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Un esfuerzo definitivo
Desde la ventada de mi apartamento las personas son pequeñas pulgas que caminan por las calles retorcidas de la periferia. Este es un edificio de prefabricado. Hay filtraciones en las paredes. Hay estalagmitas y estalactitas dentro de cada habitación. Volver a los inicios. Al origen. A la forma aborigen. A la vida dentro de las cuevas. Es esta una ciudad del tiempo. En todo tiempo hubo luz. La ciudad de la luz es indiferente a nosotros. La luz es anterior y posterior a nosotros. La luz es perdurable. La luz es todo lo que no somos. A veces quisiera subir a la azotea. Tener una lupa para mirar a la gente-insecto que sobrevuela los suburbios, pasa distraída a tres metros del pavimento, pero no consigue volar más allá. Se necesita una escalera grande y otra chiquita para llegar a una azotea. Se necesita no tener alas para llegar hasta allí.
Mi marido no ha regresado del puerto donde consiguió un puesto como vigilante nocturno.
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Es domingo en la tarde y sigo esperando por él. Cuando llegue no sabré con qué ojos mirarlo. Tengo los ojos cansados de tanto mirar al camino. Cómo hablarle. Cómo decirle de la carta. Cuánto cambiarán nuestras vidas a partir del instante en que lo vea aparecer por el final de la calle. Bajarse del ómnibus con su camisa sucia de trabajo y de sudor. El sol pegado a la piel como un falso tatuaje que se cae con el tiempo. Mi marido hace todo sin quejarse. Por esta familia hago todo lo que tenga que hacer, dice. Esta familia soy yo. A veces me siento culpable. A veces me pregunto hasta cuándo durará todo este sacrificio. A veces me pregunto si el sacrificio valdrá la pena. Por mí no necesitaríamos más. Por mí no habría que perder el tiempo a cambio de unos billetes. Por mí no. Por un hijo todo valdría la pena. Ojalá tuviéramos un hijo donde poner nuestras esperanzas y nuestras culpas. Se tiene un hijo para culparlo de las frustraciones. Por eso los pobres tienen tantos hijos. En mi casa éramos nueve.
Pero no quiero pensar en eso, mucho menos hoy que es domingo. Ya hay suficientes ideas dándome vueltas en la cabeza. La carta. La carta. Cómo hablarle de la carta. Cuando llegue, cansado de la jornada laboral, cómo voy a decirle. Con qué cara. Con qué ojos. Con qué voz. La voz rota por el llanto. Tanto dramatismo nos está haciendo mal. La carta estaba en el piso de la sala, cerca de la ranura de la puerta. La carta como una gran mancha de sangre en el suelo. La ciudad de la luz reclama a sus hombres, dice la carta. Un esfuerzo definitivo, dice la carta. El cuño de luz en la esquina inferior derecha, sobre el destinatario. El nombre de mi marido manchado de luz. Las Fuerzas Armadas Iluminadas en la esquina superior izquierda. La guerra marcha bien, pero hace falta un esfuerzo definitivo. Siete días para presentarse en el Ministerio de las FAI. Siete días para despedirse de la vida. Siete días para comenzar a morir. El que marcha a una guerra nunca sobrevive.
Quien se va nunca regresa. Cuando mucho regresa el cuerpo. A veces el cuerpo en una caja. O el cuerpo en pie. Caminar sin saber a dónde. El cuerpo de mi marido como un recipiente vacío. Gritar dentro de su boca y escuchar el eco. El abismo. La nada.
Luego de los atentados del veintinueve de febrero se decretó el estado de guerra. Llevamos dos años de guerra. En marzo se cumplirán dos años. Una guerra en legítima defensa. Al otro lado del mundo van los hombres-insecto a morir. El gobierno les promete bitcoins. Subscripciones al canal de noticias banales. Luz promete. Los hombres-insecto marchan con los labios manchados de colores brillantes hacia la luz prometida. A un barco de luz suben. Nunca más regresan. Cuando mucho regresan los cuerpos. Y la guerra marcha bien. Y la guerra está a punto de acabar, pero nunca acaba. En los canales televisivos la guerra no existe. La guerra es un juego de niños del que no hay noticia.
