Sedicion veinte flores en la basura

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SUMARiO: * Especial 8 de marzo por Iris Anarkía * Apuntes democráticos por Mar Tazale

* Nota editorial por Flora Acracia * Traduxión poética por Colibrisa Marina * Musarañas en Cavancha por Ber Tavajo * Poemas varios x poetas varias


Vivimos bajo el dominio del hombre. Un hombre que se cree, a su vez, intrínsecamente guerrero, amo y señor de la naturaleza. El dominio de los Adanes. Esto puede causar gracia, pero gracioso no es cuando los hombres, por creerse con todos estos derechos, violan mujeres, las golpean, tratan como cosas, y quedan limpios de polvo y paja. Así es. Así ocurren las cosas. Pues vivimos bajo el dominio del hombre. Existen muchas instituciones y muchas prácticas al servicio de este dominio. Muchas instituciones y prácticas perviven por este dominio, le necesitan y viceversa. Las instituciones son sociales pero primeramente son mentales. Si creemos en Chile en tanto imaginario, luego relacionarlo con el aparato público que es el Estado no es tan difícil, y creer, entonces, que eso sí existe, pues está ahí, no tiene nada de alocado. No obstante, es esquizofrénico: Chile no existe, los países son imaginarios. Hay mucho de imaginario en el mundo en que vivimos, y, claro está, mucho de esto es perverso y dañino para nosotres. Las prácticas también son sociales y mentales. Por repetición las vamos aprehendiendo y haciendo nuestras. De pequeñes jugar a ser adultos es aplicarse en esto de las prácticas. Repetir y repetir hasta que algo va quedando, aunque sea un residuo, de lo que instituyen las prácticas en nuestros cerebros, en nuestras acciones. A su vez, a través de las prácticas generamos la institución. Es un proceso de ires y venires y venires e ires. Sociólogos y Psicólogos sociales hacen nata al respecto de estos procesos. El dominio del hombre, fiel a su delirio guerrero, es un dominio belicista. Todo es guerra, conflicto permanente y la lucha por erigir a los más fuertes. Esta es la esquizofrenia de la esquizofrenia. Los valores se distorsionan, por ejemplo orden y disciplina son relacionados a verticalidad, control y sumisión. Los militares hacen nata al respecto de estos procesos. Que no son naturales. Esto es importante: no son naturales. En la naturaleza existe una tendencia clara hacia el equilibrio, hacia la armonía, tal es la táctica de supervivencia de la misma. El hombre es un animal enfermo que rema hacia el lado inverso. Debe curarse, sí. Sanar es difícil, ciertamente. Pero si no nace del individuo la necesidad de cambiar, mala suerte. Si no está dispuesto a sacudirse de lo que constriñe su ser natural, su consciencia natural, pues seguirá atado al dominio del hombre. Con los privilegios, claro, que todo imbécil acepta mientras más se traga la ideología del poder, que los hombres se inventan para sí mismos. Ni los anarquistas salvan. Los hombres todo lo vuelven para los hombres, tal es su ideología del poder. Guerreros, amos y señores de la anarquía, los Adanes libertarios, continúan y extienden el dominio del hombre, creyendo que no, que van a la contra. Anar-coquetos siguen la pauta del Ché o Miguel Enríquez, enamorándose de unas prácticas que instituyen lo que re juran atacar. Mas no atacan, sólo atracan, y al mismo estilo que si llevasen esvásticas tatuadas en el pecho, y aunque lo hagan entre ellos mismos, así no trastocan nada. Esto puede causar gracia, pero gracioso no es cuando los hombres, por creerse con todas las libertades, violan mujeres, las golpean, tratan como cosas, y quedan limpios de polvo y paja. Así es. Así ocurren las cosas. Pues vivimos bajo el dominio del hombre.


