar un piquetito, tráete debajo de la pierna mi espada, en la tienta el joronguito acambareño y procura representar tu papel para que le comamos el trigo al Buldog.
Ha pedido ASTUCIA a su amigo Pepe que ensille al “prieto”, alistando a Reflexión que se esté preparado “por si se ofreciese dar un piquetito”.
Por lo importante de toda la descripción es mi deseo reproducirla con anotaciones al calce, mismas que buscarán complementar la reseña que hace del festejo con todos sus detalles Luis G. Inclán. -¿Qué te vas a meter a torear, Apolonio? -dijo la señora-, ya sabes que eso les causa mucho miedo a estas criaturas y si las hemos de llevar a mortificarlas, vale más que nos quedemos. -No, señorita, yo no he de torear, ya tengo el tablado dispuesto para ustedes y yo me estaré por allí inmediato por si algo se les ofreciere; el amigo Astucia que está ahora en su mero tejocote, es el que ha de entrar y tengo empeño en que monte al Chocolín que me regalaron ensillado los amos de la hacienda de... si es tan bueno como bonito, seguramente que se tiene que agradecer. -Por cierto de esos regalos, Apolonio, manos besamos que quisiéramos ver quemadas, esos mismos que así te regalan, por un lado te obsequian temiendo que caigas a sus haciendas y te despaches por tu mano, y por otro no perdonan medio para ver si consiguen exterminarte; Dios te libre de caer en desgracia, porque ellos serán los primeros en solicitar tu ruina. -Conque, señorita, dentro de un rato se van yendo para la plaza, que las acompañe Joaquín y Tomás, allá las espero para acomodarlas, o si usted dispone que vuelva yo por ustedes, me vendré luego. -Reflexionó un rato y respondió: -Nos iremos solas, pues aunque aquí nadie me conoce, ni yo tengo que perder, siempre será bueno que ningún extraño sepa que tienes familia, para que no nos vayas a arrastrar contigo en un caso desgraciado.
Preparativos para un festejo que se antoja harto interesante, son los que se aprecian en el apunte anterior, donde Apolonio, ha tomado las providencias del caso, adecuando un “coso” que se ajuste a la corrida (¿y charreada a la vez?) que ya está levantando polvareda, porque allí, los charros van a demostrar lo mejor de su repertorio, admirados siempre por la grata presencia femenina en los tendidos. Los diálogos inmediatos me parecen tan curiosos, puesto que demuestran el carácter campirano que de seguro predominó y que recogió Inclán, probablemente matizados de mayor sabor a la hora de enfatizar el lenguaje, acompañado de floreos que resultan anacrónicos pero sabrosos al mismo tiempo. Esto es, la elocuencia se levanta y galopa. Se despidieron los huéspedes. Pepe se fue a ensillar el Prieto y Astucia arregló los estribos de la magnífica silla que tenía puesta el Chocolín, montaron a caballo y se fueron para la plaza; ya estaba allí el Buldog montado en un bonito caballo bayo lobo, haciéndose el gracioso lazando a varios de a pie de los macutenos de Río Frío. Ninguno le había visto a don Polo el Colorado y se imaginaron que era del charro, confirmándose en ello al ver que su vestido era competente al lujo y magnífico aspecto de tan precioso caballo. Luego que llegó don Polo se arrimó el Buldog a saludarlo, dándose cierta importancia y diciendo con una sonrisa sardónica: -No le doy la mano, señor don Apolonio, porque es el único a quien le alzo pelo, y estoy muy contento con tener mis tánganos en su lugar. -No se haga chico, comandante, que usted no deja de tener sus fuerzas, ya me han contado que anda por ahí haciendo chillar a los hombres; lo que sucede es que muy bien sabe con quién se pone y hasta ahora no ha encontrado quien le dé a entender que donde hay bueno hay mejor. -Eso es una verdad -dijo el Buldog-, y sin que se entienda que es fanfarronada, exceptuándose usted, con el que quiera me rifo. -Permítame, comandante, que le diga, que es mucha vanidad, y que donde vea que le cogen el falso se le sale. -Pues lo repito, no siendo con usted, con cualquiera me rifo -casi todos los que estuvieron en los gallos y presenciaron la escena de don Polo, estaban allí reunidos; no dudaron que Astucia le quitaría la vanidad a aquel hombre tan fatuo y todas las miradas se dirigían a él como incitándolo a que admitiera; Astucia haciéndose el indiferente veía con demasiado desprecio al Buldog, sonriendo irónicamente; don Polo le guiñó un ojo y sin esperar a más adelantó su caballo hasta
ponerse frente al Buldog, diciendo con semblante poco serio: -Señor comandante, ha barrido con todos sin exceptuar más que al amigo don Polo; como su reto a todos nos humilla, yo se lo acepto por honor de todos, aquí está mi mano, no me jacto de fuerzudo, pero no consiento que ronquen más que los que duermen, y el que me busca me encuentra -aunque no dejó de sorprenderse el Buldog, el prurito y sobre todo su vanidad, lo hicieron tomar la mano que se le presentaba y desde luego conoció que su adversario era pollo de cuenta, por lo que maliciosamente quiso al instante cogerlo desprevenido y dominarlo; Astucia que no era lerdo penetró su designio y anticipadamente le dio tan fuerte agarrón que no lo dejó poner en planta sus mañas y magullándole los dedos, jugándole los tanganitos atrozmente, le decía riendo: -Apriete. El comandante soltó los estribos, se encogió en la silla, se mordía los labios, tenía el rostro lívido, las lágrimas asomaron a sus ojos y por más esfuerzos que hacía, no sólo no podía apretar, sino que ni defenderse le fue dado; por fin, le apretó otro poco Astucia, le dio otras jugadillas de tánganos y soltándolo dijo: -Este pichón no es para mí. -¿Qué hubo? -dijo don Polo. -Que este señor comandante se está haciendo chico, contestó Astucia, no ha querido agarrarse como los hombres, y si piensa que yo le he de apostar algún interés se equivoca. Y les hizo del ojo a los que lo rodeaban. -Me declaro insuficiente, señores, este caballero me ha hecho ver estrellitas, exclamó el Buldog sacudiéndose la mano y soplándose los dedos, retiro mis palabras y pido perdón a las personas que se creyeron insultadas. -Basta con esta expontánea confesión, replicó Astucia, nadie se dé por ofendido, pero si quiere la revancha, aquí está la zurda. -No, amigo... ¿cómo se llama?... para respetarlo. -Gambino, servidor de usted -le contestó Astucia, que fue lo primero que se le ocurrió. -Vamos al aserradero -dijo don Polo para evitar más explicaciones-, que abran las trancas, y les prevengo que no maltraten el ganado.
Pues bien, la corrida va a empezar. Quedaron atrás preámbulos, fuegos cruzados, un repertorio de afrentas, retos, provocaciones y demás lindezas, propias de los hombres de campo, acostumbrados a tratos tan ásperos. ASTUCIA, con su carácter dominante y mandón, va a organizar las cuadrillas entre picadores, lazadores, toreros de a pie, coleadores, capoteros y locos tal y como veremos enseguida. Unos entraron a la plaza y otros se subieron a los tablados; el Buldog renegado los siguió, pero tenía tan adolorida la mano, que no podía ni componer su reata, Gambino y su criado se acompañaron llevándose el primero la ventaja en el manejo de la reata, que tiraba con mucho acierto, mientras que el comandante estuvo errando lazos encuartándose y siendo el más chambón de todos, luego que entorilaron se salieron y don Polo facultó al supuesto Gambino para que arreglara todo y no se volviera desorden. -Señores -dijo Astucia- ¿les parece que improvisemos una cuadrilla? -Sí, sí -contestaron varios de los entusiasta- para entrar. -Pues párense aquí los que han de servir de picadores. Sólo tres se resolvieron. -Completa aquí las paradas, Pepe, monta el Cuatralbo y proporciónate garrocha que cuando te toque yo cubriré tu lugar. -Aquí están las picas- dijo Joaquín al asistente de don Polo que hacía tiempo había llegado con ellas. -Corrientes, ármense, señores, y por este lado estamos completos, ¿usted, comandante, no quiere dar un piquetito? -No, amigote, yo estaré de lazador.
Enhorabuena, pues júntese aquí con don Polo, que entrará en el Chocolín para que me lo preste cuando se lo pida. A ver los coleadores fórmense. -Entresacó ocho y los numeró. -Señores -les dijo-, cuando les toque su turno estén listo, yo los llamaré por sus números y mientras no se colee, se están aquí afuera paraditos. Ahora vamos a la cuadrilla de a pie, ¿quiénes gustan de acompañarme? -Yo, señor amo -contestó Reflexión disponiendo su sarapito y alzándose las puntas de las calzoneras, -y yo, y yo -contestaron varios rancheros y peladitos. -Fórmense, fórmense aquí en ala.- Eran otros ocho. -¿Quién de ustedes banderillea? que dé un paso al frente.- Salieron tres. -Completa aquí Reflexión, dos para cada toro, primera y segunda parada, los demás son capoteros, y cuidado con hacerse bolas. Nos faltan dos locos. -Ahí andan los de los huehuenches y la danza, llámenlos -dijo don Polo. En un instante vinieron llenos de gusto, les advirtió Astucia su deber y estaban ya completas las cuadrillas. -Ahora sólo me resta decirles lo que debemos hacer, vámonos todos al mesoncito para ensayarnos mientras se hace hora.
Organizados y listos para la “corrida”, quieren estar lo mejor posible, con un ensayo previo. Las facultades concedidas y el aspecto de dominio que tenía Astucia hacían que todos se prestaran y obedecieran gustosos; allí solos en el mesón, les advirtió el cómo y lo que debían de hacer cada cual en su clase, mandó acomodar la música, se pusieron tranqueros en la puerta para que sólo entraran y salieran los que él determinara y coordinó con don Polo el modo de distribuir la diversión para hacerla lucida y variada, sin olvidarse del clarín de órdenes para la lumbrera del juez. A las tres y cuarto ya estaba todo listo, la plaza llena de gente y toda la concurrencia ansiosa de que comenzara la función. Ya todo se encuentra listo para comenzar el festejo. Inclán no ha omitido detalle sobre el modo en que se desarrollaban los festejos por aquel entonces, y es de suponerse que aunque fuera en una población como Tochimilco, no se podían quedar atrás para celebrar con todo el aparato la mencionada diversión. Como veremos a continuación, el modo con que fue discurriendo el festejo, nos da idea del típico desorden que de seguro imperaba en esos pequeños puntos provincianos, que no eran ajenos al universo de la tauromaquia. Por fin llegó un indio a avisar que ya estaba el señor Subprefecto en su tablado; se formaron todos en sus respectivas colocaciones y capitaneados por Astucia que iba a pie, con su joronguito doblado en el brazo izquierdo. Llegaron a la puerta de la plaza, sonó un formidable trompetazo que puso en alarma a todos los concurrentes, la música comenzó a tocar una descompasada marcha y se presentó Astucia seguido de sus cuadrillas, atravesando el circo, llenando con su presencia la plaza, causando mucho entusiasmo y obteniendo multitud de aplausos. Llegaron frente al tablado de las autoridades, formaron en ala, hicieron un saludo y en el mayor orden salieron los coleadores y dos de los picadores para su sitio designado. Un picador se paró en un lado del coso, el otro al segundo tiro, los peones cubrieron el redondel; el capotero fue al reto, y el capitán se puso tras del primer picador para defenderlo de un embroque. Como el toril no estaba en forma, sino que sólo era un simple chiquero, fue necesario lazar adentro al toro designado para sacarlo; le dieron al Buldog la reata con el toro amarrado; al tiempo de salir a la plaza estaba atravesado, fue el primer bulto que descubrió, y partiéndole directamente no le dio tiempo para salirse de jurisdicción, por lo que en su viaje le dio al caballo una quemada en la nalga, y el hombre por librarse soltó la reata y echó a correr causando mucha risa a todos, que se burlaban de su torpeza; uno de los de a pie tomó la punta de la reata, se la dio a don Polo y siguió otra bola de silbidos pues el dicho Buldog erró cuatro o seis piales, hasta que estando el toro ahogándose cayó al suelo y allí lo despojó Astucia de la reata que tenía en el
pescuezo, diciéndole al picador: -Párese aquí, amiguito. Ahí va la muerte muchachos. Le dio un manazo al toro en la panza y arrancó extendiendo su joronguito al estribo izquierdo del picador, el toro se paró hecho un demonio, y le partió, lo recibió bien, pero todo se descompuso y antes que recargara la suerte y perdiera la silla, se metió Astucia quitándoselo con limpieza, gritando: -¡Bien, muchachos. Bien! Todos lo imitaron aplaudiendo, y el hombre que picó, se figuraba que efectivamente había quedado bien; así estuvo ayudando y defendiendo a todos, animándolos y aplaudiéndolos, pues siendo esa clase de entretenimiento su diversión favorita, se dedicó, aprendió y ejercitó en todo lo del ramo con empeño, por lo que el hombre estaba en su elemento.
Ya intervinieron el capotero y el primer picador, luego de ciertas dificultades para que el primer toro estuviera en la arena, para lo cual se tuvo que emplear la reata y, a fuerza de tirones, sacarlo al ruedo. Después todo fue emplear jorongos entre las habilidades propias de quienes estaban convertidos en toreros de a pie, contando con que lo hacían también a caballo. Los banderilleros no quedaron muy mal, a pesar de sólo hacerlo con una mano tocaron a muerte, armó Astucia con la muleta su joronguito, le dio Pepe su espada, pidió la venia, retiró la gente del circo y se presentó muy sereno a dar los pases; el bicho no había adquirido resabio, se presentó bien, humilló con franqueza, y con toda maestría le aplicó una buena estocada por el alto de los rubios, volvió sobre el bulto muy agraviado, le presentó Astucia la muleta, se contrajo, tosió con ansia, dio dos o tres oscilaciones y se clavó de cabeza al querer entrarle a la capa.
Esta parte de la reseña, bien pudo firmarla cualquier buen cronista de la época, puesto que refleja con toda claridad, el carácter que por entonces proyecta el quehacer taurino, sustentado por sus formas más técnicas que estéticas, porque el propósito fundamental por entonces era el de liquidar al enemigo a la mayor brevedad posible, bajo las consiguientes normas establecidas, que ya vemos, no distan mucho de las puestas en práctica en España. Por largo rato estuvo la concurrencia aplaudiendo frenética; nunca se había visto por allí un diestro más inteligente, más simpático ni más bien recibido. De todas partes llovían galas, todos demostraban su júbilo de mil maneras; mandó a los locos que juntaran, y generalmente a todos dio las gracias por su benevolencia, al recoger su sombrero. Se fue para la puerta de plaza y gritó: -Uno y dos, a la puerta del toril. Tres y cuatro, sáquense ese toro para afuera a que lo destacen. Tráete mi prieto, Reflexión, y tú, Chango, guárdame por ahí ese dinero –cosa de cuarenta pesos en toda clase de moneda que recogieron los locos, a quienes les dio un puño de tlacos y medios a cada uno; trajo Reflexión el prieto, y le dijo: -Móntate, acompáñate con los coleadores, y si te dejas ganar la cola te prometo un dulce. Les echó un toro manso, al cual sólo Reflexión pudo llevarse merced al buen caballo que montaba, mandó que saliera aquella parada e invitado por don Polo que quería verlo maniobrar en el Chocolín, siguió otro toro de cola para él y el comandante que mandó meter un bonito caballo melado; como eran los más guapos, llamaban la atención, con la diferencia que el uno había merecido silbidos, y el otro multiplicados aplausos; en lo poco que había usado el Chocolín, conoció que no era de gran empuje, que se cargaba un poco en la rienda, y que era necesario aprovechar los primeros arranques. -¿La toma, o me la deja, comandante? –le dijo al Buldog al estar esperando a la res. -Como usted quiera –le respondió. -Esa no es respuesta. -Pues que la coja, el que pueda. -Este no es lugar para disputarla, comandante, si estuviéramos en el campo no le preguntaría.
-Corrientes, peor para usted, -y en este momento salió el toro al redondel-, ambos partieron, sacó la ventaja el comandante. Astucia se embarreró y cuando pensaba el Buldog que lo había dejado atrás y trataba de cerrarle el claro, se le pasó por la derecha como un rayo, tomó la cola con la mano zurda y violentamente amarró, le pegó un grito al Chocolín y rodó el toro por el suelo un gran trecho. Fue universal el aplauso que ya rayaba en delirio, y al ver a Astucia perfectamente sentado en el Chocolín, que con cariño lo aquietaba, echando de cuando en cuando unos fuertes volidos, tascando con furor el freno y disparándose a cada instante, no había persona que no alabara a aquel charro tan bien montado. Se paró la res un tanto destroncada, la siguió el comandante solo, y a pesar de que no tenía competencia, sólo pudo medio trastornarla, pues abriéndose el caballo la estiró mal y de mala manera. Silbáronle los malditos que ya se habían propuesto hacerlo cuco. Volvió Astucia, le tomó el rabo, y sin gran dificultad le dio otra caída de chiflonazo y siguieron los aplausos; picando el Buldog se le pegó; pero ya el toro se había hecho remolón y en vano le metió tres arciones, no hacía más que cambiarle de dirección irritándolo más y más tanto silbido.
En la anterior descripción, encontramos una extraña mezcla entre el picador y los coleadores, como si estos se atuvieran al tercio de quites. La suerte de colear se hizo tan común en los festejos de buena parte del siglo XIX, que formaba parte sustancial del programa y ya no podían sustraerse tan fácilmente de los mismos, puesto que tarde a tarde era más celebrada su presencia, por lo que no se les podía excluir tan fácilmente. Desde luego que realizaban suertes con su carga de lucimiento. Desde que Astucia se presentó y empezó a ser aplaudido, una viejecita hermana del señor cura empezó con la tentación de saber quién era, por lo que a cada momento y a cuantos podía les preguntaba con empeño: -¿Quién es ese joven tan buen mozo y presentado? ¿Quién será? No faltó alguien que le contestara -si mal no me recuerdo, me parece que oí decir que se llamaba Gavino, no Cutino, ello es que su apelativo va por ahí, no lo recuerdo bien. -Gaviño querrá usted decir -repuso un fatuo que era tinterillo del juzgado de Letras y se daba importancia de conocer a todo el mundo.- Gaviño, sí, señor, el primer espada que trabaja en la capital, ¿no es así?
El comentario se dispersó como reguero de pólvora y, en un santiamén todos los asistentes en la plaza vitoreaban al “charrito tan guapo (que) es Gaviño”. -”¡Viva Gaviño! ¡viva Bernardo!” Cuando ya estaba el segundo toro, picado por ASTUCIA, que además banderilleó y le dio una buena estocada de vuela pie, las palmas atronaron como en la mismísima capital. Buldog, que era uno de los miembros de la “cuadrilla” no había estado del todo bien. Pero además, el hecho de que todo mundo ahora reconocía en “Lencho” a Gaviño, sirvió para que surgiera la envidia pero también la aclaración a todo aquel desconcierto. En uno de los intermedios vino el comandante agarrado del encoladito que afirmó que era Bernardo Gaviño, sosteniéndoselo a su buen amigo el Buldog que quiso salir de dudas. -Muy bien, Bernardo, muy bien -le dijo a Astucia cuando estuvieron enfrente del tablado en que estaba sentado con los pies descansando en las vigas que formaban el redondel. Astucia lo vio con indiferencia sin darse por enterado, entonces el tinterillo repitió sus alabanzas. -Bien, Bernardo, bien has quedado. -¿Con quién habla usted, señor mío? -Pues, ¿con quién he de hablar, chico, sino contigo?
-¿Contigo? pues me gusta la confianza, y de veras que es ingeniosa la lisonja, ¿por quién me ha tomado usted, caballerito? -¿Cómo por quién? Por Bernardo Gaviño. -Está usted en un error, no me llamo Bernardo, y si lo fuera, ¿quién es usted para tutearme? ¿Qué, porque se presenta uno al público debe menospreciarlo cualquier charlatán? -Pues ¿no es usted Gaviño; -repitió aquel hombre medio cortado por la reprimenda- yo lo he visto torear en Puebla y otras plazas. -¿A mí? -Sí, señor, a usted. -Pues entonces permítame que le diga que miente más que un sastre; aunque me nombran Gaviño, jamás me he presentado a torear en plazas públicas de paga, el mentado diestro con quien usted me confunde, es torero de profesión, el único que se ha llevado en la República entera todas las simpatías, y merecido multiplicados aplausos con justicia; aquél es español, yo soy criollo, y la semejanza de apellido (recordemos que es Cabello) a nadie autoriza para que tan villanamente se nos trate con tal audacia, que se atreve a sostener en mis barbas su impostura.
Hasta aquí la cita de Luis G. Inclán. Ahora, analicemos un poco esta apología que don Luis hace del gaditano Evidentemente Inclán es un gran aficionado y creo que no deja pasar la oportunidad de lanzar elogios al verdadero Bernardo Gaviño, que torea en Puebla y otras plazas. Pero además, lo describe como torero de profesión. En estas palabras ha forjado perfectamente el perfil de grandeza que Bernardo posee gracias a su popularidad: “Gaviño, sí señor, el primer espada que trabaja en la capital...” Con esto, aunque haya sido retratado dentro del contexto de la novela de costumbres mexicanas, percibimos el radio de acción que era capaz de alcanzar el diestro, siendo tal la resonancia de su fama no solo en la capital del país; también en la provincia: “El único que se ha llevado en la República entera todas las simpatías, y merecido multiplicados aplausos con justicia...” Bastaron los alardes de “Lencho” Cabello o lo que es lo mismo ASTUCIA, para que se convirtiera momentáneamente en el más importante torero del momento, por un error de identificación, mismo que sirvió de pretexto a Inclán para dejar testimonio de aquel toreo “a la mexicana” practicado por “Lencho”, junto con todo el significado de influencia ejercido, ahora sí, por Bernardo Gaviño y Rueda. Páginas adelante, y dentro del mismo capítulo, volvemos a encontrar un nuevo diálogo que va así: ¿Dime Lencho, en dónde has aprendido a sortear un toro, que ya pareces un diestro consumado? -¿Cómo en dónde?, con Alejo y otros varios amigos de las mesas de Tepuztepec; hace más de tres años nos reuníamos con los Ruices de los molinos y otros traviesos, nos largábamos a las estancias en donde siguiendo las reglas prescritas, en un libro que tengo titulado “La filosofía de los toros” y está bien explicado el arte de torear, escrito por Francisco Montes, nos ensayábamos, comenzamos por amanillar un toretillo con que sin riesgo estudiar las suertes de capa, y poco a poco fuimos adelantando hasta que nos atrevimos a lidiar toros de bastantes libras, puntales fresquecitos, y sin tener más guarida que librarnos con los zarapes capeando o practicando recortes y galleos. Prendíamos banderillas con espinas de nopal por rejoncillos, y con una espada de encina con la punta untada de cal dejábamos marcadas las estocadas a los toros para calificar las direcciones, algunos toros que matamos de veras por vía de ensayos, procurábamos ocultarlos y que los perros se los comieran para que cuando los vaqueros los encontraran ocuparan a los lobos, o si había tiempo los enterrábamos sin dejar ningún rastro. En una de estas diversiones nos sorprendió el caporal en la estancia de la cocina, precisamente cuando ya en la suerte estaba yo armado para recibir al toro con la espada; todos se sorprendieron aterrados con su presencia, menos yo que sin perder de vista al bicho le dije: Estése quieto, yo lo pago –y al instante lo despaché con una buena metida; nos armó mitote,
fuimos a la hacienda, y merced a la franqueza de los muchachos Retanas que me dispensaban aprecio, la cosa se quedó en tal estado. Ahí verás cuando se vuelva a ofrecer que útil es Alejo, lo mismo que Juan el muerto, y el fandango que competían con Reflexión; ya están contestado, marchemos.
Inclán no es ajeno a la tauromaquia de Francisco Montes, puesto que da una precisa y exacta explicación sobre la forma en que un diestro interpretaba las suertes puestas al día en tal tratado técnico y estético, evidentemente adornadas de las típicas expresiones con que se lucían los toreros que surgían fundamentalmente del campo mexicano, y de los que hubo un amplio número de ellos, la mayoría desconocidos. Por esta, y por muchas otras razones, la novela de costumbres ASTUCIA, de Luis G. Inclán, nos permite entender el pulso campirano que se adhirió al que circulaba en las principales ciudades de nuestro país, al mediar el siglo XIX, pulso que se enriqueció gracias al permanente diálogo habido entre la plaza y el campo o viceversa.
RIQUEZA EXCEPCIONAL QUE TUVO Y CONTUVO EL ESPECTÁCULO DURANTE TODO EL SIGLO XIX. He anotado en otras participaciones largas listas de lo que significaron jornadas llenas de intensa demostración, variadas unas de otras, lo cual se retrató fielmente en las costumbres, creadas como vivo reflejo del palpitar del ser mexicano, sin deslindarse de la base depositada por quienes ahora van a mostrarse favorables a la reacción castiza (la española), que aquí fue traducida en la reacción mestiza o criollista. El toreo hasta antes de "Pepe-Hillo", "Costillares" y Pedro Romero se sustentaba de nobles caballeros y burgueses gentil hombres. Fueron los tiempos del toreo a caballo, ejercicio legitimado durante varios siglos e incluso apoyado por casas reinantes. Hacia el 1700 los Borbones asumieron el poder; franceses de origen cuya idiosincrasia no casaba con la raigambre del pueblo español.
Zarzo de banderillas a la antigua.
Ante la indiferencia del rey Felipe V y de todos los que se hicieron condescendientes a su espíritu, devino el toreo de a pie por lo que la base popular se apoderó del terreno e hizo suyo el espectáculo desarrollándose en sus primeros tiempos como algo primitivo y anárquico. De este comportamiento hizo eco la Nueva España, caldo de cultivo que ya había experimentado en acciones aisladas estos ejercicios, actuando muchos de a pie en el papel de pajes o capeadores, e inclusive participando solos al amparo de algún engaño o por la simple agilidad de sus piernas y brazos. Tal circunstancia fue común en el virreinato, aunque por la poca importancia concedida al toreo novohispano, se ha dicho apenas algo que autores como Nicolás Rangel, Heriberto Lanfranchi o Benjamín Flores Hernández se han ocupado en investigar. De ahí que reconozcamos sus trabajos. Sin embargo -llegamos al punto central de atención- poco se ha dicho del andar casi paralelo habido entre las Españas, puesto que en ambas partes ocurría con casi idéntico comportamiento aquel síntoma, con diferencias solo marcadas por la forma de representarse; sentimientos distintos que brotaban de una misma fuente. Dos lugares dominados por igual devenir, aunque en el particular caso americano creo que tuvo mucho que ver aquello tan sentenciado pero en forma inversa por ilustrados como Buffon, Raynal o de Pauw (quienes demeritaban totalmente las facultades de todo tipo -incluyendo las de carácter sexual- de los
americanos). La navegación también influyó de modo definitivo, vaso comunicante que permitió en medio de intensa comunicación, el acceso de estilos cotidianos españoles que aquí se hicieron profundamente americanos. El perfil de aquel toreo dejó mostrar la identidad nacional de que fue permeándose todo el ambiente, puesto que buscaban una propia autenticidad sin desintegrar lo recibido, que en todo caso pasaba por procesos de modificación y adaptación hacia lo mexicano.
Representación de un rejoneador a principios del siglo XVIII en la Nueva España.
Todo el conjunto de opiniones lo expreso así, luego de la lectura al libro DEL TOREO DE LAS LUCES AL TOREO DE LAS INDIAS de Carlos Villalba,160 el cual da pie a una especie de reivindicación sobre el toreo de este lado del Atlántico, y no necesariamente por ser chauvinistas empedernidos o defensores a ultranza de lo que es la historia americana, como historia taurina en cuanto tal. Por otro lado caigo en terreno propicio de mayor análisis al refugiarme en la historia de las mentalidades, aquella que además de conocer los hechos, quiere conocer a sus actores, inquiriendo el cómo percibieron lo que hicieron; de que manera entendieron su mundo, y cómo esa preocupación influyó sobre sus comportamientos, ya estimulándolos, ya inhibiéndolos. Por lo tanto es la práctica de la historia de las mentalidades el medio de entender la representación mental ligada con el comportamiento práctico (teoría y praxis). Dos párrafos entresacados del libro de Villalba son la impronta a un análisis más detenido para nueva colaboración. Mientras tanto, aquí van esas opiniones. En España, desde que la Fiesta de Toros se convierte en Espectáculo Taurino; desde que se consuma la separación entre el público y los protagonistas; desde que la muchedumbre es reducida a su exilio de las andanadas, el toro está en el ruedo. Lo cual 160
Carlos Villalba: Del toreo de las luces al toreo de las Indias. Caracas, Venezuela, Monte Ávila Editores, 1992.107 p.
ha expresado José Ortega y Gasset de este modo: "...en la cuarta década del siglo XVIII aparecen las primeras 'cuadrillas' organizadas, que reciben el toro del toril y cumpliendo ritos ordenados y cada día más precisos, lo devuelven a los corrales muerto `en forma'. De este lado del Atlántico, en esta parte de América atada con guioncito como con cadena, el toro no está en el ruedo, el toro está en el tendido. Y en tanto que a ras del suelo, sobre la arena, los matadores lidian los ejemplares de su lote, el toro de la fiesta se mueve en lo alto de los andamios, quemándose desordenadamente, entre espectadores distraídos, que a ratos cantan y bailan y ríen a carcajadas; entre bebedores de cerveza y aguardiente y vendedores de maní, tostones, chocolates y pistachos. Mientras transcurre la corrida, un júbilo travieso y pertinaz compite con ella. Siempre hay una alternativa para conjurar la severidad. El toreo pues encuentra una codificación que son las Tauromaquias aunque esto proyectado a los tendidos, alcanza otras dimensiones.
SABIOS DEL TOREO_06.01.2012_PERROS DE PRESA
Si bien, tres siglos de dependencia colonial definieron un esquema sobrepuesto en las culturas antiguas (lo que llamo "yuxtaposición"), y que luego maduró y asimiló expresiones bajo comportamientos eclécticos en un permanente corresponder, por otro lado fue una actitud la asumida por el ser mexicano, cuya raíz no negaba y asimismo exaltaba ya. Pero el término de lo español impuesto en gran medida por la vía de la conquista y su dominación en combinación con valores religiosos muy fuertes, influyó enormemente en ese mismo ser, cuyo "no ser" aún se debatía en la dura búsqueda y definición alcanzada con cierta madurez para cuando la independencia se arrojó recuperando valores perdidos. El hombre de la sometida región se pregunta sobre ésta su marginada identidad frente a la de su marginador para afirmar su humanidad. [Leopoldo Zea].
Y si se piensa que "Europa ha abandonado el enfoque colonial, mediante el cual imponía su identidad a los otros, a los marginados, a los colonizados", esto ha ocurrido solo de manera relativa. En el toreo los comportamientos serán disímbolos puesto que corre por las venas una fuerte influencia hispana aquí alterada -que no modificada-
por los mexicanos, cuyo afán fue darle al espectáculo giros distintos, sentidos que no perdieron su fondo pero sí su forma.
Tal nos lo muestra la fuente de Acámbaro, trabajo de pleno siglo XVII donde son notorios los intentos de la participación a que se obligó seguramente parte del pueblo que ya se sentía integrante de una diversión no solo privativa de los nobles y burgueses. Si ese conjunto de personas lo lograba, porqué otros no lo iban a hacer. Otros casos dispersos de personajes populares los registra la historia como justificante de aquellas jornadas que son aún más claras en el biombo (anónimo) que recoge la recepción hecha al virrey Duque de Alburquerque el año 1702. La escena principal es la taurina, caballeros con la cruz de Calatrava se recrean alanceando un toro en terrenos de un primitivo castillo en Chapultepec, sitio de descanso y entretenimiento destinado a los representantes del Rey. En torno a 4 caballeros se alistan 8 pajes o lanceadores haciendo las veces de apoyo a sus señores en el caso de un lance comprometido. Más allá, indios con plumaje característico de culturas colapsadas en pleno "Tocotín" y junto a ellos, 4 músicos, criollos seguramente, interpretando melodías acordes al momento. El biombo en cuestión contiene representación e identidad paralela. Por un lado, toda la imagen del poder e influencia por parte de esa cultura europea en Nueva España enfrentada con los mínimos exponentes de lo indígena. Más allá las muestras del intercambio de ambas concepciones cuyos derivados en permanente mezcla también de otras influencias, da como resultado la presencia de castas. Personajes casi réplica de un "Rey Sol", aparecen con otros tantos nobles y en otros sitios diversidad de gentes en búsqueda por dejarnos su decir cotidiano, comiendo y bebiendo, amén de divertirse en otros menesteres. Creo que el toreo se significó al paso de los tiempos en un cada vez más importante aspecto que era posible estimar no solo adueñado de un pequeño grupo o élite. Se permitía la fiesta torera la libertad de incorporar otros tantos actores, enriqueciendo su fuente con aspectos de suyo curiosos, los cuales, a la larga comenzarían a definir el palpitar de este espectáculo cada vez más sometido a expresiones ajenas al influjo español; dejándose crecer por las experiencias campiranas, y por el múltiple afán de invenciones. Estas, gozaban del privilegio de mostrarse continuamente modificadas y enriquecidas por distintos hombres en otras tantas épocas, las cuales dejan ver un toreo propiamente mexicano, adoptando como base de sus principios un esquema que veladamente es el español, y del cual, por separarse tanto de él en tiempos de liberación e independencia, se quedaron con lo que fue la última muestra hasta antes de 1821. Digo "veladamente español" por razones de que la expresión nuestra iba apoderándose del escenario pero sin ignorar lo que la española aportaba o apoyaba a lo realizado por figuras mexicanas. La llegada de Bernardo Gaviño en 1835 trajo una recuperación de aquello técnicamente débil, pero de nuevo con posibilidades de apoyo muy importantes, las cuales ya no desaparecerán. Con todo y que Gaviño impuso un papel jerárquico durante mucho tiempo, fue él quien dominó el panorama, aunque también ocurrió lo que siempre he manejado: terminó mestizándose, terminó siendo una pieza del ser mestizo, asimilando la concepción taurina mexicana, sin perder el sustento técnico de que venía formado su esquema como español.
PONCIANO DÍAZ: EL PRIMER "TORERO MANDÓN" DE MÉXICO. Yo no quiero a Mazzantini ni tampoco a "Cuatro dedos" al que quiero es a Ponciano que es el rey de los toreros.
