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por Simon Schwartzman página 14

juan carlos tedesco “Que la escuela enseñe, y los chicos aprendan: así de simple” por Inés Dussel página 18

Acuerdos y prioridades en Chile por Cristián Cox página 24

EDUCACIÓ

Brasil, el agujero negro de la educación


POLÍTICA


La Concertación no logra impulsar aún un cambio de rumbo que permita definir un nuevo proyecto político y económico para Chile. Sin embargo, todavía parece reunir mejores posibilidades que la derecha para ganar un quinto gobierno.

El gobierno de Bachelet en la mitad de su mandato

Balance y perspectivas por manuel

antonio garretón m. profesor del Departamento de Sociología, Universidad de Chile, y de la Escuela de Política y Gobierno, Universidad Nacional de San Martín Artista invitada catalina

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POLÍTICA

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¿Qué balance puede hacerse de este primer período de gobierno, qué puede esperarse de los dos años que le restan y cuál puede ser el futuro de la Concertación y de la Alianza, la coalición opositora de derecha?

l 11 de marzo de 2008 el gobierno de Michelle Bachelet celebraba su segundo año, la mitad del período constitucional, en un sistema en el que no hay reelección. Un par de meses antes se había realizado un importante cambio de gabinete y la Democracia Cristiana, uno de los partidos de la Concertación de Partidos por la Democracia, coalición que gobierna el país desde la recuperación democrática en 1990 a través de cuatro gobiernos sucesivos, había experimentado la escisión de un senador y de un grupo de diputados. Quizás se trataba del momento más difícil de la gestión, dado que se perdía la mayoría en ambas Cámaras. Al mismo tiempo que se celebraba el inicio del segundo año, el gobierno promulgaba una de sus leyes emblemáticas: la reforma previsional, con la que se había querido dar el sello de un Estado de protección. Esa ley mejoraba ampliamente la pensión mínima, aseguraba una pensión a todas las mujeres, creaba sistemas de previsión para jóvenes e incorporaba en el sistema a sectores hasta entonces excluidos. Por otro lado, y por primera vez desde la recuperación democrática, se enfrentaba la acusación constitucional de la derecha contra un ministro, en este caso, la Ministra de Educación. En este panorama convulsionado y contradictorio políticamente, ¿qué balance puede hacerse de este primer período de gobierno, qué puede esperarse de los dos años que le restan y cuál puede ser el futuro de la Concertación y de la Alianza, la coalición opositora de derecha? Desde el punto de vista del balance, resulta evidente que el gobierno se ha caracterizado por un estilo más receptivo y acogedor frente a las demandas y movilizaciones sociales y por su intención de resolver los problemas inmediatos que pueden aquejar a la ciudadanía. Ello quedó de manifiesto en el caso de las movilizaciones estudiantiles en 2006 y en las de los subcontratistas del Cobre en 2007. Las primeras plantearon una

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crítica radical al sistema educativo a partir de demandas concretas sobre pasaje escolar, entre otras, y un cambio en la legislación. Las segundas significaron una crítica a todo el sistema laboral actual, también a partir de demandas concretas sobre las contrataciones y en el marco de un cambio legislativo. La respuesta gubernamental no fue la represión ni la descalificación, sino la acogida de esas demandas y la constitución de consejos asesores amplios para pensar y resolver los problemas de fondo. Pero esta vía adolecía de dos fallas. Por un lado, se carecía de un horizonte o guía que orientara las soluciones de fondo, es decir de un proyecto político en torno al cual se articularan tales soluciones. Además, al integrarse estos consejos con todas las posturas e intereses en juego se relegitimaban las posiciones que habían sido derrotadas durante las movilizaciones y se terminaba en un empate político legislativo debido a que el sistema electoral chileno favorece el empate entre la mayoría gubernamental y la minoría de derecha opositora. Otro gran conflicto que enfrentó el gobierno y que fue dominante durante 2007 fue el derivado del proyecto Transantiago, que intentaba una verdadera revolución


en el transporte público de la capital. Los errores de diseño, pero sobre todo la nula vinculación con la ciudadanía para prepararla y hacerla participar en un cambio profundo de sus modos de vida cotidianos durante el gobierno de Lagos, hicieron pagar un alto costo al gobierno de Bachelet en materia de aprobación pública. Si bien la respuesta técnica tardó en llegar –su implementación está aún pendiente– y obligó a un cambio de gabinete, el nuevo ministro ha avanzado significativamente

en la solución. Lo importante es que otra vez la respuesta del gobierno fue sensible a la protesta ciudadana, pero no logró aprovechar la situación para dar un salto en la conducción política y pasar a la iniciativa.

Temas pendientes Instalación, 2002 Foto: Gian Paolo Minelli

Y aquí radican entonces los dos grandes problemas del gobierno, sin dejar de valorar eso que puede llamarse el nuevo estilo, que en estricto rigor no es “gobierno ciudadano” como les gusta

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POLÍTICA decir a la Presidenta y a sus colaboradores más cercanos, sino que es un estilo de gran sensibilidad pero sin un eje conductor ni una capacidad de liderazgo y ordenamiento. El primero es la evidente contradicción entre la preocupación por un Estado de protección y una conducción económica que no se plantea las dos únicas condiciones necesarias para ello: una mayor injerencia del Estado en la economía y una drástica redistribución de la riqueza y el ingreso, a través de una reforma tributaria, que ha sido explícitamente excluida de la agenda gubernamental. El segundo es que ni la Presidenta ejerce un liderazgo fuerte, lo que no sería grave porque no es su estilo –como sí lo fue en el caso de Lagos–, ni tampoco ha tenido, al menos hasta el cambio de gabinete de enero de este año, un sólido equipo de conducción y negociación política, más allá de la capacidad y alta calidad personal de ministros y asesores. Todo lo anterior ha creado el espacio para que la derecha opositora, que cuenta con el monopolio de los medios de comunicación y tiene neutralizado tanto el canal público de televisión como los medios que podrían considerarse afines al gobierno, desarrolle su cara más agresiva, que culmina en denuncias de corrupción al gobierno, una acusación constitucional a la Ministra de Educación, y la presentación prematura de las candidaturas presidenciales para el próximo gobierno, dando por superado el actual. Al mismo tiempo, las debilidades mencionadas han permitido que en la Concertación se planteen también

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iniciativas de candidaturas presidenciales prematuras, se exacerben disputas por el poder y por posicionamientos hacia el futuro, y se alimenten chantajes de grupos que lograron dividir a dos de sus partidos: el Partido por la Democracia y el Partido Demócrata Cristiano. Estos sectores terminaron creando nuevos referentes que se vinculan a la Alianza por Chile, la coalición de derecha opositora formada por la Unión Demócrata Independiente y Renovación Nacional. En este clima que parece generar una imagen de desgobierno, la Presidenta ha respondido de dos maneras principales, más allá de la constante presencia en terreno y el contacto con los sectores populares. Por un lado, a través de los cambios de gabinete, aunque solo el último de ellos parece rendir los frutos esperados de cohesión y de conducción. Por otro lado, a través de la política de buscar acuerdos con la oposición para aprobar proyectos emblemáticos como el de la reforma previsional, el de seguridad ciudadana y los pendientes en materia de educación y equidad social, para todos los cuales se crearon previamente los consejos a los que ya aludimos. El problema principal reside en que estos acuerdos, más que ser el resultado de consensos fundamentales sobre aspectos básicos de la sociedad, tienden a consagrar aquellos elementos centrales del statu quo heredado de la dictadura y expresan, por lo tanto, situaciones de poder y veto por parte de los grupos con intereses creados y de la derecha, que no está dispuesta a alterar los núcleos duros de la institucionalidad


generada bajo el régimen militar ni tampoco el carácter inequitativo del modelo socioeconómico. De modo que, en lo que queda del período, no parece predecible que el gobierno dé un golpe de timón hacia una opción definidamente socialdemócrata ni tampoco en el sentido de promover una movilización que tienda a un cambio institucional. Lo más probable es que la reforma política pendiente, si es que ella ocurre, se reduzca a incorporar a algunos sectores excluidos hasta ahora del sistema electoral, como los comunistas, sin alterarlo radicalmente en una perspectiva participacionista y representativa, y que nuevas reformas sociales, al tiempo de implicar una positiva mayor expansión hacia sectores sociales desfavorecidos, consoliden los rasgos fundamentales del modelo socioeconómico. Lo paradójico de esto es que todos los partidos de la Concertación han planteado en sus diversos congresos e instancias ideológicas o programáticas la necesidad de un nuevo ciclo de la Concertación, una refundación marcada por el acento en las reformas político-institucionales (especialmente una nueva Constitución) para poder pasar así definitivamente de un modelo liberal corregido a un modelo socialdemócrata que ataque en primer lugar el problema de la desigualdad. Por otro lado, también es muy probable que el gobierno vaya recuperando sus niveles de aprobación en la opinión pública y que la Concertación obtenga un nuevo triunfo electoral en las elecciones municipales de fin de año. Con ello quedará en mejores condiciones para enfrentar las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2009. Ahora bien, el primer problema que enfrenta la Concertación es que no parece haber asimilado como conjunto los grandes avances pero tampoco las grandes carencias de sus gobiernos. En otras palabras, sigue entrampada en tareas propias de su época fundacional (completar la democracia política y corregir

los déficit del modelo socioeconómico heredado) y no ha planteado un nuevo proyecto político (nueva Constitución y nueva institucionalidad) ni económico (paso a un modelo de sociedad o Estado de protección), para incorporar a sectores excluidos hasta ahora. El segundo es que no ha sido capaz de generar su propia institucionalidad como coalición de gobierno que permita, entre otras cosas, establecer un sistema de resolución de la cuestión de los liderazgos presidenciales en lugar de recurrir a los mecanismos coyunturales que acumulan resentimientos mutuos que reaparecen en la siguiente ocasión. Es evidente que un candidato del bloque Partido Socialista-Partido por la Democracia tiene mayor capacidad de ganar un nuevo gobierno, pero también es cierto que a la Democracia Cristiana, afectada por una reciente división, se le hace muy difícil apoyarlo por tercera vez consecutiva. Y esto no se resuelve sin una visión de largo plazo y una institucionalidad que dé garantías a todos de tener su oportunidad de aspirar a la candidatura presidencial, que hasta ahora ha sido equivalente a ganar la elección y ser presidente. Porque, en la medida en que la Concertación, a partir de sus componentes actuales y sin perder ninguno de ellos, se expanda hacia otros sectores políticos en el campo de la izquierda, no parece posible un triunfo de la derecha, demasiado identificada –pese a los esfuerzos recientes de Joaquín Lavín de refundarla en una nueva perspectiva– con su pasado autoritario o con su impronta oligárquica o plutocrática.

El gobierno se ha caracterizado por un estilo más receptivo y acogedor frente a las demandas y movilizaciones sociales y por su intención de resolver los problemas inmediatos que pueden aquejar a la ciudadanía.

De modo que si la Concertación resuelve bien sus dos problemas centrales, nada excluye que pueda ganar un quinto gobierno y cumplir la promesa pendiente de pasar desde una época pospinochetista a la era democrática del bicentenario. n

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OPINIÓN por robert levine profesor de Psicología en la Universidad del Estado de California (Fresno) Artista invitado

juan travnik

El tiempo un mundo de diferencias En las sociedades que se guían por el tiempo del reloj, la puntualidad es un valor social; en otras, en cambio, predomina el tiempo de los acontecimientos.

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n lo que podría considerarse la más impresionante de las piruetas intelectuales, la economía moderna ha reducido el tiempo –el más oscuro y amorfo de los intangibles– a la más objetiva de las cantidades: el dinero. Vivimos en un mundo en el que los trabajadores cobran por hora, los abogados fijan sus honorarios según cuánto vale un minuto de su trabajo, y la pauta publicitaria se establece por segundo (86.667 dólares por segundo para el Super Bowl de 2007). Poniendo el tiempo y los objetos en una misma escala de valores es posible determinar a cuántas horas de trabajo equivale el precio de la computadora en la que estoy escribiendo este artículo. ¿Es así, realmente? Como científico social, he dedicado gran parte de los 8 TODAVÍA

últimos treinta años al estudio de la concepción, el empleo y la medición del tiempo en distintas partes del mundo. Y si algo he aprendido de mis investigaciones, es que las agujas del reloj encierran solo una faceta de la experiencia humana del tiempo. Existen grandes diferencias culturales en los conceptos de tarde y temprano, de la espera y el apuro, o del pasado, el presente y el futuro. Sin diccionario que le ayude a descifrar las reglas culturales, el extranjero desprevenido puede tropezar con ciertos obstáculos temporales, producto de la confusión. En un estudio muy revelador, los sociólogos James Spradley y Mark Phillips entrevistaron a un grupo de voluntarios del Cuerpo de Paz de Estados Unidos, pidiéndoles que clasificaran treinta y


juan travnik Mar del Plata

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OPINIÓN

tres ítems según el grado de adaptación cultural que hubieran requerido de su parte durante sus misiones en destinos extranjeros. La lista incluía una gran variedad de aspectos con los que todo viajero obsesivo estará familiarizado. Por ejemplo: “el tipo de comida”, “la higiene personal de los habitantes del lugar”, “el porcentaje poblacional de personas de mi mismo grupo étnico” y “el estándar de vida”. No obstante, además del dominio de una lengua extranjera, las dos dificultades más mencionadas por los voluntarios tenían que ver con el tiempo social: “el ritmo de la vida” y uno de sus componentes más importantes, la puntualidad. Yo viví este tipo de choque cultural en carne propia cuando, en el comienzo de mi carrera, estuve un año trabajando como profesor extranjero en una universidad de Niteroi, una ciudad mediana de Brasil que se encuentra enfrente de Río de Janeiro, cruzando la bahía. Había previsto dificultades en terrenos como la lengua, la privacidad y la limpieza, pero éstas resultaron ser mínimas en comparación con los dolores de cabeza que me trajeron las ideas de los brasileños acerca del tiempo y la puntualidad. Comencé a dar clases justo después de llegar a la ciudad. El primer día, camino a la universidad, pregunté la hora. Eran las nueve y cinco, de modo que me sobraba tiempo para llegar tranquilo, ya que la clase era a las diez. Transcurrida una media hora, según mis cálculos, me fijé en un reloj de la calle: las diez y veinte, decía. Entré en pánico y empecé a correr en busca del aula, mientras recibía 10 TODAVÍA

saludos del estilo de “alô, professor”, “tudo bem, professor?” de parte de estudiantes que no parecían tener el menor apuro, muchos de los cuales estaban en mi curso, según me enteré más tarde. Llegué sin aliento y me encontré con el aula vacía. Nervioso, le pregunté la hora a alguien que pasaba por ahí. “Las diez menos cuarto”, me dijo. No podía ser. Le pregunté a otra persona. “Las diez menos cinco”, me contestó. El reloj de una oficina que estaba por allí marcaba las tres y cuarto. Acababa de aprender las dos primeras lecciones: 1. Los relojes brasileños eran terriblemente imprecisos; 2. A nadie parecía importarle demasiado, salvo a mí. Mi clase duraba desde las diez hasta las doce. Muchos alumnos llegaron tarde. Varios aparecieron después de las diez y media y algunos cerca de las once. Incluso hubo dos que llegaron más tarde todavía. Todos los que iban llegando mostraban unas sonrisas muy relajadas que, con el tiempo, aprendí a disfrutar. Todos me saludaban y, pese a que uno o dos esbozaron unas breves disculpas, ninguno parecía estar demasiado preocupado por haber llegado tarde. Daban por sentado que yo entendería la situación. En realidad, no me sorprendió que los alumnos brasileños llegaran tarde. Ya conocía el estereotipo del amanhã: si algo puede dejarse para mañana, ¿por qué hacerlo hoy? Lo que sí fue una sorpresa fue lo que sucedió al final de la primera clase, al mediodía.

