fanzine flores en la basura num 25

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AÑO4//NÚM25/AGOST16

fanzine poético

F L O R E S E N L A B A S U R A_


SUMARi0 * EDITORIAL «Una alegría que es pura challa» por Flora Acracia * KRÓNICAPUNK «El Punky Muerte»

Por Punkróniko * Consideraciones metafísicas Por KarmenARvale * Cuento «Hvis lyset tar oss» Por Mar Tazale

* Surtido de POEMAS x Poetas Surtidos


“Lo elegimos, sí, pero entre comillas, pues qué otra se puede hacer en verdad para hacer plata si no aceptar trabajar en la fábrica. Otra cosa sería acatar nuestros sueños, hacernos en la utopía viva. Pocos son quienes corren ese riesgo. La mayoría somos absorbidos por la fábrica. Sueldos fijos, no tan bajos, pero que sean fijos, es la máxima ventaja. Y el trabajo, una vez toma control de tu cabeza y del resto de tu cuerpo, no es tan fatal. Se vuelve costumbre. Y en esa costumbre uno se deja un poquito de sí para seguir empinando el codo, fumanchar, una que otra esnifadita, y echar la talla con los chiquillos los fines de semana. No es tan grave visto así. Los otros, en cambio, la ven más seguido, a veces, las más de las veces, creo yo, los tiene ahí, más viéndola que otra cosa. En fin. Allá ellos. Yo con mi poco de punk para escuchar por el mp3 ya tengo bastante de anarquía. Y sí, el trabajo en la fábrica no es tan malo, o mejor dicho, el que sea malo nos da material para seguir odiando. Más fuerte que el amor a la libertad es el odio a quien te la quita, reza nuestro postulado. El odio, entonces, lo aceptamos como algo más grande y fuerte que el amor. Puede que suene a contradicción pero no me importa. Igual, en gran medida, lo de la fábrica es un trabajo manual. Pasa que a diferencia de los artesanos, quienes prefieren la autogestión para vivir-se, acá en la fábrica estamos apatronados, y eso, como vengo diciendo, no es tan malo, pues nos da ciertas manos, por ejemplo, la de sindicalizarnos. ¿Cómo ir al bar a conversar con los compañeros, después del trabajo, si no estamos apatronados? Los otros, eso, no lo entienden, no lo quieren entender. No quieren pertenecer al proletariado, por ende, hacer la revolución de los trabajadores. Por eso es necesaria la fábrica. ¿Y qué hacemos en la fábrica? Eso es lo otro importante. Hacemos challa. ¿Y eso qué es? Papel picado de colores. Sí. Eso es lo que hacemos en la fábrica. Picamos papel. ¿Que para qué picamos papel? Pues para la alegría, que ya viene. La alegría que viene una vez superemos esta triste existencia. Una vez expulsemos al tirano capital, viviremos regodeados por esa alegría, la que viene, y entonces, sólo entonces, a la fábrica la haremos estallar, y el papel picado cobrará vital importancia, al materializar la alegría que ya habrá venido, por fin.”

Alcidez Barrankha, en “Más allá de la Anarkía”


La clientela democrática es un resultado variado de equivocaciones y confusiones vagas. Todo deviene, en fin, de la comprensión histérica histórica de los últimos hechos acontecidos en la capitanía general de la república de chilito. Para unos la democracia fue recuperada el mismisísimo once de septiembre de mil novecientos setenta y tres. Así tal cual. Y por absurda que parezca esta creencia, es una aseveración bien instituida en la cabeza de muchas y muchos chilenos orgullosos de vivir en un fundo mundo donde los revoltosos no tienen cabida. Luego están los de la contraparte, los progresistas, que sufren de crónicas e infinitas subdivisiones: los hay desde trasnochados hasta emprendedores jipi cuiquis. Estalinistas y migueles enriques a granel. Pasando por los pro mapuche, pachamámicos e iluminados del hip hop. Y mujeristas pro naturismo y espiritualidad. Entremedio pululan la gran mayoría de chilensis, medios simpatizantes de uno y otro bando dependiendo del factor etílico y del asado. También dependen sus inclinaciones del calendario futbolero, del reality de turno y de las declaraciones de los mandamases de los paisajes países aledaños. Para esa mayoría la democracia se volvió flor común a finales de los ochenta con el plebiscito del sí y el no, dónde empezaron a cantarles en la oreja la tonada de la alegría que ya venía. Claridad en cuanto a qué fue la democracia antes de eso no hay mucha. Es una nebulosa, más bien, de contradicciones y escaramuzas, la noción sobre qué fue de la democracia antes que se instalara el circo concertado de partidos por la ídem. Por esto los mandamases viven comiendo perdices, aún hoy cuando la chanchada es tan grande que resulta casi imposible esconder tanto desfalco. La clase dirigente, los nuevos ricos, tiene tantos chanchullos mal habidos y por haber que ya pasar inadvertido se les volvió insostenible. La mierda emerge nauseabunda desde todas las alcantarillas del poder. Pero en vez de corrupción, declaran, existe una crisis de confianza. Así intentan descartarse y extender responsabilidades. Y nos hablan del concepto de democracia, como si fuera la última chupada del mate en cuanto a política social. Lo cierto es que no clarifican nada. Ni qué es democracia ni qué es política ni qué es una crisis de desconfianza. Siguen lucrando en su juego, que a estas alturas da lo mismo si es legal o no, si existe fiscalización o no, y, hasta, si existen multas, sanciones o condenas contra los irresponsables de turno. Así, la democracia, de bandera de lucha pasó a ser la challa de una alegría que es pura mentira y sugestión: Que el crecimiento económico nos alcanzó a todos, Que el nivel de vida nos tiene al borde de ser un paisaje país desarrollado, Que somos los jaguares de Latinoamérica, los ingleses, los suecos, la tierra prometida. Pero la mayoría, no la nueva: la de siempre, se traga todo el cuento. Diez y siete años de dictadura no pasaron en vano. “El once de septiembre de mil novecientos setenta y tres planea sobre nosotros como el penúltimo cóndor chileno e incluso como un huemul alado, una bestia salida de El libro de los seres imaginarios (…) A veces tengo la impresión de que el once de septiembre nos quiere amaestrar. A veces tengo la impresión fatal de que el once de septiembre nos ha amaestrado de forma irreversible” (Roberto Bolaño).