¿Qué más manoseable que la poesía? Y sí, al arte también lo vuelven al servicio de la decadencia. El poder todo lo vuelve para el poder. ¿Les divierte lo que escribo? No pueden negar, sin embargo, que haya un típico uso que se le da a las cosas, sobre todo la regla hoy manda para aparentar, para manipular, para engrupir. Somos libres dicen los anarquistas, repitiendo prácticas, repitiendo instituciones (sociales y mentales). Luego de encontrarse y darse la razón unos a otros, y felicitarse por ello, dan por concluido un encuentro más de ideas libertarias, el congreso número cuarentaitrece del año, entonces se acerca la noche y lo mejor, les parece, es celebrar una tertulia de camaradería, qué mejor excusa para engrupir chiquillas. Y bien llegan, también, las busquillas que se tragaron su parte del delirio, y les parece lo más lógico y natural dejarse arrastrar por el encanto de los Adanes. Esquizofrenia al cubo. Vivimos bajo el dominio del hombre. Un hombre que se cree, a su vez, intrínsecamente guerrero, amo y señor de la naturaleza. Militarista sin importar condición mental: militantes y militontos de todos los sectores confirman la regla general. Mandar para todos es bandera. El equilibrio para qué, se dicen, si pueden mandar, si pueden poder, si pueden. Y hacer y deshacer. De anarquistas a nazis, de nazis al evangelio, del evangelio a las iglesias, no importan cuáles, son muchas, y están bien todas, club de tobis es lo que son, de cualquier manera, así de vuelta otra vez, al anarquismo, o a contentarse con el marxismo, más vertical y empotrado en lo decadente, no importa ser decente, es lo de menos, trabajando para el Estado o para el negociado, platita en el bolsillo asegura mejores ligues y andar más pintiado, mejor rankiado, eso sube el pelo y los Adanes se ven menos preocupados. Esquizofrenia a la cuarta. El consumo de etiquetas es lo que prima y manda. Y como el campo visual dicta tetas y potos, tetas y potos, éstas, las etiquetas a consumir, deben servir para conseguir un buen par de tetas con un buen poto. O algo por el estilo. Desde fascistas a antifascistas la cosa así les reza en la cabeza, digo la institución mental es tal, es esa, y vuelta a las prácticas y más prácticas para reforzar y reforzar los imaginarios, que nuestro Adán X quiere consumir. Todo muy por encima, por la superficie vale el enchulamiento de estilos de vida. El consumo de estilos de vida se empotra en la distorsión de los valores. La libertad por ejemplo, se homologa con la compra venta de la mar de cosas, y cosificaciones, hasta mujeres se pueden tranzar, cosificar, o bien el sexo, o los flirteos, por separado, todo vale, porque para eso el dominio del hombre cuenta con una cultura consumista, con un sistema económico y una serie de valores y normas que lo avalan y justifican. ¿No les parece a ustedes que vivimos en un mundo hecho a la medida del hombre? Cualquier libro de historia estaría de acuerdo. La historia de cualquier país, es la historia de los hombres, de los hombres guerreros, de los hombres amos, de los hombres poderosos. Los sueños de todos los pelagatos es formar parte de esa historia, hacer historia, ser más hombres que los otros hombres, ser recordados por su tremenda destreza en ser hombres, ser admirados porque fueron hombres, etcétera, otra vez la práctica del machito alfa al ataque, o al atraque, o a lo que sea, a volverse práctica, repetición, a instituirse en todas las cabezas, de todos los hombres y de todas las mujeres, ser hombre es la bandera.


Si el individuo no está dispuesto a sacudirse de lo que constriñe, de esa estructura cotidiana y perversa, estamos mal. Los hombres son animales cómodos. La comodidad los adormila y vence. Estamos mal. ¿Cuántas marchas, salidas a la calle, pancartas, huelgas o paros han hecho los hombres para protestar contra los asesinatos y vejámenes sistemáticos y en serie que afectan a miles de millones de mujeres en todo el mundo? ¿Les parece que dé risa? Por lo bajo el silencio es complicidad y la indiferencia estupidez. Pero si en $hile el acceso a la salud, a la medicina, es carísimo, mientras el gasto militar altísimo e irremediablemente inútil, y nadie cuestiona ni asocia nada, pues qué se puede esperar, qué se puede esperar cuando los Adanes libertarios manejan un discurso al revés y al derecho pero no se sacuden la vista que sólo distingue tetas y potos e instituyen una y otra y otra vez prácticas celópatas, misóginas y sexistas. Hay mucho de imaginario en el mundo en que vivimos, y, claro está, mucho de esto es perverso y dañino para nosotres. El dominio del hombre, fiel a su delirio guerrero, es un dominio belicista. Todo es guerra, conflicto permanente y la lucha por erigir a los más fuertes. Los elegidos son los más fuertes y admirados, y ¿por qué?, pues porque son hombres más hombres. Esta es la esquizofrenia de la esquizofrenia. Los valores se distorsionan, la realidad es alterada, las opiniones controladas. En la naturaleza existe una tendencia clara hacia el equilibrio, hacia la armonía, tal es la táctica de supervivencia de la misma. Los más fuertes no sobreviven, si no que quienes mejor se adaptan en equilibrio y armonía con la naturaleza y su entropía. Pero el hombre es un animal enfermo que rema hacia el lado inverso. Debe curarse, sí. Sanar es difícil, ciertamente. Pero si no nace del individuo la necesidad de cambiar, mala suerte. Si no está dispuesto a sacudirse de lo que constriñe su ser natural, su consciencia natural, pues seguirá atado al dominio del poder. Con los privilegios, claro, que todo imbécil acepta mientras más se traga la ideología del hombre. Los hombres todo lo vuelven para los hombres, tal es su ideología del poder. Guerreros, amos y señores de la naturaleza y la sociedad. A su imagen y semejanza han creado al Estado y las fuerzas esquizofrénicas del Capital. Si el individuo no está dispuesto a sacudirse de lo que constriñe, de esa estructura cotidiana y perversa, y se permite seguir absorbido por la comodidad que adormila y vence, estamos mal. ¿Cuántas marchas, salidas a la calle, pancartas, huelgas o paros han hecho los hombres para protestar contra los asesinatos y vejámenes sistemáticos y en serie que afectan a miles de millones de mujeres en todo el mundo? ¿Les parece que dé risa? ¿Qué más manoseable que la poesía?, ¿Qué más manoseable-manipulable que la palabra? Y sí, pero nosotres preferimos hacer lo contrario. Y conste que no se trata de atacar a las personas, aclaración para los inteligentontos de siempre, si no que a la ideología y al sistema de dominación que es instituido y a la vez instituye a esa misma ideología. Porque nada tiene de emancipador leer a la Emma Goldman pero seguir preocupado de lucir a esa y a la compañera de al lado. ¡Romped las viejas tablas!