En California, jamás tenía que mirar un reloj para saber cuándo estaba por terminar la clase. El movimiento de libros y carpetas que indica la finalización de las tareas del día va acompañado de expresiones de hartazgo que parecen estar diciendo: “tengo hambre”, “tengo que ir al baño” o, en sus versiones más extremas, “lo voy a matar si nos retiene aquí un segundo más”. En cambio, durante mi primera clase en Brasil, cuando llegó el mediodía, solo unos pocos estudiantes se levantaron y se fueron enseguida. Otros se fueron yendo sin prisa durante los quince minutos siguientes, mientras algunos seguían haciéndome consultas. Cuando los últimos alumnos que quedaban en el aula se levantaron y se fueron, a las doce y media, era yo el que tenía hambre, tenía ganas de ir al baño y los quería matar. Durante el año en que viví en Brasil, mi ritmo siempre era diferente del de los dueños de casa. Finalmente, me di cuenta de que el motivo de mi torpeza temporal era que los brasileños cultivaban una relación con el tiempo que poco tenía que ver con la que yo conocía. Yo vivía de acuerdo con el tiempo del reloj. Ellos, según el tiempo de los acontecimientos. Si nos guiamos por el tiempo del reloj, la hora que marca este instrumento rige el comienzo y el final de nuestras actividades. Cuando lo que predomina es el tiempo de los acontecimientos, son las actividades las que determinan los horarios. Las situaciones empiezan y termi-


Buenos Aires 1985

nan cuando los participantes “sienten”, de común acuerdo, que el momento es el adecuado. En su libro Temporal man, el sociólogo Robert Lauer llega a la conclusión de que la diferencia fundamental en la medición del tiempo a lo largo de la historia es la que se da entre quienes se rigen por el reloj y quienes prefieren los acontecimientos sociales como guía. Los antropólogos han descrito muchos ejemplos de culturas contemporáneas que miden el tiempo según el desarrollo de los acontecimientos. En algunas regiones de Madagascar, preguntar cuánto dura algo invita respuestas tales como “El tiempo que tarda el arroz en cocinarse” (una media hora) o “Lo que se tarda en freír una langosta” (unos segundos). Los pueblos nativos de la zona del río Cross, en Nigeria, dicen cosas como ésta: “El hombre murió en menos de lo que tarda el maíz en asarse por completo” (es decir, menos de quince minutos). Y para dar ejemplos de nuestra propia cultura, podemos mencionar que, hasta no hace muchos años, el New English Dictionary incluía una entrada para pissing while (el momento que se tarda en orinar), una medida de tiempo bastante transparente, que se traduce fácilmente de una cultura a otra.

En muchos países abrazan el tiempo de los acontecimientos como filosofía de vida. En México oí un proverbio que condensa esa filosofía: “darle tiempo al tiempo”. Al otro lado del océano, en África, gustan de decir “hasta el tiempo lleva su tiempo”, y en Indonesia tienen una medida de tiempo denominada jam karet (tiempo de goma).

En muchos países abrazan el tiempo de los acontecimientos como filosofía de vida. En México oí un proverbio que condensa esa filosofía: “darle tiempo al tiempo”. Al otro lado del océano, en África, gustan de decir “hasta el tiempo lleva su tiempo”, y en Indonesia tienen una medida de tiempo denominada jam karet (tiempo

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OPINIÓN Buenos Aires 1991

de goma). Uno de los pilares de la cultura de Trinidad es que “cualquier tiempo es el tiempo de Trinidad”, mientras que en Brunei, la pregunta que la mayoría de la gente se hace al levantarse es “¿Qué irá a pasar hoy?”. Hasta los más fanáticos del tiempo del reloj se guían a veces por el tiempo de los acontecimientos. Los estadounidenses, claros exponentes de este grupo, suelen llegar a una fiesta con mucha más puntualidad que los brasileños. (En uno de nuestros estudios, los brasileños encuestados afirmaron que, normalmente, llegaban más de media hora tarde al cumpleaños de un familiar, mientras que los estadounidenses que participaron del estudio dijeron que no se retrasaban más de tres minutos.) Sin embargo, una vez en la fiesta, ni el invitado estadounidense más obsesivo cronometra las conversaciones que mantiene. A nadie se le ocurriría decir “te agendo para charlar de 7:18 a 7:31”, por ejemplo. ¿Cuándo empieza o termina una conversación? Por un acuerdo tácito entre los interlocutores, cuando llega “el momento apropiado”; es decir, “sucede y punto”. Eso es guiarse por el tiempo de los acontecimientos.

Nuestra concepción del tiempo refleja los valores culturales más personales. Después de todo, la forma en que experimentamos el fluir temporal es ni más ni menos que la forma en que vivimos la vida. 12 TODAVÍA


Hay una tercera forma de medir el tiempo, cuando se hace prácticamente imposible recurrir a inventos mecánicos: la naturaleza. En muchas culturas, los hechos más importantes de la vida –la siembra y la cosecha, el pastoreo de los animales y su regreso al corral– siguen rigiéndose por el reloj natural. Un ex alumno, Salvatore Niyonzima, cuenta un ejemplo interesante de su tierra natal, Burundi. La vida allí, como en casi toda África Central, se rige por las estaciones. Más del ochenta por ciento de la población vive de las tareas agrícolas y, en consecuencia, “todavía dependen de los ciclos de la naturaleza” para medir el tiempo, explica Niyonzima. “Cuando empieza la estación seca, es tiempo de la cosecha. Cuando vuelve la estación de las lluvias, es momento de volver al campo y sembrar. Y así es como avanza la vida.” Los horarios de citas, turnos o entrevistas también responden a los ciclos de la naturaleza en Burundi. “Las citas no se hacen de acuerdo con una hora del día. Las personas que se crían en zonas rurales y no reciben demasiada educación formal arreglan sus encuentros con enunciados como: ‘muy bien, nos vemos mañana por la mañana, cuando las vacas salen a pastorear’.” Para encontrarse al mediodía, “acuerdan una cita para el momento ‘cuando las vacas bajan a tomar agua al arroyo’, que es el lugar al que van al promediar el día”. Especificar horarios para una cita nocturna, explica Niyonzima, “puede llegar a ser bastante complicado. Yo nunca diría una hora concreta, como las ocho o las nueve. Cuando los lugareños quieren mencionar las distintas horas de la noche, hacen referencia a aspectos vinculados con el sueño. Dicen que algo ocurrió ‘cuando no quedaba nadie despierto’ o, para ser un poco más específicos, ‘cuando la gente se adentraba en el primer período del sueño’. Para hablar de horas más avanzadas, podrían explicar que algo sucedió cuando ‘ya casi era de día’ o

‘cuando cantó el gallo’, o bien ‘cuando el gallo cantó por primera vez’ o por segunda vez. Y luego ya vuelven a las vacas”. La forma en que las personas conciben, emplean y miden el tiempo es un valor cultural fundamental y, por definición, todos los valores culturales son arbitrarios. Si bien es cierto que ninguna forma de medir el tiempo es inalterable, los hábitos construidos a partir de ellas con frecuencia son difíciles de modificar. Seguramente, el presidente peruano Alan García estaría de acuerdo con las afirmaciones del párrafo anterior. En Perú, llegar tarde es un hábito tan arraigado que hasta tiene nombre: “hora peruana”. Para muchos peruanos, la frase simboliza la relación informal con el tiempo a la que son tan afectos. Sin embargo, por ese hábito se paga un precio muy alto: la falta de puntualidad le cuesta al país unos cinco mil millones de dólares al año. En marzo del año pasado, el presidente García declaró que estaba harto de “esta costumbre desagradable, negativa y perjudicial”. En una ceremonia televisada para todo el país, lanzó una campaña denominada “La hora sin demora”, en la que se insta a los comercios, las dependencias del gobierno y las escuelas a no tolerar la impuntualidad. “La hora sin demora” tuvo un impacto considerable. Casi un año después de lanzada la campaña, todavía se ven los afiches en los hospitales y las oficinas públicas. Y en los noticiarios de la mañana, los relojes de los canales presentan diferencias de menos de medio minuto, mientras que antes de la campaña podían llegar a ser de varios minutos.

remonia de lanzamiento de la campaña, que tendría lugar a las once de la mañana, a la una y media de la tarde del mismo día, es decir, mucho después de terminado el acto. Hace poco, El Comercio, uno de los principales diarios del país, publicó un fotorreportaje de una página mostrando los avances que se habían hecho hasta el momento. La conclusión rezaba: “será un proceso largo”. Tienen razón. Nuestra concepción del tiempo refleja los valores culturales más personales. Después de todo, la forma en que experimentamos el fluir temporal es ni más ni menos que la forma en que vivimos la vida. Me interesa muchísimo ver cómo termina esta campaña; pedirle a un pueblo entero que cambie el tiempo de los acontecimientos por el tiempo del reloj es un proyecto muy, pero muy ambicioso. En un estudio realizado en 2006, los editores del Oxford English Dictionary comprobaron que time (tiempo) es el sustantivo más usado de la lengua inglesa. Sin embargo, el significado de esa palabra para cada pueblo es mucho más complejo que la frecuencia de uso. Como afirma Jeremy Rifkin en su libro Las guerras del tiempo, “cada cultura tiene un conjunto único de huellas digitales temporales. Conocer a un pueblo es saber cuáles son los valores temporales que rigen la vida de sus integrantes”. n

Sin embargo, al gobierno se le hará cuesta arriba convencer a veintisiete millones de peruanos de que deben abandonar el hábito de la hora peruana. De hecho, no fue un buen comienzo que Associated Press recibiera la invitación para la ce-

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EDUCACIÓN por simon

schwartzman

Instituto de Estudos do Trabalho e Sociedade, Río de Janeiro

Brasil, el agujero negro de la educación Un balance de las políticas que se implementaron en los últimos años para dar respuesta a un problema central: cómo mejorar la calidad de la educación.

Ilustraciones

maría alcobre 14 TODAVÍA


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n la década de los noventa, Brasil logró finalmente –aunque con gran retraso en relación a la Argentina, Chile y Uruguay– que todos los niños de 8 a 12 años asistieran a algún tipo de escuela. Fue el resultado de un largo proceso que se consolidó con la creación de un fondo nacional para la educación, destinado a distribuir recursos entre los gobiernos municipales y estaduales de acuerdo con el número de inscriptos en las escuelas de nivel básico. El Ministerio de Educación, por su parte, empezó a perfeccionar las estadísticas y a evaluar los conocimientos de los estudiantes a través de una muestra nacional, el Sistema de Avaliação da Educação Básica (SAEB). A pesar de ello, los datos suministrados recientemente por el Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA) de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) mostraron que los alumnos aprenden muy poco, repiten varias veces el mismo grado, muchos terminan siendo funcionalmente analfabetos, y que los resultados dependen casi por completo del nivel socioeconómico de las familias. A los 14-15 años de edad, muchos jóvenes de origen social bajo dejan la escuela y nunca completan los nueve años obligatorios de educación. ¿Por qué los chicos no aprenden, y por qué abandonan la escuela al comienzo de la adolescencia? Éste es el gran agujero negro de la educación, no solamente en Brasil, sino en casi toda América Latina. Si bien existe incertidumbre sobre la naturaleza y las causas de este problema, queda claro que la capacidad de los sistemas educativos de absorber recursos y energía sin producir resultados parece ser infinita. A diferencia de lo que ocurre con los agujeros negros en la física, muchos creen saber lo que hay que hacer con los agujeros negros de la educación, y Brasil no es la excepción; por el contrario, es un país especialmente rico en políticas educativas frustradas. Para explicar este problema se apela a los malos sueldos y a la baja calificación de los maestros. Ahora bien, los datos

indican que los profesores de las escuelas estatales ganan más que los de las privadas y que, a pesar de ello, el desempeño de sus estudiantes es peor. En el Estado de São Paulo, por ejemplo, los docentes perciben mejores salarios que los de Minas Gerais, pero sus alumnos obtienen peores resultados. Por otra parte, la decisión de promover la formación superior de los docentes condujo a un crecimiento desmedido de facultades nocturnas, de calidad discutible, en las que los maestros reciben títulos que les garantizan sueldos más altos, pero que aparentemente no inciden en la calidad de la educación que imparten. La dificultad de entender lo que está pasando, combinada con la necesidad de presentar resultados a corto plazo, explica al menos en parte las políticas educativas que se aplicaron en los primeros cuatro años del gobierno de Luis Ignacio “Lula” da Silva. Su primer gran proyecto en el área de educación fue el Programa Nacional de Alfabetización de Jóvenes y Adultos, inspirado en la Pedagogía del oprimido, de Paulo Freire, de los años sesenta. Este programa intentaba ser al mismo tiempo un proyecto educativo y de movilización social, conducido no por las instituciones educativas sino por organizaciones sociales de base popular. Pero el gobierno no tuvo en cuenta las estadísticas disponibles, que indicaban que el analfabetismo en el país se limitaba cada vez más a las personas más viejas de las regiones más pobres, quienes difícilmente podrían aprovechar ese tipo de educación. Algunos años después, la encuesta anual de hogares demostró que el programa no había influido en las tasas de analfabetismo del país, que continuaban bajando a su ritmo histórico, en función de los cambios demográficos. También empezaba a ser cada vez más evidente el uso inadecuado que las organizaciones no gubernamentales creadas para optimizar la educación hacían de los recursos públicos. El destino del programa de alfabetización fue similar al del programa “Fome zero” [Hambre cero], que se TODAVÍA 15


EDUCACIÓN

presentó al inicio del mandato de Lula como primera prioridad, y luego, un año después, se abandonó. Inspirado en los movimientos sociales de origen católico, y cercano al movimiento de los Sin Tierra, este programa buscaba movilizar la caridad de las clases medias y ricas, y organizar las comunidades campesinas para crear una economía rural basada en la agricultura familiar y en la producción de alimentos para el autoconsumo. En realidad, la pobreza en Brasil no está asociada a una situación de hambre, como en algunas regiones de África o Asia, y la expansión del agronegocio permitió tanto reducir el precio de los alimentos para la población como recuperar la economía del país, a través del crecimiento de las exportaciones. Aunque la expresión “Fome zero” todavía se utilice en la publicidad del gobierno, el programa se suspendió cuando la encuesta de gastos de los hogares de 2002-2003 indicó que los problemas alimentarios en Brasil estaban relacionados sobre todo con la obesidad, y no con carencias nutricionales. El plan “Fome zero” fue reemplazado en la práctica, sin que se lo reconociera explícitamente, por el programa de becas para las familias de bajos ingresos, que apuntaba a solucionar al mismo tiempo los problemas de la educación y los de la distribución del ingreso. En realidad, este programa ya se había puesto en marcha en varios municipios en los años noventa y, más tarde, durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, se extendió a nivel federal. El propósito era dar una pequeña subvención gubernamental a las familias pobres para que sus hijos se mantuvieran en la escuela, bajo la suposición de que los chicos no iban a estudiar porque tenían que trabajar. También se pusieron en marcha planes para apoyar a las familias con la compra de alimentos, o de gas, o para estimular el uso de los servicios de salud. Todos terminaron reunidos en un gran “programa de becas a la familia”, que llegó a asignar recursos a una de cada cuatro familias. El Banco Mundial prestó apoyo técni-

