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B A S U R A

Sumario sedición 18: - Editorial: «El destino» y «La botella» - Cuento: «Cenizas Quedan» - Crónica: «Desde la ciudad bosquejo»

- Poemas varios: «Poetas varias» + Agradecimientos y Dedicatorias




* DEDICAMOS ESTA SEDICIÓN A NUESTROS FABiÁN 12 de mayo de 1992 16 de abril de 2015

«Hay en la insolencia una rapidez de acción, una orgullosa espontaneidad que rompe los viejos mecanismos triunfando por su prontitud, sobre un enemigo poderoso pero lento»

E.V-M.


COMPAS Y AMIGOS: BALDOMERO 18 de diciembre de 1999 13 de mayo de 2015

Guardián incansable ante la nada, tus ojos de niño nos acompañan con fuerza hoy, desde las flores que alimentas con tu retorno


Editorial parte uno «El Destino» Lo difícil de no tomar es enfrentarse a los asuntos que lo llevaban a uno a tomar. A esa incomprensible necesidad de reventarse por dentro, cociéndose las tripas con alcohol barato, arriesgándose, de paso, a que a uno le pasaran cosas todavía peores, por los lugares a los que lleva ser un borracho. Enfrentarse a esos asuntos es difícil. Peor si se está sobrio. Y en abstinencia. Hay gente que nunca ha tomado nada en su vida y viven así muy tranquilos. Gente insignificante… que nunca ha tomado conciencia de su insignificancia. Cualquiera que lo haya hecho sabe que después la vida no es tan lalala. No es como seguir levantándose y acostándose y levantándose y acostándose y así. No se puede seguir el fluir de las cosas como si tal. Es necesario adormecerse con algo. Lo más sencillo y barato siempre será el insomnio. También sirven el hambre, la sed, el ir rumiando eso en la cabeza una y otra y otra vez, por los siglos de los siglos. Eso igual sirve. Lo otro es apelar a algo externo. Algo que te evada de ti mismo y tu tragedia de ser. Algunos elegimos el alcohol. El abanico es amplio. Hay la mar de opciones. Algunos elegimos el alcohol, sin embargo. Y le damos y damos a la botella. A veces no sólo nos adormece sino que nos alegra. Nos hace bien. Nos revitaliza. Nos hace poderosos. A veces no. A veces tan sólo hace lo que todo veneno hace. Pulverizarnos. Y tal vez de eso se trate la vida. Digo, de enfrentarse a sí mismo y saberse tal o cual cosa, o de tal o cual manera. Y aceptarse. O rechazarse. Y vivirse así. O mortificarse asá. Es el destino. No todos tienen el tiempo y las ganas de hacerlo, en todo caso. Para mucha gente la vida trata de cualquier cosa menos de vivir-la. Tienen listas, extensas listas, de estupideces con las que perder el tiempo y perderse a sí mismas, con tal de no enfrentarse a sí mismos y sus vidas. Son legión, las gentes que obran en tal sentido. Son los culpables de que el mundo esté como esté. Los responsables. O irresponsables, a cargo del buque. Ellos con su estupidez. Allá y acá son del mismo modo. A todo lo ancho del bendito planeta. Truncando a quiénes, aunque mucho no les convenga, prefieren vivirse. Uno necesita evadirse de toda esa pandilla y su maldito mundo, estorbando e inutilizándolo todo. Poniéndole un precio a todas las cosas. Hasta a los gestos. Todo debe ser transable, dicen. Dicen que dicen. Nadie sabe, es la verdad, quién lo dice. Alguien ciertamente lo dice, y lo viene diciendo desde hace mucho. Pero no da la cara. Son muchas las caras ciertamente. Y juntas deben formar una todavía más horrorosa y enferma. A lo mejor, por ahí, no es tan trágico que no se muestre. Que no la muestren. La cara. Aun así lo siguen diciendo. Todo debe tener un precio. Tener un costo. Ser una ganancia. Mercancía transable o contrabandeable. A eso reducen el mundo. Su reducido mundo. Uno necesita evadirse de ese mundo que nos ofertan y a la vez demandan. Muy a su lógica. Necesitamos escarpar. Nos urge bifurcarnos de sus maneras de ser… o de no ser. Muy a su ilógica. Mierda. Mierda. Uno necesita evadirse de cualquier manera. Si quiere ser. Si quiere vivir. Alzar la bandera negra. Henchir de orgullo el manto de la señora calaca. No es la cloaca, humana, la que celebramos. No es ninguna cloaca. La señora calaca nos libertará, creemos. Rezamos porque así sea, a cada salud, y brindamos dichosos, ebrios antes de estar ebrios, nos embriagamos de la esperanza de ser y otra cosa, de otro modo y en otro mundo, vivos en la muerte, más allá de la muerte, salud decimos, nos reímos, no sabemos a pito de qué, somos unos ilusos, no tenemos idea de nada, nos aborrecimos, salud, abajo la cloaca humana, arriba nadie, nadie sobre nosotros, salud, alcemos la bandera negra, riamos, juguemos, tornémonos a la vida con una sonrisa en la cara, vayamos tras la infancia robada, seamos salvajes hasta volver a serlo realmente, verdaderamente, salvajes, salud, necesitamos volvernos a la muerte para constatar que seguimos vivos, que somos la vida, ese extraño cariz de la muerte, esa extraña manifestación, la otra cara de una misma moneda, de una misma ganancia, de una misma mercancía, mierda, mierda, hemos caído en la trampa, pisado el palito, atornillado para el otro lado, no hay tiempo que perder, debemos evadirnos, bifurcarnos cuánto antes, salvarnos el culo antes de volvernos adultos evasivos, usando el trabajo para evadir nuestra imaginación y nuestros sueños y nuestros deseos y toda esperanza en ser lo que ya no hay tiempo de ser-lo, salud.


Pero evadirse no sirve de nada. Al final te termina alcanzando eso de enfrentarte a ciertos asuntos. Los asuntos esos. Enfrentarse a esos asuntos es difícil. Peor si se está ebrio. Hay gente que toma y toma y siempre tan campante. Aunque esto no es del todo cierto. Cualquier borracho, hasta el más necio de todos, hasta el más superficial de los superficiales imbéciles que abundan, si no sabe al menos sospecha, que esto no es del todo cierto, y esa duda, esa sospecha lo atormenta en parte, un poquito al menos, o al menos un ratito, durante algunos vanos segundos del día o de la noche o de la semana o del mes o del año o de la década o del siglo. Lo atormenta. Y eso no lo equipara pero sí acerca al que de verdad sufre. Al que evadiendo sufre. Y no evadiendo igual sufre. A ese que vive en constante éxtasis de tormento. Quemándose por dentro. Con ese fuego azul y terroso. Con esa ceniza como chusca que se respira de dentro hacia afuera y hace que uno toza grumos de sangre gris o volutas de humo azulino que van subiendo y subiendo y subiendo hasta el tope del cuarto en que yace encerrado, aislado de todo el mundo y sus maneras de tratar crápulas e infames. Uno sabe que evadirse no vale. No salva. Ni siquiera engaña. Evadirse es a penas como tomar aire para volverse a hundir pantano abajo. Es a penas como sorber unas gotas de agua y seguir andando sin camino y casi sin caminar por un desierto plano y ancho y recto bajo un sol que es todo el cielo y todo el suelo y todos los pensamientos que pueden brotar a cualquier hora desde nuestra cabeza que es también todo ese incendio perpetuo. Evadirse no sirve de nada. Aun así es necesario. Al menos, temporalmente necesario. Ridículamente necesario. Absurdamente necesario. Para ir girando la esfera. Bien, la tienes entre tus dedos, en tu mano, ahí está, la tienes, a la esfera, y la giras un poco, la giras un poco y la vas mirando, es fácil y es nuevo y es sencillo pero es peligroso porque cambia, va cambiando, no sólo va cambiando la esfera, digamos, el ángulo en que se ve la esfera, también vas cambiando tú, tu perspectiva va cambiando, tú mismo vas cambiando, no es difícil cambiar visto así, pero es peligroso porque es fácil y es nuevo y es sencillo. Girar las cosas es parte de la vida. Tal y vez sea la vida misma. Ya ves al bendito planeta. Todos los benditos planetas. Giran y giran. Parte de emborracharse es eso. Y parte de no emborracharse también. Es el juego de estar vivo. De estar girando. De ver las cosas, las mismas cosas, pero y no como las mismas cosas. Siguen siendo lo mismo pero no. Pero sí. Tú tampoco eres el mismo. Ni eras el mismo. Ni serás el mismo. Tal y vez nunca nadie es siempre el mismo. Tal vez ése es el juego. Girar. Cambiar. Ser así. Ser asá. Vivirse así. Mortificarse asá. Es el destino.