La vigencia de Ponciano Díaz como el "torero mandón", el primero que realmente tiene México desde el siglo XIX, sin olvidarnos de los hermanos Ávila, de Jesús Villegas; de Pedro Nolasco Acosta o de Lino Zamora se va a dar potencialmente durante la octava década de ese siglo, aún y cuando su trayectoria va más allá de los veinte años de actuaciones profesionales (1876-1899). Dueño de especial carisma se convierte en un símbolo de suyo popular, al grado de que fue considerado "ídolo", imagen elevada entre versos, canciones, zarzuelas y el típico grito de batalla lanzado por sus seguidores que fueron legión. Me refiero al de "¡Ora Ponciano!". Ese grito, considerado un llamado a la exaltación se queda plasmado en infinidad de obras, como la que escribió Juan de Dios Peza, juguete teatral que llevó música del maestro Luis Arcaraz y que fue un resonante éxito, a tal grado que luego de varias representaciones, tuvo que salir a escena el propio matador agradeciendo las muestras de afecto desbordadas por un público que lo transformaba cada vez más en un "ídolo". Un hecho similar ocurrió con la representación de la zarzuela "Ponciano y Mazzantini" con letra de Juan A. Mateos y música de José Austri, aunque allí si se llegó a las manos por tratar de dilucidar cual de los diestros toreaba mejor. Bueno, se llegó al extremo de querer contratar el Gran Teatro Nacional, con objeto de que en dicho escenario se verificasen varias corridas de toros nocturnas donde alternarían Luis Mazzantini y Ponciano Díaz para que allí quedaran en claro las cosas sobre quien era el mejor. El perfil de Ponciano Díaz Salinas (1856-1899) surge en medio de aquel ambiente que recreado por las plumas de Guillermo Prieto o Manuel Payno se entendería muy bien; y con las escenas de Morales o de Icaza llevadas al lienzo, que nos proporcionan realidades de lo campirano, la idea del "torero con bigotes" se explicará mejor. Ponciano cuya cuna es Atenco, ganadería de historial hasta entonces tres veces centenario, se forma como el perfecto jinete y el mejor lazador para las constantes tareas que exigían las jornadas cotidianas del lugar. A su vez, padre, tíos y hermanos también ligados con aquellos quehaceres, pronto se dedicaron a ser hábiles no solo en lazar y pialar; también -y algunos de ellos- en torear. Por supuesto que Ponciano asimiló todo aquel esquema y en Santiago Tianguistenco el 1° de enero de 1877 actúa por primera vez de modo profesional. Poco a poco fue ganando terreno, haciéndose de arraigo entre el pueblo y este lo elevó a estaturas insospechadas. Esos tiempos, esas formas de torear hoy en día quizás causen curiosidad -en unos-, repudio -en otros-. Pero en su época así era como se toreaba: a la mexicana, sello original de lo que el campo proyectaba hacia las plazas sin olvidar bases de la tauromaquia española, que no quedaron olvidadas gracias a la participación del torero gaditano Bernardo Gaviño y Rueda, quien actuó de 1835 a 1886 en nuestro país. Ponciano no solo se concretó a ser el torero nacional (El Diario del Hogar daba noticia en su momento -1885-: Podemos asegurar que ninguno de los toreros extranjeros que últimamente han toreado en esta capital está a la altura de Ponciano Díaz). Sus actuaciones en el extranjero son muestra ejemplar de ser el mejor aquí y allá. Quizás sea el primer torero -en la historia de esta diversión- que tuvo oportunidad de actuar en varios
países: España, Portugal, Cuba y Estados Unidos de Norteamérica. Pero a su vez quizás sea el primer que rompe con la tradición feudal impuesta por toreros de la provincia quienes, apoderándose de un terreno donde podían moverse a sus anchas, logrando todos los beneficios posibles, no permitían la entrada a intrusos. Y la sola presencia del atenqueño aminoraba aquella influencia por lo que alternó con los señores "toreros" feudales de diversas regiones del territorio mexicano. Es importante destacar -por otro lado- sus habilidades como charro, siendo diestrísimo con la reata y como jinete, de lo mejor, al punto tal que fue "caballerango" (algo así como el hombre de sus confianzas) del señor Antonio Barbabosa. Esto es, gozaba de un conocimiento notable sobre toros y caballos. Era un excelente caporal y muchas de sus habilidades las puso en práctica en cuanta plaza actuara, para beneplácito y admiración de todos. Como punto culminante es preciso abordar su relación con la fuerza penetrante que tuvo el toreo español a partir de 1885, y del cual Ponciano opuso resistencia al principio, después terminó convenciéndose pero no aceptando del todo este género que ponía en peligro su vida profesional. José Machío en ese 1885 y luego su compatriota Luis Mazzantini de 1887 y hasta 1904 que actúa en México, se van a encargar junto con otro grupo de toreros hispanos de imponer por la vía de la razón el toreo a pie, a la usanza española y en versión moderna, que no se conocía plenamente en nuestro país. A todo ello se unieron poco a poco grupos de aficionados, como el "Centro taurino Espada Pedro Romero" quienes encabezados por Eduardo Noriega "Trespicos" y del Dr. Carlos Cuesta Baquero "Roque Solares Tacubac" emprendieron una intensa campaña fomentando los principios de ese toreo con enfoques y análisis técnicos a la vez que estéticos. Poco a poco los públicos fueron aceptando la doctrina y rechazando el quehacer torero de figuras nacionales interpretado bajo muy particulares connotaciones. Ponciano al viajar a España para recibir la alternativa en Madrid el 17 de octubre de 1889 traslada las formas que eran comunes por acá y resultaron novedades por allá. Creo, sin temor a equivocarme que el transcurso de tiempo que ocupó su viaje a Europa, sirvió para que los públicos quedaran más que aleccionados luego de recibir intensa información en las distintas publicaciones prohispanistas de aquel entonces; "La Muleta" entre otros, se significó como la bandera de lucha por destronar una forma de torear a la mexicana, a la cual ya le llegaba su turno de ceder lugar a otras manifestaciones. Ponciano, como muchos otros toreros vigentes en los últimos treinta años del pasado siglo lucen bigotones en contrapartida con los españoles, quienes patilludos o afeitados imponen su recia personalidad. Si se nos permite suponer diremos que unos y otros encontraron en bigotes, patillas y rostros chapeados la mejor demostración de virilidad y de señalarse asimismo como toreros, como matadores de toros, pues estos, ya en su quehacer hacían pasar a un término secundario esos pequeños detalles, colocando, ese sí, en primerísimo orden su expresión taurómaca, fuese técnica o estética. Ponciano Díaz es el torero que de sus ganancias levantó la plaza "Bucareli" estrenada el 15 de enero de 1888, es el diestro de mayor fama en todo el siglo XIX; con situaciones como esta pronto se vio en el dilema por decidir qué hacer con su destino. Y si bien hizo suyas algunas cosas (vistiendo a la española y matando al volapié), coqueteó con el resto. Fue algo así como no querer enfrentar la realidad, por lo que poco a poco fue relegado de la capital, buscando refugio en la provincia pero también en la bebida, destinos ambos que lo pusieron al borde del olvido total y de la muerte fatal, misma que ocurrió el 15 de abril de 1899. Con el siglo que a poco concluyó se fue también Ponciano Díaz y su perfil del torero nacional quien gozó de popularidad sin igual, enfrentó luego su desaparición casi total tras la
llegada y asentamiento del nuevo amanecer taurómaco conducido por los toreros españoles en la persona fundamental de Luis Mazzantini y de Ramón López también. Con Ponciano pues, se cierra el ciclo de toda una época que ya no tuvo continuidad, más que en el recuerdo. Ha concluido ya su historia... Ya no existe aquel Ponciano; el arte también concluye y lloran los mexicanos. Como lloró el mismo Ponciano en sus propias "memorias", apuntes de su vida que alguna vez existieron y fueron vistos por un sobrino bisnieto quien nos comentó: "Recuerdo haber leído algunas páginas y me llamó la atención -dice José Velázquez- una de ellas, en la que observé rastros quizás del llanto, pero también la marca de un vaso. Ponciano acabó sus días bebiendo demasiado".
Otro hecho significativo es el registro fílmico donde Ponciano quedó inmortalizado en apenas unos pies de vieja película que los señores Churrich y Maulinie lograron en "Corrida entera de la cuadrilla de Ponciano Díaz" exhibida en Puebla allá por agosto de 1897. Es de lamentar la pérdida de dicho material, pero queda evidencia de un personaje que no se sustrae de los propósitos establecidos por el naciente cinematógrafo que nos deja otras imágenes sobresalientes, tales como paradas militares, escenas cotidianas o alguna aparición pública del general Porfirio Díaz. Aquí viene al caso recordar la sabrosísima anécdota de la que es protagonista el Dr. Porfirio Parra quien comentaba más o menos así: En efecto, habemos dos Porfirio: don Porfirio y yo. El pueblo respeta y admira más a don Porfirio que a mí. Qué le vamos a hacer. Aunque tengo mi desquite. También hay dos Díaz: Ponciano y don Porfirio, el pueblo le hace más caso a Ponciano que a don Porfirio.
Así entendemos una vez más la popularidad del "torero con bigotes". El acontecimiento mayor que ahora nos congrega es la exhumación de los restos de Ponciano, que descansaron 95 años cabales en el Panteón del Tepeyac y ahora vuelven al lugar que un día lo vio nacer. Hace relativamente poco tiempo ocurrió lo mismo con otro personaje mítico de los toros: Carmelo Pérez. Su hermano Silverio llevó la urna depositándolas en un nicho localizado en la nueva basílica de Guadalupe. Nuevas generaciones no olvidan a Ponciano. Lugares que de suyo fueron familiares a este gran torero, como Atenco y Santiago Tianguistenco celebran su regreso, como aquellas que fueron moldeando al ídolo desde su presentación considerada "profesional", precisamente en Santiago, el 1 de enero de 1877; y de ahí "pa'l real". Como esta fecha significativa del 13 de abril de 1996 en que Ponciano vuelve a ser noticia una vez más, precisamente cuando sus restos fueron exhumados del panteón del Tepeyac para ser de nuevo depositados, ahora en la “Rotonda de los personajes ilustres”, ubicada en sección especial del cementerio de la población mexiquense ya mencionada.
ALGUNAS NUEVAS CONSIDERACIONES PARA EL TOREO, A TRAVÉS DE UNA LECTURA DE MARIANO PICÓN-SALAS. En 1944 apareció el gran trabajo DE LA CONQUISTA A LA INDEPENDENCIA (TRES SIGLOS DE HISTORIA CULTURAL HISPANOAMERICANA) del eminente venezolano Mariano Picón-Salas. Fue esta una completísima visión sobre la forma de ser y de pensar que se dio en territorio americano, cuyo encuentro, accidental o no; provocado o no, logró de la cultura en el nuevo continente un escenario de suyo interesante y valioso, por ende sin desperdicio alguno. La reseña que pretendo para este libro, busca acercarnos al territorio taurino, para comprender ciertas situaciones que definieron lo que han dado en llamar la “fusión” cultural. Por ejemplo, Pedro Henríquez Ureña, en su NOTA dice de entrada: La cultura colonial, descubrimos ahora, no fue mero trasplante de Europa, como ingenuamente se suponía, sino en gran parte obra de fusión, fusión de cosas europeas y cosas indígenas. De eso se ha hablado, y no poco a propósito de la arquitectura: de cómo la mano y el espíritu del obrero indio modificaban los ornamentos y hasta la composición (...) La fusión no abarca sólo las artes: es ubicua. En lo importante y ostensible se impuso el modelo de Europa; en lo doméstico y cotidiano se conservaron muchas tradiciones autóctonas. Eso, desde luego, en zonas donde la población europea se asentó sobre amplio sustrato indio, no en lugares como el litoral argentino, donde era escaso, y donde además las olas y avenidas de la inmigración a la larga diluyeron aquella escasez. Las grandes civilizaciones de México y del Perú fueron decapitadas; la conquista hizo desaparecer sus formas superiores: religión, astronomía, artes pláticas, poesía, escritura, enseñanza. De esas civilizaciones persistió sólo la parte casera y menuda; de las culturas rudimentarias, en cambio, persistió la mayor parte de las formas. (pp. 9-10).
Lo que debe entenderse de inmediato es el proceso de encuentros que se asimilaron para convivir en un nuevo ambiente. Ambas culturas no buscan desaparecer, se afanan en demostrarse mutuamente lo que son. El tiempo hace entender que las dos formas comprendan que el maridaje es necesario y que reñir no es la solución. Es cierto, la conquista, como dice Henríquez Ureña “hizo desaparecer sus formas superiores” de dos grandes civilizaciones, como las de México y el Perú. No obstante, y a pesar de lo agresivo del proceso, esto trajo como consecuencia que su espíritu quedara presente en un medio que se construye alentado por las diferentes aportaciones en el trayecto de varios siglos. Picón-Salas maneja una frase contundente que dobla los esquemas sobre las discutidas y encontradas propuestas que existen al respecto de lo que significó el encuentro de dos culturas en un momento histórico definitivo. Apunta: José Ortega y Gasset ha dicho que el español se transformó en América, pero no con el tiempo, sino en seguida: en cuanto llegó y se estableció aquí. (p. 12-13). Esto es, al asimilarse se logró entre ambos el objeto de integración que surgió tras las jornadas militares de la conquista. Y como ya sabemos, tras la conquista violenta surgió la espiritual. De ambas emanó un concepto conciliador que se sujetó a la aceptación del dominador sobre el dominado hasta que -en cierto modo- fue posible mantener la relación, sin que faltaran los estados de desequilibrio determinados por un conjunto de manifiestas inconformidades de tipo social. El aspecto político, pero fundamentalmente el religioso mantuvieron firmeza, como paliativos frente al descontento que tuvo dos fuentes esenciales: la económica y social. Desde luego, la enorme influencia del espíritu americano pudo
adherirse a las formas de vida que se desarrollaron durante la época colonial, y en esto, el toreo no fue la excepción. Todo el esquema que establecieron los abanderados de la tauromaquia del más rancio sabor hispano, se permeó de la esencia brotada de este continente. Sin embargo no se desconoció el valor de las raíces que incluso, fomentaron y cultivaron muchos personajes de la tauromaquia novohispana. En todo caso, esa ánima vino a enriquecer la escenografía que ganó en colorido, dado -a veces- lo estruendoso de su interpretación. Toreo con alma híbrida. Por eso, el español tuvo que adecuarse de inmediato al nuevo terreno que pisaba. Y ese español establecido en América, resignado a no poder regresar a su patria, pero decidido a quedarse en una nueva, creó una escenografía que no olvidaba sus más hondas raíces, pero daba al escenario la oportunidad de incorporar elementos con los que representó la obra que otros siguieron, probablemente desmembrados en el universo de las castas que devino representación de una gran concierto del que la Nueva España primero; México después, hicieron suyo al grado de que conformaron y definieron su carácter, hasta obtener lo que somos hoy. Por eso El mestizaje americano consiste en mucho más que mezclar sangres y razas; es unificar en el templo histórico esas disonancias de condición, de formas y módulos vitales en que se desenvolvió nuestro antagonismo. Ni en la más coloreada historia de Herodoto pegada todavía a los linderos angostos del mundo clásico, pudo contarse una experiencia humana tan ambiciosa, una tan extraordinaria confluencia de elementos disímiles, aquella mezcla de pánico y maravilla que hacía decir a Bernal Díaz junto a los muros de Tenochtitlán “que parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís”. (p. 50)
El mestizaje, fruto del antagonismo no podía quedar convertido en un mero proyecto sin alma. La conquista y luego la colonia enseñaron subrepticiamente, y haciendo a un lado el culto al pesimismo, que el sentido de vida que comparten marido y mujer a la fuerza (válgase, tras penosa búsqueda lo que parece ser la metáfora más indicada) tuvo en sus hijos mestizos o criollos la mejor de sus experiencias. Que siguieran manteniendo abiertamente el conflicto, fue debido a esa razón propia de la naturaleza en que se desarrollaron. O era uno, o era el otro. La experiencia demostraba que ni estos -los americanos- ni aquellos, -los españoles- podían soportar de nuevo el episodio vergonzoso de la injuria llamada dominador sobre dominado. De ahí que la independencia se convirtió en la consecución de aspiraciones populares y llegó en momento propicio para que el español viera en la tierra mexicana ya no un teatro para la aventura militar efímera, sino sitio para arraigar y quedarse, y que el indio colabore, también, en la formación de la nueva sociedad, es entonces el designio de un Cortés, en el que coincide curiosamente con el de un organizador religioso como Zumárraga (pp. 77).
Fue así como la magnitud de aquella experiencia recayó en esas dos enormes baldosas influyentes que siguen causando controversia, al grado de que casi quinientos años después, el trauma y la experiencia perviven. Casualmente el toreo transitó en terreno imparcial; por eso su capacidad se sobrepuso y hasta se sirvió de una y de otra circunstancia. Con la de Cortés que apenas instruía para levantar en una ciudad destrozada -México-Tenochtitlán-, la fastuosa capital del reino de la Nueva España, ya celebraba en compañía de sus soldados un primer festejo, limitado en la majestuosidad que posteriormente alcanzarían multitud de fiestas. Así, el 24 de junio de 1526 los militares dejan las lanzas para atravesar los “ciertos toros” que nos cuenta el propio conquistador Hernán Cortés en su “quinta carta de relación”
en vez de hacerlo con valientes guerreros indígenas. Del mismo modo, la iglesia tomó como pretexto esas mismas fiestas para celebrar infinidad de conmemoraciones emanadas del calendario litúrgico que enriqueció el esplendor. Aunque también el opuesto, como sentido profano se adhiere a los pasajes taurinos que alcanzan con la presencia del “diablo” una más de sus facetas. “El diablo es personaje familiar en las crónicas inquisitoriales, un diablo también barbarizado por el medio americano, que en su trato con indios y negros aprendió las más toscas recetas”, dice al respecto el autor, debido, por cierto al siguiente caso recogido en el auto de fe del 6 de abril de 1646 contra el zambo mexicano Francisco Rodríguez, “de edad de cuarenta y tres años, de oficio cochero y vaquero”, quien se denunció de “que había tenido pacto con el demonio, dándole adoración y héchole escritura de esclavitud por nueve años y que cumplidos, lo llevase consigo al infierno”. La ventaja que, según la literatura de los inquisidores, habría obtenido Rodríguez en el sobrenatural negocio (en testimonio del cual el diablo le ofreció “una figura suya, estampada en un pergamino”) era “poder pelear con mil hombres; alcanzar las mujeres que quisiese por más pintadas que fuesen; el poder torear y jinetear sin riesgo alguno; ir y venir en una noche a esta ciudad y a otras partes, por muy lejos que estuviese y otros atroces y gravísimos acontecimientos, indignos de referirse por no ofender los oídos de los católicos”. El caso de Rodríguez, que la justicia moderna resolvería mandándolo al sanatorio, merece de la Inquisición mexicana que el penitente se exhiba con “vela verde en las manos, soga a la garganta, coraza blanca, abjuración de leví, doscientos azotes” y el conocimiento del infierno en vida, remando en las galeras de Terremate. (p. 116)
Aquí me detengo a examinar el significado de este aspecto, el opuesto, el que se deja llevar por un abierto y declarado contrasentido que representa valores excesivamente “puritanos”, como si no faltaran hasta “beatas embaucadoras” para empañar el horizonte. Y es que el “diablo” se posesionó como historia oscura en la mentalidad de muchos novohispanos y más tarde de mexicanos decimonónicos (incluso, hasta nuestros días) con esa fuerza que hace creer sinfín de pasajes. Pero el diablo también se convirtió en un personaje indispensable en infinidad de representaciones que llegaron al teatro mismo. En los toros no fue la excepción. Incluso, existen pasajes como los de una célebre corrida efectuada allá por 1843. Sin embargo, recalca Picón-Salas: Lo bizarro y lo peregrino sirven a este juego, a la vez cortesano y erudito, que entretiene los ocios de la minoría. Asentada ya la vida en las capitales de los virreinatos, cerrado el ciclo épico de la Conquista, se superponen sobre la inmensidad semibárbara del medio americano estas formas de complejo refinamiento. (p. 131).
Refinamiento que la literatura vino a consolidar, a reafirmar los significados de la presencia ajena y forzada de los españoles en territorios conquistados y colonizados. No les resultó fácil desembarazarse del “trauma” conque convivieron generaciones completas, las cuales se enfrentaban permanentemente pretendiendo ocupar orgullosamente el papel protagónico, mismo que se encargaba de dirigir las conciencias hasta lograr el derecho de la libertad con la independencia, espacio que liberó a nuestros antepasados del pesado yugo de verse y sentirse representado por figuras ajenas, con las que, a contrapelo apenas si se logró algún avance significativo, en el entendido de que el carácter mexicano buscaba un mejor papel en el escenario. Este libro: DE LA CONQUISTA A LA INDEPENDENCIA, aunque viejo postulado, sigue
vigente en el mar de las explicaciones sobre lo que fueron ayer, y sobre lo que somos hoy, ese conjunto de pobladores del espacio geográfico americano, forjados por un interminable número de circunstancias que afectaron -pero que también beneficiaron- su propio entorno. Cada nación, cada región también se han posesionado de un carácter propio, inconfundible a la hora de hacer el recuento necesario para valorar y decir que de cinco siglos para acá, la vida no ha representado un fracaso. Más bien, una afortunada respuesta de significados que nos constituyen, fundados en la rica experiencia, donde el sacrificio de muchos otros nos imprime suficiente fuerza para continuar, metidos en el proyecto que cada país busca día con día.
CHARRO, TORERO Y CATRÍN. TRES FOTGRAFÍAS AL “MINUTO”. -¿Está listo, don Enrique? Bien. Vamos a tomar la primera placa... -A ver, nada más, el sombrero bien calado... ¡Clic! En lo que se revela la foto, puede usted cambiarse, mientras platico con los amigos.
El señor que están fotografiando es torero. Se llama Enrique Vargas y se apoda “Minuto”. Vino a nuestro país al finalizar el siglo XIX. Junto a Antonio Fuentes inauguraron la plaza de toros “México”, -tal y como vemos en la fotografía tomada por C. B. Waite-, pero no la de Insurgentes, sino la de la Piedad, el 17 de diciembre de 1899. “Minuto”, apodado así por su corta estatura, era un torero que entró a la guerra sin más propósito que ocupar un sitio estratégico e importante en el firmamento de la tauromaquia. Y no era nada fácil. Allí estaban Mazzantini, el propio Fuentes, “Bienvenida”, “Reverte”, Vicente Pastor... ¡Vaya cartel! Por cierto, pocas son las imágenes del cinematógrafo primitivo que dan idea de aquella expresión taurina. Una efímera llegada a la plaza de Luis Mazzantini, dos faenas como las de aquel tiempo por “Bomba” y “Machaco” en España y, pare usted de contar. Claro, también en “San Juan hace aire” y algunos heroicos cineastas de principios del siglo XX pudieron rescatar las que hoy son valiosas escenas de ese toreo ocurrido en México. ¿Interrumpo? No para nada, don Enrique. ¡Mire nada más que porte de príncipe! Así como está, perfecto..., no parpadee... ¡Clic!
El diestro sevillano pasó por una época en que el quehacer con el capote destacaba tanto como la suerte suprema. Entonces, buena parte de la lidia giraba en torno a la suerte de varas, cruel y tremenda que necesitaba del apoyo inmediato y necesario de los de a pie para realizar los quites, quitar al toro de la cabalgadura derribada y así evitar percances innecesarios. En la suerte suprema lo recuerdan todas esas memorias que destacan sobre todo, el momento de perfilarse a matar. Su espada liquidaba a los toros, que muchas veces tenían una alzada casi igual a su estatura. ¿Listo el caballero? La mano en el abrigo, así, relájese... ¡Clic!
Bien, muy bien. Ahora, a mostrar estas tres fotografías “al minuto”: Charro... Torero... Y catrín... que en realidad se las hizo don Enrique Vargas “Minuto” entrado el siglo XX aquí, en México. Se trata de tres documentos inéditos que pongo a la consideración de todos ustedes. El fondo musical que acompaña nuestra conversación, es el pasodoble “MINUTO” de Luis G. Jordá, compositor mexicano del periodo romántico que valoró la presencia del diestro español y que nosotros lo hacemos, constatándolo con estas tres singulares miradas fotográficas.
LUIS G. INCLÁN, CRONISTA EN VERSO DE UNA CORRIDA DE TOROS EN LA QUE PARTICIPÓ DE PABLO (MENDOZA) LA INTELIGENCIA, Y SUS PICADORES, SUS BANDERILLEROS, Y HASTA LOS LOCOS Y LOS CAPOTEROS... En medio de una oscuridad que de pronto suele ser generosa para brindarnos luces sobre el pasado taurino mexicano, van apareciendo algunos datos aislados sobre lo que fueron y significaron algunos personajes con quienes todavía tenemos una deuda. Dicha deuda debe quedar saldada en el momento de realizar algo más que una ficha biográfica, puesto que a partir de diversos documentos como carteles, se puede reconstruir el paso que trazaron diestros como Pablo Mendoza, quien surge en el panorama a partir del arranque de la segunda mitad del siglo XIX y todavía le vemos participando algunas tardes, casi 30 años después, estimulando a su hijo Benito, misma acción que en su momento realizó Ignacio Gadea, acompañando a su hijo José, demostrando que su longevidad taurina no era impedimento para seguirse ganando las palmas de los aficionados. Regresando a la identificación de Pablo Mendoza, nada mejor que incluir una crónica en verso, escrita por Luis G. Inclán, el famoso autor de la novela de costumbres “Astucia”, asiduo asistente y participante también en diversas corridas de toros, efectuadas en la plaza de toros del Paseo Nuevo, en los años previos al segundo imperio. Veamos lo que se fascinó don Luis con la corrida del 30 de agosto de 1863. LA JARANA. PERIÓDICO DISTINTO DE TODOS LOS PERIÓDICOS. T. I., septiembre 4 de 1863, Nº 10. Toros.-Cuestión del día.-El Señor D. Luis G. Inclán, íntimo amigo nuestro, se ha servido obsequiarnos con la siguiente: -¿Fuiste, Juan a la corrida este domingo pasado? -Si Miguel, quedé prendado, Estuvo muy concurrida Y magnífico el ganado. Toros de hermoso trapío, Limpios, francos y bollantes, Revoltosos, arrogantes, Valientes, de mucho brío, Muy celosos y constantes. En continuo movimiento Estuvo la concurrencia Celebrando a competencia Con gran placer y contento, De Pablo la inteligencia. Lucieron los picadores, Los diestros banderilleros, Los locos, los capoteros, También los estoqueadores, Figuras y muleros... De los fuegos, ¿qué diré? Bien combinados, lucidos, Generalmente aplaudidos; Muy complacido quedé De mis paisanos queridos. -Con eso querrás decirme
que aún irás a otra función? -Con todo mi corazón, si me gusta divertirme y no he de perder función. -Pues eso está reprobado por gente más ilustrada. -Yo no les pido la entrada, mi dinero me ha costado, mi voluntad es sagrada. Que ellos la pasen leyendo, Papando moscas, rezando Yo ya solito me mando, Y no me ando entrometiendo Ni costumbres criticando. -Al querer la abolición, (Deja la barbaridad,) Solo es por humanidad... -Dime, Miguel, sin pasión ¿Es envidia o caridad? Yo estoy por toros y toros Aunque empeñe mi chaqueta, Con placer doy mi peseta, Mientras otros al as de oros Pierden hasta la chaveta.
Plaza “muy concurrida”, toros bravos, “limpios, francos y boyantes”. ¿Habría alguna competencia entre dos ganaderías, como se estilaba entonces? Atenco y el Cazadero proporcionaban ganado constantemente para dichas contiendas siempre en busca de un triunfador. Y Pablo Mendoza, junto con toda su cuadrilla, incluso los locos, a los ojos de Luis G. Inclán, de lo mejor. Bueno, hasta los fuegos fueron sensacionales. Aprovecha también la forma de hacer una crítica velada a las clases ilustradas que reprochan y critican esta costumbre, pero “...no me ando entrometiendo”, en momentos en que algunas voces pugnan por que se prohíban las corridas, arguyendo el incremento que debía aplicarse a las rentas municipales. Su afición que es explícita no puede ser más evidente en los versos con que cierra su impresión sobre la corrida más reciente, versos que van así: Yo estoy por toros y toros Aunque empeñe mi chaqueta, Con placer doy mi peseta, Mientras otros al as de oros Pierden hasta la chaveta.
PONCIANO DÍAZ SALINAS: “MITAD CHARRO Y MITAD TORERO”. Hoy, en representación de mi país que es México, vengo a platicarles de un torero que vino a torear a estas mismas tierras, allá por 1889 e incluso, recibió la alternativa de matador de toros en la desaparecida plaza de la Carretera de Aragón, el 17 de octubre de aquel año, nada menos que de Salvador Sánchez “Frascuelo” y como testigo, Rafael Guerra “Guerrita”, quienes lidiaron toros de Veragua y Orozco. Me refiero a Ponciano Díaz Salinas, nacido en la hacienda de Atenco, la más antigua de todas las ganaderías de mi país, y que incluso, hoy día persiste, reducida a su mínima extensión (solo cuenta con 80 hectáreas), pero que durante 472 años cabales, ha mantenido su papel protagónico, luego de que el conquistador Hernán Cortés concediera en encomienda a su primo, el Lic. Juan Gutiérrez Altamirano amplias extensiones del Valle de Toluca para desarrollar en dicho sitio las primeras aventuras en la cría de ganado vacuno, junto a la actividad agrícola, que se mantuvo y se mantiene hasta nuestros días.
Ponciano Díaz Salinas: a cien años de su muerte y una estela de recuerdos. Ponciano Díaz fue el único torero mexicano que, en los últimos años del diecinueve, consiguió contraponer la popularidad de los españoles. Muy pronto se convirtió en ídolo. Daniel Cosío Villegas, Historia Moderna de México. El Porfiriato.
Este 15 de abril de 1999 recordamos en justo homenaje, el centenario de la muerte del torero mexicano Ponciano Díaz Salinas, “el torero con bigotes”, el diestro de Atenco, presentándoles un perfil de su personalidad. Ponciano Díaz Salinas nació el 19 de noviembre de 1856 en la famosa hacienda de Atenco. Hijo de Guadalupe Albino Díaz González "El Caudillo" y de María de Jesús Salinas. Pronto se dedicó a las tareas campiranas propias de su edad. El 1º de enero de 1877 viste por primera vez el terno de luces en Santiago Tianguistenco. Sus maestros en el arte propiamente dicho son su padre, el diestro español Bernardo Gaviño, Tomás Hernández “El Brujo” y José María Hernández "El Toluqueño". Es importante destacar sus habilidades como charro, fue diestro con la reata y como jinete, a tal punto que se hizo "caballerango", el hombre de todas las confianzas del señor Rafael Barbabosa Arzate, propietario de Atenco y más tarde de sus hijos. Esto es, gozaba de un conocimiento notable sobre toros y caballos, así como de las labores del campo. Muchas de sus habilidades las puso en práctica en cuanta plaza se presentó, para beneplácito y admiración de todos. Imprescindible en los carteles, se le contrató para estrenar la plaza de "El Huizachal" el 1º de mayo de 1881. Toreó por todos los rincones del país y también en el extranjero pues en diciembre de 1884 actuó en Nueva Orleans y entre julio y octubre de 1889 lo encontramos en Madrid, Puerto de Santa María y Sevilla. Precisamente en Madrid, el 17 de octubre recibió la alternativa de matador de toros siendo su padrino Salvador Sánchez "Frascuelo" y el testigo Rafael Guerra "Guerrita" con toros del Duque de Veragua y de Orozco. En Portugal se presentó en Porto y Villafranca de Xira. En diciembre del mismo año toreó en la plaza "Carlos III" de la Habana, Cuba. Ponciano Díaz al viajar a España trasladó las formas del toreo que fueron comunes en México y resultaron novedades por allá. Mientras tanto, el público de la Ciudad de México fue aleccionado por la prensa, proporcionándole ésta, los principios básicos de la tauromaquia a
través de publicaciones como "La Muleta" o “La verdad del toreo”; la primera de ellas fue antiponcianista declarada, pero influyó en el nuevo criterio de la afición que se estaba formando. Entre México y otros países, el torero de Atenco, sumó durante su etapa de vigencia y permanencia 239 actuaciones, registradas y comprobadas luego de exhaustivas revisiones hemerográficas y otras fuentes de consulta; aunque esa cifra es muy probable que aumente como resultado de que muchos periódicos de la época desaparecieron o simplemente no dejaron testimonio de su paso por lugares diversos de la provincia mexicana. Ponciano Díaz estrenó su plaza "Bucareli" el 15 de enero de 1888. Nunca alternó con Luis Mazzantini más que en un jaripeo privado 5 días después de la inauguración. En la tarde del estreno de la plaza de toros “Bucareli”, Joaquín de la Cantolla y Rico, furibundo poncianista, descendió al ruedo en su globo aerostático “el Vulcano” para abrazar al torero. También, la compañía de ópera italiana que entonces visitaba la ciudad, se sumó al festejo para cantar un himno triunfal mientras se realizaba el desfile de cuadrillas. Y las hojas de “papel volando”, las coronas de laurel, las bandas tricolores, las palmas entusiastas de miles de poncianistas también se hicieron presentes durante aquella célebre jornada. El “torero bigotón” fue el diestro más representativo de lo nacional, mezclando sellos de identidad con los aceptados desde los tiempos del español Bernardo Gaviño, además de la influencia de otros peninsulares que llegaron a nuestras tierras desde 1885. Vestía de luces y mataba al volapié o hasta recibiendo, pero siempre quiso mantener su formación de torero mexicano a pesar de la campaña periodística prohispanista, que le ocasionó, una pérdida de popularidad que ya no volvería a recuperar jamás. La vigencia de Ponciano Díaz como el "torero mandón", sin olvidarnos de los hermanos Ávila, de Jesús Villegas, de Pedro Nolasco Acosta o de Lino Zamora se va a dar potencialmente durante la octava década del siglo XIX. Dueño de especial carisma se convierte en un símbolo popular, al grado de que fue considerado "ídolo", imagen elevada entre versos, canciones, zarzuelas y el típico grito de batalla lanzado por sus seguidores que fueron legión. Me refiero al de “¡Ora Ponciano!”. Más de 45 diferentes versos se han encontrado, todos los cuales giran para celebrar o idolatrar a este personaje popular de fines del siglo XIX. Un ejemplo de estos versos es el siguiente: Yo no quiero a Mazzantini ni tampoco a "Cuatro dedos" al que quiero es a Ponciano que es el rey de los toreros.
Ese grito, considerado un llamado a la exaltación se queda plasmado en infinidad de obras, como la que escribió el gran poeta Juan de Dios Peza, juguete teatral que llevó música del maestro Luis Arcaraz y que fue un resonante éxito, a tal grado que luego de varias representaciones, tuvo que salir a escena el propio matador agradeciendo las muestras de afecto desbordadas por un público que lo transformaba cada vez más en el héroe del momento. Un hecho similar ocurrió con la representación de la zarzuela "Ponciano y Mazzantini" con letra del también autor mexicano Juan A. Mateos y música de José Austri, aunque en esta ocasión se llegó a las manos para elegir al mejor torero. A grado tal que se intentó contratar el Gran Teatro Nacional, con objeto de que en dicho escenario se verificasen varias corridas de toros nocturnas donde alternarían Luis Mazzantini y Ponciano Díaz. Así se sabría quien era el mejor.
Manuel Manilla y José Guadalupe Posada, grandes artistas populares, después de burilar sus gestas y sus gestos, se encargaron de apresurar en las imprentas la salida de "hojas volantes" donde Ponciano Díaz volvía a ser noticia. Tanta era la popularidad del “diestro de Atenco” que incluso tuvo un club denominado “Sociedad Espada Ponciano Díaz” que presidió el general Miguel Negrete, héroe de la batalla del 5 de mayo en Puebla. Más de una vez, el citado militar recibió sendas llamadas de atención por salir enarbolando el pendón de la sociedad, enfundado en su mismísimo traje de batalla. La devoción por el torero de Atenco creció tanto, que en mayo de 1888 fue propuesto para ocupar el cargo como diputado al Congreso de la Unión: A los hijos de Toluca, Tianguistenco y de Galeana les suplicamos se fijen y den su voto para diputado al Congreso de la Unión a Ponciano Díaz pues no por ser torero pierde el derecho de ciudadano. Pruebas ha dado de moralidad y circunspección, para ser acreedor al voto de sus conciudadanos para ejercer dicho cargo. Vidal Tovar, Francisco Tovar, Adolfo Tovar, Luciano Almazán, Encarnación Valencia, Juan Arreguín, Luis G. Díaz, Cástulo Ramírez, Juan Corona, Cenobio García
Por fortuna para la “Asamblea Nacional y para el buen concepto de la Nación”, la petición no prosperó, pero quedó asentada como un precedente que hoy nos resulta curioso y anecdótico. La idolatría de la que fue objeto este torero quedó plasmada en una frase utilizada cuando alguien presumía de más y que habla por sí misma: “¡Ni que fuera usted Ponciano!...” También las enfermedades utilizaron la fama del torero, en 1888 hubo una epidemia de gripe a la que se le llamó “el abrazo de Ponciano”. Don Quintín Gutiérrez socio de Ponciano Díaz y abarrotero importante, distribuyó una manzanilla importada de España con la “viñeta Ponciano Díaz”. En las posadas, fiesta tradicional que acompaña al festejo mayor de la navidad, al rezar la letanía contestaban irreverentemente en coro: “¡Ahora, Ponciano!” para sustituir el “Ora pro nobis” Don José María González Pavón y el general Miguel Negrete obsequiaron al diestro mexicano los caballos “El Avión” y “El General” y fue el mismo Ponciano Díaz quien se encargó de entrenarlos. Con esos dos jamelgos lució lo mejor de su repertorio en ruedos españoles. El cine también tuvo como protagonista al “valiente torero”. Los señores Churrich y Moulinie, representantes de los Lumière en México filmaron una primitiva película en Puebla, allá por agosto de 1897 que titularon: “Corrida entera de la actuación de Ponciano Díaz”. En fin, sólo faltaba que Ponciano vistiera la casaca de don Porfirio y que este luciera un buen sombrero jarano para que las cosas llegaran a terrenos de lo inverosímil. Debemos recordar tres detalles que pintan por sí mismos el perfil del espada atenqueño. Uno de ellos refleja la popularidad del diestro al comparársele con la aceptación hacia los curados de Apam; el otro, aunque suene irreverente, se relaciona con la competencia en términos de fama entre el culto a la virgen y su propio prestigio. El tercer asunto tiene que ver con una sabrosa anécdota que contaba el filósofo Porfirio Parra en estos términos: En efecto, habemos dos Porfirios: don Porfirio y yo. El pueblo respeta y admira más a don Porfirio que a mí. Qué le vamos a hacer. Aunque tengo mi desquite. También hay dos Díaz: Ponciano y don Porfirio, el pueblo le hace más caso a Ponciano que a don Porfirio.
