homenaje
FUCSIA
Andrea Encalada 30
El temor a la muerte fortaleció su vida y la impulsó a hacer algo más. Dirige un centro que ayuda a las mujeres que padecen cáncer de seno a enfrentar su enfermedad, fortaleciendo su espíritu y autoestima.
Por Ángela Meléndez Sánchez
Foto: ©Paúl Navarrete/12.
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iene 28 años y es directora del Centro de Capacitación y Prevención de las Enfermedades de la Mujer Ecuatoriana, Cepreme. Ha recorrido un largo camino en su lucha por ayudar a las mujeres con cáncer de seno. Cuando tenía 23 años le detectaron un pequeño tumor en una de sus mamas, y le fue extirpado. Pero, a pesar de ser benigno, dejó latente la preocupación, sobre todo cuando reapareció nuevamente. “Luego de la operación me deprimí, hasta que empecé a buscarle un sentido a mi enfermedad”. Con esa experiencia se replanteó su vida y tomó una decisión: “Hasta saber qué era lo que Dios me estaba pidiendo no iba a someterme a otra cirugía”. Han pasado cinco años y Andrea tiene un claro objetivo: lograr que más pacientes
El valor con el que enfrentó su enfermedad le dio ánimos para luchar por las demás mujeres. de cáncer sobrevivan a la enfermedad, a través del refuerzo psicológico, espiritual y anímico. Para ello creó Cepreme a finales del 2008. Sin saber cómo ni hacia dónde ir, ella se apropió de la iniciativa y se propuso desmentir lo que muchos le decían: “No podrás hacerlo”. No cambiaría nada de su vida ni de su pasado. Una profunda transformación se ha generado en esta joven ingeniera comercial que “antes no era tan responsable” y aprendió “a luchar por las cosas, por otras personas”. Esto la convirtió en un ser mucho más sensible que día a día aprende de quienes ella llama “mis señoras, mis mujeres valientes”. Cepreme funciona desde 2009 en una casa de dos pisos, decorada con detalles acordes a la personalidad de Andrea, a quien le apasionan el color rosado y los girasoles. Su dulce temperamento está claramente expresado en este centro de ayuda al que dedica todo su tiempo. Para cristalizar su anhelo tuvo el respaldo de su familia, especialmente de su madre, quien ha permanecido a su lado desde el inicio. Las primeras actividades se enmarcaron en la capacitación en colegios y universidades, pues inicialmente se enfatizó en llevar un mensaje de prevención. Actualmente, el trabajo con las mujeres se enfoca en elevar su ánimo y espíritu, con charlas motivacionales y terapias psicológicas. Este servicio es gratuito y la razón es que se trata de “una enfermedad tan costosa, que a veces ni siquiera tienen dinero para comprar una pastilla que les alivie los estragos de la quimioterapia, menos para pagarse un psicólogo”, afirma Andrea, quien enmarca su labor dentro del apoyo psicológico y espiritual que complementa la atención médica. Por lo general, cerca de veinte pacientes acuden a Cepreme según sus necesidades. Además de las terapias espirituales, la institución también brinda
servicios alternativos para aliviar el dolor, como masajes, yoga y ejercicios. Se fortalece el sistema inmunológico, disminuye el nivel de ansiedad y se brinda tranquilidad y equilibrio. La intención es que, independientemente de que las pacientes puedan superar su enfermedad, vean la vida de otra manera y “disfruten de sus hijos, de su familia, de lo que les rodea”. Por eso se incluye también el entorno más cercano, la relación con las parejas e hijos, fundamental para enfrentar el cáncer, pues “hay que enseñarle a la familia cómo tratar a la paciente”. Para generar un cambio de actitud, lo esencial es recuperar la autoestima. “Las mujeres somos superfemeninas y una mujer que se ve frente al espejo sin cabello, sin seno, sin cejas… es lo peor. Pero les enseñamos que la vida no se acaba por eso, porque todavía puedes amar, estar con tus hijos, ser feliz”, comenta Andrea. Quizás entre las tareas más complicadas es la búsqueda de la autosustentabilidad de la fundación, que depende en alto grado de los auspicios. Aunque surjan dificultades, Andrea afirma que no abandonará su sueño y seguirá en la lucha para que las mujeres sepan que “el cáncer es una enfermedad que mata y si no la prevenimos podemos morir”. Espera que, a mediano plazo, Cepreme crezca y se fortalezca, y pueda recibir no a veinte mujeres, sino a muchísimas más. “Si fuera por mí —concluye—, iría de poste en poste pegando anuncios para que vengan al centro, sepan que no cuesta, que estamos dispuestos a ayudarlas y que se den una oportunidad”. Deja abierta la invitación a conocer el trabajo de Cepreme, en la calle Alemania N.º 32-119 y Mariana de Jesús, en Quito. =
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