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Capítulo 14. La Corrida de don Manuel de Haro

La corrida de don Manuel de Haro

Juan Vicente Seijas, Presidente del Concejo Municipal de Valencia, llamó a Cabildo a Manolo Chopera y a Sebastián González. Pretendía animar la absurda mole y desperezar la plaza de toros que moría por abandono de la gente. “El Negro” Seijas se negó a ponerle un candado a la puerta grande de la colosal estructura. El gigantismo desproporcionado, exceso de mezcla, corredores inútiles, baños desaseados y espacios en penumbra que nadie sabe para qué fueron construidos convirtieron al coloso de El Palotal en el más impersonal escenario para los toros y en antipático, nada amigable, conglomerado de concreto.

Nadie imaginó que, con el paso del tiempo, Francisco Cabrera de los Santos, como Alcalde, transformaría el inmenso embudo para hacer de aquel adefesio la más cómoda y hermosa plaza de toros de América.

Paco Cabrera, que predicó con el ejemplo de los sueños y de las promesas hechas realidad, demostró con este botón de muestra que la posibilidad para rescatar y mejorar al país es posible después de este huracán de sin razón que ha destruido almas y corazones en los venezolanos.

No era el problema de la plaza de Valencia su inmenso aforo, como pregonaban algunos, el problema estaba en que en su construcción se 281

vació tanto concreto que se creó un monumento de cemento, vacío de gracia, y jamás la vistieron con la hermosura y el arte que deben tener los proyectos de arquitectura taurina. Con el gasto que se hizo en cabillas y cemento para la Monumental de Valencia, pudieron haberse construido dos o tres estadios para fútbol y beisbol, de igual aforo que la antipática plaza de El Palotal, uno de los más horribles esperpentos jamás construidos por el ser humano sobre la geografía taurina. El terreno que ocupa la plaza de toros y sus servicios, los costos que genera mantener semejante mole, lo inhumano de su estructura la han hecho en la plaza más difícil de manejar en Venezuela.

Desde su inauguración en 1967, sus servicios jamás habían funcionado correctamente. Los pasillos guardaban aterradora oscuridad. La fetidez embargaba el recinto de los sanitarios con pisos llenos de charcos en los que se entrelazan orines y aguas negras. Pasillos y tendidos enrejados, para poder controlar la entrada del público.

Son tantas las puertas que el aficionado debe franquear, desde al momento que adquiere su boleto en la taquilla o el expendio, hasta ocupar su asiento en las gradas, que se ha creado una incontrolable red de corruptelas y raterías.

Con el tiempo, Miguel Eduardo Dao, joven empresario valenciano, se atrevió dar corridas. Miguel convirtió las gradas, los tendidos económicos, en elemento de promoción. Llevó los toros a los barrios de Valencia y regaló boletos. Lo hizo en las escuelas con el fin de que los muchachos fueran a las corridas. Tenía como misión el propósito de entusiasmar a los valencianos por el espectáculo de los toros, que hasta que la plaza fuera administrada por Miguel Dao había sido un espectáculo ajeno a la ciudad, promovido por los diarios caraqueños.

Pero esto sería mucho después de que en Valencia volvieran a fracasar las grandes empresas. Sebastián y Chopera decidieron volver a administrar la plaza, amenazada con vetos y cierres, luego del breve y conflictivo paso de Luis Gandica, y ocurrió la graciosa huida de Hugo Domingo Molina.

Millones de bolívares estaban enterrados en los pilotes del monstruo, pues no se avizoraba ningún empresario con valor para hacerse cargo del coso. En rueda de prensa, Sebastián González anunció ocho festejos, partiendo desde febrero con un fin de semana en el que se presentarían una corrida y un festival.

La temporada venezolana de 1975 dejó un saldo relativamente positivo, siendo los líderes de la temporada Celestino y Ponzo, en el rango de matadores de toros. Gilberto Ruiz Torres fue el más destacado en el escalafón de los novilleros, junto al colombiano Oscar Silva, y la ganadería de Los Aranguez como puntera absoluta en el renglón de los criadores.

Venezuela cifraba sus esperanzas en las noticias que hablaban de Carlos Osorio “Rayito” y de Luis Aragua, que hacían campaña en España. Como respuesta a los triunfos alcanzados durante la anterior campaña de los dos nuevos valores, se organizó en Maracay un mano a mano “natural”: Celestino Correa y Rafael Ponzo, con toros de la divisa de “Los Aranguez”. La corrida fue organizada por Juan Corso, pero detrás en la empresa estuvo siempre el aficionado Vicente Lozano Rivas. Corso fue novillero de joven y cuando entendió que no podía con los capotes y las muletas, comprendió que debía dejarlo; pero no la fiesta de los toros. Así que se quedó como organizador.

Los empresarios como él, sin grandes plazas o temporadas que les respaldasen, viven en permanente zozobra, dependiendo más de la suerte, la mayoría de las veces, que del éxito en la organización; porque cuando estos empresarios ganan es para pagar unos centavos que ya deben por la calle. Y cuando pierden lo pierden todo: lo suyo propio y lo de los amigos. No dejaron de atacar a la corrida los de siempre, pues Vicente Lozano no repartió entre la prensa ni un boleto ni hizo un solo favor, ni reservó una sola habitación de un hotel y mucho menos se vio en la necesidad de colocar avisos publicitarios.

La Cadena Capriles atacó al espectáculo despiadadamente. José Vicente Fossi, tomó la fusta de distintas columnas en sus manos para azotar a Juan Corso y a los organizadores. El éxito de la corrida se daba por descontado, y era tal el entusiasmo que existía alrededor de estos dos muchachos, de Celestino Correa y de Rafael Ponzo, que no hubo necesidad de poner carteles en la calle ni desplegar avisos en los periódicos o hacer campaña de radio. La boletería se agotó el martes antes de la corrida, un día después de haberse abierto la taquilla.

Pero ya lo sabe Ud., “corrida de expectación, corrida de decepción”. Los toros de “Los Aránguez” anovillados, descastados, parados y carentes de raza, deslucieron. Sin embargo poco fue lo que de su parte pusieron Ponzo y Correa, a pesar de que el maestro Pedro Pineda ayudó 283

a Ponzo, su alumno en la Escuela Taurina Municipal, desde el callejón de la plaza. Hubo un momento en que creímos que Ponzo le cortaba la oreja al toro. No había estado mal con el capote y entusiasmó al público con su faena de muleta. Colocó un espadazo que lucía efectivo, pero el toro tardaba en echarse. Pineda, desde el callejón, vertió sobre la arena de la plaza un cubo de agua. Luego me enteré de que al ganado criollo, cuando venía estragado y sediento por los caminos del llano a las plazas del centro, le “ayudaban a morir” echándole cubetas de agua cuando le había estoqueado porque “la sed no los dejaba morir”. Hugo Domingo Molina presentó en San Cristóbal cinco corridas de toros con ganado mexicano en cuatro festejos y una corrida de Bellavista para cerrar la temporada. Se convertiría en tradición la corrida de Bellavista, en la Feria de San Cristóbal, hasta que desapareció en las manos del ingeniero Elías Acosta Hermoso.

“El Niño de la Capea” fue el triunfador de la feria y en base de este éxito reclamaría mejores honorarios para la temporada de 1977, lo que Hugo Domingo no satisfaría. Tenía arraigo la Corrida de la Prensa y ya se sentaban sobre bases ciertas algunas de las ferias más importantes de Venezuela. Por estas razones nació la idea de la celebración de la Corrida del Cuerpo Técnico de la Policía Judicial, la Corrida de la PTJ, que con el tiempo se convertiría en un clásico extraordinario de la temporada de Caracas.

Alfredo Díaz Acero, Inspector de PTJ que de muchacho quiso ser torero y en su intento se convirtió en gran amigo de los hermanos Girón y aficionado consecuente a los espectáculos, le propuso a Rafael Cavalieri organizar la corrida. Cavalieri, banderillero ya veterano, que de novillero llegó a entusiasmar las masas porque tuvo buenas maneras y fue inteligente en la plaza y fuera de los ruedos, había incursionado como empresario de algunas novilladas y lo hizo exitosamente. Como banderillero fue líder entre sus compañeros. Batalló contra Gregorio Quijano, a favor de la Asociación de Subalternos que apoyaba a Manolo Chopera, y más tarde saltó la barrera y se colocó al lado de Quijano, en la Unión de Banderilleros, sin dudas y con decisión. Cosas en la vida de los gremios, a las que poco nos acostumbramos.

Con la idea de fomentar con los recursos que se obtuvieran un plan de ayuda para la juventud, se obtuvo la autorización para organizar la Corrida de la PTJ, sustituyendo el festejo “Novillada de la PTJ” que se había celebrado con anterioridad. Cavalieri, en plan de empresario grande, con el respaldo institucional de Alfredito Díaz, contrató a

Manolo Martínez, “El Niño de la Capea” y a Celestino Correa para lidiar una corrida de “Reyes Huerta”. Éxito importante para “El Capea” y un fracaso preocupante para Celestino Correa. Había nacido un clásico de la temporada caraqueña, que iba a hacer tanta historia como la propia Corrida de la Prensa.

Días antes de la Corrida de la PTJ se celebró en el Nuevo Circo una corrida de toros en honor a la Fuerza Aérea Venezolana (FAV), en la que se presentó el joven torero mexicano Curro Leal. En este festejo hizo su presentación en ruedos nacionales la ganadería mexicana de don Manuel de Haro, dehesa que haría historia en Venezuela por sus hermosos y encastados toros que servirían para el reencuentro con un gran torero, Antonio Chenel “Antoñete” y para que Pepe Cámara viviera su mejor tarde en Caracas.

Los toros de De Haro no están entre los favoritos de los toreros mexicanos. Sin embargo, el comportamiento que sus ejemplares han tenido en Venezuela dice otra cosa. Junto a Curro Leal completaron el cartel Palomo Linares y Rafael Ponzo.

Don Manuel de Haro, con quien he hecho una digna y edificante amistad, casado con la señora Martha González, hermana del ganadero Raúl González, de la ganadería de Piedras Negras. De Haro es un hombre de muy particular comportamiento, porque no he conocido otro idealista en la fiesta de los toros que haya batallado tanto por lo que cree. Y no es que Manuel de Haro se haya cerrado a otras alternativas ideológicas, sino más bien ha convertido su pensamiento en un ideario sincrético de lo que es la cría del toro de lidia.