Quién le hace frente a la mierda en la capitanía general, cuando para enfermarse hay que ir a hacer fila a las cuatro de la mañana al consultorio, pagar sumas exorbitantes de plata que no se tiene para que te eduquen, aceptar laburos agobiantes para ser un ciudadano con lo básico para vivir: agua, luz, techo, comida y ropa. Quién le hace frente a eso, cuando no, formando grupúsculos de acción, calcados de la escuela, embriones del E$tado, el reloj y calendario terribles de lo inhumano. Y competencias tramposas, elecciones de bandos, cupos y personalidades con la misma pompa falsa que cuando se vota por los honorables del municipio, el core o el congreso. Todo un show, con propaganda basura y chorradas a granel. Vendidas de pomadas al por mayor. Con tal modo de engaño convicción para hacerle frente a la mierda, bien mejor sería aceptar la derrota. Puros pendejos engrupidos conforman la supuesta resistencia al poder: Los hijos e hijas de la ilustre mayoría de siempre, que dichosa se revuelca en una alegría que es pura challa, pura copa américa, todos amigos en año nuevo, su buen asado para el dieciocho, pura solemnidad ramplona con la teletón, teles cada vez más planas en el living, autos enchulados, celulares más sofisticados, cientos de tarjetas, puntos acumulados en tiendas, vacaciones en el extranjero, ampliaciones de la casa, salidas a comer sushi, vida intensa en facebook, paseos domingueros en el mall, sus buenos carretes, su buen reguetón, el brindis que no falta, idas al gimnasio, transgénicos para cuidar la línea, líneas en el espejo para cuidar la esquizofrenia, psiquiatras y psicólogos a granel, etcétera. Y los tristes resucitan a Mao, Stalin y a Pinochet para plantearse revoltosos por turnos, planear atentados, asaltos al poder, guerrillas en la selva de cemento, adoctrinamiento total. La revolución la compraron como palabra tan hueca que la llenan con toda la caca que el poco ingenio les deja. Dejados a sus anchas los pendejos engrupidos devienen en engrupidos a secas, santos mártires de la revolución de turno, enarbolando mal teñidas banderas para figurar más chorizos por instagram, así engrupir chiquillas y chiquillos por igual, sedientos de gente tan triste y poca cosa como ellos. Destellos de nada, recibiendo sueldos por vender la pescá de lolitos a los demás pollitos, juegan y saltan, roban y venden por igual. FER o no FEL dat is de cues tion. Pero no, mejor no hablar de ciertas cosas, dijo un buen dolape. Porque la podredumbre es fatal y total. Por atrás el PC y el PS siguen sonrientes escudriñando con sus dientes, de vampiros, dormidos, sobre los duendecillos, tan estúpidos y maleables, cantándoles a coro todo el estribillo. Todo es negocio en chilito, la política una horrenda empresa, la democracia un eslogan triste con tufillo a buena nueva. El once de septiembre aun nos sobrevuela con toda su bestialidad, su mentira, su odio y mierda recalcitrante. Los tristes imbéciles nos sobran picando papelitos para hacer más challa, venga a obstinarse por defender lo impuesto, haciendo vanguardias tan rojas como la vergüenza que les falta para cortar el webeo y ponerse a pensar. Leer contribuye a eso, a pensar: reflexionar y escuchar. Con el sentido común nos basta para vencer al canibalismo. La izquierda y la derecha son la misma salida. Lo mejor es quedarse a hacerle frente a la vida. De los cobardes sólo será el reino de los cieGos. Veinticinco sediciones nos distancian de aquello. Aquí les tenemos otra vez una invitación a llevar la contra y discurrir por fuera del mal teatro, sostenido por el miedo de vivir, lo dijo nuestro amigo Agustín (García Calvo), posibilitemos vivir al margen de la ilusión dominante, antes que seguir aceptando una alegría que es pura bazofia delirante.


“El hombre no es un INDIVIDUO, SINO UNA REPÚBLICA HABITADA POR CIUDADANOS MÚLTIPLES E INCONGRUENTES” HENRY JEKYLL, DE SU DECLARACIÓN CIRCUNSTANCIADA

A la pandilla de Evaristo le habrá parecido una canción muy poca choriza y por eso la desecharon. Lo suyo era aceptar la etiqueta del rock radical y vender éxitos de ese corte. Para los Eskorbuto la cosa era otra, Iosu y Juanma sí hubieran grabado como correspondía una canción del pelo ese, en vez, de como La polla, haberla dejada olvidada en la primera maqueta de la banda. Cosa de estilos nada más, y con estilo me refiero a la pará de cada cual. Los Eskorbutines no tenían drama alguno en conjurar a la muerte, la preferían, de hecho, a vivir, cobardemente, además, como manda la regla general. De hecho en las últimas de la banda Iosu le dijo al compita de Generación X, que estaba planeando una nueva banda: La muerte. O era, tal vez, que sabía lo que le venía en el futuro más cercano. Esto lo parlábamos seguido con los chiquillos, métele bajando sus pilseners, y discurriendo nuestra volá, en estos delirios. Fue entonces cuando se nos ocurrió la idea del punky muerte. Se nos apareció, más re bien, así, de improviso. La idea y el espectro a la vez. El punky muerte. Un distroi más pero con la particularidad de presagiar la baja de uno de los nuestros. Así fue desde la vez primera que lo vimos. Estábamos en la playa, tomando y parlando. El Chorlo había traído su radio penca, a casetes la piojenta, pero bien, así nos sentíamos más vieja escuela, cuando en eso, a lo lejos, alguien se nos acercaba. Esto no tenía nada de novedoso. Nada de alucinado.


