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Un pueblo del interior, Miseria, ¿por qué?, Triunfo en el Tepeyac

UN PUEBLO DEL INTERIOR, MISERIA, ¿POR QUÉ?, TRIUNFO EN EL TEPEYAC, FRENTE POPULISMO, LA VERDAD

Un pueblo del interior

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Es como tantos otros, como casi todos los pueblos del interior, especialmente del Bajío. La parroquia –cal y canto– con su atrio prolongado en la placita con kiosko central. En torno de la parroquia, las casas bajas y modestas. Los servicios públicos reducidos al mínimo; la vida increíblemente lenta y ahora, por fortuna, apacible; libre, después de años, del terror y de la vergüenza de un pistolerismo degradado impuesto por las autoridades. Un pueblo mejor dotado, quizá, que la gran mayoría de los pueblos del interior, porque además del río con aguas permanentes, tiene un inmenso caudal de aguas subterráneas que brotan en numerosísimos manantiales. Sabinos, sauces, doran y enrojecen su hermoso paisaje de invierno. Ricas tierras de acarreo colman el valle a los lados del río. Dos presas, construidas hace cuarenta años, almacenan y regulan las aguas de éste para alimentar la caída que mueve las turbinas de una planta hidroeléctrica. A una hora de Querétaro por carreta, y a cuatro de México a pesar de la larga desviación que hay que seguir para entroncar en Ixmiquilpan con la carrera a Laredo. Aguas termales deliciosas para un balneario. Próxima a la sierra

* Revista La Nación. Año III No. 117, 8 de enero de 1944. Págs. 12, 27. Firmado como Manuel Castillo.

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queretana con riquezas minerales y con abundancia de otros recursos de la naturaleza. Muy cercanas, también las vastas extensiones de tierra fertilísimas de San Nicolás y de La Llave. Así es Tequisquiapan, espejo de las poblaciones rurales del centro de México.

Miseria

Todo parece indicar la posibilidad de una vida material rica. Si no rica, abundante al menos, para todos los escasos pobladores. No es así, sin embargo. La inmensa mayoría vive allí en condiciones miserables. Y los demás apenas si cubren el standard humano mínimo de vida. Sólo se aprovecha una parte mínima del agua. Los cultivos son pobres y primarios, todavía con el riesgo constante de inundaciones que podrían ser facilísimamente evitadas y controladas. El clima templado propicio para los más variados y ricos cultivos, es tan poco aprovechado como el agua abundante y la tierra fecunda. Ni frutales ni hortaliza. Vegas preciosas vueltas pantano; ricas tierras “en descanso”, jacales primitivos o casitas que apenas superan en firmeza y en confort a las chozas rudimentarias.

En el pueblo, por supuesto, ni pavimentación, ni drenaje, ni aguas, ni mercado, ni centro alguno de vida civil. La vieja calzada que conduce al antiguo y noble puente, prácticamente destruida, sus bancas deshechas, su arboleda descuidada y decadente.

Centenares y centenares de huertas, de pequeñas granjas prósperas, alegres, capaces de sostener familias numerosas, sanas, podrían y deberían existir allí; y el pueblo, naturalmente risueño, amable, podría y debería ser limpio, próspero, equilibrado en el bienestar, dotado de servicios ejemplares y, sin merma de su figura tradicional, constituir un lugar de cura y de descanso para los atormentados de las ciudades, y un centro de dirección y de fomento para la vida rural y para la utilización de los recursos naturales de la región.

No debería haber lugar allí para la miseria y nada hay que impida la formulación y el cumplimiento de un programa que realice este propósito. Nada,

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sino la acción de las obscuras fuerzas regresivas y destructoras que en todo México impiden la construcción del verdadero bienestar, el alegre y fecundo trabajo, con la demagogia fraudulenta y ruin, el aplastamiento de la iniciativa privada, la falsificación revolucionaria de la justicia y del mejoramiento sociales, la sucia mordida omnipresente.

¿Por qué?

No hubo antes de la Revolución gran capacidad ni iniciativa extraordinaria para aprovechar los recursos naturales. Pero de la Revolución para acá, lo que fuera simplemente apatía, ausentismo, falta de fervorosa iniciativa, se ha vuelto, como en todo México hostilidad a lo construido, persecución a la iniciativa y al trabajo, fraude destructor.

