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Juan Silveti, “Juan Sin Miedo”

La representación de la estatua de Juan Silveti Mañón es un emblema más de cómo la tauromaquia logró con el tiempo ser asimilada y representada con gran autenticidad por nuestros toreros mexicano; esta vez toca hablar de un hombre leyenda. ¿Quién puede reunir varios sobrenombres llenos de atrevimiento? Solamente la fuerza de un apellido lleno de carácter y tremendismo, un “Juan sin miedo”, “El tigre de Guanajuato”, “El Meco”, “El hombre de la regadera”, “El resucitado”, “El hombre del mechón”, “El Belmonte mexicano”, quién Nació en Guanajuato, el 8 de marzo de 1891, un joven que al cumplir 21 años ya ejercía en los ruedos como banderillero.

Su trayectoria narra que el 16 de marzo de 1916 tomó la alternativa en El Toreo, de manos de Luis Freg, con astados de la inconfundible divisa bicolor rojo y negro, que nos remite a Piedras Negras, poco después cruzó el Atlántico para confirmar en tierras barcelonesas de nuevo con Freg, con toros de Joaquín Pérez de la Concha, viajando después a la capital española para grabar en su biografía el 8 de abril de 1917, llevando como padrino del ritual a Rafael Gómez Ortega, “El Gallo” siendo testigos, Castor Ibarra , “Cocherito de Bilbao” y Pacomio Peribáñez, con ganado de Salvador García de la Lama.

Entre México y España, Silveti sobresalió incansable a lo largo de su trayectoria con éxito, desafiando a muchos y siendo único. Dicen que no hay torero sin miedo, pero Juan lo supo lidiar, se lo quitó de encima, seguramente hasta lo pateó siempre fue de gran arrojo con extrema valentía, aunque a nivel humano, seguramente gravitó en su intimidad y entre aquellos sombreros de charro en que llevaba grabados los cráneos que lo decoraban colocando así un mecanismo de defensa ante el peligro y el recelo inconsciente a la muerte. Su vida llevaba impresa un género literario, el épico, era un personaje fuera de lo común; su toreo incluso fue rudo, eso sí, mataba muy bien y certero.

Su característico mechón de pelo en la frente, cejas tupidas mirada intensa y su carácter intrépido se ganaron la simpatía de toda España entre ellos la del valenciano Just, que lo representa magnamente en la alta periferia de la plaza que dicen ha sido siempre, “la que da y quita”, seguramente el cincel del maestro intensificó el sonido de cada golpe de arte y creación, además al esculpir su forma humana y el instante con el toro que lo acompaña que dejaron la viveza de su espíritu hecho emblema. La obra muestra un pase de pecho muy particular, ya que lleva un sombrero de charro en la mano izquierda, un símbolo de su andar, elemento que demarca la mexicanidad de la fiesta que, para entonces, era totalmente arraigada en México, toda una identidad y sentimiento que el torero volcaba al torear; mientras el astado fiel a su embestida logra una creación única, digna de mirar, “El Meco” da relevancia al significado de uno de sus apodos, el que conserva sus costumbres y tradiciones.

Se retiró el 1° de mayo de 1942 en el Toreo, ese cartel lo habitaban Conchita Cintrón, Francisco Gorráez, “El Cachorro de Querétaro” y Carlos Vera “Cañitas” con Piedras Negras, después de vivir 32 cornadas, tardes apoteósicas y llenar de historias inverosímiles no solamente en las arenas de las plazas de varias latitudes, también entre las calles empedradas de los pueblos del México que se fue, pero el que retuvo con sus retratos, y en corridos achispados como el del compositor Oscar Chávez en su creativa, “Encerrona” en la que resume una faena de Silveti Mañón.

El 11 de septiembre de 1956 fallece en la Ciudad de México, habiendo sido cimiento de una gran dinastía con intensos perfiles temperamentales y psicológicos que ha vestido la seda y el oro hasta la posmodernidad, pasando por Juan Silveti Reynoso, David y Alejandro Silveti Barri, y Diego Silveti del Bosque. Cabe subrayar que Juan Silveti Mañón es sinónimo de un personaje que no le pide nada a los sobrenombres de míticos toreros y que sigue impresionando en pétrea obra señorial de Just Gimeno. No cabe duda que “El hombre de la regadera”, le pegó un baño a muchos y hasta hoy es un símbolo de nuestro México. ¡Vivan por siempre los Silveti!

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