Editorial parte dos «La Botella» Una barata muerta en el piso. Voy entrando a la cocina. Me esperan los platos sucios. Ya sabemos por qué. No sólo porque están sucios, claro. Afuera un niñito llora. O una niñita. El caso es que llora. Sus adultos no están llevando bien las cosas. No tienen idea, seguramente, de cómo se deben llevar las cosas. Tal vez ni siquiera sepan llevarlo a él… o a ella. Digo, cargarlo. Tomarlo en brazo. No es algo tan sencillo de todos modos. Pero lo básico si decidiste tener un niñito o una niñita. Aunque ciertamente tampoco hicieron eso: decidir. No parecen ser de ese tipo de personas. Más de esas otras, de las que dejan los platos sucios de un día para otro, o de una semana para otra. Total no les preocupa la situación de las baratas tampoco. Ni de las que están muertas en el suelo, ni de las que están vivan entre los platos sucios. El caso es que llora. Sus adultos no se oyen. Tal vez ni siquiera vayan con él… o con ella. Me asomo a mirar desde la ventana. Sí, sí van con él… o con ella. En silencio. Eso sí se les da bien. Ir en silencio. Haciéndose los weónes. Los que sí saben cómo va todo. O no sé. Tal vez estoy siendo muy aventurado con la cuestión. Yo que sé, después de todo, cómo es la gente y sus comportamientos. Vuelvo, mejor, a la barata muerta en el piso. Ahí está. Aún sigue ahí. Las hormigas todavía no han llegado a disputarla. Disputar su carne. Todos sus restos. Las hormigas procuran dejar nada, cuando los dioses les procuran una baratita completita y en excelente estado. Ya no se oye el niñito… o la niñita. Avanzo hacia los platos. Hay mosquitos igual. Toda la fauna de ésta cocina. Y el buen olor. Abro el grifo, el agua escurre muerta también. Estoy en el reino de la señora calaca. Tal vez yo también ya morí y tan sólo sigo como obstinado por un flujo misterioso y todavía peor de obstinado, repitiendo éstas inútiles tareas: despertarme, pensar, levantarme, mirar la barata muerta en el piso, oír el llanto en la calle de un niñito o de una niñita, pensar y pensar sobre estos asuntos, mirar por la ventana, deprimirme, abrir el grifo, lavar los platos. En el refrigerador encontré un choclo viejo. Lo tomé y eché a una olla. A la olla le eché agua. Todo es bastante mecánico. Tal vez todos estamos muertos después de todo. O antes de todo. Una vez alguien me dijo que se decía así. Me lo aclaró. Pero no se refería a eso. Se refería a no decir antes de nada. A mí siempre me ha parecido plausible decir antes de nada, sin embargo. Por ser la muerte. La muerte es volver a la nada. Antes de ésa nada, estamos en éste todo repetitivo y mecánico que es la vida. Al menos la mía. Prendí la cocina, puse la olla al fuego. Ahora espero que se cocine mi choclo viejo. Preferiría comer galletas. Galletas con chips de chocolate. Y un vaso grande de leche helada. Y llorar en silencio. Como en el cuento de Manuel Rojas. Sorberme las lágrimas con la leche y las galletas. Aunque en el cuento no habían galletas con chips de chocolate. Pero en mi deseo sí que las hay. En mi sueño sí que me las como y las sorbo junto con las lágrimas y todo es tan dulce y salado que no entiendo cómo no como todo eso estando despierto y tan sólo me limito a soñarlo. Se me pasó el choclo. Me entretuve mirando al gato que sobre la lavadora estaba mirándome a su vez. Menos entretenido supongo. Con hambre también. No puedo darle choclo, sin embargo. O a lo mejor sí. No sé, no creo. Lo podría matar tal vez. No quiero hacer algo así. Matar a un animal. Ni siquiera maté a la barata que yace a la entrada de la cocina. Sigo en calzoncillos. Supongo que a nadie le urge mi presencia. Sigo en calzoncillos. El choclo está bastante bueno. Muy dulce. No es una galleta con chips de chocolates, con un vaso de leche y mis lágrimas, pero no está mal. Mientras esperaba a que se enfriara lavé los platos. Me aproveché de lavar en tal menester. Estoy sucio y en calzoncillos. Supongo que a nadie le urge mi presencia. A mí, no obstante, sí me urge una presencia. La de ella. Esa chiquilla que venga a sacarme de aquí sin sacarme de aquí. Digo, a esa chiquilla que sea capaz de verme más allá o más acá de estos calzoncillos y ésta cocina y ésta barata muerta en el piso y éste gato enmarcado en la ventana con cara de hambre y estos ruidos de ultramundo que nos sobrevienen desde mi guata y desde los rincones oscuros de esta casa, que parece conversar con mis tripas en un idioma como de monstruos nocturnos. Si existiera alguien así yo dejaría de creerme que estoy muerto. Y de que todo esté muerto. Aunque lo esté. Todo y yo. Eso no importaría, puesto que realmente ya no estaríamos muertos. Estaríamos a mitad de nada. Pero no muertos. Tal vez incluso a mitad de algo, estaríamos. Pero no muertos. Estaríamos a medio vivir saltando. Pero no muertos. Y yo podría reírme como no me reí nunca de niño porque entonces yo ya prefería hacerme pasar por el que no estaba. Por el que no


