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Fiebre de sábado por la noche
Frente a la pantalla nos apostamos mi marido y yo. Vemos una y otra vez la noticia de la beca en el extranjero. Dieron cinco becas en total. Mencionaron mi nombre y solo uno de mis apellidos. Mencionaron el nombre de mi libro. Hubo un ligero error en el nombre del libro. La noticia duró apenas unos segundos. Mi marido retrocede el video. Está feliz. Es una buena señal que el telediario se haga eco de la literatura, dice. Es el reflejo de un cambio, dice. Pero yo no soy tan optimista.
Cenamos pollo verde en salsa agridulce, el menú de las ocasiones especiales. Mi marido usó como colorante un licor azul marca Mulata. Hace casi un año que tenemos la botella. Aún no va por la mitad. Solo la empleamos para hacer pollo verde en salsa agridulce. Hemos tenido pocas cosas que festejar. La idea me pone triste. No es un día para estar tristes, dice mi marido. Luego enciende la música.
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Las ventanas cerradas. Denise estará fuera toda la noche, haciendo lo que suele hacer. Tenemos la casa solo para nosotros. Bailamos en la sala del apartamento. Nos besamos en la sala del apartamento. Es lindo tener la casa para los dos. Algún día podremos tener una casa para los dos lejos de la periferia. A veces siento que lo mejor sería alejarnos de la periferia, de toda civilización. Vivir en la copa de un árbol milenario. Beber el agua de la lluvia. Comer hojas, hierbas y raíces. Reptar por el suelo de tierra y piedra. Retorcernos en el agua. Hablar de estas cosas me pone triste. Mi marido me carga hasta el cuarto. Me hace el amor despacio, como si tuviera miedo de romperme. Es lindo que me trate así. Eres mi lugar en la tierra. Te quiero, tanto, tanto. Nos besamos. Nos reímos de todo. El ombligo es una cuenca de agua salada. Bebo el agua salada de su ombligo. Le hago cosquillas. Retozamos toda la noche. Nos dormimos desnudos y húmedos. Las piernas entrelazadas. Los brazos entrelazados. Un solo cuerpo de cuatro brazos y cuatro piernas.
Quiero tener hijos contigo, digo. Yo también, responde, pero ahora no podemos. Pero podemos soñar, al menos con los nombres. Agrispino y Egrotopogilda. Se ríe. ¿Te gustan? Se vuelve a reír. Son bellísimos.
Al otro día la prostituta está en la sala del apartamento. Prende un cigarrillo con otro. Está desnuda. Las ventanas están abiertas. Ha encendido la tele. Está viendo el video que traje ayer. En sus labios hay colores brillantes. Tiene los hombros llenos de quemaduras de cigarro. Las quemaduras están parcheadas con goma de mascar. Mi marido y yo no nos acostumbramos. Han pasado dos años desde que vive con nosotros y no nos acostumbramos. El modo de vivir de Denise nos recuerda que estamos en la periferia. En este barrio de los suburbios donde cada día se está al borde de cada borde. A veces la odiamos, sobre todo yo. Al principio me irritaba verla caminar desnuda por la casa. Luego nos adaptamos a su desnudez. Nos hemos adaptado a tanto.
A veces asusta pensar en nuestros niveles de adaptación. Quizás la gente-insecto que habita este barrio de las afueras también se ha adaptado. Asusta imaginar que algún día hayan sido como nosotros. Asusta pensar que algún día, al mirarnos al espejo, podremos descubrir antenas en nuestras cabezas. Alas muy finas que se agiten inquietas rumbo a la luz. Denise es todo lo que no queremos ser. Pero de algún modo hemos aprendido a quererla. Tal vez sean sus grandes ojos grises. Denise un día de estos no aguanta más. Y en la casa habrá un vacío. Entonces no sabré qué hacer con todos los rollos de cinta adhesiva que he acumulado.
Eres un desastre, digo. Ella me mira y sonríe, una mueca tan gris como sus ojos. Es varicela, no te acerques, dice. El contagio, ya sabes. No seas sarcástica, dice mi marido. Quién te quemó así, pregunta. Eso qué importa. La miro y siento pena, miedo y rabia. Deberíamos llamar a la policía. Sí, claro, dice y se ríe. Son unos tipos muy duros. Te torturaron, pregunta mi marido.