Muchos han sido los días que he vivido el privilegio de compartir un tema de conversación con Manuel de Haro. En las mismas estepas tlaxcaltecas me ha narrado aquella historia de Hernán Cortés y de La Malinche, señalándome los picachos insolentes que apuntan al cielo, que era nuestro único testigo, coronados con nieves perpetuas.

Tiene Manuel conceptos muy particulares sobre el toro de lidia, y los repasa casi a diario en su discurso. Tal vez lo que le haya faltado es la comprensión por parte de sus colegas, y las oportunidades que le ha quitado la vida. Seguro estoy de que tiene en su hijo, el licenciado Jorge de Haro González, un heredero de su ideario que sabrá luchar con dignidad, sin flaquezas y tal vez con mejores oportunidades por los

conceptos en los que ha creído, y que considera son lo mejor para la dignidad de la fiesta de los toros a escala universal. La señora Martha González, esposa de Manuel de Haro y madre de Jorge, heredó el hierro de “La Laguna”, con el que se marcan los toros de Manuel de Haro, y doña Martha también, en la repartición hecha por la familia, heredó célebres e históricas señales de “Tepeyahualco”, ganadería que más tarde sería propiedad de su hijo Manuel, con el que hice estrecha amistad en México, y en Venezuela cuando vino varias veces a Caracas, Valencia y Maracaibo a ver lidiar sus toros.

Manolito, en una de sus gratas visitas a Venezuela, fue herido por una vaca de “Tarapío” en un tentadero en casa de la familia Branger. La vaquilla le metió en la pierna siete centímetros de pitón; pero Manolo, por no alarmar, siguió en el tentadero como si nada hubiera ocurrido. Cuando viajábamos de Pira Pira, que es donde está la ganadería de “Tarapío” a Caracas, tenía fiebre muy alta y decía cosas delirantes. Fuimos de emergencia a la clínica Las Mercedes para que le atendiera el doctor Héctor Visconti, médico de los toreros.

Me encontraba en Madrid un 15 de mayo cuando tuve agradable tropiezo en el momento que me dirigía a mi sitio en la plaza de Las Ventas. Un encuentro inesperado con Jorge de Haro, ganadero mexicano a quien conocí cuando era un mozalbete en un tentadero de la ganadería de su padre don Manuel de Haro, en aquella plaza de la estepa tlaxcalteca. Entonces, el madrileño Antonio Chenel “Antoñete” se preparaba para su reaparición en México. Don Manuel “le premiaba” al torero del mechón la gran tarde que en Caracas nos brindó con sus cárdenos.

Tuve el privilegio, junto a mi compadre Raúl Izquierdo, de ser anfitrión en Caracas de don Manuel y de su hermosa y muy amable esposa, doña Martha González de De Haro.

Este día, el 15 de mayo en Madrid, a Jorge le acompañaba su querida Patricia Lebrija de De Haro y por ellos en la plaza me enteré de la muerte de mi admirada doña Martha, con quien me unía inmenso

respeto y afecto profundo, a su esposo y a sus hijos. Hoy quiero recordarla en el homenaje a la bonita doña con el relato de una travesura de su hijo Manuel, cuando Manolo vino a Venezuela con unos toros que se lidiaron en Maracaibo.

Fue así. En una ocasión, Manolo y un grupo de amigos, entre quienes se encontraban Antonio Arteaga “Arteaguita”, Jesús Salermi y Oscar Aguerrevere, uno de los ganaderos de “Tierra Blanca” y destacado gerente de la aviación comercial venezolana, discutíamos el inagotable tema del toro de lidia mexicano, el toro de España y las importaciones hechas a Venezuela por los criadores nacionales.

Hubo un momento de intransigencia, especialmente por parte de Aguerrevere, que en ese momento deseaba encender un cigarrillo pero no tenía fósforos ni mechero. Al solicitarle fuego a Manuel de Haro, el hijo de doña Martha le acercó un yesquero, encendido, y a medida que Oscar Aguerrevere le acercaba el cigarrillo, con intención de encenderlo, de Haro le alejaba y bajaba el fuego. Así hasta que literalmente dobló Oscar Aguerrevere, a lo que de Haro dijo: “Esta es la diferencia, la gran diferencia entre el toro mexicano y el toro de España. ¡Así, así con la entrega de la nobleza humilla el toro de México!”. La señora Martha González de Haro, madre de Manuel de Haro, era nieta, sobrina, hija, hermana, prima y madre de muy buenos ganaderos de reses bravas. Esta hermosa señora fue estandarte para los ganaderos fundadores de los más célebres hierros la histórica región de Tlaxcala. Ganaderías que sostuvieron sobre sus hombros, durante muchas décadas, el desarrollo de la fiesta de los toros en México y en gran parte de Sur América.

Todo lo anterior de acuerdo a datos que gentilmente me suministró su esposo, don Manuel de Haro. Y en largas, muy amenas, e ilustrativas pláticas que he tenido con su hijo el licenciado Jorge de Haro González, abogado destacado, aficionado de categoría que conoce y vive la fiesta de los toros bajo un prisma muy realista y objetivo que llegó a ser Presidente de la Asociación de Criadores de Toros de Lidia a tempranísima edad y Presidente de la Conferencia Mundial de Ganaderos, hombre de envidiable cultura y apego por las cosas de su tierra.

El asunto nació en 1835, cuando don Mariano González Fernández arrendó la hacienda San Mateo Huiscolotepec en el Estado de Tlaxcala. Años más tarde, en 1856, González Fernández adquirió la propiedad, que es la famosa hacienda de Piedras Negras, cuyo casco aún hoy se 287

erige altanero y desafiante, con sus paredes de piedras enmohecidas y ennegrecidas por el paso del tiempo, una construcción de duro carácter que surge en medio del frío de la región, con paredes orgullosas que son símbolo de la época dorada del toreo mexicano.

Don Mariano tuvo nueve hijos. De ellos, José María González Muñoz era muy aficionado a los toros. Nombre importantísimo en la historia de la ganadería brava, se asoció con un primo hermano suyo, José María González Pavón, que era propietario de Tepeyahualco, para (con ganado de San Cristóbal de la Trampa –ganado criollo, cunero–, fundar la ganadería de Piedras Negras.

Las fincas en México en esa época le daban sus nombres a las ganaderías bravas. Lo contrario de lo que ocurría en España, y lo contrario del México moderno, donde los hombres le ceden sus nombres a los hierros ganaderos y donde las ganaderías desde los primeros tiempos adquieren la denominación de sus propietarios.

Con mucho entusiasmo los González iniciaron la cría del ganado bravo en los desafiantes terrenos de Tlaxcala, que a ratos se parecen a las estepas con fríos vientos capaces de cortar la cara como si de hojas de filosos puñales se tratara. Eran muy buenos vaqueros, hombres de a caballo que faenaban con destreza.

También entusiasmados se unieron a la cría del ganado los hermanos de don José María González: Manuel y Carlos, fundando una familia ganadera de gran importancia.

Don José María González, fundador de Piedras Negras, hizo un negocio con el matador de toros bilbaíno Luis Mazzantini, en una de las temporadas que “Don Luis” vino a América. El negocio consistió en la venta de un toro español, a la ganadería de Piedras Negras, de la ganadería de don Pablo Benjumea que había sobrado en la temporada realizada en la Plaza Colón de la ciudad de México el año de 1888. Este toro fue el primer semental español que padreó en Piedras Negras.

Al fallecer uno de los socios de Piedras Negras, don José María González Pavón, que era propietario del antiguo hierro de Tepeyahualco, en la partición de la herencia el ganado fue a parar a los potreros de las fincas de Zotoluca, La Laguna, Piedras Negras, Coaxamalucan y Ajuluapan. Rota la sociedad por la desaparición de uno de los socios, don José María González Muñoz dejó que sus hijos Lubín y Romárico tomaran las riendas de Piedras Negras y se fue a vivir a los predios de Zacatepec,

en una casa que diseñó y edificó especialmente para su retiro. Carlos González Muñoz, hermano de José María e hijo de Mariano González Fernández, fundó con reses de Piedras Negras la ganadería de Coaxamalucan, divisa de tardes memorables en Venezuela, como fue aquella cuando César Girón en Caracas le cortó un rabo a uno de estos encastados toros, o aquella otra cuando en el mismo Nuevo Circo el joven espada guariqueño Celestino Correa se encerró en solitario con seis estupendos ejemplares.

La fundación de Coaxamalucan ocurrió en 1907, en el poblado tlaxcalteca conocido como San Lucas Coaxamalucan, que no es más que una fracción de la hacienda de San Mateo Huiscolotepec.

Un año crucial para la cría del toro de lidia en Tlaxcala fue el de 1908. Ocurrió que dos de los hijos de don Manuel González Muñoz, Lubín y Romárico, se separaron y cada cual fundó su ganadería.

Lubín se quedó con Piedras Negras y le agregó unas vacas y un toro españoles, que estaban en Tepeyahualco. Las vacas, diez en total, y el toro, pertenecían todos a la ganadería sevillana del Marqués de Saltillo. Romárico, por su parte, reunió el ganado bajo la denominación de “La Laguna” con vacas de Tepeyahualco y un toro de Ibarra. Los fundadores, don José María González Muñoz, retirado en Zacatepec y don Carlos González Muñoz, de Coaxamalucan, y Romárico González González, fallecieron entre 1915 y 1918.

Los herederos, Wiliulfo González y Lubín González, hicieron de La Laguna y de Piedras Negras dos estupendas ganaderías que muy pronto alcanzaron renombre internacional. Los toreros, las grandes figuras del toreo, fueron los heraldos que se encargaron en lanzar a los cuatro vientos las bondades de los toros de Tlaxcala a los cuatro rincones del universo del toreo. Se logró con los toros y las vacas de Saltillo. De tanta categoría los productos laguneros, que en 1929 se dieron el lujo y el gusto de enviar sus toros a España, a la plaza de El Chofre en San Sebastián, lidiados por el mexicano Heriberto García (torero que cortó un rabo en Madrid) y las figuras hispanas Marcial Lalanda, Joaquín Rodríguez “Cagancho” y Manolito Bienvenida en el momento de su plenitud profesional.