era. Entonces, ya se me daba bien eso de hacerme el muerto. Y ya entonces a nadie le urgía mi presencia. Así, las cosas, tuve una niñez bastante fluida. Entre largos tramos de nada. De silencios nada de incómodos. Y miradas nada de incómodas. El mundo y yo, frente a frente sin decirnos nada. Sin reírnos. Ni llorarnos. Tan sólo puesto así, como dados, como de antemano estando así tan fijos y sin nada qué tratarse. Si alguien así viniera ahora y no se espantara con mi forma grosera de comerme el choclo. En calzoncillos. Echado en la cama. El cuaderno abierto a un lado con el lápiz sobre ésta hoja todavía no escrita. Al otro lado el plato donde quedará la coronta roída por mis dientes de rata. Yo al medio, primero, comiendo como desesperado, ya después, escribiendo como desesperado, más avanzado el día, ya sólo desesperado. Y me viera así, ella, la que viniera ahora, y no se espantara de nada, y todavía más me comprendiera. Me viera y supiera de golpe y porque sí que yo no soy un infeliz, meramente, un fracasado, un pobre diablo. Si tuviera el tino de no angustiarse por todo eso que soy: un infeliz, un fracasado, un pobre diablo. Y me quisiera. Y me ayudara. Y se dejara querer y ayudar, a su vez, por mí. Si así fuera yo dejaría de creerme que estoy muerto. Y de que todo está muerto. Aunque lo estemos. Todo y yo y ella. Eso no importaría, puesto que verdaderamente ya no estaríamos muertos. Todo y ella y yo. Estaríamos a mitad de nada pero no muertos. Tal vez incluso a mitad de algo, estaríamos. Pero no muertos. Estaríamos a medio vivir saltando. Pero no muertos. Y yo podría reír como no me reí nunca de niño pero sí siempre de ebrio.

Por: Mar Tazale


Cuento «Cenizas Quedan» Después de pasar dos semanas sin fumar el malestar es el mismo. Una molestia presente por la angustia ante la abstinencia y una molestia futura por lo que pasará cuando rompa la abstinencia. Salir a la calle es como una revelación de algo tremendo, aunque pasajero, cuando me decido a gastarme las pocas monedas sueltas con que cuento para un par de cigarros sueltos. Los compro tratando de mantener el mayor disimulo ante la desesperación que me aflora cual si estuviera fatigado tras una larga caminata y estuviera a punto de, por fin, beberme un vaso de agua. Me vuelvo a encerrar, me siento al borde del colchón, y tan sólo me quedo ahí, sintiendo, como adivinando con mi pierna, la forma de los dos o tres cigarros que me alcanzaron, dentro del bolsillo. Sufro un poquito más así, de tal modo, antes de decidirme a sacar uno de los cigarros y prenderlo. Aspiro. Retengo el humo. Respiro. Todo es humo yéndose a ningún lado. Desvaneciéndose más bien, tornándose desde su azul plomizo al color de todas las demás cosas, el mundo. El primero siempre es el peor. El más amargo. El que me marea y da asco. El segundo me repone del primero. El tercero, si es que lo hay, culmina la perfección del desahogo. Todo es contradictorio. Entonces me deprimo. Luego me desespero pues necesito más. Y no sólo cigarros. Entonces, con algo de suerte, a veces, doy con otras monedas, olvidadas bajo el velador o junto a la pata de la cama, entre el polvo y las pelusas del suelo. Salgo más tranquilo a la calle. Ciertamente ya no soy (ni nunca seré) el mismo de antes. Realizo la compra con toda calma, disfruto del paseo. Camino a paso tranquilo. Contemplo el paisaje. Ignoro al resto de humanos con cierto orgullo de no ser como todos ellos. Me vuelvo a encerrar. Me acomodo más resueltamente sobre la cama. Me siento a mis anchas. Junto, donde me he recostado, dejo los nuevos cigarros, dispuestos como tropas dispersas en descanso. Las contemplo. Sé que esperan mis órdenes. Que no han bajado la guardia, a pesar de parecer relajados. Les acerco el encendedor y proceso a ordenarlos en fila. Puestos así lucen sus uniformes con orgullo. Los contemplo absorto en todos sus detalles. Inspecciono sus perfiles. Son un buen grupo. Exijo un voluntario, que por su aplomo me lo fumo tranquilo y satisfecho. Es un buen soldado. El segundo también. Lo mismo el tercero. El cuarto. Al quinto, sin embargo, el encendedor se revela trunco. Se gira la rosca y sólo da chispazos que no encienden ninguna llama. Me exaspera la situación. Lo lanzo con rabia al rincón junto a la puerta. Me duele la cabeza. Un aire azul plomizo envenena mi mente. Siento repentinas nauseas. ¿Dónde tengo otro fuego? Muevo mis escasas pertenencias. Lo estrecho del cuarto lejos de ayudarme a buscar, complica aún más la situación. No encuentro nada. Y debo fumar antes que… antes que… antes que… nada. No importa. Debo fumar y punto. Encuentro otro fuego. Le hago click, click… y listo. Me ilumina la cara una nueva esperanza. Acerco el último cigarro, pero la llama se apaga de improviso. Luego no hay modo de reavivarla. Click, click y nada. Reinicio la búsqueda. Doy con un palito de fósforo. Lo guardo. Doy, al cabo de media hora, tras revisar todo el maldito cuarto seis o siete veces, con la caja. Nunca he destacado encontrando cosas. Trabajo por ser. Está vacía, la caja. Pero aun guardaba el palito huacho. Lo enciendo. Bien. Acerco por fin el cigarro. Me tiemblan las manos. Me transpira todo el cuerpo. Me siento ahogado. Casi no respiro. Aspiro. Se enciende el cigarro. No obstante, no humea. Todo es contradictorio. No hay derecho. Es un cigarro insubordinado. Aspiro y aspiro. Nada. Insisto e insisto. De repente hace click, como si fuera un encendedor. Medito durante medio segundo la posibilidad de haberme equivocado de cilindro. No. No es eso. Del cigarro, sin embargo, brota una llama. Vuelvo a inhalar fuerte, con rabia, tal vez lo he encendido al revés. La llama se sacude. El cigarro no estaba al revés. La llama se desprende. Flota estática por unos segundo frente a mí. Con mi soldado no sabemos qué es lo que pasa. La llama se mantiene como sujeta a nada. Vuelve a hacer click. De llama, pasa a convertirse en mariposa. O eso creo yo. Es lo que me parece. Me acerco con el cigarro aun en los labios. La mariposa se posa donde antes fue llama. Yo, porfiado, aspiro con fuerza otra vez. El cigarro vuelve a encenderse. La mariposa, en tanto, con total calma vuela hacia el techo, donde se estaciona. Intento fumar absorto en su vuelo. El cigarro otra vez se insubordina. No entiendo nada. Luego viene otro click y aparece una nueva llama que se convierte, a su vez, en una nueva mariposa, y así. Y así, esto se repite, mientras yo, porfiando y porfiando, insisto en fumarme mi cigarro.