Ellos creen que sí, responde. Es una pérdida de tiempo torturarme. Yo les dije que era una pérdida de tiempo. Imbéciles. Parece que no tenían nada mejor que hacer. Cómo te sientes, pregunto. Todo lo que puedo sentir está en mi cabeza inflable. La cabeza nunca ha reventado por la costura. La cabeza la salva. La cabeza la perjudica. Tengo una deuda de quince bitcoins, dice. Y quince días para pagar. Lo único de valor que posee es la vagina portable y el ano estrecho. No puede deshacerse de ellos. Así como yo no puedo deshacerme de mi computadora portátil. Los instrumentos de trabajo no se venden. Qué seríamos sin ellos. De qué otro modo pagaríamos la renta. Mi marido cae en la cuenta de que no tiene nada que vender. Es esta una conversación incómoda.
En la pantalla del televisor se muestran comerciales. Una rubia platino sonríe. Parece feliz. El aire revuelve sus cabellos. Toda la luz incide sobre sus cabellos. Un diminuto frasco de champú aparece en la esquina inferior izquierda de la pantalla.
La cifra del costo. Teléfonos. Dirección web. La rubia guiña desde la pantalla.
Música de cámara. Un lápiz labial rojo persigue a otro magenta. Luchan con las barras extendidas. El magenta salta. Aplasta al rojo. Entonces dibuja un hermoso par de labios. Los labios sonríen. Cada vez hacen comerciales peores, pienso. Los labios son los labios de la afamada cantante
Annie Kulm. Annie habla a la cámara. Explica cómo realizar una subscripción a su canal de seguimiento VIP. Finaliza diciendo que esta temporada el color de moda es el magenta.
Tienes que ver esto, dice la prostituta inflable. Retrocede el video. Aquí, dice. En la pantalla aparece la pasarela de Victoria’s
Secret. Ella es la japonesa de látex, dice. Detiene la imagen. Mi marido la mira con asombro. Es bellísima. Lo dice sin malicia. Al menos eso quiero creer. Lleva el Fantasy Bra del año, dice la prostituta.
No tenemos idea de qué es el Fantasy Bra. Tiene que explicarnos. La prostituta sonríe sin deseos. Es el sostén más caro del mundo. Está hecho con joyas y piedras preciosas. Cada año fabrican uno distinto. Ha llegado a costar quince millones. La prostituta lanza una gran bocanada de humo. Sabe mucho de ropa interior. Es innegable. Siempre supo mucho de estos temas. Era su modo de vida. En otro tiempo, por supuesto. Podría creerse que en otra vida. Cuando trabajaba en la vidriera de una supertienda y una pared de vidrio la protegía del mundo.
Siempre supe que la japonesa llegaría lejos. Lo dice y apaga el cigarrillo contra su propio cuerpo. Huele a plástico quemado. Un nuevo orificio se le dibuja en el cuerpo de vinilo. Es una abertura perfectamente redonda. El aire se va muy despacio por la nueva abertura. Ella coloca el cabo apagado del cigarrillo en el orificio.
Mi marido no soporta la escena. Se va a la cocina. Desde aquí lo escucho cortar, batir, mezclar.
Me siento junto a la prostituta inflable. No me gusta verla así. Quisiera decirle que la entiendo. Que sé cómo se siente. Estoy a punto de hablarle. Pero, en realidad. No la entiendo. No sé cómo se siente. Y no le quiero mentir. Me limito a tomar uno de sus cigarrillos. Lo enciendo. Me viene un golpe de tos. Ella se ríe. Qué haces, pregunta. Vuelve a reír mientras niega con la cabeza. Me quita el cigarro de la boca. Inhala. Exhala una gran nube de humo. La japonesa posa para la cámara. Ropa interior blanca. Tacón de aguja. Falsas alas de mariposa. No te preocupes por la deuda, dice. Tengo algunos contactos. No dice más. Una prostituta siempre sabe cuándo guardar silencio. Hay ciertas cosas que prefiero no saber.
Me alegra que le haya ido bien, dice mirando a la pantalla. Es como si yo también hubiera triunfado, sabes. Ojalá algún día, dice.
Entonces vuelve a hacer silencio. Y se pone muy seria Y da play al video. Los ojos se humedecen. Denise siente mucho cariño hacia la japonesa. Se le nota. La ve como a una hermana, o a una madre, algo así.
Mi marido trae una bandeja con el desayuno. Comemos tostadas con mantequilla. Café con leche instantánea. Ya me duelen los ojos, dice la prostituta. Entonces se quita los ojos. Los guarda en un vaso con agua. Es buena música, dice.