Fanzine flores en la basura 34

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sumario: Editorial: Crítica a la crítica por Macedonio Salinas Nieto Divagaciones de un vago: Escribir (partes 1 y 2) por Punkróniko Relato corto: La vida de tu abuela por Flora Acracia Recortes de Libertá: Aproximación al quid por Ninelitna Poemas varios

por poetas varias Dos cuentos en + de 100 palabras por Anónimus


Crítica a la crítica Situación de la escena culturosa: Todos están ciegos esquizofrenia capitalista. Redundan los clubes de toby.

por

la

Situación de los agentes culturosos: Egofrénicos todos, que sólo les va alimentarse el ego, mal alimentándose con basura, con chatarra, y creerse cada cual mejor que todos. Reposan en el machirulismo ilustrado. Situación de la culturosidad mesma: Todo es marketing. ¿De los valores quién dice algo? Lo único que dicen referente a los valores, lo dicen mal, porque todo se ha vuelto al lenguaje del dinero. Así, cuando hablan de valor, se refieren al valor monetario, incluso de las personas, incluso de las obras que hacen las personas. Diagnóstico del caso: A esta revista por ser, la ven como un emprendimiento, y sólo les preocupa su contenido en tanto sea un producto de calidad. Sí, esto lo dicen poetas y escritores, y sí, hasta los poetas y escritores, han pisado el palito, olvidando que la escritura conlleva sí o sí a desnudarse, desnudar el corazón, compartirlo al resto, una ofrenda a la comunidad y el cosmos, a lo que nos circunda y habita, y eso, eso es el arte de escribir, y tenemos los ejemplos de las grandes y los grandes escritores que lo han hecho en sus obras, pero parece que tampoco nadie lee, y por eso hoy se entiende que escribir es vender, que es más importante llamarse escritor o llamarse poeta y hacerse famoso que escribir. Egofrénicos todos, organizan encuentros, simposios, congresos para exponerse a sí mismos: bueno este soy yo y yo soy bkn, ah! Y este es mi libro, que gracias a mi amigo editor pude sacar, y como ven yo salgo en la portada, y yo, yo, yo, yo. Egofrenia a la cuarta. Ser humano al tres y al cuatro. ¿Y compartir-se dónde queda? La competencia es la flor común, flor plástica hecha en china, donde todos los escritorcillos, editorcillos y sus camaradillas hacen nata. Propuesta: No se puede tratar a A o B de grandes (poetas)/ si no la palabra grande se vuelve chica/ (como la letra de los créditos y de los contratos)/ No se puede decir que C es un poeta mayor/ si el andoba con suerte/ llegó a adulto mayor/ (primero inhale, después exhale, pero de a poquito)/ Sí se puede/ y se debe por favor/ por dignidad/ romper el acuerdo tácito de no crítica/ si no la poesía hará implosión/ de tan vacía (como un bidón)/


Aunque esto último ya lo anhelan algunos/ dando la hora y mal/ como el reloj de la plaza Prat. Epígrafe: “¡No es profesión escribir novelas y poesías! (…) escribimos por amor, por goce y por necesidad, no por oficio. (…) porque de no, Juan (Rulfo) que conoce al infinito el oficio, no debería ser pobre (…) eso de planear una novela pensando en que con su venta se ha de ganar honorarios, me parece cosa de gente muy metida en las especializaciones (…) ¿no es natural que nos irritemos cuando alguien proclama que la profesionalización del novelista es un signo de progreso, de mayor perfección? Vallejo no era profesional, Neruda es profesional; Juan Rulfo no es profesional. ¿Es profesional García Márquez?, ¿le gustaría que le llamaran novelista profesional? Puede decirse que Molière era profesional, pero no Cervantes. (…) Yo vivo para escribir, y creo que hay que vivir desincondicionalmente para interpretar el caos y el orden” José María Arguedas Declamación: Título del poema: El cadáver de Parra aún respira Nota1: título pretencioso, más preciso sería: (título alternativo) Palabras perdidas en el aire. Poeta ante al auditorio: este es un poema interactivo, les diré algo tan archisabido por todos que debiera omitir estas indicaciones, pero ya estoy en ello: al oír cierto enunciado ustedes me responderán al unísono algo que sabrán entonces. El enunciado es facilísimo, como decía, y ya iré empezando para que lo vean: CE HACHE Í (dice el poeta) CHI!! (responde el auditorio entre risas de aprobación) ELE É (vuelve a la carga el poeta) LE!! (se suma el auditorio en pleno a la declamación) Muy bien, (luego de un breve barullo el poeta retoma la palabra), bueno, yo diré mi parte y ustedes la suya, ¿entendido?, pues vamos: CE HACHE Í Chi/ Si somos todos blancos/ los ingleses de Suramérica ELE É Le/ Van apegar joven/ por venir a provocar con tanta cizaña CE HACHE Í Chi/ Si el poema es mío/ escribo de lo que quiero ELE É Le/ Van a decir que mejor calidad a cantidad