Cuando el compadrito se sentó, no después, después que se sentó, incluso, después que se tomó la mitad del cartoné que andaba trayendo, y que nos siguió la conversa, que iba sobre qué tan buena idea era irse a Valpo o quedarnos por estos lares mejor, fue que pasó algo novedoso, algo alucinado. Le empezó a salir humo por la chaqueta, de debajo de la chaqueta. Primero, nos reímos, cagándonos de la risa le dijimos, oye weón te estai quemando, se te cayó un cigarro y weá. Sin embargo, no era eso. No era eso. Y el loquito no nos pescaba, seguía sentado, a veces empinando el codo, otras fijando la vista en un punto remoto a lo lejos, sobre nuestras cabezas. Y tan intensamente miraba. Y tan insistentemente miraba hacia aquel punto, que aunque le seguía saliendo humo de la chaqueta, no aguantamos más y nos dimos vuelta a mirar qué tanto miraba. Y no vimos nada. O sea vimos la ciudad, Iquique piojoso de noche, con sus luces naranjas feas, y su camanchaca picá a lúgubre, y la oscuridad aplastante de los cerros fríos atrás. Vimos eso tantas veces visto. Vimos eso y no sentimos nada hacia aquel lugar, nuestro lugar. Y nos dimos vuelta ansiosos de que el extraño de la chaqueta humeante nos aclarara la película pero ya no estaba, se había ido o se había desvanecido entre las partículas de olas que gravitan por la playa como rocío. Ya no estaba el weón. Ya no estaba si quiera el humo. Obviamente que nos asustamos. Nos cagamos de miedo. Un rato sí. Igual seguimos ahí tomando y tomando y hablando. Luego vino más gente, y a esa gente le contamos lo que pasó, y a la siguiente noche también comentamos lo ocurrido, y así, toda la semana, hablando del asunto. El compare no volvió a aparecer. Y, entonces, al cabo de una semana, de justo una semana, supimos lo del Iscariote. Que se murió. Pasó que prefirió morir como un cobarde, no más. Lo dijeron los Eskorbuto. Lo lloramos, claro. Tomamos la mar de vino en su honor. Paramos un par de tokatas en su nombre. Era nuestro amigo, después de todo. Aunque ya no se juntara tanto con nosotros. Y le diera con que sólo éramos un piño de ebrios torrantes y pasteros. Él po. Todo porque se creyó los postulados del anarcopunk. En fin. Igual lo recordamos y vertimos lágrimas y copete por su nombre. De todos modos, la vida siguió porque siempre sigue. Así es la vida, qué se la va hacérsele. Las pegas pencas, los gastos weónes, algunos arrancando para Valpo, otros quedándonos acá no más: aceptando rutinas cortas y las nimias distancias entre la botica y la playa. Conformismo y comodidad curtiendo al ebrio inmortal, cantábamos y declamábamos todos juntos por igual. Nuestro piño variaba en tamaño. A veces éramos tantos y otras menos. A veces venían chiquillas igual, otras dos o tres apenas éramos haciendo el aguante, con casi nada de vino para calentarnos la existencia. Casi nos olvidamos del punky muerte cuando lo volvimoh a invocar, de pura casualidad. Echando la pelá sobre los punkys con plata, que bien pueden darse todos los lujos, hasta el de la pobreza.


Los más ratas, los más resentidos, esa noche los odiábamos a mansalva, aunque las más de las veces los tolerábamos sin más, igual eran compitas y hermanos después de todo, pero esa noche los odiábamos pero que los odiábamos, y estando en eso, en la nata del odio y del resentimiento, mentalizándonos para volvernos a nuestras piezas de weónes solos y tristes, embriagándonos más con la risa de los desgraciados que con el alcohol barato, fue que de repente, no sabemos cómo, entre nosotros, apareció sentado el punky muerte. Claro, que entonces aun no lo bautizábamos así. Entonces era el loquito de la chaqueta con humo, no más. Y, de hecho, echando humo fue que apareció. En cualquier otra circunstancia nos hubiéramos asustado. Demás que hubiéramos salido corriendo, apretando raja. Pero estábamos muy odiosos para correr, para gritar, para quedarnos temblando de miedo. Lo miramos no más. Él nos miró a su vez, y le dijo a la Mirka, la única mujer del grupo, con voz de serrucho ¿te tienen muy aburrida estos machitos libertarios? Ella le contestó: ahora no, ahora están bien porque están odiando a los demás, tanto como yo. Y vengan los salud, entonces, y vamos brindando. Y cada vez odiábamos más pero más y más a todo el puto mundo. En paralelo el loquito de la chaqueta con humo nos proveía de alcohol y más alcohol, y de cigarros y más cigarros. En determinado momento se puso a pinchar con la Mirka. Lo que era muy raro, porque la Mirka no pinchaba nunca con nadie. Y, también, porque estaban puro que odiando y odiando. Fue muy raro. Inesperado. Igual no nos importó gran cosa. Nosotros seguimos tomando y odiando no más. Cuando aclaró, sin embargo, pasó lo que pasó la vez anterior. De algún modo se nos perdió el loquito de la chaqueta con humo, otra vez. Se desintegró. Ni la Mirka, tan arrimada que estaba con él, se dio cuenta de nada. Curioso, aunque no tanto, igual estábamos bien puestos. El caso fue que a la semana, otra vez, justo a la semana, supimos de una nueva baja. Esta vez fue el esnupi. Sobredosis. Y así siguió pasando. Nuestras vidas siempre iguales. Las visitas del misterioso loquito de la chaqueta con humo. Más bajas en nuestras filas. Al final, al loquito lo dejamos como el punky muerte porque era obvio ¿o no? Cómo tanta coincidencia. Y nunca respondía a nuestras preguntas, que iban desde quién era y qué hacía, hasta lo de las coincidencias entre sus aparecidas y desaparecidas y la muerte de algún punk local. Incluso de alguno que alguna vez pasara no más por acá mochiliando. O de otro que se fue a otro lugar. Siempre ocurrió así. Lo curioso, eso sí, es que tres de nosotros tenían que estar presentes para que se nos apareciera el punky muerte. Éramos la santa trinidad del punky muerte. En algún momento los otros nos dijeron, primero en broma, luego en serio, que debíamos evitar estar los tres juntos, porque entonces invocábamos al punky muerte. Esto sonaba estúpido. Tal vez, hasta lo fuera. Lo cierto es que ocurría. A veces pasaban meses sin reunirnos los tres en cuestión.