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co y financiero y trasladó la experiencia a otros países bajo la denominación de “conditional cash transfers” [transferencias de dinero condicionadas]. De manera similar al programa de alfabetización, el de becas busca enfrentar el problema de la educación desde afuera del sistema educativo, estimulando la demanda. Curiosamente, en él convergen la visión cristiana de la caridad –el dar dinero a los pobres–; la propuesta clásica de Milton Friedman del impuesto negativo sobre la renta; el supuesto de los economistas de que la falta de educación de los niños se explica porque las familias deciden hacerlos trabajar; y la idea conservadora de que no se debe transferir recursos a los pobres sin exigir explícitamente una contrapartida –de ahí el énfasis en la condicionalidad. El impacto de las becas sobre la educación ha sido prácticamente nulo. Casi todas las familias beneficiadas ya llevaban sus hijos a la escuela: los eventuales ingresos provenientes del trabajo infantil son muy inferiores a las ventajas de tener un lugar donde dejar a los chicos durante el día. En realidad, la deserción escolar, que empieza a los 14-15 años de edad, tiene más que ver con la mala calidad de las escuelas y su dificultad en transmitir contenidos significativos para los jóvenes que con la necesidad que éstos puedan tener de trabajar; además, el valor de las becas es demasiado bajo. No obstante, el sistema de becas se mantiene y es el programa social más importante del gobierno. En primer lugar, porque contribuye de hecho a reducir la desigualdad de ingresos, aunque no tanto como lo hace la creación de nuevos y mejores puestos de trabajo; en segundo lugar, porque garantiza votos para el partido del gobierno, sobre todo en las regiones más pobres. Ahora bien, a partir de la reelección de Lula en 2006, las políticas educativas de su gobierno empezaron a cambiar. Influenciado por el movimiento “Compromiso de Todos por la Educación”, que lideran empre-


¿Por qué los chicos no aprenden, y por qué abandonan la escuela al comienzo de la adolescencia? Éste es el gran agujero negro de la educación, no solamente en Brasil, sino en casi toda América Latina.

sarios de São Paulo, el gobierno hizo una evaluación de todas las escuelas del país, reservó recursos para apoyar a las instituciones más necesitadas que lograran mejores resultados en evaluaciones futuras, y estableció como metas que todos los alumnos puedan leer y escribir con fluidez a los 8 años de edad y que sus conocimientos alcancen el nivel promedio de los países de la OCDE. El antiguo programa de alfabetización a través de las ONG se convirtió en un plan de educación para jóvenes y adultos que debía ser administrado por las escuelas. Y el anterior fondo de financiación de la educación básica fue ampliado y transformado en un nuevo programa de ayuda destinado a todos los niveles de educación no universitaria. Frente a este cambio de orientación se pensó que el gobierno volvía a ocuparse del problema central de la educación del país: la mala calidad de las escuelas públicas. Sin embargo, todavía se destinan pocos recursos a los municipios de peor desempeño, y el gobierno parece no saber cómo apoyarlos para cumplir sus metas. Y mientras algunos problemas centrales permanecen sin resolver –la mala formación de los maestros, la ausencia de metodologías apropiadas de alfabetización, la no definición de los contenidos curriculares, las escasas horas diarias de clase, la administración burocrática y rutinaria de las escuelas, la falta de recursos mínimos para el mantenimiento de las escuelas en los municipios más pobres, sobre todo en el área rural– se anuncian nuevos programas, ma-

sivos y de resultados imprevisibles, como la compra de computadoras para los alumnos y la capacitación de los maestros por medio de cursos a distancia o semipresenciales. Por último, es necesario recordar que la educación básica en Brasil está descentralizada y les corresponde a los gobiernos estaduales y municipales administrar las redes públicas. El gobierno federal puede jugar un papel importante asignando recursos a las regiones más pobres, definiendo los contenidos curriculares nacionales, comprando y distribuyendo libros didácticos, pero son los gobiernos locales los que deben introducir los cambios y políticas que efectivamente ayuden a superar el agujero negro de la educación en el país. El estado de São Paulo, por ejemplo, decidió no participar de la mayoría de los programas federales porque considera que no están bien dirigidos y que cuentan con pocos recursos. De hecho, está introduciendo sus propios cambios, que consisten en reforzar la alfabetización inicial en las escuelas, redefinir los currículos, diversificar las opciones a nivel medio, poner en marcha un sistema de evaluación de las escuelas, y mejorar la selección de directores y maestros. Otros estados y municipios han implementado iniciativas semejantes a las de São Paulo, y es probable que gradualmente logren encontrar los caminos para salir adelante. n

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EDUCACIÓN por inés dussel coordinadora del Área Educación de flacso/Argentina

juan carlos tedesco

“Que la escuela enseñe y los chicos aprendan: así de simple”

¿Cuáles son los problemas centrales de la educación latinoamericana? ¿Cómo se ubica el sistema escolar en medio de las transformaciones culturales, económicas y políticas que estamos viviendo? En esta conversación con Juan Carlos Tedesco, Ministro de Educación desde el 10 de diciembre de 2007, dialogamos sobre las posibilidades de acción que tiene el Estado para mejorar la educación. 18 TODAVÍA


Me gustaría empezar esta charla hablando de la educación en América Latina. ¿Cómo ve hoy los sistemas educativos en la región? Siempre hablar de América Latina fue un problema. Es muy difícil concebirla como una región homogénea, porque hay situaciones de enorme diversidad. Y esa diversidad, en lugar de disminuir, aumenta, porque ahora tenemos no solo niveles de desarrollo económico y social distintos, sino también modelos o constelaciones político-ideológicas diferentes. Entonces, hablar hoy de América Latina es muy difícil, y quizás sea preferible hablar de casos o situaciones particulares. En algunos lugares hay avances y aprendizajes muy importantes. Las reformas de los años noventa y las más recientes están dejando enormes enseñanzas. Y la más significativa de todas es que no hay un camino único que garantice el éxito. No hay una llave mágica. No, eso no existe, quedó claro. Y estamos llegando a algunas conclusiones que tal vez parezcan obvias, pero que son muy importantes. La educación en América Latina se ha expandido mucho, pero tenemos muy serios problemas de calidad. Se acabó la etapa de expansión fácil que rigió en las últimas décadas. Hoy, para seguir creciendo, hay que mejorar la calidad. Y también aprendimos que la cuestión ahora es que la escuela enseñe y los chicos aprendan: así de simple. En la actualidad, el debate pedagógico está recu-

perando su lugar central en las reformas educativas. En los noventa la gran hipótesis era institucional. Se planteaba que había que cambiar el diseño institucional del sistema: descentralización o centralización, medición o no medición, sistemas de financiamiento. Ahora empezamos a entender que, aunque todo eso sea importante y haya que hacerlo, la clave está en lo que sucede en el proceso de enseñanza y aprendizaje dentro del aula y de la escuela. Esta nueva centralidad de la enseñanza se produce en un momento de fuerte debilidad del saber pedagógico, en el que no hay certezas. Enfrentamos problemas nuevos para los cuales no hay muchas respuestas… Ahí radica uno de los ejes del debate: al mismo tiempo que hay que instalar la centralidad de lo pedagógico en las aulas, hay que construir ese saber. Es un desafío muy interesante, y puede ser apasionante. Así estamos en este momento en la educación latinoamericana: en algunos lugares se está intentando enfrentar el problema de la educación con criterios de justicia social; en otros lugares, claro, ni se lo plantean. Veamos entonces el diagnóstico, el punto de partida. ¿Cómo ve hoy la enseñanza y el aprendizaje? Bueno, hoy tenemos un universo muy variado de prácticas. Muchas veces predomina una ausencia de formas de enseñanza-aprendizaje, una cierta anomia en términos pedagógicos. Si uno observa las escuelas, no hay una pauta clara y establecida de cómo enseTODAVÍA 19


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ñar. Y cuando existe, puede ser muy tradicional y no tiene buenos resultados. En muchos casos, la pauta tradicional fue reemplazada por la no-pauta, por una especie, insisto, de anomia: las ideas son cambiadas permanentemente, no se las domina bien, se intenta una y otra vez… Al mismo tiempo, se están realizando innovaciones interesantes, con buenos resultados. Hay algunas dimensiones comunes a estas experiencias exitosas que tienen que ver con características de personalidad de los docentes. Hoy, más que nunca, estas características empiezan a ser consideradas factores técnicos, no están disociados. ¿Cuáles son esas características de personalidad? Menciono algunas: - tener confianza en la capacidad de aprendizaje de los alumnos; - tener un proyecto claro sobre adónde se quiere llevar a los alumnos; - tener responsabilidad por los resultados (que el resultado no me sea indiferente); - tener cierta actitud de compromiso político, en el sentido más amplio de la palabra. Hoy la educación es un factor importante de justicia social. El maestro normalista era –o al menos daba la imagen de ser– un maestro comprometido con la construcción de la Nación; había una cultura política, no partidaria, un compromiso político que formaba parte de la cultura profesional del maestro. Para nosotros, esto es un déficit de las políticas educativas actuales. Uno puede trabajar para aumentar las horas de clase, 20 TODAVÍA

poner computadoras en las escuelas, construir nuevos edificios y mejorar los que ya estaban, es decir, uno puede utilizar todos los insumos materiales de la política, pero lo difícil es tener políticas de subjetividad. Cuando se logró, como con los maestros normalistas, a fines del siglo XIX, fue el resultado de un proyecto social y cultural, no de un proyecto educativo. En este tiempo, en cambio, construir una sociedad justa no es todavía un valor compartido culturalmente por el conjunto de la sociedad, un valor que movilice a todos sus actores y, en particular a sus maestros. Ahí está la gran batalla. Pero, ¿puede el Estado –incluso uno podría preguntarse si debe– tener políticas de subjetividad docente? ¿Tiene derecho a intervenir en ese ámbito? Y por otro lado, ¿cómo pensar en este compromiso político sin vincularlo al conocimiento? Claro, hacer esa separación es incorrecto. Tal vez, habría que ver si no conviene implementar una especie de juramento inicial, a la manera del juramento hipocrático de los médicos, sobre los valores de la profesión docente. Este compromiso debe estar asociado a la justicia social, a la responsabilidad por los resultados del aprendizaje y puede despertar la necesidad de estar actualizado permanentemente, y de innovar la gestión de la escuela. Sobre el primer punto, si el Estado puede o debe plantear un sentido compartido para la docencia,


Construir una sociedad justa no es todavía un valor compartido culturalmente por el conjunto de la sociedad, un valor que movilice a todos sus actores y, en particular a sus maestros. Ahí está la gran batalla.

creo que una sociedad se construye así: admite la diversidad, pero esa diversidad tiene que montarse sobre un piso común que permita vivir juntos. Si no, estamos en el mercado. La diferencia entre el mercado y la sociedad es ésa. Reivindico el informe Delors* cuando dice que, en el nuevo capitalismo, lo importante es aprender a vivir juntos. Eso no significa renunciar a lo mío, sino ver qué es lo que me une al otro y qué es lo que me diferencia.Y que esa diversidad sea riqueza, sea patrimonio común, y no un problema. La escuela puede ser un ámbito donde construyamos un sentido compartido, donde el respeto al otro sea fundamental. Y precisamente enseñarlo es la función de la escuela. Esto es muy importante porque una de las características de este nuevo capitalismo es el déficit de sentido. En esta línea, me gusta mucho el análisis de Richard Sennett cuando afirma que uno de los rasgos de esta sociedad es “nada a largo plazo”. En un contexto así, plantear el largo plazo y el tema de un sentido compartido juega un papel político clave. Si alguien quiere, en este momento, ser “anticapitalista” (así, entre comillas), entonces tiene que recuperar el tema del largo plazo, del sentido y de la justicia. En el caso de la educación, la idea de pacto educativo, es decir, la voluntad de someter la educación a un debate público entre todos los actores, es fundamental.

* Informe sobre educación que realizó la UNESCO en 1993.

La discusión política pública, la discusión colectiva, es necesaria en una política educativa que tienda a la justicia. Tiene un papel contracultural importante. ¿La escuela misma se ha convertido en una institución contracultural? Pienso en el valor que se le da al largo plazo, a la reflexión… Claro, por eso el pensamiento neoliberal más duro ataca no a una determinada escuela, sino a la escuela como institución. Según este enfoque, hay que quedarse en la casa… Y, como las nuevas tecnologías lo hacen posible, esta postura parece moderna, y no tradicional o conservadora. Pero, en realidad, implica terminar con un espacio público de socialización. Las charter schools, el homeschooling, tienen que ver con terminar con la escuela como un espacio público donde se encuentran diferentes. Lo mismo puede decirse de la guetización de la escuela, que va acompañada de la guetización de la ciudad. Hoy los barrios no son heterogéneos, incluso en una ciudad como Buenos Aires, donde tradicionalmente lo eran. En la actualidad es muy difícil hacer una escuela donde se encuentren diferentes, cuando los que habitan alrededor de la escuela son todos del mismo sector social. ¿Qué piensa de la propuesta cultural de la escuela? Parece más atada a concepciones tradicionales del conocimiento que difícilmente podríamos calificar de contraculturales. TODAVÍA 21


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Las posibilidades que tiene un ministro de modificar lo que pasa en el aula son más limitadas. Eso no se hace por ley ni por decreto, depende mucho del saber profesional, de la cultura profesional de los docentes.