Quince o veinte mariposas son mi nueva tropa, después de mis vanos intentos por fumarme el quinto cigarro. Me acuesto cansado en la cama. Miro el techo y éste me mira de vuelta a través de decenas de pequeños ojos. No sé qué pasa. Miro la colilla y me sorprende divisar un par de larvas junto al filtro. Ya antes, en el mismo almacén, donde compré los cigarros, me habían vendido una palta en cuyo interior me aguardaba una araña. Extrañísimo almacén. Se me revuelven las tripas. Es el hambre. Me levanto por un vaso de agua. La vida sigue, aunque los bichos son sigan ganando terreno. Aprovechándose de que bajamos la guardia. Por ser, porque no nos repartimos los alimentos… o, por lo menos, los cigarros. Nos tratamos pésimos entre los de nuestra misma especie. Envenenándonos e importándonos lo mismo el presente y futuro del prójimo. Pienso en todo esto mientras estoy en el baño de la pensión. Me miro al espejo. Me saco la cuenta con la cara de todo lo que he sido y he hecho. No es mucho. Algo así como quince o veinte mariposas estacionadas en el techo, sobre mi cama. Mariposas brotadas desde el fuego. Que fueron fuego. Mariposas que debieron ser, cuánto mucho, cenizas. Aunque ya se sabe que dónde hubo fuego… Ni siquiera alcancé a cruzar el pasillo entre el baño y la escalera. Todo el segundo piso ardía de a de veras. Los bomberos consignaron a mi pieza como el lugar donde se originó el desastre. Buenos soldados, como siempre, han sido, los chicos buenos. Al menos no estuve mucho tiempo detenido. Lo suficiente. Dos nuevas semanas de abstinencia. Y a pesar de lo que pudiera pensarse, hoy, nuevamente, sentado al borde de una cama, dentro de un cuarto cualquiera de pensión, click, click, clik…

Si bien, nunca volví a comprar cigarros (ni paltas ni lo que fuera) en el extrañísimo almacén, de cuando en vez, las mariposas siguieron brotando de nuevos cigarros. A veces me parecía muy bonito, pues me ayudaba, el hecho, a no constatarme tan solo y desdichado. Pero luego me invadía el miedo. Y no tanto el miedo al fuego, al desastre, a quedar fichado como pirómano, si no que el miedo a la locura. A estar alucinando fuera de mi o ya muy dentro mío. Bifurcándome de las vidas de los otros pero hasta el extremo de estarme perdiendo de la mía propia, también. Este miedo me obligaba a superar otros miedos y malestares que antes evitaba a toda cosa, o hasta lo que más pudiera, sacrificándome en ello. Como, por ser, aguantar más de cinco o seis meses en un mismo trabajo. Antes de las mariposas, con el sueldo de un par de meses podía vivir otro par, manteniéndome aislado en pensiones baratas. Llevando, ciertamente, una vida escuálida. Lejos de todo lujo e inclusive de ciertas cuestiones básicas. Pero eso no me importaba demasiado, en tanto pudiera estar solo y sentirme libre. O, al menos, no tan constreñido y sometido a compromisos y obligaciones con la demás gente. No era, en modo alguno, un ejemplo de vida. Pero era con lo que yo me sentía bien… y eso era lo más importante. Después, con las mariposas, me era imposible mantener mi bifurcación intacta. Eran un agregado demasiado notable para que yo no cambiara en nada mi estilo de vida. Dicho más claramente, las mariposas, suponían una bifurcación aún más radical de la que yo ya mantenía. Empero, no las podía evitar. Es decir, sí podía. El cómo era algo sencillo y barato. Tan sólo se trataba de dejar los cigarros. De suprimirme ese vicio. De vivir en total abstinencia de ese veneno. Y puestas así las cosas no parece nada grave la cuestión de dejar de fumar. De hecho parece lo más lógico. Lo más sano. Lo cuerdo. Lo evidentemente correcto. Hasta, parece caído del catre no hacerlo. Empero, no puedo evitar. Eso sería como traicionarme. Como dejarme absorber por los otros y sus ridículos modos de tratarse y vivir. Cierto es que, sin las mariposas, mi conducta ya era la de un anómico o alienado. Ya era alguien dudoso. Y por eso mismo, más bien, es que confirmo o ratifico que no puedo, a las mariposas, dejarlas. Ellas, como yo, son un brote pernicioso, y aunque maravilloso, inútil. Son la tropa, si se quieren ver así las cosas, en la cual puedo seguir sintiéndome yo mismo. Dejarlas sería como abandonarme a mí mismo. Y ante eso, hasta el miedo a la locura es poco. Es, más bien, el precio. Y hasta me parece justo pagarlo.


La vida es un vaivén. Y dependiendo dónde esté uno, es la importancia de las cosas que se tienen o no. Cuando estaba trabajando, las mariposas me parecían lo máximo. Al ser ciertas me eran mucho más útiles que cualquier ideal. Y por ello, inspirarme en ellas, para soportar a los otros y su mundo, era lo más propicio. En tal sentido, me tomaba los trabajos muy seriamente. Por míseros que fueran. Era muy cumplidor y sometido. Así, al menos, los primeros meses. Luego las cosas se iban haciendo insoportables, producto del peso propio de la estupidez generalizada de los humanos. No encontraba vías de escape. Me retorcía, en realidad, por no poder fumar, pues debía evitar el fuego, el desastre, la locura. Aun necesitaba dinero para cuando la huida fuera más propicia. Cuando la bifurcación lo ameritara. El fuego, desde cuando sólo se trataba de cigarros normales, siempre, supuso mi salvación y a la vez mi condena. Uno no tiene remedio cuando la enfermedad es uno mismo. Pero me las arreglaba para resistir. Ocho o nueve meses de laburo y renunciaba. Comiendo poco y mal. Durmiendo casi nada para mantenerme somnoliento. Tal es la manera más barata de adormecerse. Así aguantaba. Me atrincheraba en mi propia miseria y me tornaba fuerte para seguir resistiendo-existiendo. Luego me alistaba, para el llamado de mis tropas.

No teniendo dónde ir, primero me alejé de las ciudades. Entonces, pude experimentar con todo el fervor, la transmutación de las mariposas. Pude vislumbrar la maravilla del fuego a todas sus anchas, incendiando árboles, arbustos y pastizales. Casas abandonadas, si las había, igual fueron parte de su festín. Presencié, claramente, el paso de un fuego a otro. Donde las mariposas eran las meras transportadoras o mensajeras. Bien podía ser yo mismo y nadie más o nada más, quién o qué, prendía fuego a las cosas, en estado de alucinación. Bien lo sabía yo que podía estar loco, ya perdido, pues las mariposas eran la brasa que del cigarro se desprendía para ir a encender al mundo. Dicho esto, todo parece claro. Pero cierto es que nada lo era. Las mariposas eran de verdad. Siempre lo fueron. A campo abierto lo supe. Cuando pude verlas a todas, las tantas que podían ser, no regando de fuego donde se posaran, ya que no eran de fuego. Salían de él y volvían a él. Pero no eran de fuego. Incluso me atreví a tocarlas, a que se posaran en todo mi cuerpo y no sufrí la menor quemadura o daño alguno. Tampoco calcinaban los árboles, arbustos y pastizales. Ni las casas abandonadas, si las había, cuando se posaron ahí, por largo-largo rato. Toda la noche incluso. Hasta el amanecer. Las mariposas volaban y se posaban y volaban otra vez sobre todo lo que había para posarse y volar y lo único que dejaban era la evidencia de mi inocencia y de su realidad-verdad. Aprendí de éste modo a vivir rodeado de naturaleza, lejos de las gentes, y escapando, siempre escapando, pues dado cierto momento, las mariposas, volvían al fuego, y entonces lo mejor era estar lejos del desastre. De día me abastecía de comida, agua y abrigo. A veces con lo suficiente para soportar un buen par de semanas lejos de hasta el más pequeño de los poblados. Ya luego, y siempre de noche, fumaba. Esto era así porque me pareció, desde niño, más propio de las llamas, la noche que el día, el que ya cuenta con su propio incendio y perpetuo, alto, en los cielos. Nunca entendí la naturaleza de las mariposas. En ellas todo era relativo: cuántas podían salir de un mismo cigarro, cuánto demoraban en volver a ser fuego, todavía peor, ni de qué cigarros podían brotar, supe nunca. Eran amistosas de todos modos. Eso sí que lo supe. Siempre fueron amistosas conmigo. Me trataron bien. Nunca me pusieron en peligro alguno. Y me entendían. De algún modo que nunca sabré explicarlo, nunca me cupo duda que me entendían. Tenían claro quién y qué era yo. Nunca tuvieron reparos. Sabían escucharme y se dejaban querer, puesto que las quise desde que vi nacer a la primera de ellas… y hasta la última de las últimas siempre será así. Yo fumaba de noche y llevaba una extraña vida. Nada más y nada menos la cual yo quería. No más se me reducía el espacio. Siempre he sido nervioso. No hallaba dónde más ir, dónde más estarme tranquilo. Las ciudades y sus gentes parecían conspirar contra la libertad mía y la de mis mariposas. Nos salían al paso, nos estrechaban los caminos, nos peleaban cada palmo de territorio que queríamos abarcar: nosotras para vivirnos en paz, ellos para atragantarse hasta más no poder.


