Monólogos pandémicos para mujeres valientes

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1 MONÓLOGOS

PANDÉMICOS

PARA MUJERES MUJERES PARA

VALIENTES PRESENTADO POR ALUMNAS DEL TALLER DE MONÓLOGO AUTOBIOGRÁFICO DE FARO LA PERULERA


LA NECESIDAD DE HABLAR CONTIGO TALLERISTA: Itzel Arcos Hablar con una misma no es lo mismo que hablar de una misma. En estos tiempos plagados de información desinformada, de publicidad exacerbada y de un profundo culto a la personalidad pareciera que existen todos los planos para poder exponer emociones y sentipensares, pero pese a que existen innumerables opciones y plataformas para mostrar gustos, afectos y defectos de los que invisten las personalidades , existen pocos espacios para explorar los interiores. Curiosamente este confinamiento nos ha puesto a habitar sí o sí los interiores: los reales y los simbólicos. Nos confinamos a puerta cerrada y sin posibilidades de huir, tuvimos que abrir , al mismo tiempo, las puertas interiores. Y es en este contexto de puertas interiores en procesos de apertura que se escribieron los monólogos de las mujeres participantes del Taller de Monólogo autobiográfico para mujeres en el Faro La Perulera. Nos agarraron las contingencias: de la banca del parque Cañitas a los monitores de los dispositivos de cada

una, planteamos un viaje a las razones del tema que cada una eligió.Los temas fueron elegidos en cada caso, según las urgencias y necesidades de cada participante. A las palabras no hay que acorralarlas porque se esconden, lo mismo a los temas, una cree que quiere hablar cierta cosa pero la cosa cierta en realidad tiene que ver con alguna otra y es eso : en las otras, también nos reconocemos. Cuando las mujeres se ponen a intercambiar sus perspectivas y búsquedas con otras mujeres, encuentran algo para sí mismas también, por eso los espacios de intimidad para mujeres son una agencia poderosa de creación, reflexión y potencia. La premisa del Taller de monólogo autobiográfico parte de la propuesta feminista : “Lo personal es político” y agregaría en este contexto de cultura comunitaria: “Lo personal es comunitario”. Cuando las mujeres encuentran su voz, las comunidades se fortalecen, puesto que en la historia personal y la voz de cada mujer habitan también la historia de sus antepasadas, de sus contextos y de las comunidades mismas. Las seis mujeres que aquí escriben no son solo ellas si no sus madres tam-


bién , sus abuelas, sus padres, sus abuelos, sus espacios geográficos y simbólicos, la historia de los lugares que han habitado, pero también son ellas y su derecho a la individuación y la subjetividad: ser sujeta de derechos, de placeres, de dolores , de lenguaje. No se crea que el proceso ha sido fácil, fueron tres meses de ires y venires, navegar dentro de una misma no es cosa fácil, a veces nos engañamos y malqueremos, a veces nos damos lo justo, a veces nos perdemos un poco. Aquí la intimidad de Lourdes y el lugar de su cuerpo en estado diabético, las muchas Samanthas de Samantha antes y después del diagnóstico de Hipotiroidismo, la Mariana atravesada por la historia de su madre y sin embargo la protagonista de la suya, una Viridiana saliendo del closet consigo misma, el más difícil de todos los armarios, el encuentro con las tormentas de Ansiedad en Ileana, y el recuento de facturas sobre el amor de Gabriela son los productos de esos procesos complejos que sólo las palabras pueden esbozar de manera íntima. La escritura íntima y el derecho de las mujeres a registrarla.


Hipotiroidismo por Samantha Acosta Las metamorfosis de kafka no me prepararon para esta transformación inesperada. Samantha sueña con otras Samanthas y otros cuerpos desde antes de la pandemia. ¿Se encontrará ella misma en el camino? Sólo hay una forma de saberlo

Ansiedad por Ileana Cruz Cuando alguien te pregunta ¿Cómo estás? La respuesta casi nunca es sólo “bien”. La pandemia lleva a Ileana a exhibir y compartir lo que contesta en su cabeza en los días menos brillantes.

Amor romántico por Gabriela Gutiérrez González ¿Existe el amor después de la vida? Para dar respuesta, Gabriela explora y comparte sus experiencias amorosas desde los vínculos más pueriles durante la adolescencia hasta los más destructivos en la edad adulta.

Condición Diabética por María de Lourdes Jáuregui Espinoza. Monólogo autobiográfico pandémico es un descenso a los terrenos de la vulnerabilidad en tiempos de Covid-19 para enfrentar la interrogante al problema ético de nuestros días.

La hija de la "Señora de la limpieza" por Mar García En el camino por cultivar la propia voz, rejurgita los dolores de quien le precede ¿Cómo trascender esas historias si sigues sorteando los mismos obstáculos?

Querida Viridana

por Viridiana Ortega Sainz

Esta es una confesión.Un punto de partida para descubrir qué es lo que está creciendo de las semillas que sembró una ruptura de mundo. Es una verdad que ha nacido entre las grietas. Es, también, un poco de esperanza.

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HIPOTIROIDISMO por Samantha Acosta Soy Samantha y nunca he corrido un maratón. Nunca he subido una montaña. Hay muchas otras cosas que no he hecho o que no he sido y si no las menciono es porque no pienso en ellas. Tampoco pienso mucho en el maratón ni en la montaña, pero a veces se cruzan por mi mente, tal vez porque el camino como símbolo es un pilar de mi vida. Pero en realidad, tal vez lo que quiero decir es: soy Samantha y estoy cansada todo el tiempo. Cuando empecé a planear este monólogo me lo imaginaba mucho más gracioso. Pensaba que había vivido tantos años conmigo misma, había trabajado tanto tiempo con esto que llevo dentro, que podía compartirlo como usualmente comparto las historias: con un toque de gracia. Incluso a sabiendas de que en muchas ocasiones la gracia esconde otras cosas que no queremos mencionar de forma seria. Pero entonces llegó el fin del mundo. O un pequeño fin del mundo bastante inesperado. No llegó como en las películas, con guerras o zombies. Aunque tal vez los virus mortales sigan teniendo cierta vigencia en Hollywood. Pero a mí me removió

muchas cosas dentro, como a tantas otras personas, no lo dudo. Los textos se volvieron mucho más oscuros y alejados de la primera imagen luminosa que tenía de ellos y de mí leyéndolos frente al mundo. En parte es porque me da miedo decir lo que realmente quiero decir y eso es que tengo miedo. Que tengo miedo de morir traicionada por mi propio cuerpo y por las engañosas profecías mayas del fin del mundo. Recuerdo el amor con el que aprendí los nombres de los huesos y los órganos en las clases de ciencias de la salud durante la preparatoria, pero lo único que quedaba era eso: el recuerdo amoroso. Los nombres se habían borrado. Años después no habría sido capaz de señalar en mi cuerpo en qué parte se encontraba mi tiroides cuando la palabra fue mencionada por la doctora después de revisar mis múltiples análisis. A nivel mundial, 1 de cada 50 personas padecen hipotiroidismo. Es diez veces más común en mujeres. Pasados los 60 años, 1 de cada diez mujeres lo tendrá. Y


6 sin embargo tardó meses, médicos, terapeutas, muestras de sangre y un largo desfile de síntomas para ser diagnosticado. Hay mujeres a las que les toma años saber qué está mal con ellas, por qué parece que su sistema colapsa en pequeñas y tal vez absurdas formas. No parece grave cuando empiezas a dormir de más, a subir de peso, hay tantas cosas en el cuerpo de una mujer que pueden jugarle en contra. Si sólo fuera la piel reseca, las uñas débiles, si no nos diéramos cuenta de cuántos cabellos encontramos cada mañana en la almohada, de cómo se mueve arbitrariamente la temperatura de nuestro cuerpo, estamos acostumbradas a los desajustes hormonales, a que nuestro cuerpo nos dé más o nos dé menos de lo que tal vez necesitamos, estamos acostumbradas a querer llorar y no poder llorar y es que todo esto se parece tanto a una depresión, pero pasas horas sentada frente a tu psicóloga y no encuentras respuesta. Muchos años después, fue a la psicóloga a la que le conté de la otra Samantha. Esa Samantha que no soy yo y

que sí que ha corrido un maratón y subido una montaña. Esa Samantha que, sobre todo, no está cansada todo el tiempo. Le conté cómo espero a veces mágicamente amanecer convertida en ella y disfrutar de hacer tres horas diarias de ejercicio y comer poco y no tomar nueve pastillas al día. Porque parecía que el único modo de imaginarme a mí misma era como no soy: sana. Como si mi tiroides también fuera a amanecer un día convertida en algo más y eso fuera el fin del sueño-pesadilla. Pero así no funciona la terapia y, finalmente, ¿qué somos si no exactamente lo que somos? De todas las metamorfosis que he sufrido en mi vida, desperté convertida en este insecto a los 21 años. Sabía muy poco de mi cuerpo, intuía los problemas que estaban dentro de mi cabeza. Me preocupaban otras cosas. Y entonces se entrecerró la puerta. La palabra tiroides puede significar puerta o escudo. El pequeño órgano escondido en nuestra garganta tomó su nombre de su abstracta forma. También parece una mariposa. Lección de biología 1.1 y empieza a reescribir tu vida de otra