Así entendemos una vez más la notoriedad del "torero con bigotes". Ponciano Díaz cuya cuna fue Atenco, ganadería de historial hasta entonces tres veces centenario, se formó como el perfecto jinete y el mejor lazador para las constantes tareas que exigían las jornadas cotidianas del lugar. A su vez, su padre, tíos y hermanos también estuvieron ligados con aquellos quehaceres y pronto fueron hábiles no solo en lazar y pialar, también -sólo algunos de ellos- en torear. Por supuesto que Ponciano asimiló todo aquel esquema ganando terreno, haciéndose de arraigo entre el pueblo por lo que este lo elevó a estaturas insospechadas. Aquellas formas de lidiar, hoy en día quizás causen curiosidad o repudio. Pero en su época así era como se toreaba: “a la mexicana”, sello original de lo que el campo proyectaba hacia las plazas sin olvidar las bases de la tauromaquia española, que no quedaron desplazadas gracias a la participación del torero gaditano Bernardo Gaviño y Rueda. En 1885 “El Diario del Hogar” daba la siguiente noticia: “Podemos asegurar que ninguno de los toreros extranjeros que últimamente han toreado en esta capital está a la altura de Ponciano Díaz”. Probablemente fue el primer diestro que rompió con la tradición, según la cual, los toreros de provincia tenían el monopolio de su plaza; Ponciano Díaz logró apoderarse de su público pues era un torero de aceptación nacional. Por otra parte, el diestro Gerardo Santa Cruz Polanco, ante la incertidumbre que mostró Ponciano Díaz en cuanto a su estilo de torear (siguiendo los cánones españoles o a la usanza mexicana) protestó de una manera singular. Encabezó una cuadrilla formada netamente al estilo mexicano, la llamó "Cuadrilla Ponciano Díaz". Le reprochó su actitud quizás en estos términos: “Ponciano, así como eres así debiste haber seguido”. En medio de esa tormenta se desató el último capítulo de la vida torera de Ponciano Díaz. En 1887 su tauromaquia se enfrentó a la “reconquista” de los diestros españoles, quienes abanderados por José Machío, Ramón López y Mazzantini mismo, impusieron el toreo de a pie, según la tradición española y en su versión más moderna. Esto ocurría exactamente en los momentos en que las corridas de toros en el Distrito Federal fueron reanudadas, luego de haber estado prohibidas cerca de 20 años. A todo ello se unieron poco a poco grupos de aficionados, como el "Centro taurino Espada Pedro Romero" encabezados por Eduardo Noriega "Trespicos" y Carlos Cuesta Baquero "Roque Solares Tacubac", quienes emprendieron intensa campaña periodística, fomentando los principios de ese toreo. Poco a poco el público fue aceptando la doctrina, rechazando el quehacer de los diestros nacionales. Para Ponciano Díaz, este acontecimiento marcó una sentencia definitiva, y aunque abraza por conveniencia aquel concepto, prefiere no traicionar sus principios nacionalistas, llevándolos hasta sus últimas consecuencias. Es decir, una pérdida de popularidad y de interés de parte de sus seguidores. Dos fueron sus refugios: la provincia y la bebida. Ponciano Díaz en su papel de empresario no tuvo mucha suerte. Compró ganado de procedencia sospechosa, el cual terminaba lidiándose en su plaza de “Bucareli”. Dichos toros, o remedo de estos, eran mansos, ilidiables y pequeños, lo que puso en evidencia la escasa reputación con que contaba Ponciano Díaz luego de varios años de ser considerado el torero más querido de la afición mexicana. Lástima que su fama se convirtiera en infortunio, y lo que pudo ser una trayectoria llena de pasajes anecdóticos de principio a fin, sólo se conservó fresca durante algunos años. La vida rural y urbana se encontraron fuertemente ligadas al propio acontecer de Ponciano Díaz Salinas. Es importante destacar que en lo rural personajes de la ganadería tales como los caudillos, vaqueros y caballerangos, dueños de una destreza a toda prueba, desarrollaron actividades que dieron brillo e intensidad al conjunto de labores propias del campo. En la ciudad, independientemente de los acontecimientos políticos o económicos del
momento, el pueblo quiere divertirse, y qué mejor manera de hacerlo que acudiendo a las corridas de toros, donde va a encontrarse con un mosaico de situaciones que llegan directamente del campo y se depositan en las plazas, escenarios donde el arte y la técnica se dan la mano, igual que lo campirano y lo taurino. Las historias que se relacionan con las corridas en donde actuaba Ponciano Díaz, nos cuentan que demostraba buena voluntad para agradar. La innovación en el modo de herir (pasar del mete y saca al volapié), hizo que renaciera la idolatría por el torero, fue puesto no sólo al nivel de los “gachupines” sino por encima de ellos. Eso dijeron sus partidarios, sin considerar que su modo de torear en lo relativo al manejo del capote y la muleta era el mismo porque no podía modificarlo. Cuando Ponciano Díaz dio alguna corrida a su beneficio en la plaza de toros COLÓN, su público fiel lo ovacionó durante quince minutos, en los cuales los concurrentes, especialmente los de localidades de “sol”, estuvieron vitoreando al “torero adorado sobre todos los toreros habidos y por haber”. Así se expresó el periódico “El arte de la lidia” agregando que Ponciano “era amado sobre todos los existentes y sobre los venideros”, no estando entonces prevista la aparición de Rodolfo Gaona. Fue ésta una auténtica muestra de patriotería que perdió totalmente los estribos. Los tendidos de las plazas, además de estar colmados de entusiastas aficionados, sirvieron para que las modas imperantes aprovecharan las pasarelas de los cosos de SAN RAFAEL, PASEO, COLÓN, COLISEO o BUCARELI para mostrar el repertorio de rasos y sedas, sobre todo, en vestidos de gran elegancia lucidos por algunas de las mujeres de la sociedad, que comienzan a acudir a las corridas; también los sombreros de bombín o los populares “de piloncillo” estuvieron presentes. A partir de 1885, la reconquista taurina desplazó poco a poco un nacionalismo taurino cuyo último reducto fue Ponciano Díaz, pues habiendo tantos toreros de estilo común al que el atenqueño abrazó, se rindieron ante ese nuevo amanecer o terminaron -como terminó Ponciano- en el refugio provinciano, en donde el citado “nacionalismo” dio sus últimas boqueadas. Con el siglo que terminaba, también se fue Ponciano Díaz (15 de abril de 1899). El torero nacional que gozó de popularidad sin igual, enfrentó la llegada y asentamiento del nuevo amanecer taurómaco, conducido por los toreros españoles Luis Mazzantini y Ramón López. Ha concluido ya su historia... Ya no existe aquel Ponciano; el arte también concluye y lloran los mexicanos.
Todo tipo de poetas, mayores y menores le han escrito al amor y a la muerte; a la razón de ser feliz y a la soledad. Parecen temas de nunca acabar porque son de ordenes universales, siempre presentes en todas las épocas. Hubo en el último tercio del siglo XIX un auténtico personaje popular al que poetas de esas dos vertientes lo cantaron y lo repudiaron; lo elevaron a niveles nunca concebidos y lo hundieron casi hasta el fango. Ponciano Díaz Salinas es su nombre. El romanticismo y el modernismo con sus distintas corrientes amen de otro género, el lírico-musical “que el pueblo de México ha venido cultivando con amor desde hace más de un siglo: El corrido” (Vicente T. Mendoza: El corrido mexicano) fueron elementos de exaltación presentes en aquellos momentos. Con excepción de Francisco Sosa en su Epístola a un amigo ausente (1888), el mayor número de las composiciones dedicadas al torero son de auténtica raigambre popular,
producto de lo que les mandara su inspiración, una inspiración sincera e ingenua; o combativa y de advertencia. De hecho, en los tiempos del esplendor porfirista y los primeros del desorden revolucionario el modernismo comienza, evoluciona y muere entre los últimos veinticinco años del siglo pasado y el primer cuarto del XX. Quedan, como es lógico resquicios de un romanticismo decadente que gusta todavía en nuestro tiempo, como lo hacen esas grandes expresiones surgidas en otras épocas. Una cantidad respetable de composiciones emanadas de dichos estilos, se han localizado repartidas en diversas publicaciones que van desde las hojas volantes hasta lo registrado en libros afines o no al tema en estudio. Es por esto que vale la pena reunir ahora todo ese contexto o citar las más curiosas sin olvidar las fuentes bibliográficas que registren cada uno de esos testimonios. Según nuestras revisiones, el número de poemas o corridos escritos por y para Ponciano Díaz supera los 40. Además, y fuera ya de la temática se localizan también otros pocos ejemplos sobre libretos de zarzuelas que si bien, llevan implícitos el orden de composición asumida en el verso o en el poema como tal, no entran a formar parte de esta semblanza. A continuación, y para terminar, presento a ustedes un claro ejemplo de aquella poesía popular consagrada al “Gran torero Ponciano”: Alcanzó muy alta fama, fue de mucha valentía; en muchas plazas toreó con valor y gallardía. Su fama no desmintió, pues en las plazas de España manifestó que era bueno, y de paso buena espada. Desde su muy tierna edad se dedicó a ser torero, pues nacido y creado fue allá en la hacienda de Atenco. Su padre bien lo enseñó: fue charro a prueba cabal, y en lazo y en la cola no tuvo ningún rival. Banderilleaba a caballo a cualquier bicho rejego, y esto lo subía de fama y aquilataba su precio. Como torero moderno alcanzó bastantes glorias, y en las plazas que lidio dejó muy gratas memorias. Por la muerte de Gaviño, que fue excelente torero, su puesto ocupó Ponciano
con bravura y con denuedo. Muy hábil diestro salió: nunca desmintió su fama, y en el arte de la lidia hizo muy grandes hazañas. Si antes de morir Gaviño hubiera visto a Ponciano, hubiera sido el primero en tratarlo como hermano. Se acabaron los toreros de aquella época pasada, en que había diestros muy buenos y de veras se lidiaba. Ponciano fue de esa plaza, siempre lidio con limpieza, no tenía miedo a los toros al empuñar la muleta. No hubo plaza en que no fuera de todo el mundo apreciado, luego que se presentaba gritaban: “¡Ahora, Ponciano!” Siempre con trajes lucidos salía, pues, al redondel, y los vivas a Ponciano era lo que había que ver. Aun el mismo Mazzantini su valor con él midió, y tuvo el gusto Ponciano de ser un buen toreador. En Jalisco, en Monterrey, en Coahuila, en Zacatecas, en Puebla y en muchas partes sus glorias están aún frescas. En Puebla tuvo la gloria de que el público entusiasta quitó las mulas al coche para llevarlo a la plaza. Bandas y coronas tuvo, como se dice, de a bola, porque siempre fue simpático y elogiado a toda hora. fue un hijo muy obediente,
a su madre quiso mucho, y quizá la muerte de ella lo hizo bajar al sepulcro. Esa parca fiera y cruel del mundo se la ha llevado, pero nos deja recuerdos a todos los mexicanos. Ha concluido ya su Historia: y no existe aquel Ponciano, el arte también concluye y lloran los mexicanos. Mas en esa losa fría que deposita sus restos, nuestros recuerdos reciba rezándole un Padre Nuestro. Los toreros españoles también deben de sentirlo, pues lo trató con aprecio y se mostró buen amigo. Adiós, querido Ponciano, nos dejas gratos recuerdos, y desde el punto en que estés te enviaremos nuestro afecto. En fin, se acabó Ponciano, ya no volverá a torear: ha pasado ya a la historia: duerme para siempre en paz.
Hasta aquí la semblanza del torero mexicano Ponciano Díaz Salinas que, como vemos, tuvo la oportunidad de trascender su quehacer no solo a nivel nacional. También lo hizo en el extranjero y aquí, en España no fue la excepción. Espero que al ocuparme de él en lo que para nosotros los mexicanos consideramos a España como la “cuna del toreo”, haya quedado recuperada su figura, como la que en su momento alcanzó otro “mexicano universal”: Rodolfo Gaona, diestro que tuvo la fortuna no solo de alternar -entre otros- con “Joselito” y Belmonte, sino de haber formado con ellos la recordada “época de oro del toreo”.
LOS PONCIANISMOS DE PONCIANO: PARADIGMA DE SU GENERACIÓN. Me confieso poncianista, furibundo, al estilo del General Miguel Negrete, héroe de la batalla del 5 de mayo en Puebla, o del popular Joaquín de la Cantolla y Rico capaz de quedar en paños menores luego de celebrar la apoteosis más reciente del atenqueño. Poncianista sensato también, como el periodista Carlos Cuesta Baquero, “Roque Solares Tacubac” o quizá cruel como el más declarado antiponcianista: Eduardo Noriega “Trespicos”, quienes a la hora de efectuar juicio sobre el torero, lo colocaban en la parafernalia del laboratorio más sofisticado para analizarlo concienzuda y detenidamente. Y es que Ponciano Díaz se convirtió en el último reducto de la nacionalidad o de la mexicanidad, forjada por toreros como los cuatro hermanos Ávila, seguida muy de cerca por José María Vázquez, Manuel Bravo, Andrés Chávez, Pablo Mendoza, Toribio Peralta “La Galuza”, Mariano Rodríguez “La Monja”, Lino Zamora, Ignacio Gadea, Pedro Nolasco Acosta, Gerardo Santa Cruz Polanco, entre muchos otros. Ponciano Díaz desde mi perspectiva es el paradigma de este eslabonado perfil generacional vigilado por un diestro español que no sólo impuso la continuidad de la influencia arquetípica con la que salió de su Cádiz querido en 1829 para morir en nuestro país 58 años después. También se dejó influir por un sincretismo, en el cual asimiló e hizo suyo el toreo mexicano. Él era Bernardo Gaviño y Rueda. Bernardo Gaviño acabó mexicanizándose. Acabó siendo una pieza del ser mestizo. De seguro Ponciano Díaz estaba consciente de esto, pero se impuso la patria por encima de los valores técnicos con que se concebía y se proyectaba la tauromaquia por entonces, porque la influencia del considerado “mitad charro y mitad torero” condicionó la expresión campirana en el ruedo. Es preciso aclarar que no es el único. También lo hicieron Ignacio Gadea o Arcadio Reyes “El Zarco”, pero no en las dimensiones explotadas por el “torero con bigotes”, de ahí que se convirtiera en punta de lanza de la torería nacional, liderazgo que lo colmó de popularidad hasta convertirse en “mandón”. En ídolo auténtico del público afecto a los espectáculos taurinos de entonces. Ponciano Díaz rompió infinidad de aislamientos provincianos, donde el torero local marcaba su territorio y difícilmente permitía paso a los foráneos. El ascenso en su carrera fue muy rápido. La popularidad lo encaramó en sitio privilegiado, pero, atención: este síntoma en la mayoría de los toreros es temporal. Como ya se sabe, Ponciano Díaz Salinas nació el 19 de noviembre de 1856 en la hacienda de Atenco. Hijo de D. José Guadalupe Albino Díaz “El Caudillo”, hábil vaquero en la mencionada hacienda, y de doña María de Jesús Salinas. Hasta hoy, cinco son los sitios que se atribuyen la cuna del torero mexicano: Tepemachalco, Santa Cruz Atizapán, san Juan la Laguna, Zazacuala -uno de los anexos de la hacienda-, y “la covacha”, pequeño cuarto que se encuentra a la entrada del casco, donde eran atendidas las mujeres durante el parto. Ponciano y sus huestes tuvieron, a partir de 1885 un enemigo común: la torería española. O, para que se entienda mejor: Cuauhtémoc enfrentado con los conquistadores y su Quetzalcoatl cristiano que fue Cortés a decir de José Vasconcelos. Claro que después de 366 años en el toreo definitivamente es la reconquista, donde el nuevo Hernán Cortés será, fundamentalmente Luis Mazzantini. El hispano impuso desde la conquista y hasta que se vio desplazado por la independencia un esquema taurino que arraigó en el gusto americano y este lo enriqueció con estilos y formas propias surgidas de su ser, hasta volverlo un toreo de expresión mestiza, muy mexicana, aún y cuando sus propósitos fueran desprenderse de toda influencia española, reflejo del movimiento de liberación. Fue imposible. Aquello que pretendían derribar estaba en pie, tan sólido como una iglesia. Me refiero al cimiento técnico que arraigó y profundamente. Sin esto, aún así, el toreo
independiente no hubiera tenido la proyección que tuvo. En el fondo los mexicanos desconocían, negaban aquel influjo y este, veladamente se apoderaba de la tauromaquia en cada tarde donde una corrida de toros volvía a celebrarse. El caso de Ponciano es interesante en la medida en que por su posición temporal se encuentra y se enfrenta con los españoles. La cima de la independencia taurina mexicana entra en conflicto con un enemigo natural fuertemente consolidado. Por su parte, Giambaptista Vico llamó al fenómeno cíclico de la historia como del “corsoricorso”. Un ejemplo de ello son las revoluciones. Una revolución se deriva de la acumulación de fuerzas e intereses encontrados que afectan al pueblo, por lo que la vía de la violencia es el detonante principal. Sus líderes en abierta pugna con esos otros líderes desgastados llamados “dictadores”, o en contra de la represión social, política o económica, dan dirección a esa nueva etapa cíclica. En el caso del torero Ponciano, el proceso cíclico que se revisa fue distinto. Gozando de popularidad, y encumbrado como el principal representante de la tauromaquia de a pie y de a caballo, tuvo frente a sí al grupo de españoles que impusieron el modelo de la tauromaquia de a pie, a la usanza española en versión moderna. De ahí que en ruedos mexicanos convivan dos expresiones comunes, ramas de un mismo tronco que el tiempo y las circunstancias hicieron encontrarlas de nuevo. De todo esto se deduce: 1.-Que ese toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna si en un principio fue rechazado, después se le aceptó. 2.-Que la popularidad de Ponciano Díaz se vulneró debido a aquella presencia, pero también a otros factores, a saber: a)Durante su estancia en España (de junio a diciembre de 1889), donde obtuvo la alternativa el 17 de octubre en la plaza de toros de Madrid, la prensa taurina mexicana -bastante consolidada por entonces-, se ocupó en hacer campaña a favor del toreo español y a desacreditar las expresiones nacionales que en aquellos momentos entraron en un agotamiento natural. Muestra de ello es que buen número de diestros nacionales pasan a filas contrarias y sólo unos cuantos trascienden influidos por el toreo español. El resto, de seguro se perdió en el refugio provinciano. b)La afición, ya no el simple público, es consciente del significado de aquel toreo en boga. Ya sabe distinguir los valores de aquella nueva época, frente a un desvirtuado toreo nacionalista, del que Ponciano sigue siendo su representante principal. Así que rápida, muy rápidamente se dio la reacción, cuyo nuevo destino fue la adecuación o adaptación del toreo español en la versión que se viene comentando. Cuando Ponciano regresa de España se encuentra con un ambiente polarizado y confuso al mismo tiempo. La popularidad en torno a su figura se fue a la baja, por lo que a partir de ese momento comenzó a verse seriamente afectada, pero Ponciano hizo realmente poco por recuperar su fama, además de que en 1890 se aplicó una nueva prohibición a las corridas de toros que abarcó hasta 1894 (la anterior fue mucho más extensa, pues comprendió el periodo de 1867 a 1886). Ambas se aplicaron en el Distrito Federal. Fue en provincia donde nuestro personaje encontró refugio temporal y donde sus seguidores le prodigaron aliento y consuelo. Y aún así Ponciano no se decidía, coqueteaba con la nueva tendencia (llegó a vestir el traje de luces español y mataba al volapié; aunque su suerte favorita, y la de sus legionarios fuera la de “mete y saca”) y continuaba sumido en su propio quehacer tanto a pie como a caballo hasta tornarse -como ya se dijo- último reducto de la tauromaquia nacional. Los demás toreros mexicanos se aliaron al principio de la expresión que representaba el cambio más importante para el toreo en nuestro país a fines del siglo XIX. Díaz Salinas no hizo concesiones y tan no las hizo que además se apoderó de una batuta
empresarial que trajo consigo desilusiones. Lo mismo como el encargado en conseguir ganado, de escasas y extrañas referencias que en el ruedo dejaban mucho que desear, al grado de ocasionarle fuerte disgusto, quizás el mayor sufrido por Ponciano. Todo esto ocurrió durante 1895. Ante tales adversidades el torero-charro perdió la poca credibilidad que sobre él tenían algunos de sus incondicionales. La bebida aceleró el desaliento. En 1898 muere su madre por quien tuvo especial afecto y esto encaminó al torero por el derrotero de los sinsabores. Suma todavía algunas actuaciones pero ya sin el brillo del pasado y el 15 de abril de 1899, muere con el siglo que lo vio encaramarse durante muchas tardes toreras, no sólo en nuestro país. También en Estados Unidos, Cuba, España y Portugal hasta acumular 239 actuaciones localizadas en la prensa de entonces; también en fuentes bibliográficas de nuestro siglo, pero que con toda seguridad fueron muchas más, perdidas por cierto desaire informativo o simplemente porque muchas fuentes desaparecieron. Es decir, fue un diestro que internacionalizó el toreo mexicano y -sin saberlo- dejó preparado el terreno para que Rodolfo Gaona lo universalizara, puesto que Gaona recibe lecciones de Saturnino Frutos “Ojitos”, banderillero de las cuadrillas de “Lagartijo” en España y del propio Ponciano en México. Independientemente de todo lo que se ha analizado hasta aquí no demerita el lugar, la posición que supo ganarse el ídolo de la afición mexicana de hace más de un siglo. Muestra de ello es el enorme conjunto de elementos populares que se le dedicaron: versos y corridos, canciones, zarzuelas, grabados, litografías y hasta la incorporación de su más acabada tauromaquia en la primitiva película “Corrida entera de la actuación de Ponciano Díaz”, filmada en Puebla justo en el mes de agosto de 1897, lograda por los señores Churrich y Maulinie, representantes de los Lumière en México, lamentablemente perdida. Y no pueden faltar los versos. Todo tipo de poetas, mayores y menores le han escrito al amor y a la muerte; a la razón de ser feliz y a la soledad. Parecen temas de nunca acabar porque son de ordenes universales, siempre presentes en todas las épocas. Hubo en el último tercio del siglo XIX un auténtico personaje popular al que poetas de esas dos vertientes lo cantaron y lo repudiaron; lo elevaron a niveles nunca concebidos y lo hundieron casi hasta el fango. Ponciano Díaz Salinas es su nombre. El romanticismo y el modernismo con sus distintas corrientes amen de otro género, el lírico-musical “que el pueblo de México ha venido cultivando con amor desde hace más de un siglo: El corrido”, son elementos de exaltación presentes en aquellos momentos. Con excepción de Francisco Sosa en su Epístola a un amigo ausente (1888), el mayor número de las composiciones dedicadas al torero son de auténtica raigambre popular, producto de lo que les mandara su inspiración, una inspiración sincera e ingenua; o combativa y de advertencia, como por ejemplo: LA TARASCA DEL PUEBLO MEXICANO VIENDO TOREAR DE NUEVO AL GRAN PONCIANO Ahora si que está de buenas Este suelo mexicano, Pues de nuevo va a torear Nuestro querido Ponciano. El jueves nueve de junio, Día de Corpus memorable. Veremos torear de nuevo Al torero inimitable.
Ahora sí que es indudable Que México va a gozar, Pues que volveré a admirar Arrojos y valentías Que sólo Ponciano Díaz A cabo puede llevar. Los toros, que ya han sabido Que Ponciano va a torear. Unos de miedo están malos Y otros se han puesto a rezar. Ya todos van a elevar Un ocurso al Presidente Suplicando humildemente Se les conceda la paz, Y ya no se mate más En la época presente. Triste y desconsoladas Las pobres vacas están: Ya no quieren tener hijos Y hasta a divorciarse van. Sus hijos esconderán En el centro de la tierra. Hasta que pase la guerra Que todos han declarado, Al desgraciado ganado De la Frontera y de la Sierra. Algunos toros matreros Que son grandes pensadores Quieren en último caso Vengarse en los picadores. Y aunque sufran los dolores De alguno que otro pinchazo Les darán más de un pinchazo. Destrozándoles los jacos, Que ni por viejos ni flacos Les dejaron un pedazo. De esta fecha es bien seguro Que ni un toro va a quedar, Pues el valiente Ponciano Ni uno solo va a dejar. Ninguno se ha (de) escapar De la certera estocada, Que nuestro primer espada Le pone a los más rejegos Pues que con él no hay juegos Ni mucho menos lazada. Saludamos entusiastas Al valiente mexicano,
Al renombrado Ponciano. Mas no ha trabajado en vano Por conquistarse su fama, Que todo el pueblo lo aclama Como el rey de los toreros. Primero entre los primeros Y al que más el pueblo ama. ¡Hurra el valiente torero! ¡Hurra el valiente Ponciano! Que será siempre el primero En el suelo mexicano. A ver torear a Ponciano Todos irán en tropel, Porque nadie es tan querido Ni mimado como él. De México y los Estados Ansiosa acude la gente Para admirar los capeos De un mexicano valiente. No hay otro que en banderillas Pudiera ser su rival, Porque siempre las ha puesto En su merito lugar. Para matar no hay como él Quien tan bien use la espada Porque nunca necesita Dar la segunda estocada.
Los puentes construidos desde aquel entonces comunican el toreo mexicano con el toreo universal que es uno, en esencia. Gracias a constructores como Ponciano Díaz a quien hoy recordamos, al cumplirse un siglo cabal de su muerte. Quiero terminar esta visión sobre tan popular personaje, recogiendo algunas visiones plasmadas por autores que le vieron desarrollarse en el curso de su profesión, encontrando en su quehacer aspectos que lo favorecieron; pero que también lo perjudicaron, en virtud de que asumió en un determinado momento, el control y el mando, circunstancia que lo hizo pasar de la veneración al rechazo que se reflejó entre el grupo de aficionados que aprendieron con él, a entender esa expresión nacionalista; y por otro lado lo rebasaron en cuanto se tuvo idea clara del propósito que impusieron los diestros españoles y todo el escenario que establecieron en nuestro país, a partir del año de 1887. Por ejemplo, Carlos Cuesta Baquero, nos dice del Ponciano Díaz de su primera etapa, lo siguiente: Ponciano Díaz traía en su bagaje (el propósito de ir) justificando su aspiración a ser torero profesional, la valentía y relativa habilidad ostentadas en los “herraderos” o sea en las faenas campiranas consistentes en poner sobre una de las ancas de los becerros “erales” una marca con hierro candente. Cuando llegó la edad de trece años, el adolescente campesino era un consumado jinete caballista, que ayudaba al padre en las tareas campiranas, de llevar y traer piaras bovinas y
caballares. Había resultado excesivamente hábil para “lazar” (“enlazar” dicen los españoles) y cuando alguno de los toros o novillos salíase de la piara para correr libre, prontamente el lazo, la reata que manejaba el muchachuelo lo sujetaba y hacía que volvieran al sitio donde estaban los otros bovinos. Y en ocasiones, cuando el insubordinado era bravío y se enfurecía corneando, el muchachuelo echaba mano “a la cobija” que llevaba en la silla de montar mexicana -la llamada “silla vaquera”- y entreteníase en torear, hasta que el insurrecto novillo ya cansado huía hacia donde estaba la piara, o hasta cuando el Señor Don Guadalupe -”mi señor padre”, según respetuosamente nombraba el adolescente al caporal- llegaba a interrumpir la diversión, regañando aunque no acremente, porque al señor caporal no le disgustaba lo que hacía el hijo. Solamente por no aparecer consentidor lo reprendía y quitaba del solar EL AMO tuvo aviso de las travesuras tauromáquicas, pero al chisme “puse oídos de mercarder”. Concedió perdón al acusado, en gracia a la valentía y habilidad que mostraba en los herraderos” -Don Rafael Barbabosa senior, progenitor de los actuales propietarios de la finca rústica Atenco, era un apasionado de las destrezas campiranas y un buen aficionado a las corridas de toros, por lo mismo simpatizador con “charros” y toreros-. Lejos de poner cortapisas a los ejercicios furtivos, tuvo predilección para emplearlo en las faenas con el ganado bravío. Llevó la indulgencia hasta comprar un traje de torero, un capote de los adecuados para torear, una muleta para lo mismo y un estoque. Todo ese tauromáquico equipo a finalidad de que el jovencico se disfrazara de torero en ocasión de los “herraderos” y fuese improvisado “AS” taurino ante los amigos, invitados a los divertimentos promovidos por la ganadera tarea. Así fue la manera como el jovencico vistió el “traje de luces” por primera vez. Los concurrentes aristocráticos presenciales de los “herraderos” fueron los primeros públicos voceros de la destreza y del valor que ostentaba.
La tarde del 15 de enero de 1888, es inaugurada la plaza de toros “Bucareli”. La expectación que se formó ante tal acontecimiento, fue de época. “De morado y oro vestía el torero, traje que le trajo de España “Cuatro Dedos”. Los toros fueron de la ganadería de JALPA y de las MARAVILLAS, reses de romana y de buena edad, pero bastos y con poca sangre brava. No obstante, por el poder que tuvieron hicieron en el primer tercio pelea que dejó contentos a los concurrentes que juzgaban de la bravura de ellos por el número de batacazos que daban a los picadores. A banderillas y muerte llegaron aplomadas y dando a conocer la mansedumbre, pero exceptuando la lidiada en el quinto turno que tuvo intención aviesa, las otras no la adquirieron y se dejaron torear sin exceso de peligro”. Ante la expectación que causó el anuncio de la propia plaza de Ponciano Díaz, acude uno de sus más entusiastas seguidores: su propia madre. Para ella es el brindis del que abre plaza: Por mi Patria y por ti, madre mía... La providencia ha querido que preste a tu vejez, el humilde fruto de mi trabajo.
De inmediato se fue directamente al toro, estando completamente sólo y le dio al bicho cuatro naturales, tres cambiados, cuatro redondos y dos a su modo, levantando la espada, apuntó con suma atención sobre la cruz del lomo, y Ponciano se fue acercando muy poco a poco, en línea recta y pasito a pasito al toro, a la vez que hizo ligeros movimientos con la capa para llamarlo. Llegando a cierta distancia se paró, y quedó inmóvil, siempre con la punta de la espada dirigida al lugar expresado. Por fin el toro se arranca, con suma velocidad, y el torero haciendo un ligero movimiento con la capa, le clava al toro en medio en el expresado centro, toda la espada que según los taurófilos es el lugar donde debe entrar y quedar colocada. No fue suficiente y de un descabello liquidó al enemigo. Las ovaciones fueron grandiosas y tres bandas de música tocaron dianas en honor del diestro. En el intermedio del segundo y tercer toro,
Ponciano lazó un caballo bruto, pie a tierra, que le ganó otros tantos aplausos. Al concluir el festejo, el torero que vestía el traje de charro montando un hermosísimo alazán tostado, dio tres salidas en falso con mucha guapeza, manejando magistralmente su cuaco, y puso dos pares y medio de banderillas, bonísimos aquéllos regular el último. Bajó del caballo entre nutridos aplausos, y brindó en los medios del redondel, al sol y a la sombra, y le dio al toro tres naturales, un redondo y un metisaca perfecto...
Tan luego terminó la temporada en “Bucareli”, comenzaron a darse diversos juicios de valor sobre las actuaciones de Ponciano en ese año de 1888. Una crítica razonada y lógica, fue la que emitió EL PARTIDO LIBERAL, con su cronista CAPITA quien escribió: Después de haber asistido a las siete corridas que ha dado la excelente cuadrilla de Mazzantini en COLÓN, tuve la pésima humorada de ir el último domingo a la corrida que hubo en BUCARELI. Me arrepentiré una y mil veces de haber tenido tan malhadado gusto. Yo creía que con la venida al país de toreros de verdad, Ponciano y su cuadrilla procurarían adelantar el arte que tratan de ejercer; pero nada, van como el cangrejo; y esto es debido a que Ponciano en medio de tantas cualidades como le adornan, tiene el defecto de creer en las adulaciones de sus amigos, que piensan que el diestro se eleva con sus alabanzas y lo que hacen es perjudicarle. Ponciano a caballo es escultural. Laza, colea y pone banderillas, sin descomponerse; siempre adornado; siempre estético; siempre simpático, atrayéndose las miradas y las palmas; pero a pie en el redondel no quisiera verlo. Me da tristeza que con tanto valor y serenidad como tiene, no tengamos la esperanza de poder decir más tarde: aquí tenemos un torero como el mejor de España (...)
Para 1888 lo mismo se exaltaba que criticaba a Ponciano. Todavía está vigente el proponcianismo manejado en diversas publicaciones periódicas, como EL MONOSABIO, EL ARTE DE LA LIDIA, que buscan justificar su papel en el ruedo. Pero dicha corriente está amenazada de desaparecer en tanto se fortalece la contraria, cuyas trincheras fundamentales: LA MULETA, EL PARTIDO LIBERAL, EL ARTE DEL TOREO y otras van consolidándose con paso bastante firme. Cuando Ponciano Díaz fue investido “matador de toros” en Madrid, el 17 de octubre de 1889, José Sánchez de Neira, connotado cronista taurino planteó este perfil técnico del atenqueño: Su modo de torear pareció deficiente, porque no es igual al nuestro sino diferente. Únicamente hay semejanza en el modo de entrar a matar, que lo hizo perfectamente, en línea recta, marcando bien la salida e hiriendo en lo alto hasta la guarnición del estoque sobre todo la estocada al primer toro que fue monumental. Y la del sexto, último toro, entrando al “volapié”, en las tablas. Un terreno adonde pocos entran.