¿Y qué pasa con el uso de las nuevas tecnologías y de la televisión? Bueno, es una pregunta muy amplia. Primero, sería muy tecnocrático pensar que el problema radica en las tecnologías, ya sea la televisión, las computadoras o el teléfono. No es la tecnología la que determina su uso social, sino las sociedades y los seres humanos. La escuela tiene que trabajar con todo eso, y redefinir su papel. Como en cualquier otro proceso social y productivo, la tecnología reemplaza lo menos calificado del trabajo humano. En el espacio educativo, puede reemplazar la transmisión de información. Así se libera tiempo, inteligencia, esfuerzo, para ocuparse de lo más calificado, que es el aprendizaje, guiar al alumno, entre otras cosas. Ésa, me parece, es la línea por la que hay que introducir en la escuela las nuevas tecnologías. Por ejemplo, hay que enseñar a mirar televisión. ¿Cómo se hace? Enseñándoles a los chicos cómo se produce un programa. Si los chicos saben qué hay por detrás, están mejor preparados para no dejarse manipular. Por otro lado, admitamos que cada tecnología tiene su especificidad, su complejidad. Sabemos menos en el caso de las computadoras. Estamos en un terreno bastante incierto en el que hay investigaciones para todos los gustos. Y ahí sí que las políticas educativas deben tomar decisiones de muy alto riesgo, tanto si se introducen las computadoras dentro del aula como si no. Si se las introduce, es un exceso de audacia, y si no, es un exceso de prudencia. 22 TODAVÍA

Hay una distancia entre el tiempo de cambio político –limitado a un período electoral, y sometido, además, a las exigencias de la prensa y del electorado– y el tiempo de cambio de las escuelas –más lento, más disperso, menos espectacular–. ¿Qué se puede hacer desde un ministerio nacional de educación para abordar estos problemas de los que hablamos? ¿Y qué piensa de la “reforma” general como estrategia de intervención? Cuando se llega al Ministerio, uno aprende que hay paradójicamente enormes límites y enormes posibilidades de hacer. Las dos cosas al mismo tiempo, y no es contradictorio. Hoy, quizá, pocos creen en la idea de las grandes reformas de los sesenta o de los noventa. Pero, en cambio, se pueden plantear ciertas líneas de acción claras. Sabemos, por ejemplo, que hay que mejorar sustancialmente las condiciones materiales del aprendizaje. Para eso es necesario que haya planes importantes de infraestructura y equipamiento de las escuelas, horas de clase, manuales, libros y computadoras. Y se puede hacer. Una segunda línea de trabajo tiene a los maestros como variable clave (la palabra “variable” quizás no sea la mejor). También aquí hay políticas públicas que pueden abordar el tema docente de manera integral: mejores condiciones de trabajo, salarios, formación y carrera docente. Es crucial que las organizaciones sindicales acepten que la profesionalización del ejercicio de la docencia es fundamental, que la única manera


de mejorar su prestigio y las condiciones de trabajo es aumentar el profesionalismo en su desempeño. Después, claro, las posibilidades que tiene un ministro de modificar lo que pasa en el aula son más limitadas. Eso no se hace por ley ni por decreto, depende mucho del saber profesional, de la cultura profesional de los docentes. Sí podemos crear condiciones para que los que quieran crecer e innovar lo hagan. Y ése es otro tema crucial: si no mejoramos las formas de enseñanza y aprendizaje, por más que hagamos todo lo demás, esto no va a funcionar; pero ahí dependemos mucho del resto de los actores, de la comunidad académica, de los investigadores, de los formadores de formadores. Creo que la comunidad académicoeducativa tiene pendiente un debate: debe volver a discutir sobre pedagogía, formas de enseñanza, resultados de aprendizaje.

¿Y no hay un riesgo nostálgico en eso? Bueno, nostálgico sería si lo planteamos en los mismos términos que en los sesenta, es decir, si pensamos que transmitir es algo rígido, fijo, y que cada uno tiene su lugar ya determinado. Pero si queremos transmitir un patrimonio común, un sentido de responsabilidad por el otro, una idea de sociedad más justa, y ponemos estos conceptos en el marco del nuevo capitalismo, entonces creo que no hay nostalgia. Por otra parte, para un sexagenario como yo, un poco de nostalgia no estaría mal. El capitalismo de mediados del siglo XX me gusta: era más integrador, más inclusivo, con más movilidad social. No me molesta tener nostalgia de esos conceptos. Hay formas del capitalismo que son mejores que otras, ¿por qué no pretender eso? Si eso es nostalgia, y bueno, yo soy tanguero, así que no me preocupa ser considerado nostálgico. n

En los años sesenta y setenta, muchos intelectuales (entre ellos, usted mismo) criticaban a la escuela por ser autoritaria o conservadora. Hoy, en cambio, esos mismos intelectuales recuperan el valor de la escuela como una de las pocas instituciones que puede competir con el mercado como espacio de socialización. ¿Qué pasó en el medio? Ese cambio se produjo en el núcleo del sector crítico. Pero lo que cambió es el capitalismo. En los sesenta, todos queríamos romper el cemento de la sociedad. Y eso lo hizo el neoliberalismo: rompió el cemento de la sociedad; nada nos une, que cada uno se las arregle como pueda. Hoy reproducir, cohesionar, hacerse responsable de mi vínculo con el otro, empiezan a ser conceptos anticapitalistas. En los sesenta, todo lo que nos unía aparecía como dominación; hoy, al contrario, no se trata de dominación sino de responsabilidad, de cohesión. Ahí radica el eje de este cambio. Hoy reivindicar el lugar de la escuela, de la transmisión, de la autoridad, no tiene el mismo sentido que tenía en otra época.

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EDUCACIÓN por cristián cox Universidad Católica de Chile

Acuerdos y prioridades en Chile

La nueva ley de Educación, consensuada recientemente por el gobierno y la oposición, propicia “más Estado” para alcanzar calidad y equidad en las oportunidades de aprendizaje. 24 TODAVÍA


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n Chile está en curso una nueva fase de las relaciones entre política y sistema escolar. En 2006, tras una década y media de políticas educativas marcadas por los acuerdos y la expansión del gasto que permitieron obtener mejoras materiales y salariales contundentes, masivas protestas de estudiantes secundarios que criticaban la calidad y la inequidad de la educación sorprendieron al gobierno y a la oposición. Por primera vez en los 16 años de gobiernos de la alianza de centroizquierda que condujo la transición del régimen militar a la democracia, la demanda social planteada por un actor nuevo –“los hijos de la reforma”, nacidos en los noventa– ejerció una presión efectiva, volteó literalmente el tablero e impulsó un cambio profundo en las políticas educativas. En efecto, el recién inaugurado gobierno de la presidenta Bachelet, que no había definido la educación como su prioridad, se vio obligado a asumir una agenda centrada en la redefinición de la arquitectura institucional del sector, con su particular combinación de mecanismos de Estado y de mercado. Pensar en la educación A partir de entonces, el debate político naturalmente se centró en lo que quedaba por resolver y dejó en la penumbra aquellas transformaciones que hoy nos permiten comprender qué es lo que ocurrió en las relaciones entre la sociedad y la educación. El cambio en las demandas sociales, sin embargo, está estrechamente asociado a una combinación de logros y frustraciones.

Ya sabemos que la estabilidad y la mediocridad de los resultados de aprendizaje, medidos nacionalmente por la prueba censal anual del Ministerio de Educación e internacionalmente por distintos programas de evaluación, representan los problemas. Pero, entonces, ¿cuáles son los mayores logros? En primer lugar, se prolongó la duración de la experiencia educativa de todos los grupos sociales, pero especialmente en la franja que representa el 40% más bajo en la distribución del ingreso. Este sector duplicó su participación en la educación preescolar y la triplicó en la educación superior gracias a los cambios en la escuela media y a su capacidad para retener a los estudiantes. Así, se redujo en forma considerable la deserción que, en 1990, afectaba a uno de cada cuatro alumnos de los sectores sociales de ingresos más bajos. En segundo lugar, se logró incluir un nuevo lenguaje –el digital–, que tiene importantes consecuencias para los jóvenes tanto en lo que hace a su ciudadanía como a su competitividad. Más allá del impacto de las Tecnologías de la Información y la Comunicación sobre la enseñanza y el aprendizaje de las diferentes áreas del currículum, la experiencia escolar en Chile hoy día asegura a prácticamente todos los estudiantes el acceso a unas competencias indispensables en el funcionamiento de la sociedad moderna. Esto, por supuesto, tiene además claras implicancias de equidad ya que los sectores sociales de ingresos más bajos acceden a la computación a través de la escuela.

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Por último –y lo más importante políticamente–, la sociedad chilena modificó la reflexión sobre su sistema educativo, situación que, a su vez, generó nuevas demandas y presiones. Podemos afirmar que hoy la sociedad dispone de mayor información sobre los resultados y la distribución social del aprendizaje, y sobre la calidad de sus docentes. Si bien esta información ha tenido un impacto mayor en las elites y la clase política, gradualmente está llegando al conjunto de la sociedad e incide directamente en las relaciones entre sistema escolar y sociedad. Esa mayor reflexividad constituye la base de las nuevas presiones sobre el sistema político para conseguir una educación de más nivel. En síntesis: que los jóvenes con más educación de la historia de Chile hayan protestado, con amplio apoyo social, contra la calidad y la inequidad de su experiencia escolar, debe considerarse bajo el telón de fondo de estos cambios y puede, además, ser interpretado a la manera de Alexis de Tocqueville: cuando las cosas están mejor, los límites que antes no tenían significado sociopolítico relevante se vuelven intolerables. Una agenda consensuada A partir de esa crisis de 2006, el movimiento de los estudiantes secundarios y el Consejo Asesor Presidencial para la Calidad de la Educación, creado ese año como respuesta del sistema político, pusieron en el centro del debate, por primera vez desde la reforma de 1980, las dimensiones institucionales y regulativas del sistema. Durante 2007, tanto el gobierno como la oposición trabajaron en la elaboración de proyectos de ley que buscaron dar respuesta a las que se consideraban las principales inconsistencias: –Un sistema institucional “de vínculos débiles”, organizado en tres subsistemas (privado, subvencionado y municipal), en el que las políticas del gobierno central no llegan a las aulas y en el que no existen regulaciones efectivas para asegurar la calidad. –Un financiamiento regresivo y poco equitativo de la matrícula basado en un mecanismo de financiación 26 TODAVÍA

compartida que permite a las familias sumar un aporte a la subvención estatal. –El mecanismo de selección de alumnos que realiza la mayoría de los establecimientos privados subvencionados que distorsiona la competencia con los colegios municipales y contribuye a la segmentación social. –La dicotomía legalmente establecida entre el Ministerio de Educación, a cargo de lo curricular y pedagógico, y los municipios, responsables de la gestión administrativa. Finalmente, en diciembre de 2007, el gobierno y la oposición culminaron el proceso de elaboración y negociación conjunta de una nueva ley de educación, cuya orientación fundamental es “más Estado”, en una matriz que combina mecanismos y lógicas de Estado y de mercado. El proyecto de ley estableció dos nuevas agencias públicas para la regulación de la educación: la Agencia de Aseguramiento de la Calidad de la Educación, responsable de evaluar los logros del aprendizaje así como el nivel de desempeño de los establecimientos y propietarios de escuelas (o sostenedores); y la Superintendencia de Educación que lleva adelante funciones de fiscalización y tiene poder para sancionar y cerrar escuelas en caso de “resultados educativos reiteradamente insuficientes”. En esta propuesta, el Ministerio de Educación mantiene sus funciones de diseño e implementación de políticas, definición del currículo y apoyo a escuelas y docentes mediante programas de desarrollo profesional. Asimismo, el proyecto de ley prohíbe la selección de alumnos en el nivel básico, eleva los prerrequisitos para los propietarios de escuelas y establece la diferenciación de la subvención por alumno, aumentando sustancialmente la de niños y jóvenes del sector social más bajo. El acuerdo gobierno-oposición también redefinió la estructura del sistema escolar: se propuso pasar de 8 años de educación básica y 4 de secundaria, a 6 años en cada tramo. En el plano curricular se aceptó que cada establecimiento definiera los contenidos del 30% del tiempo de clase.


Se redujo en forma considerable la deserción [escolar] que, en 1990, afectaba a uno de cada cuatro alumnos de los sectores sociales de ingresos más bajos.

Pero, sin duda, lo fundamental es que estos cambios implican que la derecha chilena reconoce –después de 25 años de establecido el régimen de financiamiento a la demanda y la competencia entre escuelas por la matrícula– que la educación requiere un Estado pro activo, no subsidiario ni prescindente si los objetivos son calidad y equidad en las oportunidades de aprendizaje de la mayoría. Esto requiere mayores regulaciones y una institucionalidad diferenciada para ejercer presiones y apoyos más efectivos a las escuelas y a la profesión docente. El largo camino que va de un acuerdo político como el reseñado a la aprobación de leyes y a la construcción de instituciones coherentes y capaces es incierto, especialmente si tal proceso tiene que atravesar un período de elecciones presidenciales a fines de 2009.1 Pero también es verdad que ese trayecto se inicia con un acuerdo sustancial, que en términos de deliberación democrática no tiene precedentes en cuanto a su prolongación, representatividad y acumulación en las distintas fases (protestas estudiantiles –creación del Consejo Asesor Presidencial– y debates en el Parlamento). Por otra parte, es una iniciativa que refuerza la orientación principal que ha seguido la política educa-

tiva desde 1990: abordar la educación como problema nacional y buscar los acuerdos que permitan mantener cierta estabilidad en el cambio. Más allá de la reforma institucional, no podemos dejar de señalar que aún resta mucho por hacer en términos de formación de capacidades. Al conocer las políticas educacionales recientes de Chile, el experto en educación Michael Fullan consideró que, si bien la reforma resultaba adecuada a las necesidades institucionales, no tenía en su foco el crucial problema de las capacidades docentes. En efecto, lo principal de una agenda de políticas educativas que tenga la calidad (y no la cobertura) como norte es lograr la transformación de las prácticas docentes que, como se sabe, constituyen el núcleo más difícil de cambiar de los sistemas educativos. Así, para el Bicentenario el país tiene una doble agenda en educación: institucional y de creación de capacidades. Ha concentrado, con éxito, las energías de su sistema político en la primera, y tiene como desafío mayor encarar la formación inicial y el desarrollo profesional de sus docentes en una escala y con una prioridad radicalmente diferentes a las del presente. n

1 Al momento de escribir estas líneas, la Ministra de Educación es objeto de una acusación constitucional por la oposición, con lo que el clima de los acuerdos –de hace sólo tres meses– se ha esfumado. Pero se trata de un oleaje de superficie y no de una marea más profunda.

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FOTOGRAFÍA

SÃO PAULO X TUCA VIEIRA

Viaducto Santa Ifigênia, en el centro de la ciudad

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FOTOGRAFÍA

Piscina en Sesc Itaquera

Graffiti en el barrio de Vila Madalena

EL FOTÓGRAFO QUE QUIERA RETRATAR SÃO PAULO NO ENCONTRARÁ A SU DISPOSICIÓN LAS TARJETAS POSTALES QUE ABUNDAN EN TANTAS CIUDADES CAPITALES DE BRASIL. LOS OBJETOS PARA LLAMAR SU ATENCIÓN TENDRÁN QUE SOBRESALIR EN UN AMBIENTE DESORDENADO Y HOSTIL, COMO SI MUCHOS BIENES CULTURALES, RELIQUIAS HISTÓRICAS O SIMPLES RINCONES PINTORESCOS SOBREVIVIESEN, AL IGUAL QUE SUS CIUDADANOS, EN UN PERMANENTE ESTADO DE SITIO. CLARO QUE, A CIERTA ALTURA, INCLUSO LA VIOLENCIA VISUAL PAULISTA SE VUELVE UN TEMA PLÁSTICO: LOS EDIFICIOS CUBIERTOS 30 TODAVÍA


Barrio de Bixiga

Aeropuerto de Congonhas

DE PINTADAS, LOS FANTASMAS DE CEMENTO –ESAS VIEJAS PROPIEDADES DEL CENTRO TRANSFORMADAS EN CONVENTILLOS VERTICALES–, LA MARAÑA DE CABLES ELÉCTRICOS, LAS AUTOPISTAS ELEVADAS Y LOS VIADUCTOS QUE TRENZAN NUEVOS NIVELES DE ASFALTO Y DE CEMENTO POR ENCIMA DE LAS ANTIGUAS AVENIDAS, LOS GRAFFITI, LOS BACHES, LOS MENDIGOS, LAS LUCES DE LOS EMBOTELLAMIENTOS BRILLANDO SOBRE EL AGUA DE LAS INUNDACIONES Y LOS ROSTROS DE LOS PEATONES DISUELTOS EN LA PRISA. TODO ESO COMPONE EL CUADRO DE UNA CIUDAD EN LA QUE EL TODAVÍA 31


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FOTOGRAFÍA Praça do Patriarca Avenida Paulista

Largo da Concordia Favela de Paraisópolis en el barrio de Morumbi

ESPACIO, DE TAN INHABITABLE, SE VUELVE INESTABLE Y SE BRINDA ASÍ AL EJERCICIO DEL ARTE FOTOGRÁFICO, Y A SU PODER DE EXTRAER INSPIRACIÓN DE LO FEO Y DE LO ÁSPERO, DE RECORTAR ÁNGULOS PECULIARES DENTRO DE UN LABERINTO HECHO DE IMPACIENCIA, VANDALISMO, CONGESTIONAMIENTOS INFINITOS Y UNA INVENCIBLE VOLUNTAD DE SEGUIR ADELANTE.