7 manera. ¿Qué es la salud? ¿Qué era la salud para tu adolescente irresponsable haciendo ejercicio obligada por la escuela? Estar flaca y tomar coca cola todos los días, comer mal, no saber nada sobre la comida, lidiar con tu ansiedad gracias a un metabolismo acelerado que, después lo sabrías, era debido a un problema hormonal que también terminaría explotando. Ser sana era no saber y estar protegida por esa ignorancia. Las mujeres atraviesan por distintas formas de rehabitar el cuerpo. Nos estamos descubriendo y rehaciendo todo el tiempo porque nos acostumbramos muchas veces a ser pedazos. Yo no había querido ver el caos adentro hasta que el vaso rebosó y ya no tuve otra opción. Samantha nunca quiso correr un maratón, nunca quiso subir una montaña. Nunca ha querido hacer tres horas de ejercicio y no sé si sabría qué hacer si se despertara todos los días temprano. Yo siempre fui un caos, sólo me había creído que el caos era estético y socialmente aceptado y por ello podía reducirse a expresiones poéticas. No requería visitas al médico, análisis tras análisis, replanteamientos de los hábitos de vida. Pero eso es

lo que tienen las metamorfosis: uno no pone las reglas, uno no elige cómo va a despertarse inesperadamente un día en que se transforme la realidad. ¿Y ya les dije que la tiroides es una mariposa que tengo atorada en la garganta? Cuando hablo de esta metamorfosis a otras mujeres, en muchas ocasiones les remite a distintas mitologías. Me siento tan lejana de esas diosas que otras quieren acercar a mí y por otra parte pienso ¿qué nos dice que haya tantas deidades femeninas rotas desde el inicio de los tiempos? Soy Inanna, diosa sumeria del amor y de la guerra. Me arranco la piel en mi descenso a los infiernos. Me arranco los músculos, las vísceras, me quedo sólo en los huesos. En el viaje tengo que tocar fondo para luego emprender el regreso. Soy Itzpapálotl, bruja y nahual, diosa chichimeca, patrona de la muerte y regidora del paraíso. Mariposa de obsidiana con alas con navajas, representación de la sabiduría que eleva y que hace daño. Símbolo del renacimiento y la regeneración. Quisiera ser estas diosas y quisiera encontrar las palabras para ser yo misma. Para transmitir no sólo lo


8 que pienso, obsesivamente, sino también lo siento. El dolor que fue durante años recriminarme estar enferma. Añadir culpa a la herida. Lo penoso que fue, por absurdo y por parecer tan poca cosa, aprender a hablarle a mi garganta, a mi puerta semi cerrada, diciéndole que seguía siendo yo, y que siendo yo la perdonaba y la quería. Los ejercicios repetidos para aprender las cosas más básicas del autocuidado.

miedo. Y está bien tener miedo a morir sola en medio de un apocalipsis que llegó inesperadamente. Así como está bien amarte poco a poco y a sentirte a veces diosa, aunque sean diosas de la guerra y diosas que bajan a los infiernos. Pero regresan. Porque hay un camino de vuelta. Y ese camino de vuelta también puede tener un toque de gracia, aunque no todos los días la encuentres en las palabras que sí te atreves a decir.

Y tú, Samantha. Samantha niña sintiendo que el cuerpo ya no es suyo, ¿y quién somos sin un cuerpo? Samantha creciendo con la idea de que la vida comenzará después, cuando se convierta en la otra Samantha. Samantha ahora, saliendo de su caparazón de años, de su traje de soldado de años, de su vergüenza eterna de años. Tú ya eres el camino y eres la puerta, eres el escudo y eres las palabras desbordadas que llevaban años atoradas adentro. En tu mente tienes preparado el discurso para hablar de tus enfermedades, de tu sistema inmune comprometido, de la cuerda floja de tus desequilibrios emocionales. De frente a la pantalla te acobardas. De frente a la página en blanco tienes miedo. Pero está bien tener

Samantha Acosta Es correctora de estilo y encargada de cuidado editorial. Cuando era niña decía que le gustaba escribir. Godzilla fue su primer amor en la vida y de ahí llegó todo por consecuencia.


ANSIEDAD por Ileana Cruz Bosque Tormenta I Hasta que no nombras algo es como si evadieras que existe. Como si fuera algo lejano y extraño, algo a lo que aún le temo o que odio, pero eso no sirve de nada porque de todos modos está ahí. No es “la” ansiedad, es mía, soy yo y esta es una manera de apropiarmela, de no dejar que me destruya. ¿Por qué ahora? Creo que porque al fin lo vieron las personas que menos quería que lo vieran y tuve que quedarme en el lugar que menos quería quedarme. Me quedé sin posibilidades para escapar un rato, más que la pantalla de mi celular, en el que escribo desde hace unos años; (porque me di cuenta que entre mi pesimismo y desilusión actual con mi carrera y mis pocas habilidades sociales escribir un monólogo sobre esto que estoy sintiendo tanto es lo más sincero que puedo y quiero hacer ahora; porque no hay mucho que pueda hacer y) siento ese tema recurrente dentro de mi cabeza y esta

es un manera de sacarlo y poder pensar en algo más. ¿Que quieres con esto? ¿Para qué? Encontrarme. Me gusta esa palabra porque aplica tanto conmigo o a mí misma (que últimamente me he sentido muy perdida), tanto como con otras. Me gusta que sean solo mujeres las primeras con las que me encuentro de esta forma, me gusta que sean “extrañas” y conocerlas y que me conozcan a través de lo que escribimos. Es bastante parecido a actuar. Siempre me ha sido más fácil mostrar este tipo de cosas a gente que no conozco, me hace sentir empatía o una especie de conexión extraña con las personas que se da en este tipo de circunstancias y me da un poco de esperanza. ¿Y como te sientes ahora con eso? Me siento… vulnerable. Un poco perdida, extraña. Como enmedio de un camino por el que nunca he caminado, a veces aún pienso en si de verdad quiero caminarlo. Hay días que no logro moverme mucho y me quedo sentada abrazándome diciéndome como me siento y escuchándome, aún es difícil, siento que necesito mucho más


10 pero trato de permitirmelo más a menudo.

mente no tener otra opción más que hacerlo, abrazarlo y con suerte tratar de entenderlo. Desde que la ansiedad llegó a mi vida dejé de huir tanto de la realidad.