La gente de Tlaxcala se ha apegado a la escuela de sus ancestros. Una actitud que los llena de orgullo. Hoy el ganadero de Piedras Negras

es Raúl González, que se encargó de la ganadería en 1952 cuando su hermano Romárico, que había manejado Piedras Negras y La Laguna, le cedió la conducción de la histórica vacada. Romárico había heredado la responsabilidad en la dirección de la ganadería prócer de Tlaxcala en 1941, cuando murió trágicamente su hermano Wiliulfo en un coleadero en la plaza de tientas de la hacienda San Mateo Huiscolotepec, al caer de un caballo.

Wiliulfo hizo muchos tentaderos a campo abierto, en colleras de caballos, como se estila en algunas ganaderías andaluzas. La faena campera andaluza siempre le atrajo y como era un grandioso caballista y buen torero de a pie, sintió que de esa manera se integraba más aún a la formación de su ganadería. Era muy campero, campero mexicano, y como toda su familia gustaba de las cosas de su campo, de su charrería y faenas campiranas entre las que estaba el colear ganado.

El tentadero de Piedras Negras, como sucede con muchos tentaderos y lienzos charros en México, sirve para cumplir las dos funciones: la de torear a pie y la de colear a caballo; y fue precisamente en Piedras Negras, en un coleadero, donde Wiliulfo González Carvajal perdió la vida al caer de un caballo.

Heredaron Piedras Negras doña Delfina González viuda de González y sus seis hijos: Romárico, Javier, Raúl, nuestra querida amiga Martha de Haro y Susana González González.

En el año de 1969 las tres porciones de la ganadería de La Laguna que eran propiedad de Romárico, Magdalena y Susana fueron adquiridas por el ingeniero Federico Luna, pero la cuarta parte integrada por las más puras reses de la vacada original, de las reses laguneras, de purísima procedencia saltillo, fueron adquiridas por doña Martha González de De Haro que guardó para ella el histórico hierro.

Conocí a Manuel de Haro y a la señora Martha, en ocasión del primer viaje de sus toros a Venezuela. Junto a mi compadre Raúl Izquierdo fuimos a casa de Amadeo Costa, cuando este era propietario del restaurante de carnes La Estancia, en La Castellana. En una entrevista de Haro, al preguntarle si se pensaba importar sementales a México, desde España, para refrescar la sangre del toro mexicano, soltó una respuesta que provocó muchos comentarios en Venezuela e incluso una protesta de Palomo Linares a nivel internacional. Sus palabras de reprodujeron en México y en España.

–No. No hemos pensado en traer semen de España o en importar sementales; pero lo que sí tenemos claro es que la ganadería brava española necesita con urgencia refrescarse, y creo que lo más conveniente es hacerlo con semen del toro bravo de México.

Hizo referencia a la caída del toro español en una entrevista reportaje que le hice para el semanario El Ruedo. En 1976 la cabaña brava española vivía momentos muy preocupantes en relación al tema de “la caída del toro”. Hombre de teoría muy definida en la cría del toro de lidia, don Manuel no sólo ha luchado contra la inclemencia de los suelos de Tlaxcala, las heladas, la falta de recursos, sino a favor de un concepto de selección y de formación de la ganadería brava. Sus conceptos y criterios lo han enfrentado a los ganaderos de Zacatecas, los herederos de las teorías de don Antonio Llaguno.

La fundación de Coaxamalucan ocurrió en 1907, en el poblado tlaxcalteca conocido como San Lucas Coaxamalucan, que no es más que una fracción de la hacienda de San Mateo Huiscolotepec.

Un año crucial para la cría del toro de lidia en Tlaxcala fue el de 1908. Ocurrió que dos de los hijos de don Manuel González Muñoz, Lubín y Romárico, se separaron y cada cual fundó su ganadería. Lubín se quedó con Piedras Negras y le agregó unas vacas y un toro españoles, que estaban en Tepeyahualco. Las vacas, diez en total, y el toro, pertenecían todos a la ganadería sevillana del Marqués de Saltillo. Romárico reunió el ganado bajo la denominación de “La Laguna” con vacas de Tepeyahualco y un toro de Ibarra. Los fundadores, don José María González Muñoz, retirado en Zacatepec y don Carlos González Muñoz, de Coaxamalucan, y Romárico González González, fallecieron entre 1915 y 1918.

Manolo Chopera reapareció en la Monumental de Valencia con dos corridas de toros mexicanas, una de José Julián Llaguno y otra de Javier Garfias, con dos carteles que presentaban a Manolo Martínez, “Niño de la Capea” y “El Mito”, la tarde del sábado siete de febrero y el domingo a Curro Girón, Ángel Teruel y Manolo Arruza.

Fue una gran tarde de Curro Girón que acaparó los trofeos de la feria. Seguía por su cauce la temporada con un conflicto entre Hugo Domingo Molina y Rafael Báez porque el apoderado de Eloy Cavazos acusó, en declaraciones dadas a nuestros corresponsal en España, José Beltrán Gómez, de “incumplimiento de palabra” por parte del empresario tachirense para la feria del Sol. No pasó de allí la cosa, pues era la palabra de uno contra la del otro, pero sí quedó una gran fractura entre Báez y Molina, acrecentada con el tiempo por la poca simpatía hacia la causa mexicana del empresario andino.

Una encuesta hecha en España entre destacados periodistas, hizo un escalafón de los toreros, de los mejores toreros del momento. Fue publicado en varios medios en sus secciones taurinas y en la elección participaron los periodistas de moda. Pepe Bermejo, SER, Manuel Moles, TVE, Carlos de Rojas y Joaquín Vidal de Informaciones, José Luis Dávila, Hoja del Lunes, Selipe, Ya, Filiberto Mira, Radio Sevilla, Vicente Zabala, ABC, Alfonso Navalón y Mariví Romero, Diario Pueblo.

La votación de los especialistas españoles colocaba al tope de la encuesta a Paco Camino y a El Niño de la Capea, cada uno con nueve votos, seguidos por Santiago Martín “El Viti”, Ángel Teruel y José María Manzanares, con ocho votos; Roberto Domínguez con siete y con cinco Dámaso Gómez, Miguel Márquez, Ruiz Miguel y Dámaso González.

En la continuación de la programación de Valencia presentó Manolo Chopera una corrida de toros y un festival. Para el festival contrató a César Faraco, Antonio Ordóñez, Diego Puerta y Juan Carlos Beca Belmonte para que lidiaran cuatro toros de Mariano Muñoz, Zacatepec, y cuatro de Tierra Blanca. La corrida de toros fue de Tequisquiapan para Teruel, Capea y Curro Girón.

Hubo ambiente para los dos festejos y bajé junto a Sebastián González a recibir a Antonio Ordóñez, que llegó en compañía de su yerno, Juan Carlos Beca Belmonte y de un grupo de “ordoñistas hueso colorado”, aficionados invitados por el rondeño a Valencia. El divismo del maestro era insoportable y apenas daba acceso a la entrevista.

–Si los toreros dicen que he sido el que mejor ha toreado déjeme decirle a usted, para que no haya polémicas, que el que mejor ha toreado ha sido “El Niño de la Palma”, mi padre, Cayetano Ordóñez. La ocurrencia de Antonio Ordóñez fue festejada con sonoras carcajadas

por el grupo de sus invitados, convertidos en sus incondicionales y que al momento de la entrevista formaban un semicírculo en el despacho de la aduana, mientras esperábamos que sobre la negra cinta de caucho sobre la que paseaban cajas, maletas y pertenencias de los pasajeros, apareciera el equipaje del rondeño y de sus acompañantes. Sebastián González partió de inmediato a Caracas ya que el maestro, con su comitiva, se quedó en el Hotel Tamanaco y no fue hasta el domingo por la mañana que se fueron a Valencia.

Ha sido Ordóñez uno de los grandes toreros de todos los tiempos; aunque en Venezuela, lamentablemente, como en casi toda América, no tuvieron los aficionados la suerte de verle en su gran dimensión de magistral artista. Escasas fueron sus demostraciones en suelo americano. Se podrían contar con los dedos de una mano. Una tarde en México con un San Mateo, la de Lima con un toro de Javier Garfias, la de Maracay con César Girón cuando le cortó las orejas y el rabo a un toro de Rancho Seco y en Caracas tuvo varias actuaciones destacadas. Todas estas sin llegar a ser las obras maestras con las que convenció a los más exigentes públicos españoles hasta alcanzar el indiscutible grado de gran maestro.

El festival tuvo poco lucimiento, a excepción de una enrabietada actuación de Diego Puerta que le cortó las orejas a un dificilísimo Tierra Blanca. Beca Belmonte y Faraco estuvieron desafortunados y Ordóñez fue constantemente abucheado.

–Rodolfo, tú me entregaste un aspirante a novillero muerto de hambre, lleno de promesas incumplidas, que estaba en España a la deriva y sin saber qué techo le cobijaría durante la noche y ahora te devuelvo a Celestino Correa convertido en un matador de toros.

Así anunció Octavio Martínez “Nacional”, dirigiéndose a Rodolfo Serradas “Positivo”, la ruptura con el torero de Tucupido. –Dejo a Celestino Correa y me llevo a España a un fuera de serie, a Pedro González “El Venezolano” que va a ser una gran figura del toreo. Era el nuevo valor que se llevaba a España Octavio Martínez. La aventura con Celestino había llegado a su final. Había visto a un novillero zuliano, de Santa Bárbara del Zulia al que llamaban en los tentaderos “El Maracucho”, formado en Maracay, Pedro González. Lo primero que hizo Octavio Martínez con Pedro González fue llevárselo a un tentadero en Carora, a la ganadería de “Los Aranguez”. Convencido

Octavio que Pedro podía ser torero, le cambió el nombre por el de “El Venezolano” y desplegó en la prensa una prolija promoción basada en entrevistas y declaraciones de impacto y polémica que convirtieron al torero que se llevaría a España en centro de atención de la afición. Al apenas iniciarse la Feria de Abril en Sevilla, Octavio presentó en Camas, la cuna de Curro Romero y de Paco Camino, a Pedro González una mañana, en una novillada que organizó con astados de Benítez Cubero, junto a Pascual Gómez Jaén y otro novillero de la región.

