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Aniversario
ANIVERSARIO
Viva México en paz. No había asaltos en carreteras. Los ferrocarriles daban servicio normal. El talón oro iba a ser garantía de estabilidad de la moneda; los empréstitos mexicanos se colocaban al más bajo interés en el mercado. La industria empezaba su evolución y cuantiosos recursos extranjeros acudían a México en busca de inversiones. La administración pública “era un reloj” y no se conocía todavía la vergüenza de la mordida. Las relaciones internacionales se deslizaban en perfecta tranquilidad. La guerra civil parecía definitivamente proscrita y se había logrado que México quedará excluido de la lista de los petits pays chauds, objeto de la compasiva burla internacional.
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Todo eso y muchas otras cosas más, algunas de ellas positivamente valiosas, hacían pensar que vivíamos en el mejor de los mundos posibles. Pero el brillante panorama tenía un reverso que no por estar oculto a las miradas, dejaba de existir, de estar presente y de ser, quizá con más intensidad mientras menos se reconocía su existencia, un fermento poderoso bajo la costra superficial de la apariencia externa.
Ese reverso ha sido descrito reiteradamente. Era la incesante violación de las normas constitucionales sobre la representación política; era la exclusión
* Revista La Nación. Año III No. 110, 20 de noviembre de 1943. Pág. 8. Firmado como Manuel Castillo.
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jacobina del humanismo desviado, falso y frío en la vida política y social: era la ignorancia de los recursos naturales del País y la falta de un esfuerzo organizado para su mejor y aprovechamiento nacional; era la tierra inaccesible para la inmensa mayoría de la población rural; era la falta de instituciones encaminadas a conocer y resolver los problemas sociales; era una persistente separación de la Nación y el Estado, del pueblo y el gobierno, manifiesta en todos esos factores profundos y también en datos sin mayor importancia; pero grandemente reveladores, cómo la vida de una élite, vuelta de espaldas a México y dependiente de la imitación de ideas, de sentimientos, de formas sociales y hasta de gritos de lenguaje.
Un día, casi sin preliminares visibles, ese reverso de la brillante situación oficial se puso de manifiesto violentamente. Toda la organización del régimen existente sufrió una sacudida de efectos irremediables. Y no porque el impacto público, ni porque las fuerzas organizadas para causarlos, fueran incontrastables. El derrumbamiento de aquella organización se debió a que no tenía cimientos, a que había perdido el contacto hondo con el pueblo, a que se había negado a reconocer la existencia de los problemas esenciales de la Nación y constituía ya simplemente en una superestructura artificiosa y sin coincidencia en la realidad nacional.
Unos cuántos meses de lucha militar, cuyas proporciones mínimas podemos apreciar hoy, bastaron para determinar el derrumbamiento total del edificio de una administración pública que pareció extraordinariamente vigorosa y que pudo serlo de verdad sí a tiempo hubiera advertido su gradual desarraigo en la conciencia pública, el proceso casi imperceptible de su alejamiento de la autenticidad mexicana.
Lo que vino después, es bien conocido. Pasión desatada, apetitos e intereses personales o facciosos sobreponiéndose incesantemente al propósito fundamental y tratando de reemplazarlo con arbitrios y con metas postizas o desfigurante. Lucha por el poder y tránsito de los ideales para convertirse
MÉXICO EN LA OPINIÓN DE MANUEL GÓMEZ MORIN 1940 - 1945. ARTÍCULOS
en mero disfraz verbal de esa lucha por el poder o en justificación a posteriori de los triunfos en ella obtenidos. La nueva Constitución proclamada en Querétaro en 1917. Sus violaciones iniciadas desde antes de la proclamación. Y la determinación de un nuevo régimen dominando al País y limitando a una disputa interna, dentro del régimen mismo, toda la vida política de la nación.
Desde 1921; pero por lo menos desde 1924, prácticamente asegurada la paz militar. Abiertas pues, todas las ricas posibilidades de realización de los propósitos generosos desde 1910 declarados. Y entonces para acá, 20 años más de espera de esa realización. De espera inútil, infortunadamente.
Ahora, México vive en paz en lo militar; pero no alcanza todavía la profunda paz espiritual y social que ha anhelado. Otra vez se ha establecido sobre la Nación una costra superficial como en 1910, sólo que bajo signo contrario. Hay asaltos en las carreteras, los ferrocarriles no pueden dar servicio, se hace cuánto es posible por desvalorizar la moneda, se maneja el Crédito Público sin control y sin responsabilidad del futuro, la administración está pesadamente desquiciada y la mordida es una omnipresente vergüenza. Pero el régimen tiene un perfecto control sobre todas las fuerzas políticas y militares actuantes y se ha construido, como el de 1910, un manto regaliano. Entonces fue el manto de la paz, del “orden y del progreso”. Ahora lo es, el de la Revolución. Aquel no lo cubría todo, exigía que ciertas desnudeces que dejaba al descubierto, fuesen amparadas con una administración cuidadosa, escrupulosamente honrada. El manto nuevo, en cambio, todo lo cubre o más bien dicho, nada necesita cubrir, porque en su propio tejido están, por definición, incluidos, a veces como percances inevitables, a veces como parte de lo normal, a veces hasta como ejemplo de heroísmo y siempre como muestra de aptitud, la mentira, el fraude, la simulación.