¿De qué huyes aún? De la vulnerabilidad que me hace sentir tener un ataque de ansiedad… II Creo que esa es otra de las razones quiero enfrentarme a Un día el mundo se apagó. Fue como si las melodías que eso al compartirlo, exhibirlo callaban el ruido insoportable de la vida se detuvieran de repente, y se encendió el ruido gris, asqueroso de la ¿Que es para ti la vulnerabilidad? estática y las rayas agitándose sin sentido ocupando Me gusta el origen de las palabras, siempre he sentido todo mi cerebro. que es importante saberlo. Vulnerabilidad... Vulnus significa herida y abilis, posibilidad, por lo tanto vulnerabi- Eran las 6 de la mañana. La luz amarilla del foco del lidad significa posibilidad de ser herida. Herida significa cuarto que comparto con mi madre está encendido. corte o lastimadura en alguna parte de un cuerpo vivo. Normalmente cuando mi mamá sale de la casa, mi La vulnerabilidad para mí es recordar que estoy viva, ese perrita corre desde la sala a mi cuarto y se sube a mi momento en el que una siente intensamente, sea lo que cama a dormir conmigo, me gusta que pueda dormir sea. Es como estar parada justo en el límite dónde “se hasta que tengo que levantarme, pero este día es difepuede romper” rente. Los minutos comienzan a hacerse largos. Mi herLa ansiedad es sentir intensamente cosas difíciles. Y en mano se levanta y se cruza con mi mamá en el pasillo, lo personal, la ansiedad para mí es encontrarme de fren- ella susurra que “no sabe si decirme o no…” Aunque yo te con la vulnerabilidad de muchos momentos acumu- estoy en mi cama dormida juro que lo escucho como lados en los que no pude pararme en ese límite… y final- si lo dijera en mi oído. Una sensación horrible en el es-


11 tómago me hace levantarme de inmediato, sin pensar, voy directo hacia las escaleras sin escuchar si me dijeron algo, llego a la mitad y la veo… Está en el piso de la sala, con su cabeza recargada en sus patitas, como si durmiera. Desde ahí sé que no respira, me caigo en el escalón, contra la pared y mi mente se nubla como si me hubieran metido a un frasco, no escucho nada de lo que dicen mi mamá y mi hermano, ni siquiera sé qué hace mi cuerpo, no sé si lloro porque no siento mi piel, ni mi cara, solo miro. No puedo dejar de mirarla y tengo miedo. Tengo miedo y quiero que se pare el tiempo porque no sé qué voy a hacer… Al fin siento que no puedo respirar porque me ahogo con el llanto, no sé cómo me levanto y me acerco a tocarla, está tibia como si acabara de pasar… mi hermano me ayuda a ponerla en otro cuarto y me dicen que esperemos… Me dicen que suba a tratar de dormir un poco, pero no puedo dejar de llorar, me quedo 2 horas acostada en la cama en silencio, en el limbo entre llorar y no poder pensar en nada más. La enterramos en el jardín, mi tía y mi hermano lo hicieron realmente, yo apenas si podía mirar. Pongo su

foto en todas partes porque no quiero aceptar que ya no la veré más. Salgo de la casa rápido para evitar ver el jardín, mi mente se bloquea como para poder dejar de llorar. Mi teoría es que siempre me ha gustado escapar de la realidad, creo que por eso era dark y siempre tuve la idea de estudiar actuación pero ahora me siento como un zombie que solo piensa “¿Por qué?, ¿Por qué? ¿por qué?” Una y otra vez. No quiero ir a casa, me quiero morir. Ella estaba conmigo siempre que me quería morir… y ahora está en el jardín. Para ese momento, demasiadas cosas se habían acumulado durante muchos años en mí y yo era como una bomba de tiempo... Ese fue el primer día que recuerdo haber tenido ansiedad. La bomba de mi mente no explotó, más bien creo que se rompió. III Sé que te incomodan un poco los saludos y las preguntas de “cómo estás” y esas cosas así que pasaré directa-


12 mente a decirte que me alegra que al fin te des la oportunidad de compartir de algún modo lo que escribes, hace poco tiempo eso aún parecía tan poco probable como una cuarentena de tres meses y contando, pero henos aquí. Quiero agradecerte porque finalmente nos estamos llevando mejor, después de 25 años, sabes que pudieron ser muchos más, pero de todos modos aún me pregunto ¿por qué es tan difícil? ¿Por qué es tan difícil escribirte? O terminar de aceptarte o amarte del todo... Hace días pensaba que cuando llega la ansiedad, se siente como estar enmedio de un bosque durante una tormenta, dónde los árboles son demasiado grandes y son tantos que no puedes ver casi nada mientras te mojas y temes que te caiga un rayo. No sé si siempre haya sido ansiedad, pero ahora entiendo que siempre te has sentido como ese bosque. Creo que aún te asusta porque piensas que hay cosas dentro que pueden destruirte… pero también hay cosas que te salvan, como los charquitos de agua turbia que reflejan el sol. Me gustan tus

contrastes e incluso tus contradicciones y creo que antes no creía que eso estuviera bien, creía que solo tenía derecho a amarte hasta que fueras suficiente. ¿Suficiente qué? Siempre hay algo nuevo, esa no era la pregunta correcta…: ¿para quién? Sigue siendo un buen pretexto para torturarte, cierto? Estoy cansada. Lo confieso, más que nada por eso renuncio. Renuncio a esas preguntas, a seguir diciéndote todo lo que deberías ser y no eres, lo que te falta, lo que no haces y otros sí, renuncio a seguir diciéndote “no”, porque estoy cansada de esperar para poder decirte que sí o para poder abrazarte cuando lloras, para poder decirte que te vayas cuando te hieren, que aunque salga mal no estarás sola porque iré contigo y prometerte que eso será suficiente porque lo sé, ahora lo sé. Ya no necesito de tantas cosas que antes creía que te faltaban, ya no me importa nada más que estés bien, como tú quieras estarlo. Siempre te he querido y ya no me siento culpable de decirlo. Y lo siento, lo siento tanto, por todo el daño que nos hemos hecho, por todo el tiempo y lo que nos ha costado. Eres alguien capaz de sentir intensamente en este mundo en el que es más fácil estar adormecido.


13 Aquí estás, y no eres quien está bajo la tormenta, eres también la tormenta. Y lo bueno de serlo es que el agua que es tormenta puede ser también río, mar o rocío.

Ileana Cruz Estudio teatro y actualmente le hace a la actuación, producción y docencia. Escribir y la danza son lo que evita que se vuelva loca. Ama el color negro y prefiere el calor al frío.


AMOR ROMÁNTICO por Gabriela Gutiérrez González Mi nombre es Gabriela, tengo 36 años y soy una adicta al amor romántico en remisión. Durante los primeros 30 años de mi transitar por esta tierra encontré un amor de mi vida cada dos años, más, menos, fui algo así como una monógama compulsiva en serie, porque estaba segura de que eventualmente llegaría el bueno, el de a deveras con el que me fugaría en su motocicleta mientras su cabello largo al viento me haría sentir que ahí comenzaba mi vivieron felices para siempre. Culpo a LG la grande, la estación de radio de mi pueblo con la que me desperté cada mañana en mi infancia al ritmo de hombres y mujeres muriéndose de amor, culpo a Disney, por supuesto que culpo a Disney por sus pinches finales felices con príncipes y princesas, pero sobre todo culpo a la mesa de noche de mi tía María que estaba repleta de novelas rosas de Corín Tellado, eran tantas que nunca notaba si faltaba alguna y yo teniendo 6 o 7 años podía encerrarme a leer en su cuarto de costura horas enteras las apasionantes e intrigosas historias donde el amor heterosexual triunfaba contra viento y marea. Si tú como yo anduviste o andas perdi-

da en el espiral de las relaciones donde el amor lo puede todo, ponte cómoda, que esto te puede interesar. ¿Dónde aprendí el amor romántico? La primera vez que me entregué sin decoro ni prudencia a la idea del amor romántico y para toda la vida, fue a los 12 años, ya había estado enamorada antes, por supuesto, pero, nunca había sido correspondida. Se llamaba Juan José, tenía un año más que yo, era delgado al grado desnutrición y usaba ropa tres tallas más grandes a la suya, no tenía más cabello en la cabeza que un copete en la parte de adelante que se peinaba con una onda a la Elvis Presley que a mí me hacía suspirar nada más por verle pasar. No cruzamos nunca palabra alguna antes de entablar una apasionada y no muy prolongada relación epistolar. Él escribió la primera carta, enviada por un emisario del que ahora ni el nombre o el rostro recuerdo, era un pequeño sobre con mi nombre mal escrito, ¿Qué tan difícil era escribir Gaby?, bastante, hay por lo menos tres posibilidades de equivocarse, y bueno él se equivo-