NOTA EDITORIAL

“Disculpen mi poco adornativo lingüístico, eso está bien adornado ¿no? Váyanse a la mierda (¿lo dije bien?), embriaguémonos del jueguito todos. Sí, yo sé lo que bebemos, porque lo siento ahora, justo en la parte de atrás de la lengua, cercana a la campana, amargo, áspero, fuerte: la mentira”. Alejandra Pez Abisal

Llueve en Concepción y cuál es la noticia en la tele: fuertes lluvias en el sur. Porque eso es lo que pasó, hubo tal sistema frontal y la cacha de la espada, nomenclaturas climatológicas que desataron una serie de eventos, cuyo último es la lluvia. Así se presentan los hechos y así, tal cual, se muestra la noticia. Cuando llueve es así, pero con el fuego todo cambia. Aparece un camión quemado en el sur y, sin embargo, la serie de eventos que produjo el fuego es totalmente obviada por la televisión. La noticia sólo es el hecho puntual: un camión incendiado. Como si cuando lloviera la noticia sólo fuera que una casa apareció mojada. Sí. Así de ridículo es. Pero así también es como se forman realidades y opiniones. Chomsky advirtió hace algunos años que la televisión, sobre todo los noticiarios, debíamos verla como si nuestro enemigo programara el contenido. Y es que así es. Don Pancho cuida de sus intereses, eso es todo. No hay conspiración alguna, sólo intereses que resguardar. No es necesaria conspiración alguna, mucho más simple y barato es desinformar. Así de un día para otro no solo apareció una casa mojada y un camión incendiado: una montonera de gente lo hizo aproblemada por asuntos que carecían de importancia para sus existencias, de no haber sido por la televisión. ¿Por qué son tan trágicas las noticias de la televisión? Y si parecen sinopsis de películas más que hechos concretos es porque quienes las ordenan nos consideran mediocres y aburridos, seres mediocres con vidas aburridas y rutinarias. A lo mejor en la mayoría de los casos dan en el clavo, pero también es cierto que es todo un aparataje, rutinario y perverso, lo que conlleva a que más y más gentes abandonen sus sueños y pensamientos para abrazar la ninguna cosa, que por muy ninguna cosa que sea avanza a pasos de gigante, imponiendo el desierto de sueños, de anhelos, de aspiraciones, el desierto de pensamientos, ideas, motivaciones, el desierto del trabajo mal pagado, del trabajo mal ganado, del trabajo pal ganado, el desierto mental y social de ser ninguna cosa y abrazarse de noche, temerosos y angustiados, derivando en esnifadas de alegría tiesa y en sorbos amargos de libertad embriagada y bocanadas de paz muerta inhalada y exhalada, inhalada y exhalada.


¿Qué más manoseable que la poesía? Y sí, de esto va esta revista, de develar y crear, crear y develar, no somos una fachada ni una excusa para engrupir sobre sobradas veleidades, poetizos de cartón por el borde, antes que todo somos personas y no estamos para idioteces, idiotizantes ni idiotas generales, generalizantes y generalizables. Hace cuatro años que nos anda este fanzine, la mitad del tiempo que nos lleva la editorial, y no estamos para devaneos, nunca hemos tenido el ánimo de convencer al resto ni tampoco de decirles cómo han de vivir, cada cual sabe dónde le aprieta el zapatito, el caso es crecer y hacerlo bien, la autogestión nos brinda la satisfacción de cultivar y cultivarnos en nuestras ideas y valores, que consideramos los más humanos, y sin pisarnos la cola, y viviendo en el mismo mundo que todos, un mundo muy feo y triste y bonito y alegre, bien viene fortalecer lo sano, lo que hace mejor, ¿Qué más manoseable-manipulable que la palabra? Y sí, pero nosotres preferimos hacer lo contrario. La inversión de valores es fatal y fecal, sacudirse de lo que nos constriñe es difícil, no obstante, requiere la mar de voluntad y valentía, y está bien, bien es que así sea. La insolencia de vivir en un mundo de diversidades perversidades que te vomitan encima su negatividad es claro argumento para ser otra cosa. No una ciudadana, una persona. No un militante de tal causa. Una persona. Un individuo. Tal es la tarea y es ardua. Pero no estamos soles. Chomsky advirtió hace algunos años que la televisión, sobre todo los noticiarios, debíamos verla como si nuestro enemigo programara el contenido. Y es que así es. Don Pancho cuida de sus intereses, eso es todo. No hay conspiración alguna, sólo intereses que resguardar. No es necesaria conspiración alguna, mucho más simple y barato es desinformar. Sin embargo, todes tenemos una voz de la razón, internamente es lo que llamamos nosotres mismes, y también está eso que compartimos todes les seres humanes: el sentido común. Es en base a esto que la humanidad avanza o mejora o se va a las pailas. Que nos mientan es malo, mentirnos a destajo por acá abajo es mucho peor. Romped, pero romperlas de verdad, las viejas tablas. Lo pasado pisado. Mentir-se engrupir-se por el borde. Hacemos nuestras propias noticias pues no vivimos en la televisión. Hacemos nuestras propias vidas pues vivimos. Rechazamos el trabajo del ganado: el lucrativo y el especulativo. También el politiquillo. Todo aquello no es más que superficie e impostura. Y nuestra vida es profunda y verdadera. Compromiso, dice Sennett, es la virtud de la que carece el trabajador, estudioso o ciudadano idealizados por la cultura del nuevo capitalismo. Si una persona puede utilizar las palabras “correpto” o “perfepto” para decir que algo está bien hecho es porque cree en un patrón objetivo al margen de sus deseos y, en verdad, al margen de las recompensas de los otros. Hacer algo bien, aun cuando no se obtenga nada de ello, es el espíritu de la artesanía auténtica. Y únicamente ese tipo de compromiso desinteresado puede enaltecer emocionalmente a las personas; de lo contrario, sucumben en la lucha por sobrevivir. No sucumbamos, seamos verdades, hoy.




