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Capítulo 11. El toro de lidia de Venezuela

El toro de lidia en Venezuela

El país se convirtió en una fiesta para celebrar la elección de Carlos Andrés Pérez como Presidente de la República en 1974. Conmemoración con características y expresiones de fiesta patria. La euforia alcanzó cotas de emoción nunca antes vividas en la etapa democrática. Las noticias que llegaban con los voceros de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) auguraban tiempos de bonanza. Fueron mensajes que provocaron fantasiosos paisajes de riqueza y de bienestar.

Carlos Andrés fue muy influyente en la importación del ganado de lidia de España y de Portugal. Hubo continuidad con el proyecto llevado a cabo durante el gobierno del doctor Rafael Caldera que dio facilidades para ocupar la Estación Cuarentenaria de Los Taques, en el estado Falcón, y le ordenó al doctor Miguel Rodríguez Viso, Ministro de Agricultura y Cría, que las instalaciones estuvieran a disposición de los ganaderos de lidia y los médicos veterinarios ministeriales. Igualmente dio facilidades con la línea aérea internacional venezolana Viasa, para traer a tierras falconianas vacas y sementales.

Sería mezquino quitarle los méritos al presidente Pérez, quien siempre manifestó su afecto, apoyo e interés por la fiesta de los toros. Los

ganaderos le rindieron muchos homenajes y fiestas en las ganaderías de “Tarapío”, “Los Aranguez” y “Tierra Blanca”. Se llegó a decir que la ganadería de “Tierra Blanca”, cuando estaba en Villa de Cura, era propiedad del primer mandatario en sociedad con Paco González Regalado, hermano de Sebastián González, quien en realidad era el propietario de la ganadería en sociedad con Manolo Chopera.

La madrugada del 28 de enero de 1974, concluida la Feria de San Cristóbal, un grupo de periodistas, apoderados de toreros, empresarios y curiosos, a las cinco de la mañana, nos congregamos en la plaza de Pueblo Nuevo de para ver a Paco Camino y Dámaso González tentar unos toros propiedad de la Asociación de Criadores de Toros de Lidia. Los toros llegaron a Venezuela en lo que se conoció como “un pool” propiedad de todos los inversores en el transporte que importó las vacas y los toros desde Portugal. Se trataba de dos reses portuguesas, procedentes de la ganadería de Coímbra. Toros jóvenes, toros portugueses que no aprobaron el tentadero. Sí recibió la mejor nota un toro mexicano de San Martín, propiedad de Pepe Chafik. Era otra lección que le daban los ganaderos mexicanos a los venezolanos, quienes habiendo tenido tanto tiempo frente a ellos al toro de México, habiéndose formado la afición venezolana con el toro mexicano, no fueron capaces de darse cuenta de qué clase de toro tenían entre manos y qué sencillo hubiese sido fundar las bases de la cabaña brava nacional con simiente azteca. Aunque para decir verdad hay que señalar que fue el propio ganadero de México, que por motivos de política interna en su agrupación, carente de visión, se opuso con trabas burocráticas y prohibiciones absurdas a que salieran vientres y sementales para fundar ganaderías en el exterior como ahora lo estaban haciendo españoles y portugueses.

Esta posición mexicana fue aprovechada por españoles y portugueses. Los españoles por vía de Manolo Chopera se metieron por el río que ya inundaba Colombia: Santa Coloma; y los portugueses, gracias a la simpatía de Joao Pinto Barreiro, se convirtieron en descubridores de la nobleza y del temple.

Había cumplido tres años como corresponsal del semanario El Ruedo, revista que continuaba dirigiendo Carlos Briones, de la Editorial Católica. Veía con gran satisfacción cómo tenían mucha jerarquía las noticias procedentes de Venezuela. Nuestros reportajes, notas informativas y fotografías eran desplegados, lo que me daba una gran satisfacción profesional.

Fue la última feria de San Cristóbal que organizaron los socios Manolo Chopera y Sebastián González. Como si lo presintieran, echaron la casa por la ventana. Contrataron a Paco Camino, Eloy Cavazos, Manolo Martínez, Niño de la Capea, Dámaso González, Antonio José Galán, Ruiz Miguel, Curro y Rafael Girón y Carlos Rodríguez “El Mito”. Carlos Andrés asistió a todas las corridas en compañía de su paisano tachirense doctor Ramón J. Velásquez. El triunfador de la feria fue Eloy Cavazos, como antes de un mes se erigiría triunfador de la Corrida de la Prensa en su décima edición. El maestro de Monterrey fue a Valencia junto a Paco Camino y Curro Girón y toros de Valparaíso.

El 27 de mayo de 1972 fue el último día que un torero mexicano abrió la Puerta Grande de la Plaza de Toros Monumental de Las Ventas, gracias a que le cortó las dos orejas a un toro colorado de la ganadera salmantina doña Amalia Pérez Tabernero, distinguido entre sus hermanos con el nombre de “Azulejo”. El maestro, que por aquellos días formaba parte de un destacado grupo de toreros mexicanos, toreó la tarde de su apoteosis con el aragonés Fermín Murillo y el linarense José Fuentes. Esa Puerta Grande de Cavazos se convirtió en un fantasma para las próximas generaciones de toreros mexicanos que, desde 1972 no encontraban la llave para abrir el candado venteño.

Un par de años antes, España se había abierto a los toreros de México. Alberto Alonso Belmonte y Fernando Jardón intentaron abrir puertas para que los toros tuvieran los caminos más diversos, parecido a lo que hizo don Livinio Stuyck cuando le dio visa a toreros como los cuatro hermanos Girón, Pepe Cáceres, los portugueses dos Santos y Paco Mendes. En fin, algo similar a lo que los Chopera ahora en Madrid intentaron hacer con los mexicanos el año pasado.

Eloy Cavazos formó parte de un póker de ases integrado además por su archirrival Manolo Martínez, Mariano Ramos que encarnó la charrería azteca y Curro Rivera un torero que en España realizó campañas vibrantes con destacados triunfos en Madrid. Los cuatro confirmaron en Las Ventas, y de los cuatro fue Eloy Cavazos el último que cruzó el umbral de la puerta grande el 27 de mayo de 1972. Cavazos es un

torero de renombre que hizo historia aquella tarde. Una historia de cuyos primeros días escribí en mis reportajes desde México y que hoy se reúnen en este libro.

En Caracas, Gregorio Quijano y Taurivenca continuaron su temporada de novilladas. La presentación del joven cordobés Alfonso Galán, fue la gran atracción al comienzo del ciclo. Anunciaron al hermano de Antonio José con toros de Guayabita y los novilleros Rafael Pirela y Mario Rivera.

El mismo día que llegó Alfonso a Venezuela, procedente de Bogotá, se fue directamente desde el aeropuerto hasta Meridiano. Ya era nuestro diario el periódico taurino más importante, y así lo reconocían los profesionales del toreo. Antonio José, su hermano mayor que había triunfado en Mérida, Maracaibo y San Cristóbal se refería a la presentación de su hermano en Caracas a manera de chiste: “Va a torear en el Nuevo Circo antes que yo.” Era febrero y ya la temporada de las ferias estaba por concluir. Sólo faltaban Mérida y Maracay; así que Alfonso Galán, gracias a la amistad surgida entre Antonio José y el ganadero de “Los Aranguez”, Alberto Ramírez Avendaño, se fue a la ganadería en Carora.