Las bajas son un asunto despreciable. Del lado de acá la vida ha cambiado demasiado. Ha muerto el arte, pero no hay tiempo para duelos. Los canales de seguimiento VIP continúan proliferando. Esta es la mejor ciudad del mundo, dice el telediario.
Los terroristas del atentado del veintinueve de febrero provenían de la ciudad de humo. En los mapas la ciudad no puede verse por el humo. Los barcos con hombres-insecto parten rumbo a un punto impreciso. Hacia allí quiere el gobierno llevar a mi marido. Cómo puede ser útil un conocedor del arte en medio del humo. Él no es un hombre-insecto. No existen antenas sobre su cabeza. No hay alas transparentes en su espalda. Qué podría hacer en medio del humo sino morir.
El ejército de la luz está decidido a encontrar al terrorista supremo. La ciudad de humo niega estar implicada en los ataques. Aun así, las bombas de luz caen sobre la ciudad de humo. En las revistas internacionales pueden verse las imágenes.
En las revistas el presidente de la ciudad de la luz jura que hará justicia. Jura que atrapará al terrorista supremo donde quiera que esté. La infantería de hombres-insecto avanza bajo el humo. Con sus antenas detectan los movimientos. Disparan ráfagas de municiones. Cientos de balas por minuto. Nada sobrevive al paso de los soldados de la luz. Ni siquiera las plantaciones de maíz. Hay mucho maíz en la ciudad de humo. Los barcos que llevan a los hombres-insecto regresan cargados de maíz. La comercialización de palomitas de maíz aumenta en la ciudad de la luz. La gente, frente a las pantallas, se lleva palomitas a la boca. Las vidrieras están repletas de bolsas con palomitas para hornos de microondas. Palomitas con mantequilla. Palomitas acarameladas. Palomitas Company, puede leerse en cada una de las bolsas. Somos la principal potencia de comida chatarra y televisión chatarra. Como si ambas cosas tuvieran manos y fueran de la mano.
Navego por la red. Busco información sobre esta guerra. En páginas internacionales busco, por supuesto. La prensa nacional no desea crear el pánico.
La prensa nacional nos protege. La prensa nos ama. Quiere lo mejor para nosotros la prensa nacional. Las imágenes del humo son confusas. La situación no es clara. Las opiniones diversas.
El terrorista supremo lleva una máscara antigás. Hay imágenes del terrorista supremo en la web. Hay carteles de se busca. Hay chistes al respecto. Hay un video muy difundido donde admite ser responsable de los atentados del veintinueve de febrero. La polémica es grande. El video es falso, dicen unos. Es real, dicen otros. Yo estoy en el medio. No tengo información suficiente para creer una cosa u otra. El terrorista supremo tiene un canal en You-
Tube. Cada viernes sube un video. Tiene treinta y ocho millones de seguidores. Algunos dicen que el canal es una farsa. Yo no sé qué creer. En los videos sale este hombre con la máscara. Es difícil saber si en todas las ocasiones se trata de la misma persona. Al menos la máscara parece ser la misma. La máscara distorsiona la voz. La voz parece un zumbido.
No soy capaz de entender una sola palabra. Sin embargo, veo las grabaciones. Una por una las veo. No entiendo, pero quiero entender. La voz marca un ritmo. Una canción acaso alegre. Hay algo hipnótico en sus palabras.
Desde la ventada de mi apartamento las personas son pequeñas pulgas que caminan por las calles retorcidas de la periferia. Mi marido aún no regresa del trabajo. Cuando llegue pensaremos algo. Yo, a estas alturas no puedo pensar. Tengo deseos de que regrese. Sé que encontrará una solución. A él siempre se le ocurren buenas ideas.