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Capítulo 15. En Cuchilleros late el corazón del toreo

En Cuchilleros late el corazón del toreo

Con un entreverado de dimes y diretes que surgió de la polémica entre Luis Gandica y el doctor Juan Vicente Seijas, abrió las puertas el año de 1975.

“El Negro” Seijas reclamaba, para el Concejo de Valencia, institución propietaria de la plaza Monumental, la organización de las corridas de la Prensa y de la Municipalidad. Mientras exponía argumentos, apoyado por los concejales, Luis Gandica insistía en ser él único organizador y empresario respaldado por la legalidad que otorgan los documentos y por tanto la única persona autorizada para contratar para los festejos que hubieren de realizarse en las arenas de la plaza de El Palotal.

Luis hacía énfasis con reiterada impertinencia que había sido él, y sólo él, el único que se había comido las verdes cuando los grandes cacaos de las empresas habían huido de los compromisos contractuales, habían tirado la toalla en medio del fragor de la batalla; y ahora, por favor, quería le dejaran chuparse las maduras. Lógica aspiración del joven oficial de la Fuerza Aérea. Lo cierto del penoso asunto, que se ventiló como culebrón en la prensa nacional, es que Valencia volvía a ser la apetitosa fruta, deseada por los grandes empresarios, luego del éxito taquillero de Ponzo y de Correa, quienes llegaron convertidos en toreros de interés para las masas, luego de sus triunfos en Maracaibo. Se convertía Valencia en manzana de la

discordia, porque se le veía el queso a la tostada, a una plaza que hasta hace poco había sido desechada por grandes empresas (Chopera, Girón, Dominguín). Volvía a lucir rentable, gracias a dos valores nacionales que nacieron para el conocimiento público en Maracaibo, en el éxito que arropa al triunfo, en la Feria de la Chiquinquirá, apenas unos días antes del inicio de la Feria de la Naranja.

Nunca han entendido los empresarios venezolanos el sentido del valor localista en los espectáculos taurinos, más atractivos para la gran masa del tendido, que el torero foráneo irrelevante, el que no es figura reconocida del toreo. Aquí en Venezuela y en cualquier parte del mundo se prefiere el artista nacional, de calidad. Si no, que se lo pregunten a los sevillanos y a los mexicanos, quienes han sabido, para beneficio de sus artistas, explotar el “ismo” de sus pueblos. Mientras los titulares de la prensa taurina distraían con el pleito Seijas-Gandica, una querella famosa por las cosas que se dijeron y por la preferencia al argumento de culebrón que le dio la prensa, Luis Gandica firmaba toreros y contrataba ganaderías para su temporada y para las corridas de la Prensa y de la Municipalidad, todo en un paquete, lo que en realidad era el quid de la cuestión, luego del exitazo económico de las corridas de la Feria de la Naranja. Éxito alcanzado, indudablemente, gracias al interés que despertó la pareja Ponzo- Correa, que en Maracaibo se destapó como interesante y competitiva, equilibrada justamente para la pasión: un torero de Maracay y otro de Caracas, aunque nacido en Tucupido. Un torero rubio y otro moreno, dos conceptos, dos expresiones, una sola unidad para llenar un vacío, si hubiese habido una pizca de imaginación. Mientras se dirimía el pleito, en el Aeropuerto de Maiquetía, el empresario Hugo Domingo Molina recibía las corridas mexicanas que serían lidiadas en San Cristóbal.

Hugo Domingo Molina, en privado, manifestaba su inclinación por organizar un monopolio con el propósito de administrar las plazas más importantes de Venezuela. Quería Hugo Domingo seguir los pasos de su socio, y del que fuera su maestro, Manolo Chopera, donostiarra que llegó a dominar el toreo desde Lima hasta México, en territorio americano. Entendía el taribero que con varias plazas podría abaratar costos, a la vez que le daría calidad a los carteles. Era Molina un convencido de la calidad y del equilibrio, y sabía que para ello debía crear una infraestructura capaz de soportar el andamiaje de una organización ambiciosa; pero se cuidaba mucho, le aterraban los gastos excesivos, temía naufragar en una tempestad contable.

Anunció Molina su reaparición en la Monumental de Pueblo Nuevo, como empresario, después de su reaparición formal como organizador en Maracaibo. Toros de Javier Garfias, Mariano Ramírez y Valentín Rivero, se lidiarían en tres de las cinco corridas del abono, una venta de entradas que dominaba perfectamente y que a la postre sería el éxito económico por sus vínculos con la comunidad del Táchira, lo que nunca logró Manolo Chopera. Las otras dos corridas eran del hierro colombiano de Las Mercedes, una, y la otra de Bellavista, como única corrida venezolana lidiada en la temporada sancristobalense.

Valencia era en 1975 la plaza de mayor recaudación de dinero en el mundo. Mucho más que San Cristóbal o México. Por ello, a pesar de los conflictos que se ventilaban a diario en la prensa, la Monumental era de gran atractivo para Hugo Domingo Molina, quien se movía por bajo cuerda para crear una red empresarial con capítulos importantes en San Cristóbal, Caracas, Valencia, Maracaibo, Mérida, Barquisimeto y algunas plazas colombianas como la de Cali, negocio del que se habló en la prensa neogranadina y venezolana, aunque nunca cristalizó. Aspiraciones de empresario continental.