Antonio José Galán había vivido momentos de reclusión taurina en la finca de Los Aranguez, junto a Francisco Rivera “Paquirri”. Los toreros hicieron gran amistad con los miembros de la familia Riera y gozaron del cariño y del aprecio de la gente de Carora. “Paquirri” vivía sumido en el guayabo que le producía la ausencia de su enamorada, Carmen Ordóñez, hija del maestro de Ronda, Antonio Ordóñez, nieta de “El Niño de la Palma”, por el lado paterno, y por el lado materno no se quedaba corta pues era hija de Carmiña, hermana de los Dominguín, Domingo, Pepe y Luis Miguel y nieta de Domingo González Mateo “Dominguín”... Entre bromas le decían a “Paquirri” que cuando se casara y tuviera un hijo este no sería un hijo normal. “Será un semental de toreros”, porque los Rivera también tienen lo suyo en el árbol genealógico, además de toda la casta, raza, temperamento y vocación del propio Francisco. Alfonso no iba a estar en aquellas alturas de Carora, donde se movía su hermano Antonio José, apadrinado por Mickey Castillo, un taurino que pasó como centella por la fiesta de los toros y que su contribución se resumió a entregarle a sus amigos, Antonio José y Alfonso, su amistad amplia y sincera. Alfonso se fue a Carora, más bien a la sabana de Copacoa donde está ubicada la casa del mayoral.

El mayoral para esa época era un vaquero de Palma del Río, Córdoba, de nombre Juan Martínez. Hombre temperamental, inusitadamente fuerte, un vaquero excepcional y auténtico “hombre de a caballo”. Fue Juan Martínez el fundador de un estilo vaquero en la ganadería de “Los Aranguez”. Hizo a Antonio Camacaro vaquero y ganadero. Antonio fue por años el mayoral. Juan hizo a los vaqueros como Gerardo y los otros muchachos sabaneros, amansó caballos, fundó bueyadas y sentó las bases para el manejo de la dehesa. Todo fue asimilado inmediatamente por los buenos vaqueros caroreños. Asimilaron los estilos de monta, como si de modas se tratara, recortaban crines y colas de los caballos, los vaqueros se hicieron garrochistas y se llegó a tentar a campo abierto. Da gusto ver acosar a las vacas y a los becerros en los cerrados de “Los Aranguez”. Faenas de campo que hacen muchachos vaqueros que no saben que, hace ya tiempo, aquellas sabanas fueron pisoteadas y correteadas por el mayoral de Palma de Rio, Juan Martínez en su yegua torda.

De vez en cuando Alfonso Galán iba a Caracas y como concurría a la hora de almuerzo a Cuchilleros, casa de Juanito y Pedro Campuzano, nos citábamos para ir al Frontón de la Casa Vasca, en El Paraíso, a jugar pelota, frontones. Juntos íbamos al gimnasio del Hotel Caracas Hilton, al vapor y al baño sauna. Hicimos una grata amistad que aún perdura.

Alfonso hizo sus pininos como torero en Venezuela. Entre nosotros dio sus primeros pasos. Tuvo momentos muy importantes en su carrera. Como novillero apuntaba por su gran clase. Antonio José Galán, su hermano y su guía, se mofaba de él y de su arte y le repetía con cansina insistencia “los de cojones a mandar y los de arte a acompañar”. Hay dos anécdotas interesantes en la vida profesional de Alfonso. La primera, la tarde de la confirmación de su alternativa en Madrid. Corrida de toros de Hernández Plá. Le tocó para confirmar el toro “Capitán”, indudablemente bravo. Ha sido el toro que más tiempo ha estado pegado al caballo recibiendo castigo. No le vi en la plaza; pero recuerdo muy bien la película en la que el toro recibe un prolongadísimo castigo; pero no de un ir y venir, sino una vara, prolongada y dañina, agotadora y fulminante, hasta que el toro tira la montura al suelo. No había manera de quitarle. Le colearon, es decir le tiraron del rabo y “Capitán” seguía prendido al peto. Esto, por supuesto, le desgastó. Madrid es Madrid, y cuando tiene guasa no hay como Madrid. Salió el toro de la suerte de varas, por supuesto quebrantado herido y agotado. 235

Había dejado en el peto toda la fuerza, el gas, el temperamento y la bravura. Fue Alfonso hasta donde estaba el toro convertido en un marmolillo y se puso frente a la cara del agotado “Capitán”. Un par de pases y se convirtió en un mueble, con sentido y peligro. Un auténtico problema que dudo exista un torero capaz de resolverlo; y Madrid quería que Alfonso Galán lo resolviera. Este fue su primer gran pecado profesional.

El otro fue en Bilbao. En la feria de Bilbao con una corrida de Pablo Romero. Estuve presente y fui testigo de todo lo que ocurrió. La corrida, como suele suceder en esta casa andaluza, salió mansa, sin fuerza y con peligro. Alfonso, en su afán de gustar, prolongó demasiado su estada frente a la cara de sus toros. Currillo había sido herido por su primer astado y había pasado a la enfermería. Alfonso le sustituyó y cuando había logrado algunos muletazos de mucho mérito, que fueron coreados por gran parte del público, una minoría se metió con él. Tal vez la presión, los nervios, su inmenso deseo de triunfo, actuaron mecánicamente como un resorte y se encaró con la masa. De inmediato, fue toda la plaza la que le adversaba. No sólo la minoría, que le censuró antes; pues mi querido amigo, sin pensarlo dos veces, se llevó la mano derecha a los cojones y ¡Mira por dónde!

La carrera profesional de Alfonso ha tenido triunfos importantes; pero no ha sido Alfonso hombre de guerra. Con una suerte bárbara para las mujeres, lleno de amigos porque es un tipo fenomenal, se ha dedicado más bien a los bienes raíces, con mucha fortuna, y en un vocero de la causa venezolana.

Por Alfonso Galán lloraba la Pantoja, y eso que era mujer de Paquirri. Lloraba la Jurado, siendo Rocío mujer de Carrasco, campeón de boxeo, y la hermana de la Jurado también reclamaban su cuota de pasión de Alfonsete, como con cariño le llaman sus hermanas en Fuengirola. Sin duda, un rompecorazones de lujo. En Venezuela dejó muchos amores, amores que a él le recuerdan y él recuerda, porque si algo tienen estos hermanos Galán es el ser muy agradecidos, y ellos por Venezuela sienten mucho respeto y gratitud.

Mérida celebró su Feria del Sol; y el plato fuerte del abono fue la alternativa de Jorge Jiménez; un muchacho de Puerto Cabello que hizo campaña de novillero en México. Cuando se doctoró en Mérida le apoderaba Rafael Báez. Jorge se destacó por valiente. Sus actuaciones en plazas de la frontera norteña mexicana y en la propia Monumental México se reseñan escritas en sangre. Fue padrino de Jiménez Manolo

Martínez y el testigo Eloy Cavazos. Una de las escasas veces que actuaron juntos, en un mismo cartel estos dos grandes toreros mexicanos, que juntos llenaron una polémica época del toreo. Los toros fueron de Piedras Negras. El ganadero piedrinegrino Raúl González trajo un toro que fue tentado para semental en la plaza de Mérida. Luego de ver la tienta el ganadero Fabio Grisolía, le compró para su naciente vacada de “La Carbonera”. En marzo del 74 llegó de Bogotá un novillero mexicano que haría época en Venezuela. Especialmente en Maracay. Me refiero a Adolfo Guzmán, que se presentó junto a Fermín Figueras “El Boris” y Rodríguez Vázquez con novillos de Santiago Dávila. Adolfo vino de México sin haberse destacado, aunque traía escuela, grandes ganas de triunfo y una contagiante simpatía que lo convirtieron desde el primer día el ídolo de Aragua. No ha habido otro novillero en Maracay que haya destacado tanto, dentro y fuera del ruedo, como este mexicano. Adolfo Guzmán toreó aquella temporada de 1974, nada más ni nada menos que 23 novilladas. Un record, no hay duda; más aún si acentuamos que la mayoría de los festejos fueron en Maracay. Algo que no han logrado ni aquellos que fueron ídolos nativos, toreros de la tierra, figuras de la plaza de Maracay. Además de sus éxitos profesionales, Adolfo Guzmán se convirtió en un personaje de la Ciudad Jardín. Fundó un bar-restaurante, hizo negocios exitosos y se convirtió en ídolo de las mujeres. Adolfo, con la inteligencia que le caracteriza, supo quitarse a tiempo de la actividad como torero aunque se mantiene ligado a la fiesta como apoderado y organizador de festejos. Apoderó en su momento de mayor éxito a Valente Arellano. Lo mismo hizo con Jorge de Jesús Glison, antes del trágico accidente con el novillo de Tepeyahualco en Tlaxcala.