La transición que acaba por provocar el gusto por el toreo a la española rompe cuando el país ingresa a la modernidad, al progreso y alcanza para entonces -el porfiriato-, su estatura dominante en 1888. De ese modo las grandes expresiones de la cultura mayor sientan sus reales en las ciudades importantes de aquel entonces. En todo ello la fórmula de “poca política, mucha administración”, funcionó a la perfección por mucho tiempo, pues había anhelos de paz y mejora económica en todo el país por lo que se sabía cómo impulsar la economía nacional a partir del empeño de jóvenes profesionales que aspiraron colocarse en puestos de la burocracia oficial, en el parlamento, en la judicatura, en la enseñanza o el periodismo. Lamentablemente ese sistema se hallaba dominado por un longevo aparato de
señores que petrificaban la sociedad, por lo que había que sacudirla para renovarla totalmente. Frente a esa reacción de cambio actuó también la tauromaquia que tuvo pilares bien importantes y dos de ellos: Ramón López y Saturnino Frutos “Ojitos” ejercieron tal influencia, que en gran medida se les debe un agradecimiento. Ramón López entendió aquel movimiento que, convulsionado, empezaba a adquirir un ritmo de orden. Y ante aquella modernidad, ante aquel progreso, el toreo a la usanza española gana adeptos que van a desplazar relajados placeres del quehacer taurino mexicano, del que Ponciano Díaz era su mayor representante. Los argumentos expresados aquí, son para fundamentar y enriquecer la notable fuerza que tuvo toda una serie de factores que se tornaron engaños, pero más aún, el sistemático empeño por depurar y aniquilar esa progresiva enfermedad, dándole un nuevo espíritu, que es el idóneo en el tiempo y en la circunstancia del toreo mexicano a fines del XIX. Todo esto ocurre entre 1887 y 1889. Al retorno de Ponciano Díaz de España con o sin conciencia de aquel revolucionario movimiento, se enfrenta con los principios ya establecidos. No importa la alternativa cedida por el mismísimo “Frascuelo” en Madrid ante “Guerrita” como testigo. Su actitud rebelde ha de provocarle entonces el riesgo de conseguir el rechazo del público a partir de una férrea campaña adoptada por la prensa pro-hispanista. Ya no admitirán abusos y engaños poncianistas, aunque este se propusiera seguir adelante; es el inicio del fin, en su vida taurómaca. Para los años de 1890 a 1896 organizaba corridas como empresario en las plazas de toros de los estados, acompañándose con el cubano José Marrero “Cheché”, a quien Ponciano lo encontró toreando en la plaza de toros yucateca y de ahí lo tomó como acompañante, hasta que se separaron en San Luis Potosí. Para Ponciano ya no había aquel entusiasmo mayor motivado porque era mexicano, sino que se le miraba con relativa indiferencia por lo que respecta a la propia nacionalidad, y los aplausos y veneración del ayer, hoy se convierten en silencio cada vez más profundo. En medio de aquel panorama, Ponciano tiene que optar por la despedida, misma que anuncia en la plaza de Gavira, Guanajuato aproximadamente en el mes de febrero de 1897. Pero en junio de ese mismo año cumple Ponciano un contrato, actuando en Tlalpan, toreando ganado queretano del Espejo y La Barranca, junto con algunos otros de Santín. El 12 de diciembre de 1897, y en Santiago Tianguistenco recibe el más serio aviso para quitarse de los toros cuanto antes. Tres toros de Atenco le tocan en suerte. Pero enfrentándose al segundo sufre el diestro de un desmayo que por poco le ocasiona serios problemas, pues el toro arremetió contra él causándole sólo algunos golpes. Al reponerse prometió nunca más volver a los toros, aunque en recientes viajes al lugar de origen del torero se ha conocido una de esas historias que pasan por tradición y testimonio oral, en el sentido de que sí, efectivamente toreó alguna otra corrida, sobre todo en Tenango del Valle y hacia 1898, corrida de la que no salió mal librado y hasta la cárcel fue a dar. Para esas fechas lo encontramos derrotado por la campaña periodística fundamentalmente encabezada por “Trespicos”. A pesar de tan intensa popularidad, producida en la plaza de toros BUCARELI al haber nutrida concurrencia, llenos rebosantes que agotaban el billetaje enviado a las taquillas, Ponciano no se hizo extraordinariamente acaudalado. Dejó por herencia solamente ochenta mil pesos, que fueron distribuidos entre su hermano -don José Díaz- y una sobrina. Ese capital fue reunido en veinte años de actividad taurina, de 1878 a 1898. Se explica lo exiguo del caudal -comparado con el que ahora atesoran los “ases” toreando solamente cuatro o cinco años- atendiendo a que entonces “el negocio de toros” no era filón de oro como ahora es.
En su vida taurina, Ponciano acumuló “diez y ocho heridas mortales recibidas, y cuarenta y siete leves” según testimonio del mismo diestro proporcionado al escritor queretano Valentín Frías. Fue enterrado en el panteón del Tepeyac y le sobrevivieron sus hermanos Antonio, Mateo, José y Pascual. Al fin hemos alcanzado el desenlace y es hora de fijar los últimos vistazos generales que van más o menos así: Ponciano Díaz el del jaripeo y las lazadas. Indiscutible, un gran dominador de aquellas tareas, pues tanto se familiarizó en el campo que acabó siendo un charro consumado, un centauro en toda la extensión de la palabra. Al hacer intervenir de nueva cuenta a Carlos Cuesta Baquero como el mejor periodista que recogió valiosos testimonios sobre el comportamiento que fue adquiriendo la fiesta de los toros en México a finales del siglo XIX, haciendo profundos análisis del toreo, es porque nos proporciona de manera complementaria estos otros aspectos que se vienen perfilando sobre la presencia importante de Ponciano Díaz Salinas, a quien se debe un sólido capítulo en la tauromaquia nacional. “Valiente sin temeridad y teniendo completo conocimiento de las condiciones de los toros, toreábalos adecuadamente con el estilo burdo que imperaba en la anticuada escuela de torear que él había aprendido. Torero inteligente no podía negarse que era, pero cuidábase únicamente de la finalidad y no de escogitar la Belleza. Por esta causa su labor carecía de vistosidad; y aumentábase la carencia de atildamiento porque la naturaleza no había concedido a Ponciano apostura elegante sino vulgar, pues era de pequeña estatura, contrahecho, con el cuello corto y los hombros encaramados, por lo que la cabeza parecía como escondida, los brazos fuertes y largos con relación al tronco y las piernas arqueadas con el continuado cabalgar. “Lanceaba de capa en raras ocasiones, aprovechando los toros propicios por bravura y nobleza. Hacía el lance cuando ya el bicho hallábase en el estado de parado. Costumbre era esto de todos los toreros antiguos, porque comprendían lo perjudicial que es torear a los toros antes de que hagan la pelea en varas y lo deficiente que son en ese tercio de la lidia cuando se les ha lanceado con el capote. “Daba verónicas, farolillos y frente por detrás, habiendo en esos capotazos movimientos en los pies y escasa agilidad en los brazos, que no extendía ampliamente. “Sabía tener su sitio en la lidia y acudía oportunamente a los quites, pero sin buscar en esos trances el aplauso, sino únicamente salvar del peligro al picador. Por tal motivo no tenía premeditado el procedimiento para hacer el lance y acudía al que le sugería el instinto: distraer al toro dando una voz, citándole con el pie, desplegando el capote y tirándole una de las puntas al testuz, metiéndole el engaño en la cara, teniendo el trapo doblado sobre el antebrazo dispuesto como para recortar, desplegarlo y hacer una media verónica y en caso extremo de sumo peligro, practicaba el colear. En lo que era maestro porque agarrábase al rabo del toro por cerca del nacimiento de este apéndice, tiraba hacia abajo con todo el peso del cuerpo y aproximábase a la penca, al cuadril de la res. No le acontecía a Ponciano, que al colear le diera los toros una coz; como hemos visto ha sucedido a espadas muy aplaudidos, pero que no saben hacer la suerte y se agarran a la mota de la cola y alejan el cuerpo del anca del toro que al moverse les zarandea y les trae como un badajo. “Banderilleando era Ponciano completa nulidad; aún en aquella época cuando la mayoría de los banderilleros mexicanos solamente sabían banderillear a la media vuelta. La valentía y el pundonor hicieron que en ocasiones comprometidas, cuando no aceptar la invitación para banderillear era hacer el ridículo, Ponciano intentara cuartear, teniendo peligro inminente, ó quebrar imitando lo que había visto.
“Toreando con la muleta, Ponciano ofrecía defectos iguales a los que había al manejar el capote. Movimiento en los pies, agarrotamiento en los brazos y completa ausencia de elegancia y adornamiento. Trasteaba de cerca y presentaba cuadrada la muleta en la mayoría de las veces, pues solamente por rareza, para defenderse de los toros que se colaban o acometían al bulto, adelantaba el brazo y daba el pase con el ángulo del trapo (toreando con el pico de la muleta). Tendía bien la suerte; pero no sabía cargarla porque no retiraba pausadamente el engaño cuando el toro embestía, sino que lo separaba rápidamente para continuar de igual modo alejándolo y terminar el muletazo por sobre la cabeza del toro o por abajo delante del hocico; resultando en el primer caso el pase por alto y en el segundo el natural, pero los dos imperfectos, rudimentarios. Lo que entonces llamábamos medios pases. “Por este defectuoso modo de engendrar los pases, en muy rara ocasión veíasele practicar el pase forzado de pecho, pues los toros no podían revolverse sobre los vuelos del engaño que había desaparecido de su vista. Cuando alguno por demasiado celoso, por exceso de bravura y ligereza, constituía la excepción, Ponciano no tenía vista y habilidad para mejorar el terreno y luego aguantar en la muleta, sino que estaba precisado a huir, desairadamente acosado. Entonces era cuando los evolucionistas le zaherían en la plaza con atronadoras rechiflas y en las crónicas de la corrida con acre censura. Entonces era cuando los poncianistas trémulos por la ira acallaban los silbidos con injurias y aplausos y cuando después en los periódicos de la bandería disculpábase la torpeza atribuyendo a los toros perversa condición. “El pase de pecho tal cual lo describe Francisco Montes en su Tauromaquia, ese pase de pecho con preparación, sí lo practicaba Ponciano. También aprendió el pase cambiado (el que ahora nombran ayudado de pecho), pero el cambio con la muleta nunca lo dió. “Meritorio en las faenas del espada indiano había que casi en todos los muletazos llevaba los trastos en la mano izquierda. Entonces considerábase digno de enérgica censura aquel espada que hacía abuso de torear de muleta con la mano derecha y solamente en contadas circunstancias les era admitido. “La labor de Ponciano con la muleta era ineficaz para quebrar las patas a los toros ó para componerles la cabeza por esto de nada servía para con los bichos que por mansos, recelosos o de sentido defendíanse parapetados en las tablas o en alguna querencia. Entonces tenía el espada que recurrir al auxilio de los capotes de los banderilleros. “En estas ocasiones lo que traía el aplauso era la valentía e inteligencia de Ponciano para aprovechar, luego que la res abandonaba el sitio inadecuado. Entonces inmediatamente el matador llegaba al nuevo terreno, armábase y entraba sin vacilaciones a herir, dejando estocadas mortales. Por esta valentía esos toros difíciles no le ponían en los aprietos que a otros espadas diestros en el empleo de la muleta. Entonces había forzosamente que aplaudir y por cierto muy justificadamente; y entonces los poncianistas echaban a vuelo las campanas y ponían por los suelos a los espadas hispanos. “Esta facilidad para estoquear y las causas ajenas al toreo, que hemos señalado eran las bases de la popularidad de Ponciano. “Hay la errónea creencia entre los aficionados actuales que Díaz era certero estoqueador solamente dando golletazos y que este era su sistema. No. “Les había tomado la muerte a los toros” según dicen en argot taurómaco y en la mayoría de las veces les hería alto y hondo. Ya fuese a la mexicana, de mete y saca, o a la española, dejando el estoque, según entonces distinguíase. “Ponciano les había tomado la muerte a los toros, porque tenía un tranquillo para hacer la suerte: consistía en colocar muy baja la muleta, para hacer que los toros humillaran, para obligarles a descubrirse. Tenía realidad aquella máxima del antiguo buen matador de toros
don Antonio Gil “Don Gil” quien dijo: “La mayor altura de un toro no ha de ser obstáculo para dejar de matarlo por derecho, aunque el espada sea de mediana estatura. Guíele despacio y bajo el trapo que el toro humillará hasta clavar los cuernos en la arena”. Esta hacía el espada mexicano y por ello salieron muertos de sus manos con estocadas altas reses de enorme corpulencia; que entonces abundaban en todas las corridas y especialmente en las que él organizaba y toreaba. “Tan eficaz era el modo de vaciar que tenía Ponciano, que para herir a esos toros grandes y engallados (altos de agujas según ahora nómbranles) el espada no colocaba el estoque horizontalmente, sino que le daba dirección hacia arriba como si la punta buscara el morrillo que el torero no alcanzaba a ver, y cuando el toro acometía y durante el viaje guiaba la cabeza por la muleta el hocico tocaba a la arena, entonces el diestro por medio de un movimiento de la muñeca de su mano cambiaba la dirección del acero y lo hundía hasta las cintas, quedando en perfecta colocación. “Tenía habilidad notable para traerse a los toros toreados con la muleta”, decíame Saturnino Frutos “Ojitos”, una ocasión que platicábamos acerca de este asunto. “Si el último tercio de la lidia hubiese consistido únicamente en estoquear el único de los espadas hispanos que hubiera sido digno competidor del mexicano habría sido Luis Mazzantini, porque en el acto de herir el lidiador indiano tenía valentía, certeza y arte, cualidades que también personalizaban al de Elgoibar. Valentía, porque sabía enhilarse y perfilarse cercano al testuz. “Certeza, porque casi siempre encontraba las péndolas. Arte, porque sabía cruzarse muy bien. “Educado Ponciano en la antigua escuela de torear le eran más fáciles las suertes de estoquear esperando a los toros que aquellas en las que él tenía que acometer. Por esto practicaba mejor las de recibir (según el estilo descrito en la Tauromaquia de Pepe-Illo), al encuentro y a la carrera. Las de a volapié y a paso de banderillas se le dificultaban; de este modo daba en algunas ocasiones buenas estocadas, pero generalmente no se estrechaba con los toros y los pinchaba porque él deshacía su reunión y alargando el brazo hería sin hacer empuje sobre la empuñadura del estoque. No acercándose originaba que los toros no hicieran por la muleta y entonces quedaba nulificado el arte del estoqueador, aquel cruzamiento perfecto que le daba fácil la suerte cuando el toro acometía. “Acontecía a Ponciano lo que al célebre matador de toros español Manuel García “El Espartero”. Era poco seguro con los toros que no le tomaba francamente la muleta y por esto su modo de estoquear ideal era en la suerte de a un tiempo. Así como el “Espartero” siempre incitaba a los toros para la acometida provocándoles con aquel peculiar movimiento de pies que los críticos del diestro sevillano nombraron bailete inglés, Ponciano les provocaba acercándoseles pausadamente antes de arrancárseles. Para esto el lidiador mexicano colocábase distanciado del testuz y ya armado avanzaba dando pequeños pasos con los pies reunidos, describiendo pequeñas curvas. El toro al observar el bulto que se aproximaba consentíase e iniciaba la acometida en los momentos que también el diestro ya atacaba francamente. “Tal era como lidiador Ponciano Díaz, en la época que estuvo en auge. Torero de completo conocimiento en la índole de los toros. Deficiente en habilidad para el manejo de la capa y la muleta. Nulidad al banderillear. Estoqueador supremo, de primer rango, que podía competir con los mejores. “Chocheces”... “exageraciones de viejo”... “apasionamientos”... dirán los aficionados de hoy que tienen acerca del espada indiano opinión desfavorable en todo. “Finalmente diremos qué hacía Ponciano en la suerte de banderillear a caballo, en ese lance que hemos dado en declarar de nacionalidad mexicana aunque no la tiene porque
proviene de España. Arte, elegancia y habilidad he aquí la maestría que presentaba Díaz cuando cabalgaba para banderillear. Admirábase entonces al consumado caballista que dominaba al corcel a su antojo y lo hacía entrar al terreno que deseaba. Entusiasmaba la natural gallardía que tenía el jinete para sostenerse en la montura, porque entonces transformábase Ponciano y desaparecía lo desgarbado que era caminando en su pie, para ser airoso al cabalgar. Asombraba la destreza que tenía para medir los terrenos y entrar a la suerte; ya a la media vuelta (metiendo el caballo entre las tablas y el anca del toro que estaba dando frente a los medios del redondel) ya al cuarteo, si el toro era suficientemente bravo para hacer por el caballo. “La crítica de los evolucionistas fue siempre severa para con Ponciano y regateáronle y aún negáronle las excelentes dotes de lidiador que poseyó. La evolución taurómaca traía el apasionamiento y todo lo que no encajaba en el moderno molde era conjunto de imperfecciones. El tiempo y la historia depurando los hechos y las personalidades le asignarán el brillante lugar que merece en la Tauromaquia Mexicana”. Ponciano Díaz en el toreo es el último reducto, depositario de los viejos pero también de los nuevos valores del toreo, estafeta que deja algo -lo anacrónico- para tomar un nuevo destino, destino que se llama toreo moderno a la usanza española. Sin embargo, el proceso de adaptación le va a causar serios tropiezos y en consecuencia la caída total. Ello debido en gran medida a que estando las nociones de aquel toreo tan fuertemente establecidas, Ponciano las acepta pero no las asimila del todo y es cuando recupera y pone en práctica los hechos del pasado, principalmente en provincia. Allí le verán hacer de las suyas. Sin embargo Ponciano, que no cabe duda, nació para torero, revela cada día más, una prodigiosa aptitud. Sin maestros, sin escuela, sin consejos y sin tener a quien imitar siquiera, hoy verifica la suprema suerte de matar recibiendo, como no lo hacen ni siquiera aguantando, los toreros que de España nos han llegado. (El Monosabio, No. 5, del 14 de enero de 1888, p. 2).
Y en fin, cuanto ha venido preocupándonos es el sentido de si se españolizó como hizo lo suyo el gaditano mexicanizándose. Las consecuencias de toda esta revisión no nos muestran sino un coqueteo con la nueva etapa. Estoqueaba bien y certero al volapie, desarrollaba faenas con estructura. Aquí una brevísima reseña: (...)El toro llegó en muy buenas condiciones á la muerte: Ponciano, previa una lucida faena, se tiró con una aguantando y en su sitio, que resultó suprema es decir, de las que pocas veces se ven. El toro rodó como herido de un rayo. (El Monosabio No. ? del 3 de noviembre de 1888).
Sin embargo no llegó a satisfacer el empleo absoluto de la forma española y acabó por darle a su expresión personal un toque recíproco entre su propio y nacional quehacer, y la moda puesta en vigor. Agregó a esto connotaciones extrañas, absurdas que acabaron por desaparecer primero con la campaña periodística en su contra y luego con el paso mismo del tiempo y la evolución. Ya lo decía “Frascuelo”: Se ve claramente que en su vida ha visto torear. ¡Y es una lástima! Porque es valiente y de los buenos (...) Así, -sin más- doy por terminada esta tarea de interpretación.
Conferencia dictada en la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística el 27 de abril de 1999.
CON BERNARDO GAVIÑO EN MÉXICO, LO ESPAÑOL NO FUE AJENO EN LA NUEVA NACIÓN. Después de la independencia lo español no fue ajeno en la nueva nación. Bernardo Gaviño llega a México en 1835. Este torero español arriba a nuestro continente en 1831 con toda la experiencia de Juan León “Leoncillo” su maestro inmediato. No sé si lo fue de Pedro Romero en la Real Escuela de Tauromaquia de Sevilla que tuvo en Francisco Montes “Paquiro” a su alumno más adelantado. Pero Montes y Gaviño como contemporáneos están recibiendo una enseñanza -uno formal, el otro informalmente- sin distancias, más que las establecidas por su condición y el espacio donde cada uno se desarrolla. Con toda seguridad la influencia rondeña era el modelo dentro y fuera de la Real Escuela, por lo que ni “Paquiro” ni Gaviño desconocen esa guía espiritual impuesta por los Romero. Bernardo Gaviño en México, como ya dije no fue ajeno a sus raíces. Sin embargo aquí asimiló y aprehendió el carácter del toreo practicado por los espadas nacionales tales como Andrés Chávez, o los hermanos Avila, entre otros; que mezclaban tauromaquia con quehaceres campiranos y una serie de divertimentos, parte complementaria del espectáculo que encontró a su paso el gaditano. Él se suma a ese universo, lo hace suyo y hasta lo engrandece al convertirse en protagonista durante centenares de tardes. Un error de su parte, al obstaculizar a sus propios paisanos el ejercicio taurino en plazas que ya estaban totalmente controladas por su influyente presencia fue -sin darse cuenta- algo de lo que sucedió con el pueblo español tres siglos atrás. Me refiero al fenómeno de la “tibetanización”, del que me ocuparé en seguida con brevedad.
Un tema que de siempre me ha causado especial inquietud es el de la forma en que los americanos aceptaron el toreo, tras el proceso conquistador, lo hicieron suyo y después le dieron interpretación tan particular a este ejercicio convirtiéndose en una especie de segunda sombra que ya de por sí, proyectaba el quehacer español. Segunda sombra pues sin alejarse del cuerpo principal se unía a la estela de la primera, dueña de una vigencia incontenible. Solo que al llegar a América y desarrollarse en nuevos ambientes se gestó la necesidad no tanto de cambios; si de distintas interpretaciones. Y esto pudo darse -seguramente- por dos motivos que ahora analizo: el criollismo americano y la "tibetanización" desarrollada en la península ibérica. Entendemos al criollismo como un proceso de liberación por un lado y de manifestación de orgullo por el otro, cuando el mexicano en cuanto tal, o el criollo, -incluso el indio- se crecen frente a la presencia dominante del español en nuestro continente. Maduran ante las reacciones de subestimación que se fomentan en la España del siglo XVIII que ve en el americano a un ser inferior en todos sentidos, incapaz de ser comparado con los hombres de espíritu europeo, que son los que ocupan los cargos importantes en la administración, cargos a los cuales ya puede enfrentarse el criollo también. David A. Brading nos dice que "las raíces más profundas del esfuerzo por negar el valor de la conquista se hallan en el pensamiento criollo que se remonta hasta el siglo XVI". Desde entonces es visible la génesis del nacionalismo o patriotismo criollos que va a luchar por un espacio dominado por los españoles, tanto europeos como americanos, los cuales disfrutaban de un virtual monopolio de todas las posiciones de prestigio, poder y riqueza. Poco a poco fue despertándose un fuerte impulso de vindicación por lo que en esencia les pertenece pero que el sistema colonial les negaba. De esa manera el criollo y el mestizo también buscan la forma de manifestar un ser, una idea de identidad lo más natural y
espontánea posible; logran separarse del carácter español, pero sin abandonarlo del todo, hasta que comenzó a forjarse la idea de un nacionalismo en potencia. De ahí que parte del planteamiento de la independencia y de la recuperación de la personalidad propia de una América sometida esté dada bajo los ideales del patriotismo criollo y el republicanismo clásico que luego buscaron en el liberalismo mexicano sumergido dentro del conflictivo pero apasionante siglo XIX. La asunción del criollo a escena en la vida novohispana es de suyo interesante. Quizás confundido al principio quiere dar rienda suelta a su ser reprimido, con el que se siente afín en las cosas que piensa. Y actúa en libertad, dejándose retratar por plumas como sor Juana o Sigüenza y Góngora, por ejemplo. No faltó ojo crítico a la cuestión y es así como Hipólito Villarroel en sus "Enfermedades que padece la Nueva España..." nos acerca a la realidad de una sociedad novohispana en franca descomposición a fines del siglo XVIII y cerca de la emancipación. A la pregunta de qué, o cómo es el criollo, se agrega otra: ¿quién permite el surgimiento de un ente nuevo en paisaje poco propicio a sus ideales? Una respuesta la encontramos en el recorrido que pretendo, desde la Contrarreforma hasta el siglo XVII en España concretamente. Este movimiento católico de reacción contra la Reforma protestante en el siglo XVI tiene como objeto un reforzamiento espiritual del papado y de la Iglesia de Roma, así como la reconquista de países centroeuropeos como Alemania, Países Bajos, Dinamarca, Suecia, Inglaterra instalados en la iglesia reformada. Pero la Contrarreforma fue a alterar órdenes establecidos. Italia fue afectada en lo poco que le quedaba de energía creadora en la ciencia y la técnica. José Ortega y Gasset escribió en la Idea del principio en Leibniz su visión sobre los efectos de aquel movimiento. Dice: Donde sí causó daño definitivo la Contrarreforma fue precisamente en el pueblo que la emprendió y dirigió, es decir, en España.
Pero en el fondo la Contrarreforma al aplicar una rigurosa regimentación de las mentes que no era más que la disciplina al extremo logró que el Concilio de Trento celebrado en Italia de 1545 a 1563 restableciera -entre otras cosas- el Tribunal de la Inquisición. Por coincidencia España sufría una extraña enfermedad. Esta enfermedad -dice Ortega- fue la hermetización de nuestro pueblo hacia y frente al resto del mundo, fenómeno que no se refiere especialmente a la religión ni a la teología ni a las ideas, sino a la totalidad de la vida, que tiene, por lo mismo, un origen ajeno por completo a las cuestiones eclesiásticas y que fue la verdadera causa de que perdiésemos nuestro imperio. Yo le llamo "tibetanización" de España. El proceso agudo de esta acontece entre 1600 y 1650. El efecto fue desastroso, fatal. España era el único país que no solo necesitaba Contrarreforma, sino que esta le sobraba. En España no había habido de verdad Renacimiento ni por tanto, subversión. Renacimiento no consiste en imitar a Petrarca, a Ariosto o a Tasso, sino más bien, en serlos.
El fenómeno es fatal pues mientras las naciones europeas se desarrollan normalmente, la formación de España sufre una crisis temporal. Por tanto esto retardó un poco su etapa adulta, concentrándose hacia adentro en sus progresos y avances. En España lo que va a pasar entonces es una hermetización bastante radical hacia lo exterior, inclusive -y aquí nos fijamos con mayor atención- hacia la periferia de la misma España, es decir, sus colonias y su imperio.
Coincide la tibetanización española -en la primera mitad del siglo XVII- con el movimiento criollista que comienza a forjarse en Nueva España. ¿Serán estas dos tremendas coincidencias: criollismo y tibetanización, puntos que favorezcan el desarrollo de una fiesta caballeresca primero; torera después con singulares características de definición que marcan una separación, mas no el abandono, de la influencia que ejerce el toreo venido de España? Además si a todo esto sumamos el fenómeno que Pedro Romero de Solís se encargó de llamar como el "retorno del tumulto" justo al percibirse los síntomas de cambio generados por la llegada de la casa de Borbón al reinado español desde 1700, pues ello hizo más propicias las condiciones para mostrar rebeldía primero del plebeyo contra el noble y luego de lo que este, desde el caballo ya no podía seguir siendo ante la hazaña de los de a pie, toreando, esquivando a buen saber y entender, hasta depositar el cúmulo de experiencias en la primera tauromaquia de orden mayor: la de José Delgado "Pepe-hillo". Si el criollo encontraba favorecido el terreno en el momento en que los borbones -tras la guerra de sucesión- asumen el trono español, su espíritu se verá constantemente alimentado de cambios que atestiguará entre sorprendido y emocionado. Dos casos: por un lado la expulsión de los jesuitas en 1767, compañía que la Contrarreforma estimuló y en la Nueva España se extendió por todos los rincones y provincias. Por el otro la ilustración, fenómeno que, bloqueado por las autoridades novohispanas y reprobado ferozmente por el santo Oficio sirvió como pauta esencial de formación en el ideal concreto de la emancipación cuyo logro al fin es la independencia, despierta desde 1808. Todo esto, probablemente sea parte de los giros con que la tauromaquia en México haya comenzado a dar frutos distintos frente a la española, más propensa a fomentar el tecnicismo, ruta de la que nuestro país no fue ajeno, aunque salpicada -esta- de "invenciones", expresión riquísima que dominó más de cincuenta años el ambiente festivo nacional durante el siglo pasado.
Sin embargo, Gaviño fue capaz de contener y de controlar el ambiente, siendo un torero que se convirtió en ídolo. Con la emancipación del influjo español, el mexicano en cuanto tal no rechazó a Bernardo Gaviño. Es más, mutuamente se identificaron y al paso de 40 años aproximadamente (los últimos 11 de su trayectoria son apenas metáfora de “polvos de aquellos lodos”) su figura fue imprescindible, siendo constantemente requerido por empresas no solo de la capital; también de la provincia. Incluso él mismo hizo empresa en Puebla y Cuautitlán, así como en buena cantidad de tardes en la plaza del Paseo Nuevo de la ciudad de México. Hizo viajes a Cuba y al Perú fundamentalmente donde dejó testimonios de grandeza, lo cual es seña de afán e interés por internacionalizar y extender sus territorios de dominio. Su imperio. Con 150 años de por medio no es fácil entender el protagonismo del gaditano. El espectáculo de toros sin la actuación de Gaviño era importante, pero con él, estaba garantizado cada festejo por la magnitud con que concibió, inventó, recreó y le dio magia a la corrida de toros. España y México pasaban por una etapa de semejanzas en cuanto al modo de concebir y entender el toreo. Sin embargo creo que en nuestra nación hubo emanaciones de declarado nacionalismo, el cual se debatió en una batalla permanente protagonizada por hombres que aspirando el poder, se lo arrebataban día con día en un ambiente sin orden ni concierto. El toreo era algo similar, solo que no había banderas políticas. La plaza era fuente receptora de aquel caos y cada acto se convertía en símbolo y homenaje al permanente
intento por gobernar sin tempestades encontradas en aquel México decimonónico, caracterizado por eso, por una historia de bandazos que hoy podía tener un régimen republicano, luego de que ayer fue centralista y quizá mañana se someta al militar. Eso nadie lo podía predecir. Por eso el toreo, en su ininteligible interpretación fue espejo de aquella sociedad combativa y decidida a lograr la paz, anhelo de generaciones que llegó compartiendo destinos con el progreso, justo en el momento en que Juárez arriba a la capital del país, restaura la república y de paso, se prohiben las corridas de toros. Todo esto en 1867. Bernardo Gaviño sigue siendo Bernardo Gaviño, dijo Pero Grullo. Su presencia dejó admirados a propios y extraños. Madame Calderón de la Barca y Mathieu de Fosey, entre otros, lo vieron en 1840 y 1844 respectivamente. Luis G. Inclán se inspiró en él y dedicó buen número de páginas de su ya clásica novela de costumbre ASTUCIA. El pueblo lo sigue aclamando. Las plazas de San Pablo y Paseo Nuevo viven jornadas de intensidad solo comparable a conmemoraciones regias donde lo efímero y lúdico del acontecimiento transcurrían sin que se agotara el cimiento de la armonía y de la invención (una disculpa a Vivaldi por tomar prestado una vez más ese su grandioso fruto de creación estética y artística). La historia del toreo en México durante el siglo XIX tiene en el gaditano a un personaje que puede llenar páginas y páginas sobre un acontecer alucinante en cuanto modo de expresión, muy característico en esas épocas donde la creatividad fue señal de efervescencia magnificada. Quien no haya visto por lo menos los carteles que anuncian todas aquellas corridas de toros no podrá entender lo que pretendo decir en estas líneas, por lo que cada vez es más fascinante ese entorno, ese mundo mágico y distinto del ritmo taurino mexicano durante el siglo que aún nos precede, pero que será, dentro de poco “antepasado”. AL RELANCE... Vivan México y España, ambas naciones unidas. ¡Vivan España y México! Si España es la cuna de la Tauromaquia y ha dado toreros como Pedro Romero, “Pepe-illo” y “Costillares” y los tiene actualmente como “Lagartijo”, “Frascuelo” y “El Tato”, México tuvo a Bernardo Gaviño que siendo español fue maestro de Pablo Mendoza, Ignacio Gadea, Mariano “La Monja” y tiene actualmente a Ponciano Díaz, también discípulo de Gaviño. ¿Qué tiene pues de extraño que de esa tierra heroica de España proceda la enseñanza del Toreo, a que son tan afectos nuestros compatriotas? Así es que llevando a cabo nuestros propósitos de UNIÓN Y FRATERNIDAD entre los toreros mexicanos y españoles, la Empresa (de la plaza de toros El Paseo) ha conseguido la formación de una EXCELENTE CUADRILLA HISPANO MEXICANA, en la que hay siete españoles y seis mexicanos.
Este cartel publicado en el año de 1888 reunió a la cuadrilla española formada por: Diego Prieto “Cuatrodedos”. Los banderilleros Manuel Mejías “Bienvenida”, Ramón López, Ramón Márquez. Picadores: Manuel Rodríguez “Cantares” y Enrique Sánchez “El Albañil”. Además Juan Moreno “El Americano” que fungió como segundo espada. En cuanto a la cuadrilla mexicana, esta se integró con el concurso de: Carlos Sánchez, Tomás Vyeira, Francisco Lobato de banderilleros. Picadores: José María Mota “El Hombre que ríe” y José María Meza. Puntillero: José María Reyes “El viejo Reyes”.
¡AHORA, PONCIANO! Desde el 1º de enero de 1877, ya aparece en un cartel el nombre de Ponciano Díaz, que anuncia la celebración de un festejo taurino ocurrido aquí, en Santiago Tianguistenco, y con el concurso, entre otros diestros, de: José María Reza, Miguel Castro Estévez, Juan Cid, Guadalupe Dorazco, Rafael Albarrán y otros, quienes se las entendieron con 6 de Atenco. Luego, en abril de 1879, el día 13 de ese mes, Bernardo Gaviño y Ponciano alternan en la plaza del Paseo Nuevo, en Puebla. Aquella jornada -discutible-, concede a la historia dos elementos de difícil interpretación. Uno que apunta al hecho sobre si Gaviño le otorgó o no una “alternativa” a Díaz Salinas, cuando el gaditano no era matador de toros, situación que no se estilaba cuando salió de su patria -y para siempre- en 1829. ¿Le hacía falta ostentar esa jerarquía? Desde luego que no. Con el hecho de ser el “Patriarca” le otorgaba otro tipo de derechos, concesiones y canonjías. El otro asunto tiene que ver con su directa influencia con el maestro y la ruptura dada entre ambos a partir también, de aquella fecha célebre (porque los dos están luchando en aquellos momentos por el control del poder); aunque el 1º de octubre de 1885 se reencontraron en la misma plaza, cuando Ponciano apuntaba a la fama y Bernardo a la decadencia. Años más tarde, el diestro de Atenco surcaba fronteras y el 12 de diciembre de 1884 actuando al lado de un grupo de hábiles caballistas en Nueva Orleans, justo cuando se celebró una feria de mucho renombre por aquellos lares. Para octubre de 1886, el “torero con bigotes” es un auténtico ídolo con vistas a asumir la categoría de MANDÓN (así, con mayúscula), nivel jerárquico de la mayor trascendencia, que se repitió en nuestro siglo con Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa “Armillita” y Manolo Martínez. Ese año de 1886, un grito espontáneo y popular adquiere cada vez mayor resonancia y se desgrana en las plazas donde tiene oportunidad de actuar Ponciano Díaz Salinas. Cuando se le ve por las calles, vestido de paisano, quienes le reconocen, lo halagan con el famoso ¡Ahora, Ponciano! que, coloquialmente terminó convertido en un ¡Ora, Ponciano! que no solo fue grito. También fue arenga. ¿Cómo explica la prensa del momento, la calidez y conmoción cuando se deja escuchar ese “¡Ahora, Ponciano!”? Fue en El Arte de la Lidia, del mes de octubre de 1886 cuando buscaron la forma de explicar el origen de ese ¡Ahora, Ponciano! El pueblo ha tenido siempre palabras y frases que son la expresión de su admiración o de su cariño hacia ciertos hombres. Las palabras que van a la cabeza de este artículo son algo más que una frase, son un grito que se ha hecho tan popular como el simpático torero a quien lo dirige el pueblo en las corridas de toros; y ¿quién no lo ha oído con entusiasmo en los redondeles de la República? ¿Quién no lo conoce fuera de ellos? ¿Quién no lo comprende, o suele aplicarlo a cualquier escena donde hay algo de entusiasmo, de alegría, de arrojo o de peligro?… “¡Ahora, Ponciano!”… Y con este grito dirigido a Ponciano Díaz en la plaza, le significa el pueblo que se interesa por él, que está pendiente de sus movimientos en la lidia, que teme que el gallardo y valiente torero sea víctima de su mucho corazón, y en fin, que le avisa el momento más propicio para la suerte, como si quisiera ayudarle a salir airoso de ella. Y este grito no es lanzado por uno ni dos espectadores, sino por gran número de ellos. Tal vez algunos se pregunten: ¿La popularidad del torero es merecida? ¿Corresponde su fama a su mérito?… Responda por nosotros el éxito de todas las corridas en que ha trabajado, la infinidad de contratas que ha tenido en las plazas de la República, la opinión favorable de los
inteligentes, el entusiasmo que produce su aparición en el redondel, y la simpatía y el cariño que le manifiestan todos los públicos de México. Agréguese a lo que él valga como torero y como matador, su simpática figura, su valor, su serenidad en todas las suertes que ejecuta, y además su carácter, su modestia y su honradez, y se comprenderá que Ponciano Díaz es hoy con justicia tenido como el primer torero mexicano. Y no hay que decir que en esto influya sólo el espíritu de nacionalidad, pues en primer lugar lo que aprecian y lo aplauden los extranjeros, lo mismo que los mexicanos, y después es bien sabido que en México se estima y aplaude todo lo bueno, y quizá con más entusiasmo lo extranjero que lo nacional. Así, pues, los muchos admiradores de Ponciano, como cariñosamente se le llama, van a tener el placer de verlo trabajar en la presente temporada que hoy se inaugura precisamente fue la tarde del 17 de octubre de 1886, cuando se presentó Ponciano Díaz y su cuadrilla, lidiando 4 toros de Atenco en la nueva y bonita plaza de Tlalnepantla, a cuya Empresa felicitamos, pues para corresponder a los vivos deseos del público, tuvo la feliz idea de contratar al joven y simpático matador, por lo que le auguramos a la Empresa y al espada mexicano un éxito brillante y al público una temporada llena de lucimiento y admiración. Tiempo era ya de que nuestro imparcial semanario dedicara unas líneas al primer espada nacional, al que durante la temporada y en el último tercio de la lidia, no dudamos que va a conquistar nuevos y merecidos aplausos por sus notables condiciones en el toreo mexicano. El Arte de la Lidia une gustoso su aplauso modestísimo al caluroso de los aficionados y de casi la totalidad de la empresa mexicana, y esta tarde oiremos en la plaza el expresivo y entusiasta grito de “¡Ahora, Ponciano!” Evidentemente en esta manifestación popular, trasciende un espíritu de nacionalidad que Ponciano apuró, haciéndose notar como el diestro formado en el campo, que llevó a las plazas todas aquellas expresiones propias de un territorio donde orgullosamente demuestra las enormes capacidades para dominar al toro. Y luego, en el ruedo, asimiló como torero de a pie el aliento de todo aquel significado de una tauromaquia que, después de la emancipación también se dio a notar con una esencia liberada de lo impuesto por tres siglos de presencia española, que no se perdió del todo, gracias a Bernardo Gaviño, quien supo manejarse inteligentemente en la escena, a partir de 1835 Y Bernardo, en México, hizo del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX, pues abrevó las formas de ser y de pensar de los mexicanos y a ellas unió su experiencia, comprendiendo que no hacerlo significaba condenarse a la marginación.