La Corrida de la Prensa era, en ese momento, la golosina más atractiva para cualquier figura del toreo, empresario u organizador. Tanto Seijas como Gandica lucharon por el derecho de organizar la Corrida de la Prensa hasta sus últimas consecuencias. A la muerte de César Girón, los hermanos Luis Miguel y Domingo Dominguín, en sociedad con Curro Girón, cumplieron con las obligaciones que César contrajo en vida. Luego cedieron los derechos a la empresa Tersícores, en 1973, organización que perdió dinero con las corridas de feria y extraordinarias, iniciándose el camino cuesta abajo de la plaza millonaria.

Luis Gandica, en 1974 subarrendó la Monumental y heredó de la anterior empresa organizadora una serie de obligaciones que existían con ganaderos mexicanos y matadores de toros, cuyos contratos habían sido incumplidos por Tersícores o, simplemente, no habían sido cancelados. Era el caso de Reyes Huerta, quien vetó la plaza por 17 mil dólares. Luis Gandica le reclamó el dinero a Juan Vicente Seijas, pues, según él, la municipalidad nunca cumplió sus obligaciones para con Tersícores, empresa a la que le debían 43 mil bolívares, según declaró para Meridiano.

Uno de los recursos de Gandica, dicho por él mismo, para cobrar el dinero fue emitir cheques sin fondos, a favor del Concejo de Valencia. Al rebotar los cheques se armó la de San Quintín, pues las declaraciones de 321

Seijas contra Gandica fueron de explosiva agresividad. A fin de cuentas se presentó una de dimes y de diretes que provocó la postergación de las corridas de la Prensa y de la Municipalidad, que el doctor Juan Vicente Seijas se empeñaba fueran apareadas.

Como si los líos de Valencia fueran insuficientes, Octavio Martínez “Nacional” se unió en una sociedad empresarial con Manuel Malpica, Víctor Saume y Luis Pietri, para organizar una corrida de toros en Caracas con Celestino Correa como principal atracción. El problema era que coincidía la corrida de Caracas con las corridas de Valencia y las dos empresas anunciaban a Palomo Linares. Unos decían que la culpa era del Círculo de Periodistas Deportivos, por posponer la fecha de la Corrida de la Prensa, otros decían otra cosa, pero la verdad es que estaba todo demasiado revuelto.

La feria de San Cristóbal reunió a grandes figuras del toreo. El Viti, Palomo, Manolo Martínez, Eloy Cavazos y Niño de la Capea fueron base fuerte de los carteles, con Paco Alcalde, Galán y el colombiano Jorge Herrera, como toreros “cuña” que no deslucían y más bien remataban muy bien los carteles. La infantería patriota no estaba mal, pues se anunciaron a Curro Girón, Celestino y Ponzo y “El Sol”. El último cartel de la feria, el quinto, fue un intento de remedar la idea de los Lozano en Colombia: fin de feria. Es decir, un toro para cada matador a beneficio del empresario. No resultó esta idea en la que tanto insistió Hugo Domingo Molina. Debió seguir el ejemplo de Colombia de dar un cartel con tres toreros colombianos y de incluir en la venta de los abonos dos o más novilladas. Estas ideas que favorecen a los toreros venezolanos no son estimuladas por los empresarios nacionales que siempre han sido cegatos ante la importancia comercial que tiene en su proyección el torero nacional.

En tanto río revuelto, el pescador que tuvo ganancias fue Rafael Ponzo, convertido después del inconveniente con Arnaldo Rincones, Presidente de la Comisión Taurina valenciana, en el ídolo de Valencia. Ponzo firmó la Corrida de la Prensa, con El Capea y Cavazos, y la Corrida de la Municipalidad, para lidiar toros de Cantinflas con Currito Rivera y Palomo Linares. Los toros de Cantinflas no dieron el peso. Se completó la corrida con toros de Aguas Vivas, colombianos de don Jaime Vélez, criador de la costa atlántica colombiana, de la hermosa ciudad caribeña de Cartagena de Indias. La plaza no se llenó ninguno de los dos días. En la Corrida de la Prensa el gran triunfador fue Eloy Cavazos. A Ponzo se le fue la oportunidad sin dejar huella. Como tampoco dejó huella en la

feria del Sol en Mérida, y no la había dejado en San Cristóbal.

Razón tuvo “Bola de Nieve” cuando dijo aquello de que: ‘‘Cuando el mío se está secando, estos se ahogan en la orilla”. En Mérida debutó en corridas de toros la divisa de “Tierra Blanca”, ganadería fundada por Sebastián González y Manolo Chopera, quienes más tarde formarían sociedad con Oscar Aguerrevere. Esta ganadería se fundó con vacas de González Piedrahita, vacas mexicanas de Torrecilla, según Ángel Procuna, y más adelante en el tiempo con vacas y sementales españoles de don Joaquín Buendía Peña. Se ha convertido en el tiempo en una de las ganaderías más puras en lo concerniente a la sangre de Santa Coloma, porque fueron varias las veces que se importaron vacas y sementales de la ganadería andaluza, y muchas más las que se importaron pajuelas de semen y dicen que hasta embriones, todo de los más puro y seleccionado de la famosa ganadería, cuyo dueño, Don Joaquín, tiene estrecha amistad con Manolo Chopera.