Un día, en Aguascalientes, cuando presenciaba una corrida de la Feria de San Marcos, me encontré con Adolfo. Apenas cruzamos unas palabras y me dijo que pensaba organizar una novillada en San Juan del Río, Querétaro. Para la fecha se encontraba en Chichimeco, rancho del matador Miguel Espinosa “Armillita”, el novillero venezolano Manolo Rodríguez que vivía, comía, dormía y toreaba gracias a la generosidad de la familia Espinosa. Le pedí a Adolfo Guzmán un puesto para Manolo; y Guzmán sólo me respondió: “No te prometo nada. Si hay algo le aviso a Manolo.” Fue el día de San Juan, la primera novillada que toreó en México Manolo Rodríguez, en San Juan del Rio, Estado de Querétaro, y todo

gracias a Adolfo Guzmán, un hombre agradecido como pocos y un caso para la historia del toreo de Aragua. Ídolo sin par de la afición maracayera.

Para nombrar a Guzmán es imprescindible hacer referencia a Omar Sánchez, quien le representó y apoderó desde sus primeros pasos en arenas venezolanas. Omar ha sido un infatigable caminante en el sendero de los espectáculos. Organizó corridas de toros, espectáculos musicales, ferias, representó boxeadores, cantantes y toreros con un criterio amplio y certero. Pero han sido las mujeres en la vida de Omar las que le han quitado el oro. Es que de todas se enamora y a todas les entrega todo. Ha sido un tipo muy simpático, derecho y correcto, al que hay que estudiar a fondo para comprender. Aunque lo que está a la vista no necesita anteojos y, como dice la copla aquella sobre las mujeres y la perdición de los hombres.

El “guzmancismo” llegó a tales extremos en Maracay, que una tarde hubo una trifulca en El Cubanito, entre Omar Sánchez y Vitico Sandoval. Sánchez acusó públicamente a Vitico, Antonio Arteaga Arteaguita, a “El Tato” Ramírez y a otros novilleros, que no habían tenido suerte en la plaza, de haberle agredido. Sin embargo, al día siguiente Sandoval desmintió la cayapa y confirmó el lance personal con Omar. Hasta ese día y momento llegó el cruce de acusaciones; pero todo tenía que ver con las novilladas que cada domingo toreaba Guzmán, mientras que los toreros de Aragua se quedaban sentados en las gradas, porque no habían triunfado en las oportunidades que les daba la empresa que administraba Omar Sánchez, en sociedad con Ramiro Machado, un hombre del boxeo con varias incursiones en los ensogados del toreo, radicado en Maracay.

Raúl García, torero de Monterrey y sobrino del “Esteta Potosino”, Gregorio García, se presentó en Venezuela en la única corrida que aquel año se celebró en Maracay. Lo hizo junto al portugués Mario Coelho y el aragüeño Adolfo Rojas.

Fue una gran corrida de la divisa de Carora, con toros que promediaron a la canal los 300 kilogramos. Raúl ha sido uno de los toreros “leyenda” en la Plaza México. Primero como rival de Gabriel España, en sus días de novillero y luego por su memorable faena a “Comanche” de Santo Domingo. Su paso por España fue importante. Confirmó la alternativa en Las Ventas, con toros de Galache, encartelado con Paco Camino y “El Cordobés”. En Zaragoza, feria del Pilar, cortó un rabo. Más tarde volvería Raúl, a Barquisimeto en corrida de feria, a Caracas en un

festival y a una asamblea de directivos taurinos convocada por Eduardo Antich.

Me une a Raúl una gran amistad que nació en mi primera incursión a España en el año de 1972. Fuimos a Bilbao y viajamos por los ruedos del verano español, descubriendo una fiesta diferente, profundamente racial y que en parte fue expuesta por las experiencias vividas por este amigo de Monterrey y por su gran calidad como aficionado taurino. Las novilladas continuaban, y cada día abrían páginas importantes del toreo. Una de ellas fue el debut en la Maestranza maracayera de José Nelo, un alumno de la Escuela Taurina Municipal que dirigía Pedro Pineda. Dije de su presentación: “El debutante José Nelo pechó con lo peor de Clara Sierra, pero dejó buen ambiente y se destacó por lo fácil que es con el acero.” Más tarde, en España, su apoderado de siempre, Luis Álvarez, le bautizaría: “Morenito de Maracay”. Un torero importante para Venezuela y el mundo, un americano que ha dado la cara como pocos se han atrevido a hacerlo en España. El debut de Nelo fue en compañía de Freddy Girón y de Alfonso Galán, el 31 de marzo de 1974.

Ese día, en el Nuevo Circo de Caracas, Adolfo Guzmán abrió de par en par la Puerta Grande, que no se abría desde que los tres hermanos Girón, tras lidiar una corrida de La Laguna, habían salido a hombros, en enero, diez años antes.

Aquel año fui a Madrid, a la feria de San Isidro. El abono de mayo anunciaba carteles y acontecimientos interesantes como la confirmación de la alternativa en Las Ventas de Mariano Ramos, Rafael de Paula y de El Niño de la Capea, además del gusto que da siempre ir en primavera a Madrid, a España, a tener contacto con el toreo en España que es la expresión más acabada de lo que un aficionado pueda esperar de la fiesta de los toros. Con sus contrastes, como los claroscuros de Goya, con su polémica, como la permanente de Cánovas del Castillo, con su sentencia definitiva sobre el destino histórico de los toreros, como si de un Castelar se tratara.

Madrid, como dice Ramón Gómez de la Serna, el último de los abrumadores cronistas de Madrid, “es la capital del mundo más difícil de comprender”; y, agrego yo, si las plazas de toros son el espejo de las ciudades, la plaza de Madrid será “la más difícil de comprender”. Escribe Juan Antonio Cabezas que “de Madrid no puede decirse que

‘le sale el sol por Antequera’. Le sale y le entra cada día por su calle de Alcalá”...Y por la calle de Alcalá, en Madrid, entra y sale el toreo. Para comprender el toreo hay que entender, primero, a Madrid, y luego hay que ver toros de Las Ventas de Madrid.

De aquel San Isidro recuerdo tres tardes, como tres grandes joyas del toreo. La confirmación de la alternativa de Pedro Gutiérrez Moya “El Niño de la Capea”, el retrato de la ambición profesional; la faena de Antonio José Galán a un toro de Alonso Moreno, como lección bravía; y los lances de Rafael de Paula, como pinceladas de un inacabado arte que aunque breves y escasas satisfacen a su incondicional grey. Asistí en compañía de Efraín Girón a Las Ventas, la tarde de la confirmación de la alternativa de “El Niño de la Capea”. Un jovencísimo torero que comparaban con Camino, cuando en realidad casi nada tenían en común. Tal vez la precocidad sabia de los elegidos. La corrida de Atanasio Fernández muy bien presentada, hermosa, con trapío, agradable, brava y sin bobaliconería, tuvo mucha movilidad y entre sus toros no existió la igualdad de comportamiento: los hubo desde el toro noble y franco, hasta el marrajo que se acunó en tablas, en la puerta de chiqueros, escarbando y defendiéndose.

Recuerdo un instante de la corrida, cuando el toro se aquerenció en chiqueros y Paquirri, decidido, fue a por él, y Efraín comentó que allí, en ese sitio, “Pies de Búfalo” del duque de Pinohermoso, abrió en canal a César Girón. Francisco Rivera escalaba con una temeraria entrega la cuesta de la fama, y allí en ese sitio le cortó la oreja al manso de Atanasio. La actuación de Palomo fue soberbia. Le recuerdo fulgurante, embutido en blanco y plata. Y lo de “El Capea” fue inolvidable. La plaza enloquecida, confirmándole como figura del toreo, subrayando aquello que demostró la tarde del mano a mano con Julio Robles y los novillos de Juan Pedro Domecq, aquí mismo en Madrid. Todos los presentes estábamos conscientes de presenciar el nacimiento de una gran figura del toreo. Salí de la plaza emocionado. Fui hasta el Hotel Emperador, en Gran Vía, donde se alojaba Pedro en compañía de sus apoderados, los hermanos Javier y José Luis Martínez Uranga, primos hermanos de Manolo Chopera y conocidos por los taurinos con el nombre de “choperitas”. Allí encontré a José Alameda, el gran periodista de la radio y de la televisión mexicanas, y fuimos, junto a José Manuel Rodríguez, representante de Paco Camino, a tomarnos un café y una copa en Callao, unas cuadras más arriba hacia la calle de Alcalá.