Allí está “La Llave”, clara nuestra que algún día ha de describir en detalle La Nación, de la ruin simulación cardenista; inmensa riqueza abandonada y destruida por torpeza imperdonable, si no por increíble maldad. Y allí están las tierras ejidales sin reparto, sin dirección técnica, sin información sin crédito, para permitir vivir apenas en las peores condiciones, a una población corta y tal vez más pobre ahora que antes. Y allí el recuerdo de largos años de predominio de ese otro prototipo del cardenismo que es el pistolero político sostenido por el gobernador, pariente o compadre. ¿Por qué no se han utilizado los terrenos de La Llave y las casas y las obras de riego y las instalaciones magníficas de esa y de otras fincas afectadas agrariamente? ¿Por qué no se han repartido, siendo ese el programa constitucional, las tierras afectadas entre los campesinos verdaderos? ¿Por qué, siendo aquél un conjunto económico natural, especialmente bien delineado y dotado en abundancia de recursos, no se han puesto los medios, todos ellos accesibles, fáciles, para lograr el mejor y más completo aprovechamiento de tierras y aguas y montes y recursos de toda índole con que allá puede contarse? ¿Por qué no se ha hecho nada por orientar y ordenar la producción de aquellos

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pobladores extremamente necesitados, en miseria que contrasta con la riqueza naturaleza de la región?

Si hubiera un plan, un programa agrario y agrícola verdadero, si el motor que ha impulsado la llamada reforma agraria en vez de ser el interés político mezquino fuera un genuino deseo de servicio, cuán fácil habría sido en tantos años, concentrada la acción sucesivamente en diversas regiones del País, crear centenares y millares de centros rurales, como el que en Tequisquiapan podría existir, suficientes, si no abundantes, ordenados, sanos, amables, ejemplos del justo y tranquilo convivir en el orden que es el más alto de los ideales sociales. Si hubiera un auténtico programa agrario y detrás de él un genuino deseo de justicia social y de mejoramiento verdadero, las obras de irrigación se habrían multiplicado y no como esa presa de Huichapan construida al capricho del ignaro en el Poder, lamentablemente vacías e inútiles, sino en construcciones hechas con técnica real para servir verdaderamente a la Nación y al pueblo. Y se habría multiplicado la producción de energía eléctrica, y las carreteras estarían construidas para dar el más fácil y más rápido y más permanente servicio y no habría monopolio de autobuses, y los ferrocarriles servirían adecuadamente, y habría crédito agrícola, y la acción agraria consistiría sobre todo en enseñanza y en información, en asistencia técnica y en facilidades y fomento de la iniciativa y en protección contra la impericia y contra la irresponsabilidad y contra los azares del tiempo.

Pero no habrían existido los Osornios, ni vivían como príncipes los liderzuelos, ni podrían pagarse propagandas para presentar como “mesías” a gentes primarias e inferiores, ni habría hermanos ni compadres multimillonarios, ni sería posible que una reducida pandilla de explotadores tuviera en sus manos la vida y la suerte de todo un pueblo generoso, de toda una Nación.

Incomprensión, triunfo en el Tepeyac

“Los devotos caminaban bajo un caliente sol de invierno. Algunos eran actores, políticos, genios de sociedad; pero lo más eran campesinos indios.

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Su excitación crecía al acercarse al Santuario de la Virgen de Guadalupe, su santo semi-azteca”. Así comienza la nota que sobre la visita del pueblo de México a la Villa de Guadalupe el pasado 12, publicó la revista norteamericana Time, en su número del 27 de diciembre. Dice después que ese día fue excepcional porque por primera vez en muchos años tal peregrinación a la Villa, “prohibida por las leyes anti-religiosas, deshecha a garrotazos o desbaratada por la policía montada en México”, en esta vez fue protegida por la propia policía y “a pesar de las protestas izquierdistas, se suspendieron las leyes contrarias a las procesiones religiosas externas”.