La corrida de “Tierra Blanca” fue lidiada por Eloy Cavazos, Palomo Linares y Efraín Girón, alcanzando el venezolano un triunfo destacado con el toro “Meloncito”. El trofeo de la Feria del Sol fue ganado por Palomo Linares, quien tuvo una gran actuación. Lamentablemente sucedió un incidente con el Presidente de la Comisión Taurina, un señor Rodríguez, al que Palomo se refirió como protagonista porque tuvo una serie de notorios desaciertos en la conducción de los festejos. Rodríguez, luego de haberle entregado públicamente a Palomo Linares el premio “El Frailejón de Oro”, se lo quitó, también frente al público, porque el torero le había llamado “vanidoso”. Mérida se caracterizaría en el tiempo por estas contradicciones. Su gente, en vez de progresar intelectualmente en el toro, busca abrigo y amparo en foráneos, para sentirse diferentes. Tal fue el caso de Alfonso Navalón, cuando ya ni respiraba en España como periodista. Recibió oxígeno en Mérida, al ser invitado como personaje especialísimo a la Feria del Sol. Su paso por Mérida fue catastrófico y provocó todo tipo de inconvenientes. Muchas veces repetirían la dosis con personajes de menor catadura pero igualmente nocivos.

Es por ello que a pesar de todos los esfuerzos hechos por la gente de Mérida los progresos son pocos. Se lidia el toro chico y despuntado y a la plaza se va a beber aguardiente y a gozar de la algarabía de los tendidos sin participar del espectáculo. Si los emeritenses en el tiempo hubiesen dirigido sus esfuerzos, los que han invertido en invitar “destacadas 323

personalidades” a sus corridas, en hacer escuelas taurinas, en darle oportunidades a los novilleros locales, hubieran logrado mucho más de lo que hasta ahora han hecho en la fiesta de los toros. Un lamentable remedo con pretensiones intelectuales que solo es causa de burla y de risa por los mismos que la explotan.

En el ambiente flotaba la rivalidad entre Celestino y Ponzo, porque lo que Octavio Martínez “Nacional” insistía en reunirlos, en un mano a mano en Caracas donde los dos toreros estaban prácticamente inéditos. La gente de Ponzo, equivocadamente, le sacó el cuerpo al compromiso, y “Nacional”, creyó que Correa sólo soportaba el peso del compromiso. El dos de marzo se encerró Celestino en solitario con seis toros de Coaxamalucan, en el Nuevo Circo. El resultado fue la quiebra económica del torero, un relativo triunfo artístico y una fehaciente demostración de escaso poder de convocatoria. Esto significó el entierro del torero. Fue una absurda actitud que alimentó la fantasía de la gente que administraba a Celestino Correa, y entre quienes destacaban Rodolfo Serradas y Octavio Martínez.

La temporada de novilladas abría sus primeros frentes en Caracas y en Maracay. En el Nuevo Circo, Rodríguez Vázquez toreó las dos primeras novilladas de la temporada junto al colombiano Alberto Ruiz y el mexicano Fernando Ramírez. En Maracay se despidió de la afición en un festejo celebrado en la plaza del Calicanto el alumno aventajado de la Escuela Taurina Municipal, José Nelo, con novillos de Cuéllar junto a Pedro González “El Maracucho” y “Carnicerito de Puebla”. Nelo se fue a España y en tierras ibéricas, con el paso de las temporadas, se convertiría en uno de los toreros americanos más importantes de las últimas décadas. Por esos mismos días también viajó a la Madre Patria Rafael Pirela, quien culminaría por aquellas plazas su formación profesional.

En Maracay, Adolfo Guzmán, luego de una impresionante campaña como novillero, temporada que lo convirtió en el ídolo de la afición de Aragua, tomó la alternativa de matador de toros con una corrida de la ganadería colombiana de Balcones del Río, divisa que a partir de esta fecha abriría un interesante capítulo en Venezuela. Fue una gran corrida de toros la de la familia Villaveces, y fue la tarde inspirada de Joselito López, quien vivió su mejor momento profesional. El testigo de la alternativa del mexicano fue Adolfo Rojas, que ya vivía la declinación de su luz taurina y humana.

El ambiente taurino venezolano tenía halo positivo, pues si teníamos

varios espadas haciendo campaña en España y México, en Venezuela se movía la temporada de novilladas en varias plazas, siendo las más importantes Caracas y Maracay.

Me di a la tarea de editar una revista. Un quincenario llamado ¡A los toros¡. Me acompañó la fortuna y llegué a publicar nueve ediciones. Conté con la colaboración de mi hermana Milagros, estudiante de periodismo para la época y logramos junto a Vladimir López Negreti, diagramador y colaborador en la redacción, un medio que logró trascendencia en el ambiente y cumplió una función didáctica. La revista satisfizo en gran parte mis aspiraciones de aficionado, aunque en lo económico muy poco fue el respaldo publicitario que recibí. Ese siempre ha sido el Talón de Aquiles en todos los esfuerzos periodísticos taurinos en Venezuela, y en el mundo.

El 21 de mayo falleció en México, a los 87 años de edad, Rodolfo Gaona. Fue “El Califa” la primera gran figura del toreo que América, México, le dio al mundo. Se codeó de “tú a tú” con Joselito y Belmonte, y a pesar del egoísmo de los historiadores españoles, Gaona es un capítulo importante en la historia del toreo. Abrió puertas, hizo caminos, soportó conspiraciones y padeció injusticias, pero a la postre fue un torero ejemplar que se atrevió a ser parte de la terna en el gran cartel de la Edad de Oro.

En el Bar Los Cuchilleros, Avenida Urdaneta, propiedad de los hermanos Pedro y Juan Campuzano, nos reuníamos con frecuencia un grupo de taurinos que integraban Alberto Ramírez Avendaño, Tobías Uribe, los propios hermanos Campuzano, Pedruchito de Canarias, reuniéndonos cada martes porque ese día venía Ramírez, de Maracay, para tratar asuntos profesionales. A la reunión se agregaban algunos aficionados, convirtiéndose al poco tiempo, Los Cuchilleros, en la gran tertulia capitalina. Juan Campuzano recién se había asociado con su hermano Pedro en la administración y me pidió le ayudara en la promoción.