Muy importante y trascendente en mi vida este contacto con José Alameda. Aún no le descubría como el océano inmenso que con una prosa y un verso, muy singular, regaría todas las playas del toreo. Le conocí, en ese momento, con gran superficialidad. Las luces de Madrid, como una marquesina, lo iluminaron y dejaron para admirarlo toda la vida. Alameda era conocido por sus grandes transmisiones radiales, en las que fue en un sentido rival de otro monstruo de la transmisión de las corridas por radio, Paco Malgesto.

Nos contó Alameda que el año antes, en Burgos, transmitió para España por Televisión Española la corrida de la alternativa de El Capea.

–No sabían quién era yo. Los telespectadores españoles acostumbrados al estilo de Matías Pratts, no lograban identificarme. Hasta que surgió la conspiración que en su momento llamé de “las navalonas y los marivisos”, para denunciar el terrorismo profesional de Alfonso Navalón y de Mariví Romero. El primero adalid de una crónica ladrona y asesina, afirmaba Alameda, denunció mi filiación republicana ante las autoridades policiales del franquismo.

Fernández Clérigo, destacado político de la República Española, fue el padre de José Alameda, cuyo nombre auténtico fue Luis Carlos Fernández López Valdemoro, nacido en la madrileñísima calle de Goya, donde ahora se encuentra la Cafetería California 47. Tomó el seudónimo para escribir y hablar de toros. José en honor de su admirado “Gallito”, cuya voz escuchó en Marchena, Sevilla. El Alameda lo adquirió de la Alameda Central, de México, y de la Alameda de Hércules, de Sevilla.

Todo lo pensó en su tienda de Curiosidades Mexicanas que tuvo cerca de la Alameda Central, vecino al Teatro de las Bellas Artes, en Ciudad de México, pues cuando buscaba el seudónimo para escribir, ya que no veía correcto usar el de Fernández Valdemoro, sintió que el Juan, por su admirado Belmonte, era mucho Juan de Pueblo, y que honrar a Gaona, con un Rodolfo, agradeciendo a México, era demasiada petulancia. Junto a sus nombres, días después, el 4 de noviembre de 1945 en la XEW, nació la frase que sería su bandera radiofónica y tarjeta de identidad: ‘‘El toreo no es graciosa huida, sino apasionada entrega”. Años después nacería en el mismo sitio de la calle de Goya un torero madrileño que revolucionaría el mundo de la tauromaquia, con sus conceptos de sitio y de distancia: Antonio Chenel “Antoñete”. Conocía de Alameda su libro Los arquitectos del toreo moderno,

obra que realizó a manera de réplica del tema conceptual con el que Bergamín, en “El arte de birlibirloque” exalta a “Gallito”. Travesura intelectual de Alameda que, más tarde, con profusión de obras y ensayos ratificaría. José Alameda representaba al consorcio televisivo mexicano, que en ese momento organizaba en España la transmisión de una corrida de toros llamada “La corrida mundial”. Espectáculo que se transmitiría en directo desde Málaga, a México e Hispanoamérica. Entre café y copa me confesaría: “… cuando muera me recordarán por literato; no por las transmisiones de radio y de televisión”. Como le admiré en su rol radiofónico me costaba trabajo creer que en otra disciplina de la vida pudiera superarse a sí mismo. Cuan equivocado estaba, aún me faltaba conocer su obra literaria, la más importante ensamblada por taurino alguno en la historia de la fiesta con la que hicimos contacto hasta el mismo domingo 28 de enero de 1990, cuando el Maestro decidió irse de este mundo.

Alameda fue siempre ‘el Maestro Alameda’, un maestro entre muchos profesores. Y sabiéndose mucho tiempo atrás que era un gran poeta, nos dejó en sentidos versos, su biografía, su autorretrato:

Paso a paso he pasado por la Tierra/ camino a la muerte prometida/ Sin poder detenerme/Y la muerte me ha dado cada día/ un poco de su polvo. Y he vivido/ con una vida ambigua/ creciéndome la muerte por adentro/ detrás de la sonrisa/ Hasta quedar al cabo en un pequeño/ montón de huesos y ceniza/ Ese soy yo/ Tal es mi biografía.

Fue hombre de las circunstancias, en el sentido del también madrileño Ortega y Gasset. A Carlos Fernández las circunstancias lo echaron de Madrid, de aquel Madrid de la época de Rafael Guerra “Guerrita”, y lo llevaron de niño a Marchena, Sevilla, donde en brazos del gallismo primero y más tarde del chicuelismo, bebió las gotas fundamentales de la leche del toreo.

Ya hombre —como él mismo lo indica en su Retrato inconcluso— regresó a la Villa del Oso y del Madroño al compás de la vida. Se formó intelectualmente, casi sin estación de paso, hasta que el río de los acontecimientos lo arrojó sobre la playa de las circunstancias de la Segunda República, y en la expresión de sus intelectuales encuentra el cántaro donde se bebe su propia curva literaria, la del pozo de la generación de 1928.

Aquellos acontecimientos y circunstancias de la España convulsa le llevaron al París Socialista, la ciudad de las libertades. Allí, en la ciudad deVíctor Hugo y de Zolay en las aulas de la Universidad de La Sorbona, remató sus estudios de Derecho Romano, y bebió tragos del periodismo de libertades y de protestas; y con un título de abogado –pergamino que olvidó en algún rincón de la bohemia parisién– para ejercer una profesión que jamás ejerció, partió de El Havre, noroeste francés, a Southhampton, Inglaterra. Saltó el Canal de la Mancha plagado de minas alemanas y llegó a Londres el 13 de febrero de 1940.

Con un pie en Londres, muy distinta a esta Londres de los Juegos Olímpicos, y con la mirada puesta en el Nueva York que anunciaba Federico García Lorca, cruzó el Atlántico. Al pisar tierra norteamericana encauzó su destino por las líneas del ferrocarril, caminos y caballos de hierro sobre los que se erigió el gigante del capitalismo, la franja derecha de los Estados Unidos. Fueron trenes que le llevaron. Nació José Alameda en la madrileña calle de Goya, el 24 de noviembre de 1912, por lo que en noviembre de este año de 2015 se cumplirán 103 años del nacimiento del famoso periodista.

Carlos Fernández Valdemoro, quedó fascinado con México. Encantado con el abigarramiento mexicano. Firmó con el nombre de Carlos Fernández Valdemoro, porque fue hijo de Fernández Clérigo, que había sido secretario de don Manuel Azaña. Era a su vez el nieto del marqués de las Navas, y con todo su cortesano linaje, Fernández Valdemoro era demasiado republicano.

Así que, para cruzar la arena del toreo, y meterse en el corazón del pueblo taurino con alma de literato, se autonombra Alameda, por la Alameda de Hércules, allá en Sevilla, en recuerdo de Manuel Jiménez Chicuelo, y José, nada más ni nada menos que por Joselito. José Alameda nació, frente a la Alameda Central, de la Ciudad de los Palacios, el México que haría suyo y que exaltaría con su prosa, su poesía, la narrativa singular y personalidad admirable.

Fueron 50 años de actividad. Medio siglo de cátedra permanente, de “apasionada entrega” a la fiesta de los toros. Vida catalogada a manera de índice, en su obra de literatura taurina: El arte del toreo Católico, Los arquitectos del toreo moderno, Los heterodoxos del toreo, La pantorrilla de Florinda y el origen bélico del toreo, Retrato inconcluso, Crónicas de sangre, La evolución del toreo y Al hilo del toreo, junto a una infinidad de artículos y reportajes que su larga trayectoria literaria 243

preñó de positivismo taurino las páginas de diarios y de revistas del universo taurino.