Marcelo Coelho, fragmentos de As Cidades do Brasil, São Paulo (2005), de Marcelo Coelho y Tuca Vieira 34 TODAVÍA



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Tuca Vieira (São Paulo, 1974). Estudió Letras en la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo (1998) y fotografía con Cláudio Feijó, Eduardo Castanho, André Douek, Nair Benedicto y Eder Chiodetto. Trabajó en el Museo de la Imagen y del Sonido, en la Agencia N-Imagens. Recibió los premios Folha de Jornalismo, en la categoría Fotografía (2003), y Grupo Nordeste de Fotografia, en la categoría Profesional (2005). El concurso de apoyo a la producción de artes visuales, fotografía y nuevos medios de la Secretaría de Cultura del Estado de São Paulo le permitió desarrollar su proyecto Fotografia de rua. Integra el equipo de fotografía del diario Folha de São Paulo, y desde 2002 trabaja sobre temas de la ciudad, la arquitectura y el urbanismo.

Edificio Copan, proyecto de Oscar Niemeyer Praça da Sé

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MÚSICA por alfredo rosso periodista especializado en rock Ilustraciones

pablo páez

Los sesenta: flores entre corceles y aceros El rock nacional comenzó en un bar de una Villa Gesell todavía agreste, sin marcas líderes adornando escaparates, donde Moris, Javier Martínez, Pajarito Zaguri y Pipo Lernoud le pusieron los primeros versos a un disenso existencial que en aquel entonces se llamaba rebeldía. En 1966 eras un rebelde sin causa si contestabas mal, no estudiabas, andabas por ahí con gesto huraño… en fin, si te escapabas del molde. “Quedarse en el molde” era una frase muy de moda, igual que “no hagan olas”. Y de pronto, los Beatniks de Moris y Pajarito se apropian del temible mote: Rebelde me llama la gente / rebelde es mi corazón / soy libre y quieren hacerme / esclavo de una tradición.

época transformó el remate en este mundo abandonado, pero la esencia era la misma: una generación empezaba a dejar atrás el lastre de una historia ajena. El tema pedía madera para construir una balsa… ¡y naufragar! La idea era sumergirse en un océano nuevo de posibilidades, donde el desafío era escribir vos el libreto de tu vida. El vozarrón de Javier Martínez lo articularía muy pronto en un gran tema de Manal diciendo: porque hoy nací / hoy, recién hoy, el sol me quemó / y el viento de los vivos me despertó. De repente, si eras joven y pensabas diferente, ya no estabas más solo.

Esas dieciocho palabras fundaron el rock nacional, le dieron sentido, cauce, curso. Muy pronto, amparados por la noche interminable que iba de La Cueva de Pueyrredón al bar La Perla de Jujuy y Rivadavia, el temprano tren de nuestro rock sumó nuevos pasajeros: Miguel Abuelo, Litto Nebbia, Tanguito. Una madrugada, rebotando en los azulejos del baño de La Perla, se escucharon por primera vez unas estrofas emblemáticas: estoy muy solo y triste acá en este mundo de mierda. El decoro de la

En los ochenta, el rock argentino se despega de la rebeldía social con que había nacido en los sesenta y desarrolla una

ROCK: DE LA CUEVA AL PARAKULTURAL obra que sigue deslumbrando por su calidad y por la libertad con que fusiona géneros y estilos.

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El rock nacional era el nexo criollo de una sinfonía de poder juvenil que se tocaba en las calles de Londres, San Francisco, París. La dictadura de Onganía se continuaría en Levingston y luego en Lanusse, pero el rock nacional ya había construido un estado dentro de otro. Por más que te cortasen el pelo a la fuerza en un coiffeur de seccional, como decía una letra de Miguel Cantilo, no podían invadirte el espíritu. En sus orígenes, el rock nacional fue una música variopinta, adornada con la osadía del que tiene todo por inventar. Almendra metió bandoneones, Arco Iris juntó saxos con bombos legüeros y los primeros Abue-

los de la Nada se atrevieron a violonchelos y contracantos. Disueltos los grupos fundacionales, los ex Almendra extendieron las fronteras del rock progresivo en grupos decisivos como Aquelarre, Color Humano, Pescado Rabioso e Invisible. Litto Nebbia, ahora en plan solista, experimentaría con fusiones que lo acercarían al jazz y al folklore. Pappo se daría el gusto, por fin, de poner la piedra fundamental de su trío de blues y los antiguos miembros de

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En sus orígenes, el rock nacional fue una música variopinta, adornada con la osadía del que tiene todo por inventar. Almendra metió bandoneones, Arco Iris juntó saxos con bombos legüeros y los primeros Abuelos de la Nada se atrevieron a violonchelos y contracantos.

Manal serían clave en ese conglomerado de rock formado en torno al cantante y productor Billy Bond: La Pesada del Rock and Roll. Entretanto, el giro acústico de nuestro rock proponía una mayor atención al mensaje de las letras y el ejemplo más obvio es el álbum Vida, de Sui Generis. Charly García le habla a su público desde un plano de igualdad, con una clara percepción de la crisis de identidad del adolescente y su lucha por afirmarse en un mundo adulto y ajeno. La ambición artística de García y Mestre llevaría el sonido de Sui Generis a un alto nivel de sofisticación musical y de relevancia testimonial en los difíciles años por venir, una tendencia que se continuaría en bandas emblemáticas como La Máquina de Hacer Pájaros y Serú Girán. Los ochenta o la generación del yo Para el rock nacional, la década del ochenta comienza una vez finalizado el conflicto de Malvinas. Esto fue así no solo porque el rock nacional comenzó a escucharse mucho más en la radio –aunque ya había programas de rock nacional mucho antes de los ochenta– , sino porque en los dieciocho meses que van desde la rendición de Puerto Argentino en junio de 1982 a las elecciones que recuperan la democracia con la presidencia del doctor Raúl Alfonsín en diciembre del 83 hay una verdadera explosión creativa en la Argentina. Se ve en las bellas artes, en la literatura, en el teatro, en el cine y –muy especialmente– en la música. Por todas partes brotan nuevos clubes y locales, como El Ciudadano, Stud

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Free Pub, Caras Más Caras y –muy especialmente– el Einstein y el Parakultural, para dar albergue a estas nuevas manifestaciones artísticas. El fenómeno no es solo porteño. En Rosario nace una nueva camada de poetas y músicos que se alinean tras la figura del cantante Juan Carlos Baglietto. Son, entre otros, Fito Páez, Jorge Fandermole y Lalo de los Santos. Con una poesía impecable y hasta erudita, traen otra óptica y otros testimonios de esa época de cambios y esperanzas. Entre nuestros músicos históricos, Luis Alberto Spinetta y Litto Nebbia construyen también sus propios parámetros de la realidad, enfundándolos en las particulares estelas de sus grupos de entonces, Spinetta Jade y las varias permutaciones que adoptaron las bandas del ex Gatos. Charly García, una vez más, hace punta reflejando la sociedad de su tiempo en una tetralogía incomparable que abarca álbumes como Yendo de la cama al living, Clix modernos, Piano Bar y Parte de la religión, y acaparando buena parte de las presencias masivas en los recitales de los ochenta. Una masividad que también va in crescendo para Sumo y para los Redonditos de Ricota, que al promediar la década habrán dejado atrás el ámbito de los clubes para conquistar el habitat de los estadios cubiertos. Es también una época de desarrollo de las mujeres en el rock, con Celeste Carballo a la cabeza y una nueva camada de chicas que lideran o acompañan bandas, y que incluye a Fabiana Cantilo e Hilda Lizarazu, vinculadas a los Twist, e Isabel de Sebastián y Celsa Mel

Gowland, quienes encarnan a Metrópoli en la segunda mitad de la década. También es una era variada en términos estilísticos. Un blues urbano y a flor de piel como el de Memphis La Blusera se abre paso rápidamente, mientras crece la popularidad del hard rock metalero que Pappo acuña con Riff y el elemento lúdico y poético que Miguel Abuelo desarrolla con la nueva encarnación de Los Abuelos de la Nada –donde hace sus primeros palotes un muy joven Andrés Calamaro– y el rock frontal de Miguel Mateos y Zas, que tendrá un flash de gloria suprema a mediados de la década, cuando su álbum Rockas vivas supere el medio millón de copias vendidas. Pero buena parte de los músicos noveles que surgen en los ochenta no comulga con las metas que habían inspirado a sus hermanos mayores en décadas previas. Las utopías de cambio social habían sido sepultadas en medio de la gran masacre perpetrada por el Proceso militar –a esa altura, en sus últimos pasos– pero, incluso en sociedades donde la represión no adquirió la expresión brutal que conocimos en la Argentina, la voluntad transformadora de la generación de los llamados “baby boomers” estaba francamente en retirada al despuntar los ochenta. Los nuevos jóvenes tienen otras prioridades. Son “The Me Generation”, la generación que se ocupa, primero y por sobre todo, de la primera persona del singular, y sus símbolos hablan por sí mismos: hay una preocupación inédita por la estética del cuerpo (aparecen los alimentos dietéticos, las cirugías correctivas, el auge de los gimnasios) y una


seducción por la satisfacción inmediata que provocan drogas euforizantes como la cocaína. La expresión del cuerpo es un elemento central de las nuevas canciones y en la actitud que asumen los músicos en sus shows, pero este cambio no se había dado de la noche a la mañana. Antes de transformarse en uno de los grandes símbolos de la nueva era, el grupo Virus desató polémicas y provocó rechazos por la forma de bailar y de conducirse en escena de su cantante Federico Moura, un decidido militante de esta nueva estética, como deja bien

en claro ya desde el primer hit del grupo, “Wadu wadu”. El rock desfachatado de Los Violadores, máximos exponentes del punk criollo, denuncia la hipocresía criolla que acompañó con su silencio cómplice a la dictadura en las corrosivas estrofas de “Represión”: Hermosas tierras de amor y paz / hermosas gentes, cordialidad / fútbol, asado y vino / ésos son los gustos del pueblo argentino. / Represión en la puerta de tu casa / represión en el kiosco de la esquina / represión en la panadería / represión 24 horas al día... El humor y la sátira también son un vehículo propicio para traer a la superficie los difíciles días vividos. En “Pensé que se trataba

de cieguitos”, Pipo Cipolatti y los Twist le daban una nueva vuelta de tuerca a la conocida historia de abuso policial canalizado en una detención sin motivo. Otro gran símbolo de la década es Soda Stereo. En su disco debut, de fines de 1984, el trío de Cerati, Zeta y Alberti trazaba todo un mapa de situación del nuevo sistema de valores de los ochenta con títulos que lo dicen todo: “Dietético”, “Mi novia tiene bíceps”, “Afrodisíacos”, “Por qué no puedo ser del Jet Set” y, no por casualidad, “Sobredosis de TV”. La televisión, que los argentinos aprendimos a ver en color desde abril de 1980, es el puntal de una revolución mediática que empieza en los ochenta y alcanza su máxima expresión en nuestros días. Con el arribo de las transmisiones por cable llegó también MTV: ya no bastaba que un grupo sonara bien; ahora también debía tener una imagen comercializable, porque a partir de los ochenta la música se vende a través de la pantalla chica. La década del ochenta suele tener mala prensa. Se la acusa de frívola y vacía de idealismo y sensibilidad. Pero las generalizaciones siempre son groseras: éste fue también el período en el que la diversidad musical derrumbó las barreras entre géneros y estilos. El rock argentino incorporó los sonidos y la estética del punk y la New Wave llegados del mundo anglo y los acomodó a la realidad nacional, como demuestran los casos de Violadores y –ya en las postrimerías del decenio– Attaque 77. Otro tanto ocurrió con el reggae. Su integración sonaba algo forzada en un principio, pero el ritmo jamaiquino terminó fusionándose de un modo natural con los sonidos del rock local. Esa retracción de viejos prejuicios –que años más tarde permitiría también un acercamiento inédito al tango y al folklore– colaboró en mucho para darle al rock argentino la variedad y riqueza expresiva que ostenta hoy, un cuarto de siglo después. n

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ARQUITECTURA por graciela silvestri investigadora del conicet-unlp Área Historia del Territorio

En las salas de concierto proyectadas para el futuro Centro Cultural del Bicentenario confluyen dos aspectos del tiempo: la fugacidad propia de la música y la permanencia buscada por la arquitectura.

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Música, arquitectura, ciudad


A

El antiguo Palacio de Correos se transforma en un edificio abierto a la Ciudad

fines de 2006, colaboré con el estudio BBBBSF * en el concurso internacional para la reconversión del Palacio de Correos en Centro Cultural del Bicentenario. El anteproyecto obtuvo el primer premio y durante 2007 se desarrolló el proyecto para la licitación de la obra. La experiencia fue apasionante: no solo por el valor del edificio, sino también por la dificultad del programa, que solicitaba ideas para la transformación del entorno urbano; espacios para exhibiciones, microcines, etc.; y la inclusión de dos salas de música, una de ellas para 2500 espectadores. El volumen y la complejidad de la sala sinfónica eran un desafío, dada la voluntad de preservar la integridad del edificio. Por eso, la propuesta implicó la participación de asesores en patrimonio, en acústica y en estructura, que desempeñaron un papel activo en la determinación de la forma. El proceso colectivo de elaboración del proyecto constituye una ocasión para reflexionar sobre la misma idea de forma en la que se funda el arte, puesta en máxima tensión por los requerimientos políticos, económicos y técnicos, y (en otra lógica) por dos disciplinas, la arquitectura y la música, históricamente

* Estudio Bares, Bares, Bares, Becquer, Ferrari, Schnak.

relacionadas. Me gustaría aquí revisar aquel proceso a través de esa relación, en sus diversas dimensiones. • La primera, la más concreta: la música se escucha en un ámbito definido, que posibilita o entorpece la audición. La ingeniería acústica, que intenta la solución del problema, se ampara, como la arquitectura, en la proporción. Esta idea de “reunión de las artes” imaginada en las salas del siglo XIX antecede y alimenta la búsqueda del arte total. Esa reunión es a la vez concreta y abstracta: tiene en cuenta los fundamentos de cada disciplina, pero también el deleite del público. Entonces, si se logra la síntesis, se promete algo más que un momento de placer. Esta búsqueda inspiró las más diversas arquitecturas del siglo XX; basta recordar la Sinfónica de Berlín, de Hans Scharoun, que reformuló “la arena clásica” en un espacio único, con su escenario en el medio de la sala, “democrático” y sin jerarquías. En todo caso, desde el siglo XIX, salas sinfónicas, teatros y óperas, ámbitos masivos de intercambio social, adquirieron preponderancia en el desarrollo y prestigio de las ciudades. La construcción de una sala simboliza el destino de una ciudad: cierta idea de espacio público, cierta idea de comunicación en la fragmentada sociedad metropolitana.

