5 minute read
AEROPUERTOS VACÍOS
DE LA NOSTALGIA DEL AYER A LA REALIDAD DEL HOY
El último vuelo que realicé antes de la declaratoria de la pandemia fue en marzo, pocos días antes de que las autoridades, no solo las de mi país, sino también la del resto del mundo, cerraran sus fronteras y por ende sus aeropuertos. La verdad es que fue un vuelo doméstico como el que realizaba cada ocho días para desplazarme a mi lugar de trabajo en la capital colombiana. El pasado 4 de septiembre nuevamente tuve que y aprovechando la reapertura del sector aéreo, reincorporarme a parte de esas actividades que incluían sin lugar a dudas el desplazamiento nuevamente a Bogotá. La expectativa era grande, era como volver a vivir su primera vez en la vida, sí, una emoción comparable solo con esa sensación que uno recuerda de haberse subido a un avión por primera vez.
Advertisement
Sin embargo, fue más la frustración y el desconsuelo que la alegría de volver a esos pasillos y salas de abordaje de los aeropuertos, todos y todas ellas vacías, con escasos viajeros que miraban con desconfianza y que ante el menor asomo o sospecha de que otro pasajero pudiese estar contagiado rehuían hasta el contacto visual, alejándose presurosos de la persona sospechosa. Fue una sensación muy similar a la de los pasajeros después del 9/11 cuando se desconfiaba infinitamente de todo aquel individuo que en su fenotipo o su vestuario e incluso en su dialecto pareciese devoto de Ala y Mahoma. Todo ha cambiado, desde el momento en que se llega a la terminal aérea es un carrusel de actividades diferentes a las que regularmente uno de pasajero desarrollaba en esos lugares. Los protocolos de bioseguridad, lavado de manos, usos de geles desinfectantes y el uso de las mascarillas que homogenizan a todos los usuarios de los aeropuertos y de una manera traumática para nosotros los latinos que somos tan amigables los uniforman y alejan del contacto social, claro está, esa es otra de las medidas de bioseguridad, el distanciamiento social.
No me bastaría con ver los locales comerciales cerrados en el principal terminal aéreo colombiano, tampoco ver cerradas las salas de abordaje de los vuelos internacionales, ni tampoco el percibir a los pocos viajeros desconfiados y presurosos por cumplir todas
las medidas de bioseguridad con el fin de mantener el mínimo contacto con el resto de la comunidad que compartía con ellos esos espacios, uno de los cambios más traumáticos me lo encontraría a bordo de aquella aeronave que tomaría después de este receso, después de esta puesta en pausa de la vida que duro casi seis meses. El abordaje se hizo por estricto orden de grupos y de atrás hacia adelante, tenia la silla siete delta por lo que fui de los últimos en abordar, igualmente los pasajeros
presurosos por tomar sus asientos colaboraban de una forma algo inusual puesto que se mostraban receptivos a las diferentes instrucciones y procedimientos de los también irreconocibles sobrecargos que con sus trajes de bioseguridad, caretas y mascarillas-tapabocas impartían ágilmente las instrucciones de abordaje. Atrás quedaron las gráciles sobrecargos con sus faldas cortitas y entalladas, atrás quedaron los pantalones ajustados y camisas ceñidas de los sobrecargos que permitían divagar la imaginación de alguna pasajera o pasajero distraído. Los uniformes son ahora solapados por aquellos trajes de color rojo o blanco que nos indican un alto riesgo, que nos recuerdan que, aunque estemos tratando de volver a la normalidad, el virus sigue latente en nuestra vida diaria paseándose en todas nuestras actividades y limitándonos también en ellas. El protocolo sanitario global para el sector aéreo y que fue establecido por la Organización de Aviación Civil Internacional creado con participación de la Organización Mundial de la Salud y la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA), tratando de que los diferentes gobiernos permitan la apertura de las fronteras a los viajes aéreos y también generando confianza en los pasajeros que quieren volver a volar. En las diferentes comunicaciones de las aerolíneas y los aeropuertos vemos avisos que nos recuerdan que no estamos sanos y salvos y que si queremos vivir la experiencia aérea nuevamente debemos acomodarnos a la “nueva normalidad” en los vuelos incluye, entre otros el uso obligatorio de equipos de protección, uso obligatorio de mascarillas, reducción de puntos de contacto físico mediante check-in en línea, distanciamiento social al interior de los aviones en la medida que sea posible, pruebas rápidas antes de abordar, arcos de desinfección y por como si fuese poco también vender menos asientos.
En este orden de ideas otras soluciones se avizoran en el corto y mediano plazo, entre las que se incluyen la implementación de nuevos asientos, propuesta que las aerolíneas deben considerar ya que consiste en instalar una especie de separadores de acrílico u otro material liviano entre asiento y asiento, para así mantener el distanciamiento social obligatorio que nos exigiera el covid-19 por varios meses más en el mundo y considerando el hallazgo de una vacuna efectiva en el corto plazo. Una vez superada la emergencia esta solución podría convertirse en un plus en las cabinas de los aviones puesto que aun sin el apremio del contagio muchos viajeros seguirán sintiendo la desconfianza del compañero que le haya tocado al lado en su fila y bien pudiera comprar una de estas sillas para mantenerse aislado y así las aerolíneas podrían seguir vendiendo la misma cantidad de asientos con base a la capacidad ya existente en las aeronaves.
La industria aeronáutica deberá seguir adaptándose a las condiciones actuales de una pandemia que le ha dejado como resultado una baja global de cerca del 90% de la demanda que dejará más de $500 mil millones de dólares en pérdidas, siendo muy optimistas en el cálculo, millones de empleos afectados y una desconfianza de la gente en volar, al menos por un tiempo. Faltan muchos meses y una vacuna efectiva contra el covid-19 para que podamos volver a esos aeropuertos de locura cotidiana, atestados de vuelos y usuarios presurosos, aeropuertos frenéticos y sin descanso las veinticuatro horas que hoy en día añoramos así en el pasado hubiesen sido la causa de mas de una molestia y la pérdida de más de un vuelo, quiero regresar al momento en que ir a un aeropuerto era una tarea deliciosa de familia, un programa incomparable de domingo tal vez, quiero volver al momento en que la aviación se sentía viva y pujante, quiero volver al ayer de la locura citadina del aeropuerto, quiero volver a volar con toda libertad.