CE HACHE Í Chi/ Que le dan color/ seguro voy a escribir bien a la primera ELE É Le/ Van a dar duro/ sino les soba ni se deja sobar el lomo CE HACHE Í Chi/ Pero si lo importante es la obra/ escribir: no tratar de hacerse famoso ELE É Le/ Digo yo que soy más viejo/ debes verte como un producto, promocionarte, venderte CE HACHE Í Chi/ Eso me equipararía a un súper ocho po ELE É Le/ Insisto joven/ lo otro sólo son: palabras perdidas en el aire CE HACHE Í Chi/ Y que culpa tengo yo que toda la chusma poética le vendiera el alma al futre/ y la imaginación se les perdiera en el poto ELE É Le/ Prevengo: eso no da ni para la poesía más burda CE HACHE Í Chi/ Weá mía po caállero/ total el mundo es espacio público/ si hasta un bar es espacio arte ELE É Le/ Gusta meterse en las patas de los guarenes a usté CE HACHE Í Chi/ Y si no pa qué estar vivoh ELE É Le/ Dirán que este país no es pa eso/ yo que soy pájaro viejo lo sé/ lo sé CE HACHE Í Chi/ Me suena más a perder, perder, perdió poder/ se quedó en el puro vuelo imaginario, mister/ como tantos antes que yo y usté ELE É Le/ Prevengo no más/ peor cáncer no hay/ que el que no quiere ver CE HACHE Í Chi/ Y quién me lo dice, ¿el topo rey? Chichichí (anima el poeta) Lelelé (se la sigue el auditorio) El poeta pide el bis, el auditorio acepta dichoso: CHICHICHÍ LELELÉ Algunas voces dicen viva chile, otras de ultratumba agregan: y Pinochet. Pero al final se callan, el poeta aprovecha la distracción y grita: ¡Así es el arte en $hilé!


Epílogo: Cantidad o calidad, he ahí el dilema, cantaba un pájaro el otro día, sobre el reloj de la plaza Prat, y nadie lo oía, y si alguien lo oía se hacía el sordo, aunque ante tanta antología de lustrosos próceres de la poesía, cabe preguntarse: ¿calidad de qué? Porque hay gente que escribe muy bonito, muy ordenadito y formadito son sus versitos, llenos de remilgos y palabras sugeridas por sendos diccionarios enciclopédicos familiares, esos que pasaban vendiendo antes, casa por casa, esos seres errantes y ya desaparecidos, los antiguos vendedores de libros. Bien formulados son sus escritos, lo de los poetas lustrosos antologados y siempre participantes de conferencias y otros ritos agonizantes, como encuentros, cumbres y simposios, organizados por amigos o simpatizantes del sobajeo de lomos recalcitrantes. Y claro, quien se pregunta, cuestiona, queda de resentido y es, a su vez, cuestionado y hasta perseguido. Se le mota de crítico agonizante, la variante rasca de un warken delirante. De impronta triste y más bien maleada, de técnica escasa y re contra prefigurada, hasta plagiaria. Se le esgrime de contra ejemplo para los futuros poetitas de todas las latitudes, no sean así, les dicen, indicando a quién se consultara en la misma plaza, bajo el monolito del reloj, ¿qué calidad? Cuando un pájaro cantó, lleno de misterio, cantidad o calidad, he ahí el dilema. Y ¿qué dilema?, agrega el perseguido, haciendo caso omiso a la comitiva de índices acusadores. Y ¿qué tanta cantidad? También. Como si la escena en pleno de las artes y las letras locales no estuviera formándose en círculo en torno suyo, el delirante, insiste en preguntarse. Luego cierra los ojos, cuenta hasta diez y los abre. Se sabe, de improviso el pájaro sobre la torre-monolito del reloj, que implosiona cual flor o estrella distante. Distinguiéndose la huida de todos los representantes locales del fenómeno poético. Escapan también los anónimos humanos, peatones, transeúntes y carabineros. La plaza se halla en completo silencio. Pequeños grupos de palomas, procedentes desde todos los misterios, se acercan en bandadas, se acercan al centro ahora vacío de monumento, pero lleno de un humo, la levantadera de polvo de la implosión. Polvo que no se esparce, no se distingue nada, sólo un remolino formándose, la cola del diablo le dicen los pampinos, y en su centro el poeta sin sentido duerme palpitante. Como si fuera Gokú. Nota2: Somos las flores en la basura, el venenom en la máquina capitalista. Treinta y cuatro sediciones nos respaldan. No tenemos alma de burócratas, sí de ácratas y cual Diógenes seguimos en nuestra búsqueda rata.


“Para mucha gente la poesía no parece ser más que mera emotividad o simbolismo sin contenido. Ciertamente algunos individuos autodenominados poetas han contribuido a establecer tal creencia, pues ellos mismos se han visto beneficiados por tales patrañas. Para nosotres, sin embargo, la poesía constituye el sano ejercicio de soplar vidrio molido a los ojos de los transeúntes”. En Proyecto de poesía y violencia: Antología de Flores en la basura 2008-2018, Inédito.