Se volvió imperioso para nuestros fines, pasar a la ofensiva. El ataque debía ser no sólo nuestra defensa si no que nuestro nuevo modo de vida. No debíamos dejarnos aterrorizar. No podíamos dejarnos sucumbir ante su soberbia y plaga. Las ciudades y sus gentes debían entender que no estaban solas en el mapa.

Sabiendo qué hacer, después, volví a las ciudades. Tras diversas experiencias, si bien, seguía sin conocer la naturaleza de mi tropa, sí estaba al tanto de sus alcances. Primero conseguí un trabajo y me olvidé de todo. Reuní sendos recursos. Luego volví a recordar mi plan. Estaba al tiempo preciso de desarrollarlo. Sería difícil pero no imposible. Pude vislumbrar la maravilla del fuego a todas sus anchas, incendiando toda clase de edificios y casas. Plazas abandonadas, si las había, también ardieron con sus mustias plantas. La venganza no me satisfacía pero era terrible.

No parece cierto, sin embargo lo es. De sur a norte. Del litoral a los sectores cordilleranos. Recorrí éste país. Donde estuve sembré incendios. O más bien, dejé que las mariposas polinizaran su tragedia. Fuego hubo a mares. No me siento orgulloso ni feliz. No era esa la vida, en fin, que yo había deseado para mí. Al menos, no estuve solo. A mis tropas las perdí todas. Ahora estoy en un lugar escaso de vegetación… y casas… y gentes. Estoy cansado. De cuando en vez, fumo un poco, siempre de noche, para rememorar la maravillosa existencia de mis mariposas. Cuando sólo quiero quererlas no las molesto y me contento con recordarlas en silencio. Hay veces que lloro. Que me sé incierto. Dudo sobre la veracidad de mi relato. De lo que he hecho no me arrepiento de nada. No hubo más que eso en mi ingenio para dar. Algo así como quince o veinte mariposas estacionadas en el techo, sobre mi cama. Mariposas brotadas desde el fuego. Que fueron fuego. Mariposas que debieron ser, cuánto mucho, cenizas. Aunque ya se sabe que dónde hubo fuego…

Por: Alcidez Barrankha


Crónicas desde la ciudad bosquejo, parte 2

Las calles de Iquique son como un laberinto bosquejado. Un delirio de cruces, nombres repetidos y sin originalidad, cortes antojadizos y la cero consistencia numérica lineal. La ciudad es un puro desorden. La locomoción carece de recorridos y tampoco son gente muy dada a colaborar. R vivió largo tiempo en el sector sur. Cuando el sector sur no estaba iluminado y había más dunas que edificios. Era tanto una travesía encontrar quién lo llevara y no le cobrara tanto como irse a pie, sorteando perros vagos y violentos, y la violencia propia de la arena y las calles a medio asfaltar. Entonces ese sector de la ciudad no era considerado parte de la misma. Y se daba por sentado que quienes allí vivían tenían sendos recursos económicos. Pero para R la realidad era otra, por eso ligerito comprendió, e hizo costumbre, que lo mejor era irse a pie. Levantarse más temprano si era necesario, total debía cumplir con horarios ya establecidos. Sus caminatas eran largas y agotadoras, no obstante lo peor era ponerles la cara y el bolsillo a los desalmados conductores de la locomoción. R se hacía atajos para entretenerse, descubría nuevas e insondables rutas entre los cerros y depresiones en la arena. Pasaba sobre ruinas de construcciones dejadas a medias, entraba en patios de casas vacías y que aparentemente nunca serían habitadas. Se acompañaba por palos y camotes para defenderse de los perros, que se creían dueños de todo ese pequeño desierto. Luego de un tiempo, cuando más o menos creció, y la escuela ya no lo saturaba, sino que la universidad, también se acompañaba por alguna botella. De éste modo es que sus caminatas terminaban en viajes metafísicos a ningún lado. En vez de inventarse nuevas rutas se buscaba algún refugio sobre una alta loma y empinaba el codo para ver los tremendos atardeceres que el paisaje le ofrecía, con la vista de la totalidad de esa ciudad laberinto, de ese pequeño bosquejo del infierno, con las sendas entradas de mar sobre la tierra, y todo ese cerro gigante como viniéndose encima del agua. Era increíble que ahí, sobre todo ese caos natural, a alguien se le haya ocurrido inventarse una ciudad. Era incompresible de muchos modos. Pero Iquique crecía, se repletaba de edificios, y a nadie parecía importarle que la posibilidad de un colapso fuera algo evidente. A R el asunto le preocupaba y empinaba más el codo y sufría en silencio ante la posibilidad muy cierta de un infierno mucho más grande de el que miraba medio abstraído, medio en serio, medio queriéndose reír de todo. Y a veces se reía.

Ber Tarrita


(La Editorial que casi fue, parte1) Triquiñuelas baratas o vivencias propias de ser baratas

Poetas como gestores culturales aceptando del arte un mercado con el clásico tira y afloja de la mano no visible de Don E$tado afilando por debajo de la mesa coja del capital el cuchillo sin hoja –ése- al que le falta la cacha y sí y no vamos cambiando nuestras personalidades por la jurisdicción del carajo y vayamos poniéndoles más ajo pal trabajo de hacer moneditas una tras otra todas ordenaditas y bien juntitas más o menos aunque menos menos que más ganaditas una casi digna fortunita para la nueva tribu de poetitas que cortan la gangrena de sus pescuezos para así quedarse más tiesos y plegados a sus trajes sagrados que calzan visten por ataúd y descontado tiraje de su nuevo bien por venir del patrimonio metafísico y métales que sí con el concursable trasfondo de la vida que dicen y compran todos es la de la economía como fronteriza única verdad junto al juego de creerse el cuento neoliteral de los tecnohipócritas junten así las manitas y échense una que otra cachita por el bien del arte hecho bien prefabricado precocido shuperlocoperro y también vayamoh juntando miedo para cuando se muera Parra y entonces no haya cómo chucha cortar el webéo de la poesía como fórmula barata de las baratas negociando sus barajas conquistando sus delirios cahuines mentales con encelofadas caretas de nada jurándose la coartada de haberse burlado del tiempo sin sangre ni transpiración solamente asolapándose fregándose felicitándose mutuamente tercos de vacío rebosantes de vaciarse haciéndose los borrachos los drogadictos los malditos los parias que no pudieron ser pues era mucho vivir de verdad escribir de verdad leer porque sí y no porque no por incapacidad de verse a la cara y besar el espejo


