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Juan Belmonte, “El Pasmo de Triana”

Juan Belmonte García, “El Pasmo de Triana”.

La escultura de Juan Belmonte es tal y como su sobrenombre lo indica, una representación de suspensión del tiempo, de pasmo. El toro con su embestida rodea la anatomía del torero, él ejecuta una personalísima media belmontina, mientras dobla la pierna izquierda y con la derecha marca la verticalidad que da dominio al pase. Toda una belleza que forma una nota de perfecto concierto. La escultura de Alfredo Just es tan minuciosa, que se pueden ver los rasgos inconfundibles del rostro como su pronunciada mandíbula; ese Juan único que el conocido banderillero Calderón llamaba “Er-Der-Monte”. Todo un “fenómeno”, “cataclismo” y “terremoto”, que se merece escribir un punto y aparte dentro de la historia del toreo, también por ser un hombre de enigmas. Nadie para describirlo como el escritor Manuel Chaves Nogales en su obra literaria Juan Belmonte, matador de toros. Él nació un 14 de abril de 1892 en la calle de Feria en Sevilla; sitio que se llamaba así desde antaño, por aquel mercadillo que existía desde el siglo XIII. Dicha vía se extendió en el barrio de Triana, el chaval creció en sus alrededores entre sus calles y su gente, acudía también por circunstancias diversas a los cafés merodeando entre las mesas, adquiriendo desde temprana edad una concepción de la vida de una manera muy amplia, vio lo que es el juego, las apuestas entre señores, mientras hablaban del arte de Cúchares; por ello, desde pequeño aprendió la palabra, toro, plaza y muerte una serie de significados que lo llevó a tener muchos silencios reflexivos.

Huérfano de madre desde los ocho años, se crió junto a su padre ayudándolo a trabajar, aprendiendo caló y algún rumor de flamenco; al integrase al mundo de la tauromaquia sumó varias becerradas, novilladas y también percances, llegó a ser acreedor para tomar la alternativa en Madrid, el 16 de octubre de 1913 en manos de Rafael González “Machaquito”, y de testigo Rafael “El Gallo”. Como dato curioso, esa tarde “Machaquito” se cortó la coleta.

Belmonte fue un diestro que llegó a torear hasta 72 corridas en una temporada, algo que agota a cualquiera. El 21 de abril de 1914 viajó a México, siendo alcanzado en la corrida del 21 de diciembre por un toro de Tepeyahualco, que tuvo que matar Rodolfo Gaona.

Juan de niño solo pudo estudiar cuatro años de nivel básico, logró aprender a leer y escribir lo suficiente para ser un gran lector; entre sus avíos, siempre tuvo el acierto de traer libros, se rodeó de artistas e intelectuales de la época, como Romero de Torres y Rafael del Valle Inclán que un día le dijo: ¡Juan a ti solo te falta morir en la plaza! -Él le contestó- “Se hará lo que se pueda Don Ramón”. Los toreros de entonces como

Rafael “El Guerra” decía: “El que quiera verlo, que se dé prisa”. La temporada del año 1915 fue la más comentada, Joselito y Belmonte eran los toreros más destacados de la época. El Cossío explica lo siguiente: “Belmonte propuso lograr el mayor efecto de belleza plástica con el exponente patético más exaltado, porque se aumentaba la proximidad al toro que ejecutaba la suerte, lo que hacía que el toro y el torero, llegaran a formar una unidad en la que armónicamente se correspondía en movimientos y esfuerzos, lo nunca antes visto”. Había Belmonte de romper con las normas del toreo conocidas hasta entonces, es posible que toda su carga emocional que traía desde niño lo canalizara de manera inconsciente en su estilo de torear, era un hombre que no ocultaba los sentimientos más tiranos del ser humano, como el miedo y el azar de muerte. Entre sus frases siguen vivas las siguientes: “Se torea como se es”.

“Para torear hay que olvidarse del cuerpo”.

“Un día anterior a la corrida crece más la barba”.

“El Pasmo de Triana”, decidió quitarse la vida en su finca de Utrera, Sevilla, no le dio el gusto a Rafael del Valle Inclán, aunque lo intentó, se llegó a poner de hinojos frente a un toro, diciéndole, “mátame asesino, mátame”, pero los mismos toros respetaron el culto que les rendía, quizá por ser un genio del toreo porque los enviaba al cosmos como nadie.

Belmonte habita perpetuo en las alturas de la plaza Monumental de Insurgentes y en la libertad que da ser un alma nómada que va iluminado con la luna llena, esa que le dio complicidad en los campos bravos en las inciertas madrugadas.

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