Ponciano Díaz Salinas, a quien recordamos hoy, a los 101 años de su desaparición, no puede pasar desapercibido, si encontramos toda una estela de situaciones que lo proyectan como el diestro más popular habido en el último tercio del siglo XIX, al que la musa popular dedicó versos, que con su sola reunión dan para presentar un libro en toda forma. Diestro que, según el reporte de la prensa de la época y lógicamente de toda aquella localizada, actuó en 713 ocasiones no sólo en país, también en el extranjero, siendo países como los Estados Unidos de Norteamérica, Cuba, España y Portugal donde también sus aficiones lo vieron actuar y se rindieron ante él. A esta gran distancia temporal que nos separa de su muerte, pero conscientes de la trayectoria trazada por Ponciano Díaz, podemos concluir diciendo que se trata de un torero que surgió en un momento donde se dieron todas las condiciones para triunfar, como triunfó. Con un espectáculo sumido en la fascinación y la invención constantes, en la incorporación y mezcla del toreo en sus diversas expresiones -a pie y a caballo-. Pero también tuvo que luchar para defender la trinchera, lucha que comenzó con Gaviño, primero su maestro; después su más declarado enemigo. Más tarde enfrentó la llegada de los diestros españoles, a quienes ayudó muchísimo una prensa que entendió la trascendencia del cambio. Dejar de poner los ojos en el toreo al estilo del país, con bajonazos y mete y sacas, para fijarlos en la frescura de una tauromaquia moderna, de a pie y a la española, que impusieron aquel grupo
de nuevos “conquistadores”, esa fue la consigna. De ahí que se llegara a plantear, en El Toreo Ilustrado de 1895 que (…) la evolución ya se había impuesto, pese a unos cuantos que todavía quedan, como quedan algunas tardes nubladas cuando se aleja el estío. Dura fue la campaña y tenaz la fatiga; pero al fin, el progreso se ha impuesto, y aunque todavía se queman algunos cartuchos en defensa de lo atrasado, de lo malo y de lo nocivo, aunque todavía hay unos cuantos desbandados que pregonan la falsedad en el arte, y con esta bandera tratan de sofocar el gusto de la afición, ya no hay temor de que sus ideales se impongan, ni esperanza de que sus absurdos se realicen. El único y tenaz enemigo que hoy tiene la afición en México, es el antiguo espada y novel empresario Ponciano Díaz… Como vemos, una lucha, la más intensa, la más terrible fue ésta, la que tuvo que enfrentar Ponciano, al incorporarse el toreo moderno desde 1887, mismo que no aceptó y en todo caso solo coqueteó con él, prefiriendo quedarse con todo su pasado, hasta que murió, un 15 de abril de 1899, como hoy, hace 101 años.
Vaya nuestro recuerdo, nuestro reconocimiento y también nuestra reflexión para entender a Ponciano Díaz en sus diferentes perfiles, que fueron de la más grata acumulación de glorias y triunfos, a la más amarga decadencia; porque hay que entenderlo más que como un “héroe de bronce”, como un hombre de carne, hueso y espíritu, cuya personalidad llena uno de los capítulos de la vida popular más intensa de fines del siglo XIX en México.
EL ORGULLO NACIONAL EMANADO, ENTRE OTROS FACTORES, DE LA CHARRERÍA, VINCULADA CON LOS QUEHACERES TAURINOS. Ya en otro material de similares características había escrito lo que a continuación leeréis: Para apartar los animales surge en el campo mexicano el vaquero quien, en el siglo xvi creó el rodeo, forma puramente mexicana legalizada incluso por el virrey Enríquez en 1574. Consistía en una “batida circular sobre un territorio amplio en extensión cuyo propósito era concentrar el ganado en un punto “donde con la ayuda de una especie de garrochas, muy parecidas a las andaluzas, se apartaba el ganado que deseaban seleccionar”. Surgió con este nuevo personaje una expresión que acabó siendo nacional, mediando para ello una necesidad primero, la necesidad de un lucimiento no solamente limitado al campo, sino que además, era la plaza pública, la plaza de toros, el otro sitio para obtener el privilegio del aplauso. Y entre la plaza de toros y el campo la expresión acabó transformada en una manifestación artística. En otras palabras, estamos hablando del charro, de sus habilidades y sus destrezas. La charrería en México, surgida desde el siglo XVI, todavía en nuestros tiempos presenta la disputa sobre sus orígenes, que pelean dos estados tan representativos como Jalisco e Hidalgo, en cuyos campos de Atotonilco y los llanos de Apam respectivamente, surgen aquellas escenas donde los vaqueros realizan suertes vistosas donde lazar y colear es parte intensa de su vida. Y como los toreros, su vestimenta también fue enriqueciéndose con el paso del tiempo hasta encontrarnos con trajes de gala, verdaderas joyas tocadas por sombreros galanos de soberbia manufactura. Durante el siglo XIX hubo, a mi parecer, tres distinguidos “charros”: Ignacio Gadea, Lorenzo Cabello, jefe de los hermanos de la hoja, o los charros contrabandistas de la rama, mejor conocido como astucia (personaje de la novela histórica de costumbres mexicanas con episodios originales, obra de Luis G. Inclán) y Ponciano Díaz, “mitad charro y mitad torero”. La charrería como expresión mexicana pudo conocerse en España, precisamente en 1889 cuando Ponciano recibió la alternativa en la madrileña plaza de la carretera de Aragón, el 17 de octubre de aquel año. El 28 de julio anterior, y en el mismo escenario de su “doctorado” el diestro mexicano vistió el traje nacional y sus mejores suertes quedaron recogidas en sendas obras logradas por la visión siempre grata de Daniel Perea, ilustradas en hermosas cromolitografías que aparecieron en La Lidia. Ya en el siglo XX, algunos otros representantes de este género han trascendido el quehacer en plazas de toros de México y el extranjero como los hermanos Aparicio, allá por los años 30. El 18 de junio de 1964 la plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla fue escenario de la “gran charreada mejicana” donde aquel grupo demostró lo bueno que eran en piales y manganas, jineteo de toros, floreo de reata a caballo y a pie, jineteo de potros cerriles y la arriesgada suerte del “paso de la muerte” sobre un caballo salvaje. En estos últimos tiempos el rejoneador Ramón Serrano rescató el traje y las suertes del toreo a caballo con expresiones netamente mexicanas, y como un dato curioso, el propio Pablo Hermoso de Mendoza vistió en Toluca, -una moderna ciudad del interior del país-, el traje de charro mexicano, actuación que resultó espléndida según lo cuentan las crónicas, que recogen su paso por aquellos rumbos, la tarde del 28 de octubre de 2000.
Como se ve, la charrería sigue siendo un arte y un ejercicio que propios y extraños siguen haciendo suyo en virtud de su particular encanto, logrando que el espíritu del considerado “deporte nacional” siga vigente, para orgullo de México. Por todo lo anterior es necesario una nueva reflexión que nos lleve a entender, pero sobre todo a considerar la enorme importancia que tuvo la charrería durante los años de un avanzado virreinato, así como de todo el siglo XIX, espacios temporales de los que se obtiene la consolidación de estas manifestaciones que no se quedaron solo en su concepto rural. También pasaron al gran espacio urbano. Así como el jesuita Rafael Landívar ya nos
daba su visión muy avanzado el siglo XVIII, en su famoso trabajo Por los campos de México, también en la siguiente centuria Luis G. Inclán se entregó a diversas obras como Astucia, El Capadero de la Hacienda de Ayala o su obra capital: Astucia. Durante el XX, autores como Carlos Rincón Gallardo, José Álvarez del Villar o Francisco Aparicio, con todos ellos y un conjunto de obras aisladas pero contundentes ha sido posible entender ese rico panorama de expresiones que luego alcanzaron lo que podría considerar un refinamiento, por la sencilla razón de que se convirtió en el deporte nacional por antonomasia, por el hecho de que muchos de sus ejecutantes lo elevaron a ese rango en prácticas constantes que encontraron en lienzos o en la plaza de toros misma la extensión de sus diversas manifestaciones. Superado ya el siglo XXI, este deporte-espectáculo grandioso, prácticamente se ha confinado a sitios peculiares, pero sin perder la esencia de lo que a diario, y de forma cotidiana se sigue practicando en el ámbito rural, sin que para ello merezcan aplausos ni salutaciones, sino la sola garantía de que han logrado cumplir cabalmente con las tareas que implica su necesaria presencia, la de charros anónimos, cumplidores de la faena encomendada.
PONCIANO DÍAZ: ABANDERADO DE AQUEL TOREO TÍPICO EN SU ÉPOCA DE ESPLENDOR Y ATÍPICO EN SU DECADENCIA. El inicio de un nuevo siglo como este, trae consigo el anhelo de la mejor prosperidad en todo lo porvenir. También, permite recuentos, saldos y resultados del que apenas ha concluido.
Hoy, a diferencia de hace un siglo, los tiempos corren a una velocidad inusitada, siendo esta condición mediática, con la Internet como otro de sus vehículos, el medio por el que llega hasta nosotros y al instante la noticia no solo local. También de índole nacional e internacional. Bajo ese ritmo, ya no nos sorprende demasiado el torrente de acontecimientos que nutre el paso agitado en el que vivimos. ¡Cuánto dista hoy el viaje de un trasbordador espacial, con el millonario norteamericano Dennis Tito a bordo, de la misión espacial APOLO 11, primera en posar el sueño de la humanidad y de Julio Verne en polvoso pero fino suelo lunático, allá por 1969! Sin embargo, hace un siglo, cualquier noticia, además de llegar en la esperada diligencia, o en los wagones del moderno y confortable ferrocarril, se desmenuzaba hasta el mínimo detalle, bajo el ritmo de una lectura reposada. De seguro, se creaban historias aledañas y fascinantes que desplazaban a la original y hasta se convertían en rumor, chisme, o en el propio hecho, pero corregido y aumentado. Como obligación de nuestra parte, y enterados del papel que jugó en su momento el ahora recordado torero atenqueño Ponciano Díaz Salinas, nos toca la parte de informar a sus paisanos, el papel que jugó este diestro durante el periodo que iba constituyéndose como la "pax porfiriana", frase acuñada por Justo Sierra, quien con ello dio a entender que debía reelegirse a don Porfirio Díaz que por ser el héroe de la paz, e imponerla se estaba en condiciones de esa larga continuidad, una vez más. Hoy hace un siglo, familias tianguistecanas distinguidas como los Castro, los González del Pliego, los Ordóñez, los Ferreira, los García, los Romero, los Moreno, los Puente o los Díaz evocaban la reciente desaparición de Ponciano, ocurrida el 15 de abril de 1899, teniendo en él la figura de un charro consumado que combinó este quehacer con la tauromaquia bajo sellos nacionalistas que, aunque soportadas por una raíz técnica y estética eminentemente españolas, se impuso el carácter americano, vistiendo con matices singulares dicha expresión, que el “torero con bigotes” hizo suya, y la paseó por plazas de nuestro país y el extranjero. Probablemente se le reproche a Ponciano porqué no acepto afiliarse a la moda impuesta por los toreros españoles que, a partir de 1884 establecieron la expresión del toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna. Y porque los "hubieras" no existen en la historia, o porque Ponciano haya tenido sus muy personales razones, el hecho es que se convirtió en abanderado de aquel toreo típico en su época de esplendor y atípico en su decadencia. Ponciano Díaz Salinas, nacido en Atenco el 19 de noviembre de 1856, en pleno esplendor tauromáquico de su maestro Bernardo Gaviño, visitante intermitente de los rumbos atenqueños, aprende al lado de su padre y sus tíos las tareas campiranas como el mejor, siempre en cotidiana convivencia con los toros bravos de la reconocida hacienda mexiquense. Aunque ya empieza a ser conocido desde 1876, es el 1º de enero de 1877 cuando aparece anunciado por primera vez en un cartel, para la corrida de aquel día, celebrada aquí, en Santiago Tianguistenco. "Su fama no desmintió..." dice uno de los muchos versos que la musa popular y poetas mayores le dedicaron durante su trayectoria, lo mismo que grabados y retratos. El 15 de enero de 1888 inaugura su propia plaza, la de “Bucareli” que se convierte en bastión del poncianismo durante varias temporadas -no muchas- e incluso, en última morada, pues allí
muere. Reitero que no muchas, porque al emprender su viaje a España para obtener el grado de doctor en tauromaquia, hecho ocurrido el 17 de octubre de 1889, la afición mexicana, que estaba formándose bajo los criterios del modelo español recién establecido, acepta estas y rechaza rápidamente las que Ponciano impuso como heredero natural de todo un proceso ocurrido durante el siglo XIX. De ahí que a su regreso ya no se le viera ni se le celebrara con el mismo entusiasmo de jornadas anteriores. Sin embargo, Ponciano tuvo todavía el suficiente impacto que desplegó en la provincia mexicana, donde siguió acumulando triunfos. Sus últimas actuaciones son un reflejo de tristeza y de nostalgia. Ya no es el mismo. La desaparición de su madre en 1898, probablemente su soltería, y un agravado estado de salud abren las puertas a su prematura muerte, que evocamos aquí y ahora con el solo propósito de perpetuar una vez más el perfil de un gran personaje, ídolo popular, charro y torero, el mexicano Ponciano Díaz Salinas, aquel que para celebrarlo era común hacerlo, y lo hacemos con el singular grito de batalla: "¡Ora Ponciano!" Quiero sumarme a otro recuerdo. Desde el pasado mes de enero, se ha integrado a la cuadrilla celestial de Ponciano Díaz un amigo entrañable: Doroteo Velázquez Díaz, esposo, padre, y abuelo si los hubo, como pocos. A su familia, mi saludo y apoyo reconfortable, pues como sobrino-nieto del “torero con bigotes” aprendimos de él muchas de las historias no conocidas del gran personaje que, indudablemente se ganó un lugar de privilegio en ésta, la “Rotonda de los hombres ilustres de Santiago Tianguistenco”, por lo que ambos merecen un grito de batalla más: ¡Ora Ponciano! ¡Ora Doroteo...! Santiago Tianguistenco, México. 28 de abril de 2001.
LUIS G. INCLÁN SALE EN DEFENSA DEL TOREO ALLÁ POR 1863. Del autor Hugo Aranda Pamplona, localicé su obra: Luis Inclán El Desconocido. 2ª ed. Gobierno del Estado de México, 1973. 274 pp. Ils., retrs., fots., facs., en la que reproduce facsimilarmente una interpretación sobre lo que está ocurriendo con los toros en 1863, luego de que el mariscal Forey “impugna por efectos de humanidad las corridas de toros”, como buen militar y francés, que ha resentido la derrota en suelo ajeno. Asimismo –apunta Inclán-, apareció por esos días de agosto otra visión, la de Niceto de Zamacois, quien salió a la defensa de “las costumbres de su país”, defensa de un español que no puso los ojos en el quehacer taurino que entonces seguía dominado por un paisano suyo, Bernardo Gaviño, mismo que se presentó en la PLAZA DEL PASEO NUEVO, D.F. Domingo 15 de noviembre. Cuadrilla de Bernardo Gaviño, con 6 toros de Atenco. En el mismo cartel de esta tarde, Gaviño, anunciaba su regreso a la capital en estos términos: De regreso de la Habana y de otras villas y ciudades de esta República, en donde he sufrido mucho, padeciendo inmensas pesadumbres con perjuicio de mi salud e interés, me encuentro otra vez en esta hermosa capital, con el objeto de presentarme nuevamente, como lo haré esta tarde, a ejercer mi profesión del difícil y arriesgado arte tauromáquico, en el que por la bondad de este respetable público han sido bien recibidos mis trabajos, por cuya benevolencia procuraré desempeñar los lances que el bicho me presente y los que yo le buscaré, a satisfacción de la recomendable concurrencia, obsequiando al mismo tiempo los deseos de mis invitadores y amigos, no obstante que mi salud no está completamente restablecida.
Por esos días de agosto, quien se encuentra en la escena es Pablo Mendoza, mismo que actuó la tarde del 26 de julio, como consta en el siguiente cartel: PLAZA DE TOROS / DEL PASEO NUEVO. / TERCERA ASCENSIÓN EAEROSTÁTICA / DE JOAQUÍN DE LA CANTOLLA Y RICO. / SOBERBIA CORRIDA DE TOROS. / FUNCIÓN DEDICADA A LOS EXMOS. SRES. GENERALES DE DIVISIÓN / D. JUAN N. ALMONTE / Y D. LEONARDO MÁRQUEZ, / QUIENES LA HONRARÁN CON SU ASISTENCIA. / Domingo 26 de Julio de 1863. / TOROS DE ATENCO. / CUADRILLA DE PABLO MENDOZA. La empresa aerostática mexicana que trabaja en la dirección de los globos desde el año de 1848, después de largos y costosos experimentos que ha practicado, además de las diversas ascensiones hechas con este objeto, deseando concluir el grande aparato que tiene ya trazado, y el que verá la luz pública dentro de breves días, ha dispuesto dar una función, con cuyos productos se auxiliará para el grandioso fin que se ha propuesto. El sistema es conocido ya por varias personas, es sencillo y peligroso; por medio de este procedimiento no ofrece la empresa grandes cosas; pero si cree que hará cortas travesías con bastante dificultad, hasta que hombres de mayor talento mejores con sus luces el mecanismo. Con lo poco que haga queda conforme, y a favor del suelo donde ha nacido, solo impetra del genio de la fama una mirada dulce que hasta hoy ha sido esquiva a tantos ilustres científicos de otras naciones. ¿Tendrá la empresa esta satisfacción gloriosa?... muy pronto se practicará la última prueba. La función señalada para este día se ha encomendado al aplicado joven CANTOLLA, que ha trabajado tanto en este sentido, y a quien animan los deseos más ardientes por el engrandecimiento de la ciencia y de su país. La Empresa aerostática mexicana. Entusiasta cual lo he sido por los viajes aéreos, hoy tengo el gusto de anunciar al público mi tercera ascensión que verificaré en un globo nuevo y de forma regular; mide 108,000 pies cúbicos, y está marcado en línea perpendicular con los colores nacionales.
A pesar de la festinación que se ha hecho, no lo juzgo indigno de ser el precursor del aparato de dirección que está en obra, y el que también tendré la gloria de ocupar en unión de la empresa. Justo apreciador el público que se sirva honrarme esta vez con su asistencia, comprenderá los crecidos gastos que ha sido necesario erogar por el deseo de complacerlo, conciliando dejarlo satisfecho y coadyuvar al propósito grande y sublime que nos ocupa. Si el público queda satisfecho, también lo estará Joaquín de la Cantolla y Rico. PROGRAMA / A las once de la mañana se abrirán las puertas de la plaza para recibir al público con una música militar que tocará exquisitas y agradables piezas, y la ascensión se verificará / A LA UNA DE LA TARDE, SI EL TIEMPO LO PERMITE. / A continuación se lidiarán / TRES BRAVÍSIMOS TOROS DE MUERTE / de la incomparable raza del cercado de Atenco, y se han escogido con tanta inteligencia y cuidado, que si los de la función pasada merecieron repetidos aplausos de la digna concurrencia, se puede asegurar que con los de esta tarde quedará muy satisfecha. / UNA GRACIOSA MOJIGANGA / amenizará la corrida, concluyendo con el / TORO EMBOLADO / de costumbre, que estará adornado con MONEDAS DE PLATA.
Inclán, seguramente indignado por la posición del galo, así como de un Zamacois que llegó a México en enero de 1855, aunque probablemente resentido desde entonces, luego de su accidentado arribo, pues tuvo que enfrentar airados reclamos debido a unos versos atribuidos a él en contra del país, se desbordó en un impresionante texto, que da panorama general sobre lo que para esos momentos concibe como la historia y evolución de la tauromaquia que percibe no solo el aficionado en potencia, sino el ilustrado autor que se inclina por los entrañables aspectos de la charrería, de la que es afecto seguidor y un practicante adelantado. Además, a lo largo del texto, presenta una perfecta combinación de ambos géneros: el de a pie y el de a caballo, con amplio conocimiento de causa. Don Luis Gonzaga emplea además, un bagaje de información, donde nos deja ver que no era ningún improvisado, y que por sí solo el texto nos hablará de tales ideas. En la parte final de estos apuntes, incluyo las dos visiones –tanto de Forey como de Zamacois- que inspiraron a Inclán escribir en La Jarana, periódico del que además era editor, la siguiente visión: LA JARANA, T. I., AGOSTO 23 DE 1863, N° 7 CORRIDAS DE TOROS Dicen que dijo el rey D. Alonso el Sabio, que si él hubiese concurrido á la creación del mundo, habría salido la obra más completa, pues como enemigo de disturbios, lo primero que habría establecido era que todos los hombres pensaran iguales, ó que de no ser así, era mejor que ninguno pensara. La Jarana cree que aquel rey tenía razón, porque como dice el adagio, cada cabeza es un mundo y cada cual piensa con su cabeza. Hemos visto en las columnas del Pájaro Verde una carta del señor mariscal Forey, en la que parece impugna por efectos de humanidad las corridas de toros. También leímos la que tratado sobre el mismo asunto, aunque escrita en diverso sentido, escribió el súbdito español D. Niceto de Zamacois; él defiende á capa y espada las costumbres de su país; como español expone sus razones en pro de esas costumbres, y nosotros como mexicanos, que las heredamos de ellos, como también somos hijos de Dios y herederos de su gloria, también pensamos, según y como nuestro chirumen nos ayuda: por supuesto como no contamos con la civilización de las naciones cultas que se empeñan en tenernos por bárbaros, todo cuanto nos rodea es bárbaro, y bárbaramente no cometemos mas que barbaridades. En esta inteligencia, diremos unas cuatro
palabras sobre las corridas de toros, pues si el señor Zamacois celoso defiende las costumbres de su país, también nosotros tenemos algo de ese celo, y aunque no con la elocuencia de las bien cortadas plumas que han cuestionado sobre este asunto, expondremos nuestro humilde juicio: he aquí lo del rey D. Alonso el Sabio: nos hubiéramos evitado de hablar de este negocio si todos pensáramos iguales. Se juzga como origen de depredaciones y crímenes este bárbaro espectáculo de ver sortear á un toro feroz armado de agusada cornamenta, por un hombre que no tiene más defensa que un capotillo ú otro que lo resiste y domina con una pica, que no tiene ni una pulgada de fierro penetrante, montado en un mal jamelgo, que deshechado de todos los usos á que se pudiera destinar, va á terminar su miserable vida entre las astas de un boyante bicho, y porque dejó en la plaza las tripas, ya se dice que espectáculo de sangre, “que el pueblo, por esta razón conserva instintos feroces, y no es extraño que unos á otros se maten tan a menudo”. Ese instinto, sin disputa, no es debido á las corridas de toros en las que un hombre mata á una bestia, sino á cincuenta años largos en que por nuestra independencia y luego por las guerras intestinas que nos sembraran nuestros huéspedes, los de las naciones cultas, no ha tenido el pueblo mas ejemplo que el que lo lleven á fuerza á matar hombres con hombres... Otra vez viene como de molde lo del rey D. Alonso; mucha sangre derramada y no de toros, se hubiera evitado si todos pensáramos iguales. Pero vamos al grano, á la tierra que fueres haz lo que vieres, este también creemos que fue refrán de D. Alonso el Sabio, porque indudablemente evita cuestiones; pero en este pícaro mundo cada cual piensa con su cabeza, y por eso nosotros decimos, que elevado el espectáculo de corridas de toros á la categoría de arte, no hay el positivo riesgo de la vida del gladiador, cuando éste, ya sea por el estudio ó ejercicio, se presenta lujosamente vestido y con la sonrisa en los labios ante una numerosa concurrencia, á demostrar su valor, destreza y habilidad, valido de la eminente ventaja que como racional posee sobre el bruto, á quien burla, domina, y al fin hace sucumbir. Tiene esto su riesguesillo, nadie lo duda, ese es nada menos su mérito, y por eso se dice, que desde lejos se ven los toros, y ninguno se atreve a bajar al redondel, en donde diez ó doce diestros diviertes á mas de seis mil espectadores, que en los momentos de fijar la atención en los lances de la lidia, no se acuerdan ni de la madre que los parió, sino que entusiasmados gritan, palmotean y aplauden, no á la sangre que derraman los caballos, ni á la que el toro deja suya en la plaza, sino á los hechos de intrepidez, resignación que al torero porque mató a un toro de una buena estocada, le granjean unos cuantos aplausos y cuatro ó seis pesos de galas; mientras que al guerrero porque hizo cosa igual con otro hombre, le vale un laurel, un grado, y la gloria de valiente. Tenia mucha razón el rey D. Alonso, y á juicio de la Jarana, es mas nocivo para la educación del pueblo el armamento, proyectiles y tanto como han inventado los hombres para destrozarse unos á otros, que las consecuencias de la escuela de tauromaquia que regularizó el modo de que un diestro sin el mayor peligro divierta á la muchedumbre afecta á distraerse con espectáculos de toros. ¿Quién será más bárbaro, el que inventó la pólvora y armas de fuego y blancas que teñidas con sangre humana cubren de gloria á los guerreros, ó el que con serenidad y sangre fría burla la saña de una fiera y conquista la gloria sin llevar consigo el remordimiento de Caín?... ¿Quién de mas pruebas de positivo valor, el que desde gran distancia caza á su enemigo, ó el que nulificando las armas de su contrario lucha con él cuerpo á cuerpo, sin mas parapeto que un pedazo de trapo? Las corridas de toros son sin duda, un espectáculo nacional, y quizá por esto, los mexicanos somos fanáticos por ellas; esta diversión no es fácil abolirla porque data de luengos años. Nuestros conquistadores los españoles nos la legaron, y hoy les sacamos dos deditos de ventaja, v.g., en el uso de la reata, en jinetear, en las travesuras del campo, bárbaras, sí señor, no lo negamos, pero útiles particular y generalmente; el hombre que sabe lazar á un toro tiene en su reata una arma poderosa y terrible; el que sabe balonearse para tomar la cola, arsionar y usar de los rápidos movimientos de su caballo, es un excelente lancero y un temible dragón. Mientras que
los que solo se destraían con la ópera, las escenas lúbricas, los bailes, &c., eran unas gallinas que no servían ni para el hígado ni para el vaso. En fin, porque las corridas de toros no son del agrado de unos cuantos que ignoran las precisas, terminantes y bien combinadas reglas de la tauromaquia, y que sin embargo de pugnar dicha diversión con sus costumbres, asisten á ella, y hasta llevados del entusiasmo prorrumpen en estrepitosos aplausos, no se debe calificar de inmoral y de bárbara. Repetimos lo dicho, ¡lástima que el rey D. Alonso el Sabio no hubiese tomado parte en la creación del mundo! o siquiera la Jarana, que hubiera congeniado á las mil maravillas con aquel rey, y no que cada cabeza es un mundo, y cada uno piensa con su cabeza; y no que mientras unos estudian el modo de matarse á diez ó doce pasos en un desafío ó el prosaico pugilato, otros arman gallos para que se rajen medio á medio; y nosotros estamos en nuestro elemento viendo matar toros feroces y caballos viejos y enteramente inútiles. ¡Tal es este pícaro mundo! Nos tocó la renegada, nunca dejaremos de ser bárbaros. Aquí de D. Alonso el Sabio, cada cabeza es un mundo; quizá por eso aquella niña tan extremosa, cuando asistía á los toros, en cada suerte no tenía mas que el Jesús en la boca, pero eso sí, no aparaba los ojos del circo ni dejaba de apretarse constantemente las manos diciendo cuanto se le ocurría. -Es toro muy bravo, Jesús!... ya va á salvar la valla San Antonio! Corre, corre Ángel de mi guarda! Santos Varones, ya le sacaron las tripas!... ¡Qué horror! Animas que lo maten. Toca Simón! ¡Ay papá! Bien, bien!... Gracias á Dios que salieron las mulitas!!! El papá mortificado al ver los sobresaltos de su hija, resolvió marcharse diciéndole: -Vámonos, mi alma, esta diversión no es para ti, te afectas mucho y pueden enfermarte. -Siéntate, papacito, no te apures, estos sustitos son los que me agradan, y así asustándome me divierto y gozo. De veras, de veras que fue un sabio el rey D. Alonso! ¿No era mejor que todo el mundo se divirtiera con las bellas letras? Pero, ya se ve, cosas de este mundo mal hecho: hay quien se divierta con sustitos! Cada uno piensa con su cabeza! Abur.-Luis Inclán. ¿Qué decía EL PÁJARO VERDE para tener tan admirado a Luis G. Inclán?
Al parecer, con la corrida efectuada el domingo 26 de julio de 1863, en la plaza de toros del Paseo Nuevo, con la tercera ascensión aerostática de Joaquín de la Cantolla y Rico, así como una soberbia corrida de toros, con toros de Atenco, y la cuadrilla de Pablo Mendoza, aparecen en “El Pájaro verde” las siguientes reacciones: “El Pájaro verde”, T. I., N° 28, martes 18 de agosto de 1863 CORRIDAS DE TOROS.-Se ha dado publicidad á la carta siguiente: “México, Agosto 16 de 1863.-Señor director:-Con ocasión de la fiesta del emperador, la ciudad de México ha dado una función de espectáculo en uso en España y en este país, y ha convidado para ella al ejército francés. He creído pagar esta señal de cortesanía concurriendo á dicha función. “Mas no querría yo que mi presencia pudiera ser interpretada como una aprobación de espectáculo de tal género. Quiero, por el contrario, aprovechar esta ocasión para expresar mi asombro de que en el siglo XIX y cuando en todos los pueblos civilizados se han dulcificado y refinado las costumbres con la práctica de una religión que proscribe todo acto de barbarie y con el estudio de las artes liberales, pueda haber todavía una nación cristiana que se complazca y deleite en asistir a un espectáculo donde hay, no solamente animales, sino hombres expuestos a perecer. “¿Cómo no se han presentando consideraciones de un orden más alto al espíritu de las autoridades que mantienen esta costumbre tan bárbara cuanto impolítica? ¿Cómo no ven que educar a un pueblo en el agrado de la vista y el olor de la sangre es infundirle el deseo de
derramarla? ¿Y cómo entonces extrañar la facilidad con que en México el pueblo quita a un hombre la vida? “¡Ojalá que la nueva generación sea acostumbrada, en el seno de la familia y por los ministros de Dios, al respeto de la vida de sus semejantes, y que el gobierno comprenda que este espectáculo, digno de los siglos bárbaros, no puede menos de conservar en este país hábitos de homicidio! Así habrá hecho un gran servicio a la nación que no podrá revindicar con justo título, su rango entre los pueblos civilizados, sino cuando haya modificado sus sanguinarias costumbres. “Tales reflexiones, convénzanse de ello los mexicanos, no me son inspiradas sino por el interés que abrigo a favor de este país, donde me consideraría dichoso en dejar algunos rastros de mi paso. “Recibid, señor director, las seguridades, etc. “El mariscal de Francia, comandante en jefe del cuerpo expedicionario de México, Forey”. “El Pájaro verde”, T. I., N° 29, miércoles 19 de agosto de 1863 Sres. RR del Pájaro Verde.-Cada de Vdes., Agosto 18 de 1863. Muy señores míos: he de merecer a Vdes. tengan a bien franquear las columnas de su popular periódico a los siguientes renglones, por cuyo favor les viviré reconocido. CORRIDAS DE TOROS Con verdadera satisfacción he leído la carta que el señor mariscal Forey dirije al redactor L´Estaffette, (L´Estafette. Journal Français. México, Imprenta de L´Estafette, 1863-1866) con motivo de la función de toros con que le obsequió el ayuntamiento de esta capital. En ella, lo mismo que en todas las anteriores del expresado señor mariscal, campean las ideas más sanas y humanitarias; ideas que cuadran perfectamente con el carácter que debe distinguir a todo personaje que ocupa el alto lugar en que él se encuentra. Sin embargo, por mucho que yo aplauda esas rectas ideas dictadas por la más noble intención, y por inclinado que me encuentre a respetar la opinión de los hombres en quienes concurren el saber, el talento y el ardiente anhelo por el mejoramiento social, permítaseme que me atreve a decir que sospecho encontrar alguna exageración en los funestos resultados que se atribuyen a las corridas de toros. En uno de los bellos periodos de la expresada carta, escrita con el sentimiento más puro del corazón, se encuentran estas palabras que revelan los más nobles afectos de humanidad, pero que, como he dicho, presentan las corridas de toros como un semillero de crímenes, que en mi humilde concepto están muy lejos de merecer tan desfavorable epíteto. “¿Cómo no ven, dice la carta, que educar a un pueblo en el agrado de la vista y el olor de la sangre, es infundirle el deseo de derramarla? ¿Y cómo entonces extrañar la facilidad con que en México el pueblo quita a un hombre la vida?” Este cargo terrible, formulado con los caracteres que acabo de copiar, no es la primera vez que se les dirige a los países en que se lidian toros. No hay un solo publicista extranjero que no califique de bárbara esa costumbre española; y hasta los ilustrados ingleses que humanitariamente se sacan los ojos en el civilizado pugilato, fulminan sus terribles anatemas contra ella. No sostendré yo que las corridas de toros son un espectáculo moral y civilizador; pero como español que veo atacar una costumbre que puede llamarse moral al lado de la del pugilato que ostenta la Inglaterra, que pasa por una de las naciones más civilizadas, y como afecto a todo lo que tiene relación con México, jamás convendré, mientras no se aleguen razones más poderosas que las que hasta hoy han emitido los antagonistas de las corridas de toros, jamás convendré, repito, en que éstas influyan en lo más mínimo en la corrupción de las costumbres, y mucho menos en que sean la escuela de los asesinatos y de los actos más crueles. Corridas de toros había en México en los gobiernos virreinales, y sin embargo, los crímenes y los delitos eran tan escasos entonces, que las grandes conductas caminaban por todo el país sin escolta ninguna, llevando solamente una banderita encarnada que indicaba pertenecer aquel
dinero al tesoro real. Corridas de toros había en México cuando los comerciantes, sin otro documento que la palabra y la buena fe del comprador, fiaban gruesas sumas a los viandantes que recorrían todas las poblaciones sin encontrar un malhechor que atentase ni a su fortuna ni a su vida. Corridas de toros hubo por espacio de trescientos años, y sin embargo, en esos trescientos años la estadística criminal no arroja de sí los crímenes que presentan en veinte cualesquiera de las naciones donde se desconoce esa diversión. Corridas de toros hay en Vizcaya, en Alava, en Guipúzcoa, provincias de las más alegres de España, pero a pesar de ser sus habitantes tan aficionados a esa diversión, se pasan muchos años para que tenga lugar un asesinato, como lo podrán afirmar varios de los oficiales franceses que aquí se encuentran, y que han visitado aquellos puntos de la Península. Si la vista de la sangre familiarizase al hombre con la sangre, como lo afirman los que critican las corridas de toros, los ejércitos, lejos de inspirarnos confianza, nos inspirarían terror, y en vez de ver en cada soldado, como vemos, un buen ciudadano, humano, leal, franco y valiente, no encontraríamos sino un hombre de instintos feroces. Los intrépidos militares que en cien batallas han arrostrado con serena frente la muerte, han visto caer a su lado a sus más leales amigos, destrozados por la metralla enemiga legiones de bravos adalides, humear la sangre de los combatientes y han escuchado los ayes de los heridos, los vemos retirarse, cumplido su servicio, a sus hogares, lamentar las desgracias que han presenciado, y ocuparse en la esmerada educación de sus hijos con el cariño más tierno, siendo modelos de buenos ciudadanos, de excelentes padres y de amantes esposos. Si seguro estuviese de obtener una contestación sincera y categórica, yo me aventuraría a dirigirles a varios escritores que con más negros colores han pitado esa costumbre española que nos viene ocupando en este momento, esta pregunta: Si la sangre vertida en las corridas de toros teméis que familiarice al público con la sangre, ¿no teméis que la representación de tanto crimen inaudito en el teatro, lo familiarice con los crímenes? ¿Si condenáis los toros porque endurece, según decís, el corazón, no deberéis condenar esas producciones inmorales, antirreligiosas, donde están hacinados los asesinatos, los incendios, los robos, las traiciones y todo linaje de delitos, esas producciones que son la cátedra de la perversidad en que aprenden los malvados la manera de cometer los crímenes que, generalmente quedan impunes, en esos monstruosos partos de una imaginación exaltada? ¿Creéis que han hecho menos males a las costumbres y a la religión, base de todo bien social, las obras de Voltaire, Rousseau, Diderot, Prud´homme, Sue y otros cien a quienes alabáis, que el simple espectáculo de las corridas de toros? No, de ninguna manera; y sin embargo, mientras elogiáis las producciones de un extraviado ingenio que lleva la duda al corazón del cristiano, que le arranca sus más dulces creencias, os ensañáis contra una costumbre que no tiene más proporciones que la del pasatiempo! Balmes, a quien ninguno podrá tachar de abrigar instintos crueles, dice estas palabras al ocuparse de los juegos públicos de otros países y criticar su fiereza: “¿Y los toros de España? Se me preguntará naturalmente, ¿no es un país cristiano católico donde se ha observado la costumbre de lidiar los hombres con las fieras? Apremiadora parece la objeción, pero no lo es tanto que no deje una salida satisfactoria. Y ante todo, y para prevenir toda mala inteligencia, declaro que esa diversión popular es en mi juicio bárbara, digna, si posible fuese, de ser extirpada completamente. Pero toda vez que acabo de consignar esta declaración tan explícita y terminante, permítaseme hacer algunas observaciones para dejar bien puesto el asombro de mi patria. En primer lugar, debe notarse que hay en el corazón del hombre cierto gusto secreto por los azares y peligros. Si una aventura ha de ser interesante, el héroe ha de verse rodeado de riesgos graves y multiplicados; si una historia ha de excitar vivamente nuestra curiosidad, no puede ser una cadena no interrumpida de sucesos regulares y felices. Pedimos encontrarnos a menudo con hechos extraordinarios y sorprendentes; y por más que nos cueste decirlo, nuestro corazón al mismo tiempo que abriga la compasión más tierna por el infortunio, parece que se fastidia si tarda largo tiempo eh hallar escenas de dolor, cuadros salpicados de sangre. De aquí el gusto por la tragedia; de aquí la afición a aquellos espectáculos, donde los actores corran o en la apariencia o en la realidad, algún riesgo.