Difícil saber si sólo se trataba de un imbécil o de alguien simplemente feliz. De cierto modo me recordaba a los personajes de Onetti, esos seres que tanto pero tanto abundan en el mundo, y que se dedican a soñar lo que la vida no les da, y con tanto esmero, con tanta pasión, que de algún modo a pesar de ser unos condenados, ese acto ínfimo les salva de sí mismos, les salva, incluso, de los demás. Pero este pensamiento es dudoso, digo la evocación a los personajes de Onetti, a partir del imbécil o el simplemente feliz del que les hablo. Porque si bien ya tengo mis años, no me siento con la facultad para juzgar tan a la ligera a alguien. Sin embargo algo me flechó con el tipo en cuestión, que me miraba con sendas sonrisas, aunque sin decir nada. Sólo abría su boca para mostrarme los dientes, y no como los perros ciertamente, aun cuando no sabría precisar su verdadera intensión. Tal vez, como decía al principio, se trataba de un imbécil no más, de esos, tantos también, que sonríen a falta de todo lo demás que, obviamente, les falta. O tal vez era alguien simplemente feliz, no tremendamente feliz, pero sí feliz en el grado exacto para sonreír como un imbécil a falta de decirlo, de contar, sin enumerar, o con enumerar igual, su felicidad. Y así, sólo así, fue al principio de todo, desde que llegó con sus pilchas y sus paños a instalarse junto a nuestros paños, con su extraña bisutería, una bisutería como de libro de ciencia ficción, bisutería nunca antes vista en nuestra feria y tal vez nunca antes vista, también, en el planeta tierra. Su bisutería tenía algo de no ser bisutería. No eran las típicas baratijas, que para qué estamos con cosas, siempre son tan encontrables y hasta esperables de las ferias artesanales, de aquí hasta la quebrá del ají. Su bisutería, como ya dije, parecía de ciencia ficción. Y tenía carteles escritos con una letra como de otro planeta, también. Indicando que, a pesar de los pronósticos de entendidos y legos, su bisutería era hecha a mano… y con amor. Aunque más que con amor, parecían hecha con magia, tal vez negra incluso, pues no eran sólo piezas que digamos se pueden lucir y ya, su bisutería parecía tener vida propia, ya que se movían, y no estoy diciendo que eran móviles o movibles o el fruto de cierto conjuro mecánico y previsto a punta de ingenio, cosas así yo he visto; y cómo no, después de treinta años en el negocio, si yo ahora sigo en esto sólo para abrirle camino a mis críos, para encaminarlos más re bien en el suyo propio, mostrarles que de esto se puede vivir y bien, pero el caso es que en todos esos años, mis años, nunca había visto cosas así, que fueran como bichitos con vida propia. Pero está bien, les explicaré mejor el asunto, el caso es así, el imbécil o simplemente feliz llegaba siempre tarde, cuando ya estábamos todos instalados con nuestros paños, en nuestros puestos, él llegaba y qué creen que hacía, pues sonreía, sonreía ampliamente sin decir nada, a mí, no sé por qué me flechó el tipo, y yo le hacía señas, siempre le hacía señas y le indicaba que se ganara cerca de mi puesto, él se acercaba y me agradecía con un gesto, nunca hablaba, hasta ahí mantenía su mutismo y sus sonrisas, luego armaba una especie de mesa con un intrincado aparataje de alambres y coligues recortados, algo