Y nadie veía al punky muerte y, por ende, ningún punk moría. No obstante, bastaba que nos reuniéramos una o dos o tres veces, y en alguna de esas, aparecía el punky muerte, y a la semana después, otro punk muerto. Las causas de las muertes variaban desde accidentes, enfermedades, adicciones y asesinatos, incluyendo suicidios. Todo lo que puede matar a un punk. ¿Qué les parece? Igual, mis amigos, ya pueden respirar un poco más tranquilos. Les quitamos un peso de encima. ¿Por qué, dicen ustedes? Pues porque el Chorlo se murió. La cirrosis, ¿qué más? Estuvo en su pará hasta el final, en todo caso. Vomitando sangre en plena Condell, por la madrugá, y sobre todas las bancas que había recién vomitado ponía un cartel de “pintura fresca” de un rollo así, que andaba trayendo, que se peló de la pega. “Pintura fresca”. Já. Él era uno de los tres. La semana anterior nos había visitado el punky muerte. ¿Qué más se puede decir? Me parece que no los volveremos a ver más a ninguno de los dos. Ni al Chorlo ni al punky muerte. Heredé su radio piojenta, eso sí. Podré seguir escuchando los casetes, a lo vieja escuela, tomando pilsen con gaitero en playa brava. Qué weá. Aunque se nos unió la Mirka. Se nos había unido desde hace un buen tiempo, ya. Tal vez por las esperanzas en ver a su punky muerte. Ella es así. Ahora nos sigue a todos lados, se nos pega como lapa. Yo no sé bien su historia con el loquito de la chaqueta con humo. Tendría que venir una Bombal punketa a relatarles esa historia. Yo la veo por mis socios no más, mis hermanos distrois. Qué me importa a mí ese weón del punky muerte, creyéndose literalmente la ídem, el culiáoh. Cómo no se va a la chucha mejor será. La próxima vez que se nos aparezca le vamos a sacarle la concha de su madre. Ahí va a quedar. Por eso dejamos que la Mirka se nos pegue como lapa. Es nuestro señuelo. Si igual cachamos que el espectro ese se le enganchó. Ese espectro que fue nuestra propia idea. A ella también la ideamos en otra ocasión. Una en que la soledad se nos hizo un vacío muy grande en el alma. O al menos por dentro de uno. Algo pesado y angustioso. Ni la turri nos lo apaciguó. Fue entonces cuando se nos ocurrió la idea de la Mirka. Se nos apareció, más re bien, así, de improviso. La idea y el espectro a la vez. Wachita rica. Con el Chorlo y el Zota quedamos pero pegadísimos con ella. Después fue pasando a segundo plano sí. Así pasa porque a uno le va más eso de destruirse que lo de dejarse crecer y ser, a la postre, vivo en el sentido de respirar y aspirar a un mundo mejor y toda esa wevá anarcopunk. Pero para nosotros lo único importante es mantenernos bien adormecidos mientras los unos se comen a los otros y el caos sigue mandando. Total tengo buena imaginación y con eso me basta para seguir en pie de guerra contra lo existente. Bien me puedo imaginarme otro Chorlo por ser, o cambiar al Zota por algún otro, por otra Mirka, por ejemplo, o mantener más próximo al punky muerte no más, así con la mirka seríamos tres… o dos… o uno… o cero.


