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SOBREVIVIENTES
Siempre me ha fascinado algo que sucede a menudo en los aeropuertos: el conocer personas interesantes. Si bien es importante andar con precaución cuando se va a viajar, también lo es dejarse llevar y permitirse hacer nuevos amigos.
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El Airbus 320 tiene una capacidad de entre 180 y 186 pasajeros, todos con una historia, un origen, un destino. A veces predecible, otras impredecible. Uno nunca sabe cuándo será la última vez que nos subiremos a un avión, que disfrutaremos de una majestuosa vista a 35,000 pies de altitud.
La última vez que volé, no imaginé que pasarían tantas cosas y la vida de todos tendría un giro tan drástico de 180 grados. Había escuchado del COVID-19, pero no pensé (y creo que ningún mexicano) dimensioné el parteaguas que representaría en la aviación y en el mundo. Ese último vuelo, conocí a una persona que recuerdo todos los días que me siento cansada de estar en casa, las veces que he querido quejarme y quejarme por no poder volar, por todos los planes y proyectos que están en pausa no por falta de ánimo, sino porque el QUÉDATE EN CASA retumbó tan fuerte, lo suficiente para cerrar todas las dependencias de gobierno, negocios, plazas comerciales, restaurantes, hoteles, centros nocturnos...
Esa persona es el sobrino del Dr. Roberto Canessa, uno de los sobrevivientes del famoso accidente aéreo en la cordillera de los Andes.
Ese día íbamos hacia CDMX, él era de esos pasajeros que parecería ser un sobrecargo más... conocen la demo de seguridad, aceptan la responsabilidad que implica ocupar un asiento en salida de emergencia y, además, no se ponen de pie inmediatamente al aterrizar.
TES
—Usted es el pasajero ideal —le dije. —Yo respeto y admiro mucho a todas ustedes. Mi tío es uno de los sobrevivientes de los Andes y se siente orgulloso de todo lo que pasaron, valió la pena.
Y tiene razón, cada accidente aéreo es lamentable, pero también un área de oportunidad para observar y trabajar en ese error para que no suceda de nuevo. Sucederán otros, pero esa cadena de errores no debería de pasar otra vez.
Al final del vuelo nos despedimos e intercambiamos números. Dos semanas después, la aerolínea me citaría a mí y a otros compañeros para informarnos que los rumores eran ciertos, habría vuelos cancelados y no podían decirnos con exactitud cuándo regresaríamos a volar. Unos días después de la triste noticia, recibí un mensaje de mi nuevo amigo, preguntándome que si volaría ese día ya que él también lo haría y quería saber si había oportunidad de saludarnos. No tenía humor para contestar y simplemente apagué el celular...
Días después me volvió a contactar con un ¿todo bien? No, nada está bien. Todos mis planes se arruinaron, tengo miedo, no se qué va a pasar.
Entonces. me compartió una frase que su tío repite mucho: Se te cayó el avión... ¿y ahora? Tenés que sobrevivir, de una u otra forma.
Me sentí una niña berrinchuda, quejumbrosa, mal agradecida. Ciega ante mi suerte, teniendo una bella casa, una mesa con alimentos deliciosos, música, tiempo y lo más importante y cotizado en la actualidad, salud.
Toda la vida había escuchado de la hazaña en la cordillera de los Andes, creo que no ha existido una historia tan increíble y controversial como aquella. Y lo fascinante no es en sí el accidente, no es el hecho de que se alimentaron de los pasajeros fallecidos, no por canibalismo, sino porque era eso o resignarse a morir en medio de la nada, dejar de luchar...
Es una historia que podría decirse que todos, en especial en el medio aeronáutico, hemos escuchado. Es incluso un tema en la formación de sobrecargo, en la materia de seguridad cuando nos enseñan técnicas de supervivencia en caso de quedar varados en el desierto, el mar, la nieve o la montaña.
Sin embargo, nunca le había tenido tanto respeto a esos sobrevivientes como hoy. A su espíritu de lucha, a su resiliencia. La fuerza y la esperanza ante la adversidad. ¡Y qué adversidad!
Todos los días de esta cuarentena que parece no tener fin los recuerdo a cada uno de ellos. Y a ustedes, queridos y fieles lectores, los invito a descubrir el mensaje entre líneas de esa historia, aunque bien podría ser de terror. Para los más sabios es tan sólo un ejemplo del instinto de supervivencia y de lo increíblemente fuerte que puede llegar a ser el humano.
Pasando esta pandemia, espero más adelante poder compartir con ustedes una entrevista que le haré al Dr. Roberto Canessa, quien es un ejemplo junto con sus compañeros de que lo que no te mata, te hace más fuerte. De que aunque se nos caiga el avión, nada es para siempre y que todo pasa.
Volveremos a volar, no olvidemos que todos llevamos ese espíritu de sobrevivencia dentro.
Deseo que estén bien. Al final como bien me dijo mi querida instructora de ditching; es labor de las