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Eduardo Liceaga

Nació en la Ciudad de México en fecha emblemática de la historia nacional, un 20 de noviembre de 1922, hermano del matador de toros David y del banderillero Mauro, quienes sabían la difícil profesión que el menor de los tres hermanos también había escogido, lo llevaban en la vena artística. El joven antes de ser novillero llegó a cursar hasta el bachillerato, poco después decidió dedicarse a su verdadera vocación; se dio a conocer en El Toreo el 6 de agosto de 1944, fue el triunfador de la tarde, siendo merecedor de la soñada “oreja de plata” que siempre hacía tanta ilusión a los novilleros, logrando cortarle el rabo al que pastó en los campos de la casa ganadera de Santín de nombre “Cortesano”.

Después viajó a España, para presentarse en Madrid en 1954 cortando una oreja a uno de sus ejemplares. Curiosa relación de números, para el año de 1946 llevaba la valiosa suma de 46 festejos, suma suficiente para ya planear la toma de alternativa en manos de Carlos Arruza; pero el destino lo llevó a tener un encuentro con un toro de Concha y Sierra de la que ya no salió vivo tras la sufrida cornada. Murió en la plaza de San Roque el 18 de agosto de 1946. Sus restos cruzaron el Atlántico en el barco portugués, “Foz do Douro” que significa “desembocadura del Duero”; llegando a la capital un 4 de octubre día de San Francisco; momento sumamente doloroso para toda la familia taurina, propia y extraña, que lloró a su persona y lo veía consumado como una próxima figura del toreo. Su fina escultura se encuentra junto a una columna de la plaza, también del lado de las localidades de sol. Muestra a un torero bien plantado y con las piernas ligeramente separadas, lo que exhibe su traje de luces divinamente esculpido y rematado desde la chaquetilla hasta las moñas de las zapatillas, con todos los fragmentos que a Alfredo Just le gustaba demarcar. Su cabeza está hacia su lado derecho con esa mirada que abarca todo el perímetro resalta el cabello ondulado, la coleta y añadido sobresale en la nuca; su mano izquierda toma el capote de brega en lo alto de la esclavina que reposa hacia atrás de su propia pierna, con el distintivo que este trasto para torear lleva en su significado, siempre tan vivaz al darle cadencia en un lance o con su quietud serena, eterno percal fiel a su torero.

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En la mano diestra lleva su montera agarrada de uno de los machos, la reposa ligeramente en su muslo, toda una imagen de respeto por quienes ejercen el oficio de tan grande profesión y que cobra la vida de muchos de esos seres designados por la tauromaquia, cuyo destino imprevisto es la vía que conduce a los profundos silencios.

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