Siempre he asido un gran admirador de Andrés Martínez de León, el gran pintor y humorista sevillano que creó el fabuloso personaje de “Oselito”. Un libro, un folleto, cientos de tiras cómicas, todo un tratado publicó en El Ruedo de Madrid, sobre este personaje de fábula. También creó, en su fantasía, una peña taurina.

La peña de “Los amigos del toro” en la caricatura de “Oselito” era un grupo de aficionados andaluces que se reunía con el fin de comentar todo lo que ocurría alrededor de la fiesta, para hacerla más cónsona con 325

las exigencias de los públicos. “La parte sana de la afición”, así rezaba el slogan de los personajes del gran pintor sevillano.

De Martínez de León fue la idea, no hay duda, y de él tomé el propósito de crear en Caracas la peña “Los amigos del toro”, en primer lugar para ayudar en la promoción de la tertulia y luego para identificar un reportaje semanal que se nutría de breves noticias surgidas en la charla, entre amigos, y que podría tener algún interés para los lectores. Fue siempre una peña imaginaria, de la que cada martes reseñaba en Meridiano una especie de acta de sus reuniones. Sus integrantes eran aquellos que cada martes se reunían en Cuchilleros. El argumento, el tema en boga, ¿los personajes?, los que estuvieran presentes. La primera reseña apareció el miércoles 18 de junio; y desde ese día, con periódica regularidad, apareció cada miércoles el acta de la reunión de la peña en Meridiano. Así vivió la peña por muchos años, casi tres lustros, mientras la reseñé y mientras existió cohesión entre los contertulios. Llegó a límites inconcebibles. En ella se trataban temas polémicos de la historia del toreo. Se dirimían conceptos de aficionados. Era una fuente inagotable de noticias. Hubo días que la gente no cabía, y se servían tapas y tragos en las aceras de la Avenida Urdaneta, una de las arterias viales más congestionadas de Caracas.

A Los Cuchilleros concurría lo más granado del toreo universal. En su bar se contrataban toreros y cuadrillas, se planificaron temporada y campañas. Era frecuente ver en la barra a Manolo Chopera conversando con Alberto Alonso Belmonte o José Luis Lozano, a Bojilla con Antoñete o a Manolo Escudero con algún ganadero español de visita, como fue el caso de Hernández Pla o Pablo Jiménez Pasquau. Fue durante mucho tiempo el cuartel general de los ganaderos portugueses, Álvaro Palha Von Ziegler, Pasanha y José Samuel Lupi, excelente rejoneador, quienes por breve tiempo convirtieron Caracas en su lar del exilio mientras la Revolución de las Rosas intentó encajar en el árbol histórico de Portugal.

Varias veces nos reuníamos con Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar y Lola Flores, los Pantoja, toda la familia de gitanos que más tarde tendía en Isabel la flor del jardín. Un cartel que más de un empresario teatral habrá soñado.

En la tertulia se reunían en una misma mesa Manolo Escudero, Antoñete, Paco Camino, Niño de la Capea y Manzanares. ¡Como para llenar la plaza de Madrid!’. David Silveti era contertulio frecuente, junto a Curro Leal quien en sus primeros días, cuando le apoderaba Fermín Rivera,

pasó largas temporadas en Caracas.

No fallaban a diario Juan Diego de México, Arturo Magaña y Manuel del Prado “El Triste”, un matador de toros y dos novilleros mexicanos, radicados en Caracas, con los que hice gran amistad, pues con ellos acudía casi a diario al Frontón del Centro Vasco, en El Paraíso, o íbamos por las mañanas a entrenar en Los Caobos, sitio donde se reunía la torería para lidiar de salón en aquella época de gran actividad.

Los hermanos Galán, Antonio José y Alfonso, Alfonso Ordóñez y Alfonso Barroso, banderilleros y picadores de lujo, torería brillante de toda una época, atraía como papel atrapa moscas a los aficionados y a los turistas, porque Los Cuchilleros llegó a figurar en listas de recomendaciones que hacían las agencias de viajes.

La peña “Los amigos del toro” fue un verdadero tesoro para la afición venezolana. De ella surgió un grupo de aficionados prácticos que integré junto a Tobías Uribe, Raúl Izquierdo y Pedrito Campuzano. Con el doctor Alberto Ramírez Avendaño organizamos muchos tentaderos y festivales por varios años.

El primero de estos festivales fue en la plaza “Vista Alegre” de Tovar, a beneficio de las obras parroquiales del Padre Juan Eduardo Ramírez, un cordereño pariente del doctor Ramírez. Resultó todo un éxito gracias al ganado de “Los Aranguez” que fue noble y muy cooperador. Aquella tarde fueron como invitados especiales Joseíto Casanova y Marcel Pérez Arias, dos buenos amigos y excelentes aficionados aragüeños que entendían de esta pasión y compartían la gran afición. Surgió de la reunión de “Los amigos del toro” una gira taurina por tentaderos de México, por las frías y áridas plazas de Tlaxcala, tan llenas del calor amistoso y jovial de su gente, por las tierras de los estados de México y de San Luis Potosí, en las ganaderías de Zacatepec, San Martín, Santiago y don Manuel de Haro, San Judas, Morales, Garfias y Tequisquiapan.