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ARQUITECTURA • Pero, las relaciones entre música y arquitectura poseen también una dimensión creativa. Puede recordarse, por ejemplo, el pabellón Philips, pensado por Le Corbusier e Iannis Xenakis para la Exposición Internacional de Bruselas, de 1958, cuyas curvas eran una réplica de la idea de Xenakis de desplazamiento sonoro continuo. Tanto el arquitecto como el compositor-ingeniero buscaban una nueva belleza porque confiaban en que el mundo poseía un orden sustancial. La ilusión aún pervive: pervive la necesidad de encontrar un punto de reunión en la fragmentación actual. • Finalmente, la recepción de ambas artes alude a otro tema contemporáneo: la forma de interpretar el tiempo. Efímera continuidad sin sustancia visible, el tiempo encuentra en la música su metáfora perfecta. Sin embargo, el tiempo también parece condensarse en las piedras de la arquitectura, interpretado como memoria. El problema de la arquitectura es cargar con el pasado; el de la música, la fugacidad. En ambos casos, se trata de la cualidad inasible del tiempo humano.

Un edificio ciudad El proyecto del

Boceto de Le Corbusier y edificio terminado del pabellón Philips, Exposición Internacional de Bruselas, 1958

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Centro Cultural del Bicentenario está marcado por estas cuestiones. No extraña que en una ciudad como Buenos Aires, la “capital cultural de Latinoamérica”, se utilice el aniversario para reparar la ausencia de salas sinfónicas. Existen propuestas anteriores: el arquitecto Amancio Williams ideó con este objetivo uno de sus proyectos más perfectos; durante el primer gobierno peronista, un equipo liderado por Eduardo Catalano proyectó un auditorio de masas; en 1972, el estudio Baudizzone-Erbin-DíazLestard-Varas obtuvo el primer premio del Auditorio de la Ciudad de Buenos Aires, proponiendo un extraño aparato pop. Ninguno fue construido. A esta carencia se debe la voluntad de restaurar el Teatro Colón, de realizar la Ciu-

dad de la Música en la vieja usina Pedro de Mendoza y el Centro Cultural del Bicentenario. El cierre temporal del Colón puso de manifiesto la escasez de ámbitos destinados a la ejecución musical, en una ciudad que tiene tres orquestas estatales estables, numerosos conservatorios, escuelas, coros y ensambles institucionales y privados, y un público de cerca de diez millones de escuchas potenciales. Y si desde los noventa la construcción de edificios-hito con un programa cultural específico –primero, museos de arte; últimamente, salas de música– fue parte de una estrategia de revitalización urbana apoyada en el embellissement [embellecimiento], este proyecto multiplica las resonancias ciudadanas en la medida en que se interviene en un edificio histórico, cuyo destino inicial –correo– suponía comunicación y educación. Está ubicado en la zona más representativa de la ciudad, vecino de la Plaza de Mayo, en un área que permanece inexplicablemente degradada, complicada con un tránsito vehicular imposible, en la franja que va desde la Ciudad Universitaria hasta el Sur boquense, separándonos del río. Reconociendo el problema, los arquitectos decidieron construir un “edificio-ciudad”, abierto al espacio público, que transforme el contexto físico. Así, el edificio se estructura como una serie de “plazas” que continúan la gran plaza de carácter áulico, su antesala. Ellas conectan con los espacios de exhibición y de actividades formales e informales. Los mayores desafíos los planteó la sala sinfónica, cuya disposición articula dos grandes modelos históricos: la sala italiana o caja, y la disposición en megáfono, que rememora la escena griega. En el proyecto se la denominó, por su extraña forma, la “ballena azul” –un gran monstruo que parece suspendido en el aire– y en el proceso de diseño fue transformándose en gliptodonte, como atraída por los mitos de la pampa. Extraño es el resultado: parece evitar la clásica definición proporcional de forma, pero implica el máximo rigor en el


Corte longitudinal del Proyecto

Está ubicado en la zona más representativa de la ciudad, vecino de la Plaza de Mayo, en un área que permanece inexplicablemente degradada.

cálculo. Su geometría no responde, como en el pabellón de Le Corbusier-Xenakis, a una idea preestablecida de proporción, ya que fueron los requerimientos funcionales y estructurales los que modelaron sus características –su tamaño, sus curvas, su independencia espacial–. Sin embargo, la geometría utilizada, tanto por arquitectos como por músicos e ingenieros, está lejos de resumirse en las abstracciones científicas –es, literalmente, una geometría sensible–. Los arquitectos buscaron efectos comunicativos: por ejemplo, articular con estos aparatos un recorrido variado y sorpresivo. La “ballena azul” se construirá en el sector industrial del edificio, ahora abandonado como depósito y garaje, sin alterar la parte noble. En este gran vacío sobre el que balconean las galerías y que albergará las salas de exposición permanente, se erige también el chandelier [caja de cristal] que recuerda las enormes luminarias que caracterizaban las salas deci-

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ARQUITECTURA

Interior del “chandelier”, en donde transcurren las exposiciones temporarias

La “ballena azul” o Gran Sala de Conciertos

Interior de la Gran Sala de Conciertos

Terraza mirador

Espacio técnico

monónicas. Los proyectistas trabajaron su expresión como si se tratara de una joya, exhibiendo las reglas de su construcción geométrica.

El “chandelier”

Entre la memoria y el futuro La ballena azul

La jaula

Sala de cámara

Componentes arquitectónicos del Proyecto

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En esta breve descripción pueden observarse las cuestiones que entrelazan música y arquitectura, desde las vinculadas con la construcción del espacio público urbano hasta las distintas maneras en que hoy puede enfocarse el problema de la medida y la proporción. Pero el carácter particular de esta obra nos coloca también ante la pregunta sustancial: las formas del tiempo. El edificio preexistente, emprendimiento de Ramón J. Cárcano, proyectado según las normas Beaux Arts por el arquitecto francés Norbert Maillart a fines del siglo XIX, varias veces modificado, tardó más de treinta años en inaugurarse. Mucho podría decirse sobre el desafío que plantean hoy a los expertos las cuestiones relacionadas con la integridad y originalidad a salvaguardar. No es secundario que el destino inicial del edificio ya no pueda sustentarse (se rompe la regla de oro de la Academia, la relación entre carácter y destino). Por todo esto,

el proceso actual implicó un diálogo permanente con esta historia –interrogando, podríamos decir, a Cárcano, a Maillart y a los ingenieros del Ministerio de Obras Públicas–. Éste es uno de los efectos clásicos de la obra de arte, el hacer presentes a los ausentes: a los autores, y a la multitud de personas que trabajaron en la construcción y en la vida activa del Correo; a quienes usaron el servicio o acudieron a leer los diarios en distintas lenguas o a comprar la última serie de estampillas; a la ciudad que fue. El tiempo no es solo pasado y memoria, sino también futuro –sin el cual, el pasado se convertiría en un sueño eterno–. El tema que el Correo pone en primer plano es el de modular la presencia del pasado con la presencia del futuro –ambos son ausencias, proyecciones, ilusiones–. Los conflictos que esto genera se tradujeron en densos debates, especialmente con los organismos públicos que, más allá de las leyes, deciden en cada caso el carácter de la intervención. Un solo ejemplo conflictivo: la cúpula que corona el edificio. Los arquitectos decidieron, ante la necesaria reconstrucción,


mantener su estructura formal, pero utilizar un cerramiento que, de día, se percibe como opaco, y a la noche, transparente, se ilumina como un faro. El espacio interior de la cúpula fue recuperado como parte de una plaza de actividades múltiples, y utilizado también como mirador, culmina así la articulación del edificio con el espacio urbano. Ésta fue una de las decisiones más debatidas, ya que modifica en parte la fachada, aunque se respeta la integridad arquitectónica que otorga la proporción. El episodio de la cúpula supone no solo una decisión técnica, legal o social: supone una posición ante la época, atravesada por la memoria tanto como por la amnesia, con ausencia de futuro. Se optó por un compromiso entre memoria y futuro.

Un debate mayor lo constituirá la misma construcción del Centro Cultural –debate inevitable y bienvenido, ya que el carácter del espacio público no solo está otorgado por la escena arquitectónica o por las actividades artísticas, sino por la vitalidad del libre intercambio de ideas. El carácter simbólico de un edificio excede su calidad o autenticidad, y debe mucho a la indefinida materia tramitada por palabras –por voces– en el tiempo. Me gusta pensar en la palabra humana como música. Me gusta pensar la ciudad como voces en un coro –que, después de las vanguardias, admite discordancias y no necesita someterse a una única clave o tema–. Quizás la ciudad pueda alimentar su pluralidad con la pluralidad de la música. n

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LITERATURA por edmundo

paz soldán

escritor y profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Cornell, Nueva York Artista invitado

eduardo esquivel

Aires de renovación en la literatura boliviana De la solemnidad al desparpajo, la narrativa boliviana actual rompe con la tradición literaria centrada en el occidente andino para indagar sobre el desconcierto de la clase media urbana.

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País de arena IV Óleo sobre tela Casas y horizontes Óleo sobre tela


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LITERATURA

C

orren aires de renovación en la narrativa boliviana. Una literatura anclada en la tradicional exploración de la problemática social del país está dando lugar a una literatura de temática más abierta en la que, muchas veces, lo principal parece ser el deseo de indagar en la intimidad del individuo. Una literatura que se ha enfocado sobre todo en la región andina está cambiando su eje de gravedad, dirigiendo sus pasos hacia la región oriental, donde el departamento de Santa Cruz ha emergido como un importante bastión de la actividad cultural. Una literatura en la que durante buena parte del siglo XX la mina y el campo fueron los paisajes centrales está ahora casi exclusivamente centrada en las ciudades.

a la irreverencia, al humor sin tapujos; el pudor a la hora de representar la sexualidad es reemplazado por una descarnada y liberadora franqueza. Ganadora del premio Casa de las Américas, la novela tiene como escenario a Santa Cruz, polo dinámico del progreso en la Bolivia contemporánea. Aparecen nuevos temas, como la presencia del narcotráfico en la sociedad boliviana y la representación de la problemática de la clase media urbana. Simbólicamente, la novela muestra un desplazamiento importante: ya no es el mundo rural de occidente el que nos revela la esencia de la identidad nacional, como ocurre en buena parte de la narrativa de la primera mitad del siglo XX, sino el mundo urbano, la pujante burguesía del oriente.

Sin duda, los escritores más importantes de las últimas décadas son el legendario novelista y poeta Jaime Sáenz (La Paz, 1921-1986), cuya obra comienza a salir del país y a ser traducida (al inglés, italiano, francés), y Jesús Urzagasti (Gran Chaco, 1941), autor de novelas metaliterarias como Tirinea (1969), o interesadas en capturar toda la complejidad de la sociedad boliviana durante el período dictatorial, como En el país del silencio (1987). Sin embargo, los críticos consideran que la novela que da inicio al momento actual de la literatura boliviana es Jonás y la ballena rosada (1987), de Wolfango Montes Vanucci, un escritor de Santa Cruz afincado en el Brasil. La grave solemnidad de la narrativa boliviana, que se resquebraja un poco en la década del setenta, se hace trizas en Jonás y da paso

A principios del siglo XXI se puede reconocer con claridad a un conjunto de escritores de Santa Cruz como los renovadores principales de las formas y los temas de una narrativa boliviana en la que ha dominado abrumadoramente la visión andina, occidental, del país. Aparte de Montes Vanucci, en este grupo se encuentran Homero Carvalho, Gary Daher y Giovanna Rivero. El hecho de que no todos hayan nacido en Santa Cruz (Carvalho es del Beni, Daher es de Cochabamba) es sintomático de la atracción que tiene dicha ciudad como foco migratorio principal del país. Con más de un millón de habitantes, una economía que contribuye a casi la mitad de los ingresos del tesoro nacional y un proyecto autonomista que desafía al gobierno central, Santa Cruz se ha convertido en un

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Hasbún y Barrientos se enfocan en la intimidad de los personajes; a veces, como en el caso de Hasbún en su libro de cuentos Cinco (2006), esta exploración llega a radicalizarse y el paisaje urbano desaparece.

La luna está por salir Óleo sobre tela

departamento que bien puede arrebatar el monopolio ejercido por La Paz a la hora de decidir los temas vitales para el país, entre ellos el debate acerca de las obras literarias que se consideran dignas de ser parte del canon nacional. Otros autores contemporáneos importantes son René de Recacoechea (La Paz, 1935), cuya American Visa (1994) está encontrando amplia resonancia más allá de las fronteras nacionales –ha sido traducida al inglés, hebreo y ruso, se ha hecho una película mexicanoboliviana basada en ella– al narrar las vicisitudes de un profesor de escuela en su intento de conseguir una visa para los Estados Unidos; Juan Claudio Lechín (Cochabamba, 1956), que, con La gula del picaflor (2004), una serie de relatos sobre la seducción que va armando una novela sobre el triunfo hueco de la conquista amorosa, consiguió un logro notable para la literatura boliviana: ser finalista del prestigioso premio de novela Rómulo Gallegos; Víctor Hugo Viscarra (La Paz, 1958-2006), autor de cinco libros que exploran el mundo del lumpen paceño desde diferentes perspectivas, cuyo libro de memorias Borracho estaba pero me acuerdo (2003), publicado en España en 2006, es la mejor exploración contemporánea del descenso a los infiernos del alcohol y la vida marginal en la calle. Mención aparte merecen Alison Spedding y Emilio Martínez, autores que no nacieron en el país pero han hecho de Bolivia su patria. Al provenir de otras tradi-

ciones literarias, su aparición en el panorama nacional ha enriquecido a la literatura boliviana y ha ampliado los tradicionales registros narrativos. Spedding es una escritora y antropóloga inglesa nacida en 1962 que, después de publicar novelas en inglés en el género de la fantasía, se mudó a Bolivia en 1989 y comenzó a escribir en español. De cuando en cuando Saturnina (2004) –una obra de ciencia ficción con perspectiva feminista e indigenista, escrita con mucho humor y una notable capacidad de exploración lingüística (la autora mezcla libremente el español con el inglés, el aymara, etc.)– es considerada por algunos críticos la mejor novela boliviana contemporánea. Por su parte, Emilio Martínez (1971), un poeta y cuentista uruguayo nacionalizado boliviano, tiene, en libros como Noticias de Burgundia (1999), textos que entrecruzan los universos fantásticos de Borges y Cortázar con la irreverencia y la brevedad casi aforística de Monterroso. Todos estos libros marcan nuevos caminos para la narrativa nacional. Si se puede hablar de estos autores como ya consolidados, la nueva generación –escritores nacidos en las décadas del setenta y el ochenta– ha iniciado su andadura con obras ambiciosas y prometedoras, con muchas perspectivas para colocar a Bolivia en un lugar más relevante en el panorama de la literatura latinoamericana. Aquí, se debe señalar a Rodrigo Hasbún (Cochabamba, 1981), Maximiliano Barrientos (Santa

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LITERATURA

Cruz, 1979) y la antes mencionada Giovanna Rivero (Santa Cruz, 1972).

