El lucio feroz

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Historias del estanque

El lucio feroz FRANCESCO SMELZO

Traducciรณn Erik Luna Sรกnchez


En el estanque vivía un grande y feroz lucio, terror de los peces y de los otros animales acuáticos. Se mantenía en acecho, escondido bajo el cañaveral, casi todo el tiempo. Sin embargo, algunas veces el agua explotaba al improviso, señal de uno de sus ataques y del perjuicio de alguna desventurada carpa o de algún ganso. En ese momento todo el estanque recordaba inesperadamente la existencia del lucio y los animales escapaban de todos lados como locos. Y luego, después del momento inicial de miedo, todos los animales, poco a poco, se calmaban. Comenzaba cada uno dedicando un pensamiento a la víctima: "Era un ganso tan educado..." , "Pobre carpa, morir así tan joven... " Después algunos decían: "¡Y pensar que me pudo tocar a mi!, si tan solo hubiera pasado por ahí..." 1


Al final, siempre poco a poco, el susto pasaba, cada uno regresaba a sus asuntos y todos se olvidaban nuevamente del lucio. Lucio que mientras tanto, después del bocado tan esperado, se retiraba lentamente del cañaveral, hacia el fondo del estanque a tomar una siesta. Hasta que sintiendo nuevamente las mordidas del hambre, se ponía al acecho, esperando la próxima presa. No lejos del estanque estaba una granja propiedad de los hombres. Ellos vivían cultivando grano sobre las colinas. Se les veía raramente en el estanque, a veces pasaban ahí cerca con una carreta para recoger algunos racimos de uvas silvestres, pero la mayor parte del tiempo se mantenían trabajando en sus campos. Sin embargo, aquel año la cosecha fue muy escasa por las fuertes granizadas que hicieron estragos en las espigas.

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Muchos pájaros estaban contentos porque encontraban en la tierra su alimento fácilmente, pero los hombre de los sembradíos parecían no compartir la misma sensación. Un tejón que pasó por ahí, contó que las hembras de los hombres, llorando, decían que no tendrían alimento para quitar el hambre a sus pequeños y que tendrían que ir a la ciudad en busca de trabajo de no encontrar la forma de vivir al día. Poco más tarde, también un zorro, que de vez en cuando rondaba para echarle un ojo a las gallinas del sembradío, refirió que los hombres estaban preparando extraños bastones con un hilo amarrado. Al día siguiente estos dichos se confirmaron, cuando los animales vieron llegar a un campesino al estanque con esos extraños bastones. El hombre se puso sentado a la sombra del viejo encino, tomó uno de esos bastones de cuya punta pendía un hilo que casi no se veía, amarró al hilo un pedazo de fierro curvo y le ensartó un pedazo de carne de cerdo, entonces arrojó el hilo en el estanque y se puso pacientemente a esperar. 3


El campesino parecía no poner atención a su bastón, al que sin embargo, miraba continuamente. Los animales del estanque a su vez lo observaban, seguros desde sus escondites, buscando entender que intenciones tendría porqué, como se sabe, de los hombres nunca se debe fiar. Bajo el estanque sin embargo la vida continuaba como siempre. Bancos de pequeños alburnos se escabullían aquí y allá perseguidos por las percas. Las carpas y las tincas pacían perezosamente en el fondo en busca de alimento. Aquel era un periodo de hambre para el lucio. El día anterior había intentado dos ataques: Uno contra una carpa grande, que no obstante, era demasiado vieja y sagaz como para no darse cuenta del movimiento de las cañas, desapareciendo en consecuencia como un rayo, el otro a un ganso que estaba nadando cerca de las cañas y que se levantó en vuelo, justo antes de que el lucio pudiera agarrarlo.

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El lucio sentía gruñir su estómago - "Necesito encontrar lo más rápido posible algo para poner entre los dientes" - pensaba, cuando, al improviso, sus agudas narinas percibieron un olorcito delicioso. Se movió entonces rumbo a la fuente de tal perfume, guiado por su nariz y se encontró de frente al pedazo de carne que pendía a mitad del agua. Con el hambre que tenía no se detuvo a hacerse muchas preguntas del como y el porqué un pedazo de carne de cerdo había acabado ahí y, con un golpe de cola, se arrojó sobre la carnada del campesino. Los animales vieron entonces una escena insólita: Al campesino prendido de su bastón todo doblado que parecía animado improvisamente de vida propia. Al final la intención quedó clara, cuando descubrieron que, prendido del fierro curvo, en el extremo del hilo, estaba el mismo lucio feroz que intentaba escapar y regresar a su cañaveral. Pero el hombre era más fuerte que el, después de una larga lucha, logró sacarlo del estanque y ahora el lucio feroz, yacía boqueante en la orilla. 5


El campesino, feliz y contento, tomó al lucio, lo echó a su carreta, junto a sus cañas de pescar, y se puso en marcha rumbo a la granja. Cuando se fue todos los animales salieron de sus madrigueras. No podían creerle a sus propios ojos: El lucio feroz ya no estaba más. Finalmente eran libres. Todo el estanque estaba de fiesta. Los peces daban saltos de alegría fuera del agua, los gansos se divertían pasando cerca del cañaveral gritando: "¡Lucio feroz ahora serás tú que tendrá que terminar en la panza de otro!" Después, lentamente, como siempre, la vida en el estanque regresó a su tranquila normalidad, cada uno volvió a sus asuntos y todos se olvidaron del lucio. Sin embargo, pasaron algunos días cuando, súbitamente el agua del estanque explotó al improviso y un ganso que estaba nadando cerca del cañaveral desapareció de la nada. Los animales escaparon de todas partes presas del pánico, después, poco a poco se calmaron. 6


Comenzó cada uno a dedicar un pensamiento a la víctima: "Era un ganso tan gentil..." Después algunos decían: "¡Y pensar que me pudo tocar a mi!" Al final, cada uno regresó a sus asuntos y todos se olvidaron que en el estanque había un nuevo lucio. Traducción MC Erik Luna Sánchez

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