Diario de viaje de La Celestina.Melibea

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DIARIO DE VIAJE MELIBEA Con un suave soplido, apagué la última vela que iluminaba mi aposento. El temor de ser descubierta no era comparado al temor que sentía al no estar con mi amado. Con un movimiento perspicaz, alguien abrió la puerta que me separaba del resto del castillo en el que me encontraba. Era la doncella, una dama de piel blanca como la nieve, ojos claros como el mar más azul y cabello rizado y cobrizo. Yo, sentada al pie de la ventana me encontraba. ­ ¿Dónde va, si puedo saber? ­ En busca de mi amado Calisto, al norte de Toledo. ­ Tan solo le haré saber que el amor no necesita ser entendido, tan solo necesita ser demostrado. Vaya con Dios, Mi viaje comenzó en Montes (Ciudad Real) y terminó en Toledo, donde se encontraba Calisto, mi amado. Partí con mi yegua hacía mi primer destino. DÍA 1: Cabalgando por Piedrabuena, un solitario pueblo de Montes (Ciudad Real) andaba. Mi estómago rugía a causa de la falta de alimento que ni el agua podía saciar.


En aquel pueblo había mujeres vendiendo diversidades infinitas de vegetales, que yo quería probar. Una dama de mediana edad se acercó hasta mi yegua, y me ofreció de su alimento. Quería aceptar, pero no tenía nada que ofrecerle, así que negué. ­ Una dama tan bonita como usted no puede quedarse sin comer, pase a mi posada, y yo la ayudaré. ­ Muchas grácias, amable señora, ¿cómo puedo yo recompensarla? ­ Se acerca el invierno, y yo no tengo trapos para entrar en calor estos meses próximos. Sin más, le tendí mi capa, esa que cubría desde mi cabellera hasta los pies. DÍA 2: Me levanté con el sonido de la lluvia repicar contra la ventana. La buena dama se hallaba preparando un té caliente, adecuado para el tiempo nublado que hacía allá fuera. ­ Tengo que marchar. Mi amado me espera. ­ Tenga cuidado muchacha, últimamente ocurren hechos inexplicables. ­ ¿Qué clase de hechos, buena mujer?


­ Ayer, al atardecer, varios caballeros atraparon a una cantidad considerable de hombres de nuestro pueblo para que trabajaran en sus tierras. ­ ¿Y hacía donde marcharon? ­ Hacía el Carpio de Tajo, en Toledo. Ese mismo día, al atardecer mi yegua y yo descansamos en un prado, cerca de Toledo. De pronto, Elicia y Areúsa se posaron delante de mí, Sus cabelleras estaban despeinadas y sus trapos sucios tenían un aspecto desaliñado que las caracterizaba. Me preguntaron porque no me encontraba en el castillo, y es aquí cuando temí por mi vida y la de Calisto. Me obligaron a volver y se atrevieron a amenazarme con desvelar a mis padres el secreto que ocultaba. Quería partir de allí, y la única solución era escapar con mi yegua hacía mi próximo destino. Así lo hice. DÍA 3: Al fin en Toledo estaba.. Andaba con mi yegua por el mercado de la plaza del pueblo. Nunca mis oídos habían oído hablar de este pueblo, Mohedas de la Jara. Mi estómago estaba hambriento de nuevo, y seguía sin tener nada a cambio.


Me armé de un valor sobrehumano, y dejé mi posición social para coger unas cuantas frutas que una señora vendía humildemente. ­ ¡Ladrona! Corrí lejos , alejándome de la plaza, donde varios hombres me perseguían con antorchas dispuestos a recuperar lo que le había quitado a la buena mujer. Encontré un callejón en el que esconderme. Aproveché ese momento para llenar mi estómago con las frutas frescas que había robado. Cuando conseguí escapar de aquella muchedumbre oí unas voces provenientes de la plaza del pueblo en la que me encontraba. ­ ¡Que lo maten! ¡Es un impostor! A lo lejos vi una figura robusta acercarse con cautela. Era Sempronio, uno de los criados de mi amado, y del que conocía las intenciones. Me dijo que me marchara, él cuidaría de Calisto, el hombre que iban a ahorcar. Yo no le escuché, e hice lo que mi corazón dictó, corrí hacía la plaza, donde la gente se amontonaba alrededor de mi amado. Grité con fuerzas. Calisto estaba en peligro y yo solo era una más entre la multitud. Lo que vieron mis ojos se quedará siempre grabado a fuego en mi mente. La cabeza de Calisto se hallaba en el suelo; Lo habían decapitado. Mis lágrimas se agruparon en mis rosadas mejillas a la vez que gritaba blasfemas al asesino de mi amado.


DÍA 4: Mi yegua y yo pusimos rumbo al castillo. Mi corazón palpitaba de dolor, Mis lamentos seguían formando una parte irremediable de mis ojos. Aparqué a mi yegua a un lado del río que tenía a mi derecha. Caminé hacía el río y me coloqué en la orilla, deseosa de ahogar mis penas. Una vez, oí que el amor no necesita ser entendido, tan solo necesita ser demostrado; fué por eso que hundí mi cabeza en la cristalina agua, dejando que mi respiración y las palpitaciones de mi desbordado corazón fueran disminuyendo hasta el punto de dejar de respirar.



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