Recuerdos borrosos Óleo sobre tela

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Giovanna Rivero ha escrito una novela y varios libros de cuentos, entre los que se destacan Contraluna (2005) y Sangre dulce (2006). En sus cuentos no hay emociones sutiles, tampoco quietas epifanías. Los personajes están siempre poseídos por pasiones extremas y deambulan por el mundo expresándose con fuerza: hay olores intensos y la sangre nunca está muy lejos de la superficie. Más que la ironía, abunda el sarcasmo, el humor negro. Puede haber algún golpe de efec-


A la narrativa boliviana le ha costado liberarse de sus represiones; le han faltado más voces como la de Rivero.

to al final, pero éste nunca es gratuito. La mujer como un ser que no sólo ama sino que es también capaz de desear con más fuerza que los hombres es un tema hace rato presente en la literatura latinoamericana. A la narrativa boliviana le ha costado liberarse de sus represiones; le han faltado más voces como la de Rivero. En su obra, el deseo se expresa en la pulsión sin ambages de la carne. Esto le ha valido la crítica de algunos que aceptan esas expresiones cuando se trata de un escritor, pero las encuentran “chocarreras” si quien las escribe es una mujer. Lo irónico de esta lectura tan tradicional está asumido en la escritura de Rivero: ella sabe que esos críticos están condenados a rechazarla. En la constante lucha entre los sexos que aparece en su narrativa, la tibieza masculina poco puede ante el exceso femenino. Los hombres y las mujeres están destinados a desencontrarse: son más las cosas que los separan que las que los unen. No es que no quieran entenderse: lo que ocurre es que no pueden. Hasbún y Barrientos son escritores de temática similar que, pese a lo corto de su obra, ya han llamado la atención de críticos y editores más allá de las fronteras bolivianas. Hasbún ha sido escogido para formar parte del encuentro de escritores latinoamearicanos Bogotá 39 como uno de los más representativos de la nueva generación; Barrientos publicará pronto sus dos libros, ya editados en Bolivia, en la prestigiosa editorial española Periférica. Hasbún y Barrientos se enfocan en la intimidad de los personajes; a veces, como en el caso de Hasbún en su libro de cuentos Cinco (2006), esta exploración llega a radicalizarse y el paisaje urbano desaparece: no hay ninguna mención que haga reconocible que los personajes se encuentran en alguna ciudad de Bolivia; en Barrientos, el tema de la ruptura de los ideales de la juventud, de la desilusión al llegar a la temprana edad madura, que predomina en Los daños (2006) y Hoteles (2007), suele ocurrir en el interior de la clase media de Santa Cruz. En ambos autores hay un constante diálogo con la cultura audiovisual (en

Barrientos, esto aparece en la misma forma que toman algunos de sus cuentos; Hasbún ha realizado guiones cinematográficos). En escritores como Rivero, Hasbún y Barrientos no aparece de manera frontal la profunda crisis sociopolítica que vive actualmente Bolivia. El quiebre del modelo neoliberal, el ascenso del neopopulismo de la mano de Evo Morales y el surgimiento de modelos autonómicos contestatarios al centralismo del Estado nacional no tienen su correlato en cuentos o novelas que sitúen al individuo en ese traumático escenario histórico. Quizás esto se deba al hecho de que la narrativa boliviana –sobre todo, la novela– se ha hallado, prácticamente desde el siglo XIX, esclavizada a narrar la problemática nacional en clave sociológica y antropológica; la tradición, cuando se convierte en obligación, es una carga de la que estos escritores buscarían liberarse, consciente o inconscientemente. Por otro lado, también podría aventurarse otro argumento: si bien en la mayoría de los textos de estos escritores no hay un fondo histórico reconocible, lo que sí aparece en sus novelas y cuentos es la dislocación, la sensación de incertidumbre, la confusión de la clase media boliviana ante el panorama social. Así, de manera indirecta, al bucear en el aprendizaje hacia nuevas sensibilidades, estos escritores estarían narrando la crisis social y política. Si la novela, como quería Balzac, es la vida privada de las naciones, entonces la obra de estos narradores es la intimidad de una crisis que aparece cotidianamente en los periódicos. Hay libertad temática y formal; hay mucho talento e imaginación. Con un poco de suerte y una mejor infraestructura para apoyar la difusión de las obras y de los escritores, la narrativa boliviana dará el salto que anuncia hace un buen rato, para hacerse, con todos los merecimientos, más conocida de lo que es en el vigoroso escenario presente de la literatura latinoamericana. n

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LECTURAS

Llevaba seis horas conduciendo cuando se le ocurrió, por primera vez en semanas, que quizá no sería bien recibido en la fiesta y al verlo todos recordarían algo, la visión o el relato de la visión de dos cuerpos desnudos, la visión o el relato del desastre del amor o de lo que en algún momento pudo serlo. Todo eso había sido hace mucho, en las postrimerías de la adolescencia. No se veían hace casi ocho años. En esos casi ocho años sin contacto –el primero, la invitación lujosa y fría de pocas semanas atrás–, la vida había seguido su rígida y agobiadora marcha silenciosa. Le faltaban unas tres horas para llegar, calculando el tiempo que demoraría en encontrar la iglesia. Quitó el disco que tenía puesto y apretó el buscador de estaciones. Hizo que se detuviera en una donde sonaba una cumbia. Sujetando con firmeza el volante, cerró los ojos y contó hasta diez. Los abrió. Volvió a cerrarlos. Contó hasta quince. Los abrió. Era un juego peligroso pero fascinante. Mientras más rápido, y en ese momento iba a más de cien, tanto mejor. Mientras más llena la carretera, mejor. Amanecer-atardecer Óleo sobre tela

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Fragmento de Carretera, de Rodrigo Hasbún, publicado en Cinco (2006), La Paz, editorial Gente Común.


Porque a partir de cierta edad hay películas cuya vitalidad las convierte en más íntimas y personales que muchos de los recuerdos que albergamos de nuestra infancia. Porque aumentamos de peso con cada año que pasa. Porque comemos mierda y dormimos cada vez más tarde, presas de un insomnio difícil. Porque empezamos a reconocer cierta poesía en las hamburgueserías que abren hasta el amanecer. Por todas las fantasías caprichosas en las que nuestros padres todavía siguen vivos y nos hablan. Por todas las veces que conduciendo borrachos, cerramos los ojos e imaginamos accidentes terribles, por la extraña paz que conllevan esas fantasías. Porque no solemos hablar con muchas personas. Porque ya no nos reconocemos al vernos en el espejo. Por el tedio y la pereza que provoca afeitarse con resaca. Porque hay demasiados recuerdos de bares y demasiados recuerdos de charlas en esos bares con mujeres sobrevivientes de divorcios. Porque todos estamos muy conscientes de cosas que no debieron haber pasado nunca. Por eso, por todo eso, Héctor se enchufa el Ipod, le da un volumen considerable, se coloca la máscara de perro y sale de su casa en dirección a la fiesta que conmemora los diez años de su promoción.

Le explico a H que no viajaré a ninguna parte. ¿Dónde podría ir? ¿Dónde, para ser feliz o recuperar, qué sé yo, esa especie de alegría? A un bosque, dice H. Un bosque de árboles muy altos, vas al bosque, buscás un árbol y hacés cosas allí. Qué cosas. H dice qué “cosas”, que yo sé a lo que se refiere. Pero no lo sé exactamente. Ahora mismo, por ejemplo, nos hemos levantado y hemos buscado el baño. Todo es así, todo es natural; no decimos “verano” o “te deseo”, no decimos palabras como infinito, cielo, marea, muerte, no para referirnos a nosotros. En el baño, en cambio, está escrito todo eso y más. Alguien ha escrito “Sofía, for ever”. Y for ever es todo eso, es infinito, es cielo, es marea y es una prolongación de “nosotros”. Y no hay “nosotros”. ¿Te das cuenta que no hay un nosotros? H dice que “nosotros” sólo es aplicable para un incesto, ni siquiera para los amantes.

Fragmento de Razorback, cuento inédito de Giovanna Rivero.

Fragmento de Cintas caseras, cuento inédito de Maximiliano Barrientos.

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CINE por pablo

suárez

crítico de cine

Las comedias dramáticas de Burman bucean con mordaz inteligencia en la construcción de la identidad, la pareja y la paternidad.

FAMILIA Y COMEDIA EN EL CINE DE DANIEL BURMAN

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C

uando en sus inicios, hace ya más de diez años, el joven cineasta argentino Daniel Burman estrenó su ópera prima Un crisantemo estalla en Cincoesquinas (1997), una inusual historia de amor y venganza cargada con confusas metáforas y alegorías sostenidas por una débil estructura dramática, era difícil imaginar que su cine tomaría una dirección tan distinta. Porque si bien su primer largometraje tenía un bienvenido y muy saludablemente innovador diseño visual y de sonido –una de las principales características del recién nacido Nuevo Cine Argentino–, las limitaciones narrativas eclipsaban sus indudables méritos formales. Quizás hizo falta que pasaran tres años para que con Esperando al Mesías (2000), la historia de un joven de la colectividad judía que se siente atrapado en un entorno hostil y en continua inestabilidad, Burman diera un significativo cambio de rumbo. Aquí ya comienza a explorar el tema de la construcción de la propia identidad –tema medular en su posterior filmografía– y es también el momento de la aparición del actor Daniel Hendler como su actor fetiche. A la mirada introspectiva de Burman sobre qué cosas hacen que uno sea quien es (y no otro) se le suma su mirada documental sobre la idiosincrasia de un sector del pueblo argentino. Esperando al Mesías es, también, la película donde da sus primeros pasos en el arte de la comedia dramática desde una perspectiva autoral. Pero su siguiente realización, Todas las azafatas van al cielo (2002), pierde ese gratificante tono de levedad y

trascendencia, esbozado en su película anterior, y si bien hay una mirada entrañablemente humana en esta historia de amor entre un viudo en pena y una azafata desencantada, sus diálogos son demasiado ilustrativos y las transiciones dramáticas un tanto bruscas, forzadas. En otro marcado cambio de rumbo, solamente dos años después, con El abrazo partido (2004), Burman logra esquivar con mucha habilidad sus desaciertos previos y consigue una obra de un vigor y frescura completamente inesperados. Aquí vuelve a explorar la construcción de la propia identidad, pero también el tópico del encierro interior es ya otro pilar central en su narrativa. El abrazo partido narra la historia de Ariel (Daniel Hendler), un joven judío, un adolescente tardío que vive en el barrio del Once, en Buenos Aires. A la vez que narra esa historia individual, Burman también descubre un puñado de historias vinculadas sin armar nunca una historia coral. El abrazo partido se trata, más bien, del retrato de un personaje en busca de su identidad perdida, con el telón de fondo de otras tantas historias de identidades en crisis en la Argentina de hoy. Pero, por sobre todo, El abrazo partido muestra una de las cualidades más valiosas y gratificantes de Burman como autor: su habilidad para abordar cómodamente cuestiones existenciales dentro del molde de una deliberadamente liviana comedia dramática, con ecos de Woody Allen pero también de Nani Moretti. No sería una exageración decir que Burman abrió

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CINE

Yo creo mucho en el humor silencioso de la vida cotidiana. El humor de las pequeñas obsesiones, obsesiones que no compartimos, y que sirven para divertirnos y alejarnos del aburrimiento. Las obsesiones que disfrutamos en silencio.

exitosamente un nuevo camino dentro del llamado Nuevo Cine Argentino: el de la comedia dramática mordaz, extremadamente inteligente, crítica y popular a la vez. El abrazo partido significó un gran reconocimiento internacional para Burman al recibir en el Festival de Berlín 2004 el premio Oso de Plata a la Mejor Película, mientras que Daniel Hendler ganó el premio al Mejor Actor. Derecho de familia, su anteúltimo film, estrenado comercialmente en 2007, abrió la Sección Panorama Especial del Festival de Berlín 2006 y compitió en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata en el mismo año, donde ganó numerosos premios. Esta vez, Burman narra la historia de Perelman (Daniel Hendler), un joven abogado que todavía no sabe muy bien quién va a ser cuando sea grande. Se sabe de memoria los hábitos, gustos y rutina laboral de su padre, también abogado, un hombre tan respetado como respetuoso. Perelman hijo dice que no quiere parecerse a su padre, seguir sus mismos pasos, pero cuanto más trata de ser otro, más se parece a Perelman padre. ¿Cómo se sale del encierro de ser hijo? Derecho de familia no es sólo la obra más madura de Burman, sino que también es la última película de su tríptico sobre la construcción de la propia identidad. En ella, retoma una mirada documental sobre los pequeños detalles que hacen a la vida cotidiana y los convierte en situaciones dramáticas que destilan

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una profunda autenticidad. Hay un refinamiento narrativo que no permite dar puntada sin hilo y sin embargo, a pesar de ser una película pensada y calculada desde el primer cuadro hasta el último, la sensación de espontaneidad y naturalidad que emana es tan seductora como convincente. Y de un modo asombrosamente inteligente, en Derecho de familia Burman aglutina gran parte de otros temas que ya venía desarrollando –el miedo a asumir compromisos, la dificultad de crecer, el sentimiento de inestabilidad casi constante, la ausencia como experiencia fundante, el vacío existencial en clave de comedia– y los expande dentro de otros universos aún no explorados: la vida de pareja y la paternidad.