15 co en las tres; adentro una terriblemente mal redactada confesión de amor. No comí, ni dormí por tres días seguidos lo único que hacía sentido en mi vida era doblar y desdoblar mi carta para ver y volver a ver el dibujo del corazón atravesado por una flecha que sangraba en una copa, con mi nombre, mal escrito, y el de él entrelazados en el centro seguido de un ¡forever! Recuerdo que le contesté que él a mí también me gustaba y que nada me gustaría más que ser su novia para siempre, pero la verdad es que no me dejaban tener novio todavía pero que si él quería podíamos ser novios a escondidas. Que placer más grande que el del amor prohibido, que sensación más maravillosa que la de comerse la fruta prohibida. Él me contestó que sí, que estaba dispuesto porque me amaba tanto que podía hacer cualquier sacrificio por mí. Nos escribíamos cartas llenas de faltas de ortografía y cursilería, nos tomábamos la mano de vez en cuando y hasta algún beso con exceso de saliva nos dimos, pero no estaba en nuestro destino permanecer juntos, él tuvo que regresar a su natal durango y no había nada más que hacer, nada más

que un juramento: amarnos toda la vida y al cumplir 18 buscarnos para continuar con nuestra historia. La verdad es que 2 años más tarde volví a encontrar al amor de mi vida y tuve que escribirle una muy desgarradora carta de despedida a Juan José, que seguramente nunca recibió, para romper con él y con mi juramento y así poder jurarle amor eterno al nuevo. Pero la historia no termina ahí, años más tarde, muchos años más tarde, conversando con una buena amiga sobre los primeros amores de la vida nos dimos cuenta que el tal Juan José era un grandísimo hijo del mal, y mientras tenía un amor epistolar conmigo, tenía uno de a deveras con mi amiga, que en aquel entonces todavía no era mi amiga. La transición Los primeros amores de la vida fueron de chocolate, de manita sudada y arrebato carnal en la última fila del cine, sin embargo, ahí, entre celos y juramentos, paso a pasito se va alimentando al monstruo, que no para de crecer y crecer, hasta que un día te come de un bocado, así completita y sin masticar, y lo que es peor, tú y tus ideas del siglo 18, se instalan cómodamente en las en-


16 trañas del monstruo, sí es verdad que es oscuro, y hace tanto frío que duelen los huesos, pero bueno, la tradición católica en la que fuiste educada dicta que el que ama sufre, esa oscuridad, frio y dolor son apenas una prueba de cuanto eres capaz de amar, es tú cruz decían las abuelas. No me enorgullece decirlo, pero la verdad es que mientras viví en las entrañas del monstruo, tuve una gran variedad de cruces que cargar, amores caníbales de garras afiladas que tomaban todo cuanto podían mientras yo les justificaba, hasta que no podía más y dejaba de habitar al monstruo para volverme el monstruo, porque por supuesto además de todo, cuando elegía abandonar esas relaciones no podía obviar la culpa de no haber podido con todo. La estancia Después de esa magistral entrada a las mazmorras de la búsqueda del amor para toda la vida, me instalé por un tiempo, más largo del que me gustaría reconocer, en la habitación del amor todo lo puede y rondé de relación en relación, salvando a pobres y desprovistos de amor propio, hombres frágiles y sensibles, indefensos y dis-

puestos a ser salvados. Esta parte podría ser muy muy muy larga, pero para muestra un botón decía mi abuela: Nos fuimos a vivir a otra ciudad, no nos fuimos, me lo llevé a vivir a otra ciudad. ¿Por qué? Porque podía, porque quería, porque para salvarlo necesitaba alejarlo de todo lo que le hacía mal. Él sin mucha voluntad, pero tampoco sin resistencia alguna, hizo las maletas y me siguió sin promesas ni palabras dulces, pero con el acuerdo “tácito” de amarnos para toda la vida ¿Porque así funciona? ¿No? Una elige al más desprotegido y emproblemado ejemplar del mercado de las almas atribuladas y la carne disponible y lo salva. Porque por supuesto, el amor lo puede todo y seguro la abulia se disiparía cuando juntos descubriéramos lo maravilloso de la vida en común. El amor lo puede todo, el amor lo puede todo, me repetía como mantra cada mañana cuando él prendía el primer porro para distender el tiempo y la realidad y yo comenzaba la jornada laboral, el amor lo puede todo, el amor lo puede todo, como suplica a eros, me decía cada


17 noche cuando llegaba la hora de dormir y él encendía el último porro de la noche para librar una batalla de en un video juego, entrar al chat para hablar con cualquier persona a kilómetros de distancia, mirar pornografía o cualquier otra actividad que no implicara venir a dormir conmigo. El amor lo puede todo me decía él cuando harta de todo le reclamaba atención, consideración o lo que sea que pudiera darme. El amor lo puede todo, me decía y después me contaba lo triste que había sido su infancia, lo complicado que resultaba vivir en su mente y lo mal que lo había tratado la vida, seguido de eso, para corroborar que el amor lo podía todo: llanto, profundas confesiones de amor, porque nadie podía quererlo como yo, porque era afortunado de tenerme, porque sin mí su vida sería aún más miserable, porque si yo lo dejaba seguro se moriría de tristeza. Entonces nos abrazábamos y la descarga de dopamina en mi cerebro me hacía creer que era verdad el amor lo podía todo. ¿Cuánto duro esto? Tres años. ¿Por qué no

lo dejaba? Porque pasé de ser la salvadora a necesitar ser salvada, el miedo se sembraba y cimbraba cada noche en mi cuerpo como minas explosivas que me hacían paralizarme: él me quería pese a mi locura, a mi gordura y a mis ansiedades, él me quería me lo decía poco y por lo regular después de señalarme alguno que otro detalle que yo por supuesto, podía mejorar para que me quisiera más, pero me quería y además ya dijimos que el amor lo puede todo y no se nos olvide que amar implica sacrificio, él se sacrificaba cada día por estar conmigo y yo.. yo tenía que estar agradecida por eso. Me engañó tres veces. La primera fue porque estaba borracho. La segunda porque yo había descuidado la relación. La tercera porque había estado pensando en lo terrible del yugo de la monogamia y sin comunicado previo había decidido que lo suyo era la libertad y el poliamor. ¿Cuándo me fui? Cuando pude y como pude, cuando logré decirme a mí misma, parece que este tampoco es el amor de tu vida…


18 La salida No era el amor de mi vida, porque tal cosa no existe y cuesta miles de pesos en terapia darse cuenta de ello, mi terapeuta me recomendó escribir una carta para hacer las pases conmigo y bueno, qué les digo ella es la experta: Querida Lila (Al público: así me digo de cariño) Últimamente he estado pensando mucho en ti, es decir en mí, bueno ya tú sabes cómo es esto, en nosotras y nuestras historias, nuestras batallas y tristezas, sí, sí también en nuestras alegrías, pero qué te digo, soy humana demasiado humana y me gusta más el drama que la gloria, pensaba particularmente en ese exótico traje, hecho de girones de romances fugaces y memorias cada vez más difusas de días que se debatían entre la excitación y el dolor, y que por alguna razón que no voy a explicar, no porque no quiera, sino porque todavía no me es posible hacerlo, te cocí al cuerpo y me dio por llamarlo, intensidad sexo afectiva, putería le llamaron otros, la nomenclatura no es algo que importe ahora mismo.

Al final las cosas nunca salieron como se esperaba, como vieja canción de Joaquín Sabina: y cada vez peor y cada vez más rotas, y cada vez más tú y cada vez más yo sin rastro de nosotras. Y no, la intención de esta carta no es hacer un acto de contrición ni mucho menos pedir disculpas o contarte algo que no sepas. La intención es hablar sobre el tema, ahora que ya no duele, no tanto, y develar los cómo, los por qué, y si se puede los para qué, los dóndes no, esos las dos los tenemos claro. Y es que hace poco alguien me dijo: Como que andas muy enamorada de ti últimamente ¿No te parece? Me quedé con las ganas de contestarle después de 30 años de andar todo el tiempo muy enamorada de alguien más, ya me lo merecía ¿no? Pero me límite a sonreír y cambié de tema. Pero tampoco te creas mucho ese cuento de que una anda de vato en vato, nada más porque no se quiere a sí misma, como dicen las nuevas buenas conciencias, no, yo a ti te quiero un chingo, pero, entre novelas rosas y malas compañías, aprendí el acto de emparejarse como una necesidad básica de la especie humana, y entendí las relaciones así: comunes, tradi-