Escribir para ganar premios Escribir para ganarse el pan Escribir para la platea Escribir para la galería Escribir para las plazas públicas Escribir para el mall plaza Escribir para las cien palabras de la minería dulzona Escribir para un fondart un fndr un dinerito que nos haga bailar como monito Escribir para ser lectura obligatoria en las escuelas de chile o al menos de la región Escribir para ascender socialmente Escribir para participar en simposios encuentros congresos cónclaves de incierta índole Escribir para engrupir chiquillas Escribir para engrupir chiquillos Escribir para hacer carrera Escribir para aparentar ser menos machirulo y así ser el más machirulo del bloque Escribir para candidatearse a un puesto político Escribir para ganarse una beca Escribir para irse al extranjero Escribir para aplacar las malas lenguas Escribir para subirse la moral Escribir para no hacer otra cosa Escribir para hacer todas las escaramuzas las cimarras las eles Escribir para parecerse a neruda Escribir para parecerse a huidobro Escribir para parecerse a de rokha Escribir para parecerse a bolaño Escribir para subir las escaleras saltándose los peldaños Escribir para sentirse algo Escribir para jurarse del lote de rambó charli badulaque y el viejo cochino verlein Escribir para situarse dentro de la insociable sociedad que nos incomoda Escribir para ganarse besos de la mami Escribir para ganarse el repudio del papi Escribir para ganarse el vino la cerveza los puchos fox extra largo Escribir para justificar la volada del pito Escribir para cambiarle la letra a la tonada de pinfloi radio G y sumo en inglés Escribir para tatuarse la desgracia ajena en la propia y creerse vivo por eso Escribir para tener un pretexto de conversación con redolés Escribir para seguir ignorándose Escribir para podrir ignorándose Escribir para podrirse Esc Esc Esc


Escribir sin norte Un paseo sin pena Ni alegría Un deslizarse de aquí a ninguna parte Sin plan Ni deseo Escribir porque por qué no Y si no Porque sí Pero sin fundamento del sí Sólo la afirmación haciéndose Aceptándose En el acto mismo de Desenvoltura De realización De manifestarse existencia Escribir ejercicio de pulso De respiración Del cuerpo metafísico Con que me deshabito Extendiéndome o Desprendiéndome Amalgamándome A la materia o energía Oscura Que es el resto de lo cognoscible Escribir delirio practicable de puro ocio Es decir Sin presunciones Inacción ante lo que amerita y es demandante Demandable e imperioso Escribir es perezoso Bifurcación inútil Tiro al aire Exhalación de qué De palabras tal vez Empero no sólo palabras Sentires pensares lares Particulares Singulares Y no Y tampoco Y para nada Escribir huellas de nadie en una superficie blanca Pasos en la nieve? En la pampa de madrugada Fría de chusca que parece escarcha Escribir sin ánimo de lucro


Ni consideraciones con el pasado presente futuro Devenir del mundo la sociedad los pobres La infancia Escribir sin norte ni sur ni oeste ni este Ni esto ni esta ni lo otro Escribir y los dedos tecleando galopando Les teclas haciendo tlac tlac tlac tan finamente Que pienso un piano Piano Piano Elefantitos alguna vez también dije cuando el YO Se me escabullía como ahora mismito pero no tanto Hoy Antes sí Chorreos de YO Y en medio de plagios varios Voces de otros Discursos ajenos Truqueados Y sin querer Sin saber Pero queriendo saberlo Misoginia a granel Qué soy de eso ahora si No la voz que se astilla en las palabras Quedaron ahí Las heridas Las marcas en mi piel papel Y aunque hoy sienta piense distante Me duelen Me rompen aún Si bien no sangro Y sería ridículo confesarlo No es un crimen después de todo Tan siniestro No soy víctima al respecto Soy el privilegiado de no serlo Y mi dolor no es más que más mero privilegio Por eso no sólo es ridículo si No también patudo Confesarme sufriente Por astillas en las cuales YO mismo mordí Con mis palabras cobardes y tenues No No escribo para confesarme Escribo sin norte Pero tampoco puedo Hacerme el huevón.