No nos quedamos cortos en lo que a organización de conferencias respecta, pues hasta al maestro Pepe Alameda invitamos a que diera una charla en la Confederación de Ganaderos de Venezuela, alcanzado un éxito impresionante.

Por varios años duró la efervescencia peñista. Este grupo imaginario adquirió personalidad real al reseñar su existencia la enciclopedia de

Espasa Calpe, “Los Toros”, obra que originalmente organizó y planificó don José María de Cossío. Sin embargo, es en las páginas de Meridiano, en el acta semanal que reseñaba, donde se guarda esta bitácora taurina que un día deberá publicarse para conocer la mejor y más activa época taurina vivida en la capital venezolana.

Los periódicos anunciaron la suspensión de la temporada de novilladas de Taurivenca, porque la ganadera de Tarapío, Maribel Branger, y el empresario de Caracas, Gregorio Quijano, se enfrentaron en una polémica que tuvo sus raíces en el nacionalismo de la señora Branger, que quería imponer dos novilleros venezolanos por cartel, y el sentido crematístico del organizador, que insistía en que los novilleros venezolanos bajaban la recaudación en la taquilla hasta hacerle perder dinero. Una polémica dañina, no hay duda. La noticia aparecida el 22 de julio tuvo como cabezal la frase del doctor Víctor Grossman, Cirujano Cardio-vascular, que operó a Rafael Girón en el Hospital Militar de Caracas: “El primer tercio de la lidia se ha completado con éxito”. Rafael Girón padeció siempre de una afección cardíaca. Un mal que le impidió desenvolverse a plenitud en la profesión. Un día, en Quito, se desmayó entrenando en la plaza de Iñaquito. Cada día se hacía más difícil actuar. Los doctores Navarro Dona y Grossman le operaron con éxito, a corazón abierto y le colocaron una válvula. Así actuaría el resto de su vida, como banderillero en las cuadrillas de sus hermanos y en las de las grandes figuras del toreo que visitaron nuestras plazas. Molina seguía firme en su propósito de adueñarse de todas las plazas rentables. Fundó la empresa DECSA (Diversiones y Espectáculos de Carabobo, Sociedad Anónima) y abrió la venta del abono para las corridas de la Feria de la Naranja. También coqueteaba con el Nuevo Circo, y ataba hilos que iban desde San Cristóbal hasta las arenas de San Agustín.

Los atractivos novilleriles que nutrían la temporada se fundamentaban en Ángel Majano, un madrileño de Getafe que hizo su presentación como novillero en Caracas, y en Jaime Rivero “El Húngaro”, un mexicano que llegó en la misma época a la búsqueda de oportunidades para torear en Venezuela. Jaime Rivero y Ángel Majano, eran el haz y el envés del toreo. Cara y cruz en concepción y la manera de vivir la profesión.

Majano ha sido un elemento dignificante de la fiesta de los toros. Hoy es un destacado banderillero, figura entre los banderilleros que ha hecho de la profesión un ejemplo de dignidad. En Venezuela tuvo mucho cartel como novillero. Vivió entre nosotros largas temporadas y cultivó la amistad.

El Húngaro era distinto. Pocos le recuerdan como torero, aunque en España llegó a cortar una oreja en Las Ventas y a triunfar ruidosamente en la plaza de Los Tejares de Córdoba. Su paso por Caracas fue muy conflictivo y constantemente se involucraba en hechos de sangre. Vivió en permanente antagonismo con sus paisanos, especialmente con Gilberto Ruiz Torres, un novillero mexicano que tuvo un buen momento en su tierra y que vino a Caracas a recuperar el tiempo perdido radicándose entre nosotros y ante quienes tuvo actuaciones muy destacadas. Varias veces me vi solicitado por las autoridades para responder por acciones de querella protagonizadas por “El Húngaro”. Un día supe más de él por un despacho cablegráfico procedente de Ciudad de México. Se informaba en la nota que este torero yucateco, nacido en Mérida, descendiente de una familia de húngaros que tenía tradición de artistas de circos y espectáculos, de maromeros, trapecistas, equilibristas, había muerto al estallar un baño de vapor en un barrio de la Ciudad de México.

En agosto falleció en Caracas el viejo novillero español Paco Roldán, quien vivía como corredor de seguros. Un madrileño hijo de banderillero famoso, Paco Roldán, que vivió en Venezuela por muchos años, siendo el más importante motivo para recordarle profesionalmente el haber participado en los carteles de presentación, como profesionales, de César Girón, primero, y de su hermano Curro, después.

Marcos Ortega vino a Barquisimeto ya convertido en matador de toros y con éxitos muy importantes en España, especialmente en Barcelona. Le acompañó en aquella oportunidad el taurino riojano Rafael González “Chabola”, personaje muy singular en la fiesta de los toros que se radicó en España. “Chabola” contrató la Feria de la Divina Pastora por Curro Girón, quien junto al grupo de aficionados que había organizado la Feria de Caracas presentó dos corridas. Una con toros de varias ganaderías mexicanas, limpieza de corrales, con astados de Rancho Seco, Campo Alegre y Piedras Negras, y otra de “Los Aranguez”, la ganadería caroreña de los hermanos Riera Zubillaga. Además del mexicano Marcos Ortega, Curro Girón contrató a Dámaso González y a Raúl García y a su hermano Efraín. Un toro le dió una voltereta muy

aparatosa a Ortega, y entre golpe y golpe perdió un diente postizo de plata. Pues más le preocupaba a Marcos el encontrar el diente que el peligro que significaba quedarse frente al toro, en cuclillas, buscando el falso diente.

