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Manuel Jiménez Moreno, “Chicuelo”

Nacer en la bella Sevilla es un hecho de amor y más en primavera, suerte la que tuvo Manuel Jiménez Moreno, “Chicuelo”, quien vio la luz por vez primera un 15 de abril de 1902. El maestro Alfredo Just Gimeno, lo eligió para recrearlo y colocar su estatua en el entorno de la Monumental de Insurgentes, forma parte de los íconos de nuestra fiesta.

La vida siempre da y quita, a la edad de tan solo cinco años, fue víctima de la orfandad de ambos progenitores, su padre era Matador de toros Manuel Jiménez Vera, “Chicuelo I”, quien murió en el año de 1907 dejando el seudónimo generacional. Como su familia estaba formada de toreros, su tío Eduardo Borrego Vega, “Zocato”, se hizo cargo del pequeño. También le inculcaron el amor a los toros, al vivir en un ambiente de taurinismo cotidiano; la esposa de “Zocato” era hermana de su padre lo criaron con todo cariño y entrega; su vena taurina ya era natural tomaba los capotes jugando, y poco a poco ya quería aprender a torear, se agudizó su sueño, al grado que lo nombraron “El Niño Chicuelo”, siempre iba acompañado por su tío cuando comenzaba a torear en cortijos y tentaderos, un ejemplo claro de la importancia de que los niños y las niñas siempre deben estar en contacto con el arte de la tauromaquia, en un futuro lleva mucha recompensa, son semillas de afición que florecen en sus diversas disciplinas, visto este ejemplo desde antaño. A los diez años mató su primer becerro. Perteneció a la escuela taurina de Sevilla, por ello y por sus capacidades innatas sorprendía al público, quien también lo adoptó de manera afectiva y para siempre. Su simple apodo “Chicuelo”, tenía una carga de alegría hecha castañuela, poco a poco se fueron formando carteles con su nombre desde muy jovencito; alternó con Juan Luis de la Rosa, Manuel Granero y Eladio Amorós. Nos dice el Cossío, que la primera vez que vistió un traje de luces fue el 24 de junio de 1917, de ahí en adelante su fama se propagó de manera inmediata por toda la España taurina.

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Llegó a tomar su alternativa nada más y nada menos que en manos de Juan Belmonte, “El Pasmo de Triana” y de testigo Manuel Belmonte, hermano de Juan, el 28 de septiembre de 1919, enfrentando al toro “Vidriero”, del Conde de Santa Coloma. Confirmó en Madrid el 18 de junio de 1920, en manos de Rafael “El Gallo”, Juan Belmonte y Fortuna, con Duque de Veragua, el astado de dicho ritual fue “Volandero”, nombre muy curioso ya que él, salió en “volandas”.

Varias faenas hicieron época, además ligaba los pases, la historia lleva al recuerdo en el fino bordado que le dio al toro “Corchaíto” de Pérez Tabernero.

El torero al paso del tiempo maduró, y su toreo también, para colocarse en los primeros escalafones de la torería. Vino a torear a América, firmando en México varias corridas, allá por los años de 1925, logró perfeccio-

nar su técnica e imprimió todas sus cualidades en cada faena que trazaba, además de aportar arte y creatividad al toreo de capote, siendo inventor de uno de los lances más realizados en el toreo, la famosa “Chicuelina”, pase que envuelve y gira al diestro al pasar el toro, y que al contemplarla es toda una representación de exquisita algarabía.

Como el flamenco y la tauromaquia son un alma hermana, la variedad del lance también se ejecuta en un tablao de maderas, lleva esa alegría en flores que decora una mantilla de Manila. El torero también amaba el flamenco, los caballos y el campo, trilogías llenas de vida, siempre fue carismático y muy querido entre sus compañeros de los ruedos, solidario y amigo incondicional.

Por todo ello, fue elegido entre el abanico taurino del escultor valenciano, para inmortalizar no solo su fina anatomía con el arte de su cincel, también al toro que siempre fue su compañero inseparable desde niño y su capote más torero y melodioso que tanta vida dio y heredó, ya que no existe lance más representativo de los toreros en todos los tiempos. Hoy, en la calle de Alberto Balderas, podemos seguir deleitándonos al caminar o ir a comer al entorno de la Plaza México en esta gran ciudad que tanto ofrece y distinguir en las alturas a Manuel Jiménez Moreno “Chicuelo”, para ver el pase de su invención en esa cadenciosa “Chicuelina” que hasta por el nombre, lleva un aire de frescura y un pellizco de inocencia de aquel “Niño - Chicuelo”.

El otoño se encargó de su ultimo adiós, arrullado entre las hojas color ocre de los árboles para llevarlo a torear en el cielo, partió de este mundo el 31 de octubre 1967 a la edad de 65 años.

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