LA VIDA DE TU ABUELA Ochenta años de la casa en estos pasos de la cocina al baño, del baño a la mesa del comedor, de la cocina a la pieza. Tomando té sola, acostándose sola, comiendo sola, despertándose sola. Porque el marido falleció hace ya unos cuantos diez años. Y los hijos se fueron para nunca más volver. O casi. Una que otra vez, cierto, para un almuerzo o una once o cena, por alguna celebración que se recuerda a duras penas. Los vuelve a ver. Aunque la mayoría del tiempo la señora está sola, caminándose la casa, con sus ochenta años a cuestas. Pensando en por qué está así, mirando fotos, sentándose al borde de la cama, las manos en la cara, haciendo memoria del llanto oportuno. La tele, única compañía fiel, le derrama sus tenues luces de tonos variopintos, como una tristeza ajena, una vergüenza de otro tiempo. A veces prefiere apagarla y mirar por la otra pantalla, la ventana. Ve las plantas creciendo desordenadas, el jardinero sólo las riega, poco las corta, tampoco barre ni recoge las hojas. Decide salir a hacer eso. El frío la desafía, mas toma un chal y se anima a salir de todos modos. Recoge la pala y la escoba y barre. Vecinos del barrio la saludan sorprendidos, alegrías de antes les inspiran a acercarse pero la simpatía ya mermó en la señora, que les refunfuña respuestas fugaces, que sí, que no, que ya está bueno. Entra exhausta otra vez en su casa. Encuentra al jardinero vestido de cocinero, preguntándole si le sirve en la mesa o adentro. Piensa un poco. No sabe. No entiende las circunstancias que la provocan, quién es este tipo de todos modos, gruñe por dentro. Acá no más le dice. Toma distancia, su mente es una locomotora a punto de salir, chifla, flota en nubes de vapor, nadie está a bordo ni nadie hay en la estación. El vacío de las horas con sus pesos de pasos flojos le cansan los pensamientos. No pensaré más, se dice. Siente al hambre. Le sirven sopa de pollo. Toma la cuchara y revuelve las cosas, las verduras, la escasa carne. El vaporcito oloroso lo sorbe con la nariz. Esto no me recuerda nada, no me atañe. Mira las fotos en las paredes. Toda esa gente son fantasmas, aunque vivan unos pocos, el que no vivan acá los hace muertos. Me inventaré a los otros, jugaré con ellos, pero mi cansada mente no es propicia para esto. Le dejaré estos juegos al cocinero o a su señora, aquella chiquilla que me saluda sonriente por las mañanas temprano, cuando va saliendo a su tienda. Me dice welita estese tranquila, pronto vuelvo, y se va, y aquí me deja con mis ochenta años de la casa en estos pasos de la cocina al baño, del baño a la mesa del comedor, de la cocina a la pieza. Evitando tropezarme, me tropiezo con el recuerdo de no hacerlo. Qué es este corazón que me palpita aun por dentro, porfiándole al tiempo su paso y a la realidad su obtuso peso sin remedio. Quién soy yo de todos modos, gruñe por dentro. Acá no más se dice y detiene su marcha. Se descubre en la cocina, abre cajones, saca tarros, los cambia de lugar con unas cajas. Tarros y cajas, nada que entender. La luz se vuelve tenue debe ser el anochecer. El sol se duerme, entonces yo también. Conduce sus pasos a la pieza, a la cama, al borde. Se posa las manos en la cara. Dónde está el llanto oportuno. Surcos secos, nada de agua, palpan sus dedos marchitos. Piensa un poco. No sabe. No entiende las circunstancias que la provocan. Enciende la tele, única compañía fiel, recibe sus tenues luces de tonos variopintos, como una tristeza ajena, una vergüenza de otro tiempo. Junta las cortinas de la ventana, apaga la luz. No mira la tele, la utiliza como lámpara nublosa. Qué es este silencio. ¡Chucha, chucha mierda! Haré un barullo, me haré presente. ¡Chucha, cresta chucha! Quién dice estas groserías. Ese jardinero es un mal hombre, iré a buscarlo, ya no debe estar acá. Echaré al cocinero, entonces. Y a aquella mujer. Qué hacen en mi casa sino tienen ochenta años y no los imagino ni juego con ellos. Mis hijos pronto vendrán, hoy es mi santo, santa porfía. Me levantaré a cantar, entonces; y baila, también, así, por el living, el comedor, entre las fotos y las otras huellas tenues de sus pasos, tu abuela, creyéndose sola, jugando a que sus vivos son sus presentes y viceversa.