Ortega fue uno de los novilleros que se hizo en las temporadas de Taurivenca, dejó grato ambiente y se marchó a España, como novillero, alcanzando gran popularidad en Barcelona donde llegó a cortar un rabo como novillero, y otro de matador. Lamentablemente unos hechos políticos crearon mayor distención entre los gobiernos de México y de España, rompiendo la administración del Lic. Luis Echeverría relaciones con el gobierno del Generalísimo Francisco Franco.

Para esa época Manolo Martínez llevaba 40 corridas de toros, y hablábamos de septiembre cuando aún quedaba mucha temporada por delante. También estaban en España Eloy Cavazos, Rafael Gil “Rafaelillo” y Marcos Ortega que había toreado 18 novilladas y llevaba once corridas de toros con gran cartel en Barcelona.

Hugo Domingo Molina anunció que organizaría la Feria de Caracas. Si se unían los proyectos de Caracas a los de Valencia y San Cristóbal, estábamos frente al primer gran empresario venezolano con aspiraciones de un control casi absoluto de las plazas nacionales.

Con dos fatales acontecimientos se abría el cuarto trimestre del año setenticinco: Antonio Bienvenida y Domingo Dominguín habían partido.

Aunque siempre se espera que la tragedia haga el paseíllo junto a las cuadrillas cada tarde y en cada plaza, cuando aparece siempre nos sorprende. Y es que no se acostumbra el hombre a la muerte, y eso que es compañera permanente en el tránsito por la tierra. Mentiría si les digo que no me sorprendí cuando leí en los despachos cablegráficos la infausta noticia de que el maestro Bienvenida estaba entre la vida y la muerte como consecuencia de una voltereta sufrida en la plaza de tientas de la ganadería de doña Amalia Pérez de Tabernero, cerca de San Lorenzo del Escorial. Fractura con luxación cervical de las vértebras quinta y sexta. Entre líneas, se leía en el cable, que de quedar vivo quedaría inútil.

Antonio Bienvenida había nacido en Caracas, en una pensión cerca del Hotel Majestic, famoso para la época, que regentaba una señora llamada “La Gaona”. Fue un accidente su caraqueñismo, aunque en

alguna oportunidad echaría mano del gentilicio accidental. Bienvenida fue sevillanísimo en su forma de ser y madrileño en su forma de vivir. El 16 de enero de 1944 se presentó ante el público de Caracas. Lo hizo como novillero en un mano a mano, sin picadores, con el valenciano Aurelio Puchol “Morenito de Valencia”. Cortó cuatro orejas. Repitió, gracias al triunfo, con Julio Mendoza y el mismo Aurelio Puchol el 23 de enero de 1945. La insignificante presencia de los becerros de Guayabita provocó violentas protestas en los tendidos y hubo que suspender el espectáculo.

Las últimas actuaciones de Antonio Bienvenida en Venezuela fueron en la Monumental de Valencia. Una, llena de gloria, la del Sesquicentenario de la Batalla de Carabobo junto a Luis Miguel y César Girón. Otra, con Curro Girón y Pepe Cáceres con toros de “Tarapío”, cuando se le fue vivo al corral el único toro que no pudo matar en 48 años de actividad.

Aquel día aciago de su vida torera hablé con Antonio Bienvenida. Estábamos los dos solos en la cafetería del Hotel Intercontinental Valencia y se lamentaba de la mala suerte de aquella tarde. De las cosas desagradables recordaba las 14 cornadas recibidas en su carrera, siendo la más grave aquella de Barcelona en 1941 cuando intentó dar el “pase cambiado”, el mismo muletazo que a su padre, don Manuel Mejías “Bienvenida”, al intentarlo lo hirió de gravedad un toro de “Trespalacios” y, literalmente, le quitó de torero. Hubo otras, muy graves también: las de Zaragoza, Málaga y las dos de Madrid.

-”Esta tarde y una en San Luis Potosí, México, han sido las tardes más tristes de mi vida. En México la fuerza pública tuvo que acompañarme. Me querían matar. Lo de hoy ha sido muy doloroso”. No dejaba de quejarse de su mala suerte con el toro de “Tarapío”. “Pero es que a ese marrajo no había por donde echarle mano!”. Recordaba Antonio Bienvenida la tarde de su presentación en Valencia, España, como novillero.

–Me había dicho mi padre que aquella tarde me jugaba la carrera. Sentí que no estuve bien, a pesar de haber hecho todo por “salvar la carrera”, como me había señalado mi padre. Al llegar a la habitación me dijo mi padre: “Has estado en torero. Te has ganado el puesto para Sevilla”. En Sevilla salí tan confiado, tan ilusionado, que salí a hombros de La Maestranza hasta la casa de mi padre.

–Desde ese día, de novillero, fui un torero para Sevilla.

–Sevilla siempre me trató muy bien.

Aquella noche entre un montón de colillas de cigarrillos, los dos solos, muchas tazas de café, me contó Bienvenida su vida, y me dijo:

–La tarde más importante de mi vida fue aquella de San Sebastián de los Reyes. Toreé tan a gusto que me dijo mi padre:-”Antonio, después de verte torear así puedo morir tranquilo”. Al mes falleció mi padre. Decía Bienvenida que su torero había sido Domingo Ortega.

–Y los toros que más me han gustado han sido los gracilianos, los toros de don Graciliano Pérez Tabernero, un importante ganadero de Salamanca que crio el toro ibarreño, el Santa Coloma, sin cruces con Saltillo.