Pedro González, anunciado en los carteles como “El Venezolano”, cortó cuatro orejas y dos rabos. Los cables de las agencias internacionales, en especial la Agencia France Press de la que era corresponsal José Beltrán Gómez (Pepe Madriles), lanzaron a los cuatro vientos la buena nueva del triunfo del torero zuliano y del descubrimiento en tierra de María Santísima de una figura del toreo. Ya toda España conocía de la existencia del nuevo fenómeno descubierto por Octavio Martínez.

Para la época iban a Sevilla muchos aficionados venezolanos. De Valencia don Pablo Espinal y Arnaldo Rincones, de Maracay Alberto Ramírez Avendaño y José Casanova Godoy, de Caracas Manolo Marín y Manuel Malpica. Todos fueron invitados especiales al descubrimiento del fenómeno en Camas.

El golpe publicitario tuvo contundencia, pues no dejó de sonar el nombre de Pedro González, alimentando curiosidad y esperanza entre los aficionados de Venezuela, hasta que a finales de temporada se le organizó la alternativa en la Feria de La Chiquinquirá de Maracaibo con toros de Reyes Huerta, Paco Camino como padrino y con el testimonio de Cruz Flores, que hizo su presentación en América del Sur.

Vimos aquella tarde a un torero muy placeado, con ideas claras y bien ordenadas en la estructura de la lidia. Vistió un hermosísimo terno bordado en oro y plata, de sedas de profundo azul marino, vestido mágico, de un extraño fulgor, hermosísimo, bajo la luz del sol marabino. Nunca olvidaré los seis pares de banderillas que colocó “El Venezolano” la tarde de su alternativa, haciendo alarde de su condición física y del conocimiento que tenía de los terrenos. Colocó seis pares de banderillas de gloriosa inmensidad, sin necesidad de que los banderilleros le colocaran los toros, sin que un solo capote de un subalterno le ayudara en la colocación de los toros. Impresionante fue el momento de la alternativa, un instante de profundo silencio y hasta de fervor, que se sintió en plaza llena de bote en bote.

Cuando Pedro brindó la muerte del toro, se desgranó la ovación más impresionante que háyase escuchado jamás en un redondel venezolano. Hubo en esos momentos tan importantes una comunicación inquebrantable con profundo sentido de solidaridad de la raza zuliana, que avivó la necesidad del vínculo existencial entre torero y tierra, terruño y la presencia del protagonista. Un nuevo anuncio hecho por un torero nacional, que nunca fue interpretado por los organizadores de los espectáculos taurinos en Venezuela.

En Caracas, Antonio José Galán recibió una horrible cornada que le partió en dos la femoral, cuando toreaba por naturales a un astifino toro de Zacatepec. Fue una corrida que organizó Luis Gandica y para la que contrató a Simón Mijares “El Duende”, que reaparecía en Caracas luego de muchos años, de aquellas temporadas organizadas por José Manuel Pérez Pérez. En ellas que destacó este torero que se convirtió en ídolo de las multitudes capitalinas.

“El Duende” se fue a España con Antonio Ordóñez, luego de un Festival del Recuerdo en Caracas donde actuó junto a Luis Castro “El Soldado”, Lorenzo Garza, Fermín Rivera y Raúl Acha Rovira. En Ronda tomó la alternativa de matador de toros, sin que posteriormente hiciera campaña que valga la pena destacar, pues casi siempre redujo su radio de acción al ambiente familiar del maestro de Ronda, de su mujer Carmiña González y de sus hijas, Carmen y Belén, quienes casarían con Francisco Rivera “Paquirri” y Juan Carlos Beca Belmonte. Junto a Galán y a “El Duende”, Gandica contrató a José Fuentes, aquel torero de Linares con el que “El Pipo” hizo una brillante campaña publicitaria que tuvo como slogan “Linares nos lo quitó y Linares nos lo devuelve”. El amanoletado José Fuentes, torero senequista, temple acariciante y mando sin estruendos, vivió momentos muy importantes en el toreo. Le faltó “apretar el acelerador” en momentos clave de su vida profesional, porque es muy injusto el sitio en el que está colocado en la historia del toreo, especialmente habiendo tenido inobjetables condiciones artísticas.

La cornada de Antonio José Galán fue curada por el doctor Héctor Visconti, en la Policlínica Las Mercedes. Fueron varias las operaciones a las que fue exitosamente sometido el torero cordobés. Cornada muy grave en la que se temió perdiera la vida el valiente diestro de Bujalance.

Decía Galán cuando de coraje hablaba que “el valor de los toreros es como un frasco de agua colonia; cada tarde se echa uno un poquito, hasta que se acaba el perfume del frasco y cuando se necesita estar perfumado para una gran fiesta, ya no hay colonia”. “Se me acaba el valor, Vito”, decía y al mismo tiempo se descubría el cuerpo para mostrar las terribles heridas. En la Policlínica Las Mercedes pasó un buen tiempo y allí iba a verle a diario junto al ganadero mexicano Marianito Muñoz, que había llegado a Venezuela hacía más o menos un mes con sus toros de Zacapetec.

La corrida se iba a lidiar en principio en Valencia, pero se dividió el encierro con toros de Tierra Blanca para el festival que toreó Antonio Ordóñez en la Monumental. Luego tres de los toros de Zacapetec se lidiaron en el Nuevo Circo y uno de ellos, “Don Ron”, bautizado en la plaza de Caracas en homenaje a los buenos rones venezolanos, tantas veces ponderados por el ganadero zacatecano, le pegó la horrible cornada a Galán.

Mariano vivió un mes entre nosotros. Se hizo contertulio en la reunión que teníamos en Los Cuchilleros. Juan Diego, Arturo Magaña y Manuel del Prado “El Triste” le acompañaban a todas partes. La noche del festival de Valencia, recuerdo bien que nos fuimos hasta bien entrada la madrugada con Mariano a recorrer algunos bares. Ya bien entrada la noche decidimos ir a comer y en el restaurante encontramos a los ganaderos de Tarapío, Marcos y Maribel Branger, acompañados de una inmensa legión de amigos. La señora de Branger, siempre amable, le preguntó a Mariano si quería acompañarles en la sobremesa “para tomarnos una champañita” “Señora, respondió, da la casualidad que yo al champagne nunca me le he rajado”. Ya mejor, Antonio José Galán viajó Mariano a México, donde le volví a ver a finales de este año en compañía de un grupo de amigos que fundamos la peña “Los Amigos del Toro”.

Aquel año, luego del festival de Valencia, organizamos otro en Tovar, a beneficio de las obras de la Parroquia de la Virgen de Regla. Fuimos

Tobías Uribe, Raúl Izquierdo, César Dao, Cheo Ramírez y yo con vacas de “Los Aranguez”. Fue un festejo de mucho éxito. Para llegar a Tovar tuvimos que sortear muchas dificultades, porque a causa de las lluvias la carretera entre Mérida, donde habíamos llegado por avión, se encontraba obstruida. Con los bártulos al hombro tuvimos que caminar un trecho de unos cuatro kilómetros, con Tobías Uribe y su amable esposa, Indalecia Gómez de Uribe, mi hermano Rafael Ernesto, Raúl Izquierdo y otros amigos. Estos festivales de los aficionados prácticos tuvieron mucho éxito y toreamos varias veces en Maracay, Valencia, Barquisimeto, San Cristóbal.

Aquel año fuimos a México, actuamos junto a Tobías Uribe y Raúl Izquierdo en la “Antonio Velázquez”, plaza de toros del Restaurante Arroyo, en compañía de don Roberto Morales, Paco Cabañas y del doctor Leopoldo Sánchez Valle. Nos preparamos para este festival yendo al campo bravo de Tlaxcala junto a Rogelio Morales, “El Triste” y Juan Diego y en Tepejí del Rio, en el Estado de México, a la ganadería de Pepe Chafik, “San Martín”. Fuimos a casa de don Manuel de Haro, quien nos echó unas vacas fuertes, bravas y de gran calidad. Muy grande la primera, ya varias veces parida y que no había sido tentada. Creí que esa era el tamaño de todas las vacas que se iban a tentar y le salí para tragarme el miedo lo más pronto. Resultó que la cárdena muy cornalona tenía la fuerza justa y un lado izquierdo muy agradable, de mucha obediencia y estupendo recorrido. Ese recorrido ideal para el torero poco experimentado, como es el caso de la gran mayoría de los aficionados prácticos. La vaca resultó a la medida para mi falta de oficio y de experiencia, y la gocé toreando. No tuvieron la misma calidad las otras vacas, aunque más gratamente presentadas, mucho más jóvenes, pero con pólvora en las pezuñas, revolviéndose en un palmo de terreno lo que hizo del tentadero un vía crucis para mis compañeros.

Luego de casa de don Manuel de Haro nos fuimos a Puebla a dormir. En la mañana del día siguiente, muy temprano, llegamos a la finca de los señores De la Concha, donde pastaba el ganado de Zacatepec, propiedad de Marianito Muñoz. Fuimos recibidos por Mariano en compañía del matador de toros Jorge Aguilar “El Ranchero”, vestido de charro con calzones color mamey y un gran sombrero mexicano hermosísimo, con el que más tarde, aprovechando la inmensa bondad de una vaca de Muñoz tuve el placer de torearla al natural.

El tentadero se hizo a campo abierto y por testigos tuvimos el hermoso e inmenso nevado del Popocatepetl, vigilante y sereno y posiblemente satisfecho y orgulloso ante la infinita amabilidad de Mariano Muñoz y de su gente, de sus hijos, hijos del gran volcán de penacho nevado, que nos atendieron con generosidad impresionante. A cada momento nos ofrecían pulque, de diferentes sabores, guayaba, de limón y sandía, mientras toreábamos hasta hartarnos las buenas vacas de Zacatepec.

Más tarde nos reunimos con la familia Muñoz y Aguilar en una vieja casona, la casa de Zacatepec. La reunión se celebró en una sala adornada con una impresionante cabeza de un toro de Aleas que “El Ranchero” desorejó en Madrid.

Marianito Muñoz, a la hora de los postres, ofreció un brindis por la amistad y por el toreo, brindis que resumió en los versos de un hermoso poema que hoy se eterniza en el tiempo grabado en hermosa placa de bronce colocada en la plaza México.