Que algunas gentes tengan la piel oscura o más clara, toda esa diversidad de tonos se debe, y esto debemos recordarlo en voz alta: a la maravillosa capacidad animal que tenemos para adaptarnos a nuestro entorno; por eso hay humanos en todas las latitudes del planeta mostrando las diferencias con que nuestros organismos hacen gala de su asombrosa capacidad de adaptación. Orgullo debemos sentir por nuestra piel y sus tonalidades, sí, es cierto, mas no para diferenciarnos y embriagarnos con racismos y otras fobias, el orgullo debe ser sí o sí generalizado o no ser. Y aunque/cuando sea, sólo serlo un ratito. Como guiño, como brindis, como palmadas en la espalda, como recordatorio/torpedo, como brizna/brisa/caricia, mas no más como alimento para el ego. A la egofrenía mantengámosla a raya, allá lejitos, con sus abismos-alturas, caídas y destellos. Con su moneda de cambio: en una cara el individuo, en la otra el Estado. Perdida, la chaucha, a chuchadas, bade retro satanas. El hombre que se declara feminista, sólo está siendo hombre: porque los hombres se dicen de chiquitos que tienen la razón, y como la razón claramente va por el lado del feminismo, para no perder el poder de quien tiene razón el hombre para seguir siendo hombre va y se hace del feminismo (no al, sino del), y se dice, así, feminista aunque sin serlo en verdad, porque sin entenderlo, está haciendo todo mal. Está haciendo, de hecho, el mal. Es decir, que el hombre que se declara feminista no está haciendo ningún cambio. Al contrario, esta perpetuando aquello que dice abominar. Parecido al anarquista que está en contra de toda, salvo de su, autoridad. Porque para los hombres comprender que los privilegios son su ser es el exterminio ¿Qué hombre aceptaría eso sin tirarse al piso, sin victimizarse, sin manipular la situación, sin dejar de veras de ser hombre, olvidando sus privilegios, haciendo, así, lo que dice hacer?, ¿Y después cuál no alzaría la voz, interrumpiendo a quien habla, no se taimaría, no sería paranoico, mitómano, encantador de la palabra?, ¿Un poeta? Sí, claro. O se está en contra de todo poder, todo el poder, o se está a su servicio, extendiéndole los tentáculos al chtulhu que nos hace a su sueño de codicia y maldad. O somos o no somos. Hacernos los huevones no alcanza para nadie. Y es difícil sí, ser feminista, ser anarquista. Decirse tal o cual es facilísimo. Cualquiera puede: los hombres pueden. Abundan y redundan las caretas. Y por eso las vueltas de chaqueta. Y pisarse la cola: hacer precisamente lo que se aspira a evitar o, incluso, a destruir. También es difícil ser poeta. Decirse, otra vez, es la mar de fácil. Hasta un anarquista feminista puede. Redundan y abundan, también. Es tan sencillo decirse como sentirse orgulloso por un tono de piel que no elegimos o el lugar donde fortuitamente nacimos. Plantearse poética y políticamente es difícil, a su vez. Cuestionar lo que se da por sentado: los tonos de piel, ser hombres y hacer política confluyendo de maneras conjuntas y represivas, moldeando mentes, subordinando cuerpos/ subordinando mentes, moldeando cuerpos. Foucault lo dice más bonito, si quieren aprender.


El poeta que estudia la sociología, se declara anarquista, se siente el Jesús de la rebeldía, mas no acepta creer que si el nazareno hubiera sido mujer antes de crucificarla la hubieran violado también. No entiende el por qué, el trasfondo de lo que es. Se alista para salir de la biblioteca, recoge sus libros pero descubre un grupo de chiquillas de enfermería, en cuyo centro hay una bajita, tal vez la más bonita. A cada segundo más olvida todas sus consignas, el hombre ansía la conquista. Si alguna vez se planteó la descolonización, ahora, sabe, que ese no es su problema. Sólo un destino ansía: la mujer que está ahí al centro de la mesa tres, junto al pilar seis. Es sigiloso, la espía entre los textos de derecho y psicología. No se contiene, se toca. De improviso se siente turbado, prepara su huida. Escapa de la biblioteca, de una universidad. Corre hasta la pieza de su pensión, y se turba más, tranquilo, seguro de no estar en público. Luego de un cigarro rememora cuando a su compadre lo acusaron de lo mismo pero de haberlo hecho frente a la chiquilla misma. Se pregunta, ¿seré ten distinto a él?, suponiendo, claro, que sea cierto, lo que le impugnaron. ¿Seré tan diferente o más igual?, igual la chiquilla era una colombiana o ecuatoriana, no lo sabe, tantea la respuesta sesgado por el color de piel de la chiquilla otra, o más re bien por lo que se tiende a llamar educación, la educación que recibió desde niño en un país pasillo paisaje que insta a forjar en el inconsciente colectivo de la colectividad que le sobra a la oligarquía dominante, que aunque seamos latinoamericanos somos ante todo europeos o ciertamente no indios, no somos indios, dicta que dicta el rezo general podrido, y eso lo hizo suyo, lo hace suyo, el joven anarquista feminista poeta a la hora de juzgar a sus pares, sobretodo, mujeres, y de ese modo discernir sobre qué es lo correcto y lo adecuado. Duda de sí un poco, también de su amigo otrora acusado. Los conceptos se le aguan y se siente un tanto que se ahoga. No sospecha que tal ejercicio podría hacerlo anarquista y feminista y poeta. Se marea. Le viene la náusea que la acedia trae consigo. Opta por la apatía, aunque por el parlante de su computador le suene, paradójicamente, apatía-no, y pronto olvida estos pensamientos, una llamada telefónica lo salva del psicoanálisis que improvisaba, se apura otra vez, los tobis de su club lo invitaron a cervecear un rato. Brinda con orgullo, orgulloso el joven, y, vamos, la juventud toda, orgullosos de sus espejismos, ciegos de poder, los hombres, se siguen arrimando al mundo arrimándolo a su ser, ni el sector que se supone pensante y crítico cuestiona, analiza y pule las asperezas del alma de la época, triste y oscura cual pieza de un violador, un racista, nacionalista, próvida, divulgador de la ley Sofía, simpatizante de Kast y la tolerancia total a todo, incluso al crimen organizado, del patriarcado cree es un mito, se presume conocedor de los defensores de la ideología de género, y su trasfondo: la dictadura gay, a las mujeres las ve como cosas, y cosas por partes, unas nalgas, unos pechos, unas piernas, se turba más en su inconciencia, aunque no estudie a la sociología, ni se pretenda anarquista o hasta feminista, menos poeta, hace igual, hacen igual todos los hombres, cansados pero ansiosos de seguir siendo hombres y blancos y europeos y no indios y los amos, dueños y señores del mundo.