“No explicaré yo el origen de este fenómeno; bástame consignarlo aquí, para hacer notar a los extranjeros que nos acusan de bárbaros, que la afición del pueblo español a la diversión de los toros, no es más que la aplicación a un caso particular de un gusto cuyo germen se encuentra en el corazón del hombre. Los que tanta humanidad afectan cuando se trata de las costumbres del pueblo español, debieran decirnos también: ¿de dónde nace que se vea acudir un concurso inmenso a todo espectáculo que por una u otra causa sea peligroso a los actores? De dónde nace que todos asistirían con gusto a una batalla por más sangrienta que fuese, si era dable asistir sin peligro? De dónde nace que en todas partes acude un numeroso gentío a presenciar la agonía y las últimas convulsiones del criminal en el patíbulo? De dónde nace, finalmente, que los extranjero cuando se hallan en Madrid se hacen cómplices también de la barbarie española? “Digo todo esto, no para excusar en lo más mínimo esa costumbre, sino para hacer sentir que en esto como casi en todo lo que tiene relación con el pueblo español, hay exageraciones que es necesario reducir a límites razonables. A más de esto, hay que añadir una reflexión importante, que es una excusa muy poderosa de esa criticada diversión. “No se debe fijar la atención en la diversión misma, sino en los males que acarrea. Ahora bien, ¿cuántos son los hombres que mueren en España lidiando con los toros? Un número escasísimo, insignificante en proporción a las innumerables veces que se repiten las funciones de manera que si se formara un estado comparativo entre las desgracias ocurridas en esta diversión y las que acaecen en otras clases de juego, como las corridas de caballos y otras semejantes, quizás el resultado manifestaría que la costumbre de los toros, bárbara como es en sí, no lo es tanto sin embargo, que merezca atraer esa abundancia de afectados anatemas con que han tenido a bien favorecernos los extranjeros. “Cuando en los tiempos de la edad media, los caballeros españoles se presentaban en el redondel a luchar temerariamente con la fiera, los toros eran en efecto una diversión sembrada de inminentes peligros; pero en nuestros tiempos, en que el arte y la inteligencia burlan la fuerza bruta del terrible toro, las corridas han ganado en vistosas y poco temibles, aunque siempre imponentes, lo que han perdido en peligrosas y sangrientas”. Lo expuesto creo que basta a probar lo que me propuse al principio, esto es, que las corridas de toros no influyen, como se ha pretendido, a endurecer el corazón humano, y mucho menos que sean la escuela de los crímenes y asesinatos en una sociedad como México, presa hace cuarenta y tres años de las guerras intestinas. Repito que aplaudo y respeto los sentimientos humanitarios que campean en la bien escrita carta del señor mariscal Forey, que participio en parte de su opinión; pero como español, me he juzgado en el deber de patentizar al ver aludida en ella a mi patria, que la sociedad española, lejos de atentar los instintos feroces que algunos autores creen imprimen en los pueblos las corridas de toros, no cede en nobles sentimientos a las naciones que más blasonan de filantrópicas y de hidalgas. Soy de vdes., señores redactores, su afectísimo servidor.-Niceto de Zamacois.
NATIVIDAD CONTRERAS: “EL CHARRITO DEL SIGLO”. Figura connotada entre los de a caballo, Natividad Contreras, vino desde el norte de la república a demostrar sus enormes capacidades. Émulo de Ignacio Gadea, Pedro Nolasco Acosta y, desde luego de Ponciano Díaz, era hábil poniendo banderillas desde el caballo y sabía matar los toros con bastante lucimiento. Poco es lo que se conoce de este personaje, a no ser por lo publicado en El Monosabio, Nº 10, del 28 de enero de 1888: “El Charrito del siglo” Mañana el público que acude a la plaza de Bucareli, va a tener ocasión de aplaudir al joven Natividad Contreras, que es notable para poner banderillas a caballo. El joven mencionado es fronterizo y desde hace algún tiempo se dedicó al toreo; en Chihuahua ha matado toros, con bastante lucimiento. Según sabemos, ha sido adoptado por Ponciano, y dadas las facultades tanto de este diestro como del repetido joven, no dudamos que sea más tarde un gran torero.
No se trata, precisamente de Natividad Contreras. Sin embargo es un personaje contemporáneo, mismo que también adquirió gran fama. Es Vicente Oropeza. Col. Ignacio Rodríguez Cervantes.
Tuvo la ocurrencia, como ya se vio, de llevar un remoquete bastante original: “El Charrito del siglo”, como si en ese alias se concentrara el quehacer campirano de todos aquellos
personajes sobresalientes, en la persona de un solo individuo: Natividad Contreras, nombre que bien podría aparecer ilustrando las novelas o relatos de costumbres escritos por la pluma pródiga de Luis G. Inclán, autor de “Astucia” y “El capadero en la hacienda de Ayala”, entre otras obras de ese corte. Su rastro se pierde, por desgracia y ya no sabemos gran cosa de Natividad, que, por lo visto, se perdió en su siglo, ese siglo que recreó para darle al “charrito”, al “charro” una connotación especial, a la que agregó curiosa etiqueta temporal. Si Ponciano lo adoptó, incluyéndolo en la “troupe” que le acompañaba, probablemente se haya decidido por establecerse en algún punto de las muchas poblaciones que visitó el atenqueño; pero el hecho es que ya no hay otra noticia más de tan peculiar personaje.
18 DE JUNIO DE 1964: LOS CHARROS MEJICANOS EN SEVILLA. Mariano Cevallos El Indio, junto a Ramón de Rosas Hernández El Indiano, fueron los primeros americanos que cautivaron al reino español, allá en los últimos años del siglo XVIII con sus formas peculiares de hacer y sentir el toreo que entonces se practicaba, ejercicio en transición, pero todavía con fuertes influencias de las prácticas a caballo, tal y como lo reproduce Francisco de Goya en su Tauromaquia. En todo esto se percibe que tanto el argentino como el mulato veracruzano, espejo de las castas más despreciadas, pero dos de las más notorias en cuanto a su número en la población se refiere, demuestran ser capaces de superar desaires sociales para encaramarse en posiciones de privilegio. Y a pesar de los Romero, de Pepe Hillo o de José Cándido, otro brote desde abajo que impulsó la presencia del pueblo llano, que los coloca en posiciones de privilegio, no fue obstáculo para que Cevallos y Rosas Hernández compartieran la gloria del triunfo que hoy es valiosa memoria. Al mediar el siglo XIX el moreliano Jesús Villegas, mejor conocido como El Catrín pasa a España y sin los alcances de aquellos dos, apenas si logra colocarse en algunos carteles, de los que no tenemos evidencia, quedando un velo de misterio. Si conoció a Bernardo Gaviño y si este lo aconsejó, e incluso recomendó para emprender tan extraña empresa, son circunstancias que desconocemos. O es que su apelativo –El Catrín- como símbolo de posición económica privilegiada, fue el cómodo respaldo para efectuar travesía y estancia. Desafortunadamente la especulación en estos casos, es la principal consejera.
El cartel anunciador. Col. del autor.
En 1889 Ponciano Díaz realizó su primero y único gran viaje trasatlántico que lo instala en España y Portugal, países a los que se agrega la isla cubana, lugares donde realizó una importante campaña que consolida con la obtención de su alternativa el 17 de octubre en la madrileña plaza de la Carretera de Aragón. El de Atenco permanece fuera de México desde fines de julio y hasta noviembre de aquel año en que retorna triunfal. En ese tenor, y en la posibilidad de que los españoles no solo admiraran a Gaona, Segura, Silveti, Pepe Ortiz, Armillita, Solórzano o Balderas, estuvieron también por allá los hermanos Becerril y los Aparicio, quienes dieron continuidad a las entrañables tardes donde Ponciano,
junto a Celso González y Agustín Oropeza demostraron sus habilidades como charros y lazadores lo mismo en Madrid, que en Sevilla o en Barcelona; Puerto de Santa María o Villafranca de Xira y Porto en Portugal. Los Becerril en 1928 y Paco Aparicio en 1936 también dejaron bien plantado el lábaro patrio en varias actuaciones por ruedos hispanos. Todo este preámbulo es para anunciar, como lo hizo en su momento el cartel anunciador a que me referiré a continuación. Sucede que la tarde-noche del jueves 18 de junio de 1964, y en el escenario majestuoso de la Real Maestranza de Sevilla se celebró el “maravilloso espectáculo: Gran charreada mejicana!”, (así, con “j”) cuyos miembros de la Federación Nacional de Carros Mejicanos, se ofrecieron para apoyar a la vejez del toreo de Sevilla. Dice el cartel que el entonces célebre Agustín Lara “dirigirá la BANDA MUNICIPAL de esta ciudad, que interpretará las canciones por él compuesta, y dedicadas a Sevilla”. Lara compuso la famosa “Suite Española”, de la que seguramente escogió “Sevilla”, “Clavel Sevillano” y la “Carmen de Chamberí”. Y dentro de esa charreada, no faltaron el desfile a caballo, la escaramuza charra, el floreo de reata –a caballo y a pie-, gineteo de toros con 500 kilos. En el intermedio participaron Paco Michel y América Martín, acompañados de un grupo de mariachis, cantando las piezas del repertorio más representativas de esa música nuestra. Después se dio una muestra de bailes regionales, para pasar a los peales y manganas – acaballo y a pie-; gineteo de potros cerriles, cerrando el espectáculo con la arriesgada suerte del paso de la muerte sobre un caballo salvaje. La curiosa pieza de publicidad taurina no podía ser más elocuente con este aviso: “Todo este sensacional repertorio de canciones y costumbres mejicanas será presentado en la PLAZA DE TOROS de la Real Maestranza, para recreo de los sevillanos, y en homenaje al país hermano, permitiendo al público conocer las distintas facetas del folklore azteca”. Si como se anunció así resultó, entonces la jornada debe haber resultado exitosa. Desde entonces no ha vuelto a presentarse un espectáculo de tal índole, pero estos han sido suficientes para que se grabe con letras de fuego la otra parte, complementaria del toreo mexicano el cual, durante el siglo XIX se manifestó en esos términos. Y aunque en el XX se hizo notoria una separación de ambos aspectos, fruto de la recuperación del orgullo nacional que significaba para la charrería en cuanto tal. Esta y la tauromaquia no se han rechazo, aunque se respetan mutuamente.
LUIS G. INCLÁN Y LA BREVE RESEÑA SOBRE CÓMO CELEBRARON CIERTA CORRIDA EN ALGÚN PUNTO PROVINCIANO. Luis G. Inclán, entusiasta aficionado y practicante de la charrería, también agregó a sus habilidades y ejercicios, los tauromáquicos. En otros trabajos donde he abordado al genial autor de la novela de costumbres mexicanas ASTUCIA, de la que vuelvo a tomar una de sus abundantes citas en relación a estos pasajes, describe en el capítulo XV de la obra mencionada un impresionante trabajo que incluyó a varios de los pobladores de Tochimilco (Puebla), para, que en el margen de tiempo que va de las doce meridiano (hora en que se ocurrió la boda a que se refiere el autor)…
Esta imagen procede de la edición original Astucia el gefe de los hermanos de la hoja... México, Imprenta de Inclán, 1866.
…y hasta las cuatro de la tarde, se tuvieran las condiciones para celebrar en una plaza levantada ex profeso, un festejo taurino que incluyó la traída de 11 toros bravos, propiedad del señor Garduño, el coleadero y la lidia por los de a pie, sin descuidar la presencia de la autoridad correspondiente, y hasta banda de música competente. Entre los once toros, tres se dedicaron para repartir su carne “a los barrios”, vieja costumbre que se remonta hasta el año de 1529, cuando, en similares circunstancias, se dedicaron aquellos restos a los hospitales. Los otros ocho toros habrían de ser ocupados para las “coleadas” y de seguro, para que los avezados “matadores” se lucieran en los lances propios de la tauromaquia. Matadores que parecen surgidos de una generación espontánea provocada por el solo gusto de organizar al momento el festejo que celebraba la boda del día, datos que Inclán nos relata
con singular detalle. Y Lorenzo Cabello, cuyo papel como protagonista principal en la novela, también se ve enriquecido por el hecho de ser un líder en potencia junto con Alejo, -primeros espadas- hicieron las delicias de los aficionados, que, junto a las suertes ejecutadas por el resto de la cuadrilla, hasta el extremo de que todo se hizo sin tener que lamentar desgracia alguna, todavía a plena luz del día. Es curioso ver que Inclán menciona el baile el cual ocurrió “allí mismo” (¿quiere decir que el ruedo, después de la batalla fue escenario para un buen número de piezas bailadas por los invitados a la boda?), mientras la tarea de los alcaldes era la de realizar el reparto, que, como queda anotado tuvo la consecuencia de que “hasta los cuernos se repartieron a pedazos”.
Portadilla de la edición original.
Interesante descripción de algo que con toda seguridad ocurría con frecuencia, sobre todo en aquellos lugares ya no digo olvidados. Más bien, donde sus pobladores adoptaron una serie de costumbres de las que la fiesta en sus diversas manifestaciones no se podía sustraer por nada del mundo. Aquí veremos lo que podía ocurrir el día en que una pareja de novios se casaba y lo que ese pretexto podía alentar, al grado de que se celebró –como Dios manda-, toda una función taurina, enriquecida con los rasgos mexicanísimos de las suertes de colear y lazar, sin faltar las suertes de capa, muleta y espada, acompañada de las aguerridas escenas que entonces demostraban los picadores. CAP. XV. EL INCÓGNITO DESCUBIERTO. EL SUEGRO ENAMORADO. EL DÍA DE CAMPO. DIEGO CORRIENTES. LO QUE PIENSAS TE HAGO.
Efectivamente era el mismo que don Juan Cabello se suponía, se juntaron con el otro don Juan, recordando sus mocedades y aventuras tenían absortos a los que escuchaban. A las doce discurrieron improvisar una plaza de toros, y mientras unos iban a traer a algunos bravos que tenía Garduño en su ganado, otros reunieron gente, providenciaron madera, reatas, herramientas, y a las tres habían concluido el redondel y un gran tablado provisional cubierto con petates y enramadas. A las cuatro estaba la plaza llena de concurrentes, las ventanas y azoteas coronadas de gente; tres toros escogidos que después se lidiaron se iban a repartir a los barrios, bramaban furiosos en el coso, otros ocho de condición humilde se corneaban en un estrecho apartado, esperando los hicieran rodar por el suelo a las coleadas; los aficionados llenos de entusiasmo recibían órdenes de Lorenzo, que como en Tochimilco era el capitán, Alejo su segundo espada, y varios vecinos y arrieros formaban la cuadrilla de a pie; los otros cuatro hermanos montados, con dos del pueblo, formaban la de a caballo, la música estaba con anterioridad ajustada para todo el día, y desde que los novios salieron de la Parroquia había comenzado su fatiga; el comandante militar facilitó escolta para guardar el orden, y las autoridades principales compuestas de amigos de Garduño, también contribuyeron en cuanto estuvo de su parte, llevando la voz para el orden de la función del señor Prefecto. Como a todos los dominaba una sola idea y tenían sólo un empeño, complacer, y disfrutar, no se miraba un semblante triste, y sin etiqueta, compromiso, ni nada que trastornara el regocijo, reinaba en todos los pechos una sincera alegría. Se abrieron las trancas, tocó el clarín, y se presentaron en el circo los valientes gladiadores con halagüeños semblantes arrancando prolongados aplausos, a cual más sincero y satisfactorio, dejando a todos admirados la singular destreza de Lorenzo, la serenidad de Alejo, y el arrojo y atrevimiento de los demás; todos se cuidaban mutuamente, se auxiliaban haciendo lucir a sus compañeros, y sin tener la más leve desgracia desempeñaron perfectamente, terminando aquella diversión con la luz del día; allí mismo se hizo la citación a las familias para reunirse a bailar a las ocho de la noche. A los alcaldes se les encomendó el reparto de los tres toros muertos, y parecía aquello pleito de perros; todos agrupados, no dejaban ni trabajar a los destazadores: hasta los cuernos se repartieron a pedazos. 161
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Datos tomados de la edición de Luis G. Inclán: ASTUCIA. El jefe de los hermanos de la hoja. O los charros contrabandistas de la rama. Novela histórica de costumbres mexicanas con episodios originales. Prólogo de Salvador Novo. México, 6a. ed. Editorial Porrúa, S.A., 1984. XVI-540 pp. (“Sepan cuantos...”, 63).
AGUSTÍN OROPEZA: EN EL ESPACIO DE SU VIDA HABITUAL. Agustín Oropeza consciente de su papel y su quehacer no quiso verse reducido al ostracismo o la marginación. De ahí que buscara de forma muy inteligente cómo publicitarse. Por eso, se fue al gabinete fotográfico de Valleto y Cía, 1ª de San Francisco Nº 14, un día del año 1885. Afortunada disposición de conjunto, pues Agustín, que se podía pasear por aquí y por allá, no tuvo que evadir prejuicios y así, con toda seguridad, llegó al estudio en el que, bajo cuidada circunstancia, el señor Valleto siempre contando con buen número de telones de fondo, como el muy campestre de la imagen, así como de algunos implementos de bulto que dieron, en el primer plano, dando la impresión de que el personaje a retratar se encontraba no en el estudio, sino en el espacio de su vida habitual, logró la presente tarjeta de visita.
Agustín Oropeza, picador de toros y notable jinete. Fue varilarguero en la cuadrilla de Ponciano Díaz. Fuente: Lauro E. Rosell. Plazas de toros de México. Historia de cada una de las que han existido en la capital desde 1521 hasta 1936.
Como buen ranchero y excelente domador de caballos no podía quedar fuera de contexto, pero tampoco descuidó posar desgobernadamente. Lo hizo con un aire de soberbia, y es que no era uno de a caballo más en el horizonte. Era Agustín Oropeza, picador de la cuadrilla de Ponciano Díaz y hermano del célebre Vicente Oropeza quien, hacia 1894 se trasladó al sur de los Estados Unidos de Norteamérica y donde se incorporó a la troupe de Búffalo Hill. Como Ponciano, también quedó inmortalizado en un viejo celuloide que se filmó el 2 de agosto de 1897 en la plaza de toros de Puebla, imágenes que recogieron los Sres. Churrich y Maulinie. La vista en cuestión llevó el título Lasso Thrower o Lazador mexicano.
ARCADIO REYES, NO ES EL BANDIDO QUE IMAGINÓ ALTAMIRANO. ES EL TORERO DE A CABALLO MEJOR CONOCIDO COMO “EL ZARCO” Arcadio Reyes, siguiendo las líneas de Ignacio Gadea y Ponciano Díaz, extiende ese quehacer campirano mostrando la tauromaquia mexicana a caballo, para cabalgar lo mismo en territorios urbanos que rurales, impregnándole ese aire majestuoso como queda demostrado en esta albúmina, que por cierto corresponde al día de su despedida en la plaza de toros “México” de la Piedad. Corría el año de 1902. Puede adivinarse en Arcadio a un hombre maduro, que ha soportado una larga trayectoria, convertida en uno de los gustos de la existencia que es hacer lo que más gusta a uno en la vida, pero que la vida no siempre no es eterna.
Arcadio Reyes “El Zarco”, uno más de los compañeros de andanzas de Ponciano Díaz, llegó a picar toros y a dominar la suerte de banderillas a caballo como su contemporáneo, el espada de Atenco. Brilló “El Zarco” entre los últimos tres lustros del XIX y los dos primeros del XX. Fuente: “LA FIESTA” Nº. 192, del 25 de noviembre de 1948.
“El Zarco” parece arrancarle el mismo alias al azote de la región de Yautepec, el bandido y protagonista principal que imaginó Ignacio Manuel Altamirano para su célebre novela del
mismo nombre. Afortunadamente nuestro “Zarco” es este respetuoso señor que porta un traje con mucho estilo, rematado por un sombrero de amplios vuelos, no el jarano, sino el de “piloncillo” y profusamente bordado. La ocasión de salir a la plaza ameritaba eso y más. La silla de montar no tiene mayores complicaciones. Con su dedo meñique lleva el mando de la rienda, por lo que el caballo no se mostró nervioso a la hora de la foto. Estribos vaqueros de cuero, los de costumbre en un buen charro y como todo está listo, pues a salirle al toro para colocarle ese primer par. La curiosa fotografía nos muestra a este charro que brillo también en ruedos peruanos, al lado de Diego Prieto “Cuatro dedos”, picador en otros tiempos también, y quiso seguirlo haciendo, luego de su reciente despedida, lo que ocurrió probablemente en la siguiente ocasión: PLAZA DE TOROS “MÉXICO”, D.F. Domingo 8 de marzo de 1903. Corrida extraordinaria en honor de los marinos españoles de la NAUTILUS. 8 toros: 4 de Carreros y 4 de Santín. Siendo uno rejoneado á la usanza española por el popular José Bayard “Badila”, otro picado y banderilleado a caballo por el valiente Arcadio Reyes, cuyos dos toros serán estoqueados por el aplaudido novillero Antonio Haro “Malagueño”. Matadores: Carlos Borrego “Zocato”, Antonio Reverte Jiménez y Manuel Jiménez “Chicuelo”. Estado de conservación: Regular. Tiene una hermosísima cromolitografía. Imprenta: Tip. Rivero & Grinda. (19.5 x 43 cms.)
¿SON LAS REGLAS DE ALBEITERÍA LO MISMO QUE LOS VERSOS DEDICADOS A DON PASCASIO ROMERO, E IGUAL A JARIPEOS? Entre 1872 y 1873 se dio a la imprenta un conjunto de versos que, con el paso de los años, se convertiría en himno para los charros y toda esa grey de hombres de campo dedicados en cuerpo y alma a las tareas relacionadas con caballos domesticados para andar entre los ganados mayores, más que menores. Su autor es el conocido Luis G. Inclán, quien publicó a lo largo de muchos años obras que le son características dada la fuerte relación que tuvo con este género de actividades, además de otras, las que demostró como empresario de la plaza de toros del Paseo Nuevo en Puebla, y su gran afecto a las peleas de gallos, sin olvidar la más entrañable historia –también en verso-, dedicada al Chamberín, su caballo más famoso. De igual forma, no podemos olvidar ASTUCIA. El jefe de los hermanos de la hoja. O los charros contrabandistas de la rama. Novela histórica de costumbres mexicanas con episodios originales, y todo su quehacer en el medio periodístico. Ese conjunto de versos es, ni más ni menos que DON PASCASIO ROMERO, personaje que debe haber sido íntimo de Inclán. Era un ranchero rico pero... sin experiencia, cuya angustia se tradujo en encontrar a una mujer que quería, y solo encontró un amargo pasaje, a pesar de que al principio Distraído y entretenido, Cuando el crujir de un vestido Me causó tal atención, Que me brincó el corazón Y hasta solté un relincho. Y es que aquella muy linda potranca resultó respingona. ¡Mas cual sería mi pesar al verla desensillada! Toda estaba embadurnada Con muchísima maestría; El pecho y anca tenía Con mil trapos figurada. (. . . . . . . . . .) Por el chasco que he llevado; Me tiene huído, azorado Y sus daños resintiendo. (. . . . . . . . . .) Mas yo tonto, presumí, Mejores a las de aquí Porque las miré catrinas; Ya he visto que son charchinas Y sus mañas conocí. Reniego de mi torpeza Y juro a Dios, por mi vida, Que la yegua más lucida Es manca de la cabeza; Tanta melena le pesa Y estando siempre de anquera, Les resulta una cojera, Resbalan las herraduras,
Se lastiman las cinturas Y siempre andan mondaleras. Por fin he quedado hoy día Ya casado y sin mujer, Porque quise obedecer Las reglas de albeitería. ¡Maldita la suerte mía! ¡Maldita mi vanidad! ¡Maldita mi ceguedad! Abran los ojos, muchachos: Miren bien, no sean tan machos Como yo fui, la verdad.
Pues bien, con esta historia abreviada, no queda sino pasar a la lectura de ambas versiones, una, que ya sabemos es de la inspiración de Luis G. Inclán, mientras que la otra es réplica de la misma, con otras tantas modificaciones, hechas en 1906, ya veremos por quien. El trabajo restante es anotar todas aquellas citas empleadas tanto por Inclán y en JARIPEOS, que ambas exaltan todos esos principios de la veterinaria entendidos como las Reglas de Albeitería. DON PASCASIO ROMERO (Primera versión) Un don Pascasio Romero Que gran caudal heredó, A esta capital llegó A disfrutar su dinero. Allá en estilo ranchero Concibió el extraño plan, De buscar con mucho afán Una mujer que quería, Con reglas de albeitería, Entre las hijas de Adán. A todas cuantas miraba Les fijaba la atención, Les hacía su aplicación Y mil defectos hallaba. -Esa-, muy triste exclamaba mirando una linda güera, hará pedazos la anquera es mal pelo ese dorado, ninguna se me ha logrado y menos siendo llanera. Aquella otra azafranada Por alazana es preciosa, Pero arisca y cosquillosa Y con siniestra mirada; Anda tan encapotada Todo el paso trastocando, Que falsamente pisando
Y asentando la ranilla, Cada tranco trastrabilla Y ya se está emballestando. La rubia sí que es hermosa, Parece de buena alzada, Pero anda muy despapada Y una mondinga horrorosa; La otra sin duda es más briosa, Trota sobre la cadera. ¡Ah caramba! Es estrellera y además gorbeteadora; por fuerza tropezadora y de pésima carrera. De buena estampa es la blanca, Bien amarrada y de rollo, Pero tiene anca de pollo Medio cazcorva y lunanca; Y aunque es todavía potranca Y está con la cuenca hundida La crin y cola crecida, Siempre estará puerca y sucia; No quiero tordilla rucia Que es de lejos conocida. Me gusta la morenita Según y como orejea, Más de todo pajarea, Se acochina y encabrita; No importa que sea mansita Ni que esté bien arrendada, Si a cada momento armada Se agarrota y amartilla; No sirve para la silla, Es penca y no vale nada. Me arrancho con la trigueña, Tiene empaque de ligera, Mas dicen que es carretera Y sobre todo mesteña; Es de pezuña pequeña Por estar gafa y despeada, De los encuentros venteada Por ser muy fogosa y loca; De mal gobierno, peor boca Y además encanijada. ¡Caramba! –exclamé enojado mirando tanta lacrada. ¿Qué no habrá una en la manada Según y como he pensado? En vano tanto ganado
Que consume las pasturas. ¡Lástima de composturas Para aparecer graciosas, Si son charchinas roñosas Y de tan mala andadura! En fin, tanto me empeñaba En buscar y rebuscar, Que al cabo llegué a encontrar Lo que yo tanto deseaba. En el zócalo me hallaba Distraído y entretenido, Cuando el crujir de un vestido Me causó tal atención, Que me brincó el corazón Y hasta solté un relincho. Pues pasó muy majestuosa Por enfrente de mi banca, Una muy linda potranca Con una cara de rosa; Chulísima, muy garbosa Me echó un vistazo al soslayo, Y yo cual baboso payo Allí me quedé estacado, Sorprendido, apajarado Cual si me cayera un rayo. Al punto, sin dilación Me la seguí pastoreando, Y a la vez que iba pensando Miré con satisfacción: Lindos ojos de venado, Color limpio, apiñonado, Lomo cuate, acanalado, Con siete cuartas de alzada, Boca y rienda delicada Y un camperito asentado. Cabeza bien presentada, Chica oreja y ancha frente; Modo de ver imponente, Modo de andar arrogante; Testera enjuta y labrada Con cuello torcaz y espada, Encuentro preponderante, Corta carona y cenceña, Anca ancha, casquimuleña Y crin y cola abundante. Antes que se escabullera A la cola me pegué, Mi pasión le declaré
Para que al tanto estuviera; Le ofrecí cuanto quisiera: Buen pesebre, harta cebada, Mucho mejor ensillada, Cuidada en caballeriza; Y con amable sonrisa Me dirigió una mirada. Ella, sin hacerme caso El trotecito apuraba, De vez en cuando orejeaba Y más apretaba el paso; Se metió de chiflonazo En un grande abrevadero. Sabiendo su comedero Siempre le seguí la pista, Y no la perdí de vista Porque soy muy tesonero. Después de andar de estrellero Sufriendo y dando de vueltas, Con recados, cartas sueltas, Logré entrar a su potrero; Me costó mucho dinero El verme correspondido. Ella sólo había admitido Si el cura en formal contrato, Nos echaba el garabato Y con la coyunda uncido. No hice más que apechugar Y entré el yugo resignado, Mi fierro le fue plantado Y ya no hubo que esperar. ¡Mas cual sería mi pesar al verla desensillada! Toda estaba embadurnada Con muchísima maestría; El pecho y anca tenía Con mil trapos figurada. Tres dientes tenía postizos Y la que pensé potrilla, Era una yegua de trilla Y de colmillos macizos; Por supuesto, sus hechizos Con un desengaño tal, Fueron a dar al corral Y yo me quedé abismado, Maldiciéndome en castizos Por guaje y por animal. Era baya deslavada,
Tenía el lomo con uñeras Empinadas las caderas Y con la anca derribada; Lupia, esparaván, tusada Y por no alargar el cuento, Un pellejo ceniciento Picado de garrapata, Un gabarro en cada pata Y apestando toda a ungüento. No he visto otra más mañosa Entre todas las manadas, Rompía el estribo a patadas Y era de hocico asquerosa; Respingona, melindrosa, Con los asientos quebrados, Los ijares barbechados, De muermo siempre amagada, Matalota rematada, Penquísima en todos grados. Ensillada y enfrenada En vano la proponía; Por otra al pelo no había Quien me hiciera la cambiada. ¡Qué mas que ni regalada Me la quiso un alfarero! Menos un carretonero Y costándome tanto oro, Se la dejé a mi vaquero Por ver si la mata un toro. Al ver a las forliponas Tan anchas y encopetadas, Todas con caras pintadas Y las gualdrapas amponas, Rabeosas y respingonas Y falsedad presumiendo, De miedo me estoy muriendo Por el chasco que he llevado; Me tiene huído, azorado Y sus daños resintiendo. Por casa las rancheritas Lucen lo que Dios ha dado, No hay género almidonado, Cojines de pinturitas. Son dóciles y mansitas, Mas yo tonto, presumí, Mejores a las de aquí Porque las miré catrinas;
Ya he visto que son charchinas Y sus mañas conocí. Reniego de mi torpeza Y juro a Dios, por mi vida, Que la yegua más lucida Es manca de la cabeza; Tanta melena le pesa Y estando siempre de anquera, Les resulta una cojera, Resbalan las herraduras, Se lastiman las cinturas Y siempre andan mondaleras. Por fin he quedado hoy día Ya casado y sin mujer, Porque quise obedecer Las reglas de albeitería. ¡Maldita la suerte mía! ¡Maldita mi vanidad! ¡Maldita mi ceguedad! Abran los ojos, muchachos: Miren bien, no sean tan machos Como yo fui, la verdad. Luis G. Inclán. En la portada del manuscrito, una fotografía del caballo Garañón Un Ranchero rico pero... sin experiencia. A mi querido sobrino Gabriel Barbabosa O., y a su digna esposa. México, D.F., a 13 de octubre de 1964. E. Lechuga. De Gabriel Barbabosa O., para Luis Barbabosa O. Toluca, Méx., 25 de noviembre de 1979. JARIPEOS. (Primera versión) Un don Pascasio Romero Que gran caudal heredó, A esta capital llegó A disfrutar su dinero. Allá en estilo ranchero Concibió el extraño plan, De buscar con mucho afán Una mujer que quería, Con reglas de albeitería, Entre las hijas de Adán. A todas cuantas miraba Les fijaba la atención, Les hacía su aplicación
Y mil defectos hallaba. -Esa-, muy triste exclamaba mirando una linda güera, hará pedazos la anquera; es mal pelo ese dorado, ninguna se me ha logrado y menos siendo llanera. Aquella otra azafranada Por alazana, es graciosa, Pero arisca quisquillosa Y de siniestra mirada, Anda tan encapotada, Con el paso trastocando Que falsamente pisando Asentando la ranilla Cada tranco trastabilla Y ya se está emballestando. La rosilla es primorosa, Parece de buena alzada, Pero anda muy despapada Y una mondinga horrorosa; La otra si, que es estilosa, Trota sobre la cadera. ¡Ah caramba! Es estrellera y además gorbeteadora; por fuerza tropezadora y de pésima carrera. De buena estampa es la blanca, Bien amarrada y de rollo, Pero tiene anca de pollo Medio cazcorva y lunanca; Aunque es todavía potranca Y está con la cuenca hundida La crin y cola torcida, Siempre estará puerca y sucia; No quiero tordilla rucia Que es de todos conocida. Me suscribo a la trigueña, Porque parece ligera, Pero no que es estrellera Con mano blanca y anesteña Tiene la oreja pequeña Pésimos cascos, espeada De los encuentros venteada Por ser muy fogosa y loca De mal gobierno, pero boca Y además encanijada. Me gusta la morenita
Según y como orejea, Más de todo pajarea, Se acochina y se encabrita; No importa sea mansita Ni que esté bien arrendada, Si a cada momento armada Se agarrota y amartilla; No es buena para la silla, Es penca y no vale nada. Por fin exclamé enojado Mirando tanta lacrada, ¿Qué no habrá una en la manada, según y como he deseado; De valde tanto ganado, Con sillas tan primorosas, Lástima de composturas Para aparecer graciosas Si son charchinas roñosas Y de tan mala andadura. En fin, tanto me he empeñado En buscar y rebuscar, Que al cabo llegué a encontrar Lo que ya tanto he deseado. En el zócalo me hallaba Distraído y entretenido, Cuando el crujir de un vestido Me causó tal emoción, Que me brincó el corazón Y hasta pegué un relinchido. Pues pasó muy majestuosa Por enfrente de mi banca, Una muy linda potranca Con una cara de rosa; Chulísima, muy garbosa Me echó un vistazo al soslayo, Y yo cual baboso payo Allí me quedé estancado, Sorprendido, apajarado Cual si me cayera un rayo. Al punto, y sin dilación Me la seguí pastoreando, Y a la vez que iba aplicando Reglas de comparación: Miré con satisfacción, Lindos ojos de venado, Color blanco apiñonado, Con siete cuartas de alzada, Boca y rienda delicada Y un camperito asentado.