19 cionales, heteronormadas, violentas, posesivas, exclusivas y por supuesto intensas. Pero calma, calma, que como te dije antes, no escribo para asignar culpas, ni mucho menos para que nos demos golpes de pecho, como decía tu abuela, que también era la mía: Ya lo bailado ni quien te lo quite, sé que no eres determinista y te fastidia que te diga que viviste lo que tenías que vivir para ser hoy quién eres, pero piénsalo bien y un poco de verdad tengo en mi palabras, si no hubieras encontrado al amor de tu vida cada dos años y te hubieras quedado con el primero, o con el segundo, ese que amenazó con suicidarse porque no quisiste quedarte en el pueblo y ser la madre de sus hijos. O con el tercero, el que de verdad intentó suicidarse en tu casa y después de llamar a una ambulancia tuviste que chutarte el desfile familiar amenazándote por si algo le pasaba a su bebito; o el cuarto, ese que te dejó porque su religión no le permitía una relación tan abierta; o el quinto ese que se dedicaba a la vida contemplativa y no trabajaba porque era poeta; o el sexto al que adoptaste como hijo y tenías que conseguirle trabajo, cocinarle y

darle su medicina; o el siguiente que se fue con su ex a París y regresó para proponerte que hicieran un trio; o el narcisista del 10° que hasta la fecha te habla cuando necesita que alguien le levante el autoestima; o el siguiente, o el siguiente, pero no, aunque anhelabas con el alma que ese sí fuera el amor de tu vida, tuviste la fortaleza necesaria para tomar tu parte de responsabilidad en el caso y salir de ahí, aprendiste a lidiar con tus tristezas, creciste en el camino y eso, lo creas o no es lo mejor que te pudo haber pasado. Aunque eso no signifique absolutamente nada más, que ahora puedas relacionarte distinto, no, no descubriste el secreto del amor, ni mucho menos desentrañaste los misterios de la verdad absoluta de nada, únicamente te liberaste del imperativo que tú solita te impusiste y mucho tiempo rigió tus días, bien por eso pequeña Lila y a darle, que el amor propio no te ensimisme que tampoco se trata de eso, pero que nunca más pongas en riesgo tu integridad, física o emocional en aras de un amor para toda la vida, porque eso sí que no existe.


20 Con amor Lila Si usted sigue ahí, no le ha dado cerrar a la ventana ni pausado o silenciado el video, además de agradecerle su escucha, mirada y hasta su sonrisa, eso me indica o que me tiene en buena estima, le gusta el chisme o algo de lo que digo le hace sentido, esperando que sea lo último le digo: Hablemos más de amor romántico, cuestionemos nuestros vínculos, porque de otra forma no podemos cambiarlos y correremos el riesgo de verdaderamente quedarnos ahí, para siempre… siempre… siempre

Gabriela Gutiérrez González Tiene 36 años , es filósofa, escritora, tallerista y proximamente psicóloga, vive en el estado de México desde hace 3 años, le gustan los días soleados y le disgusta el café.


CONDICIÓN DIABÉTICA por Lourdes Jauregui 1. Diabéticos anónimos. Buenas tardes. Me llamo Lou y estoy en condición de diabetes. Estoy aquí para compartir con ustedes cómo he llevado mi condición en esta crisis en que el tiempo nos devora. Les voy a contar mis sueños y mis despertares. 2. Dulces sueños De los cinco que tenía, nada más me quedan cuatro, cuatro, cuatro… Y ahí estaba el dibujo de un pie, un pie al que le faltaba el dedo gordo. Vi el dibujo en la mañana. De noche tuve una pesadilla. Me veía sin una pierna. Tenía rostro, torso y manos, pero no tenía pierna. En el sueño, estaba sentada y contemplaba el hueco, la ausencia de una parte de mí. Y vi mi rostro ausente. Mi rostro ausente de vida. 3. Su tarjeta no tiene fondos. Este otro sueño es de esos sueños que se viven no mientras dormimos sino estando alerta. De esas veces que estás leyendo o viendo la televisión, o vas en el pesero, y de pronto ¡Pum! Ya no estás ahí, estás en otro lado.

En ese sueño, me veía en una habitación blanca, muy blanca. Yo estaba conectada al aparato de diálisis. Entraba un hombre y me decía: “Su tarjeta no tiene fondos. Tiene que liquidar para poder darla de alta”. Y yo me quedaba como la habitación, blanca, blanca, blanca… 4. ¡Que lo muerda, que lo muerda! ¡El pastel era enorme! ¡Que lo muerda, que lo muerda! ¡Que lo muerda, que lo muerda! Gritaban como jauría. Yo les dije: “no voy a morder nada”. Y no, no mordí el pastel. Se enojaron, pero a mi me gustó escucharme cuando dije “no”. Me pareció que lo que mordía era un poco de libertad. Sentí que guardaba una entereza que no conocía antes y que salía a flote en un tempestuoso mar de ¡muerde! ¡muerde! ¡muerde!…¡Come! ¡Come! ¡Come hasta hartarte! ¡Come que nada te hace daño! ¡Come como comemos todos! ¡Come, de todos modos te vas a morir! 5. La palabrota –¿Se mide la glucosa cuando pasan esos eventos?– Me preguntó. Sí –le dije– A veces 80, otras 70.


22 –¿Y con eso se siente mal? Esas cifras no son significativas para hablar de hipoglicemia. Si tuviera 60.… –¡Perdón! – Interrumpí con molestia– Yo siento horrible, mis manos tiemblan, sudo, muero de hambre, me pongo muy ansiosa…. –Son sensaciones subjetivas– Me contestó desde su discurso de poder-saber. Yo me quedé pensando varios días en eso de la subjetividad y concluí que esa palabra sirvió para decirme “¡mentirosa! ¡No tienes bajones, tienes sensaciones de bajones, tus bajones no son reales!”. Tal vez no quiso decirme mentirosa… Tal vez, eso de la subjetividad no sea más que…una palabrota… que yo no supe interpretar. 6. Sonrisa Colgate Sin perder su sonrisa de comercial, la secretaria me dijo: “Sí está el doctor, pero no le puedo pasar su recado porque…El doctor es muy delicado” ¡ Qué delicadito el Doctor! Un gramo de empatía por su delicadeza, digo yo…

7. Una pequeña confesión Al saber que mi condición diabética era tomada como comorbilidad con Covid-19 empecé a darme cuenta que yo en verdad tenía miedo de morir. No por el hecho de morir como tal, que ya en sí es cosa seria, sino que me invadió un pánico ante el hecho de la muerte, de la muerte en solitario. Entonces, me dejé arrastrar por los llamados <<dilemas éticos>> que se basan en valoraciones temporales para decidir quién se hace merecedor de un respirador. Dios gusta del juego de dados… Pero no creo, en caso de que existan dados y en caso de que realmente estén en dedos inmateriales, que señor Dios esté a carcajadas en estos instantes… En un primer momento pensé que criterios como “persona alegre que ama la vida y sin conflictos existenciales”, “persona altamente productiva” o cosa parecida me pondrían en el primer sillón de la sala de espera, pero en cuanto apareciera el enfarragoso diagnóstico de diabetes me mandarían al último asiento… El premio sería, entonces, para persona con futuro prometedor. Después tuve la brillante idea de mandar una carta al Comité de Bioética que se encarga de estos asuntillos y entregarles la solución a este


23 dilema. La carta no sería ni larga ni rebuscada, de manera simple escribiría, “solución al dilema respiradores en tiempos de Covid 19: <<Valor inconmensurable>>”. Pensaba también en esta otra respuesta: <<Justicia social>>. Y claro, firmaría haciéndome responsable y, por qué no, sintiéndome meritoria por la solución al dilema de nuestros días. Con elegante letra cursiva firmaría: Lou. Valor inconmensurable… Justicia social… Ummm. Creo que mejor le dirigiré la carta a nuestro indeseado visitante. Le diré: “te atragantarás con nuestro tiempo, pero no serás eterno, nos robarás los sueños pero no nos arrancarás los besos, las caricias, los cuerpos que entregamos y nos entregaron. Alguien recordará nuestras sonrisas y nuestras lágrimas. Eso le diré.

birse. Intentaré escribir-te para relatar-te. Te escribiré a ti Lou, te contaré lo que siento en estos días que se escapan como agua entre las manos. Te propongo que miremos un poco hacia atrás. Mírate, te ves guapísima con tu uniforme blanco, tan blanco como la nieve. Sí, ya sé que nunca has visto la nieve, a no ser la nieve de coco de La Michoacana… ¡Pero que pelo tan chulo! Todo engomado para que la cofia se quede en su lugar. Sé que estas enamorada de esa imagen de ti misma porque es la imagen de Lou soñadora. Lou soñadora y sanadora. Lou sanadora de otros. Mírate muchacha encantadora. Mírate ahora, sanadora de ti misma, sanadora de tu propio páncreas que se retuerce como trapeador cuando se cansa de funcionar a empujones…Mírate, sanadora.