Al morir no sucede nada. Es tan rápido el paso de nuestra conciencia a la existencia paralela de la que llevábamos hasta entonces, que no se nota nada. No nos alcanzamos a percatar del cambio. Ilustres como Julio Cortázar lo presintieron y compartieron tal intuición en escritos de literatura fantástica o de ciencia ficción (Philip K. Dick). A mí me pasó cuando chica. Un día que me dejaron sola en casa. Digo casa por decir hogar, porque vivíamos en un departamento. Y la lavadora que habían dejado en lo suyo, lo inundó completamente. Yo no alcancé a percatarme a tiempo. Ya era bien tarde cuando descubrí que teníamos una laguna artificial por todo el living comedor. Entonces, con muy poca pericia, comencé a secar el suelo mojado. Era un trabajo arduo y demoroso. Temí que me culparan por lo sucedido y que me descubrieran con las manos en la masa, así que sin mucho ingenio recurrí a la aspiradora. La enchufé y encendí, y me puse manos a la obra. En aquel momento, ocurrió. Morí electrocutada, por supuesto. Pero no lo supe hasta leer a Cortázar (A Philip K. Dick). Ignoro los hechos que prosiguieron en mi ausencia, en la realidad que antes habitaba. Seguro mi madre llegó tarde del trabajo y encontró mi cuerpo sin vida en medio de la laguna artificial en medio de todo el living comedor. Habrá gritado aterrorizada la pobrecita. Y llorado a mares. Habrán hecho los trámites de rigor. Y el ritual correspondiente. Todo lo que se dice el sepelio. Y mis hermanos habrán sufrido tanto. Mis pequeños hermanos. Y mi abuela. Y unos pocos conocidos. Después de tanto tiempo, seguirán visitando mi tumba para preguntarse qué sería de mí si estuviera viva. O para hacer como que me cuentan cosas, los últimos acontecimientos importantes de sus vidas, que se vieron en la obligación de proseguir sin mi compañía, y tal vez, ahora, pasados algunos años, con menos culpa, menos cargos de conciencia, más asumidos en la pérdida y en el diario vivir. Lo único que sé a ciencia cierta es lo que pasó en la existencia paralela en que desperté justo luego de morir pero sin notarlo, sin percatarme en absoluto de lo sucedido. Sólo sentí un crujido, una especie de crujido en mi interior. Y, entonces, un giro. Me mareé un poco. Sentí una grave nausea estando en el suelo tendida con la aspiradora que había dejado de funcionar porque se quemó, hizo cortocircuito. Así que me puse de pie y la fui a esconder. Y terminé de secar el suelo sólo con toallas.


Cuando llegó mi madre, más tarde del trabajo, como aún me sentía nerviosa y media asqueada, le conté lo sucedido. Ella me miró con severidad, no le gustó oír lo de la aspiradora. Y no tanto porque la eché de perder, como porque pude haberme electrocutado. Ella no sabía que, en efecto, sí me había electrocutado y hasta muerto. Yo tampoco lo sabía, pues por aquel entonces no descubría a ninguno de los ilustres, era, más bien, una pequeña ignara llena de miedos e indecisiones. Posteriormente, cuando leí a Cortázar (y a Philip K. Dick) entre otros, me cuadraron muchas cosas en mi vida. Sucesos antes inexplicables cobraron sino una explicación, muchas de éstas, o bien, posibles interpretaciones y acercamientos al problema en cuestión. Yo había muerto, eso lo supe a bocajarro, cuando por fin me encontré con los ilustres. Y su intuición reveladora me llevó, a su vez, a intuir por las mías todas las veces que pudo haberme ocurrido el pasar de una existencia paralela a otra. A veces producto de mi fallecimiento y otras por razones misteriosas, el accionar, tal vez, de fuerzas desconocidas para mi entendimiento, capaces de poner todo el multiverso de cabeza, y en tal jaleo hacernos pasar de una existencia a otra, prácticamente sin notarlo. Aunque a veces notamos, un poquito, que no nos cuadra algo. Cuando entramos en una habitación, por ejemplo, y no recordamos por qué. Todas las veces que nos falla la memoria a lo mejor es un vestigio exiguo de que algo cambió en torno nuestro, en el multiverso, pero nunca podemos precisarlo. Otras veces nos ocurre que notamos breves o minúsculos cambios en las personas que nos rodean. Una postura al mirar o al sentarse, palabras que nunca les habíamos escuchado o el modo de decirlas, entonces, quizás se trate de que estemos frente a un cambio, a un fallecimiento, de esa persona en una existencia paralela y su despertar, consiguiente, en la nuestra. Sin embargo, ¿podemos seguir afirmando algo como nuestro, sea una realidad, existencia o conciencia, supuestamente propias? Pues es posible que seamos la añadidura de una conciencia que nos rebalsa en realidades, existencias e identidades. Tan sólo un cariz de una noción más bien vaga de un todo en permanente fuga. El simulacro, en fin, de algo que se transmuta constantemente trasladándose de una filigrana, del tejido espaciotemporal, a otra. O, inclusive, la mera intuición o sospecha de una duda cósmica. ¿Qué somos, al final de cuentas, y qué hacemos aquí, para qué es que estamos en este lugar y tiempo inexacto que llamamos aquí? Por lo pronto podemos afirmar al modo de esbozar una, o más de una, hipótesis, que somos muchas vidas y muchas muertes. Secuencias de vidas y muertes, intercalándose, superponiéndose, transmutándose, trasladándose de aquí a aquí y de allá a allá y, ciertamente también no es imposible, que de aquí para allá y viceversa.