Cabeza bien presentada, Larga oreja y ancha frente; Modo de ver imponente, Testera enjuta y labrada Con cuello torcaz y espada, Encuentro preponderante, Al despertar arrogante Corta carona y cenceña, Anca ancha, patimuleña Con crin y cola abundante. Antes que se me escabullera, A su cola me pegué, Mi pasión le declaré Para que al tanto estuviera; Le ofrecí cuanto quisiera: Buen pesebre, harta cebada, Cuidarla en caballeriza; Y con amable sonrisa Me dirigió una mirada. Ella, sin hacerme caso El trotecito apuraba, De vez en cuando orejeaba Y más apretaba el paso; Se metió de chiflonazo En un grande abrevadero. Y sabiendo su comedero Ya no la perdí de vista, Y siempre le seguí la pista Porque soy muy tesonero. Después de andar de estrellero Sufriendo mil largas vueltas, Con recados, cartas sueltas, Logré entrar en su potrero. Me costó mucho dinero El verme correspondido. Ella sólo había admitido Si el cura formal contrato, Nos echaba el garabato Y con la coyunda uncido. No hice más que apechugar Entré al yugo resignado, Mi fierro le fue plantado Y no hubo que desear. ¡Mas cual sería mi pesar al verla desensillada! Toda estaba embadurnada
Con muchísima maestría; El pecho y anca tenía. Con mil trapos figurada. Tres dientes tenía postizos Y la que juzgué potrilla, Era una yegua de trilla Y de colmillos macizos. Por supuesto, sus hechizos Con un desengaño tal, Fueron a dar al corral Y yo, me quedé abismado; Por guaje, para mi mal Era baya deslabada Tenía el lomo con uñeras Empinadas las caderas Y con el anca derribada Lupia, esparaván, tusada, Y por no alargar el cuento, Un pellejo ceniciento. Picado de garrapata Un garbanzo en cada pata Y apestando toda di ungüento. No he visto otra más mañosa Entre todas las manadas, Rompía el vestido a patadas Respingona, endemoniada, Con los asientos quebrados, Los ijares barbechados, De muermo siempre amagada, Matalota rematada, Y de siniestra mirada. En fin semejante bola, Que mi dada era barata No es buena para la cola Y menos para la reata. Ensillada y enfrenada En vano la proponía; Por otra al pelo no había Quien me hiciera la chambiada. Qué mas que ni regalada me la quiso un alfarero, Tampoco un carretonero Y costándome tanto oro, Por ver si la mata un toro Se la dejé a un baquero. Por ver si la mata un toro.
Al ver a las forliponas Tan anchas y encopetadas, Todas con caras pintadas Y las gualdrapas amponas, Raviosas y reparonas Y falsedad presumiendo, De miedo me estoy muriendo Por el susto que he llevado; Me tiene muy azorado Y su daño resintiendo. Por casa las rancheritas Lucen lo que Dios ha dado, No hay género almidonado, Cojines de pinturitas. Son dóciles y mansitas, Mas yo tonto, presumí, Mejores a las de aquí Porque las juzgué catrinas; Y he visto que son charchinas Y su daño resentí. Tanta melena le pesa Y estando siempre de anquera, Les resulta una cojera, Resbalan las herraduras, Se lastiman las cinturas Y siempre anda mondalera. Por fin he quedado hoy día Ya casado y sin mujer, Porque quise conocer Las reglas de albeitería. ¡Maldita la suerte mía! ¡Maldita mi vanidad! ¡Maldita mi ceguedad! Abran los ojos, muchachos: Miren bien, no sean tan machos Como fui, a la verdad. Hoy el que quiere encontrar, A la mujer de su amor, Se la tiene que buscar Con tren y a todo vapor, Para no descarrilar En la primera estación. Su mangana y al tirón No busque de paso o trote Charra y de pronto garrote Si no se volca el vagón.
Copia de la que me obsequió mi querido primo-compadre, que su alma de Dios goce, esperamos en su misericordia infinita (D. E. Paz). Valeriano Lechuga Toluca, agosto 30, 1906
Véase ahora la versión completa de DON PASCASIO ROMERO 162 (Segunda versión) Un don Pascasio Romero Que gran caudal heredó, A esta capital llegó A disfrutar su dinero. Allá en estilo ranchero Concibió el extraño plan, De buscar con mucho afán Una mujer que quería, Con reglas de albeitería,163 Entre las hijas de Adán. A todas cuantas miraba Les fijaba la atención, Les hacía su aplicación Y mil defectos hallaba. -Esa-, muy triste exclamaba mirando una linda güera,164 hará pedazos la anquera165 es mal pelo ese dorado, ninguna se me ha logrado y menos siendo llanera.166 162
Hugo Aranda Pamplona: Luis Inclán El Desconocido. 2a. ed. Gobierno del Estado de México, 1973. 274 pp. Ils., retrs., fots., facs., p. 50. ¿Quién era el tal Pascasio Romero? Al respecto, Aranda Pamplona nos responde que Luis G. Inclán, animado también por la publicación del Album microscópico. Ensayos poéticos dedicados a mi simpática y querida hermana Julia, que manuscrito en pequeñísima letra dirigió José Luis a la dama más joven de la familia, el charro escritor se dio el lujo de sacar a la luz y en una hoja suelta, el mejor poema charro jamás escrito: Don Pascasio Romero. A pesar de su brevedad, posee una substancia y un jugo de los más depurados; es una soberbia cátedra de albeitería que desde su aparición hasta hace unos veinticinco años, recitaban a coro y de memoria los auténticos hombres de a caballo, que comprendían a la perfección y gozaban los términos usados por el charro escritor, para describir las andanzas y monólogos del ranchero rico que vino a la capital a buscar esposa, cual si tratara de encontrar una buena yegua de vientre. El campirano fracasó ante la falsedad de las citadinas y tuvo que volver a su terruño casado y sin mujer. 163 Albeitería: Veterinaria. 164 Jesús Flores y Escalante: Morralla del Caló Mexicano. México, Asociación Mexicana de Estudios Fonográficos, y Dirección General de Culturas Populares del CONACULTA, 1994. 150 pp. Ils., p. 61. Güera y/o güero: adj. pop. En México, persona de rasgos no indígenas. Der: güerito (a). / En forma burlona, a los morenos se les dice: “Güero color de piano”. 165 Anquera: Cubierta de cuero a manera de gualdrapa, que se pone a las caballerías que se están educando para la silla. Antiguamente se usaba como lujo o para torear a caballo.
Aquella otra azafranada167 Por alazana168 es preciosa, Pero arisca169 y cosquillosa170 Y con siniestra mirada; Anda tan encapotada171 Todo el paso trastocando, Que falsamente pisando Y asentando la ranilla,172 Cada tranco173 trastrabilla Y ya se está emballestando.174 La rubia sí que es hermosa, Parece de buena alzada, Pero anda muy despapada175 Y una mondinga176 horrorosa; La otra sin duda es más briosa,177 Trota sobre la cadera. ¡Ah caramba! Es estrellera178 y además gorbeteadora;179 por fuerza tropezadora180 y de pésima carrera. De buena estampa es la blanca, Bien amarrada y de rollo,181 166
Llanera y/o llanero: El animal que se ha criado o ha crecido en los llanos. Azafranada: de color de azafrán, o de tono rojo anaranjado. 168 Alazana: pelaje simple de las caballerías, del que existen muchas variedades. 169 Arisco, ca: Áspero, intratable. Dícese de las personas y de los animales. 170 Cosquillosa y/o cosquilloso: Término empleado por los charros y vaqueros que describe el nervio de los caballos y que solo, con el uso de la anquera es posible controlarles cuando se hace necesario emplear a estos animales para tareas donde deben convivir cerca de ganado mayor. 171 Encapotar: Recoger el cuello las caballerías, acercando su barba al encuentro, o pecho. 172 Ranilla: Parte media del casco de los equinos, entre los pulpejos. 173 Tranco: Paso largo o salto que se da abriendo mucho las piernas. Hablando de caballerías, y por extensión de personas, a paso largo / a trancos, de prisa y sin arte. 174 Emballestarse: Contraer las caballerías la emballestadura, que es una enfermedad de los equinos, producida por el debilitamiento de sus manos o patas. 175 Despapar: Llevar las caballerías muy levantada su cabeza. 176 Mondinga: Marcha de la caballería, que al cambiar el paso más lento y acelerarlo, hace un movimiento parecido al de la cuna, lo que origina otro más rápido y desgarbado, al que se aplican nombres irónicos tales como: caballo de cura, de mondelele, etc. 177 Brío: Fogosidad de las caballerías. 178 Estrellear: Despapar demasiado las caballerías, llevando tan levantada que parece que tratan de mirar el cielo. 179 Gorbetear: Despapar y mover continuamente su cabeza, las caballerías. 180 Tropezador: Que tropieza con frecuencia. 181 Carlos Rincón Gallardo y Romero de Terreros(Marqués de Guadalupe Gallardo.-Marqués de Villahermosa de Alfaro.-Ex - Inspector General de las Fuerzas Rurales de la Federación.-Ex – Presidente de la Comisión de Carreras y de la del Stud-Book del Jockey Club de México.-Ex – Presidente del Club de Charros Mexicanos.-Ex – Presidente de la Junta Directiva del Concurso Hípico Mexicano.-Vice – Presidente de Honor del Club Hípico Francés de México.-Juez Honorario del International Jockey Club de México.-Socio Honorario de la Asociación Nacional de Charros): LA EQUITACIÓN MEXICANA. HABANA, 1917. México, Talleres Linotipográficos, J.P. Talavera, 1923. 118 pp. Ils., retrs., fots., p. 44. El autor debe referirse a la acción de usar la reata, y sobre todo 167
Pero tiene anca de pollo Medio cazcorva182 y lunanca;183 Y aunque es todavía potranca Y está con la cuenca hundida La crin y cola crecida, Siempre estará puerca y sucia; No quiero tordilla rucia184 Que es de lejos conocida. Me gusta la morenita Según y como orejea,185 Más de todo pajarea,186 Se acochina187 y encabrita; No importa que sea mansita Ni que esté bien arrendada,188 Si a cada momento armada Se agarrota189 y amartilla;190 No sirve para la silla, Es penca191 y no vale nada. Me arrancho192 con la trigueña, Tiene empaque de ligera, Mas dicen que es carretera193 Y sobre todo mesteña;194 Es de pezuña pequeña Por estar gafa195 y despeada,196 cuando esta se amarra a los tientos de la silla una vez que se ha enrollado, con vueltas más bien chicas que grandes, y se sujeta a los tientos o correas que para el objeto tienen las sillas tanto al lado de montar, en el basto, debajo de las cantinas o árganas, cuanto en las que están al lado de la garrocha y que, además, sirven para sujetar los enreatados a la campana del fuste. 182 Cascorvo: Aplícase a la caballería que tiene las patas corvas. 183 Lunanca: Aplícase a los caballos y otros cuadrúpedos, cuando tienen una anca más alta que la otra. 184 Rincón Gallardo..., La equitación mexicana..., op. Cit., p. 17. Tordillo rusio: Enteramente blanco, con el cuero prieto. 185 Orejear: Mover o empinar las orejas, los animales. 186 Pajarear: Asustarse las caballerías, moviéndose con violencia. 187 Acochinarse: Obstinarse las caballerías en no obedecer. Acular, o sea recular con la grupa rígida y el cuello extendido. 188 Arrendar: Educar las caballerías, haciéndolas a la rienda. 189 Agarrotarse: Endurecerse la reata de lazar. Ponerse rígidas las caballerías. 190 Amartillarse: Agarrotarse, amacharse, armarse o plantarse las caballerías. 191 Penca: Caballería de silla, sin ley ni brío. 192 Arrancharse: juntarse en ranchos. Acomodarse a vivir en algún sitio o alojarse en forma provisional. 193 Carretera: Se dice de la caballería que adolece del vicio de huir, cuando, no está montada. 194 Mesteña: Bestia mostrenca, cerril, huraña. Por extensión se aplica al animal doméstico sin dueño, y a veces, aunque indebidamente, al orejano o sea el que carece de fierro. 195 Gafa: Caballería que padece gafedad, o sea contracción de los cascos. 196 Leovigildo Islas Escárcega: VOCABULARIO CAMPESINO NACIONAL. OBJECIONES AL VOCABULARIO AGRÍCOLA NACIONAL PUBLICADO POR EL INSTITUTO MEXICANO DE INVESTIGACIONES LINGÜÍSTICAS EN 1935. México, Editorial Beatriz de Silva, 1945. 287 pp., p. 179. Despeado o espiado: Animal que sufre la despeadura. Despeadura: En las caballerías, escasez de casco, por desgaste excesivo de la superficie plantar, a causa de caminar el animal sin herraje en pisos ásperos o pedregosos, o por desbastar demasiado el casco al herrarlo, lo que consecuentemente ocasiona dolor al animal y la claudicación consiguiente.
De los encuentros197 venteada198 Por ser muy fogosa y loca; De mal gobierno, peor boca Y además encanijada. ¡Caramba! –exclamé enojado mirando tanta lacrada.199 ¿Qué no habrá una en la manada Según y como he pensado? En vano tanto ganado Que consume las pasturas. ¡Lástima de composturas Para aparecer graciosas, Si son charchinas200 roñosas201 Y de tan mala andadura! En fin, tanto me empeñaba En buscar y rebuscar, Que al cabo llegué a encontrar Lo que yo tanto deseaba. En el zócalo me hallaba Distraído y entretenido, Cuando el crujir de un vestido Me causó tal atención, Que me brincó el corazón Y hasta solté un relincho. Pues pasó muy majestuosa Por enfrente de mi banca, Una muy linda potranca Con una cara de rosa; Chulísima, muy garbosa Me echó un vistazo al soslayo, Y yo cual baboso payo202 Allí me quedé estacado,203 Sorprendido, apajarado Cual si me cayera un rayo. Al punto, sin dilación Me la seguí pastoreando,204 Y a la vez que iba pensando Miré con satisfacción: Lindos ojos de venado,205 197
Encuentro: Pecho de la caballería. Ventear: Marcar a las caballerías con el fierro de la venta. 199 Lacrada: Bestia caballar que tiene lacras o cicatrices. 200 Charchina: Caballejo; matalote. 201 Flores y Escalante..., Morralla del Caló..., op. Cit., p. 122. Roñoso (a). m. Y f. Adj. pop. Modesto, de aspecto escuálido. / Tipo avaro. 202 Payo: Campesino ignorante y rudo. 203 Estacado: Se dice por estacada. Conjunto de estacas clavadas en el suelo. 204 Pastear: Comer el ganado la yerba en el potrero o pastal. Pacer, apacentar. Pero también es la acción del pastor o cuidador de rebaños, de proteger o vigilar a los mismos para que no se produzca la desbandada. 198
Color limpio, apiñonado,206 Lomo cuate,207 acanalado,208 Con siete cuartas209 de alzada, Boca y rienda delicada Y un camperito asentado. Cabeza bien presentada, Chica oreja y ancha frente; Modo de ver imponente, Modo de andar arrogante; Testera210 enjuta y labrada Con cuello torcaz211 y espada,212 Encuentro preponderante, Corta carona213 y cenceña,214 Anca ancha, casquimuleña215 Y crin y cola abundante. Antes que se escabullera A la cola me pegué, Mi pasión le declaré Para que al tanto estuviera; Le ofrecí cuanto quisiera: Buen pesebre, harta cebada, Mucho mejor ensillada, Cuidada en caballeriza; Y con amable sonrisa Me dirigió una mirada. Ella, sin hacerme caso El trotecito apuraba, De vez en cuando orejeaba Y más apretaba el paso; Se metió de chiflonazo216 En un grande abrevadero. Sabiendo su comedero 205
Ojos de venado: Los de las caballerías, cuando presentan un círculo obscuro a su alrededor. Apiñonado: De color de piñón. Dícese, por lo común, de las personas algo morenas. 207 Lomo cuate o lomos cuates: El de las caballerías, cuando presenta una especie de canal, que es señal de gordura. 208 Acanalado o de canal (Caballo): El que por conformación especial, cuando está completamente gordo presente una especie de canal en el lomo y grupa. 209 Cuarta: Azote para las caballerías, hecho de correas de cuero tejidas. El tiro o parte principal mide por lo regular 21 centímetros (una cuarta), a lo que obedece su nombre; aunque las hay de mayor largo y aún con alma de plomo. 210 Testera: Frente de los animales. Labrada: la que en los equinos luce como adorno el remolino de pelos, llamado de la cabeza. 211 Torcaz: Collar. Dícese de la paloma torcaz. 212 Espada (romana): Remolino de pelo que se forma en el lado izquierdo del cuello de las caballerías. 213 Carona: Parte del cuerpo de la caballería, sobre la cual se coloca la montura. Sudadero grueso y acojinado que se pone debajo de ésta. 214 Cenceña: Animal equino que por conformación natural es delgado y enjuto. 215 Casquimuleño: Dícese de la caballería que tiene los cascos semejantes a los del ganado mular. 216 Chiflonazo: Suma velocidad con que arrancan o pasan los animales. 206
Siempre le seguí la pista, Y no la perdí de vista Porque soy muy tesonero. Después de andar de estrellero Sufriendo y dando de vueltas, Con recados, cartas sueltas, Logré entrar a su potrero; Me costó mucho dinero El verme correspondido. Ella sólo había admitido Si el cura en formal contrato, Nos echaba el garabato Y con la coyunda217 uncido.218 No hice más que apechugar Y entré el yugo resignado, Mi fierro le fue plantado Y ya no hubo que esperar. ¡Mas cual sería mi pesar al verla desensillada!219 Toda estaba embadurnada Con muchísima maestría; El pecho y anca tenía Con mil trapos figurada. Tres dientes tenía postizos Y la que pensé potrilla, Era una yegua de trilla220 Y de colmillos macizos; Por supuesto, sus hechizos Con un desengaño tal, Fueron a dar al corral Y yo me quedé abismado, Maldiciéndome en castizos Por guaje221 y por animal. Era baya222 deslavada, Tenía el lomo con uñeras,223 217
Coyunda: Correa fuerte y ancha, o soga de cáñamo, con que se uncen los bueyes. Uncir: Poner el yugo a las reses que se dedican al tiro. 219 Desensillar: Quitar la silla a las caballerías. 220 Islas Escárcega, VOCABULARIO CAMPESINO..., op. Cit., p. 273.Yegua de trilla: La hembra de la especie caballar, llamada antiguamente egua. De trilla: Acción de trillar. Época en que se hace la trilla. Conjunto de lo trillado. En el Norte de México, trilladero. 221 Flores y Escalante..., Morralla del Caló..., op. Cit., p.60. Guaje: adj. pop. Hacerse el tonto. / Cuando alguno de los cónyuges comete bigamia, “hace guaje” a la pareja. / Vaina entre morada, rojo y verde que contiene unos granos que son utilizados para condimentar salsas y guisar el delicioso “guaxmole”, para algunos paladares exageradamente fuerte. Esta vaina es indigesta y solamente quien está acostumbrado a comerla desde niño está en condiciones de darle el visto bueno. Viene de la voz náhuatl guaxe, que quiere decir vaina. Su uso se extiende a Hidalgo, Puebla, Guerrero, Tlaxcala y Oaxaca. Fruto del cuescozomate que una vez seco sirve de recipiente a la gente del campo como cantimplora y al que cortado a la mitad se le llama jícara. 222 Bayo: Pelaje de los solípedos, del que existen muchas variedades. 218
Empinadas las caderas Y con la anca derribada; Lupia,224 esparaván,225 tusada226 Y por no alargar el cuento, Un pellejo ceniciento227 Picado de garrapata, Un gabarro228 en cada pata Y apestando toda a ungüento. No he visto otra más mañosa Entre todas las manadas, Rompía el estribo a patadas Y era de hocico asquerosa; Respingona,229 melindrosa,230 Con los asientos quebrados,231 Los ijares barbechados,232 De muermo233 siempre amagada,234 Matalota235 rematada, Penquísima236 en todos grados. Ensillada y enfrenada En vano la proponía; Por otra al pelo237 no había Quien me hiciera la cambiada. ¡Qué mas que ni regalada me la quiso un alfarero! Menos un carretonero Y costándome tanto oro, 223
Uñera: Mancha de pelo blanco que en ocasiones presentan las caballerías en el lomo y en otras partes del cuerpo, a resultas de mataduras o rozaduras. Caballo uñerado. 224 Lupia: Tumor blando que se forma en la parte anterior y media de las rodillas de las caballerías, y que a veces se endurece. 225 Esparaván: Tumor que afecta la parte interna del corvejón de los equinos. 226 Tusar: Recortar la cerda a las bestias. También: Tusadero: Acción de tusar a las bestias, comúnmente cerriles. 227 Probablemente Luis G. Inclán se haya referido a este término “pellejo ceniciento”, a una piel chamuscada o manchada. 228 Gabarro: Tumor en las partes laterales de la corona del casco, y en la cuartilla de las caballerías. 229 Flores y Escalante..., Morralla del Caló..., op. Cit., p. 120. Respingo. m. pop. Responder ante una acción de ofensa o de agravio. Quien no respinga es que ya está desmayado o muerto. 230 Melindroso: Se dice del animal delicado para comer. 231 Asientos quebrados: Partes de las mandíbulas inferiores de las caballerías, situadas entre los colmillos y las primeras muelas o lugares equivalente, en las que radica la acción del freno con que se les gobierna. Quebrados: los que están lesionados por la brusquedad del jinete o la acción del freno. 232 Ijares barbechados: Nombre de las dos cavidades situadas entre las costillas falsas y las caderas de las caballerías. Barbechados: se les dice así cuando por el castigo aplicado con las espuelas, se asemejan a los barbechos. 233 Muermo: Enfermedad contagiosa de las caballerías, que se caracteriza por la producción de botones y ulceraciones en la piel y en las mucosas. 234 Amagar: Hacer ademán de herir o golpear. Manifestar en alguien sus primeros síntomas una enfermedad. 235 Matalote: Caballo pesado, lento, sin brío. 236 Penquísima: Superlativo de penca, caballería de silla, sin ley ni brío, y/o penco: Caballo, en forma festiva. 237 Al pelo: Recomendada, o como se dice vulgarmente en México, “así me la recetó el doctor”.
Se la dejé a mi vaquero Por ver si la mata un toro. Al ver a las forliponas238 Tan anchas y encopetadas, Todas con caras pintadas Y las gualdrapas239 amponas,240 Rabeosas241 y respingonas Y falsedad presumiendo, De miedo me estoy muriendo Por el chasco242 que he llevado; Me tiene huído, azorado Y sus daños resintiendo. Por casa las rancheritas Lucen lo que Dios ha dado, No hay género almidonado, Cojines de pinturitas. Son dóciles y mansitas, Mas yo tonto, presumí, Mejores a las de aquí Porque las miré catrinas;243 Ya he visto que son charchinas Y sus mañas conocí. Reniego de mi torpeza Y juro a Dios, por mi vida, Que la yegua más lucida Es manca de la cabeza; Tanta melena le pesa Y estando siempre de anquera, Les resulta una cojera, Resbalan las herraduras, Se lastiman las cinturas Y siempre andan mondaleras.244 Por fin he quedado hoy día Ya casado y sin mujer, Porque quise obedecer 238
Forlipona: Luis G. Inclán, usa el que ya, en estos tiempos es un anacronismo, pero que debe referirse a las señoras o señoritas de sociedad de muy buena apariencia, tanto física como en belleza. 239 Gualdrapa: Cobertura larga, de seda o lana, que cubre y adorna las ancas de la mula o caballo. 240 Ampón: Amplio, repolludo, ahuecado. 241 Rabeosa: Caballería que rabea, o sea que mueve el rabo con frecuencia en todas direcciones, especialmente cuando se le castiga. 242 Flores y Escalante..., Morralla del Caló..., op. Cit., p. 34. Chasco. m. pop. Jarro poblano de barro para tomar pulque con el que se juegan bromas. “Llevarse un chasco” es fracasar en algún propósito. 243 Ibidem., p. 24. Catrina. F. Pop. Jarra poblana o de Guadalajara, comúnmente de vidrio recuperado en color azul o verde que hasta la década de los sesenta dejó de usarse como medida pulquera. De igual forma, también se refiere a las mujeres de una buena condición económica. En el arte, José Guadalupe Posada, hizo de sus “Calaveras catrinas” toda una expresión de la sociedad en tiempos del periodo conocido como “porfiriato”. De igual forma, Catrín, na: Elegante, bien vestido, engalanado, emperejilado. 244 Mondalera: Flaquencia de las caballerías y de otros animales domésticos.
Las reglas de albeitería. ¡Maldita la suerte mía! ¡Maldita mi vanidad! ¡Maldita mi ceguedad! Abran los ojos, muchachos: Miren bien, no sean tan machos245 Como yo fui, la verdad. Luis G. Inclán.246
Por su parte, tengo a mi alcance otro texto, seguramente una transcripción enriquecida que hizo en su momento Valeriano Lechuga,247 que fue redactado en 1906, seguramente padre de este E. Lechuga y charro consumado por añadidura, quien no da crédito a Luis G. Inclán como autor original de la misma pieza, y que debe haber trascendido entre aquellos charros y vaqueros de la región del valle de Toluca. (En la portada del manuscrito, un retrato del caballo Garañón248) “Un Ranchero” rico pero... sin experiencia. A mi querido sobrino Gabriel Barbabosa O., y a su digna esposa. México, D.F., a 13 de octubre de 1964. E. Lechuga. De Gabriel Barbabosa O., para Luis Barbabosa O. Toluca, Méx., 25 de noviembre de 1979. JARIPEOS249 (Segunda versión) Un don Pascasio Romero Que gran caudal heredó, A esta capital llegó A disfrutar su dinero. Allá en estilo ranchero Concibió el extraño plan, De buscar con mucho afán Una mujer que quería, Con reglas de albeitería, Entre las hijas de Adán.
245
Flores y Escalante..., Morralla del Caló..., op. Cit., p. 81. Macho: m. Pop. Se dice que los mexicanos somos todos machos, debido a la herencia española, aunque también podría existir influencia prehispánica. El macho mexicano es depredador, inconsciente, abyecto e irresponsable. Por otro lado, el excesivo machismo conlleva muchas características homosexuales reprimidas. Jalisco o algunos jaliscienses han acuñado frases como: “No te rajes, Jalisco...”, “Palabra de macho...”. “Yo soy macho de Jalisco...”, cuando también, en México, todos sabemos que en este estado existe –según la Vox Dei, vox pópuli- un alto grado de homosexualismo. 246 Aranda Pamplona, Luis Inclán... op. Cit., p. 175-9. 247 Dato que me proporcionó el Arq. Luis Barbabosa Olascoaga. 248 Garañón: Caballo semental. 249 Jaripeo: Conjunto de los ejercicios del deporte nacional mexicano, tales como lazar, colear, jinetear animales brutos y colear la reata. Fiesta en la que se ejecutan dichos ejercicios.
A todas cuantas miraba Les fijaba la atención, Les hacía su aplicación Y mil defectos hallaba. -Esa-, muy triste exclamaba mirando una linda güera, hará pedazos la anquera; es mal pelo ese dorado, ninguna se me ha logrado y menos siendo llanera. Aquella otra azafranada Por alazana, es graciosa, Pero arisca quisquillosa250 Y de siniestra mirada, Anda tan encapotada, Con el paso trastocando Que falsamente pisando Asentando la ranilla Cada tranco trastabilla Y ya se está emballestando. La rosilla es primorosa, Parece de buena alzada, Pero anda muy despapada Y una mondinga horrorosa; La otra si, que es estilosa,251 Trota sobre la cadera. ¡Ah caramba! Es estrellera y además gorbeteadora; por fuerza tropezadora y de pésima carrera. De buena estampa es la blanca, Bien amarrada y de rollo, Pero tiene anca de pollo Medio cazcorva y lunanca; Aunque es todavía potranca Y está con la cuenca hundida La crin y cola torcida, Siempre estará puerca y sucia; No quiero tordilla rucia Que es de todos conocida. Me suscribo a la trigueña, Porque parece ligera, Pero no que es estrellera Con mano blanca y anesteña252 Tiene la oreja pequeña 250
Quisquillosa, sa: Que se para en quisquillas o pequeñeces. Estilosa: Que tiene modo, manera, forma. 252 Anesteña: (¿?) No se encontró en los diferentes diccionarios este término. 251
Pésimos cascos, espeada253 De los encuentros venteada Por ser muy fogosa y loca De mal gobierno, pero boca Y además encanijada. Me gusta la morenita Según y como orejea, Más de todo pajarea, Se acochina y se encabrita; No importa sea mansita Ni que esté bien arrendada, Si a cada momento armada Se agarrota y amartilla; No es buena para la silla, Es penca y no vale nada. Por fin exclamé enojado Mirando tanta lacrada, ¿Qué no habrá una en la manada, según y como he deseado; De valde tanto ganado, Con sillas tan primorosas, Lástima de composturas Para aparecer graciosas Si son charchinas roñosas Y de tan mala andadura. En fin, tanto me he empeñado En buscar y rebuscar, Que al cabo llegué a encontrar Lo que ya tanto he deseado. En el zócalo me hallaba Distraído y entretenido, Cuando el crujir de un vestido Me causó tal emoción, Que me brincó el corazón Y hasta pegué un relinchido. Pues pasó muy majestuosa Por enfrente de mi banca, Una muy linda potranca Con una cara de rosa; Chulísima, muy garbosa Me echó un vistazo al soslayo, Y yo cual baboso payo Allí me quedé estancado, Sorprendido, apajarado Cual si me cayera un rayo. Al punto, y sin dilación 253
Espeada: (¿?)No se encontró en los diferentes diccionarios este término.
Me la seguí pastoreando, Y a la vez que iba aplicando Reglas de comparación: Miré con satisfacción, Lindos ojos de venado, Color blanco apiñonado, Con siete cuartas de alzada, Boca y rienda delicada Y un camperito asentado. Cabeza bien presentada, Larga oreja y ancha frente; Modo de ver imponente, Testera enjuta y labrada Con cuello torcaz y espada, Encuentro preponderante, Al despertar arrogante Corta carona y cenceña, Anca ancha, patimuleña254 Con crin y cola abundante. Antes que se me escabullera, A su cola me pegué, Mi pasión le declaré Para que al tanto estuviera; Le ofrecí cuanto quisiera: Buen pesebre, harta cebada, Cuidarla en caballeriza; Y con amable sonrisa Me dirigió una mirada. Ella, sin hacerme caso El trotecito apuraba, De vez en cuando orejeaba Y más apretaba el paso; Se metió de chiflonazo En un grande abrevadero. Y sabiendo su comedero Ya no la perdí de vista, Y siempre le seguí la pista Porque soy muy tesonero. Después de andar de estrellero Sufriendo mil largas vueltas, Con recados, cartas sueltas, Logré entrar en su potrero. Me costó mucho dinero El verme correspondido. Ella sólo había admitido 254
Patimuleña: Semejante a casquimuleña.
Si el cura formal contrato, Nos echaba el garabato Y con la coyunda uncido. No hice más que apechugar Entré al yugo resignado, Mi fierro le fue plantado Y no hubo que desear. ¡Mas cual sería mi pesar al verla desensillada! Toda estaba embadurnada Con muchísima maestría; El pecho y anca tenía. Con mil trapos figurada. Tres dientes tenía postizos Y la que juzgué potrilla, Era una yegua de trilla Y de colmillos macizos. Por supuesto, sus hechizos Con un desengaño tal, Fueron a dar al corral Y yo, me quedé abismado; Por guaje, para mi mal Era baya deslabada Tenía el lomo con uñeras Empinadas las caderas Y con el anca derribada Lupia, esparaván, tusada, Y por no alargar el cuento, Un pellejo ceniciento. Picado de garrapata Un garbanzo255 en cada pata Y apestando toda di ungüento. No he visto otra más mañosa Entre todas las manadas, Rompía el vestido a patadas Respingona, endemoniada, Con los asientos quebrados, Los ijares barbechados, De muermo siempre amagada, Matalota rematada, Y de siniestra mirada. En fin semejante bola, Que mi dada era barata No es buena para la cola Y menos para la reata. 255
Similar a gabarro.
Ensillada y enfrenada En vano la proponía; Por otra al pelo no había Quien me hiciera la chambiada.256 Qué mas que ni regalada me la quiso un alfarero, Tampoco un carretonero Y costándome tanto oro, Por ver si la mata un toro Se la dejé a un baquero. Por ver si la mata un toro. Al ver a las forliponas Tan anchas y encopetadas, Todas con caras pintadas Y las gualdrapas amponas, Raviosas257 y reparonas258 Y falsedad presumiendo, De miedo me estoy muriendo Por el susto que he llevado; Me tiene muy azorado Y su daño resintiendo. Por casa las rancheritas Lucen lo que Dios ha dado, No hay género almidonado, Cojines de pinturitas. Son dóciles y mansitas, Mas yo tonto, presumí, Mejores a las de aquí Porque las juzgué catrinas; Y he visto que son charchinas Y su daño resentí. Tanta melena le pesa Y estando siempre de anquera, Les resulta una cojera, Resbalan las herraduras, Se lastiman las cinturas Y siempre anda mondalera. Por fin he quedado hoy día Ya casado y sin mujer, Porque quise conocer Las reglas de albeitería. 256
Flores y Escalante..., Morralla del Caló..., op. Cit., p. 32. El trabajo o la chamba. Trabajo que no tiene todas las características de una labor en forma y se aplica a los subempleados regularmente. / Der: chambón, chambista, chambeador y/o cambiador, chambero. 257 Raviosas: Igual a rabeosa. 258 Reparonas: Reparar, corcovear. Saltar las caballerías encorvando el lomo.
¡Maldita la suerte mía! ¡Maldita mi vanidad! ¡Maldita mi ceguedad! Abran los ojos, muchachos: Miren bien, no sean tan machos Como fui, a la verdad. Hoy el que quiere encontrar, A la mujer de su amor, Se la tiene que buscar Con tren y a todo vapor, Para no descarrilar En la primera estación. Su mangana259 y al tirón260 No busque de paso261 o trote262 Charra263 y de pronto garrote264 Si no se volca el vagón. Copia de la que me obsequió mi querido primo-compadre, que su alma de Dios goce, esperamos en su misericordia infinita (D. E. Paz). Valeriano Lechuga Toluca, agosto 30, 1906.
Como se ve, son apenas un conjunto pequeño de cambios y modificaciones, lo que altera la forma, no el fondo de este singular verso, emblemático en sí mismo y que ha conseguido fascinar a varias generaciones de charros, de los más ponedores y hasta los que hacen de este deporte nacional solo una expresión de pasatiempo. Ignorar estos versos es como desconocer el catecismo o los diez mandamientos y que entre los charros mismos, es imperdonable.
