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Unidad, Unificación, Gobierno

UNIDAD, UNIFICACIÓN, GOBIERNO

Unidad

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A partir de la declaración del estado de guerra, ha venido constantemente hablándose de la urgente necesidad de que la unidad nacional se afirme y robustezca. Es obvio que así debe ser. Lo ha sido siempre. Pero a la sombra de este anhelo de unidad, de este universal reconocimiento de que la unidad es hoy condición indispensable para la vida de México, sí ha venido tratando de lograr algo que no es la unidad, que expresamente la contradice y acabará por impedirla de un modo definitivo. Es lo que los políticos llaman “la unificación”, pretendiendo reemplazar el concepto elevado, generoso, realizable, de la unidad, por el mezquino imposible de la unificación que en la prestidigitación política significa la desaparición de toda organización ciudadana independiente y la absorción indiscriminada y homogénea de todos los mexicanos en una sola supuesta organización política, controlada y aprovechada por los que a la unificación inventan y compelen.

Es urgente denunciar la maniobra y señalar como un grave peligro interno para el futuro, como un mal inmediato y de norma trascendencia para México.

* Revista La Nación. Año I No. 41, 25 de julio de 1942. Pág. 3.

1942

Unificación

Unir, unificar. El truco comienza con el próximo parentesco engañoso de las dos palabras. Si pretende hacerlas pasar en el lenguaje político como idénticas, a reserva de dejar solamente subsistiendo la unificación, haciendo olvidar y desbaratando toda posibilidad de la unión.

La unión se realiza en algo y para algo. No exige la desaparición de la personalidad, de la especificidad, de la individualidad de los hombres, de los grupos, de las cosas que se unen. Al contrario, la unión se enriquece con las diferencias específicas de quienes la constituyen y y a su vez, enriquece a los que la forman porque supone simultáneamente el concurso distinto de ideas, de fuerzas, de tendencias, para fortalecer el común empeño, y la voluntaria superación de las diferencias individuales o de grupo en un propósito que se considera superior.

La unificación reclama, al contrario, la disolución de todas las diferencias que especifican, individualizan y dan personalidad; el abandono de la idea, del ímpetu, de la fuerza de cada uno de los hombres y de los grupos que han de unificarse; la formación, en suma, de una masa homogénea e indiscriminada.

Debemos y podemos unirnos todos los mexicanos, cualquiera que sea nuestra interpretación del actual momento, cualquiera que sean las diferencias que nos separan al plantear y proponer soluciones a los problemas de México; debemos unirnos en el amor superior a nuestra Patria y para el esfuerzo común que su defensa y su salvación requieren. Podemos hacerlo porque, inclusive, la conservación de la vida de México, de su independencia, de su patrimonio espiritual y físico, es la condición indispensable para que podamos todos vivir, pensar, actuar como hombres y ser, por ellos, diferentes, infungibles. Los que creemos que el problema agrario no debe seguir planteado como lo ha sido hasta ahora ni quedar indefinidamente pendiente de solución, ni tender a la colectivización forzosa del campo, y los que de buena fe sostengan lo contrario; los que piensan que el Estado debe ser propietario en la economía y los que

MÉXICO EN LA OPINIÓN DE MANUEL GÓMEZ MORIN 1940 - 1945. ARTÍCULOS

creemos que debe ser director, impulsor, juez equitativo y tutor respetuoso de los débiles; los que consideramos que la educación es, ante todo y sobre todo, derecho y deber de los jefes de familia y los que piensan que el Estado debe tener el monopolio de la educación; los que sostienen la palabra o de hecho que la organización de los trabajadores ha de servir a fines políticos y está subordinada a intereses políticos y personales, y los que pensamos que esa organización tiene fundamentalmente un fin propio de servicio y está subordinada a intereses de facción. Todos, a pesar de antagonismos tan radicales, de diferencias tan profundas como las enunciadas, tenemos el deber y la posibilidad de unirnos en lo que está por encima de esos antagonismos y de esas diferencias: la vida de México, su independencia, la conservación de su patrimonio, hoy comprometido en los azahares de la guerra. Y esa unión ha de traducirse no en el abandono de nuestras convicciones, sino en el abandono de nuestros intereses; no es la deserción de nuestros principios, sino en la común afirmación de qué convicciones y principios han de ser hoy juzgados y estimados con una sola y definitiva medida, que es, conviene repetirlo incansablemente, la defensa de México, la afirmación de su vida y de su derecho.

Todos nuestros programas, todos nuestros anhelos, por dispares y antagónicos que sean, quedarán definitivamente frustrados e imposibles si México se pierde. Su subsistencia como Nación libre es la condición de todo, aún de nuestras pugnas. Por eso debemos y podemos unirnos en México, para la vida y el bien de la Nación. Y aporta cada uno de nosotros a ese empeño lo mejor de nosotros mismos. Pero hay una ancha diferencia entre esto y la “unificación” que se nos pide en el PRM o en cualquiera otra cosa similar. Esa unificación no implica esfuerzo de lo más limpio y más desinteresado que cada uno de nosotros tiene: su convicción más íntima, su aspiración más valiosa. Por el contrario, significa y requiere el abandono de ello, la abdicación, la negación de lo qué para cada uno de nosotros es la razón principal del amor a México.

1942

Gobierno

Más grave y repugnante resulta el truco de suplantar la unión con la unificación, cuando no solo se tienen a la vista las consideraciones que brevemente constan arriba, sino que se recuerda cómo los prestidigitadores políticos que a la unificación invitan, pide la unificación con ellos, con sus supuestas organizaciones fantasmales por ellos controladas y aprovechadas para sus propios intereses, piden la unificación en su misma y obstinada actitud tradicional de fracción, como una aceptación incondicional, que no puede ocultar el transparente disfraz frente-populista de la mano tendida, de sus ideologías, de sus complicidades o, el mejor de los casos posibles, de sus fanatismos.

Pero hay algo peor. Es la participación directa o la tolerancia que el Gobierno tiene con el truco criminal antes denunciado. En dos formas se manifiesta esa participación o esa tolerancia: la primera, en revestir de carácter oficial y en consentir que actúen como agentes suyos los que así conspiran contra la posibilidad misma de que la unidad nacional se realiza. La segunda y más grave, en no haber formulado aún un programa, siquiera en líneas máximas, que pueda ser reconocido y proclamado como programa nacional de emergencia. Con la primera de esas formas, el Estado consiente en identificarse con un interés parcial; con la segunda, impide seriamente que los mexicanos sepamos cuáles son los esfuerzos o los sacrificios concretos que todos y cada uno debemos hacer, –estamos dispuestos a hacer–, para servir a México.

Y si es siempre discutible que el Gobierno pueda ser instrumento de realización de fines partidistas, Y si siempre ha sido necesario un programa nacional, hoy, en esta grave emergencia, el Gobierno está como nunca obligado a formular ese programa genuino y exclusivamente orientado por el interés auténtico de México, y a desligarse de toda complicidad facciosa para consagrarse sola y plenamente al interés superior de la Nación.Todos Unidos, sí. Unidos en el amor a México y para el bien de México. En torno de un gobierno nacional y para la realización de un programa nacional también.

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