SHINTO ALAN OJEDA
Alan Ojeda Shinto o Cรณmo nos habitamos Frey Chinelli ediciones Colecciรณn del ya, 1. Marzo, 2020.
Shinto o
Cรณmo nos habitamos
I Reconocer un hogar antes que construirlo, de eso se trata el Shinto. No hablamos de religiรณn, sรณlo de lo sagrado como experiencia habitable. Conocer el hogar en el amor: Makoto no kokoro. La doctrina principal es la del corazรณn atento.
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II Liviano de carga y de cuerpo, buscaba reposo. Hasta el aire sutil necesita descanso. En movimiento, sólo sostenido por el impulso de esta carne que descansa en la entrega, en el juego, encontré el horizonte. Un habitar más fuerte es el deseo. Incluso el viento libre sabe que nadie es puerto de su propio don, calor y luz de sí mismo.
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III
Habitamos uno en el otro, eso fue el encuentro. La suerte incisiva, la entrega clara, el cuerpo que piensa con la piel, que ama con el roce suave de las manos. El goce como una de las formas del tiempo. Nada hay despuĂŠs, nada hay antes, siquiera el pensamiento mĂĄs leve.
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IV Todo lo que tocamos lo llenamos de tama. Igual a Kami, todo lo que toquemos vivirá de nosotros, será nosotros, hablará de nosotros cuando no estemos ya, como la espada de un samurai que obtiene un alma acompañando al guerrero ¿Qué será de esta casa que habitamos y cada fragmento de historia de la ciudad? ¿De qué hablará la luz de la mañana que a cierta hora entraba por la ventana? ¿Qué dirá la densidad del aire al despertar de un sueño profundo cuando ya no seamos dos los que lo respiran?
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V Seamos un hogar para nosotros. Y si las cosas se rompen, soldemos con oro las partes que tenemos en las manos. Que no haya nunca cosa que no pueda ser mejor cuando rota la llenemos de hogar. Un hogar para nosotros, siempre, en cualquier lugar donde durmamos, donde dejemos la ropa colgada y reposen en estantes nuestros libros.
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Un hogar que somos nosotros al llegar, al irnos, al volver. Un hogar que perdure en el tiempo porque le hemos dado el brillo que somos cuando lo habitamos juntos. Digo: que nos habitemos siempre recostando los cuerpos cansados soĂąando en la carne del otro; que tambiĂŠn habitemos el deseo para acordarnos siempre del hogar y poder soldar con oro todas las cosas que se rompen, y ser el oro tambiĂŠn.
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VI Después del amor, cada puerta es un torii al que se entra como al llegar a un templo vivo. El corazón atento de los amantes sabe dónde hubo amor, dónde descansaron los cuerpos amantes, dónde el calor y el frio cedieron su voluntad al deseo de las pieles y las manos. Porque el amor busca el amor para habitar, busca ser la continuidad de la historia y alimentar de tama los rincones de cada lugar a su alcance. Y cuando todo acabe, cuando el silencio del mundo sea total, hasta la piedra erosionada que sostuvo alguna vez nuestra espalda murmurará nuestro nombre al viento.
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VII Tama tiene la bruja que dijo: Yo pude hacer de esto un hogar, donde las cosas crecen, las semillas germinan y la levadura siempre tiene alimento y se hincha como un niño lleno de leche. Yo respondí: hasta el pilar más fuerte hace mejor su trabajo cuando el peso también descansa en otro. No necesitamos presión para ser diamantes. Más resiste el que más entrega.
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VIII Poco a poco perdemos el nombre. También perdemos las palabras. Nos disolvemos en los gestos de anticipación de un baile. Un paso sigue al otro, complementa. La sincronía sin esfuerzo es una de las formas de amor. Los amantes bailan siempre, sin intención, sin voluntad y sin esfuerzo. Los límites del baile son los límites del hogar, lo construyen. Llevan el hogar en el baile. Todo baile es, también, una rebelión contra lo pesado.
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IX Bailamos y nos trenzamos como un shimenawa. La distancia de los cuerpos no deshace la trenza. Nadie entiende cómo algo hecho de cosas tan pequeñas puede ser tan fuerte. La humildad de lo sagrado es soberana, religa desde lo pequeño, desde las fibras más suaves, las partículas ínfimas de la materia. Un susurro, el grano de la voz desplegándose en el aire, el aire tierno que acaricia la piel y eriza los vellos como pararrayos, prepara el cuerpo para lo sagrado. El llamado, la palabra amor, nos convoca a la liturgia.
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X Antes de entrar al templo, la ablución. El agua lava las manos y las manos lavan el cuerpo. Al final de los templos shinto, suele haber un espejo. Luego de lavarnos, lo único que vamos a ver es nuestro reflejo. ¿Qué veremos después de lavarnos, cuando ya ninguno espere al otro del otro lado? ¿Quién será espejo de quién? ¿Sobre qué cuerpo tejeremos una nueva trenza tan sólida como el recuerdo
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más pequeño y esquivo, que se cuela en cada una de las memorias del día? ¿Qué verá el que lave con devoción esas manos y acompañe suavemente la caída del agua por la espalda y las piernas? ¿Verá en su templo, mi templo, nuestro templo? ¿Amará también cómo habito ahí? ¿Cimentará sobre mis trenzas las suyas, hará de nuestro templo también el suyo?
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XI El shinto carece de textos sagrados. Como el Tao, sólo es posible vivirlo. Alguien se encuentra con otro, el corazón desacelera, los pulmones piden más aire y los músculos se relajan: shinto. Alguien ha encontrado un hogar, alguien ha vuelto al hogar que alguna vez tuvo. ¿Con cuanta gente recordaremos ese hogar y esa caricia de Kami sobre las cosas? ¿Cuánta gente nos hará el mundo menos áspero? ¿Cuántos nos permitirán habitar su aire? No hay un solo hogar. Makoto no kokoro: un corazón atento para habitar el mundo. Makoto no kokoro, el amor que vino, el amor que vendrá. Un pájaro canta temprano, hace nido y habita. 17
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