(parte2)

Manoseadores del adjetivo

la nueva tribu goza del sucio aire de la minería dulzona ¡y sus cien palabras de asco! vomitiva basura comitiva de cangrejos muertos por el relave de una producción mal pagada De sus casas aprendieron el miedo a ser pobres y sigilosos procuran el bienestar fácil de quién no sabe crear ni tampoco le importa por eso compran y compran asumiéndose la cara sin sello se juran bellos pero la misma moneda de la mierda que aman y así los conforma y conformes siguen comprando y comprando Del arte no esperan más ni menos que de cualquier papel-carrera a asumir o canjear lo sucio no es sucio para sus anhelos necios: zumbarse a la vida gratis

DICHO EN DIFICIL (para los inteligentontos): -

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No es un problema de bifurcaciones si no de arte en relación a ser verdadero a no ser un careta un rufián melancólico que asume una impostura como autenticidad personal y al arte como mera expresión estética contemporánea de eso Es decir sumido a los vaivenes mercantiles de la cultura del sistema capitalista

Si éste el sistema se redujera a pautas de consumo alterar dichas pautas convencionales equivaldría a hacer temblar al sistema total surgiendo como bifurcación (amparada) formas lúdicas de evasión a los normas-pautas de consumo ya establecidas (definidas) PERO el sistema se funda en el aumento constante de la productividad y en tal sentido las supuestas bifurcaciones –tales imposturas- conllevan –en tanto evasiones- a ampliar los dominios de poder del sistema económico

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Asumir el/un consumo para cuestionar el sistema sin tomar en cuenta los ciclos de producción significa no plantearse como amenaza o bifurcación (verdadera) al sistema si no como nodo-forma de expandirlo-reproducirlo Tal es el problema de asumirse como gestores culturales y no como artistas

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¿Qué cultura es la que promueve el E$tado si no la de la mano no visible?

Por: Flora Acracia


Me puse a pensar nada más Caminé sin cesar, Las piedras no se marchitarán Así como las flores no perdurarán En este lugar gris En que a los cuerpos se los come una lombriz Vivirán en un jardín Terminarán pisoteados Como aserrín Y si es en el agua Se pudrirán haciendo vida En el que dirán La gente no sabe respetar Donde lambida decidió estar. Kaballero Bohemio


Consejos de mi alma en pena ¿Por qué…? ¿Por qué sigues aquí?, Atrapado en una hoja en blanco, Como los halos de tu estratosfera mental. Una lucha constante A la verdad. Hundido en laberintos olvidados. Buscas la libertad, Das un paso y ella se aleja el doble. Como la muerte del inmortal. ¿Deseas escapar?... sigues atado. La escritura te apacigua. La soledad te mejora. Pero… ¿quién te entiende? Sino quien te aconseja en éste minuto. ¿El raciocinio Será la prerrogativa de la vida O sólo la cárcel de un existencialismo suicida? ¿Aún sigues buscando ese mundo Escondido detrás del Sol o Los intentos se esfumaron nuevamente? Nos desfallezcas, persevera. Cree en lo imposible, Busca la utopía constante, Porque esta realidad es imposible y lo sabes. Caemos al vacío juntos, Y los demás no cesan de hablar. ¿Recuerdas el consejo Del vagabundo en medio del basural? Cuánta razón o cuánta desazón para el corazón. Vivir evitando Es la ley de los que no tenemos ley. Tú sólo déjalos en sus burbujas de niñitxs privilegiadxs Intentando abarcar un mundo entero cuando no conocen Ni sus propias conciencias, El poder del ser humano por el ser humano, ¿Te recuerda algo eso? El eterno presente. La vida un retorno, retorno creciente. No te olvides que aún estoy aquí, En lo más hondo de tus pensamientos, Abrazando el sinsabor de la desdicha, Cantando rocanrol con los oprimidos, Succionando tus penurias para transformarlas en ira. ¿Qué puede ser más fuerte, Que el amor a la libertad, si no que el Odio al que te la roba? La emancipación del mundo Te necesita como tú a ella. Saborea sus labios… Licántropo Libertario Marginal


Tres tristes tigres Las puertas son el mejor soborno (nuestro realismo ingenuo) El sentido Lo que puede dar el simple giro del llavero alrededor del dedo Índice Aunque ese llavero tenga sólo una llave (la otra debe quedar en la garita) Alguna vez te arrepentiste de tu corte de pelo Y te cubriste Como hoy en la hora de colación Renegando de la reunión del sindicato. Abriste la puerta de tu pieza, no diste abrazos y sonreíste El incesto Es sólo transformar el amor En amor PLATO ÚNICO Tengo entradas para un plato único A beneficio de: Mirarme en el espejo molido del mar Muerto Y ver la cara de un ejecutivo bancario Apuntado por un revolver Roberto Bustamante


Dos al hilo Ella no te necesita Ella no me necesita Ángel, Fiskales Ad-Hok

Una aguja: -Para apitillar los pantalones. -Para separarse las pestañas con rímel. -Para perforar orejas y corazones. ¿Qué sabía yo que me iba encandilar con las lucecitas del árbol de navidad? Al ritmo del inbox en facebook, claramente. Hoce un éstilo Magnate tácito. Me senté a fofear con mi botellita de bencina recién comprada afuerita de la bomba y no esperé más nada; porque el secreto de la vida –dice mi awelita- radica en: “no esperar nunca nada de nadie y no te digo más nah” Dame/toma/está bakán/qué/tú. ¿QUÉ? Y me dijo tú me dijo tú me dijo tú y yo le dije no le dije que no entendía porque probablemente yo ya había sobrepasado Mi cuota con el octanaje y él pensaría “oh my fuckin god this girl its really stupid”. Y tú tú* se quedó suspendido entre pera y bigote justito pa haberlo agarráo incisivo y muscular. Pero no con los míos, obvio. Cause theres only one thing that im afraid to do: hubiese dibujado con mis labios sobre los de él un tú** con sabor a hogares establecidos según la norma social a no tener nunca más ninguna carencia, a promesas cumplidas, Hubiese dibujado trazo a trazo sin punto de fuga ni tensiones con color ni contradicciones en la imagen la T y después la U (que ya no le hago más x porque mi eqxipo no gana hace CALETA) y después, un tilde marcado y recto/humlde/sonriente. Como el espacio que queda entre tu nariz y tu labio superior. Pero mi problema, que me ha perseguido desde el kinder, radica en que yo no sé dibujar. -Y la sonrisa? Qué pasó con la sonrisa after all your shit? After party? La sonrisa after hour after sex, after drugs. -la sonrisa está preciosa, en Canadá anda la sonrisa hermano. Para. Parece que yo tuve una sonrisa. Alguna vez, de eso si me acuerdo todavía. Entiéndase luego que ha sido apresada y formalizada, condenada a dos años y un día. Los dos años tardarán 3 minutos de rezar un padre nuestro. Lo dijo Einstein, el tiempo es relativo pero y el día? Pueden pasar semanas y meses y años y añicos de telarañas enmarañadas al dientecito de leche que está a punto de caerse de la musaraña. Quizás que hubiese sido de mis dientes si hubiese tenido un papá para que los amarrara a la puerta y Pum! En el portazo visualizar en gore la encía sangrando , chorreando chocolate como en la primera regla. Para. Parece que yo tuve un papá. Alguna vez, pero ya no me acuerdo. Es que tengo pena. De mi familia de 3 mujeres –donde yo soy el hombre del hogar-, entonces ahora la pena del pene. Yo ya no tengo fantasma de castración. Tengo pena de mi casa, de mi población y de San Antonio, porque traté de arranca y no pude. Mi infinito me duró un abrir y cerrar de piernas. Me canso de arrancar, me cansé. Me quedé a ver la película, me senté y me fumé la cajetilla de la de ses pe ración. ENTERA. Pena de mi deuda externa permanente hoy te fío y mañana también, porque el que fía está y nunca cobra. Para. Parece que estoy arrancando de nuevo. Feña Betancourt


