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PATEANDO EL PESEBRE
Un fulano me dijo una vez “¡Ah, qué mi Jorge! Usted siempre pateando el pesebre”, razón de la presente columna que en cada edición tengo para ti.
Supongo que el Gafume (así lo voy a llamar por la contracción de su nombre, fulano y mentiroso) piensa que porque llevo muchos años en este negocio debo repetir –como la mayoría de la gente con la que él se relaciona- que las franquicias son lo mejor y que son infalibles, sin embargo, se topó con pared.
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Precisamente como quiero y respeto este modelo de negocio que tanto me ha dado, me molesta y no puedo soportar la falta de profesionalismo con el que día a día se otorgan “seudo franquicias” en Latinoamérica. Sí, lo he repetido hasta el cansancio: el modelo de franquicias es el modelo de aceleración de negocios más exitoso del mundo; sin embargo, hay que reconocer que ni todos lo hacen bien, ni todo lo que suene a franquicia es franquicia y mucho menos las franquicias son garantía de éxito.
La frase “Patear el pesebre” se refiere metafóricamente a faltar el respeto o ponernos en contra de algo que nos beneficia o nos es de utilidad; yo creo que patear el pesebre es engañar, no prepararse, hablar de algo que nunca se ha vivido, repetir como perico números sin ningún estudio serio que lo demuestre, y, lo peor, hacer como si fuera un sistema perfecto cuando día a día hay gente perdiendo su dinero por culpa de un franquiciante poco ético o falto de preparación que se inició en este negocio sin saber a lo que se enfrentaba y franquició su marca sin responsabilidad; eso, Gafume, eso sí es patear el pesebre.
Por eso, en cada edición te platico alguna historia de la vida real, de esas que ponen en duda a su santidad, la franquicia. Dicho lo anterior viene la historia de terror de esta edición:
Un día me habla mi compadre de toda la vida: el Vilchis (QEPD) y me dice que tiene una tía muy querida que compró una franquicia y que le está yendo mal, que si le puedo ayudar, que “ahí me la encarga”; le dije que sí, que le dijera a su tía que me llamara y veíamos el caso, sin embargo, le pregunté por qué no habían solicitado mi ayuda antes de comprar la franquicia, a lo que contestó que pues él le había comentado a su tía en su momento, pero que ella dijo que no era necesario, que ya estaba decidida, que ¡qué tan difícil podía ser!.
Al paso de un par de semanas acordé conocer a la tía y a su hijo, y la historia que me comentaron fue la siguiente: Su hijo, que había estudiado en una ciudad del occidente de nuestro país “Negocios Internacionales” y que estaba por graduarse, era asiduo a un sport bar muy famoso de aquella ciudad en donde él estudiaba y al asistir a una feria de franquicias que se presentaba en su ciudad vio que esta marca ofrecía franquicias, por lo que convenció a mami, una señora de 55 años jubilada de una empresa paraestatal y que buscaba, o bueno, acompañaba al hijo a buscar algo en qué invertir su dinero y “retirarse”, o con la idea de que el hijo trabajaría el negocio una vez terminados sus estudios, por lo que se acercaron al representante de la franquicia y sin pensarlo más ¡cerraron el trato! y dieron un anticipo ahí mismo en calor, “antes de que alguien se las ganara”.
Una vez adquirida la franquicia, ellos buscaron un local, invirtieron y en 6 meses ya estaban operando su feliz negocio, mismo que se inauguró con bombo y platillo, con una inversión adicional de 1.5 millones de lo que originalmente les habían dicho que costaría, por lo cual tuvo que solicitar un crédito. Por supuesto, jamás se imaginaron lo que representaba controlar, operar y administrar un negocio de bar donde se venden alimentos, alcohol, se tiene música en vivo y se brinda servicio hasta altas horas de la noche, y principalmente el fin de semana. El nene se aburrió y la señora se vio atendiendo el negocio; ante su falta de experiencia en un giro como este, a los 6 meses tronó tanto mental, como física y económicamente.
Al entrevistarme con ella pedí que estuviera toda su familia: el nene, la tía, la hermana y el esposo; mucho me llamó la atención que mientras la señora me contaba -casi llorando- su historia, el esposo (un abogado) repitiera en varias ocasiones: “te lo dije”, y le echara la culpa de haber perdido todos sus ahorros por haber invertido en esa franquicia (¡cómo me vi reflejado en ella cuando a mí me pasó lo mismo con mi familia hace ya más de 25 años!)
Yo conocía al franquiciante, por lo que dije: voy a hacer un acercamiento con él a ver cómo podemos salir de esta sin abogados. ¿Qué dijo el franquiciante cuando lo cuestioné? En un tono agresivo, como diciéndome “¿cómo te atreves a preguntarme?” me contestó: “¿No te ha dicho la señora cuánto me debe? Le di crédito para los muebles y le he estado dando crédito para los insumos para que siga operando, ya me debe más de 6 meses de insumos y no me ha terminado de pagar los muebles”.
Después de analizar los documentos y de hablar con la tía, le presenté mi conclusión y lo que yo sugería: que tratáramos de recuperar algo de su inversión y sacar adelante el local. La señora, por segunda vez, no me hizo caso y me dijo que ella lo veía, que “muchas gracias”.
Final de esta historia. El franquiciante recogió los muebles, se los vendió a otra franquicia que estaba por abrir, se cobró lo que se le debía y le regresó lo que sobró a la tía. La tía se quedó con el local sin la marca y puso una cocina económica, al poco tiempo entregó el local y perdió todo; pero se quedó con la deuda adquirida y con la penalización por haber entregado el local antes… ¡un verdadero desastre!
¿Qué aprendemos de esto? La soberbia es un pecado que puede salir muy caro.
¿Ella no tiene responsabilidad en esto? Claro que la tiene, nunca voy a entender cómo alguien puede soltar un cheque así nomás en una feria y arriesgar su futuro en algo que no conoce y no solicitar ayuda ¡a quien más confianza le tenga!
¿El franquiciante tiene culpa en esto? Claro que sí, en serio, ¿no entiende este amigo el daño que le hizo a su marca en esa ciudad, poniéndola en manos de alguien que no tiene el perfil y que además no tenía el capital para afrontar dicho proyecto? Parece ser que no; en vez de hacer su tarea, recibió dinero y al otro día de la feria ya se había ido, porque dijo “ya vendí, ya me fui, ya para qué vengo mañana”.
¡Ah, qué mi Jorge! siempre pateando el pesebre…