Antonio Bienvenida falleció en la Sala de Cuidados Intensivos de la Clínica La Paz de Madrid el siete de octubre de 1975, y fue enterrado en Madrid el día ocho. Su sepelio fue un acontecimiento público. Le llevaron a la plaza de Las Ventas y su cadáver fue paseado a hombros de las figuras del toreo. Toda España lloró su adiós. Nacieron de la inspiración de cantaores y guitarristas, coplas y sevillanas en honor al maestro. Su adiós, el adiós de Madrid a Antonio Bienvenida, fue el adiós a un maestro del toreo.

A la semana de la tragedia de Bienvenida, en Guayaquil, Ecuador, Domingo González Lucas, Domingo Dominguín, de un tiro en la sien derecha se quitó la vida. Hecho de gran impacto emotivo que ocurrió en una habitación de un hotel del cálido puerto ecuatoriano. El cadáver de Domingo Dominguín fue descubierto por una camarera del hospedaje, en las primeras horas de la noche del domingo 12 de octubre, cuando fue a arreglar las cosas de la recámara.

La vida de Domingo Dominguín fue de tormentoso argumento. Desde muy joven defendió teorías políticas que le perjudicaron mucho en la España franquista, por lo que los últimos años de su vida los pasó en tierras americanas, las mismas tierras montañosas de los andes suramericanos donde había dado sus primeros pasos de torero, cuando junto a su padre, don Domingo González Mateo, “El tiburón de Quismondo”, hermanas y hermanos, se vinieron a vivir a América porque no había lugar para ellos en la España franquista que surgía. De estas andanzas y aventuras

de la familia González-Lucas, por tierras americanas, hay una detallada relación, muy bien escrita por Pepe Dominguín, el tercero de la familia torera, en el libro “Mi gente” que dedica a la memoria de Dominguín padre y a la gloria de Luis Miguel.

“El As de Espadas”, así le anunciaban en las promociones, hizo su presentación en Venezuela en “Arenas de Valencia”, en 1942, junto a sus hermanos Pepe y Luis Miguel, con becerros de Guayabita y de Julio César Ohep. Los hermanitos Dominguín, la primera tarde, cortaron seis orejas; dos cada uno a su becerro de Guayabita. El triunfo obligó a la empresa a una nueva fecha, y aquella tarde el triunfador fue Dominguito, que cortó dos orejas, un rabo y una pata a un novillo de Guayabita, por cierto de capa colorada. No se limitaron sus actuaciones en Venezuela a los ruedos, también fue apoderado de toreros y empresario.

En Valencia, organizó las corridas del Cuatricentenario de la fundación de la capital del estado Carabobo en el Parque de Atracciones, con su hermano Luis Miguel, Rafael Ortega y Joselito Torres y ganado de Guayabita.

Dominguito falleció a los 55 años de edad. Le traté mucho cuando la contratación de Carlitos Martínez, para las corridas que Domingo organizó en Valencia, cuando Luis Miguel le dio la alternativa a Carlos. Luego viajamos juntos a Bilbao, para la temporada de 1972 y más tarde le vi y compartí con él en Madrid. Eran días difíciles para Domingo, pues recién acababa su primer matrimonio y se unía con Ana Lucía, su última mujer.

Ante una ausencia de Efraín de la Cerda en la Dirección de Meridiano, se encargó del diario José Vicente Fossi, otro periodista de extracción caprilera que venía a descubrirnos cómo hacer un mejor diario.

Lo primero que hizo fue abrir varios frentes de pelea dentro de la redacción.

Con Apolinar Martínez fue el pleito más marcado. Diría más bien una actitud paranoica por parte de Fossi, inspirado en las recomendaciones que le hacían algunos de sus amigos, que laboraban en otros periódicos. Casi a diario trazaba una línea editorial que nada tenía que ver con lo tradicional en Meridiano ni con la realidad periodística del país. De las revistas españolas recortaba caricaturas y si se parecían los dibujos, o creía él se parecían a personajes del deporte o de la farándula nacional, se las atribuía y con ellas adornaba una columna que escribía, de refritos

de noticias, y que con gran humildad publicaba en la página tres, la página editorial y la más importante del diario.

Un día hubo un conflicto desagradable por la toma de posiciones frente a una pelea por título mundial, que Omar Lares, en El Universal, en su columna, con la audacia que siempre le ha caracterizado y que ha logrado frutos declaró “tongo”. Es decir, de resultado fraudulento y amañado.

Alfredo Fuentes que estaba encargado del boxeo, vio una pelea distinta a la que había “visto” Omar Lares, y por supuesto era diferente a la opinión que del combate, que no había visto, pudiera tener José Vicente Fossi. Este consideró lo ocurrido como una afrenta, se quejó con don Armando de Armas y denunció una conspiración en su contra. Don Armando llamó a Apolinar a sus oficinas en La Candelaria y después de escuchar los argumentos de Martínez concluyó dándole la razón al compañero. Los días de Fossi estaban contados en Meridiano. En la Jefatura de Información encontré en Fossi una muralla de irracionalidad. Con una impresionante paranoia profesional veía enemigos por todas partes. El enfrentamiento con Fossi llegó al clímax cuando se anunció la alternativa de “El Boris” en Caracas. Me convirtió en una especie de vocero promotor de la empresa. Colocó la información taurina en la página tres, siempre a favor de la empresa para prefabricar un ídolo con Fermín Figueras “El Boris”, un Charlot prefabricado por César Rondón Lovera, en su condición de Presidente de la Comisión Taurina del DF y de Gregorio Quijano que tras una huelga de hambre y el apoyo del sensacionalismo y del amarillismo taurino llegó a interesar, por breves momentos, al público de Caracas.