que parecía imposible de sostenerse y que sin embargo se sostenía, y nuestro querido en cuestión parecía más feliz que antes, ahora con mesa. Luego de su bolso sacaba sus paños, considérese entonces qué tipo de bolso era, un bolso bien grandecito, muy grande la verdad, donde tenía sus paños, en fin, los sacaba y los colocaba sobre la mesa imposible, luego instalaba los carteles que ya les he dicho, y se ponía detrás de la mesa, y adivinen cómo, pues sí, con una sonrisa de oreja a oreja. A primera vista parecía un puesto más de bisutería en una feria artesanal cualquiera. Sonrientes no nos faltan. Yo mismo debo sonreír de vez en cuando, suena dicho como una obligación, ya sé, pero es que estoy cansado, ya tengo mis años, preferiría estarme en casa con mi ñora y no venir acá a ahogarme de recuerdos entre mareas y mareas de gente, la mayoría turistas, todos indiferentes a lo que acontece en mi cabeza, por eso me traigo mí pilsen, dos o tres latitas no más, y con eso me basta para olvidarme un poco, digo para hacerme un tanto indiferente también del resto y sus propios vaivenes mentales, por eso también me llama la atención profundamente que me haya flechado un tipo, a primera vista insulso, como el imbécil o simplemente feliz del cual les hablo. Y en su puesto no parecía tener nada de tan particular. Todos nuestros puestos son particulares claro, hay nuestras especialidades, los que trabajan el cuero como yo, los que ven la madera, el cuarzo, mis cabros que hacen trenzas y mandalas de lana como dicta la moda, y así, todos y todas tenemos nuestras particularidades, nuestro arte y herramientas de sobrevivencia para no depender de nadie. Y en eso el imbécil o simplemente feliz no se diferenciaba del resto; lo que lo hacía totalmente opuesto a nosotros, y a cualquier mortal diría incluso, era lo que ofrecía en sus paños. Uno por costumbre se acerca a escrutar lo que trae cada nuevo artesano una vez que se ha instalado, es una costumbre antiquísima y obvia. Todos quedamos, si no asustados, perplejos con este nuevo artesano. Dije que iba a ir por parte y aquí estoy, ésta es la parte en que describo la extraña bisutería en cuestión. Era como hecha por el diablo. Bueno, eso suena un tanto mucho exagerado, pero si no había mano del diablo ahí, al menos de alguien parecido. Se supone que eran miniaturas de cerámica en frío, moldeadas a mano… y con amor. Así lo anunciaba por escrito nuestro particular en cuestión. Pero es que no podían ser sólo eso. Por ejemplo, siempre es más fácil darse a entender por medio de ejemplos, los tigritos, recordemos que son miniaturas, así que no eran tigres, eran tigritos, y los tigritos estaban bien, con mucho detalle y pequeñitos, claro está, eran la madre y tres cachorros, los tres tristes tigres, por sus caras, digo, se veía que así eran, que esos eran, pero hasta aquí estamos bien o estábamos bien, pues el caso es que se movían, como ya he dicho, parecían tener vida propia, y los tres cachorros ora se acercaban a mamar de las tetas de su madre ora se entrampaban en una disputada jugarreta entre ellos tres, mientras la madre se acicalaba con su lengua. Era para no creerlo. Y nuestro simpático artesano tan sólo se limitaba a sonreír desde el otro lado de su mesa imposible. Y como tan alto que era había que mirarlo con mucha más perplejidad


a su cara. Y eso agregaba una cuota más de miedo o de susto, aunque eso es lo mismo, digamos más bien de asombro, pero un asombro como el de los animales ante los humanos y sus rarezas, o de los animales ante el fuego o los rayos de una tormenta eléctrica desatada o de un volcán en erupción. Sé que sueno exagerado pero no era para menos. Las chinitas se escondían tras unas hojas, también moldeadas a mano… y con amor. A veces emprendían hasta pequeños vuelos. El sonriente ni se inmutaba. Todas sus figuras tenían una fiesta sobre la mesa imposible y él ni se inmutaba, sonreía más bien, y tanto que se me hacía algo imbécil más que alguien simplemente feliz. Sus pequeños búhos ululaban, sus pequeñas ovejas balaban, las abejitas zumbaban, las vaquitas mugían, los gatitos maullaban, los perritos ladraban, los ositos rugían como estornudos que parecían chillidos y así, toda esa micro fauna sonaba a micro selva y el imbécil sólo sonreía. Me exasperaba un poco verlo. Era como para no creerlo, lo sé. Tal vez fuera mudo pero no, sí hablaba y bastante, cuando alguien se acercaba, sólo entonces, desde su altura emitía sonidos por su boca, decía todo esto lo hicimos nosotres mismes, a mano, lo decía así, no es cosa mía, no decía nosotros ni nosotras, decía nosotres, y mismes también, y luego aclaraba la garganta, se notaba que le dificultaba lo del habla, y entonces proseguía con una lista más o menos precisa de precios, éste par de actinias valen dos mil pesos, estos chanchitos mil quinientos, esas hojas solas valen mil, y así, intentaba sonar locuaz y decía sus precios y que elles mismes hacían todo el trabajo. Y no es que fuera extranjero el feliz, al menos en el sentido de ser de otro país, así no lo era, es decir en el sentido de Camus puede que sí, y de ahí vuelvo a los personajes de Onetti, aunque mucho más parecía salido de una novela de ciencia ficción, el tipo con su bisutería del diablo sobre su mesa imposible, con su tamaño y su sonrisa detrás, siempre detrás de todo, y con apenas un hilito de voz, dictando precios más o menos precisos, porque a veces los cambiaba, a veces las manzanas con gusanos costaban tres mil y otras dos mil quinientos, aunque ya se sabe que ese es un recurso bastante viejo, ofrecer algo a un valor más alto para meter por triquiñuela del vendedor un descuento inexistente, suerte de guiño al comprador para ganarse su confianza, en fin, el imbécil no lo era tanto por hacer esto pero su cara seguía siendo la de un ídem o también la de alguien simplemente feliz, , no tremendamente feliz, pero sí feliz en el grado exacto para sonreír como un imbécil a falta de decirlo, de contar, sin enumerar, o con enumerar igual, su felicidad. Siempre venía solo, llegaba por donde mismo, del norte, sonriendo ya, arrastrando un carrito que cargaba su atado de cosas, los coligues de la mesa imposible, el gran bolso con las pequeñas delicias y sus carteles. Se paseaba de un lado a otro por todo el largo de nuestra feria, sólo yo le hacía señas, digo lo saludaba, el respondía ampliando su ya amplia sonrisa, luego se me acercaba pero en silencio, siempre en silencio, y yo, contagiado, le respondía con gestos, le indicaba con mi dedo el lugar donde podía instalarse. A veces tal lugar era más que pequeño que el día anterior, otras, más grande, a él le daba lo mismo,