Lo sentí como un mensaje secreto, sostuve la hoja de papel entre mis dedos con cierto nervio y pensé qué era en verdad lo que miraba, lo que leían mis ojos, claro, las palabras, unas con otras, reunidas de un modo más o menos lógico, conformando cierta coherencia, un diálogo tal vez, que estuvo a la espera del otro, del interlocutor, por quizá cuánto tiempo, yo demoré seguro, pero ya llegué y por eso me sentía impaciente por descubrir el mensaje: entre trapecios y piras, me llevaron, Alberto García, castañas y negras, no me gusta tu cara, pe efe wywh. ¿Cuál era el conjuro, entonces? las palabras por qué dichas de tal modo, dispuestas en qué sentido y para qué- y para quién. Persuadido por el misterio y tal vez-y también por la locura memoricé el hechizo y una pausa después reuní cuánta saliva pude en la boca y me comí el pergamino, me lo tragué angustioso y trágico, con un miedo terriblemente irracional inundándome los huesos con un hielo del otro mundo. Me supuse perseguido, confabulaciones de orbes tránsfugas tras mis pasos de detective improvisado, por eso apuré el paso, luego de tragar presuroso la prueba material de mi delirio, y partí a escabullirme por las céntricas calles de la ciudad puerto que intenta habitarme. Después de variadas escaramuzas, tropezones y pasos en falso, me decidí a tomar un colectivo frente al Genovés y arrancar por fin de una magra suerte, puesto que a esa hora supuse que ya todos sabrían que ocultaba un secreto y era que había memorizado el pergamino que había encontrado en una banca de la plaza Prat, como quién encuentra un amigo cuyas deformidades en su rostro lo hacían irreconocible a primera vista pero ya luego de haber intercambiado algunas palabras con él, lo sabíamos en un serio peligro y por ello le tendíamos la mano y lo ayudábamos a huir despavorido de sus perseguidores. No me tranquilicé demasiado en el vehículo, ya que la cara del conductor parecía salida de no sé qué serial de inspectores europeos, del estilo de Rebus o Wallander, así que le solicité me dejara antes de mi destino. Busqué refugio en una plaza entre pasajes de casas chatas. Me senté junto a un arbolito de hojas despeinadas y revueltas sin ton ni son. Medité el transcurso del día hasta entonces, junto al humo turbio de un cigarro. Sentía nauseas por la resaca del día anterior y unos nervios del inframundo. Tarareé algo del Hvis lyset tar oss, cerré los ojos y dejé al sol jugar con mis párpados. Flashes blancos atacaban al color rojo que iba in crescendo desde recónditas formas oscuras que latían con fulgures azulinos y verdes, los vehículos desde las avenidas se oían como un solo murmullo enfermo y obtuso. En las casas aledañas reinaba el silencio, mientras los colores en la tela de mis párpados proyectaban una batalla de vitrales rotos. Olvidé mi existencia individual entonces, para zambullirme desde el puente de sintonías inconexas, que era yo, hasta los otros, que no eran nada, y en esa nata mortecina caí hasta hundirme como en un mar ebrio de calma e inercia.


Cuando no era nadie, el paso del tiempo ni siquiera lo marcaban los signos del movimiento de las hojas por el viento, o la caída floja de un parapente a lo lejos. Los cerros estáticos, cansados me escupían su larga espera, bocanadas de pequeños ruidos precedían pequeños pasitos de insectos clamando una cuota de presencia y una guagua necia lloraba a lo lejos. Volvían mis sentidos intermitentemente conmovidos por la sed y el hambre de nuestro organismo enfermo de ser yo. Medio convulso tuve que volver en mí. También porque el cigarro me había quemado la mano. Weón. Otra vez despierto volví al enigma de la nota que me había encontrado cuando estuve sentado esperando el encuentro con el viejo Osvaldo, que me revelaría su secreto mecanismo para leer los rostros de las personas y así distinguir a quienes tenían el alma ya completa de quienes aún la tienen en proceso. Por su puesto yo ya sabía identificar a quienes no la tienen en absoluto. Pero el viejo Osvaldo demoró su llegada, tal vez tuvo algún contratiempo con la autoridad, ferviente opositora a su estilo de vida en la calle. O sólo no despertó, porque a veces le pasa que se le olvida despertarse, y, entonces, le cuesta recordar quién es y qué hace durmiendo en un ruco frente al puerto. El caso es que no llegó a la hora acordada y eso me obligó a iniciar el escrutinio de rostros sin él, es decir tuve que iniciar la clase sin el profesor. Sin embargo, lo eché en falta pues no podía establecer distinciones claras entre unas personas y otras. Sólo a los desalmados los podía ir apartando de la muestra total. Desvié la vista, cansado y derrotado. Lo maldije al viejo Osvaldo tan irresponsable que es a veces. Y fue en ese momento que me percaté del papel doblado entre las tablas de las banca. Lo miré primero incrédulo. Ya entonces me provocó una conmoción extraña. Lo abrí y leí: entre trapecios y piras, me llevaron, Alberto García, castañas y negras, no me gusta tu cara, pe efe wywh. Lo sentí como un mensaje secreto, sostuve la hoja de papel entre mis dedos con cierto nervio y pensé, qué era en verdad lo que miraba, lo que leían mis ojos, claro, las palabras, unas con otras, reunidas de un modo más o menos lógico, conformando cierta coherencia, un diálogo tal vez, que estuvo a la espera del otro, del interlocutor, por quizá cuánto tiempo, yo demoré seguro, pero ya llegué y por eso me sentía impaciente por descubrir el mensaje. ¿Cuál era el conjuro, entonces? las palabras por qué dichas de tal modo, dispuestas en qué sentido y para qué- y para quién. Persuadido por el misterio y tal vez-y también por la locura memoricé el hechizo y una pausa después reuní cuánta saliva pude en la boca y me comí el pergamino, me lo tragué angustioso y trágico, con un miedo terriblemente irracional inundándome los huesos con un hielo del otro mundo. Me supuse perseguido, confabulaciones de orbes tránsfugas tras mis pasos de detective improvisado, por eso apuré el paso, luego de tragar presuroso la prueba material de mi delirio, y partí a escabullirme por las arterias gangrenosas de la ciudad puerto que intenta habitarme. Encendí otro cigarro mientras caminaba por aeropuerto hacia abajo. El aire era fresco pero el sol punzante.