Derecho de familia (2007)

¿Qué te interesa tanto de la paternidad como tema? Hay una frase de Truffaut, que leí después de hacer la película, que me pareció increíble. Decía que el momento más importante en la vida de un hombre es cuando se da cuenta de que sus hijos son mucho más importantes que sus padres. Y entonces pensé que esa idea era, básicamente, la historia de Derecho de familia. En el momento en que los hijos aparecen en tu vida, aparece la primera gran certeza: mientras ellos crecen, nosotros nos acercamos a nuestro fin –ellos también, pero aún no lo saben–. Salvo situaciones excepcionales de enfermedad, la muerte es una variable más o menos lejana. Pero una vez que tenés hijos, la proximidad de tu muerte ya es una certeza. Eso significa mucho en el camino de la búsqueda de nuestra identidad, que es, en gran medida, la perspectiva que uno tiene sobre sí mismo. En El abrazo partido había un padre ausente y una construcción en ausencia de ese padre. También

había una confrontación entre esa construcción y el padre real, que le producía al protagonista un conflicto de identidad. En Derecho de familia quise explorar la crisis de identidad generada por la llegada de nuestros hijos. El personaje de Sandra es el primer personaje femenino que tiene tanta relevancia… Es que quería usar a Sandra para explorar el lenguaje del matrimonio. El lenguaje del matrimonio es como un diccionario de cada pareja que ninguna otra pareja puede leer. Paradójicamente, las diferencias entre Perelman hijo y Sandra los ayudan a que cada uno mantenga su camino. Entre ellos, se equilibran. Otra cosa que me importaba, y mucho, es que Sandra no se involucrara en el conflicto central del protagonista. En las parejas, muchas veces, hay ciertos conflictos que no se comparten. Cada uno vive su conflicto por separado, y no está mal. Uno solamente puede acompañar al otro

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CINE

El nido vacío (2008)

en su conflicto; si quiere hacer más, termina causando un problema. No todo se comparte, hay procesos que son íntimos. ¿Cómo decidís los criterios formales para cada película? Al principio, uno cree que hay que tener un criterio para cada aspecto de la película: un criterio fijo para la cámara, otro criterio para el montaje, y así. Después, con el correr de las películas, aprendés que el criterio que debe primar es el de la narración. Y que los demás criterios deben ser variables, no dogmáticos. En Derecho de familia, la cámara tiene que ser cándida, transparente y mucho más reflexiva que en El abrazo partido, porque el conflicto se resuelve de otra manera. Aquí no hay una rebeldía frente a lo que pasa. Hay, en cambio, primero, una observación, y después una reflexión sobre lo que pasa. Y finalmente, una conclusión. La cámara tiene que respetar ese movimiento interno. Pero también tenés la libertad de no usarla así en determinada escena. Creo que nos sacamos el peso de tener un dogma en función de una cuestión puramente estética, y que, por sobre todo, lo que prima es la narración. Estoy muy contento con el trabajo de cámara y de fotografía porque permite de una manera transparente, sin filtros para el espectador, tener un contacto profundo con la subjetividad misma de la narración. En términos narrativos, tanto en El abrazo partido como en Derecho de familia hay 60 TODAVÍA

muchas cosas que no se explican, detalles o incluso datos importantes que se dan por sobreentendidos… Yo soy un ferviente defensor del sobreentendido. No creo en tener que hablarlo todo. Creo que la palabra está sobrevalorada. Lo que uno dice no siempre expresa realmente lo que uno siente. Y en las relaciones de amor, en las relaciones familiares, muy pocas veces las dos cosas van de la mano. Muchas veces, los sobreentendidos pasan por sensaciones, por gestos del cuerpo, por silencios. ¿Cómo preferís dirigir a tus actores? A partir de El abrazo partido, mi forma de dirigir a los actores cambió radicalmente. Ya no filmo ninguna situación que no haya sido ensayada previamente con los textos exactos que los actores ya leyeron y conocen. Porque hay situaciones que realmente tienen mucho que ver con el actor. Situaciones que pueden funcionar o que pueden ser un desastre. Hay textos que son tan delicados y riesgosos que solamente un actor muy virtuoso puede lograrlos. Con una buena dirección no es suficiente. Por eso los ensayos son tan importantes. Si en los ensayos, aparte de lo ya pautado, se genera algo espontáneo, entonces trato de rescatar eso y de reproducirlo en el momento del rodaje. Hay muchas situaciones muy divertidas que surgieron de los ensayos y que luego en la película parecen espontáneas. Pero, en realidad, es una espontaneidad lograda gracias a los ensayos.


Espontaneidad y un sentido del humor propio y reconocible, y, a la vez, parecido al de Woody Allen en su agudeza verbal, uso del cuerpo, ritmo... Creo que, en general, la vida cotidiana es insoportable, la mayoría de las situaciones que vivimos son insoportables. Pero hay una multiplicidad de pequeños gestos en nuestro interior que observamos en silencio; nos divierten de una manera silenciosa y nos permiten sobrellevar la vida cotidiana. Yo creo mucho en el humor silencioso de la vida cotidiana. El humor de las pequeñas obsesiones, obsesiones que no compartimos, y que sirven para divertirnos y alejarnos del aburrimiento. Las obsesiones que disfrutamos en silencio. Hablemos de El nido vacío, tu próxima película… Trata, justamente, sobre la problemática de “el nido vacío”. Durante el rodaje de Derecho de familia, mirando a mi hijo, advertí que todo ese amor infinito, y esa presencia absoluta que es un niño en tu vida, luego será una ausencia y un abandono. Pronto, tu hijo aparece con una señorita de la mano, y como si nada te va a avisar que se va a vivir a Australia a salvar ballenas, o con una beca Guggenheim, o a China a estudiar alguna carrera innecesaria. Es ese momento, el del reencuentro del matrimonio luego de la partida de nuestros hijos, lo que me interesó explorar esta vez.

¿Quién es el personaje central de El nido vacío? El protagonista es un hombre que está viviendo un momento de su vida en el cual todavía no está “asumido”, y entonces vive con la lógica de otra etapa de su vida, obviamente una etapa anterior. Y por eso toda la visión de su realidad es completamente deforme. Concretamente, la historia narra el momento de la pareja en el cual sus hijos ya se fueron de la casa. Para la mujer, que gran parte de su vida estuvo paralizada, de alguna manera, por el mundo de la familia, éste es un momento de liberación. Para el hombre, es todo lo contrario. Esta nueva situación lo tiene totalmente desbordado y no se encuentra a sí mismo. Se está buscando, pero el ruido permanente de la situación le impide hacerlo. Como en toda crisis, busca un montón de excusas para no afrontarse a sí mismo, y precisamente acá es donde está el centro de la comedia. n

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ARTE por pedro

da cruz

crítico de arte y artista plástico

LA PINTURA DE MARCELO LEGRAND

Tensiones dinámicas Marcelo Legrand trabajando. Al fondo, Hálito

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Estudio para retrato de Vincent Van Gogh, 1957 Técnica mixta, 2006

Nos reunimos en el taller de Marcelo Legrand, ubicado en medio del tupido parque de una vieja quinta montevideana. El artista se mueve entre las telas, elige qué mostrar, busca en los estantes cargados, abre carpetas con dibujos, y habla. Sobre sus estudios, su familia, sobre técnicas y materiales. Y explica, moviendo todo el cuerpo, cómo construye los espacios de sus obras de gran formato. TODAVÍA 63


Formaciones suspendidas (Díptico) Técnica mixta, 2006

M

arcelo Legrand siempre ha dibujado, lo lleva en los genes. Como la música. Su abuelo Diego Legrand era biólogo y crítico de arte. Dibujaba herbarios, de gran detallismo realista, lo que, junto al interés por el arte, inspiró al niño que sería artista. Su padre, también Diego, es músico y compositor. Ha escrito partituras muy abstractas, grupos de notas espaciados por líneas diagonales que cortan el pentagrama. El hijo las conserva. A la vez que las muestra, mira sus cuadros, como estableciendo un diálogo musical sobreentendido. Legrand habla muy cálidamente de Héctor Sgarbi, lo considera su único maestro. Con él estudió dibujo y pintura en el Círculo de Bellas Artes de Montevideo, y le siguió mostrando sus obras aun después de dejar el taller en 1981. Con Sgarbi había trabajado el color. Pero luego, durante aproximadamente una década, empleó exclusivamente el grafito, con un tratamiento cercano a la gráfica, técnica que también empezó a practicar

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durante esos años. Experimentó con los materiales sin ceñirse a métodos tradicionales. Por ejemplo, machacaba el grafito con martillo y lo mezclaba con témpera: así, el polvo quedaba en suspensión sin mezclarse con el medio. El uso desprejuiciado de los materiales, sin atenerse a reglas, incluso utilizándolos conscientemente “mal” desde el punto de vista técnico, va a ser una constante de su arte. En 1986 realizó una serie de retratos, personajes que en un principio son realistas; la mayoría de ellos, hombres con anteojos. Luego las figuras van deformándose, y los rasgos comienzan a confundirse, un torbellino de formas que recuerdan los peculiares retratos de Francis Bacon. Cuando Legrand estudió en Italia le señalaron esa relación. Pero lo curioso es que Legrand no conocía la obra de Bacon. Poco después produjo una serie de grafitos con líneas rectas, como líneas de fuerza, combinadas con formas circulares. Trabajando con ella abandonó la figuración, y fue


S/T Grafito sobre papel, 1986

definiendo una forma de expresión exclusivamente no figurativa, similar a lo que en general se denomina “arte abstracto”. Pero es algo diferente, ya que el concepto de “abstracto” está relacionado con la simplificación de elementos figurativos que derivan en formas informales o geométricas no reconocibles. A comienzos de los años noventa, durante una estadía en Venezuela, retomó el color aunque de manera más expresiva que diez años atrás. Tal vez –reflexiona el artista– la exuberancia del entorno tropical lo influenció.

prepara un fondo al que le aplica una herramienta caliente. El resultado es un entramado de líneas en un tono cercano al del soporte, con un efecto casi monocromo, de blanco sobre blanco.

Sobre técnicas, materiales y colores Desde un comienzo, Legrand parece haber tenido una relación de carácter personal con el dibujo. Lo usó como una herramienta para experimentar formas y soluciones plásticas. La tensión entre un tratamiento de grandes planos y espacios sugeridos por formas y líneas va a ser uno de los elementos característicos de su obra, en especial de la pintura que ha realizado durante los últimos años.

S/T Grafito sobre papel, 2000

En sus trabajos recientes –aun en los de gran formato– usa un papel especial, el llamado “papel vegetal”, que se fabrica cerca de Lyon. Legrand ha ido desarrollando técnicas propias. Una de ellas se basa en el uso del calor. A temperaturas altas, las tintas adquieren una densidad profunda, casi misteriosa. En otras de las obras sobre papel, el artista no usa tintas, sino que

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ARTE

La composición de las pinturas está basada en contrastes, en la tensión entre formas geométricas y manchas, líneas rectas y quebradas, colores y tonos. Colores que pueden ser muy aguados, casi transparentes, o compactos. Las líneas marcan direcciones en el espacio, o se pierden en sinuosidades hasta desaparecer. Formas de carácter geométrico, estudiadas, aparecen junto a manchas, colores chorreados o salpicados. En un principio, las pinturas pueden aparentar ser casi monocromas, con predominio de una entonada paleta de ocres, tierras, grises y negros. Pero hay detalles en rojos o azules, a veces sólo entrevistos, cubiertos por formas oscuras y compactas. Las superficies muestran distintas texturas:

craquelados, lacas, partículas agregadas al color, líneas en óleo pastoso, casi corpóreas. La variedad es infinita. Los colores son usados para crear relaciones espaciales, atraer formas hacia un primer plano o llevarlas hacia atrás en el espacio pictórico. La pintura de Legrand es un fenómeno de reacciones. Durante nuestra conversación, Legrand se detiene en el proceso de trabajo con sus pinturas. La tela, sin color de fondo, es para él un espacio en el que formas y líneas quedan suspendidas. Las líneas tienen gran importancia, ya que conectan distintos elementos entre sí. También los puntos. La composición se va armando como una interrelación donde la línea y el

Flotantes con contrapeso Técnica mixta, 2007

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Destilación Técnica mixta, 2008

color dinamizan el conjunto. Para ejemplificar elige Hálito, una obra reciente, debido a que es una de las que “más le gustan”. Una forma geométrica oscura parece retroceder en el espacio pictórico, pero por medio de delgadas líneas que configuran un prisma, avanza a su vez hacia el primer plano. Está “plantada” en una zona con pinceladas blancas, que al ser semitransparentes se ven como “cuando pisás agua con barro”. En otro lugar, una forma alargada, marrón, tiene en su extremo un triángulo, una abertura, como un escape, y de ella se desprenden líneas que son como “escupitajos”. A pesar de que el resultado es no figurativo, las referencias del artista son muy concretas, relacionadas con lo cotidiano. Varios colores mezclados de manera arbitraria son luego “ordenados” por una geometría lineal. Todo está relacionado, hay una tensión constante entre los elementos. Las claves de Hálito pueden servir como fuente para interpretar obras como Flotantes con contrapeso y Destilación.

El proceso de trabajo es acumulativo. Se basa en la reflexión y la construcción. Los componentes se van sumando en un periodo más largo que el de un trazo impulsivo. Todo lo que ocurre en el espacio del cuadro está estudiado. Así, Legrand ha estado trabajando durante seis años en una de sus obras. Sus gestos, cuando muestra la enorme tela, son significativos. Ve muchas posibilidades, nuevas temáticas interesantes, renovadas fuentes de inspiración en nuestro tiempo, desde la fusión atómica a la nanotecnología. Ironiza sobre los reiterados anuncios de la muerte de la pintura. Dice que cuanto más se hable de ello, mejor para él. Legrand construye a su manera. n

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EDUCACION ILUSTRACIÓN

LOS PERSONAJES DE GABRIEL PACHECO

Imaginación y narración 68 TODAVÍA


Un sentido cálido del color, una fuerte capacidad de movimiento de los personajes, una precisa fusión entre imaginación y narración: Gabriel Pacheco involucra al lector en el mundo realista y fantástico del circo pidiendo una profunda curiosidad humana que no tenga límites en los infinitos recursos de la imaginación. (Concurso Internacional de Ilustración para la Infancia, X edición, 2006)

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ILUSTRACIÓN

HISTORIAS DE AMOR SIEMPRE LAS HAY, EN ELLAS NOS HEMOS INVENTADO, COMO CUENTOS, UN REY DE FANGO Y UNA PRINCESA DE LUZ, TRISTÁN E ISOLDA, UNA Y OTRA VEZ, COMO HISTORIA SIN FIN O COMO REFLEJOS QUE SE PIERDEN EN LA CIÉNAGA DE LA IMAGINACIÓN.

HELGA

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CALABACINA

VIAJAMOS EN UNA CALABAZA QUE JUEGA A CARRETA, JUGAMOS A QUE HAY HADAS DE CABELLO BLANCO, PEDIMOS QUE NUNCA SE HAGA DE NOCHE, QUE NUNCA DEN LAS DOCE Y SUCEDE COMO EN LOS SUEÑOS, LA LUZ SE HACE FLOR INVISIBLE. TODAVÍA 71


ILUSTRACIÓN

L’UOMO D’ACQUA

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APARECER UN DÍA EN UN MUNDO QUE NO CONOCEMOS, QUE NO ENTENDEMOS, AUNQUE SEA ÉSTE, ENCONTRARNOS UNA TARDE INMENSAMENTE SILENCIOSA ENTRE MILES DE EDIFICIOS Y ESPERAR UN VIENTO QUE NOS HAGA NUBE. SOMOS SERES DE AGUA QUE BUSCAMOS EL MAR DONDE HALLARNOS.


CIRCUS

CIERRO LOS OJOS Y EL SILENCIO SE HACE TELÓN, EN MEDIO, YO, SOLO, ME MIRO EN UN GATO Y ESCUCHO SUS SUEÑOS, EN DONDE TODO ES UN CIRCO QUE PRONTO SE IRÁ. 74 TODAVÍA


LOS CUENTOS DE LOS HERMANOS GRIMM

Gabriel Pacheco nació en la ciudad de México en 1973. Estudió escenografía en el Instituto Nacional de Bellas Artes de esa ciudad. Además, cursó talleres de dibujo y figura humana en la Escuela Nacional de Artes Plásticas y otros de ilustración infantil en España, Italia y México. Obtuvo el primer premio en el X Concurso Internacional de Ilustración Città di Chioggia (Venecia, 2004) y en el XIV Catálogo de Ilustradores de Publicaciones Infantiles y Juveniles (México, 2004). TODAVÍA 75


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