se instalaba igual, sin reproches, sin abandonar su sonrisa nunca. Desmontaba, primero, todos sus cachivaches del carro, luego preparaba la estrambótica estructura de su mesa imposible, la montaba, transpiraba un poco haciendo esto, mas no abandonaba su sonrisa, luego de su bolsote extraía los paños, eran dos, también tenía un pequeño maletín, de ahí sacaba otras miniaturas que iban directo a la superficie de la mesa imposible. En los paños colgaban desde alambres alpaca, en forma de aritos, las miniaturas que venía a ofrecer, todas se movían por cuenta propia, había de animales y plantas, y otras que él llamaba misceláneas. De los animales ya les he comentado algunos, pero también había pingüinos que al caminar a veces tropezaban y con gran dificultad volvían a ponerse de pie, y hasta dinosaurios, de diferentes especies, gruñendo y comiendo hojas y lamiéndose las colas, como si fueran perros, y de las plantas había árboles, palmeras, hojas sueltas, muchas frutas y verduras, algunas con insectos, otras que se movían al roce de un viento inexistente. y de misceláneos había monstruillos y demases, objetos como una pileta que levantaba un pequeño chorro de algo que podía ser agua o un líquido semejante, tazas y pequeñas teteras humeando algo que era té o al menos a eso olía, porque también olían, las flores por ejemplo, todas tenían su olor, y olían muy bien por cierto, y la paila con el huevo, la paila con el huevo que sonaba con su fritanguéo, y hasta entibiaba los dedos cuando la tocabas, ya dije que era como magia negra, o simplemente magia, una bisutería como de ciencia ficción, y mucho muy barata, eso generaba desconfianza, pero la gente, la mayoría turistas, se acercaban, si bien con miedo, con mucha curiosidad, y nuestro feliz les hablaba en su lenguaje de habla como a estornudos de mudo, y les guardaba las miniaturas en pequeñas bolsitas hechas con hojas de diario, pero muy bien trabajadas, no había nada al azar en su puesto, y les sonreía claro está, porque él era así y tal vez porque no sabía hacer otra cosa. También se iba solo y antes de todos. Estaba, la verdad de las cosas, apenas si una hora con nosotros, y se iba en la misma dirección por donde había llegado, y sonreía, claro que sí, y nos hacía, sólo entonces, señas a todos, a todos quienes compartíamos esa feria, se iba más feliz, tal vez, y nos lo hacía saber despidiéndose con su silencio y sin abandonar su sonrisa nunca. Siempre a pie. Caminaba lejos hasta perderse entre las mareas de gentes, turistas en su mayoría, iba a paso tranquilo y ligero, iba rápido pero no apurado. No creo que huyera, aunque a veces sospechaba que sí, que su tiempo era escaso, digo su tiempo con nosotros, su tiempo en compartir su extraño arte, para conjurarlo. Era como una aparición la verdad de las cosas. Un fantasma no. No obstante una aparición. Y sus miniaturas tan extrañas. Mi hija un día le compró unos aritos de ojos, unos ojos azules y llenos de algo como tristeza, una tristeza profunda, que se profundizaba en el color azul, a modo que el azul fuera sinónimo de esa tristeza, y la definiera así, la ejecutara, la hiciera suya y una misma cosa, y esos aros eligió mi hija, y él le sonrió cálidamente, y se los entregó en una de sus bolsitas de papel, y al llegar a casa mi hija se los puso, y entonces


