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Capítulo I, La tierra Potosina

de unas características muy especiales. Han hecho los mexicanos que su toro hasta tenga una particular forma de embestir. Cuando se habla de toros se habla o del toro español o el toro mexicano, no se habla del toro de otra nacionalidad. El temple y lentitud con la que embiste un toro mexicano que hace que un torero pueda desgarrarse y abandonarse toreando es muy difícil de ver en otros encastes. Ahora cuando un toro mexicano te quita los pies del suelo no suele fallar, es muy certero… y lo digo por experiencia propia.

Dentro de la cabaña brava mexicana el apellido Garfias tiene una importancia preponderante. En el Perú, donde se han lidiado muchos de sus ejemplares sobresalen muchos como el famoso toro “Carnavalero” de Javier Garfias, lidiado por el Maestro Antonio Ordoñez en la temporada del Bicentenario de la Plaza de Acho en Lima. Faena que según ha confesado el propio maestro ha sido el mejor toro que ha toreado en su vida, hay esta declaración no es poca cosa.

Como te comenté mi estimado Vito, la Suerte Nacional ha sido el único aporte Peruano a la Tauromaquia y lo ejecutaban en siglos pasados. Era parar al toro con un capote para restarle fuerzas y no mataran tantos jamelgos en la suerte de picar ya que en esa época no existía el peto. Lo hacían en “caballos de paso” y habian capeadores muy famosos como Casimiro Cajapaico, Esteban Arredondo, Vicente Monteblanco, Juan Francisco Céspedes, Emiliano Galloso y Juan Gualberto Asin entre otros. Cuando me retiro de Matador en activo quise juntar mis dos pasiones, los toros y los caballos y rescate esa tradición haciendo varias temporadas. Yo la complemente un poco en mi condición de Matador de Toros ya que después de parar el toro con el capote a caballo, le ponía banderillas también a caballo para luego bajarme y torearlo con la muleta y estoquearlo.

Por todas estas cosas, queridos amigos, el Perú es distinto, y por ello su tauromaquia es muy importante a nivel mundial.

Flavio Carrillo es un peruano integral: Matador de toros, Capeador y Gallero reúne en su conducta los valores con los que el Perú defiende la nacionalidad.

Capítulo Uno LA TIERRA POTOSINA

Este libro hasta hace poco fue un sueño. Hoy tienes en tus manos el relato de un proceso. El desarrollo de un proyecto y la evolución en la cría del toro bravo. Ubiquémonos en tiempo y espacio. Visualicemos el panorama de Mé-

xico cuando Javier Garfias vino al mundo en San Luis Potosí; tierra ganadera, taurina, y cuna de buenos toreros, de hombres y mujeres emprendedores.

Fue en el año de 1929 cuando la economía universal vivía momentos de tensión. Tan tensos e intensos que afectaron y estremecieron los cimientos de los Estados Unidos; trémula en sus fundamentos, la poderosa nación del norte trepidaba por causa de la Gran Depresión.

Socavón de terribles consecuencias para México. Fecha marcada como un punto de inflexión para los migrantes mexicanos en el Unión Americana. Aquello fue la señal para el regreso: la repatriación de los mexicanos residentes en los Estados Unidos.

El barranco económico provocó desempleo, hambre y xenofobia. Las deportaciones se desataron. Más de cuatro millones de mexicanos regresaron a México. San Luis Potosí, el hogar de don Antonio Garfias Peña y de su esposa Irene de los Santos fue la cuna de Javier. Tierra generosa San Luis que aportó la mano de obra migrante a Estados Unidos. Lo mismo ocurrió con Aguascalientes, Guanajuato, Jalisco, Michoacán y Zacatecas.

Aquel año estuvo marcado con el Como ocurre ahora, en el siglo XXI, ocurrió en los años 20 del siglo XX. La historia del mundo marca su registro con el acero inoxidable de la pandemia del Coronavirus. Fue 1929 un año de derivaciones de lo cotidiano que desvistieron ramales sobre la vida política. En el escenario de la turbulenta política mexicana están entre otros los corolarios del asesinato del presidente Obregón que perdió el brazo en la batalla de Celaya año 1915, cuando y donde derrotó a Pancho Villa y sus famosos “Dorados”.

Luego de la batalla el campo del conflicto quedó regado de cadáveres y entre los muertos se confundía el brazo derecho de Obregón. Extremidad recogida en medio de la carnicería de la batalla para convertirla en reliquia de la religión revolucionaria.

-¿Cómo recuperó usted el brazo perdido en la batalla, mi general? -se le preguntó a Obregón.

-Muy fácil” contestó el ingenioso y cínico revolucionario. - Eché una moneda de oro al aire y mi brazo perdido salió volando a cogerla.

De hecho, hay una fotografía en que dos mancos, Obregón y el fa-

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