La estrella se desvaneció inmediatamente. Aprovecharon el golpe publicitario y lo llevaron a México donde apadrinado por la casa de Reyes Huerta y bajo la batuta de Abraham Ortega “inventaron” al torero con presentaciones en la Plaza México, donde tuvo la infeliz idea de la creación del estrambótico “pase del murciélago”, especie de maroma en la que se colgaba de la barrera para pasar con la muleta a los novillos.

Con esos aires de maromero del toreo llegó a Caracas “El Boris”, para una alternativa promovidísima con Manolo Martínez y Ángel Teruel, que organizó la empresa de Hugo Domingo Molina, Decsa, que mantenía sus aspiraciones continentales. La alternativa de tuvo aires de acontecimiento importante. La plaza se llenó y hubo mucho ambiente anterior a la fecha de la corrida; pero el propio Boris se encargaría

de desbaratar en segundos lo que tanto trabajo había costado. Ya en México había metido la pata. En un descuido de Abraham Ortega, “El Boris” le sustrajo el contrato que le había firmado por cinco años y donde se comprometía a torear en Caracas. Ante el hecho concreto de que estaba anunciado, hubo que hacer nuevos arreglos, por más dinero, para la alternativa. Es cierto que cobró más por esa corrida, pero dejó de cobrar otras corridas que le había hecho Abraham Ortega, que sinceramente tenía fe en este torero, y que le había organizado una campaña por ruedos de Venezuela y de México imponiéndolo en las corridas de “Reyes Huerta” y “Soltepec”. Luego en el ruedo la situación empeoró, pues “El Boris” estuvo francamente mal. Se vio irresoluto e ignorante, y como si fuera poco su torpeza fue tal que cuando Ángel Teruel le invitó a compartir la suerte de banderillas en un torpe ademán se negó y se echó todo el público en contra.

Fue la de su alternativa el principio del fin, el descenso vertiginoso. Recuerdo muy bien que al día siguiente de la corrida, muy temprano por la mañana fui hasta la Plaza Venezuela a tomar un taxi para trasladarme al centro de la ciudad para hacer algunas diligencias personales. El sitio de taxis estaba frente a la Torre Capriles, que tenía una fuente de soda que daba hacia una pequeña y grata terraza, al aire libre. Pues bien, allí estaba “El Boris”, al día siguiente de su rotundo fracaso, con cuatro hermosísimas mujeres gastando dinero a manos llenas. Nunca más interesó “El Boris”. No tenía por qué hacerlo. Aunque la tarde de la alternativa de “El Boris” la plaza se había llenado, los gastos asustaron a Hugo Domingo Molina. Izó las velas de sus naves y huyó de Caracas. Sería la primera de sus históricas “espantás” en Caracas, porque más tarde volvería a asustarse ante el monstruo caraqueño. Molina dejó esperando a la afición con el cartel de Manolo Arruza y Paco Alcalde, con toros de Javier Garfias, anunciado para el 28 de octubre.

Ya Decsa, la empresa que tuvo aspiraciones continentales, comenzó a padecer una mortal enfermedad que la haría desaparecer del ámbito taurino nacional, pues renglón seguido huiría, también, Molina de la Monumental de Valencia, donde hizo el intento de vender un abono. Valencia no es San Cristóbal.

El año taurino se cerró con una huelga de hambre del torero porteño Jorge Jiménez, a la puerta del Nuevo Circo. Actitud de protesta que levantó al momento que Curro Girón, como empresario, le llevó un contrato para que lo firmara. Jiménez suspendió la huelga de hambre, 335

recogió sus bártulos y se fue del país sin llegar a cumplir el contrato que exigía con su actitud de protesta.

En un festival organizado por el Ministerio de Obras Públicas en el Nuevo Circo, se despidió el mexicano Antonio Popoca, novillero cuando la época de Lorenzo y de Silverio en México. Un novillero que había recibido promesas de la empresa de la plaza de la capital azteca, sin que llegaran a concretarse.

Un día irrumpió en las oficinas de Margeli, el empresario español de El Toreo, y le dijo:

–Si no cumple usted su promesa de ponerme en el cartel, cumpliré la mía de matarlo.

Pasó la novillada y no pusieron a Popoca. Al día siguiente, fue a las oficinas de la empresa y le descargó a Margeli un revolver, matándole en el acto.

Antonio Popoca pasó varios años en la cárcel y al tiempo, gracias a un indulto, salió en libertad. Vino a vivir a Venezuela, donde hizo muy buenas amistades. Trabajó en el Ministerio de Obras Públicas y dejó una pulcra hoja de servicios. Le veía siempre en las plazas de toros pues jamás decayó su afición. Tuve el honor de que me invitara a su casa, un piso en Bello Monte, donde se entretenía en repasar álbumes de recortes y de fotos amarillentas que reunían momentos de gran sentimentalismo en su vida, una vida truncada por la desesperación y la locura por ser torero.

A los pocos años murió Antonio Popoca, quien se había despedido como torero aquella tarde del festival en el Nuevo Circo. Unas tijeras cortaron unas pequeñas trenzas que simularon la coleta, la coleta de torero que siempre trenzo a su corazón.

C a p í t u l o 16

Con Paco Camino en el Urrutia de Sabana Grande, una comida organizada por Manolo Chopera para la despedida del genial sevillano de la afición valenciana. (Foto Roberto Moreno)

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