los ojos parecían no tan tristes, no tan en la desdicha dibujada del azul, y el azul, si bien profundo y todo, ya no era un azul sinónimo de la tristeza, más bien de la timidez, y al otro día ya era un azul más desatado, un azul que se volvía sonrisa, un azul que con el correr de los días se iba volviendo pura dicha, un azul que a mi hija la fue alegrando contagiándole su color y su emoción, un azul que nos hizo bien a todos y todas en la casa, y también en la feria, un azul que nos regocijó tanto como a sí mismo parecía regocijarse en su redondez de ojo, de ojo que miraba pero sin miedo, sin otras intenciones, un ojo transparente de mirada, unos ojos como de niño de cinco años, o de cuatro años, o de tres años, unos ojos que se volvieron parte de nuestras vidas y para bien. Y como con esos ojos, con esos aros, con esas miniaturas, nos pasó a nosotros, supimos que a mucha gente le pasó igual, con sus pares de aros, o con sus pequeñas miniaturas que iban directo a la mesa imposible y que eran pequeños adornos, que repetían pequeños gestos y que esos, aunque pequeños, gestos, bastaban a quienes en sus casas los tenían, para ser mejores personas, con mejor disposición para encarar la vida, en el día a día, pues expelían una energía buena, una energía que contagiaba calidez, una energía que lograba lo que la sonrisa de su vendedor pretendía pero que rara vez lograba, tal vez porque parecía algo imbécil quien la enseñaba, sin embargo sus miniaturas lo conseguían con creces, y nunca se agotaban, digo, en sus conjuros, en su truco, la magia si puede decírsele así también, nunca se les iba, eran como seres con luz propia, con un fuego interior que se expandía e iba siempre in crescendo, compartiéndose con todo a su alrededor, con todos los seres vivos, animales y plantas, y haciéndoles bien, haciéndoles perdurar. Con la feria partimos en diciembre y nos quedábamos hasta los primeros días de marzo, es decir todo el verano hábil, el verano sin laburo para la ciudad, o más o menos eso. Nuestro sonriente misterioso artesano en cuestión apenas si apareció para los primeros días de febrero y sin asistir todos los días dejó de venir antes que terminara dicho mes. Mucha gente siguió viniendo a preguntar por su bisutería mágica, así le decían, y con dinero en mano, además. Pero la verdad de las cosas es que ninguno de nosotros en la feria, ni siquiera yo, nunca supimos más nada de él. Más palabras intercambió con algunas de esas gentes que con cualquiera de nosotros. Y esto también es raro, puesto que nosotros somos gente bastante sociable y solidaria, en general, pero sobretodo con otros artesanos. Y es rarísimo, la verdad, que con él hayamos hecho tal excepción. Y no es que fuéramos hoscos. Nunca le pusimos problemas para que se instalara con sus cosas ni nada, no obstante tampoco nos acercamos más que eso, y siendo además que su bisutería era realmente especial y mágica, no deja de llamarme la atención la distancia que mantuvimos, si bien es cierto que él no era nada sociable, salvo que sí era muy sonriente, exageradamente sonriente, incluso, y eso era, a lo mejor, lo que hacía que uno mantuviera cierta distancia, porque era difícil saber si sólo se trataba de un imbécil o de alguien simplemente feliz. De cierto modo me recordaba a los personajes de Onetti, esos


seres que tanto pero tanto abundan en el mundo, y que se dedican a soñar lo que la vida no les da, y con tanto esmero, con tanta pasión que de algún modo a pesar de ser unos condenados, ese acto ínfimo les salva de sí mismos, les salva, incluso, de los demás. Pero este pensamiento es dudoso, digo la evocación a los personajes de Onetti a partir del imbécil o simplemente feliz del que les hablo, en primer lugar pues yo no soy nadie para juzgar a los otros, y en segundo lugar, y más importante aún, por el tipo de bisutería que ofrecía, una bisutería, que como ya he dicho, hacía bastante bien a quien la compraba. No era un mal tipo después de todo. Extrañísimo sí, pero no malo. Un extranjero en el sentido que nos da Camus. Un tipo de otra dimensión. Y tal vez incluso pensáramos que estaría más tiempo con nosotros y por eso tal vez no nos acercamos tanto a él, esperando, tomándonos el tiempo, para que las distancias se fueran difuminando con el correr de los días, salvo que lo difuminado fue él mismo, con su mesa imposible, con su bisutería del diablo, quedando sólo yo, este viejo, y a veces exagerado, artesano, con una historia más, un delirio nuevo y añadido, para contarme a mí mismo, pero como si se lo contara a otros, otros que pululan indiferentes a lo que suponen son mis achaques de viejo, mi cara siempre sonriente, aunque en mi caso es por la pilsen que me traigo, dos o tres latitas no más, y con eso me basta para olvidarme un poco, digo para hacerme un tanto indiferente también del resto y sus propios vaivenes mentales.


Consejos de Don Nadie a Ninguno, parte 5 El sol quema que quema Y no hay nubes para impedírselo A la vida se viene a ser bueno o a ser malo Una de dos ya que una es la vida O amas u odias Y para vivir lo más imperioso es alimentarse Así las cosas O te alimentas de amor O te alimentas de odio Tú eliges Pero elige bien Pues desandar el surco que elijas Para emprender uno nuevo Es si no fatal Terrible Como soportar al sol Con su reverendo incendio perpetuo Hinchado comiéndose todo el horizonte Toda la ventana Toda tu respiración Quema que quema el sol Para impedírselo no hay nubes y A ser bueno o a ser malo venimos a la vida Que es una la vida así que una de dos Odias o amas Lo más imperioso para vivir es alimentarse y Las cosas así De amor te alimentas o De odio te alimentas Tú eliges el surco Desandarlo es terrible Elige bien.