Me sentía fatigado y sin ganas de correr, que es lo que en secreto más quería. Y llorar, pues sentía mucho miedo que el secreto materializado en el papel, ahora en mis entrañas, conjurara no sé qué mal para mis adentros. Creo que olvidé a dónde estaba mi pieza y me perdí en el trayecto infructuoso. La avenida Tadeo desapareció del mapa de mis pasos y di, así, de frentón con la playa y su mar. Con el agua hasta el pupo me sentí lo bastante en mis cabales como para saberme perdido, sobre todo de mí mismo, así que di media vuelta y me gané junto a una palmera. Por suerte los cigarros los llevaba en el bolsillo alto de la chaqueta, prendí uno enseguida y tarareé algo del Hvis lyset tar oss, cerré los ojos y dejé al sol jugar con mis párpados Flashes blancos atacaban al color rojo que iba in crescendo desde recónditas formas oscuras que latían con fulgures azulinos y verdes, los vehículos desde las avenidas se oían como un solo murmullo enfermo y obtuso. Lo demás eran las olas con su sonido atronador de ruinas derrumbándose en el tiempo, mientras los colores en la tela de mis párpados proyectaban una batalla de vitrales también rotos. Olvidé mi existencia individual entonces, para zambullirme desde el puente de sintonías inconexas, que era yo, hasta los otros, que no eran nada, y en esa nata mortecina caí hasta hundirme como en arenas movedizas. Cuando no era nadie, el paso del tiempo ni siquiera lo marcaban los signos del movimiento de las palmeras por el viento o las parsimoniosas maniobras de las embarcaciones a lo lejos. Los cerros estáticos, cansados me escupían su larga espera, bocanadas de pequeños ruidos precedían pequeños pasitos de insectos clamando una cuota de presencia y un perro necio aullaba a lo lejos. Volvían mis sentidos intermitentemente conmovidos por la sed y el hambre de nuestro organismo enfermo de ser yo. Medio convulso tuve que volver en mí. También porque el cigarro me había quemado la mano. Weón. Otra vez despierto volví al enigma de la nota que me había encontrado cuando estuve sentado esperando el encuentro con el viejo Osvaldo, que me revelaría su secreto mecanismo para leer los rostros de las personas y así distinguir a quienes tenían el alma ya completa de quienes aún la tienen en proceso. Por su puesto yo ya sabía identificar a quienes no la tienen en absoluto. Por aquí abundan bastantes. Pululan por doquier sintiéndose vacíos, e ignorantes de cómo hacerse un alma, se inventan series y series de modos de llenarse por dentro. Y se vuelven tristes, así, porque nunca les alcanzan los recursos, y lo mismo da escucharlos hablar de sus viajes, sus amistades, los eventos a los que asisten o las demás cosas que consumen. Sólo hablan de eso: de cosas y de lo que consumen. Y consumen tanto. Demasiado. Nunca se cansan de consumir. Son incapaces de sentir y reflexionar e imaginar. No crean ni recrean. Imitan y plagian y consumen. El tener es lo suyo, no el ser. Si son, son la mera apariencia, viven y mueren por la impostura. Aunque se digan místicos y naturistas, no, no son eso y ellos mejor que cualquiera lo saben.


Me advierto observado. Risas oigo por aquí cerca. Aquí soy yo. Aquí también es ahora. Me levanto para darle curso al tiempo. Lo surcaré cual viajero del ídem. Mi máquina soy yo mismo, una máquina soltera. Recuerdo el camino a mi pieza, por la calle del gringo Brigs debo tomar-tomo el pasaje del Heidi, de ahí llego a la avenida de don Tadeo, y todo está bien. Saco el candado de la puerta, la abro y la cierro a mis espaldas, paso el pestillo, me saco los zapatos, me tiendo en la cama, enciendo la radio, WYWH de los pinfloi me cae en picada. Otra vez de pie, recorro los tres por tres metros, pasando por arriba de la cama, los libros, los platos, mi taza, las botellas, la radio, la ropa tirada, los papeles revueltos. Busco un lápiz que encuentro casi enseguida, lo uso para escribir en una pared el mensaje memorizado: entre trapecios y piras, me llevaron, Alberto García, castañas y negras, no me gusta tu cara, pe efe wywh. Luego lo escribo en las paredes restantes, y, por si las moscas, en el cielo de la pieza y en algunos recodos del piso. Ya no suenan los pinfloi sino que bbking. La certeza de la indiferencia de los seres humanos para conmigo, su par, me deja perplejo ¿acaso no entienden que puedo matarme en cualquier momento?, ¿por qué me dejan solo- aquí- ahora? Calmo mis ansias con pan remojado en vino. Y fumo. Miro las vigas del techo, desde el suelo. Recuerdo que olvidé abrir la ventana. La abro como si me abriera el cerebro. El barullo humano me aturde con su estupidez, casi adrede me dejo caer hacia adelante, también hubo torpeza en mi acto, y algo de suerte. Desde un suelo más frío que el de mi pieza, y más húmedo y más transitado, miro las vigas imaginarias del techo del mundo. Entre curiosos, anónimos y entrometidos, se cuelan agentes de orbes tránsfugas en búsqueda de mi secreto. Me salva toda la sangre que sale de mi boca porque así no puedo decirles nada, pero descubro con asombro-espanto y asco que hurgan en mis entrañas desparramadas, las pruebas materiales de mi delirio. Y dan con él y me lo quitan y huyen a toda carrera en vehículos luminosos que van delante, justo delante, de la ambulancia que me conduce, no sé si en calidad de detenido o de bulto, al hospital de la ciudad puerto que tan intrincadamente ha intentado habitarme. Con ganas de mandarlos a todos a las re chuchas me resigno al actual rumbo de los acontecimientos de mi vida. Vuelvo a la situación de inhabilitación social. Creo que hay manos negras en las decisiones de las autoridades aquí convocadas, apropósito de mí mismo y el daño que puedo causarme o a los otros. Tarareo algo del Hvis lyset tar oss, cierro los ojos y dejo al sol jugar con mis párpados. Flashes blancos atacan al color rojo que in crescendo surge desde recónditas formas oscuras que laten con fulgures azulinos y verdes, los vehículos desde las avenidas se oyen como un solo murmullo enfermo y obtuso. En las casas aledañas no reina el silencio, mientras los colores en la tela de mis párpados proyectan una batalla de vitrales rotos.