José Alameda será más recordado como literato que como incomparable relator y comentarista en los medios radiofónicos. Fue el más profundo de todos cuantos han existido. Coincidencialmente con su partida, Espasa Calpe lanzó al mercado de los libros su última obra Al hilo del toreo. Su trabajo periodístico fue una gran alabanza, grande por su pluma. A manera de agradecimiento por la dedicatoria que le hice del libro Solera brava, publicó un artículo en “El Heraldo de México”, su postrera tribuna taurina.

Como ocurre cuando suceden estas cosas, el despacho informativo de la Agencia de Noticias llegó frío a la redacción aquella tarde de 1990. Simplemente anunció la muerte de José Alameda, “conocido periodista taurino”. Afortunadamente no fue así, porque quien ha escrito tanto, y tan bien, quien grabó su voz no en la mente y en el recuerdo, como él grabó la voz de “Gallito”, sino que hirió los electrones y se metió en cientos de cintas mil veces reproducidas, en videos y en magnetófonos, no puede morir.

Allí, con ese tono leve de su grata voz, perfecta dicción, sonora prosa y verbo fácil, estará siempre José Alameda. Un crítico que con una frase podía hacer figura a un torero, y que al leer entre líneas pudo ser capaz de descubrir cosas profundas pero que nunca, jamás, hirió ni utilizó sus escrituras taurinas para atacar ni para participar en la vida privada de otros.

La tarde anterior al fallecimiento me comuniqué con Guillermo Leal, en aquellos momentos su alumno más directo. Memo Leal fue directo y dijo que le quedaba poco “al Maestro”. Su busto se eterniza en tallas de duro pedernal o lustroso bronce. Hay uno en la “México” con el facsímil de su firma, otro en plazas y cosos taurinos, y uno, muy particular, en León, Guanajuato.

Es una hermosa obra del escultor Humberto Peraza, con la dedicatoria del ganadero Alberto Bailleres, que dice:

“A José Alameda, por su labor literaria en La Fiesta”. El bronce a sus espaldas tiene, grabado por el escultor, la Décima de las

ascuas. Alameda, agradecido a Peraza, le escribió el siguiente poema, que hoy con su “graciosa” huida adquiere carácter trascendental. La emoción de la escultura cuando esculpido me vi, fue verme fuera de mí reducido en forma pura, deshabitada figura. Prisionera de tal suerte la imagen en bronce inerte tiene una emoción real, pues anticipa, inmortal, el vacío de la muerte”.

José Alameda.

El triunfo fulgurante de “El Capea” se disipaba del ambiente venteño a medida que salían los encastados, bravos, peligrosos toros de Alonso Moreno. Manolo Cortés, torero de impresionante profesionalismo y de grandes recursos, no pudo con el desbordante genio de los toros andaluces. Paco Bautista fue incapaz de soportar los arreones de los saltillos. Cortés y Bautista pasaron a la enfermería. En el hule estaba Antonio José Galán, que había abierto la puerta de la sala de curas. Era tarde con olor a cloroformo y gasas. Había ambiente de tragedia. Saltó de la camilla Antonio José Galán. En el ruedo sólo quedaban las asistencias. Los matadores habían hecho mutis del escenario. Le recuerdo al bravo torero de Bujalance sin chaquetilla, con la camisa destrozada y el chaleco hecho jirones. Salió hecho un ciclón y le arrancó la muleta de la mano al mozo de espadas. Se fue hacia los bajos del palco de la autoridad, y con una rodilla en tierra se dobló con el bravísimo astado.

Luego, por el otro pitón y cuando nadie se había enterado, relajado cada nervio de su ser, trazaba en los medios de la plaza de Madrid los más reposados, templados y toreros naturales que se hayan visto en el corazón del toreo. Aquella tarde conquistó Galán todos los trofeos de la Feria de San Isidro. Aquella tarde Madrid le hizo figura del toreo.

Otras tardes vendrían como la del rabo al toro de Miura en Sevilla, la de la tormenta de Pamplona, vendrían muchos gestos que coronarían gestas, pero fue la tarde de los toros de Alonso Moreno, cuando Galán se quedó sólo en la plaza de Madrid, la que le hizo alguien en el toreo.

Dijo un periodista madrileño cuando en “La Venta del Gato”, sala de fiestas propiedad de mi viejo amigo Rafael Pantoja, resumía la tarde torera en un coloquio entre taurinos que “en el toreo hay tres capotes: el de paseo, el de brega... y el de Rafael de Paula”. La tarde de aquel día, con un traje pizarra y oro, con chaleco recamado, el jerezano Rafael de Paula había ido a la plaza de Las Ventas a confirmar la alternativa que había tomado allá abajo, en su rincón, hacía, más o menos, diez años atrás. Demasiado tiempo había esperado, según los ortodoxos. Nunca debió haber ido, decían los gitanos. De gitanos se llenó Madrid. Pelos azabache, prensados y atados en la cola, en las mujeres. Camisas blancas con el pecho abierto, descubriendo reliquias y medallas, en los hombres. La raza de bronce presente en Las Ventas para la confirmación de su torero, Rafael de Paula. Palmas por bulerías acompañaron el paseíllo, para animarlo. Ánimo fue lo que le faltó a Rafael, pues la tarde transcurría sin noticias y en medio de una plomiza mediocridad. Hasta que un toro, que no era el suyo, que no era toro de Rafael de Paula, salió rebotado de un caballo y encontró en su camino al “capote de Rafael de Paula”. Impresionante dejadez, total la entrega, la mano de salida un poco alta, cimbreante la cintura y hundido el mentón, sólo acompañó el viaje y... ¡Saltó del tendido el primer “quejío”!... Unos pasitos hacia adelante, de nuevo en el viaje del toro, y el segundo lance y... ¡Saltó del tendido una explosión!... Al tercero, la hecatombe y con el remate de una media verónica, ceñida, singular, diferente, nació el comentario de Rafael Campos de España en “La Venta del Gato”: “en el toreo hay tres capotes: el de paseo, el de brega... y el de Rafael de Paula”. Regresé a Caracas y encontré que se hacían preparativos para la organización de La Corrida del Mar, un mano a mano con Curro Girón y Manolo Martínez. Fue la presentación de “Los Aranguez” en la plaza de Caracas. Manolo le cortó una oreja al único toro que lidió porque el espectáculo se suspendió por lluvia. Fue la primera oreja que un matador de toros le cortaría a la ganadería de Carora. Curro Girón resultó herido, con un codo fracturado. El resto del encierro se lidiaría, más tarde, en una de las novilladas de la temporada de Taurivenca. Pepe Luis Girón tuvo la suerte de que le tocara un toro estupendo y

ese día fue su día como torero. Vimos lo que pudo haber sido de haber querido ser alguien. Vimos lo que había visto su hermano César y por qué cifró tantas esperanzas, justificadas luego de verle con el toro de “Los Aranguez” y porqué llegó a creer en él. La vida de Pepe Luis fue un mar de contradicciones. Lo tuvo todo y no tuvo nada. Desde niño vivió con César en Madrid, y fue uno de esos seres privilegiados que todo lo que intentan lo hacen bien. La maldición del privilegio, porque se aburren pronto del éxito fácil de la vida y llegan a ser perfectos “don nadie”. Ese fue el caso de Pepe Luis. Con una facilidad increíble para jugar fútbol, llegó a interesar al Real Madrid. Jugó en las divisiones inferiores del gran equipo español; pero no fue capaz de soportar la disciplina. No fue capaz, tampoco, de crecer en el toreo y se limitó a decir qué cosas pudo haber hecho. Borrascosa y oscura fue el resto de su vida, de permanente descenso, apagándose la luz del privilegio y de la vida, hasta morir en el Hospital Clínico Universitario de Caracas, convertido en piltrafa humana, alcoholizado, justo al año de haber muerto su hermano Curro, abandonado por amigos y aduladores, solo con un mal hepático.