«Evadirnos como pájaros De cada pájaro se obtiene una cascada» Eduardo Anguita


Conjuro de sangres hervidas por el sol padre que nos vierte encima todo su sí de fuego luz El cuento era seguir haciendo la parte pactada y no cubrirse para despejar el beneficio de morir parte de un plan más grande y pasajero Todas las civilizaciones anteriores lo hicieron y por eso sólo en el vaho lunar puede percibirse el olor aun ingrávido de sus existencias Mas se cubren ahora los humanos tan ignorantes como ignorados por el destello eterno y completo del sol padre Y dicen protegerse así de la muerte Aunque sólo la evaden y rebajan a las sombras de los bajos Y así no será en la luna que guarden sus tristes soplos.

Por KarmenARvale


I A las costras harapos de la sal y el desierto desflorido Escarbo y rastrillo Con el hambre que es mi hambre Y fundiéndome a todos los miedos voy comiéndome las sales los óxidos Rumiando el ripio me reitero así En ésta y otras vidas idénticas a ésta como en una pesadilla Y clamo calmo y callo al silencio garrafal de la derrota Petrificada en forma de ruina Muralla torta de arena y piedras prefiguradas No para sepultar si no para describir la soberbia estupidez de los humanos que me anteceden Porque es tan ciego el ojo del hombre cuando la luz falsa del oro falso le atraganta el pecho Y se retira así en un silencio de murmullos necios A la vaciedad suprema de los sepulcros rotos A la tórrida vivencia de una muerte infesta de inertes entes sin ojos que se aturden de golpes que se dan unos a otros tratando desesperadamente de suprimirse mutuamente porque creen que así y sólo uno debe salvarse de la marea idiota con que se componen Ciego del frenesí llamado ego se camina el hombre por su istmo de pasos rojos Y cae hacia dentro de sí porque lo afuera le es totalmente ajeno Aunque ciertamente sólo se trata de un mentiroso Y por eso es impreciso decir qué de él Aunque sí Es un obtuso y total remedo de bestia.


II La contradicción me curtió como un leño que el hacha se le vino encima y le falló el corte Y saltó lejos el tejo y no fue fuego aquella noche Si no agua en el río de en junto Y por eso soy la contradicción mal ceñida Como el punto impreciso entre la verdad y la mentira O el fracaso y el éxito La partícula que gravita impávida entre este mundo y el otro Absorta de tanto entender pero incapaz de poner en práctica lo que sabe Porque no entiendo las formas No se comprender las maneras en que se procede en este lado de la balanza Y juego a desaparecerme así En una bifurcación en base al sueño ciertos licores y la nobleza de los libros anteriores En vez de retiro me reitero Me retraigo y no me trago Y me caigo pero no me callo Y sigo paralizado Porque sé que ya todo se vino abajo El telón digo Y felices nos van comiendo las lombrices Desde hace ya cuánto.

Por Pedrino 100pre


Dadme la mano ahuecada Para cobijarme en tu vacío Y allí sembrar mi murmullo interior Quiero sentir tu voz tu risa Y no sólo hoy Cabría esperar más de mi mente Dadme tu mano vacía Quiero ahuecarme en su silencio Sembrar mi interior de tu murmullo Sentir quiero tu voz tu risa Y no sólo en mi mente Hoy Dadme tu cobijo murmullo Con mi mano vacía ahueco mi mente Tan sólo soy interior Tú me sembraste y ahora no eres voz ni risa Cabría esperar más para verte.

Por Iris Anarquía


POEMAS DEL ÚLTIMO SIGLO POEMA QUINCE: Las redes sociales para unas: nodos de comunicación, resistencia y denuncia para otros: canales de perversión, voyerismo y sicopatía.