Y AL SILENCIO QUร PERRO LO LADRA ba y el sol que noche se trae entre ma nos ocultรกndose aquella de los dar dos con que los tristes hombres quieren enmarcar la asirla volver la a su dominio ladra un perro a lo le jos la noche que el sol no esconde una de veras oscura de tantos pรกrpados cerra dos ojos inflamados le componen de imรกgenes la cargan con secuencias de vidas imprecisas provisiones previstas desvelan el vuelo del ladrido del perro que al silencio encubre y al sol sucumbe tres tristes hombres dardos clavaban sin un dedal dรณnde esconden su magia estos escombros encumbrados al falso pedestal de la falsa noche en falso silencio el falso sol imita al perro que en verdad nos labra.

Por Baldomero Bartolo


CERCA dos prima la rima esclava de aceptarlos a to dos tolerancia dicen que dice el rezo imbĂŠcil que domestica la causa total cerca dos nos re tiene el re milgo tal con (sic) to (sic) prestancia prestada derechos humanos para quĂŠ desechos humanos cuĂĄndo no.

Por Bartolo Baldomero


VIDA DE PERRAS

¿Qué hay detrás de esta reja y de las otras rejas, sino el mundo? ¿Y qué es el mundo sino aquello que no sé pero que tanto ruido hace? Siempre es un ruido Máquinas sonoras le alimentan el bullicio de su existir Máquinas ridículas que sólo existen para entrometer su bulla en mí vivir Yo no sé cuánto se oye pero se me hace bastante Tanto más que las nubes y los espacios libres azul del cielo Tan ancho como el mar que a sus pies se expande hasta lo que imaginando puede que sea el infinito Y donde no hay rejas hay murallas Y tras éstas ruidos también hay sólo que no de máquinas sulfurosas Humanos son los bullicios entonces Voces siempre colerizadas con gesto de miedo intensiones sospechosas de malas relaciones en acción Cuando el cielo se desborda de nubes la brisa huye y el rocío del mar nos refresca el aliento Vemos, en aquel momento a Henri el lagartijo correr por la muralla detrás de la cucarda gozando de su suerte en el jardín en donde también descansamos nosotras sobre todo cuando en el cielo rebosa el sol entonces, lo tomamos echadas en el suelo


Cerrando los ojos soñamos que no oímos máquinas ni humanos tan sólo los ladridos de nuestros corazones y nuestros cerebros provocándonos dulces deseos y lindos destellos Si bien no dormimos sólo hacemos como que no existimos ya en nuestros cuerpos de perros si no en el ambiente vueltas ondas y partículas en sempiterno movimiento jugando en la entropía del existir eterno de toda energía dispersándose por el espacio tiempo en partes de una sinfonía celeste Así, pasamos las horas esperando sin el sopor de la espera confiadas en el funcionamiento de las cosas circunstancias: la vida conducida por la savia metafísica que nos mece y florece a cada instante dándonos paz y un tránsito de calma y comprensión Confiamos en que los humanos más cercanos nos alimentarán como todos los días lo hacen dándonos en nuestros pocillos el arroz y las verduras con que hemos de recargar nuestras fuerzas y aliento para seguir existiendo por hoy.

Por Marberta Bermarta


COMERSE LAS UÑAS Comerse las uñas tal vez sea un ejercicio de automutilación Nerviosismo acumulado y miedo Acunando la conspiración En nuestra propia contra Alejarse en demasía de los otros Conlleva seriamente a no ser Y así a secas Entonces Un día descubres el dolor en la punta de tus dedos Y estos desnudas sus carnes Sin uñas No dando cabida al llanto ni al rencor Los pasos no pueden devolverse Las huellas ya borradas Por la marea Fueron Y así a secas Entonces No eres Más que carne mullida Distante tu mente los gestos no hacen ecos En las paredes más próximas De carne pelo y hueso No eres sombra ni polvo eres Ni serás Porque el constructo es social Los dedos con sus respectivas uñas Lo apuntaron Y te apuntarán en silencio también Pero con desdén No hay espacio en su sí Para ti Tipitipi ti Topotopo tó Tuputupu tú Tú Borracho de aislamiento Roerás tus mullidos dedos Hasta la carne el pelo el hueso Comiéndote completa y Sediciosamente Hasta volverte un pluf! Cuan Perfecto.

Por Elra Tound


CON LA MUERTE EN BESOS I En medio del tatuaje del mundo Veo verdes pisadas tras de mi Y el silencio es un coloso erguido Y el bullicio está vencido de por sí Hoy La noche clama vagabundos Que la desaten A sus anchas Junto a la mar Doblegarán al tiempo En partículas Porque así es el combate de los eternos Y Yéndonos por el eje del precipicio Que es nuestra vida Trataremos de no caer Y sí de brindar Con la muerte en besos.

II Al abrir el cortinaje ancestral Caigo en cuenta Que el cielo es un descubrimiento Cada estrella Cual agujero Enciende la sed Por develar los sellos Y aunque los ladridos sordos Busquen noquearnos No caeremos rendidos Como en un suicidio absoluto Abrazaremos la nada que nos pare A cada instante Y alegres brindaremos Con la muerte en besos.

Por Musgaño


EL CUCHILLO Y LA FLOR Enfrentamiento equivalente A decir adiós De un modo u otro Con alegría o tesón Con el cuchillo por el mango O contemplando la flor Maneras distintantes Para una misma acción.

Por Erizio Batrazio


EDICIÓN, REDACCIÓN Y DISEÑO POR:

EDITORIAL FLORES EN LA BASURA Editorial flores en la basura Iquique - $hile, Agosto del 2016 *** Todas las imágenes de ésta sedición son originales de Taller Patioteka, Iqq - $hile, 2015 – 2016.



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