8. Cartita Una se escribe de noche y de día, de tarde y de mañana. Una se escribe a gritos y en silencio. Una se escribe con lágrimas de sal y sollozos de azúcar. Una trae su historia escrita en el cuerpo pero leerla nunca será de forma clara ni precisa porque somos historia que cambia, que se borra a sí misma para volver a escri-

Te das cuenta que tu páncreas no va a sanar del todo, que necesitas de otros para que ese trapeador no se doble tanto…Vas a necesitar de otros para decir adiós ¿Te das cuenta de la importancia de recuperar tu imagen de nieve? Es para que ella haga lo que a veces tú solías hacer, acompañar a los que estaban solos. Vamos Lou, dicta tus propias palabras, escríbela en tus pies para


24 que bailen la danza del adiós, deja caer gota a gota esa historia no contada a tu oído para que escuches tu propio llanto negado. Hola. Soy Lou y estoy en condición de diabetes…

María de Lourdes Jáuregui Espinoza. Es actriz y directora teatral. Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México y Maestra en Filosofía por la Universidad de Guanajuato, Guanajuato, México. Escribe ensayo, teatro, cuento y poesía.


LA HIJA DE LA SEÑORA

DE LA LIMPIEZA

por Mar García

Que esta voz, aun enclenque, alcance a las mujeres que crecieron observando casas ajenas, sin tocar porque “puedes romper”; que alcance a aquellas que en la intimidad de sus círculos les sobra la lengua para criticar lo mal que la “muchacha” limpia lo que ellas ensucian, que esta voz se quede guardada en la memoria de quien crea que pagar 250.00 a cambio de que le limpien su hogar es un acto de caridad al que le sobran las prestaciones laborales.

Quién eres tú, Mariana? no sé y poco me ha importado saberlo, me permití desbordarme, fluir por donde hubiera espacio, invadir los huecos olvidados.

Habla a quien le han intentado borrar cada una de las letras de su nombre, a quien la han reducido a la obvia consecuencia de existencias incómodas. Y ahora, ahora que es su turno, las palabras perezosas se han amontonado en la garganta, forman un cúmulo que estorba casi como cuando el alma está rota. Los ojos se precipitan y deshacen en tormenta. La memoria cansa, deposita sus dolores en mis brazos, los arrastra más allá del suelo, hoy no son raíces sino anclas.

Aprendí a seguir a pesar de la carencia, a improvisar, renuncié a figurar para los demás, porque al final era un gasto de energía, aprendí a jugar conmigo misma en un rincón apartado.

Tantas veces y de tantas formas se me hizo saber qué no era nadie que me lo creí, me resigné y abracé lo único que parecía seguro, construí mi propia felicidad con los retazos de lo que la gente tira, gente como las de las casas donde mamá limpiaba.

Justo ahora debería tener valiosísimos consejos para ti, decirte que al final todo estará bien , que el miedo a enunciarte desaparecerá y en su lugar brotaran palabras cálidas y sonrientes sobre tus encantadoras virtudes cual final de certamen de belleza. No es así, a pesar del tiempo, sigues diluyéndote entre la multitud.


26 Y más bien no es que no sepas quién eres, es que tienes miedo de decirlo a los demás, escondes a la pequeña Mariana para que nadie la dañe, pero ella se te escapa entre las risas y la confianza, salta de un gesto a otro, tú la persigues nerviosa, temerosa de que un movimiento en falso les traiga un viejo dolor al cuerpo, que la memoria les traicione y las envuelva en historias amargas en las que fue borrada. ¿Recuerdas como cuáles? sí, son tantas en las que una avanza como fantasma al lado de mamá, sin tocar y sin dejar huella para no dar razones para que desconfíen de ti y de lo que guardas en tus bolsillos. Crecí viendo a mi madre sudar mientras lavaba pisos con acabados bonitos, crecí con la consigna de estudiar antes que ser empleada, sin palabras me enseñaban que limpiar la casa de otros no era opción. La vez que intenté imitar las labores de mi madre fue porque intercambié la limpieza de un patio por un lugar para vender mis creaciones en un bazar de compañeras

feministas. Me pareció justo, yo lavaba y dejaba listo el espacio para ellas ya que no tenían para pagar el servicio y a cambio yo vendería mis productos sin pagar la cuota de recuperación, además era un bazar con causa, no había nada fuera de lo común, un trueque más. La cita fue una hora antes, el lugar era el garaje de una casa al sur que otra mujer había prestado. Al llegar al espacio me comuniqué con una de las organizadoras y me dijo que en breve la dueña de la casa me abriría. Así fue. La mujer salió en bata, apenas toqué el patio y me dio una escoba y un jalador, dijo que la esperara ahí y que en breve me proporcionaba jabón y otras herramientas. Volvió con ellos y con el sutil regateo que sólo se ve en las relaciones laborales de este tipo “ven por favor, cuando acabes limpias también este otro patio, es pequeño” Mientras observaba desconcertada ese otro espacio, lleno de tierra, hojas secas y macetas olvidadas la voz se alejaba con un “si necesitas algo me avisas” que se mezclaba con mil preguntas en mi cabeza… Éste


27 espacio también se ocuparía para el bazar? cómo se llama la mujer y cómo le hablo? qué esperaba que limpiara yo? Con la cabeza revuelta comencé las labores que había pactado con las compañeras, el patio frontal estaba lleno de cosas, un carro, unas bicicletas, maderas, las moví con cuidado y como Dios me dio a entender… la mujer no se volvió a aparecer. Callé la confusión de mi cabeza y me centré en cumplir mi compromiso, mientras un hombre apareció sólo para sacar el auto, sin preocuparse por la presencia de una mujer extraña lavando su patio. También apareció una mujer en la cocina, ella solo se limitó a hacer una extraña mueca parecida a una sonrisa cuando nuestras miradas se cruzaron. Todos los habitantes de esa casa mostraban soltura al ver a la extraña limpiar, quizás porque no era blanca, quizás porque dejaba ver una familiaridad con el trapeador, quizás porque aunque te digan que no es el camino, una termina imitando los pasos, la forma de andar la vida.

Los murmullos de las otras vendedoras se escuchaban ya detrás del portón, la hora de iniciar había llegado; abrimos las puertas de la casa ajena a mujeres desconocidas, mujeres que también me desconocían. Entre esas caritas apareció la de Lu, una de las organizadoras, venía con su pareja, Nu. Tan hermosas y cálidas llegarón a abrazarme, a agradecer el apoyo, llegaron a atrapar el pájaro de mi voz que había emprendido el vuelo, azorado. De la limpieza del otro patio? solo recogí algunas hojas y enderecé algunas macetas. A pesar de tener plena confianza en las organizadoras no les conté nada de lo sucedido, quizás porque mi NO apenas alcanzaba para accionar. Aquella vez no era la primera que yo desempeñaba labores manuales y de limpieza, pero sí la primera que me sentí totalmente anulada, no hubo espacio para preguntar mi nombre, para el dialogo de tú a tú sobre lo que se iba a hacer, parecía más bien como si en la cabeza de aquella mujer atareada y distante yo fuera sólo


28 “ la chica de la limpieza” a la que hay que aprovechar ahora que está, me regresaba a la cabeza tantas veces que escuché le dijeran a mi madre “Chela, antes de que te vayas puedes lavarme estas jergas” o “ los platos que acaban de salir” Aunque “crezcas” terminas moviéndote entre el “sí” involuntario y el miedo a tomar el justo NO, luchar entre lo que eres y la identidad de salvadora de tu madre que los otros te quieren adjudicar, aun cuando es de ellos de quien la tienes que salvar. Aprendes a que el personal de limpieza actúa en silencio y en soledad aun cuando después los dueños verifiquen si están todas sus pertenencias en su lugar, aprendes también que decir “la señora que me ayuda en la casa” significa “la mujer que desconozco totalmente pero que soluciona todo en mi hogar y a la cual no estoy dispuesta a pagarle lo mismo que a un profesional” Y aun que una no repita a cabalidad los pasos de sus predecesoras, hereda el dolor que pagó el camino mejor que ahora puedes andar, se te siembra en el plexo solar, se vuelve parte de ti.