POEMA VEINTE: Máquinas interconectadas unas con otras Controlan todo el aparataje de artificios y artefactos Con que los humanos nos hemos ido encerrando Guardando con recelo De la misteriosa naturalidad Te dicen – nos decimos Desde antes de nacer Cómo y cuándo Para qué y por qué Produce y serás feliz No pensar regla primordial No pensar única voz Sentir sin causa

Por MustiaFlor


Cuento Uno Rajaba las barrigas de las muñecas de su hermana, y les servía ahí, en el hueco de plástico de esas inertes guaguas, la comida a los perros de su abuela. Él, el fantasma de la casa, iba y venía sirviendo o retirando platos, pateando los muebles a la pasada, decorando con su inestabilidad la realidad temprana de su sobrino, que debía sortearlos a todos, aprendiendo a dar sus primeros pasos. Desde la ventana colgaba sus piernas, estaban en un edificio de departamentos baratos, en el piso cuatro, y se colgaba mientras escuchaba los cassettes de su padre, ¿había algo ahí que fuera suyo?, Sí, el miedo, la incertidumbre, las imprecisiones sobre todo y las ganas enfermizas de implosionar. Una vez, vio algo al respecto, apropósito de bidones reciclados y también, pero ésta vez en otro canal y en otra semana, sobre las estrellas y acaso, aunque esto no lo recordaba del todo bien, de las galaxias enteras, repletas y mismas. Miraba con cara de nada a los humanos movilizarse allá abajo. La niña del segundo piso le saludó y él le respondió. Ella le grito: ¡Ven!, y ¡Acompáñame un rato! Bajó aceleradamente las escaleras sin saber por qué. Golpeó la puerta del departamento número doscientos tres y la niña que ahí vivía le abrió, le dijo, esta vez sin gritarle: ven, acompáñame un rato. Lo tomó del brazo, de la mano tal vez, lo tiró y lo guió como se guía a los niños preescolares cuando los transitan por las calles de la ciudad. Él se dejaba llevar en plan no aclararse nada, ¿para qué? Se sentaron bajo la palmera más frondosa de la plaza, ella le dijo: ven, abrázame. Y él se le acercó y la abrazó. Ella le dijo: bésame, pero también muérdeme los labios, no muy fuerte, pero quiero sentir tus dientes en mis labios. Él la besó y la mordió suavemente. O eso creía. La verdad es que le hizo salir sangre. Ella se rió, no obstante: eres un poco bruto, le sinceró. No sirvo para nada, me voy a matar, se sinceró él aún más. Después de un silencio prolongado ella se puso de pie pero le habló: ¿y cómo te vas a matar si no sirves para nada? Era cierto, pensó él. Tienes razón, le dijo, poniéndose de pie y caminando a su lado. Fueron a la playa. Sin hablar se quitaron la ropa y se sumergieron en el mar. Ella llevaba un traje de baño debajo de las ropas. Él no. Antes de volver al block de departamentos en que vivían, pasaron a la panadería. Compartieron un berlín. Se despidieron sólo diciéndose chao. Al otro día él bajaba con su madre y ella subía sola. Él la ignoró descaradamente. Ella quedó confundida y confundió a la madre de él, quien al llegar a su piso le habló: ¿esa niña la conocías?, porque te saludó y se te quedó mirando mucho rato esperando que la miraras de vuelta. Él ahora ignoró a su madre, apuró el paso para entrar al departamento y luego a su pieza. Se tiró a la cama y cerró la puerta con llave, también lloró largo rato. Ya era de noche. No había querido comer ni salir de su pieza. Añoraba a la niña del segundo piso. Mordió su propia lengua para recordar el sabor del beso del día anterior. Apropósito de lo mismo estaba en calzoncillos como cuando en la playa por no tener traje de baño bajo sus ropas. Entonces debió haber salido a buscarla, aunque no supiera qué decirle, y hacerla cierta. Pero erró el camino para siempre. Cuando todos dormían, entró a hurtadillas a la pieza de su abuela y le robó un turro de revistas que la veterana atesoraba junto al velador. De vuelta en su pieza comenzó a cortar fotografías de la revista, todo lo que le evocara a la niña del segundo piso.