Nervus Dediticius Mis nervios están extintos Como palomas migratorias En su lugar han crecido robles caídos Temblorosos como el río Que pierde Su dulce celibato Para caer En el pecado de la sal. Una explosión de arañas Que tejen sus trapos Oxidan Mis nervios Desgreñados Adheridos a los barrotes Que trituran la carne Cada vez que arremeto. Como gato enjaulado Persigo ratones con la mirada, Desesperado. Escupiendo la naturaleza De lo artificial, Pariendo De a pedazos A quien nace dentro. Las paredes son las costillas Son el pellejo que las cubre, El claxon neurótico Son el vidrio de la ventana El agujero en los bolsillos, El vacío de la tarde, El púrpura de la noche Las agujas del reloj, La alarma de la mañana. El llanto del latido es frío Las pestañas se congelan E filo del acero Me tiembla en los huesos En la penumbra, En la pupila, En el no-recuerdo De lo que no soy. Zé Bernazar


Deseo cerrar mis ojos Abrirlos Y que llegue el invierno Y dormir los días de lluvia Y comer frituras y pasteles los días de frío Ver una buena película Acostado Sin nada que hacer Sólo ocio por toneladas Me gustaría ir al parque Caminar descalzo por el pasto Sentir el agua helada Que me duelan los huesos Me gustaría agarrar un resfrío Y que mi amada me cuide Pasear por el cementerio Reír de nombres raros Pisotear hombres malos Hablar de personajes famosos Comprar un café y quemar mis manos Mirar el cielo nublado Que las gotas de agua entren por mis ojos Y una vez más decir Los días nublados son los más hermosos. El lolo Lalo


Con o sin tribulación Dilema de ésta huella Si seguimos en la brecha Aquí abajo es más oscuro Y no sirven las linternas Cobre al rojo vivo Mineral que no alimenta Y los hombres que trabajan no son los libres Si no hay guerra Aguarda la miseria Y se queman las quimeras …mientras pasan en mercedes Pelones de corbata y colleras Yo ignorante? Sí, quizás Aun no entiendo …pero ellos no valen tanto como callo de un proleta Incendiarias las consignas Escritas en libretas Como guión se va la loma Con calambres en sus piernas Abrazamos entre todos El presagio como fieras Ya me canso de escupirles En sus rostros flemas gruesas De pulmones obstruidos Con resinas de marumba seca Otro año nos terseamos Por las villas o cunetas …siempre llévate unas cuerdas Para amarrarte la conciencia Por ser libres agitamos Por ser vivos criticamos Pero no hay mares que se lleven Estos sueños libertarios. Insurgente


Ya no hay palabras Siento que las palabras Juegan en una broma, Se escapan y se esconden, Desaparecen Y las encuentro… …me asustan… (qué mal juego) Pensar que ellas se pierden, Es pensar que la realidad se quiebra. Es pensar en lo peligroso, En lo hermosamente peligroso, Pero cruelmente enmudecedor. Que se puede transformar la agonía De los que perecen. He oído algunas que te dañan Agresivas, como ellas solas Como animales en cautiverio En largos cautiverios, acumulando rabia Deseosas de venganza De destruir todo a lo que se enfrenten …de destruirme a mí. Pero, hay otras que te calman Te sacian, te dejan satisfecho Es verdad!! Las escuché un par de veces Y siempre las busco, en tu boca No son las mismas Pero siempre son hermosas (no sabes cuánto me apetece un plato Hondo de aquellas palabras) Me apetece un plato hondo de esas …tus palabras, cuando te conocí Y que tú me las sirvas en pequeñas cucharadas En pequeños susurros Directo A mi boca que te escucha Henri Simon Leprince


Si alguna vez Te imaginé, Fue así; Blanca Eterna Y Maldita, Llena De Extraños olores, Con piel firme, Tersa, Desnuda E Indefensa, Tiesa Y Fría, Sin palabras Para Matar, A los hombres débiles; Con la Mirada perdida Negra Profunda Abismal, Con Vacíos Silencios. Si Alguna vez Te imaginé Así, Fueron En Días grises, Muy grises, En inviernos, Lejos de Primaveras, En mí Cuarto, Con Mis moscas, Con cincuenta moscas, Felices Danzarinas, Ahogadas En Marihuana. Eduardo Rivera


Heroína de Hirteiwegy… De la luz del día, Del blanco planeta, De Venus a Urano. Heroína de prensa, De calendario, De película. Piano de cobre Color plata Picasso Y yo… Que vivo escribiendo poesías Muertas. Penumbras de un sol, Que no será victoria Pues, Vivo sudando Y con la cabeza llena De dolor, por ser cobarde, Sonriendo aun así, Al mar, Lleno del rojo de las rosas De la soledad Que no deja de habitarme.

Yoyita


XXI

La página en blanco es la vida misma y el tiempo que tenemos para escribirla Para movernos como un punto hasta formar el primer trazo Del que saldrán otros y otros Y descubriremos en el misterio de las formas la matemática qu e es la vida de las realidades De todo lo físico y lo que es como nosotros Plantas que crecen de tres en tres ramas o de 5 en 5 pétalos O planetas que son círculos con 360° trayectorias circulares ciclos y giro El cuerpo tiene todas las dimensiones y planos Niveles y geometría y todavía tiene el movimiento: girar saltar El cuerpo tiene voz Puede gritar YAAAAAAAAAAAAAAAAAA!! Y el eco de ese grito se puede escuchar hasta en la hoja El cuerpo siempre se expande a través de la mirada Siempre emitimos alguna onda alguna señal Por eso la inmovilidad de un cuerpo no deja de ser inquietante Y el movimiento lo más común El grito la imagen el tránsito Van transformando el punto a una esfera que puede tomar algunas otras formas Hasta ser de cierto valor de cierta belleza Que a otros puede gustar más o menos generalizadamente