1 ¿alguna vez te había definido la ocupación de tus padres? Recuerdo en documentos en primaria y secundaria, mi mamá siempre pidió que pusiera que ella era sólo ama de casa, pero en general nunca me disgustó, creo que era porque los primeros años mi mamá trabajó con Tía Peya y ahí nos trataban bien, era mi familiar y me daba un platote de cereal que me dejaba muy llena. También creo que era porque me gustaba jugar con los niños de la vecindad de la que era dueña mi tía. 2 ¿Quién era tu tía Peya? Era una hermana muy cariñosa de mi abuela paterna, se llamaba Ofelia, para ella no era la hija de la muchacha o algo similar, era su sobrina y me llenaba de cosas. Su casa era muy bonita pero no la sentía como casa, parecía más como museo. 3 ¿Alguna vez preguntaste a tu madre por qué no ponía su ocupación? no, creo que en casa estaba muy claro que esas cosas no se decían por que podían ser perjudiciales cuando solicitábamos una beca de desempeño escolar. O sea, las amigas de mi mamá de la primaria sabía a lo que se dedicaba, mucha gente sabía que ella


29 limpiaba hogares y de alguna forma había una buena reputación por ser honesta. 4 ¿Cuándo pensaste en las labores de tu madre como algo poco común? No tengo recuerdos de la secundaria, quizás porque era una estatal. Nadie tenía un papá profesionista, sabíamos bien que estar en esa escuela nos colocaba en una especie de piso común, pues los niños más “acomodados” del pueblo iban a escuelas privadas o al DF. Creo que fue hasta la universidad, una ocasión un grupo de compañeros competía sutil ( y estúpidamente) por ver qué papá daba mayor gasto y qué mamá lo gastaba más absurdamente, había risitas tontas y sólo tres compañeros llevaban la platica. 5 Si no te incomodaba, ¿por qué elegiste este tema? Porque con forme fui habitando espacios no comunes en el lugar donde nací, comencé a ver mis particularidades, mismas que para nada estaban a la altura de las de los demás. Mi historia no era esperable en esos espacios, y aunque mis modos y formas resaltaban por ajenos, siempre terminaban siendo silenciados. Descubrí que en esos espacios de “profesionales” se me trataba igual

que en los trabajos de mi madre, con una condescendencia amarga, casi forzada. Se me atribuían características heroicas que yo jamás reclamé, es decir, casi como si supieran que soy parte de la primera generación de mi familia en acceder a formación universitaria y eso representara una especie de salvación para mi estirpe. 6 Alguien de tu ámbito laboral te trata diferente por conocer la labor de tu madre? Nadie la conoce porque nadie ha preguntado nunca, se asume o se invisibiliza. Hay quien más bien hereda las oportunidades por la trayectoria ma/paterna, y en ese caso no hay más que decir, hay otros que las profesiones de sus padres sutilmente se dejan ver en sus relatos sobre su vida personal, otros más, como yo, somos como los colados, esos de los que no se indaga más no vaya a ser que te pongas en una situación incómoda, sólo aceptas que están ahí cual sobrevivientes de entornos desafortunados y ya. 7 Si no han existido episodios de discriminación, ¿cómo afirmas que hay alguna relación entre la ocupación de tu madre y la forma en que te relacionas en otros espa-


30 cios, sobre todo profesionales? Porque es más bien un secreto a voces, el cuerpo absorbe formas y maneras y esas evidencian tu historia, cuando la gente que generalmente ocupa servicios como el de tu madre te detecta, te trata de la misma forma en que trata a las hijas de sus “muchachas”, no espera a conocerte como persona, se adelanta a disponer la situación de la manera que le resulte más cómoda, y esa es siempre vertical. 8 Como ha sido tu relación con el personal de limpieza de los espacios donde haz trabajado? muy intensa en opinión de los directivos, con palabras de más a favor del personal de limpieza, sin embargo, el mismo personal de limpieza siempre marcan una especie de distancia cariñosa conmigo, porque al final yo soy parte de los otros, no soy la muchacha que limpia con ellos, soy la muchacha que les habla muy cercana quiensabeporque y que al final no vive las mismas opresiones laborales que ellos. Supongo que eso también es importante que yo recuerde, que al final la historia de mi madre me atraviesa pero no es mi historia.

9 Cuál es tu historia entonces? quizás la de la mujer que se esfuerza por no arrepentirse de ir de rojo y con actitudes jocosas en un ambiente de etiqueta, casi como en el openning de la Niñera. Al final, la lucha es por que se reconozca mi identidad más allá de sus estereotipos clasistas que muchos refuerzan para seguir cómodos, al final creo que es porque quiero que se me deje de ver como redentora de un panorama apocalíptico que ellos mismos alimentan. El asunto ya no es si soy la hija de la señora de la limpieza, sino quién es la hija de la señora de limpieza. 10 y quién es la hija de la señora de la limpieza? La mujer que redacta esa compilación de un encuentro iberoamericano sobre arte y pedagogía, la abortera, la que organiza ese maravillosos bazar vintage en la roma, la que le habla de territorio y arraigo a angloparlantes que visitan jipiosamente la Sierra de Guadalupe, a la que gusta el ate con queso y “los gatitos”, esos pequeños cuadritos de mazapán y chocolate. La hija de la señora de la limpieza soy yo y soy más que eso.


31

Mar García Arteeducadora, dicen. Realmente le encanta el intercambio de saberes en forma de creación. Extraña la Sierra Sur pero se consuela con sus macetas.


QUERIDA VIRIDIANA por Viridiana Ortega Sainz Esta es una confesión. Un punto de partida para descubrir qué es lo que está creciendo de las semillas que sembró una ruptura de mundo. Es una verdad que ha nacido entre las grietas. Es, también, un poco de esperanza. Querida Viridiana, Tienes un secreto que ya no te cabe en el cuerpo. Se te va escurriendo poco a poco entre los dientes y se te inunda la boca de verdades que todavía tienes miedo de hablar. Te has encerrado en tu soledad últimamente. Quizá tenías cosas que pensar. O no. Tal vez sólo tienes miedo. Al principio sentías que esta verdad te cambiaría por completo. Pero después de recorrerte con la mirada no te has notado distinta. No es que esto haya salido a la luz súbitamente. Fue revelándose poco a poco en ti. Le fuiste quitando el velo lentamente. Pero también fue rebelándose, desobediente. Así vas aceptándote despacio, con esfuerzo, porque este proceso es difícil y da miedo y quien diga que no está mintiendo.

Está bien si todavía tienes miedo y no sabes bien qué decir. Podemos quedarnos en silencio, llorar un rato, mirarnos. Nadie ha dicho que es fácil salir del clóset con una misma. Pero si lo piensas bien, tampoco es tan difícil. Has convivido contigo toda tu vida. Te conoces bien. Siéntete libre de hablarme de lo que quieras, pero más sobre lo que necesitas. Que si aún no puedes hacerlo con el resto del mundo, por lo menos sabes que puedes hacerlo conmigo, que soy tú. Siéntete tu hogar de nuevo que aquí puedes estar tranquila. Después se lo dirás a quién merezca escucharlo, a quien pueda conocerte entera y se atreva a amarte. Que tú ya te amas a ti misma, no se te olvide. Y que no te haga dudarlo quien dice que no te sabes querer, si ya lo has hecho toda la vida. Así, poco a poco, te sentirás parte del mundo de nuevo. Y estarás lista para dejarte querer y cuidar también por otras y otros. Con amor, tú


33 El secreto me late en el pecho. Lo siento palpitar como una bomba, bajo mi carne. Una bomba frágil, que podría explotar en cualquier momento y revelar verdades incómodas. Recuerdo la primera vez que la vi. Bueno, tal vez no, teníamos seis o siete años. Más bien, la primera vez que la vi de nuevo, después de tanto tiempo. Las risas nunca nos han faltado y ese día fue como cualquier otro. Como si el tiempo nunca hubiera pasado. Claro que eran quince años después y la mitad de nuestras vidas. Pero me miraba como siempre. Dimos un paseo en bici, desayunamos en el pasto, platicamos todo lo que habíamos hecho con nuestras vidas, a dónde habíamos ido, y lo que habíamos visto. Fue una tarde llena de esa luz dorada del sol que resplandece en todas las cosas que toca. El tiempo pasó sin que nos diéramos cuenta y pronto debíamos regresar a nuestras casas.