Bien entrada la madrugada tenía toda la puerta repleta de imágenes pegadas con scotch. Miraba con locura su creación. Previo a quedarse dormido, se masturbó varias veces contemplando el collage. Desde aquella noche madrugada se le hizo visible y palpable la delgada línea entre la imaginación y el delirio. Él pudo disponer de su imaginación para compartir más tardes con la niña del segundo piso. Pero en vez de eso prefirió enloquecer. Seguir ignorándola. Mantenerse encerrado en su pieza. Pronto su collage abarcaba todas las paredes, ya no sólo la puerta de entrada y las del ropero. Su familia comenzó a preocuparse. Ya no sólo no se alimentaba a sí mismo, sino que tampoco a los perros de su abuela. A los muebles ya no los pateaba a la pasada y, así, no sólo no dificultaba los primeros pasos de su sobrino, sino que ni siquiera lo veía. No veía a nadie, casi a nadie. Se dejaba arrastrar por la total ineptitud. Descubría, y lo tranquilizaba, que podía matarse no sirviendo para nada, no sirviendo para nada. Y al quitarle la razón a la niña del segundo piso, la anulaba, o creía anulada, totalmente. Ya no la necesitaba, se decía. Tenía su collage y su mano y su delirio. Sabía que eso no estaba bien, no podía estar bien pero sabía, a su vez, que él no estaba bien, no podía estar bien. Todo era tal para cual, tal para él. La implosión cobraba fuerza en su destino. Era cierto, sí, al final de cuentas que el errático rumbo que había elegido lo distanciaría día a día, noche a noche, del mundo que nunca eligió. Pasaron los años y le pesaron, sin embargo. Para amortiguar tal peso había descubierto una manera magnífica de escabullirse del tiempo: el alcohol. La ciudad en que vivía parecía hecha para fabricar borrachos, por lo que no le costó ponerse a tono con el vicio. En verdad se esmeraba como otros andobas se esmeraban en estudiar y, a su decir, progresar en la vida, no progresando en nada y sintiéndose igual de orgulloso. Su delirio era tal. Le ponía y le ponía a la botella y se festejaba. Si ben su fiesta era sobre todo triste y solitaria. Supo que tal modo de extinguirse lo curtiría de un modo impreciso y desconocido: ajeno totalmente a lo que se sabía. Se sentía único en su dicha desdichada. Conoció la calle y el rechazo y el frío y el hambre y la sed tremenda del alcoholismo. Se supo enfermo retorcido en el suelo, mojado por orines ajenos y ultrajado en cuerpo y alma, pero aun así se quiso y prefirió, orgulloso de ello, en eso, que como administrador de rutinas y compromisos con los otros a tiempo completo. No supo de alegrías compartidas ni del placer de conversaciones con afines y sin fines de lucro. Sintió el desprecio más traicionero e interesado en la melancólica noche de los desgraciados famélicos. Murió mil veces mil y surgió siempre de las cenizas, cada vez más ceniza.


Cuentos Dos Pedro enloqueció escribiendo cuentos de cien palabras para enviarlos al concurso ese. La plata sería su escape de la ciudad que tanto analizaba con sus relatos. Unos iban sobre los eventos más inverosímiles y otros anotaban sus repetidos actos cotidianos. Si no inventaba, plagiaba de la realidad. Plasmaba en el papel desde sus sueños y deseos hasta sus ascos y rechazos más vengativos contra los males de siempre. Hurgaba en su mente, desempolvando recuerdos de su más tierna infancia. Luego se ponía inescrupulosamente a escrutar sus vicios y los de la sociedad. Era un crítico certero pero otras un chovinista complacido de su habitar en el paraíso terrenal de su pueblo. Impaciente por las fechas de apertura escribía de antemano folios y folios con anécdotas, ideas sueltas, cahuines del barrio, deseos ocultos, para pulirlos después de cabecearse con diccionarios y enciclopedias. Uno que otro pique al ciber le brindaba el acervo necesario para no sonar repetitivo y acercarse a un plano más profesional. Contento afinaba los últimos detalles de los hasta cinco relatos que podía enviar para participar por edición del concurso. Y todas las veces se volvía triste y sombrío cuando no ganaba ni sacaba, por lo menos, una mención honrosa. Le enfurecían los que sí eran seleccionados, les disparaba dardos de odio y envidia. Los tildaba de suertudos, coludidos, falsos, al leerlos, al notar que no eran más que meras anécdotas, que no denotaban mayor trascendencia que la del comentario superficial y bienintencionado. Además se repetían nombres. Se repetían temas pero todos simplones: los nombres y los temas. No. El concurso no estaba bien, aunque la rabia no le duraba para siempre. Al final, siempre volvía a intentarlo. Leía y re leía relatos de toda índole, novelas, poesías. Todo lo que le cayera en las manos, Pedro, lo leía. Boletas del almacén, listas perdidas que encontraba en el piso. Fue acumulando todas esas vidas desperdigadas y escritas, olvidadas en las calles. Fue pegando papelitos en las paredes de todo su cuarto, luego en el techo, después en el baño, la cocina. Encima anotaba relatos de su propia cosecha, inspirados en el azar del collage que decoraba su casa. Se alejó de su vida social para mantenerse más tiempo leyendo y creando. Salía poco y menos se aseaba. Comía casi nunca y tampoco trabajaba. Pedro enloqueció escribiendo cuentos de hasta cien palabras. El más corto se llamaba Pedro y sólo era de una palabra: su nombre. A partir de ahí diseñó diversos sistemas, consistentes en agotar las posibilidades y las palabras y los temas y las razones y las causas. Pedro se sentía un matemático de la literatura. Ya no se trataba de relatos si no de ecuaciones. Y ya no importaba el concurso tanto como dar con la verdad, la expresión perfecta. Como carecía de colegas en la materia tuvo que ir practicando solo. Conversaba, así, consigo mismo largo y tendido, contándose el mundo. Pero del modo más preciso posible. Se sentía un verdadero Witggenstein local. Y al igual que al original no le importó más el hambre ni la derrota.




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