No volví a ver al maestro tlaxcalteca. Sabía de “El Ranchero” por amigos comunes que le admiraban como persona y como torero. Un día, años más tarde, me enteré por un cable, con la acostumbrada frialdad que los despachos cablegráficos informan de las buenas y de las malas noticias, que Jorge Aguilar había muerto. No de una muerte natural, común y corriente, había muerto como un dios del Olimpo del Toreo, lo hizo toreando en el tentadero de Coaxamalucan el martes 27 de enero de 1981.

Sostuve entre mis manos el pedazo de papel que llevaba impreso en tinta cada carácter que componía la información. Poco a poco sentí un tropel de recuerdos que vi, los recordé enfundados en aquel majestuoso traje de charro que vestía “El Ranchero” la mañana aquella en la falda del volcán poblano, en tierras de la familia De la Concha, cuando hicimos el inolvidable tentadero con las bravas y nobles vacas de Zacatepec, aquellos de mi también ido amigo Marianito Muñoz.

Escribí, a manera de epitafio para el admirado maestro, estas líneas: “Imagino que si Jorge Aguilar “El Ranchero”, hubiera tenido para

escoger una muerte, habría sido la que le tocó”. Murió en una plaza de tienta, la de Coaxamalucan, en la tierra muy noble y muy ganadera de Tlaxcala, luego de rematar una tanda de naturales, cuando ejecutaba un ceñido, sentido y templado pase de pecho. Murió sobre la misma tierra tlaxcalteca que le vio nacer y en una de las plazas de tienta que le lanzó al estrellato.

Estepas que duermen en serena hermosura a las faldas del inquieto y majestuoso nevado, potreros en los que pastan las vacas de los Muñoz y donde pastaron las reses de Tepeyahualco antes de ser fundadoras de la ganadería brava mexicana. Suelo de Tlaxcala, piso histórico muy ligado a la fundación del México moderno, punto intermedio entre el puerto de Veracruz y la gran Tenotchitlán.

El señorío de Jorge, su singular torerismo, sencillez, genuina afición, y por sobre todas las cosas amor por su profesión de torero, han sido de las cosas que más me han impactado. No olvidaré como sobre un caballo bayo picaron aquella mañana las bravas y nobles vacas de Zacatepec. No podría olvidarlo jamás, porque con su sombrero charro tuve el gusto de torear al natural una de aquellas nobles vacas, negras y de amurubadas hechuras, cubetas de cuerna, que con bondadosa bravura nos hicieron creer a Tobías Uribe, Raúl Izquierdo y a mí, que el toreo es cosa sencilla.

Luces de candil le dieron vida a las sombras aquella noche, cuando todos juntos, reunidos en la hermandad de toreo, escuchamos en boca de Mariano el poema que el ganadero le había escrito a “El Ranchero”, torero ídolo de Tlaxcala. Se calló el tañido del cencerro que llama al cruzado de pulque, como se callaron las risas de los felices amigos, al ver cómo rodaba una escondida lágrima por los surcos del curtido rostro del veterano torero.

“El Ranchero” nació en el viejo cascarón de la hacienda de Piedras Negras. Ruina colonial que se atreve a murmurar la historia con el frío viento de la noche. Viento que cimbra los encinillos, como luego se cimbraría la cintura de Jorge al torear lleno de sentimiento. Su presentación en México fue como sería su vida de torero, en la medida de “Joselito”, el recio ídolo novillero sombra en la suavidad “Silveriana”. Filigranas de las que inmortalizaron a “Pistachero”, “Raspinegro”, etc.

Su padrino fue el lusitano Manolo dos Santos y la tarde de la alternativa la del 28 de enero de 1951. Tal como era para la amistad, lo fue para los toros: Seco, sin adornos, pero con ligazón, seriedad y mucha verdad. Entre sus muchas tardes de gloria está aquella cuando inmortalizó a “Montenegro” de San Mateo toreando con Juanito Silveti en la Plaza México.

Fue torero de México para España. En 1953 toreó más de 40 tardes, incluyendo fechas en Sevilla y tres en Madrid. Le dijo adiós a la taleguilla en la Monumental de México con Joselito Huerta y Chucho Solórzano cortándole un rabo a “Forzado” de Mimiahuapan el 11 de febrero de 1968.

Diecisiete años de torero, llenando de sentimiento toda aquella tierra ganadera de Tlaxcala para la que ha sido la gran figura que han tenido “Tepeyahualco”, “Coaxamalucan”, Piedras Negras, “La Laguna”, “La Trasquila”, “Ajuluapan”, “Zotoluca”, “Zatatepec”, y todos esos hierros curtidos sobre los serenos parajes, con sus encomiendas llenas de historia, la gente que hizo el México antiguo y el México de ahora.

Jorge Aguilar, “El Ranchero” murió como quisiera morir un torero. Por ello me alegro de su muerte, pero siento la pena en mi amigo Mariano Muñoz, su cuñado, siento el dolor que su prematura desaparición debe haber causado en el seno de su precioso hogar, siento pena porque la fiesta ha perdido alguien que la amaba de veras.

Álvaro, mi hermano, que es arquitecto, viajó con nosotros a Puebla, venía de Guadalajara donde había participado en un Congreso profesional. En la Perla Tapatía vivió una experiencia que por simpática vale la pena reseñarla.

Existía en aquella época la plaza de toros El Progreso, de Guadalajara. Álvaro, en compañía de otros arquitectos venezolanos, viajó directamente desde Caracas hasta Guadalajara, haciendo escala en la Ciudad de México sólo para cambiar de aeronave. Al llegar se enteró de que había toros en El Progreso y sin registrarse en el hotel, dejando el equipaje en

el aeropuerto, se fue a la plaza pues tenía el tiempo justo. Así que en reventa adquirieron un par de boletos y se colocaron en los graderíos.

La persona que le tocó al lado se sintió atraído por el dejo en el hablar de mi hermano y de su acompañante, por lo que les preguntó si eran venezolanos. Comenzó una grata plática con el tema de Venezuela y de lo venezolano.

–Fíjese, le dice el mexicano, que yo tengo un gran amigo en Caracas.

– ¿Cómo se llama? –Es Víctor José López, un periodista taurino, “El Vito” del diario Meridiano, es como mi hermano.

–No, responde Álvaro, “El Vito” es mi hermano. La persona con la que hablaba se enfada, cree que le toman el pelo. Hubo necesidad de que Álvaro le mostrara su pasaporte para que se convenciera de la verdad que decía. La persona era el novillero Rogelio Morales, que hizo en plazas venezolanas una larga y dilatada campaña profesional, dejó gran cartel y muchos amigos. Más tarde se unirían al grupo que por Tlaxcala hacíamos “campaña de campo” en los tentaderos de aquellas ganaderías de los buenos amigos de Haro y Muñoz.

A Álvaro se le unió un amigo en Guadalajara, residente en Querétaro y arquitecto como él. Era hijo del Juez de la Plaza queretana y había estudiado en la Universidad de Clemson, en Carolina del Sur, la misma época que Álvaro. Este compañero viajó hasta la Ciudad de México y nos acompañó en casa de Chucho Arroyo durante el festival taurino. Estaban en México, para la época de los festivales, varios amigos venezolanos, entre ellos el matador de toros César Faraco, muy querido en México y el empresario venezolano Sebastián González.

Sebastián fue hasta Arroyo junto a Javier y Pepe Garfias, los dos célebres ganaderos potosinos que con tanto éxito han lidiado sus reses en plazas de Venezuela y Sur América. En Arroyo participamos en un festival con el doctor Leopoldo Sánchez Valle, gran amigo de Curro Girón, Roberto Morales Legaspi y Paco Cabañas. Luego del festival se celebró una gran fiesta en el Tablao Flamenco, una sala que en su oportunidad fue inaugurada por Lola Flores. El tablao en sí está construido de varios tipos de finas maderas, lo que le da sonoridad diferente a los distintos

espacios. Esto lo aprovechan los bailaores de flamenco para realizar sueños de sonoridad. Se trata de algo único en el mundo.

La temporada de novilladas de Caracas se presentaba como un reto y por ello hubo varios intentos en seguir los pasos de éxito de aquella empresa Taurivenca que administró Gregorio Quijano.

Roberto Marubini era un joven contador que trabajaba en el departamento de contabilidad de un frigorífico que administraba Carlos Olivero, un italiano metido en el negocio de la carne. Olivero le compraba a Quijano las carnes de los novillos que se lidiaban y se beneficiaban en el destasadero de la plaza de toros. Roberto Marubini representaba a Olivero ante los matarifes.

Quijano invitó a Marubini a que presenciara los espectáculos de las novilladas y por su buena ubicación en la plaza, lo exitoso de la temporada, tuvo Roberto oportunidad de conocer mucha gente. Gente ligada a los espectáculos, a la banca y el mundo económico, a las Fuerzas Armadas y a la política.

Roberto se fue aficionando, poco a poco. Le gustó la gente que descubrió en la plaza e hizo buenas amistades. Una de ellas fue José de Luca, que administraba la taquilla de los espectáculos de Quijano, haciendo las funciones de contador en la empresa Taurivenca. Otro buen amigo de Marubini era Alejandro Mondría, miembro de la peña taurina que tenía su sede en la Cervecería Río Chico, en la Avenida Miranda por los predios de Chacao. Marubini, de Luca y Mondría se unieron en empresa y se entusiasmaron para organizar festejos taurinos, organización que llamaron “Promociones Fiesta Brava”. Ángela, una joven rubia, que quería ser torera, estaba de moda en las revistas del corazón y en los semanarios taurinos de España. Los gremios de toreros y las autoridades del gobierno español cumpliendo al pie de la letra viejas ordenanzas, le impedían pisar las arenas por el simple hecho de ser mujer; y por ello, la brava torera se montó a caballo y toreaba como rejoneadora. Pero Ángela en su vocación lo que más quería era pisar los ruedos como torera de a pie. Se fue a México y

allá la conocí a finales de los años sesenta cuando Manuel Benítez “El Cordobés” hacía campaña por aquellas tierras. No tuvo mucha suerte Ángela en México y en España se convirtió en una cruzada de la causa feminista hasta lograr la revisión de leyes y ordenanzas y torear junto a sus compañeros hombres.