259
Mangana: Lazo que debe de atrapar solamente las extremidades delanteras, o sean las manos de un animal. 260 Tirón. Tirón falso: En la suerte de colear, el que se da estirando y soltando inmediatamente la cola de la res. 261 Paso, o paso llano: Andar sencillo y cómodo de las caballerías. 262 Trote: Marcha de las caballerías, en la cual el cuerpo del animal es soportado en los miembros diagonal y alternativamente. 263 Charra: Probablemente se refiera a gente o cosa de mal gusto. 264 Garrote: Garrotazo, trancazo, golpe.
IGNACIO GADEA: LA PRENSA, EN 1887 LO CONSIDERABA UN ANCIANO, PERO TODAVÍA CON FUERZA DE VOLUNTAD Y SANGRE DE MEXICANO. Se tenía confusa idea de que las trayectorias de uno y otro como toreros de a caballo, estuvieron separadas, más por el tiempo que por otra causa. Y es que, Gadea hizo su presentación en la ciudad de México en 1853, en la plaza de toros del PASEO NUEVO, en tanto que Ponciano, comenzó a armar escandaleras, desde 1876. Sin embargo, la empresa de la plaza de toros de el Huisachal, comandada por el señor José Cuevas y Rubio, propietario de la misma, por estar en la hacienda de su propiedad, no escatimó esfuerzos de ninguna índole y anunció, para la tarde del 12 de abril de 1885 a estos dos grandes toreros. Ignacio Gadea, saldría por delante, anunciado como el CHARRO MEXICANO, IGNACIO GADEA, “inventor en la República de la suerte de poner banderillas a caballo”. Desde luego, Ponciano no se quedaría atrás deleitando a los aficionados que fueron hasta el Huisachal a verlo lidiar toros de San Diego de los Padres. Feliz encuentro del que no teníamos noticia y que ahora entresacamos de papeles amarillentos. Uno de los peldaños que Ponciano tuvo para llegar a la cima de la admiración de los aficionados, fue el lance de “banderillear a caballo”. Hay que expresar algo acerca de ese lance, que puede ser considerado netamente mexicano, quedando por ende legítimamente clasificado en “nuestro nacionalismo taurino” Esa suerte tauromáquica tiene su nacimiento hacia la mitad del siglo pasado -hacia el año de 1850- aunque haya aficionados y escritores hispanos que la remonten a más atrás, pero sin dar comprobación de su aserto. Algunos de tales escritores hispanos la atribuyen a fines del siglo antepasado y le dan por autor a un indígena peruano, pero vuelvo a decir que no tiene comprobación de su afirmación. Por lo tanto, derecho tenemos a decir que es lance taurino netamente mexicano, ya que nosotros si podemos fijar exactamente quien fue el invento y en cual fecha. El inventor fue el espada IGNACIO GADEA. La fecha, la antes mencionada, aproximadamente por el año 1850. Gadea era nativo de la ciudad de Puebla. Excelente caballista, ideó el banderillear desde el caballo, ofreciendo tal modo como una novedad. Primeramente comenzó a poner una banderilla o las dos, pero empuñándolas reunidas en la mano derecha o en la izquierda. Aconteció con el lance de “banderillear a caballo”, igual que había sucedido con el banderillear a pie. En el lance de “banderillear a caballo”, Gadea hizo lo mismo: Primeramente banderilleaba usando de una sola mano. Después, ya ideó hacerlo simultáneamente con las dos, aumentando así la vistosidad, dificultad y riesgo del lance. Dificultad y riesgos tan marcados, que aún actualmente no hay muchos caballistas que practiquen el lance, usando de ambas manos. Gadea, en el modo de hacer el lance empleaba tres procedimientos que podían ser titulados: “A la media vuelta”, “Cuarteando”, “Sesgando”, ya fuese por “adentro” o sea entre los “tableros” de la barrera y la cabeza del toro, o ya fuese por “afuera” o sea por delante de la cabeza del toro, teniendo el banderillero el terreno de afuera. Tan excelente caballista era Gadea y a tanta seguridad llevó la destreza en ese lance, que discurrió hacerlo sin tener el caballo la silla, sino cabalgando el jinete del modo que nombran “a pelo”. Haciéndolo así, hay que tener gran habilidad para no ser botado por el caballo, al terminar la suerte, cuando sale velozmente de junto a la cabeza del toro. Muchos años después de la fecha señalada por la de invención de “banderillear a caballo”, tuve oportunidad de mirar a Gadea practicando el lance. El espada ya estaba anciano -tenía setenta y ocho años- y no obstante era sorprendente, maravilloso, emocionante por lo peligroso y por lo estático, el modo con que hacía tal lance. Se comprendía sin dificultad para la concepción mental, porque tal lance fue la base de la celebridad de Gadea. Celebridad que se esparció no solamente en la República, sino igualmente en la Isla de Cuba porque Gadea toreó en la Habana,
Cienfuegos, Matanzas y otros sitios cubanos, donde al banderillear a caballo fue intensamente ovacionado. Gadea tuvo en su época y ha tenido en lo posterior muchos copiadores, pero ninguno ha logrado igualarlo. Ponciano fue quien más se le aproximó, quedando casi a su nivel. Digo casi, para significar una pequeña distancia, un algo indescriptible pero apreciable que había en el lance cuando lo practicaba DON IGNACIO, según respetuosamente le nombraban los toreros. Ponciano al “banderillear a caballo” formaba grupo escultural con el caballo y el toro. Había indiscutiblemente belleza. La natural elegante postura al cabalgar. La innegable destreza que como caballista poseía. El arrojo consciente, fundado en la seguridad para dominar a la cabalgadura y por consiguiente una considerable porción de la dificultad del lance. El conocimiento del grado de acometividad del toro y por ende del sitio y modo que habían de ser elegidos. Todo se aunaba para originar belleza, que motivaba los aplausos. Si Ponciano toreando a pie hubiera tenido las cualidades estéticas que poseéis haciéndolo a caballo, habría sido un RAFAEL MOLINA “LAGARTIJO”, considerado prototipo de belleza tauromáquica. Pero a pesar de no ser la perfección absoluta, pues ya dije que Gadea desarrolla algo indescriptible que no había en ningún otro, el lance de “banderillear a caballo” fue con justificación el peldaño que le sirvió a Ponciano para desde en el comienzo de su carrera colocarse arriba de los ASES sus coetáneos. Puede decirse que ese lance fue un monumento con estatua ecuestre. Ponciano para hacer el lance de “banderillear a caballo” poseía siempre algunos caballos amaestrados. Eran de mediana alzada, pero de “sangre”, por ende perfectamente domados, pero vivaces respondiendo con rápidos movimientos a las indicaciones del jinete, manejando las bridas, hincando la espuela. Eran siempre de color oscuro, muy frecuentemente colorados obscuros, lo que nombran retintos o colorados más claro, lo que titulan los “charros” sangre linda. Preciosos ejemplares del “caballo mexicano” eran los que poseía y los presentaba con orgullo.
NOTA ACLARATORIA Desafortunadamente aquel encuentro no se consumó, debido a que el festejo, por alguna razón, tuvo que suspenderse. Sin embargo, Gadea sí se presentó en el 4º festejo de la temporada, justo el 3 de mayo siguiente, alternando fugazmente con Juan León “El Mestizo”, en la lidia de toros de San Diego de los Padres, pero ya no con Ponciano. Decía que fue una actuación fugaz, no muy grata ya que “en la suerte de banderillas a caballo no quedó como debía, por no ayudarle la yegua que sacó al redondel”, según lo apunta El Arte de la Lidia, año 1, Nº 19 del 24 de mayo de 1885. Sin embargo, Gadea tuvo oportunidad de participar de manera más afortunada la tarde del 4 de marzo de 1888 en la plaza de toros “El Paseo”, para lo cual, nos servimos del semanario El Monosabio, T. 1, Nº 16 del 10 de marzo de 1888, con objeto de enterarnos qué fue lo que sucedió. Va de crónica. PLAZA DEL PASEO. A la hora anunciada se presentó el Sr. Del Pino, en turno para presidir, y salió. El primero, negro listón: Conde y Oropeza lo castigaron seis veces. José Gadea adornó al bicho con tres pares, uno al cuarteo y dos a la media vuelta; bueno el último. El célebre y aplaudido capitán Ignacio Gadea (padre) tomó los trastos y sin faena ninguna con un superior metisaca por todo lo alto y RECIBIENDO, rindió la fiera a sus pies. ¡Justa y merecida ovación! Tres animalitos por valientes volvieron al corral. El segundo, negro zaino: recibió cinco varas. Gadea (padre) ginete en un precioso caballo, negro ligero, dejó dos pares, uno muy bueno. Lobato de rojo y plata, previos siete pases, un pinchazo y una estocada envainada, porque al herir el diestro estuvo a punto de sufrir una caída. El juez, inoportuno, ordenó lazo. El tercero, volvió a su casa. Sustituto, igual al anterior, aguantó ocho piquetes. Ignacio Gadea (hijo) puso dos medios al cuarteo y uno aprovechando. Tomó los trastos Gadea Amado, y después de seis pases sin mucho movimiento, dio un pinchazo y una corta delantera.
El cuarto tomó sin voluntad dos varas. Lobato, encargado de los palos, prendió tres pares a la media vuelta; uno muy bueno. El mismo Lobato obsequió al cornúpeto con un pinchazo y una estocada algo caída. Quinto, prieto bien armado: los de a caballo mojaron once veces. Amado y Lobato colocaron dos pares y medio, todos al cuarteo. Este último diestro, casi sin faena, con un buen metisaca que resultó gollete, despachó a su enemigo al otro mundo. Para concluir: Gadea (padre) no obstante su avanzada edad y el mal ganado, se lució pareando a caballo, y como torero probó que es un matador. Respecto de sus hijos nada podemos decir, porque en la primera vez que los vemos en nuestros redondeles, sin embargo, creemos que en lo porvenir reemplazarán dignamente al autor de sus días.
En el mismo número, y en la sección DESCABELLOS, aparecieron estas notas: (...) De un periódico de esta capital tomamos lo siguiente: “EL TORERO GADEA.-Nos permitimos escitar a la autoridad para que no vuelva a permitir que el diestro cuyo nombre hemos escrito, trabaje más en los redondeles. Es un anciano que cuenta 70 a 80 años, y solo su fuerza de voluntad o la sangre de mexicano que circula por sus gastadas venas, lo mantienen todavía en su dudosa serenidad. Fue contemporáneo de Bernardo Gaviño, y recuérdese que la muerte de éste no reconoció otro origen que su avanzada edad. Si la sana observación que hacemos en este suelto, por desgracia fuese desatendida, no tardaremos en presenciar otra nueva víctima en la arena de la barbarie” ¿Por qué tanto amor carísimo colega? El anciano Ignacio Gadea desea positivamente LLEGAR A LOS SESENTA Y CINCO exponiendo su vida porque una numerosa familia estaría en la miseria si el no la llevara el fruto bendito de su trabajo. El anciano torero QUISIERA CONTAR LOS SETENTA, porque no tiene más patrimonio que legar a sus hijos, que adiestrarlos en el difícil arte a que él se dedicó. Con lo expuesto, esperamos que el autor de la sana observación se convencerá de que es muy injusto lo que pretende respecto del diestro mexicano. Mucho nos extraña que un periódico serio y caracterizado, el primero tal vez el único que censuró la conducta de La Muleta, ahora ataque y pretenda denigrar a otros diestros mexicanos, dignos de respeto y consideración. Nos referimos al Siglo XIX. El autor del párrafo que nos ocupa y que llamaremos F*A* debe ser un importado o cuando menos un villamelón. Este caballerito, entre otras cosas dice: “que Gadea y sus hijos, Pancho Lobato, Oropeza y otros que tomaron parte en la corrida del Paseo, son desconocidos”.
Luego agrega: “Francamente, en diversiones de este género, en que el público sale defraudado, la autoridad debería ser severísima y castigar como se lo merecen a los que así engañan a toda una sociedad”. Y el Sr. F*A* ¿qué pide contra un insolente torero que la misma tarde (4 de marzo) desobedeció y burló a la autoridad que presidió en la plaza COLÓN?
Como vemos, todavía el “viejo” Gadea, con sus 65 años que le cuelgan en El Monosabio (así que había nacido en 1823, aproximadamente) era motivo de discusión, entre quienes todavía celebraban sus hazañas y de los que denostaban el quehacer de un “viejo”, que corría el mismo riesgo que le costó la vida al recientemente desaparecido Bernardo Gaviño. Sin embargo, con toros muy malos, Gadea, que desde 1853 y hasta esta fecha, es decir, 35 años de actividad ¿ininterrumpida?-, todavía fue capaz de mostrar sus habilidades a pie y a caballo, como se ha visto en la reseña.
El diestro poblano Ignacio Gadea banderilleando a caballo a dos manos, en el apogeo de su carrera. (Litografía que ilustra un programa de la época). En Armando de María y Campos. Los toros en México en el siglo XIX, 1810-1863. Reportazgo retrospectivo de exploración y aventura. México, 1938.
UNA VISIÓN URBANA Y RURAL, DETENTADA POR CHARROS Y VAQUEROS MEXICANOS. Desde los tiempos en que Luis G. Inclán refería con harto orgullo tales manifestaciones de carácter nacional, a veces incluso exacerbado y elogiosos en grado sumo, es porque su propósito fue elevar a esa estatura una serie de circunstancias nacidas, desarrolladas y artísticamente acabadas, que lo mismo ocurrían en el campo que en la plaza de toros. Ya sabemos la comunicación que se dio entre estos dos escenarios: el urbano y el rural, tuvo como consecuencia escenas de las que terminaban siendo héroes anónimos muchos de los charros emanados de las haciendas ganaderas, sitios adonde una constante actividad, ligada con el ganado de casta o media casta les permitía llegar a esos extremos de interpretación. Con el tiempo, muchas de esas estampas quedaron plasmadas en obras como las del Marqués de Guadalupe, de Higinio Vázquez Santa Ana, Francisco Aparicio y otros amantes del “deporte nacional”, sin faltar pintores como Morales, Icaza, Alfaro que supieron entender y proyectar manifestaciones con un alto índice del carácter mexicano en el campo. La figura en cuestión es un bello ejemplo de la forma en como los vaqueros o charros mexicanos hicieron suya la tauromaquia, a semejanza de lo que durante muchos años hizo por tierras peruanas Pancho Fierro, en esa suerte de capear desde el caballo, y que, con toda seguridad también lo practicaron Lino Zamora, Pedro Nolasco Acosta, Arcadio Reyes, los poblanos Vicente y Agustín Oropeza, sin olvidar la figura protagónica de Ponciano Díaz y otros importantes charros que en anónima ejecución, se daban a correr toros en el campo con la ayuda de una capa o un sarape.
G. Morales recreó la estampa conocida como “Deportes charros”. Seguramente dentro de esa realidad debe haberse desarrollado el popular torero de Atenco, y en sus inicios en el campo. Cortesía de Guillermo Ernesto Padilla.
ERNESTO, EL PINTOR, ICAZA EL ARTISTA. CHARRO POR ANTONOMASIA. Ernesto de Icaza -el pintor charro por antonomasia- recreó en infinidad de obras, muchas de las cuales deben encontrarse todavía sin ser catalogadas, el peculiar sabor campirano donde nació, se desarrolló e incluso murió. Conoce las reglas establecidas y también los secretos en cuanto a la doma de los caballos, su diversidad de pintas, los refranes; cómo montar, como usar la reata, e incluso cómo vestir. Pero por encima de todo, Ernesto, el pintor, Icaza el artista juntos en una sola persona, se pusieron a trbajar -desbordándose incluso-, en la gran obra de cara a describir lo que el charro y la charrería se empeñaron en decir en algo que afortunadamente no se perdió gracias al Ernesto de Icaza de trazo y línea peculiares pues aunque no hay una técnica pictórica acabada, fue capaz de decirnos con su estilo personal lo que percibió desde el campo profundamente asimilado debido al entrañable amor que le tuvo. Formarse en el campo, sentirlo propio, como la casa, fue la suma de virtudes con que el pintor legó diversas imágenes campiranas vinculadas con el quehacer taurino, porque el hecho de conducir a los ganados del potrero a la plaza de tienta o a los corrales significa comenzar a preparar el plato fuerte de la corrida más inmediata. Quehaceres como el de la pintura que ilustra este espacio fueron tan comunes en un pasado el cual no nos es ajeno. Valga mencionar que desde los rincones más recónditos del campo bravo mexicano, suceden con frecuencia estos pasajes de cara al progreso se beneficiaron con el tiempo, en mejores traslado, bajo otras condiciones que no desplazan lo que sucede hasta que los vaqueros entregan en una de las últimas etapas de la crianza al toro para su lidia en la plaza donde todos esperan corroborar tipo, presencia, estilo y bravura.
Ernesto de Icaza. LAZANDO EN CAMPO ABIERTO, 1911 Oleo/tela (60 x 80 cms.) Fuente: Colección Carlos Orozco Ibarra.
CAMPIRANA Y CAMPESTRE, ES ESTA MARAVILLOSA ESCENA DE MEDIADOS DEL SIGLO XIX MEXICANO. Escena campirana y campestre, son componentes ricos y exuberantes que Manuel J. Serrano imprimió a esta maravillosa pintura de mediados del siglo XIX mexicano. Dos casas y una choza ambientan esta escena matizada de colores intensos, en uno de los mejores rincones de alguna hacienda ganadera, donde ocurre este lazamiento a manos de dos intrépidos vaqueros o charros que visten el típico traje, montados en sillas que no son ostentación de lujo. El de más allá puso muy a la mano el sarape –que no capa-, en caso de usarlo para capear desde el caballo, válida acción si para ello no se le insinuaba al ejemplar escogido algún lance con el cual pudiera “aprender”, llegando así, “toreado” a la plaza. Este primero se mantiene atento luego de haber lazado con acierto la cuerda. El toro, tampoco es dueño de figura acorde al tipo de ganado de lidia. Más bien bastote, de pequeña cornamenta, pero probablemente fue el escogido para echar un pial, una mangana, y luego algunos lances, ya desde el caballo, ora a pie, tratando de “calmar las ansias...” Luego, un buen trago de pulque o aguamiel han de ver venido bastante bien para saciar la sed y lograr el reposo. Tengo la impresión que nuestro artista, al no encontrar las figuras más adecuadas para rematar su paisaje, se decidió por la arrogante escena campirana, probablemente fuera de contexto y escenario, matizando aquel colorido usque ad nauseam con el equilibrio de este trazo diagonal cuyo arranque parte de las ancas, siguiendo sus trayectorias cada uno hasta desaparecer –en ese movimiento imaginado-, dejando de nuevo en reposo, la hermosa y rústica escena de la campiña mexicana. Mientras eso ocurre, ya solo se oye a lo lejos el galopar de los caballos, los gritos de los vaqueros..., el mugir del toro.
LAZANDO EN EL CAMPO. Pintura al óleo de Manuel J. Serrano (ca. 1830-?). Fuente: ARTES DE MÉXICO, año XXIII Nº 200, México 1960, p. 24.
MARÍA AGUIRRE “LA CHARRITA” MEXICANA, FUE EN EL SIGLO XIX UN “GARBANZO DE A LIBRA”. El 30 de diciembre de 1963, muere María Aguirre La Charrita Mexicana. Cerca de cumplir un siglo de vida, habiendo nacido en 1863, le dedico a continuación la siguiente semblanza. María Aguirre (1865-1963) decidió seguir una línea poco común en cuanto a la presencia que la mujer tuvo en México a finales del siglo XIX, asumiendo y haciendo suyo por tanto un papel protagónico donde la podemos ver participando activamente en quehaceres al parecer solo privativos del sexo masculino en eso de montar a caballo y realizar suertes arriesgadas. Había estupendas actrices, cantantes, autoras, pero una que se distinguiera manejando las riendas, sentada al estilo de las amazonas, y colocando un par de banderillas a dos manos, como lo muestra el impecable grabado de José Guadalupe Posada, francamente era un “garbanzo de a libra”. De ahí que la “Charrita mexicana” escalara rápidamente hacia una cima, en la que, si no se mantuvo por mucho tiempo, lo hizo en cambio con bastante consistencia.
José Guadalupe Posada. Un par de banderillas a caballo colocado por “La Charrita mexicana”. Grabado en relieve de plomo. Fuente: Carlos Haces y Marco Antonio Pulido. LOS TOROS de JOSÉ GUADALUPE POSADA. México, SEP-CULTURA, Ediciones del Ermitaño, 1985.
Esposa en primeras nupcias con Timoteo Rodríguez.265 El “acreditado artista” Timoteo Rodríguez era un consumado gimnasta, que para eso de los “trapecios leotard, el bolteo en zancos o los grupos piramidales” en que participaba no tenía igual, pues era de los que arrancaban las palmas en circos como el de la INDEPENDENCIA, ubicado en la calle de la Cruz Verde Nº 2. Precisamente, el admirable vuelo conocido con el célebre nombre LEOTARD, fue la última invención de este, suerte ejecutada por un solo individuo en dos trapecios, lo cual “causa admiración y sobresalto ver al artista salvar tan largas distancias cual lo puede hacer solo un ave”. A la muerte de este, ocurrida luego de padecer una cornada el 10 de marzo de 1895 y en la plaza de Durango, festejo a beneficio de su esposa, cornada que le causó un toro de Guatimapé. Por alguna razón, que llamaría descuido, se declaró la gangrena con tal rapidez que 4 días después falleció el que fue acróbata y torero al mismo tiempo. Curada la herida de la primera viudez, María casó una vez más, ahora con el cubano José Marrero, quien ostentaba el remoquete de “Cheché”. Este era otro torero de la legua, por lo que pronto se entendieron. Ambos continuaron sus andanzas, sobre todo al norte del país, sin dejar de hacerlo también en más de alguna plaza del centro del país. La vigorosa ejecución de tan arriesgada suerte, el buril firme y seguro de Posada hacen que el resultado de la colocación de ese par a dos manos desde el caballo, siga levantando carretadas de ovaciones, a más de un siglo de haber ocurrido. Cuarenta años después, una guapa peruana recuperó –con otro estilo- la presencia femenina en los ruedos. Me refiero a “Conchita” Cintrón, de la cual se guardan gratos recuerdos.
María Aguirre “La Charrita Mexicana” en una de tantas imágenes ya en plena época madura. La Lidia. Revista gráfica taurina. México, D.F., 26 de febrero de 1943, Año I., Nº 14.
Una calavera le fue dedicada en 1894 así: La Charrita.
María actuaba como amazona en el circo “Toribio Rea”, donde conoció a Timoteo Rodríguez, casándose con él hacia 1885. Montaba de amazona y ponía los dos palos a la vez, con una mano, a la media vuelta. 265
La cojió un toro de Atenco al poner las banderillas y al caerse del caballo se deshizo la Charrita.
Un año más tarde, la prensa trataba su caso en los siguientes términos: Con motivo de un posible viaje por parte de María Aguirre a España, el Suplemento a El Enano, Madrid, del 18 de julio de 1895, p. 4, expresaba lo siguiente: De El Arte de la Lidia, de México: “Es un hecho que en este año, emprenderá viaje a España con el objeto de trabajar en las principales plazas de la Península, la popular y aplaudida Charrita mexicana, María Aguirre de Marrero. En su viaje le acompañará su esposo el valiente matador de toros José Marrero “Cheché”, quien piensa tomar la alternativa en Madrid para después regresar al país”. Ya verá la Charrita y ya verá Cheché que aquí los cornúpetos no son de Guanamé.
Todavía, a principios de siglo XX, María Aguirre seguía actuando con cierta frecuencia, hasta que su nombre poco a poco fue perdiéndose… Con los años, algunas publicaciones periódicas, como Revista de Revistas la “desempolvaron” del olvido, trayendo desde aquel territorio, y en varias entrevistas de nuevo a la “palestra” a quien fuera famosa amazona, esposa de dos toreros, Timoteo Rodríguez y José Marrero, a quienes vio morir con motivo de percances en el ruedo con muy pocos años de diferencia. Así, la valiente “charra” fue soportando la vida, hasta que, llegado el año de 1963 y casi con un siglo de vida, terminaron sus días, rodeados de recuerdos y amarguras…
ARCADIO REYES “EL ZARCO”, ¿PERSONAJE DEL COSTUMBRISMO DE IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO? Arcadio Reyes, no encontró mejor sobrenombre que el de uno de los personajes principales de la novela costumbrista mexicana del siglo XIX “EL ZARCO” de Ignacio Manuel Altamirano. Viene muy a propósito una descripción que el propio autor de “Navidad en las montañas” hace del cabecilla, del jefe de los “plateados”, azote de Cuernavaca, Xochimancas y Yautepec en plena guerra de 1861. Para empezar, el ambiente rural estuvo sujeto al peligro de un asalto de bandidos con los horrores consiguientes de matanza, de raptos, de incendio y de exterminio. Los bandidos de la tierra caliente eran sobre todo crueles. Por horrenda e innecesaria que fuere una crueldad, la cometían por instinto, por brutalidad, por el solo deseo de aumentar el terror entre la gente y divertirse con él.
Entre quienes azotaron aquella condición llena de tribulaciones fueron los plateados, que tal era el nombre que se daba a los bandidos de esa época. Además, hay que advertir que los plateados contaban siempre con muchos cómplices y emisarios dentro de las poblaciones y de las haciendas, y que las pobres autoridades, acobardadas por falta de elementos de defensa, se veían obligadas, cuando llegaba la ocasión, a entrar en transacciones con ellos, contentándose con ocultarse o con huir para salvar la vida. Los bandidos, envalentonados en esta situación, fiados en la dificultad que tenía el gobierno para perseguirlos, ocupado como estaba en combatir la guerra civil, se habían organizado en grandes partidas de cien, doscientos y hasta quinientos hombres, y así recorrían impunemente toda la comarca, viviendo sobre el país, imponiendo fuertes contribuciones a las haciendas y a los pueblos, estableciendo por su cuenta peajes en los caminos y poniendo en práctica todos los días, el plagio, es decir, el secuestro de personas, a quienes no soltaban sino mediante un fuerte rescate. Este crimen, que más de una vez ha sembrado el terror en México, fue introducido en nuestro país por el español Cobos, jefe clerical de espantosa nombradía y que pagó al fin sus fechorías en el suplicio.
Y, ¿quién era el Zarco? Era un joven como de treinta años, alto, bien proporcionado, de espaldas hercúleas y cubierto literalmente de plata. El caballo que montaba era un soberbio alazán, de buena alzada, musculoso, de encuentro robusto, de pezuñas pequeñas, de ancas poderosas como todos los caballos montañeses, de cuello fino y de cabeza inteligente y erguida. Era lo que llaman los rancheros un caballo de pelea. El jinete estaba vestido como los bandidos de esa época, y como nuestros charros, los más charros de hoy. Llevaba chaqueta de paño oscuro con bordados de plata, calzoneras con doble hilera de chapetones de plata, unidos por cadenillas y agujetas del mismo metal, cubríase con un sombrero de lana oscura, de alas grandes y tendidas, y que tenían tanto encima como debajo de ellas una ancha y espesa cinta de galón de plata bordada con estrellas de oro; rodeada la copa redonda y achatada una doble toquilla de plata, sobre la cual caían a cada lado dos chapetas también de plata, en forma de bulas rematando en anillos de oro. Llevaba, además de la bufanda de lana con que se cubría el rostro, una camisa también de lana debajo del chaleco, y en el cinturón un par de pistolas de empuñadura de marfil, en sus fundas de charol negro bordadas de plata. Sobre el cinturón se ataba una canana, doble cinta de cuero a guisa de cartuchera y rellena de cartuchos de rifle, y sobre la silla un machete de empuñadura de plata metido en su vaina, bordada de lo mismo. La silla que montaba estaba bordada profusamente de plata; la cabeza grande era una masa de ese metal, lo mismo que la teja y los estribos, y el freno del caballo esta lleno de chapetes, de estrellas y de figuras caprichosas. Sobre el vaquerillo negro, de hermoso pelo de chivo, y pendiente de la silla, colgaba un mosquete, en su funda también bordada, y tras de la teja veíase amarrada una gran capa de hule. Y por
dondequiera, plata: en los bordados de la silla, en los aciones, en las tapafundas, en las chaparreras de piel de tigre que colgaban de la cabeza de la silla, en las espuelas, en todo. Era mucha plata aquella, y se veía patente el esfuerzo para prodigarla por donde quiera. Era una ostentación insolente, cínica y sin gusto. La luz de la luna hacía brillar todo este conjunto y daba al jinete el aspecto de un extraño fantasma con una especie de armadura de plata; algo como un picador de plaza de toros o como un abigarrado centurión de Semana Santa. Él era joven, no tenía mala figura: su color blanco impuro, sus ojos de ese color azul claro que el vulgo llama zarco, sus cabellos de un rubio pálido y su cuerpo esbelto y vigoroso, le daban una apariencia ventajosa; pero su ceño adusto, su lenguaje agresivo y brutal, su risa aguda y forzada, tal vez le había hecho poco simpático a las mujeres. Además, él no había encontrado una bastante hermosa a quien procurarse ser agradable266.
Arcadio, junto con Ignacio Gadea y Ponciano Díaz fueron los principales exponentes de la suerte del par de banderillas a caballo, demostración de la que ya se tiene una primera evidencia, de la que ya hice un apunte, luego de revisar la obra Impresiones de un suavo en México. Dr. Schiving. 1857. ¿Acaso Schiving sería testigo de la actuación de Gadea en aquellos años de mediados del XIX? Es bueno recordar el dato de la primera actuación de Ignacio en ruedos mexicanos. 1853: PLAZA DE TOROS DEL PASEO NUEVO, D.F. Domingo 23 de enero. Cuadrilla de Bernardo Gaviño. 6 toros de Atenco. “Se presentará por primera vez en esta capital una notabilidad en el ARTE para BANDERILLEAR A CABALLO, el famoso IGNACIO GADEA, quien desempeñará esa suerte con el caballo ensillado, poniendo también algunas flores en la frente, y después en pelo, arrojando atrevidamente la silla, sin apearse, colocará otros pares de banderillas. Teniendo además la habilidad de COLEAR de una manera enteramente nueva y desconocida en esta capital, dará también una prueba de ella”
“El Zarco” se hizo de fama allá por los años ochenta del siglo que nos congrega, y aunque sus posibilidades eran mínimas, ante el apabullante dominio y control que tuvo en esto Ponciano Díaz, encontró forma de trascender las suertes nacionales acompañando a Manuel Hermosilla en su gira de actuaciones por ruedos peruanos. Arcadio regresa a finales del XIX, para ser continuador, como una sombra de Ponciano en la campirana suerte, pero también como picador de toros. Cuando ya nadie se acordaba de aquella gallarda suerte, todavía la interpretó en la plaza “México” de la Piedad en el primer lustro del siglo pasado, reafirmando lo que ya se estaba convirtiendo en desusado pasaje de la tauromaquia “a la mexicana”. Aquel charro puro, de estampa semejante a la del Zarco, reminiscencia simbólica de una figura descrita perfectamente por Altamirano, como puede observarse, actuó en aquellos escenarios vestido con lujo sin igual, tal y como lo merecía su posición. Hasta hace algún tiempo creía –e incluso aseguraba-, que con Ponciano Díaz había sucumbido la expresión del toreo nacionalista. Sin embargo, El Zarco parece ser ese último influjo que trascendió el siglo XX y mantuvo, en otros términos aquella postrera imagen –mero objeto decorativo-, de lo que fue el capítulo de la tauromaquia rural, montada a caballo, que ya nada tenía que ver con un escenario perfectamente articulado por el dominio del toreo de a pie que terminó apoderándose de la situación, primero, debido al numeroso grupo de diestros españoles. Después, y en condiciones bastante afortunadas, bajo la égida de Rodolfo Gaona, el “indio grande”.
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Ignacio Manuel Altamirano: EL ZARCO. México, 3ª ed. Grupo Editorial Tomo, S.A. de C.V., 2002. 200 pp., p. 13-14; 40-41 y 60.
José Guadalupe Posada. Ahora es Arcadio Reyes, émulo de Ponciano Díaz en eso de poner banderillas a caballo. Cincografía. Fuente: Carlos Haces y Marco Antonio Pulido. LOS TOROS de JOSÉ GUADALUPE POSADA. México, SEP-CULTURA, Ediciones del Ermitaño, 1985.
ERNESTO ICAZA PONE EN EVIDENCIA A PONCIANO DÍAZ. Ernesto de Icaza ilustró esta hermosa pintura, luego de acudir a alguna plaza – probablemente la de Pachuca, Hidalgo-, la tarde del 17 de septiembre de 1897, misma que se convierte en una de las últimas en que Ponciano Díaz actuó, dando rienda a sus fechorías, en eso de usar los “baberos”, tan vilipendiados por la prensa de una década anterior, la cual no soportó aquel proceder del “torero con bigotes”, el cual no encontró más remedio que las plazas provincianas, porque en la capital ya no torearía más que en Tlalpan, allá por junio de 1897, y en Bucareli el 19 de noviembre de 1897 en un jaripeo. Así que esta obra del célebre pintor-charro, aunque fechada en 1900, no es sino recreación de algún pasaje que quedó en su memoria (acaso, podría tratarse de alguna reminiscencia de una corrida celebrada en el Huisachal. Ciertos rasgos en su trazo guardan parecido a la fea plaza ubicada en las inmediaciones del Rancho de los Morales), puesto que para 1900, ya había quedado enterrado cualquier vestigio del toreo “a la mexicana”, el que se fue a la tumba a la muerte del propio Ponciano, ocurrida el 15 de abril de 1899. Hasta cinco caballos se contabilizan en este amplio escenario, tres de los cuales llevan no solo el “babero”, sino también la anquera, implemento que servía para “quitarle las cosquillas” a los caballos nerviosos, escogidos casi sin ningún criterio para servir en el primer tercio de una lidia desordenada, donde daba lo mismo picar en el tercio que en los medios. Sus picadores – acaso Celso y Agustín Oropeza-, sean los que están actuando esa tarde finisecular, aunque es poco probable en el caso de Agustín, que por esas fechas anda formando parte de un famoso circo itinerante que da funciones al sur de los Estados Unidos de Norteamérica, convirtiéndose –de golpe y porrazo- en el mejor charro. Ponciano Díaz, que debe vestir de verde y oro, lleva el capote, al igual que el otro lidiador de a pie en forma por demás extraña, utilizándolo a la manera de manteo y no de capoteo, eso sí, pendientes en el quite respectivo.
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El departamento de sombra es el que tiene mejor entrada, donde predominan los señores de traje, en tanto que en el de sol abundan los que van tocados del jarano o el sombrero de piloncillo. Al fondo, la charanga está tocando alguna melodía, y no precisamente un pasodoble, que todavía no se incorporaban al repertorio musical de manera contundente y definitiva, como tal ocurriría durante las célebres “Temporadas Mazzantini” en la plaza Bucareli, allá por 1895, a 1898 en Bucareli, donde la banda dirigida por los señores Payén y Santibáñez ya interpretaban aquellas piezas llenas de garbo y marcialidad. Ese toro colorado, presumiblemente es de los de Atenco. Ganado de la hacienda donde nació Ponciano, los lidia en sus últimas actuaciones en la plaza de Toluca, estado de México, la tarde del 1º de marzo de 1896, en compañía de Felipe Hernández y “El Orizabeño”, y luego el 12 de diciembre de 1897 en la plaza de Santiago Tianguistenco, estado de México, en donde sufrió el “torero con bigotes” un vahído que lo puso en santa paz, y a un paso de la reflexión, para decidir si continuaba o no en tal difícil profesión, la que se complicó más debido a sus inclinaciones por el neutle o pulque y otras bebidas generosas, motivo principal de su deceso, el cual fue ocasionado por una cirrosis hepática.
Un último hallazgo, que corresponde a la presente selección fotográfica en la que aparece la célebre “Conchita” Cintrón, esto en la revista Torerías, México, D.F., año I, N° 34 del 25 de abril de 1944.
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EN MÉXICO, CIUDAD EN EL DÍA 14 DE DICIEMBRE DEL AÑO DE GRACIA DOS MILÉSIMO y VIGÉSIMO.
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