Aquel año 1974 se llevó en un accidente vial en la autopista del centro, cerca de La Morita, al banderillero valenciano Edgar Pérez “Perecito”. Le acompañaba Víctor Meléndez, torero valenciano que sufrió graves heridas y que milagrosamente salvó la vida.

El cable trajo la noticia del gran triunfo en la Maestranza de Sevilla de Jorge Herrera, el novillero de Fusagasugá, Colombia, que tanto quiso Caracas. Jorge se convirtió en el héroe de las temporadas de novilladas organizadas por Taurivenca, los años 71 y 72. Sus triunfos le abrieron caminos en Colombia, donde los hermanos Lozano tenían intereses empresariales. José Luis le organizó en España una bonita campaña de novillero, para prepararle para un doctorado de lujo. En Sevilla el 18 de julio hizo el paseíllo en La Maestranza junto a Juan Martínez y Manuel Ruiz “Manili”. Cortó dos orejas y dio una vuelta al ruedo. Buen torero, aunque carente de ambición. Se conformó con las migajas que encontró en Colombia, con las que se hizo rico, hay que decir la verdad. Jorge estaba llamado a pisar cotas superiores en el toreo, y no se molestó en sacrificios y molestias. El 11 de agosto nos encontrábamos en el Nuevo Circo de Caracas cubriendo una de las novilladas de la temporada, cuando llegó el rumor de una desgracia. Se comentaba que a Curro Girón le había matado un toro en Madrid. Curro toreó aquella tarde de agosto en la Corrida de 247

los Veterinarios, organizada por su apoderado Manolo Lozano, médico veterinario y un hombre que siempre ha estado ligado a su facultad en la Universidad de Madrid, como también lo ha sido con todas las ataduras espirituales de su paso por la vida y es por ello que goza del afecto y de la admiración de todos los que le hemos conocido. Sufrió Curro una grave cornada de un toro de Galache, que le abrió el muslo derecho en canal. Toreaba con Currito Vázquez y Raúl Sánchez, un valeroso talaverano.

Pero ese día estaba marcado con sangre. En la plaza de toros Monumental de Barcelona, un toro del “Hoyo de la Gitana” de nombre “Cuchareto”, le quitó la vida al valiente diestro lusitano José Falcón. Un día trágico, no hay duda. En esa fecha se recuerda con dolor la tragedia sucedida 40 años atrás, cuando el toro “Granadino” de la ganadería de Ayala, hirió mortalmente en Manzanares, a Ignacio Sánchez Mejías, cuñado de Joselito “El Gallo” y un hombre que con su intelectualidad dignificó espiritualmente la fiesta de los toros. Un día que recordó para la posteridad el genio de Federico García Lorca, con el poema más elegíaco de todo el poemario castellano: Llanto por Ignacio Sánchez Mejías.

Sánchez Mejías había ido a Manzanares en lugar de Domingo Ortega, y al día siguiente, 12 de agosto, estaba anunciado para torear en Pontevedra. Murió al ser trasladado a Madrid, en el coche de Armillita. El maestro de Saltillo fue el que se encargó de “Granadino”, pero antes, inmediatamente luego de ocurrir el fatal percance, Fermín le ordenó a las asistencias: “Díganle a los médicos que le taponen la herida como sea...Y que se lo lleven a Madrid en mi coche”. Camino a la enfermería, Sánchez Mejías con la muerte reflejada en su rostro, según Alfredo Corrochano, testigo de la tragedia, le decía a Antoñito, su mozo de espadas: “Se acabó, Antoñito; esto s´acabó”. El percance de Ignacio provocó mil especulaciones, porque dramática fue la vida de este maravilloso sevillano al que su tierra debe tanto.

José Falcón, el diestro lusitano fallecido en Barcelona a consecuencias de la mortal herida que le infiriera “Cuchareto”, vino a Venezuela para torear en Puerto Cabello una corrida de toros que organizó Federico Núñez. Estuvo muy bien con toros duros, bravos, de Bellavista. Aquella actuación le abrió las puertas de muchas plazas. Vino a Caracas, fue a Maracay, participó en la feria de San Cristóbal. Su carrera en España abría caminos, porque se arrimaba como un valiente. Su día más

aciago, lamentablemente, lo vivió en Caracas la tarde que Luis Procuna le dio la alternativa a Joselito Álvarez. Fue aquella corrida que organizó Rafito Cedeño y que se recuerda porque saltó a la arena un toro de tamaño descomunal de la ganadería colombiana de “Clara Sierra” al que bautizaron “Betulio”, en homenaje al campeón mundial de boxeo. Uno de los toros del lote de Falcón se le fue vivo a los corrales. Esa fue la última tarde que vimos en Venezuela a este gran torero, quien cayó en la arena de la monumental catalana.

Al mes de la tragedia de José Falcón en Barcelona, tomó la alternativa de matador de toros en la Ciudad Condal el guariqueño Celestino Correa. Una ceremonia muy vistosa y una actuación destacada, porque el criollo cortó una oreja. Era el justo final de un brillante, y muy sacrificado, camino como novillero que tuvo momentos estelares, que llenaron de esperanza a la afición venezolana. Celestino Correa fue descubierto en Caracas, en la temporada de 1969, en una novillada nocturna organizada por Víctor Lucena en la Temporada de los Jueves Taurinos. La afición se le entregó, encandilada por su capote luminoso, y el periodista Rodolfo Serrada Reyes “Positivo” le alzó como “bandera” Rodolfo movió cielo y tierra para ayudarle. Sus contactos con Jerónimo Pimentel le abrieron las puertas en la Santamaría de Bogotá. En la primera plaza de Colombia triunfó y salió a hombros. En la temporada venezolana, aunque había más oportunidades de las que ahora tienen los novilleros, Celestino veía muy estrecho su futuro, y por ello se fue a España. Las expresiones laudatorias de Serradas eran exageradas, no hay duda. Le comparaba con Rodolfo Gaona y le llamaba “El indio grande”, por ser Celestino natural de Tucupido. Meses de penuria pasó en España. Sufrió del frio inclemente y pasó hambre, hasta que un día se topó con Octavio Martínez “Nacional”, que administraba la plaza de toros de Las Palmas en Gran Canaria. Martínez fue un personaje que dejó huella en el toreo. De ello no me cabe la menor duda. Grandulón, voluminoso, pesado en carnes, se movía cual peso pluma para lograr sus propósitos. Nadie jamás ha exaltado tanto las dotes, reales y supuestas, de su torero como lo hacía Octavio con Celestino. En Madrid tenía un Mercedes Benz de color verde perico encendido. Cruzaba de banda a banda la geografía española, e igual estaba sentado en la mesa del despacho de Pedro Balañá hijo, como en un café con Manolo Chopera o en plena acera de La Gran Vía conversando con alguno de los hermanos Lozano. La temporada que hizo Celestino Correa como novillero fue importante por las plazas y las ganaderías que lidió, y por los alternantes. Pocas veces un torero

americano se había formado con tanta categoría y mimo como lo hizo Correa.

Recuerdo cuando llegó a Venezuela, luego de la alternativa, cómo presumía de su colección de bellísimos vestidos de torear, sin estrenar, capotes de brega y muletas nuevas, completísimos juegos de estoques que hubiesen sido envidia de figuras del toreo. La espuerta y el fundón, repujados en finísimos cueros. Todo con categoría. Llegó Octavio con su poderdante al Caracas Hotel Hilton. Mucha grandeza alrededor del torero que recién había tomado la alternativa, y que tenía firmadas las ferias de Maracaibo y de Valencia. Impresionante el movimiento de prensa provocado en Caracas por el apoderado. A diario almorzaba en Cuchilleros, casa de los hermanos Juan y Pedro Campuzano, que era el sitio de la tertulia taurina caraqueña más importante. Allí concurrían apoderados, periodistas, empresarios y ganaderos a diario. Todos los días se hablaba de Correa. En la radio le dedicaban programas completos, aparecía en televisión y las páginas de los diarios hacía referencia a que “Correa sí torea”, el slogan que lanzó al mercado publicitario este grandulón de Almería, al que muchos detestaban porque, sinceramente, era atrevido para decir las cosas, agresivo en su sinceridad, pero al que yo, lo digo aquí, admiré y admiro en el recuerdo porque le sentí amigo y sincero. Octavio Martínez “Nacional” tuvo su estilo, y de su estilo, con aciertos y errores, convirtió a sus toreros –además llevó a Pedro González “El Venezolano” y a Paco Bautista–, en nombres importantes que fueron tomados en cuenta.