Marubini, Mondría y de Luca organizaron una breve temporada, con la torera Ángela como principal atracción. Roberto viajó a Colombia y trajo dos bonitas novilladas de Las Mercedes (González Caicedo) y Dosgutiérrez. Con Curro Leal se puso de acuerdo en México y contrató a Alfredo Gómez “El Brillante”, el torero más destacado en la temporada de la plaza México.

Un taquillazo fue el debut de Roberto Marubini como empresario. Además del atractivo de Ángela, que era indudable, las novilladas colombianas estuvieron muy bien presentadas, lo que ayudó mucho al ambiente. Se respiraban aires de acontecimiento grande. La novillada de la presentación de Ángela sirvió para descubrir al valenciano Luis Meza como novillero. Sorprendió con su toreo de capa y buenas maneras con la muleta. Lamentablemente, como suele ocurrir con la mayoría de los espadas nacionales, las flores de la prensa le alucinaron y Meza se quedó varado en el recuerdo de aquellos sorprendentes lances. Con el tiempo se escudó en la protesta por la incomprensión y se perdió diluido en el riachuelo de la vida. Luis Meza, una tarde, llegó a la redacción y me manifestó su vocación artística, como dibujante. Quería ser pintor, y pintor taurino. Sentí una gran alegría, pues vi una promesa artística en los bocetos que me presentaba.

Me unía una amistad de trabajo con el gran dibujante uruguayo Galeandro, que para la época dirigía una exitosa Academia de Dibujo. Hablé con Galeandro y logré una beca para Luis Meza. No tuvo ni la cortesía de responderle la atención a Galeandro y no volví a saber de él, de Luis Meza.

El tiempo le daría un sitio Roberto Marubini en la fiesta, convirtiéndose con su hijo Alessandro en el empresario de Maracaibo, de la complicada Feria de la Chinita de Maracaibo. Entre los aportes de Marubini a la fiesta, que son muchos, deseo recordar la contratación de dos novilleros mexicanos que le dieron mucho sabor a la temporada de novilladas en Caracas y se convirtieron en destacadas figuras del toreo en su natal México. Nos referimos a Alfredo Gómez “Brillante”, y Jorge Gutiérrez.

“Por ser parco y retraído, parecía ausente; pero, expresándose con el capote o la muleta en el toreo de salón, Jorge Gutiérrez copaba la escena aquellas mañanas del agosto caraqueño”. Son las primeras letras de un prólogo a un estupendo trabajo numérico, realizado por Nelson Arreaza con motivo la reaparición fugaz de Gutiérrez en un festival homenaje a Jorge San Román, su amigo, en la Santa María de Querétaro.

–Eran los días de agosto de la temporada de 1976 y se vivía con inusitada intensidad la fiesta de los toros en Caracas. Surgían ganaderías, fechas y competencias y aparecían empresarios y organizadores por las cuatro esquinas. Roberto Marubini le había agregado fechas al calendario ya amplio y extenso que había organizado Quijano en su descomunal proyecto de Taurivenca. El que mayor número de novilladas ha logrado reunir en temporadas consecutivas en Venezuela.

Impresionó Jorge Gutiérrez en el parque de Los Caobos, igual que en la plaza. Fue en aquella mañana de agosto que nació mi admiración por este torero de Hidalgo. Un torero diferente al común del profesional de los toros. Cabal como hombre, al que aprendí a respetar y admirar, en los dos meses que vivió en Caracas.

Era Caracas una ciudad taurina. Sembradas en surcos de pasión surgían como flores en el jardín del toreo las peñas de gran actividad, las tertulias de los bares y restaurantes. La tertulia más conocida era la de Los Cuchilleros, en la esquina de Candilito. Reunión los martes. A horas del mediodía caían por Los Cuchilleros los toreros que actuaban en la temporada, empresarios como Sebastián González y Manolo Chopera, igual que los periodistas Rodolfo Serrada Reyes “Positivo”, Federico Núñez, César Dao y Ernesto Martínez. Fotógrafos con la jerarquía del gran Ramón Medina “Villa” y de Roberto Moreno. Los ganaderos de moda, de Los Aránguez, Alberto Ramírez, Oscar Aguerrevere de Tierra Blanca y Maribel Branger, de Tarapío. Aficionados de jerarquía: Manolo Marín, Freddy Olavarría y Manuel Vílchez “Parrita”. Pepe Lobato “Jerezano”, Salvador Sánchez “Manchego” y profesionales: Carlos Saldaña, El Negro Rigoberto Bolívar, Camachito. En fin, ahí se

reunía el toreo en un cartel que integraban Antonio Chenel “Antoñete”, Manolo Escudero, El Capea, Paco Camino, David y Juan Silveti... ¡Entre muchos!

Entre los asiduos a las tertulias estaba un gran aficionado andaluz, Aurelio Brenes “Piquito”. Para la época de “Brillante” y Jorge Gutiérrez, era propietario del Bar Sport, famoso 30 años atrás porque sus habitaciones recibían a toreros como Raúl Acha “Rovira” y su fraternal amigo Gabriel Alonso “El Cagancho Rubio”. Este señor, al que llamaban “Piquito” porque hizo una fortuna vendiendo pan de piquito por las calles de Caracas, les abrió las puertas de su casa a los dos novilleros mexicanos. Nos recordaba “Piquito” que el gusto por el picante de Alfredo y de Jorge era tan exagerado que por comida consumían un frasco de Tabasco.

Cuando Jorge se presentó en Caracas, apenas tenía experiencia de cuatro o cinco novilladas. Fue tan grata la impresión que dejó en sus primeros lances que alborotó a la afición y le comparaban con Manolo Martínez. Cosa que hizo México también, en los inicios del hidalguense. La realidad fue otra. Surgió en el tiempo un maestro del toreo, artista con personalidad propia. Esta evolución tuve la fortuna de atestiguarla gracias a destacadas actuaciones en la Plaza México, donde Jorge Gutiérrez se convertiría en un torero consentido por aquella afición. Esa historia tiene a muchos que la escriban.

Quiero referirme a mi testimonio en España, donde según Nelson Arreaza, en meticulosa investigación, toreó más de 30 corridas. Desde su alternativa con la terrorífica corrida de Celestino Cuadri, como aquella tarde en Burgos con los toros de Manolo González, junto a dos “monstruos” como lo han sido El Capea y Espartaco. Gutiérrez no fue de paseo a España. Desde que pisó arena íbera el de Tula tuvo una actitud digna y muy profesional. Si Madrid fue un Rubicón lleno de trampas, Bilbao no se quedó atrás. España toda le clavó divisas de terror como si fueran banderillas: Conde de la Corte, en Madrid como en Bilbao, y en Madrid también los de Celestino Cuadri y la inolvidable corrida de los Moreno Silva la tarde de la horrible cornada a Curro Vázquez, cuando en el Sanatorio amanecimos junto a Jaime Rangel y Bojilla esperando lo peor para el gran torero rubio de Linares.

Queridos personajes surgieron siempre en el camino de la amistad con Jorge Gutiérrez. Su suegro, José Ramón Villasante, en inolvidables

tardes de tertulia junto a Jorge Cuesta y Laura Herbert de Villasante, su gran admiradora. En México, aquellas comidas entre grandes y muy apreciados amigos organizadas por Chucho Arroyo, junto a quien compartimos en Caracas una tarde de triunfo celebrada en El Punta Grill de Las Mercedes, tarde en la que realizó una grandiosa faena Jorge ante un toro de José Julián Llaguno.

Este minucioso trabajo realizado por Nelson Arreaza, abre senderos en el recuerdo. Senderos torerísimos junto a una gran figura de la Fiesta de los Toros, el hidalguense Jorge Gutiérrez. Un maestro del toreo que, hace poco en la Santa María de Querétaro, en enero de este año, luego de siete temporadas sin pisar una arena taurina, desplegar un capote o agarrar una muleta, estuvo inmenso en el festival homenaje a su apreciado amigo Jorge San Román “El Queretano”. De corazón se preparó Jorge Gutiérrez para ese evento. Estoy seguro de lo que significó. Un compromiso de vida en compañía de su fraterno amigo Alfredo Gómez “Brillante” quien dobló su contrato de obligaciones, y lo acompañó en su preparación por los tentaderos de los ganaderos amigos.

A mitad de año, Hugo Domingo anunció las contrataciones para la Feria de San Cristóbal, con el propósito de poner a la venta el abono que salía a la calle en esos días. Uno de los anuncios que hizo fue la no contratación de “El Niño de la Capea” que había sido el triunfador de la temporada.

Esos días Rafael Cavalieri fue a Madrid con el propósito de contratar toreros para la feria de Caracas. Desde España y por medio de la Agencia France Press anunció a Curro Romero y a Rafael de Paula. Una manía de los empresarios bisoños en Venezuela, de contratar a estos toreros que sólo son comprendidos en el rincón andaluz donde se mueven entre misterios étnicos que no entendemos por estos predios. Con los polémicos Romero y de Paula se anunciaron a “El Niño de la

Capea”, Manzanares –que no se había presentado en Venezuela–, Paco Alcalde y los venezolanos Luis de Aragua y Carlos Osorio “Rayito”. Este último despuntaba como firme promesa del toreo bajo la conducción de Gonzalo Sánchez Conde “Gonzalito”. En Caracas, durante la temporada de Marubini, se presentó Jorge Gutiérrez.

Este joven torero mexicano vino a Venezuela recomendado por Curro Leal, que había iniciado su aventura venezolana con éxito y se unía en amistad con Roberto para la realización de proyectos a futuro. Jorge apenas habría toreado dos o tres festejos en México, gracias a la influencia del matador de toros Jaime Rangel. El impacto de Gutiérrez fue tal que se convirtió en la gran figura de la temporada. Se le vio desenvuelto, creativo, valeroso y con un mensaje fresco que se convirtió en sostén de la temporada.

Gutiérrez y “El Brillante” vivían en un apartamento de las Residencias Anauco en Parque Central, que Marubini había alquilado para alojar los toreros contratados. Roberto siempre ha tenido ideas renovadoras, de alcances positivos. Los dos jóvenes mexicanos hicieron una gran amistad y a diario iban a entrenar a Los Caobos, un espacio abierto aledaño a Parque Central, que utilizaban los toreros para sus entrenamientos en las mañanas.