Lo único que sentía diferente era una sensación extraña que me crecía en el estómago. Se me enredaban las palabras y tenía que secarme las palmas de las manos en los pantalones. Las dos queríamos alargar el tiempo. Me pidió que fuéramos a su casa, aunque estuviera lejos, y que esa tarde tan llena de risas y secretos continuara ahí. Lo dudé un momento. Tenía muchos sentimientos encontrados, estaba nerviosa, pero me sentía feliz. Con la adrenalina pesándome en la sangre y acalorando mi piel, acepté. Claro que quería ir, pero no podía explicarme las sensaciones que nacían en mí sin querer. El camino se me hizo eterno. Sentadas en la parte de atrás del coche, escuchábamos música y nuestras manos se tocaban ligeramente. Sentía que se me salía el alma por los dedos. Respiraba profundo para mantener la calma. Las luces de los coches iban y venían mientras recorríamos la distancia y nuestras manos jugueteaban, escondidas. Al fin llegamos a esa casa que nos había visto crecer. Todo seguía igual; el árbol del jardín, las pinturas en la


34 pared y un olor tan familiar que me hacía recordar todas las veces que había estado en esa casa cuando era pequeña. Me invadían unas ganas niñas de jugar y correr, de reír e imaginar historias de aventuras. Todo era tan familiar, y sin embargo, tan ajeno. De repente, sentí el paso del tiempo, me atravesaron bruscamente todas las experiencias que viví lejos, completamente ajena a ese lugar y a esas personas. Me llené de nostalgia. Preparamos palomitas, pusimos una película y nos acurrucamos para quitarnos el frío de diciembre que entraba por algún lado. Así, calientitas entre las cobijas, con la infancia asomándose traviesa entre las risas, y la juventud fresca en la memoria, de repente estábamos cerca y más cerca. Un hormigueo me recorrió el cuerpo, sentía su respiración pesada junto a la mía. Nos miramos, mientras un silencio profundo habló por nosotras. Nuestros labios se acercaron y nos dimos un beso que cimbró todo lo que creía conocer de mí. Esa noche dormimos juntas, con el cariño de conocernos desde hace muchísimos años, pero conociéndonos

por primera vez, de nuevo. Después de eso no volví a ser la misma. Hubo una revolución en mí, una verdad desvelada que ha cambiado mi mundo por completo y la manera en la que camino en él. Al día siguiente desayunamos en silencio, con algunas sonrisas tímidas. Pero no hablamos sobre lo que había pasado. Había un silencio pesado entre nosotras. Se estaba haciendo tarde y yo tenía que regresar a casa. Tomó las llaves y nos subimos al auto. No quería despedirme, pero aún no podía procesar todo lo que había pasado esa noche. Recuerdo haber estado callada todo el camino, con una bola de sentimientos atorados en la garganta. Nos atrapó un tráfico de vuelta de rueda, típico de la Ciudad de México. Me sentía claustrofóbica, presa del miedo y la indecisión. No podía ordenar mis pensamientos, ni articularlos en palabras. Pero quería decirle tantas cosas. Mientras atravesábamos a la ciudad intercambiamos apenas unas cuantas palabras y antes de que pudiera armarme de valor llegamos a cuatro caminos. El resto del trayecto hacia mi


35 casa lo haría sola, teníamos que despedirnos. Estábamos casi en la estación, la gente pasaba con prisa alrededor de nosotras, mirándonos con molestia por ser las únicas dos personas paradas en medio del gentío. Pero no nos importaba. Nos mirábamos sin saber qué decirnos, pero sin querer decir adiós. Quería acercarme, besarla de nuevo, acariciar su cabello. Intercambiábamos miradas desesperadas. Al fin me armé de valor y me acerqué. Me pesaba de esfuerzo cada movimiento. Le tomé la mano y estaba a punto de besarla cuando me dijo: “no, aquí no, pueden vernos” quitó su mano de la mía y volteó nerviosa a la gente que pasaba a nuestro al rededor. Me quedé en silencio, con una pesa en el corazón. En ese momento sentí como si millones de ojos se posaran sobre mí. Me avergoncé tanto que sentía mi cara ardiendo. La gente seguía pasando como cardumen de peces entre nosotras. De repente, escuché un cristal romperse adentro de mi cabeza. Sentí grietas abrirse camino en uno de mis pilares de mundo y cimbrarlo violentamente. En ese momento me di cuenta de que

la vida iba a ser muy difícil. A partir de ese momento, siempre iba a tener que esconderme de alguien, iban a haber personas incómodas conmigo, llenas de prejuicio. Incluidos algunos de mis amigos o tal vez mi familia. El futuro se me había volteado completamente, iba a costar más trabajo si decidía compartir mi vida con una mujer. Era peligroso ser como yo era y querer como yo quería. Había muchas cosas que no entendía en mí. Tenía mucho miedo. De repente tenía sentimientos que me parecían totalmente incomprensibles, de repente era diferente. “Cuídate” le dije. Di la vuelta y empecé a caminar hacia el andén. Se me escurrían lágrimas por las mejillas. Toda esa presión me dio náuseas. No sabía quién era. Me sentía disociada, como si alguien más moviera mi cuerpo y hablara mis palabras. Regresé a casa aturdida, sin poder mirar a nadie a los ojos. Me encerré en mi habitación, pero en realidad me encerré en mi mente. Lo que había pasado la noche anterior me producía sentimientos de adrenalina, emoción, de ternura y amor.


36 Pero al mismo tiempo tenía miedo, incertidumbre y mucha vergüenza. El secreto se ha revelado en mi interior, y ahora les hago esta confesión. Porque siento que es algo que ha adquirido fuerza propia adentro de mí, y que quiere salir a la luz. Y yo también quiero dejarlo salir, porque ya es el momento, porque estoy cansada de esconderme y hablar en voz baja. Todavía no me siento tranquila con quien soy. Todavía siento vergüenza y me da por esconderme adentro de mí misma. Porque vivo en un mundo que me ha enseñado a tenerle miedo a lo que es diferente. Que me ha enseñado que no es normal querer así, que está mal. Todavía tengo miedo de salir a la calle y que me miren como a alguien de otro planeta. Vivo en un mundo en donde todavía corro peligro por sentir lo que siento. Y lo que siento no son otra cosa que emociones humanas, como las que sienten todos y todas. Tuve que alejarme un tiempo del mundo por todos los

estigmas con los que cargaba. Me sentía culpable de querer como quiero. Sentía que revelar mis deseos y mis atracciones, me dejaba por completo descubierta y vulnerable, como alguien desnudo dispuesto al escrutinio de la gente. Y no sólo eso, sino que merecía la crítica de los demás. Sentía que al decir que me gustan las mujeres, me volvía una amenaza para ellas. Me tuve que alejar de mis amigas porque tenía miedo de dañarlas. Ahora entiendo que la violencia que ejerces depende de la calidad de humano que eres, no de tus preferencias sexuales. Que existen muchas clases de amor y todas son válidas cuando se hacen desde el respeto, el cuidado y el afecto. Me di cuenta de que esos estigmas no eran mis discursos ni mis intenciones, que son prejuicios de las personas que eligen no saber más, porque esa sí es una elección. Sé que lo que sigue no va a ser más fácil. Que todavía tengo mucho que aprender para poder aceptarme. Aún siento las grietas en mi piel. Aún tengo desquebrajado


37 uno de los pilares que sostenía mi mundo. Pero por ahí, entre esas grietas, han germinado las semillas que sembró la ruptura. La bomba en mi pecho floreció y ya no se esconde. Me sigo descubriendo, pero me siento libre de ser quien soy conmigo. Y poco a poco voy saliendo al mundo otra vez. Este es el jardín que ha crecido entre las grietas y aquí comienza la esperanza.

Viridiana Ortega Sainz llegó a la tierra en el 96. Es estudiante de Antropología, pero todavía quiere ser escritora cuando sea grande. Le gustan los perritos y cuidar de sus plantas. Una verdad que ha germinado entre las ruinas. Viridiana reflexiona sobre su identidad a partir del recuentro con una amistad de la infancia.


CIUDAD DE MÉXICO JULIO 2020


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