No dejaba de ser Venezuela polo de atracción para la inversión taurina foránea. Antoñito García, el ganadero colombiano, insistía en hacerse criador en Venezuela. Trajo en sociedad con Oswaldo López una punta de vacas de Vistahermosa, la ganadería que fundara su padre en La Sabana de Bogotá, Mosquera, y fundó la ganadería de Los Samanes en la vecindad de Duaca, estado Lara. Breve vida la de esta divisa, fundada con ruido de charangas y de villamelonismo por los socios de la compañía. Lidió una sola corrida en su historia, en la plaza de Barquisimeto, y desapareció sin pena ni gloria.

En Caracas, José de Jesús Vallenilla se convirtió en Presidente de la Compañía Anónima Monumental de Caracas, un proyecto de Borges Villegas, el caraqueño que le dio a Barcelona, España, su parque de atracciones de Montjuich. Borges Villegas fue antes el creador y administrador del Coney Island de Caracas, situado en la avenida Francisco Miranda en Los Palos Grandes. Sucedió como suceden todas

las cosas en Venezuela. Una gigantesca reunión en La Estancia. Cientos de promesas y al rato se esfumó la idea por muchas razones jamás explicadas. La única que supimos fue la de un penoso asunto que vivió el hijo de Borges Villegas, con la muerte de una muchacha en su casa. Este asunto le pegó muy fuerte a Borges Villegas y no volvimos a saber de él ni del asunto de la Monumental de Caracas ni siquiera por boca de su flamante presidente, José de Jesús Vallenilla Calcaño. Mientras en Caracas, luego de destacadas actuaciones en el interior, se presentaba Manuel del Prado “El Triste” en la temporada de novilladas, en Marbella se transmitió para el mundo la Corrida Mundial, mano a mano Manolo Martínez y Paco Camino con toros de Carlos Núñez. Espectáculo que condujo con maestría Pepe Alameda, pero que fue duramente criticado por la prensa protagonista de aquella época.

No sabían los aficionados del mundo que, en ese momento, desde Marbella se daba el primer paso en la red comunicacional que más tarde uniría a los taurinos del mundo; y que 20 años después Televisión Española, con su programa “Tendido Cero”, bajo la conducción de Fernando Fernández Román, el centro de distribución de maravillosas imágenes de la fiesta por el mundo. Hugo Domingo Molina desempolvó los avíos y se plantó en el campo de batalla: anunció la organización de dos ferias, las de Maracaibo y San Cristóbal. Con un sentido de la oportunidad y de imaginación que carece la gran mayoría de los organizadores taurinos venezolanos, Hugo Domingo contrató a Rafael Ponzo y a Celestino Correa, para Maracaibo.

A Correa lo puso en un mano a mano, criticado en su momento, con Palomo Linares con seis toros de Javier Garfias; y Ponzo alternó la tarde de su presentación con dos grandes figuras, Eloy Cavazos y Francisco Rivera “Paquirri” y toros mexicanos de “Valparaíso”, propiedad de don Valentín Rivero, una ganadería que en esa época vivía gran momento. El tercer cartel de la feria de La Chinita lo formaron Curro Girón, Paco Alcalde y Antonio José Galán con toros de Santacilia. Alcalde hacía su presentación en Venezuela. Se trata de un diestro manchego que llegó a emocionar sobremanera a los públicos por su entrega y espectacularidad, especialmente en banderillas.

Desde Maracaibo se proyectaron Correa y Rafael Ponzo.

El primer beneficiado fue Luis Gandica, organizador de la Feria de la

Naranja en Valencia, que anunciaba a los dos toreros en sus carteles. La venta de las entradas estuvo muy apaciguada, hasta que saltó en la prensa la noticia del éxito de Correa y de Ponzo en Maracaibo. Triunfo que parecía un parto de una vieja exigencia nacionalista, la de una pareja rival para sostener sobre sus hombros el negocio taurino venezolano.

Lo de Maracaibo se repetiría todos los años, y toda la vida, y siempre con los toreros venezolanos. El empresario nacional no tiene conciencia de la importancia que significa el torero venezolano para el público. Le da miedo que el venezolano triunfe, porque le teme a que le cobren más dinero del que le cobran cuando el venezolano es un simple relleno. No sabe, no se da cuenta, no se ha dado cuenta de que el nacionalismo se explota con dividendos positivos en todas partes del mundo.

Han sido los toreros de Sevilla el sostén del toreo en La Maestranza. Los valencianos Vicente Ruiz “El Soro”, Enrique Ponce, Manolo Carrión y Vicente Barrera le han dado vida a las corridas falleras en Valencia de España y son el bastión de la feria de San Jaime en la plaza de la calle de Játiva. Madrid revivió, creció y se hizo gigante con “Antoñete”, un torero que a Manolo Chopera le parecía “viejo y acabado” cuando se lo recomendé en Venezuela para que fuera por delante de una corrida de Javier Garfias que mató en Valencia. “Antoñete” en Madrid le salvaría la integridad empresarial a Manolo Chopera. Gracias al triunvirato histórico de Santiago Martín “El Viti”, Julio Robles y “El Niño de la Capea” Salamanca convirtió su tímida temporada en una gran temporada. En México, han sido la afición y sus toreros los que le han dado personalidad e historia al toreo. Y no hablemos de Colombia y de César Rincón. Colombia se hizo importante en la fiesta, porque los colombianos se encontraron con César Rincón en las plazas y el bogotano le dio rango al toreo neogranadino y abrió paso a otros buenos toreros. Tienen el caso del Perú, con excelentes aficionados, llegó a tener buenas ganaderías, pero nunca ha tenido buenos toreros. La peruana es una fiesta postiza, es igual que la temporada de Ópera en Caracas, o la de Ballet. No le pertenece ni a la ciudad ni a sus ciudadanos.

Celestino Correa toreó mano a mano con Palomo, una corrida de Garfias. Palomo cortó un rabo, en su mejor faena realizada en suelo venezolano. Un rabo que en nada valió para la habilidad de Octavio Martínez “Nacional”, quien peleó duramente con todos hasta conseguir que le otorgaran a Celestino Correa el premio de la feria, “El Rosario de oro de la Virgen de La Chiquinquirá”. Nadie lo creería: quitarle un

trofeo a los hermanos Lozano. Pues bien, eso lo hizo Octavio Martínez, el mismo que hizo figura a Celestino. Lo que ocurriría luego la historia lo narra, pero Correa se sentó en el trono, y si lo hizo mucho tuvo que ver su apoderado.

Rafael Ponzo presentó su tarjeta de visita en Maracaibo, con lances cadenciosos y templadísimos muletazos. Fue un torero distinto, la otra cara de Correa, y el toreo se dividió en Venezuela o se era “poncista” o se militaba en el bando “correista”. Se vivió con inusitada pasión la fiesta de los toros. Si Maracaibo fue de Celestino, Ponzo se adueñó de Valencia. Su tarde de presentación con toros de Chafik, Paco Camino y Paco Bautista fue memorable. A Rafael Ponzo le apoderaba un gran taurino, el donostiarra José María Recondo, quien le había preparado con conciencia para que fuera torero para el mundo. Sabía de las desigualdades temperamentales de Rafael y le había creado cierto halo de gitano. En su San Sebastián natal le había recluido con su hermano, para que en el matadero practicara a diario la suerte del descabello. Hizo una campaña de novillero con Paco Rodríguez, gracias a Antonio José Galán que fue socio del empresario malagueño, por las plazas de la Costa del Sol. De mozo de espadas llevó Ponzo en sus inicios de Gonzalo Sánchez Conde, “Gonzalito”, que a la vez era mozo de espadas y hombre de confianza de Curro Romero.