Hice más amistad con Alfredo Gómez quien me acompañaba una o dos veces por semana al frontón del Centro Vasco en El Paraíso donde, junto a César Quijada, al principio y más tarde con Arturo Magaña, jugábamos pelota como parte de los entrenamientos para estar en forma para los festivales que toreábamos. Y conocí más a Alfredo porque cuando Jorge hizo su presentación en Caracas, yo estaba en España, y cuando regresé ya este joven hidalguense, que con el tiempo se convertiría en uno de los mejores toreros mexicanos de todas las épocas, se había marchado a España. Sin embargo, como Jorge volvería más tarde, coincidimos en Los Caobos varias mañanas. Con el tiempo le apreciaría en su dimensión humana, estrechando una cálida amistad a pesar de su aspecto huraño y retraído.

Jorge es un gran aficionado, conocedor del toro de lidia como pocos y un excelente tentador que se ha desarrollado en los tentaderos de las mejores ganaderías aztecas. Con el tiempo se convertiría en uno de los grandes toreros de México y en el favorito de la plaza capitalina, con un tirón fuerte en los tendidos. Su indudable valor que arropa con la 307

variedad que surge de la inspirada creatividad le ha dado sello distinto al de sus compañeros. Aquella variedad la descubrí cuando juntos toreábamos de salón en Los Caobos, a Jorge le gustaba mucho practicar quites y lances de gran variedad, desempolvar viejas suertes, unir rasgos de unas y otras para inventarlas de su propia creación, hablar mucho sobre las suertes, las distancias y los terrenos. Vive Jorge Gutiérrez con gran intensidad su profesión.

Cuando se preparaba para tomar la alternativa le volví a ver en Los Cués, casa de Javier Garfias en Querétaro, una tarde en que Jaime Rangel picó las vacas. Jorge casaría más tarde con María Isabel Villasante, hija de los ganaderos de “Carranco”, una hermosísima y muy simpática muchacha que ha sabido darle sitio al difícil hombre que es su esposo.

“El Brillante” y Jorge iban a diario a casa de Aurelio Brenes, en el Bar Sport, que quedaba frente a la Plaza Henry Clay en el centro de la ciudad, parte vieja. El restaurante era una vieja casona, que administraba “Piquito”, como conocíamos a Aurelio. En los amplios y viejos corredores del Sport, pintados de oscuro color oliva con pinturas de brillante aceite, colgaban antiquísimos carteles de las plazas del Puerto de Santa María, Cádiz y de Sevilla. Sobre el ruinoso mostrador, una cabeza de toro: finas como punzones las astas que coronaban desafiantes la cabeza de aquel toro que, según la información que suministraba la plaquita colocada sobre la madera que la sostenía, había sido estoqueado por Antonio Bienvenida.

A Aurelio Brenes le llamábamos “Piquito”, porque cuando llegó a Venezuela, cuando vino de su Sevilla en uno de esos barcos de emigrantes que trajeron a nuestra tierra tanta gente buena y trabajadora, que sentaron las bases de la Venezuela moderna, se inició vendiendo panecillos que en España conocen como “palitroques” y que por su forma sirven para denominación metafórica de las banderillas en las reseñas de los revisteros. A esos panecillos, pedacitos puntiagudos, los llamaba el caraqueño “pan de piquito” y Aurelio Brenes iba de bar en bar, por las calles de la vieja Caracas, vendiendo los “piquitos”... Y se quedó “Piquito”, para toda la vida, este hombre extraordinario que sólo tuvo detalles de afecto y de cariño para todos los que tuvimos el privilegio de conocerte.

“El Brillante” y Jorge Gutiérrez no fueron la excepción. A diario iban al mediodía a comer al Bar Sport. Los novilleros pagaban, pero muy poco. Apenas pagarían el diez por ciento de lo que consumían.

“Es que si no les cobro se ofenderían y no vuelven”. Decía “Piquito”, quien más tarde convertiría al Sport en un hermosísimo restaurante criollo, de nombre “Doña Bárbara”, especializado en carnes a la parrilla, que se convirtió en el comedero estrella del centro.

Con el tiempo se retiraría Aurelio del fragor diario de la lucha y del trabajo, aquejado de un cáncer. Se marchó a su Sevilla, donde tuve el privilegio de compartir algunos días con él por aquellas hermosas tierras de su Andalucía que tanto amó. Con “Piquito” navegué el Guadalquivir en unas enormes barcazas que van de isla en isla. Imagino que muchas de ellas le servirían a Chaves Nogales de inspiración para la narración de las aventuras del joven Juan Belmonte en sus excursiones a Tablada. Conocí los caminos que conducen a Huelva, a la que se entra por la Loma de la Víbora, desafiante, en medio de la superstición andaluza. Conocí Aracena. “Piquito” me llevó a la calle Sánchez Dalp, nombre que es más famoso como ganadero, que como héroe andaluz, pues ha sido a nombre de la señora Dolores Sánchez Dalp que se lidian las reses del que fuera destacado matador de toros sevillano, Manolito González, al que la afición festiva conoció como “La Giralda vestido de luces” por su gracioso arte, valor a toda prueba y porque como estandarte, una tarde, izó en triunfo el toreo de Sevilla. Fue en el caudal de bravura de un toro de Graciliano Pérez Tabernero en Las Ventas de Madrid.

Vi, luego de cruzar el Río Tinto y Zalamea la Real, en la Huelva pescadora, el horizonte mismo que habrá visto Colón cuando inició la más grande de las aventuras que haya jamás conocido la humanidad.

Disfruté del salobre frescor de la marisma, cuando fuimos hasta Sanlúcar por el camino del Guadalquivir. “Piquito” fue durante aquella estada mía en Andalucía un guía inobjetable, que me descubrió los más recónditos rincones del paisaje, las mesas gastronómicas más populares y exquisitas y junto a él pisé los perdidos caminos que había pisado la torería y que viven sus aventuras en los viejos tratados de tauromaquia, porque son los caminos que nos llevan a los hierros de la bravura eterna del toro andaluz.

Los sueños de Cavalieri se realizaron y la Feria de Caracas se dio en base a Curro Romero y Rafael de Paula, que lidiaron toros de Cayetano Pastor con Efraín Girón. La tarde anterior una corrida de Torrecilla fue lidiada por Curro Leal, Paco Alcalde y Bernardo Valencia.

Con Leal vino como apoderado el matador Fermín Rivera, gloria del toreo mexicano que se aquerenció en Caracas. A Fermín le había visto 309

varias veces en festivales del recuerdo, los que para la época estaban en boga; y en Caracas teníamos la oportunidad de disfrutar de algunos de estos festejos y así recordar aquellos toreros de los años cuarenta y cincuenta, la mayoría mexicanos, de la añorada Época de Oro. Fermín Rivera era uno de ellos.

Ya el maestro potosino había dejado de apoderar y de representar a su hijo Curro, que hacía brillante campaña en España, destacándose sus apoteósicos triunfos en Sevilla, Madrid y Bilbao. Ahora era el apoderado de Curro Leal, un hombre de gran tenacidad que alcanzó cotas importantes como torero y que llegó a sujetar en su puño de gerente de la Plaza México el espectáculo taurino mexicano.

Muchas tardes compartí con Fermín Rivera en la barra de Los Cuchilleros, y en estas tertulias me platicada de su época y de los protagonistas. De su presentación en España, en Aranjuez y de sus éxitos antes del rompimiento entre toreros de España y de México. La política siempre metida en medio, embadurnándolo todo y destruyendo con los pies lo que tanto trabajo había costado edificar con buenos propósitos, tardes de triunfo y éxitos de los maestros.

Entre las anécdotas que recuerdo está la del pasodoble “Novillero”, que algunos creen que fue un homenaje de Agustín Lara le hizo a Lorenzo Garza.

–Fíjate que Lara dice en la letra: “lo mismo en un quite que en las banderillas...”; y Garza no era banderillero, no ponía banderillas. ¿Cómo podía Lara, gran taurino, muy detallista en todas sus letras, referirse a él “poniendo” banderillas? –Sucede, mi querido Víctor, que la tarde de mi despedida como novillero en El Toreo, le brindé a Agustín la muerte de un toro de “La Laguna” , con el que estuve muy, pero muy bien.

Se emociona Fermín Rivera al recordar aquella tarde de su adiós como novillero de la afición de El Toreo. Alternó con dos espadas que fueron gloria de la época, el aguascalentense Alfonso Ramírez “El Calesero” y Juanito Estrada, torero de recio arte y de frágil carácter, cuya excelsitud con el capote y con la muleta quedó grabada para la eternidad en las amarillentas páginas de las famosas revistas La Lidia y La Fiesta de México.

- A los días me dijo el maestro Lara que pusiera cuidado porque “me

tenía un regalo”... Y en la radio sonó el pasodoble “Novillero” y dio la casualidad que al poco tiempo se estrenó la película “Novillero”, en la que el protagonista era Garza, ya para la época convertido en figurón del toreo...Yo que apenas comenzaba era como una breve nube y no podía ocultar la magnificencia de semejante sol. Pero el pasodoble “Novillero” fue un obsequio, la retribución de un brindis que le hice en “El Toreo”, al maestro Agustín Lara. Este fino señor de la vida, don Fermín Rivera Malabehar, nació en el barrio de San Miguelito de la capital del Estado de San Luis Potosí. Hijo de un ferrocarrilero, don Manuel Rivera, que fue entusiasta aficionado taurino.

–Me entusiasmé al ver a Heriberto García, allá en San Luis, y me dije “¿porqué no yo, si esto es requetefácil”; y es que lo ví tan bonito, eso de torear que desde que vi a Heriberto no pensaba en otra cosa que en hacerme torero. Mi padre, un día con unos amigos, me llevó a la ganadería de Santo Domingo y allí tuve la oportunidades ponerme por delante de una becerra.