Los recursos naturales de México siguen ignorados o desperdiciados; pero no ya por abandono. Ahora hay fuerzas activas en el Estado mismo, que se empeñan en impedir su conocimiento o su utilización. La tierra, como escenario
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propio, de vida y de trabajo, sigue siendo inaccesible; para los pequeños y más desamparados campesinas, porque a pretexto de dárselos, les ha sido más definitivamente sustraída en cuanto posesión excesiva, propia, amada y en cuanto a los demás labradores, porque la tienen o la pueden tener simplemente a título precario, sin vinculación cierta, sin los elementos fundamentales en qué podría basarse el señorío que hace producir máximo y conserva, mejora y fomenta. Sobre todo ello, sobre el campo de México, si antes había la tristeza de la inaccesibilidad de la tierra para la mayoría y a veces la de la tierra de raya inhumana y la de otros lamentables errores y abusos, hoy pesan esos mismos abusos y errores, no reducido siquiera por la responsabilidad personal que antes existió, si no agravados por una absurda y definitiva responsabilidad que inunda el campo de México de atracos, de despojos, asesinatos.
Y hoy hay también una élite, la élite revolucionaria. En ella forman –los menos–, algunos de los que efectivamente participaron en momentos de riesgos en la Revolución; forman; el mayor número, los segundones antiguos, insignificantes o insignificados durante el peligro; pero encumbrados cuando de la lucha real se pasó a la artimaña y a la intriga, forma una larga clientela de serviles formada por estos seguidores y luego por ellos –en un curioso fenómeno psicológico de inversión–, temida y consecuentemente, acariciada con servilismo; forman bandas internacionales de origen inconfesable, de especuladores de toda raya, y un creciente grupo de “snobs” organizados sociedad internacional de elogios mutuos, que viven, como los de 1910, de espaldas a México; pero a diferencia de los entonces, viven sobre México y como agentes activos, aquí de idea, disentimientos, de forma sociales y aún de giros de lenguaje que son una conspiración planeada y completa para subvestir o destrozar cuánto realmente valioso existe en la vida social y política, en la moral individual y pública, y hasta en el pensamiento mexicano.
Bajo toda esta costra, que ni siquiera tiene el decoro y la dignidad, superficiales si se quiere, de la que existía hace 33 años, sigue viviendo el país. Como la actitud
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del régimen nuevo no es pasiva, sino activa; como lo que propone en normas debida y en caminos de éxito no requiere esfuerzo ni limitación ni sacrificio, sino al contrario, deserción y abandono y comodidad, ha logrado penetrar, con alguna hondura a veces, en el organismo real de México; como por otra parte, en el disfraz nuevo se incluyen ideales valiosos y causas generosas, hay quienes todavía se hacen la ilusión, o la fingen, de separar estos ideales y esas causas, de la inmundicia práctica que ellas se cobija.
Y el México verdadero sigue siendo sujeto de una continua fermentación. El pueblo de México está bien pintado en valores verdaderos y eternos para poder ser fácilmente arrancado de ellos. Y han dado además una socarrona capacidad de mimetismo defensivo que por fortuna no pasa de la piel. Ese mimetismo, cuya sutil ironía no es fácil de percibir; esas penetraciones reales del estatismo agresivo; esa genuina corrupción en ciertas capas superiores –superior es invisibilidad, solamente–, de la sociedad mexicana, colaboran a mantener la apariencia sino de algo robusto, si de algo difícil de contrarrestar, agravándose esa impresión con la acumulación, a los viejos problemas insolutos, de nuevos y mayores problemas.
Pero faltan, otra vez, y con mayores razones, cimientos para esta estructura. Otra vez se ha operado el distanciamiento, la separación entre la vida pública y la vida privada, entre el régimen y el pueblo, entre el Estado y la Nación. Otra vez una especie de ceguera impide la visión de los auténticos problemas nacionales o los deforma haciéndolos irreconocibles. De una guerra a otra guerra, esta pasión de México ha cumplido un nuevo ciclo. Y ante la Patria se alza otra vez tremendas interrogaciones. ¿Podemos darles respuesta? Podríamos, si la lección de 1910 no se olvidara. Si en un vigoroso empeño pudiera salvarse o calmarse está separación entre la Nación y el Estado. En 1910 tal vez sólo iba en el asunto la organización interna de México y un avance en el grado de bienestar de los mexicanos. Ahora van la posibilidad misma de bienestar, y su condición y su base, que es la vida de la Nación.