Extracto del poemario RADIANTENOCHE


Alerta jóvenes turistas Asiduos turristas Malsanos coristas Del lamento pegado y mal ganado pero pagado Por venir acá a decir que hacen una cosa por otra De estudiar dicen para trabajar cantan Para no pagar alegan para alegar jalan De trabajar dicen para eso estudiar claman Para no pegar cantan para cantar jalan De pagar dicen por eso estudiar jalan Para trabajar claman y dejar de alegar cantan De alegar dicen mejor jalar claman Para trabajar mejor estudiar pagan Alerta jóvenes turistas Asiduos turristas Malsanos coristas Del lamento ajeno Henos aquí entre el heno avinagrado Por la gangrena de la tierra Jugando a la libertad Esa especie de ectoplasma o de gas radioactivo Con que nos juramos más seremos o más intranquilos O más ordenados o más caóticos O más inadaptados o más que cómodos Como si fuésemos un perro furioso y enloquecido Siguiéndose la cola Como si fuésemos la cola mordida y babeada Persiguiéndose el hocico Como si fuésemos el hocico abierto y estúpido Cansándose de no saber hacer otra cosa. Alerta jóvenes turistas Asiduos turristas Malsanos coristas Cantensen otra canciocita mejor Sería Y no tan seria Tontos graves Tontos útiles para qué Peor vendría venirnos la gloriosa odiosa PorDiosEra Victoria de cahuines mentales del ultramundo Simulacro de realidades mal paridas Cantensen otra cosita Más o menos redondita Más o menos blandita Como una hermosa y morenita Orejita De frases hechas no vive nadie Salvo quizá Que se apelliden Galeano Y se juren un personaje inventando por Onetti O un Benedetti De Facebook Y puro internet Recitando versitos lindos para usted Esa dulcinea del Toboso descreída e inútil Fútil Y que ya fue Jóvenes turistas Asiduos turristas Malsanos coristas Dónde está el perdón digo yo Y otro que no es yo dirá Qué cosa es ese perdón Perdón por no haberme saberme Explicado mejor

No me refería a una cosa por otra Me infería a decir Que tal o cuál decisión Debe ser una más o menos sincera Escisión Separación del uno que no es todo De uno que no es embrión del E$tado Y no está a dos de la cuestión Final Que es más bien carnal Y de tierra Y de barro Y de vino: para no exagerar tanto las cosas Puristas tampoco Pero melodramátios menos Como la canción que hace el perro El estúpido y necio perro Que de tanto dar vueltas De modo impreciso la verdad encuentra Y las cosas parecieran venirse a menos O irse a más Y de las manos Como si estuviéramos en un carnaval O en un funeral O ya casi cansados de vernos las caras Tan tantas veces ya vistas y las mismas siempre las mismas Úrjanse si les parece O mejor no propongamos nada Salvo seguirnos vivos hasta un suicidio Consensuado y por ello más Transparente que el presente Que es el mejor regalo Que pueden darle a quién sea Que vistan de dios Sus padres. Váyanse por eso mejor A la concha de su madre.

Alberti Corti


Eres coágulo De las heridas de Cristo Hueles a pichí de viejo marchito Y a las últimas fumás de pasta Se te ve por las calles Lamiendo sudores Sobando muslos en las chacras O a la orilla del canal Te poní un poco de agua en la cara A modo de maquillaje nocturno No hace falta más indumentaria Que tus piernas dispuestas Te aguantas el vómito Y te vas a volar sola O con alguien que comparta el chimbombo Por quina dejas que te clave Algún vetusto culiao Que en sueños veo fornicando gallinas Por quina te folla el amigo Cuando te encuentra tirá “un poco de calorcito no le hace mal a nadie” Te la mete por los ojos Un curaito medio chusco Que observó de lejos el baile de violaciones a tu ser “Ella se deja no má, que le va a hacer una más” Te culea día y noche este sistema opresor -Y todos los que te ignoranni te acuerdas quién cresta erí Ni qué se debe hacer cuando la droga desaparece del corazón Yo tampoco lo sé Te veo caminar frente a mi casa Volando tus piececitos Tu alma es de barro fecundo –primeroY tus ojos buscan a Dios en el infierno De nada vale que sepa escribir Si no escribo tu nombre: Virgen sacra te amaría hasta desangrar Eres el ser más herido No puedes sino ser un ángel Incluso en la más grande inexistencia de ángeles

En ti Fueron violentadas todas las criaturas hechas de la pasión Escupidas por la oferta-demanda Que hacen de ti Carne molida en tubito Digna de contra-ejemplo Tú no sabes que me has salvado.

Sara Galván


Subconsciente (1)

¿Qué es morir siendo acuchillado por diez mil tulipanes muertos? ¿Qué es siendo envenenado por setecientos besos fríos? ¿Qué es ser suicidado por la sociedad? ¿Qué es ser mutilado por dos ojos nocturnos? ¿Qué es ser enamorado por una diosa que no existe? ¿Qué es la compañía? ¿Hablar con los ojos cerrados? ¿Compartir las manos que no tienes? ¿Cortar la voluntad del hombre? ¿Destruir el amor a dios? ¿Componer la destrucción químico por químico? ¿Palabra por palabra? ¿Quién soy yo? ¿Soy acaso un espacio cerrado? ¿Soy un montón de insectos? ¿Soy la diversidad sexual? ¿Soy el caos familiar que hizo crecer el recuerdo? ¿Qué soy? ¿Son todos tus amigos los muertos que tienes a tu lado? ¿Son todos tus muertos? ¿Qué es compartir una conexión de sangre desangrado? ¿Qué es? ¿Qué será? ¿Comer la mierda que te da la comunicación? ¿Comer la comunicación que es el equivalente a la identidad anímica de la vida? Entonces... ¿Seguir caminando? ¿Qué motivo tiene ser mordido por serpientes que te aman? ¿Tocar el hielo? ¿Entrar en el corazón de cristal solidificado? ¿Saber que existir es un sueño? ¿Encontrar tu vientre roto por espadas? ¿Tocar tu sexo, romperlo con las manos, deshacerlo? ¿Qué quieres? ¿Qué quieres en realidad? ¿Caminar? ¿Olvidar? ¿Morir? ¿Qué es lo que quieres? ¿Una habitación? ¿Una habitación con siete filtros imaginarios? ¿Una habitación donde morir en silencio sería un problema? ¿Quieres encerrarte con todos tus recuerdos en tu caja de Pandora? ¿Caminar? ¿Olvidar? ¿Morir? ¿Qué es lo que quieres? ¿Un bosque suicidado? ¿Un cuerpo colgado? ¿Un escrito final? ¿Una prosa mutilada? ¿tus manos arrancadas por las bestias que adentran tu mundo? ¿Tu cuerpo indescriptible? ¿Tu ser taciturno fuera de control? ¿Tu luna descuartizada por toda la ciudad? ¿Cerebelo de la verdad? ¿Cimiento que te encierra? ¿Fin de la creación? ¿Vejez? ¿Qué es lo que quieres? Nibiru


Edición, Redacción y Diseño por: Editorial Flores en la basura **Todos los grabados fueron hechos de manera artesanal, especialmente para ésta sedición, con técnicas de xilografía y monocopia, por Baúl Musaraña.

PERMITIMOS Y ALENTAMOS LA REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL DE ÉSTA OBRA, POR EL 1/2 QUE GUSTEN. BUSCA EN LA BASURA + POESÍA: www.isuu.com/floresenlabasura www.facebook.com/editorial.floresenlabasura www.soundcloud.com/editorial-floresen-labasura


“ESTA REVISTA FUE HECHA EN EL TALLER PATIOTEKA, IQUIQUE - $HILE, EN AGOSTO DEL 2015.”


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