Consejos de Don Nadie a Ninguno, parte 3 La vida no tiene sentido El sentido se lo da uno Y esto lo define a uno Definirse es decir de qué lado estamos Si somos de los buenos o de los malos Luego hay cientos de subcategorías Dentro de los buenos y los malos Así Vivir sería como definirse O Lo que en cierto modo es lo mismo Desmarcarse No sé si uno viene a definirse Digo Si para eso nació Si la vida carece de sentido Entonces no Pero uno se lo inventa Y se inventa Esto se lo copia a la vida Da vida Luego él o los sentidos que dio O quiso dar Ya son otra cosa Se desparraman Y ni nosotros sabemos qué pasó Qué pasa Pareciera que el sentido lo perdimos Y sí Y no De cualquier modo La vida es lo que es Bukowski dijo La vida es todo lo bueno que se lo permitas Y Celine Que todo el viaje nos lo imaginamos.

Alcidez Barrankha


Mi máquina de hacer insectos Sólo o no, vienen de algún lugar, y no me dicen nada. Hay algo que crece en mi interior que por lo tanto el tacto no es más que frío. Una metamorfosis abierta a la consciencia Destruyéndola por completo (,) mi ser ya no es el mismo soy una bestia que crece y crece como el humo viaja a través del espacio... qué más puedo pedir nada al fin tiene un sentido mi cuerpo no es mío si no dado a la evolución cambia de forma frecuentemente. Y cambia de presencia, cambia por completo, en lo oscuro soy un insecto, en lo incierto la vida es un insecto... que muere a los pocos segundos por colosos de barro. El fuego danza al rededor ninguna forma es real ninguna forma es concreta el fuego danza y crece por mi cuerpo, ahora soy fuego, (ahora) no más que fuego no más que todo y a la vez nada. Tengo en mi interior una máquina que cuando lloro crea insectos que salen de mis ojos que rompen mi piel que la hacen sangrar que la carcomen y la destruyen de manera obsoleta a la continuidad (qué continuidad) la continuidad del final (la continuidad del final) estupideces (no dices más que estupideces) no soy nada y tú tampoco, sólo soy lo que creó el cielo, sólo soy lo que creó el sol y su luz errante toca mi paladar en sangre nada más que los insectos crecen en mí sólo creyendo que en mi cuerpo no están (no) (no están) (el cielo los creó) . NIBIRU


DESPOTRICANDO REFRESCANDO LA MEMORIA El 04 de Febrero de mil ochocientos noventa y uno el perro Larraín en Ramirez los acribilló. El 21 de Diciembre de mil novecientos siete, solo por antojo, en la escuela Santa María, el energúmeno Silva Renard, en el arte de acribillar no quiso mostrarse flojo. En la rebelión obrera en Junio de mil novecientos veinticinco los militares también dispararon con ahínco. El 05 de Agosto del dos mil diez, al interior de Copiapó, San José se llama irrisoriamente el socavón, en el que sin metralla, pero gota a gota de sangre y de sudor, lentamente nos aniquila el laxo y cutre patrón. Y que no se les olvide, amigos míos, que son incontables las matanzas en la corpórea y murria historia del proletariado en nuestra "libre" y "democrática nación".

He aquí sumido el pobre paria resistiendo entre tierra y roca precipitada. Todo por el flagelo de una vida de trabajo tan precaria. Pero aunque con hambre y sed no desespero y aquí sigo vivo y entero. Ya saldrá a la superficie mi cuerpo y mi voz para enfrentar al perro negrero.

CARONTE


Me quemo n°5

Salí de su útero ya corrompida sucia de sangre vaginal ya lo sabía y me revolqué con placer

Nací hecha trizas coja de valores y moral con un cuchillo en la mano para destripar poetas

Crecí entre el porno entre besos incestuosos -con las primas-

Odiando el falo paterno penetrante de la cueva de donde salí Yo olía la muerte en su carne

Olvidé muchos días de niña al pasado he llevado mis pensamientos podridos del presente y me han hecho creer que siempre supe que él se iba a ahorcar y yo me pregunto ahora ¿qué lugar habría escogido? mi madre lo hubiera barrido como si nada hubiera más por hacer

Yo soy hija de aquello y por eso escribo y cuando lo hago me incendio.

Sara Galván


EDICIÓN, REDACCIÓN Y DISEÑO POR:

EDITORIAL FLORES EN LA BASURA Editorial flores en la basura Iquique - $hile, Marzo del 2016 *** Todas las imágenes de ésta sedición son originales de Taller Patioteka, Iqq - $hile, 2015 – 2016.

Permitimos y alentamos la reproducción total o parcial de ésta obra y por los medios que gusten

«Ningún Derecho / Ninguna Propiedad»



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