Con “Gonzalito”, precisamente, se vivió una anécdota muy relevante en la plaza de Valencia. Era presidente de la Comisión Taurina el doctor Arnaldo Rincones, un aficionado a los toros que sentía gran gusto, y se lo daba, yendo todos los años a Sevilla, a la feria de Abril, y pregonando por todas partes su “currismo”. Ser partidario de Curro Romero ha sido una posición adquirida por un grueso sector de Sevilla, que va más allá de los propios confines del toreo. Se es “currista”, taurinamente hablando, en un sentido irracional, porque no hay que olvidar uno de esos aforismos populares, sabios como todo aquello decantado en el tiempo, que si a un torero se le mide en su grandeza por el mayor “número de toros que le quepan en la cabeza, a un buen aficionado también, por el mayor número de toreros que sea capaz de saber ver”. Ponzo, volviendo al caso, tuvo una buena actuación, y luego de una estocada fulminante, aunque defectuosa, el público enardecido porque el diapasón de su pasión había templado la cuerda del nacionalismo, le pidió con fuerza dos orejas. Rincones, aferrándose a la letra del libro jamás escrito de las formas del toreo, no otorgó ni una oreja. Hubo 253

tumulto en las gradas y la gente se tiró al ruedo, pues querían sacar al torero a hombros. En un descuido “Gonzalito”, con una afilada navaja que carga siempre para cortar los patanegras que trae para sus relaciones públicas, le cortó las dos orejas. Al doctor Rincones se le sube la sangre y ordena a la Guardia Nacional suspender la entrega de trofeos no ordenada por él y de la que el protagonista fue “Gonzalito”. Ya se imaginarán, el asunto rayó en el caos y al borde de una peligrosa alteración de orden público.

Las aguas llegarían a su nivel, y Arnaldo Rincones y “Gonzalito” unidos en su devoción por Curro Romero transitarían en el camino de la amistad una buena parte del camino de sus vidas. Sin embargo Rafael Ponzo no fue capaz de capitalizar aquel caudal de emociones que tuvo frente a sí.

Aquel año fui por primera vez a la feria del señor de los Milagros en Lima y tuve el privilegio de ser testigo de un gran triunfo de Curro Girón, en la vieja plaza de Acho. Girón cortó tres orejas y salió a hombros de los limeños. Lo pasearon por las calles de la virreinal ciudad hasta altas horas de la noche, y cuando llegó al hotel con el vestido de torear destrozado estábamos francamente preocupados.

Viajamos a Lima José Malpica y Luis Pietri, aprovechando la actuación de dos venezolanos en la temporada. Rafael Ponzo y Curro Girón.

Curro era un verdadero ídolo en Lima. Daba gusto ver cómo la gente se le entregó sin reservas, desde el instante que hizo el paseíllo. Luego se entregó él, también sin reservas. Me agradó el público limeño sobremanera. Se trata de una afición que además de ser enterada es participativa, y en esta característica radica lo más importante de Lima.

La plaza de Acho es una joya de la arquitectura limeña, mezcla de soluciones españolas y respuestas propias a cuestiones de espacio, en sentido estético y funcional de la construcción.

Si va usted desde el Hotel Bolívar, hospedaje muy antiguo situado frente a la Plaza de San Martín, se cruza el famoso Jirón de la Unión, calle peatonal atiborrada de comercios a la que se penetra tras cruzar unos arcos bajo hermosos balcones que miran hacia la estatua de un José de San Martín fatigado, sobre una cabalgadura hecha polvo tras el titánico esfuerzo de cruzar la Cordillera de los Andes. Al salir del Jirón se encuentra usted con varios edificios de importancia, a medida que va caminando. Un templo color rosa limeño, donde se venera a Santa

Rosa de Lima y a San Martín de Porres.

Más adelante, sólido cual piedra, el Palacio de Gobierno con un gigantesco bronce en una de sus esquinas, desafiante, lanza en ristre, el fundador de la ciudad Francisco Pizarro González. Adelante y bajo curiosos árboles llenos de traviesas avecillas, el bronce original de Simón Bolívar, cuya réplica está en la plaza mayor de Caracas. Un Bolívar triunfador, agresivo, el caraqueño que con sus destempladas aventuras ofendió hasta la eternidad a los orgullosos limeños, y dejó su imagen altanera prendida en los corazones de arrebatadas peruanas. Bolívar vive en rebeldía bajo el cielo limeño, sobre el suelo peruano, porque frente a él se guardan los instrumentos de suplicio que en la colonia fueron de la Sagrada Inquisición.

Sigo hasta un enjambre de callejuelas en la que en cada esquina hay ventorrillos de fritangas, con hedores que emana el aceite de anchoveta, desagradable al olfato del que no esté acostumbrado y abominable para el que lo paladeé por primera vez, como fue mi caso al intentar desayunar con huevos fritos en este espantoso óleo.

En mi mente, como en la de todos, los versos de las canciones que Chabuca Grande dedica a la Ciudad de los Virreyes; y por ello decepcionante cuando se llega “ al viejo puente y la Alameda”. Reminiscencias de un ayer no lejano, que ese puente pudo ser hermoso, y de una Alameda que pudo haberse prestado para la más ardiente declaración de amor.

Acho es una plaza de ruedo grande, al contrario de las plazas de México, Colombia o Venezuela, donde el reducido diámetro del redondel les da ventajas a los toros y hace de mayor movilidad el espectáculo. Rematados con arcadas los tendidos tienen aire hermoso. Españolísimo es el interior. La parte baja, exterior de los tendidos, está circundada, como si la ahorcaran unos pasillos sostenidos por arquería peculiar y única. Los numerosos corrales son muy grandes. Sobre estos, un restaurante que se llena de aficionados y de comensales los días de corrida. La comida se ameniza con guitarras y cajones, que acompañan los cantores de los tristes versos de los valses peruanos, versos que hablan de desamores y de castas sociales, de hombres humildes que quieren a hijas de ricos, indios y cholos depreciados por blancos, el negro se cruza en el vals al aparecer su golpe africano, suave y tenue, en el acompañamiento del cajón; y los mesoneros sirven raciones de humeantes anticuchos y helados pisco sour.

La plaza de Lima reúne en sus barreras hermosísimas mujeres. Muchas 255

de ellas encargaron un traje a Londres, Nueva York, París o Roma, para cada una de las tardes de la feria del Señor de los Milagros. Es la gran fiesta anual de Lima, la temporada de toros. Además de las bellas y elegantes mujeres de barrera se siente el revuelo en el sector popular con la presencia de las peñas. Peñas de negros, peñas de cholos, peñas de españoles y peñas de aficionados. Al quinto toro la banda, bella en su sonido, interpreta La Marinera, y en los vomitorios de los tendidos surge la pareja, ella y él unidos por pañuelo de fina batista que toma cada cual con preconcebida delicadeza por las puntas.

El Perú está presente, dentro de la plaza con los aires de La Marinera, en los tendidos en la variedad de las razas que forman al pueblo peruano, antes de las corridas con sus chalanes que con riendas de sedas con colores de la bandera peruana, pisan la arena de Acho con el conocido “paso peruano”. Bonita experiencia la limeña, que repetiría luego en el tiempo.

En Caracas se celebra la segunda temporada organizada por Curro Girón y sus socios Augusto Esclusa, Rafael Ernesto Santander, Alberto Vogeller y Carlitos García Vallenilla. Girón fue el triunfador, y había traído especialmente para la temporada a Ponzo. El mismo organizó ruedas de prensa y hablaba de Rafael Ponzo con el propósito de entusiasmar la rivalidad.

“Haré todo por mantenerme, que Ponzo luche por quitarme” fue uno de los titulares de Meridiano en aquel ambiente de rivalidad.

C a p í t u l o 12

Antoñete en su grandeza fue mucho más que una referencia de grandeza, la admiración y la fraternidad.

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