“Quedó mi padre tan a gusto con mi actuación que comenzó a tomarme en serio y ese mismo día le compró a don Manuel Labastida un novillo para que lo matara a puerta cerrada, a ver si de verdad jalaba. El becerrote con unos trescientos kilos era del rancho de “La Malada”, que no era de lo mejor, como se suponía, pero fíjate que embistió requeté bien y estuve, a mi manera y con la poca experiencia que tenía, a gusto. Y les gusté a mi padre y al banderillero Ignacio Núñez, que me ayudó con el capote en la lidia de aquel mi primer novillo y se convirtió en mi más ferviente admirador”. Fermín Rivera debutó en San Luis junto a Jesús Solórzano y Pepe Amorós, el mismo que un par de años más tarde, en 1933, inauguraría la plaza de toros de Maracay. Hablamos del año de 1931, cuando sucedían estos hechos en el inicio de su brillante carrera. Acontecimientos que narraba Fermín en la barra del bar de la Avenida Urdaneta, uno a uno, como si fuera ayer, cada día que nos reuníamos.

–Aunque los becerros que toreamos en San Luis la tarde de mi debut como novillero eran de Atenco, fue de Santo Domingo, un sobrero, al que le corté la primera oreja. El primer trofeo de mi vida.

“En México, luego de algunas vueltecitas, me fui a vivir con Alberto Cossío, “El Patatero”, que tenía para esa época una Escuela Taurina

a la que asistían matadores de toros y novilleros. Alberto Cossío “El Patatero” fue una institución taurina en México y tuvo autoridad e influencia al impartir sus clases. Formó una escuela, tuvo sentido en la preparación de los toreros.

“Comencé como banderillero en las cuadrillas de Heriberto García, matador de toros, Ricardo Torres y “El Ahijado del Matadero”, novilleros. Era la forma cómo nos hacíamos en esa época. Durante la semana a aprender los secretos de la lidia en la escuela, con “El Patatero”, a jugar mucho frontón, para hacer piernas y poner los reflejos a tono; y los fines de semana a verle la cara al toro, como banderillero. “Te diré la verdad, “El Patatero” no me tenía mucha confianza al principio; y si me aguantaba era porque don Manuel Labastida me había recomendado al señor Juan Zarzosa, quien fue el que llevó a la casa de Alberto Cossío; pero no me tenía mucha confianza, y lo demostró cuando me hizo mi primera novillada en “El Toreo” con cuatro novillos de Ajuluapan. Cartel con “El Minero”, Juan Escamilla y una mujer gordísima, a la que anunciaban como “la mujer más gorda del mundo”. “El Patatero”, por la poca confianza que me tenía, me anunció como “Fermín Ramírez”, por si las cosas no marchaban bien... “Y hubo tanto éxito que Juan Aguirre “El Conejo Chico”, célebre picador de toros, más tarde ganadero y en esta oportunidad empresario, me anunció para una repetición; pero “El Patatero” prefirió guardar el contrato “para la próxima temporada, cuando esté más cuajado”. Juan Aguirre “Conejo Chico” fue famoso picador de toros que le hacía los tentaderos a don Antonio Llaguno. El prócer de San Mateo le tuvo mucho afecto y le vendió toros y vacas de San Mateo, con lo que Juan Aguirre fundó su ganadería que más tarde, tras muchos años, fue el hierro que compró Pepe Chafik, el apoderado de Manolo Martínez y con el que fundó su ganadería de San Martín.

–Eduardo Margeli, empresario español, me contrató para la alternativa en la temporada de 1935. Fue “Armillita” mi padrino de alternativa, con toros de Rancho Seco, y de testigo aquel gran torero de Valladolid, Fernando Domínguez que veía de Venezuela donde había toreado en el Nuevo Circo.

La fecha de la alternativa de Fermín Rivera fue el 8 de diciembre de 1935. El toro, cárdeno ensabanado de pelo y marcado con el número 53, llevó por nombre “Parlero”. Fue un toro de muchas carnes, pues pesó

565 kilos. La cabeza me imagino debe estar en poder de Currito Rivera, pues siempre la guardó el maestro Fermín en su casa potosina. A este toro le cortó las dos orejas. Aunque triunfó con el toro de la alternativa en El Toreo, la primera plaza de México, la temporada de 1936 no se le presentó muy clara. Había pocas oportunidades para los toreros que no tenían jerarquía de figuras del toreo, y Fermín no alcanzaba, aún, el grado. Decidió marcharse a España.

España siempre ha sido un hito importante en la carrera de los toreros americanos, en especial de los mexicanos. Han sido las plazas españolas los teatros consagratorios. Madrid, Sevilla y Bilbao son las plazas que multiplican los esfuerzos y los éxitos. Un triunfo fuera de ellas no es tan importante. La siembra de los esfuerzos no tiene igual fruto que los logrados en estas históricas arenas.

El año de 1936 se presentó excesivamente conflictivo: los toreros españoles y mexicanos se enlazaron en un absurdo pleito que tuvo como nudo gordiano la presencia triunfal e imponente de “Armillita”, el genio de Saltillo, que puso a sus pies el toreo universal e hizo de las grandes figuras españoles su corte imperial. Marcial Lalanda, Domingo Ortega, Vicente Barrera, todos conspiraron contra Fermín Espinosa, en lo que Juan Belmonte acertadamente llamó “el boicot del miedo”. Le cortaron la apoteósica carrera a “Armillita” rompiendo cobardemente las relaciones taurinas hispano-mexicanas.

–Reventó la Guerra Civil en España y no pude torear. Me vi en la obligación de volver a México, derrotado sin haber fracasado. Era muy duro dar la cara y por eso hice campaña en ruedos de Sur América, vine a Caracas y fui a Bogotá. Llegué hasta Lima. Fueron ocho largos y muy duros años en un escenario de segundón, pues las puertas de España seguían cerradas por las causas de la guerra, primero y luego porque seguían rotas las relaciones taurinas. Así que en 1944 me fui a Portugal. Hice mi presentación en Campo Pequeño y gané cartel.

“Al reanudarse las relaciones hispano-mexicanas fuimos contratados Arruza y yo, ya que él como yo estábamos en Portugal haciendo campaña. Fueron los festejos que denominaron “corridas de la concordia”. Corrida de La Concordia en México y Corrida de La Concordia en España. Las de España fueron en Barcelona, Madrid y Aranjuez.

“Arruza deslumbró con su toreó atlético, valeroso, deportivo, de fresco mensaje lleno de competencia y de entrega, y yo toreé en Aranjuez y en Toledo. Hubo malos entendidos entre Arruza y yo, por lo de la 313

contratación a Barcelona y Madrid, lo que quebrantaría para toda la vida nuestra amistad.

“En Toledo tuve una actuación grandiosa. Le corté las orejas y el rabo al sexto toro de la tarde. Ese día actué junto al monstruo: Manuel Rodríguez “Manolete”. Me impresionó el cordobés por su aparente soberbia y su profunda generosidad. Con nosotros toreó “El Estudiante”, al que le pegué un repaso en un quite que hicimos. Y eso que Luis ha sido un grandioso torero con el capote

“Las corridas de Aranjuez y Toledo me dieron buen nombre en España. No quise volver a México a pesar de que estábamos a finales de la temporada. Debes saber que hablamos de septiembre de 1944, así que preferí quedarme en Salamanca, en el frío campo charro en el que están sembradas las ganaderías bravas salmantinas. Había que hacer un gran sacrificio, pues mi meta era la de conquistar España para poder entrar en México. Las plazas de mi tierra las tenía cerradas a cal y canto. Motivos políticos, empresariales en cierto sentido, pero cerradas. Y eso para mí era mortal.

“En Salamanca me preparé muy bien, aunque invertí en mi estada en el Campo Charro mi escaso patrimonio. El invierno en España es una gran lección. La falta de la luz mediterránea, el frío entumecedor, el bajo perfil de la fiesta de los toros y de sus protagonistas, ubica la realidad en puntos más visibles. Allí vi la realidad, la gran realidad de la diferencia entre el toreo de España y de América: la ambición. Sin ambición de gloria y de dinero no se puede ser torero. Quien no la tenga, mejor no lo intente.

“En Madrid confirmé la alternativa con una corrida de Sánchez Fabrés, lo que antes era “Coquilla”, los Santa Colomas de Salamanca, bajitos, cárdenos, encastados, bravos, de gran movilidad; pero no sería hasta el 30 de septiembre que Madrid me cancelaría mi cuota de grandes sacrificios: salí a hombros de Las Ventas. “La temporada más brillante de mi carrera, en México, fue la de 19471948, cuando don Tomás Valle era el empresario de la capital”. Pero si un título pudiera llevar la biografía de este gran torero y excelente amigo, debe ser el de “Clavelito”. En ninguna otra biografía taurina este nombre marca tres momentos históricos.

En febrero de 1951, Fermín Rivera le cortó las dos orejas y el rabo al toro “Clavelito” de Torrecilla, y se colocó en figurón del toreo. En febrero de 1955, lidió a “Clavelillo”, también de Torrecilla y le cortó las orejas y el rabo.

Y el último toro de su brillante carrera, la tarde del adiós en México, fue de Torrecilla y tuvo el nombre de “Clavelito”. Nuevamente cortó las dos orejas y el rabo, y le puso punto final a una brillante historia, de la que nos dejó como herencia a la grey taurina a un gran torero: Curro Rivera.

En octubre del 76 llegó a Caracas un gran taurino, Alberto Alonso Belmonte, como apoderado de un joven torero al que ya habían descubierto en España, cuatro años antes, en las plazas de Quintanar de la Orden, Alicante y Benidorm cuando un toro de Ramón Sánchez le abrió sus carnes rompiéndole la inmunidad con la primera cornada. Me refiero a José María Manzanares. Además de la presentación de Manzanares debutaron en plazas nacionales, a finales de la temporada, Fermín Espinosa, el hijo del maestro “Armillita”, en la Monumental de Valencia, y Carlos Osorio “Rayito”, un maracayero hecho en Andalucía por Gonzalito a la vera de Curro Romero.

Se cerraba el año con la noticia del triunfo de Curro Girón en Lima y la noticia de que Roberto Marubini, gerente de la Empresa Promociones Taurinas, había firmado con el Inspector Germán Vera, la exclusividad para organizar la Corrida de la P.T.J.

C a p í t u l o 15

Nunca hubo una tertulia como la de Los Cuchilleros … Ni más taurina, ni más venezolana que la de Candilito en La Candelaria. Aquí con dos de sus más fieles protagonistas: el Maestro Pedro Gutiérrez Moya “Niño de la Capea” y Juan Campuzano Álvarez … Ambos protagonistas de la historia grande del toreo en Venezuela.

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