Agrega la revista, para completar el panorama de la noticia, los siguientes párrafos: “fue una victoria clerical” en la vieja guerra entre la Iglesia y el Estado en México. Bajo el Presidente Manuel Ávila Camacho –conservative turning– la Iglesia ha ganado una cabeza de puente. Puede esperar razonablemente extenderla, porque la historia de la Iglesia en México es una lenta curva cíclica con alternativas entre un poder fabuloso y una salvaje persecución. La Iglesia ha contado siempre con el afecto de los indios humildes que disfrutan de sus ritos con fe conmovedora. A veces la Iglesia ha controlado completamente la educación y prácticamente el Gobierno, y poseído la mitad de la riqueza de México. Cuando la Iglesia alcanza este punto, la curva de su poder se precipita en dura reacción hacia abajo. La propiedad de la Iglesia es confiscada, los sacerdotes desterrados y las monjas arrojadas de sus conventos; violentas leyes restringen toda la actividad religiosa. El punto más bajo en el último ciclo ocurrió bajo el Presidente Plutarco Elías Calles (“el turco”), en 1924-1928, cuando la Iglesia llevó una vida subterránea sostenida por la piedad rural y por la guerrillas de cristeros apenas mejores que bandidos. Ahora la curva va hacia arriba nuevamente”.

Time se considera en la obligación de añadir una nota explicativa que aclara y puntualiza, según la interpretación frente-populista que la revista está interesada en dar a la opinión pública norteamericana, la fe de México.

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Dice: “detrás del Santuario se alza la Colina del Tepeyac, consagrada antes de Tonantzing, dios de la fecundidad. Los indios que adoran a la cumbre de esta colina en busca de su antigua diosa.

Frente populismo

Es el tono típico, aparentemente objetive, calculada y perversamente desorientador, mutilante, del frente–populismo, y una superficialidad que es la misma con que se pretende siempre interpretar ante la opinión norteamericana la honda, la completa, la sutilísima realidad de México.

Claro está que para el canallita nuestro, diputado o senador de dedo, mordelón de oficio y radical de conveniencia, la historia de la lucha por la libertad religiosa en México, puede reducirse a un esquema como el de Time. Y claro también, que para el turista que se queda en la cara de las cosas, o para el periodista ligero o con mal propósito, los actos de fe del pueblo de México que sigue todavía viviendo en el exterior como hace cuatrocientos años, son gtan incomprensibles en su esencia como los ritos de algún extraño paganismo de ingenuidad conmovedora en el centro del África. ¿Qué van a advertir los turistas precipitados o cómo van a entender o a decir los periodistas a sueldo del frente-populismo o nuestros radicaluchos criollos, el inmenso caudal de valores humanos altísimos, de cultura substancial y substanciosa, de verídico y profundo entroncamiento con lo mejor y más permanente del espíritu occidental que hay en la fe católica del pueblo de México?

El pobre diablo o el mal intencionado que escribió la nota de Time, si ha estado alguna vez en México, ha visto pasar los indios, descalzos y vestidos de manta, o ha visto sus jacales y su miseria y, juzgándolos desde la altura de sus zapatos y de su vestido en serie, de sus slacks, ridículos, de su radio y de su automóvil y de su refrigerador eléctrico, los ha considerado, a lo más, como infrahombres tan incapaces de entender las verdades y los abismos de luz y de misterio de la religión, como las delicias de un highball o de una lavadora eléctrica. ¿Qué cosa

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igual puede haber, qué comunidad real puede existir entre el “elevado” sentido religioso de las gentes bañadas, perfumadas, bien vestidas y bien comidas que van a la Catedral de “Saint John the Divine” en el epicentro del distrito elegante de Nueva York, y estas masas de inditos trashumantes o de criollos de piel de la Virgen de Guadalupe? Aquello es fino, cultivado, espiritual. ¿Esto? Esto en todo caso es conmovedoramente ingenuo y no representa sino “una transformación mal realizada del viejo culto de Tonantzin”. Y hasta hay quienes hagan pujos de ciencia e invoquen a Fraser para comprobar casos de similares sustituciones en la devoción de los pueblos primitivos.

La verdad

Sólo que la verdad es otra. Y en cuánto se acerca uno impíamente a esas masas trashumantes de inditos o de criollos y penetra en su corazón. Se advierte cuánto más extendidas, más vitalmente asimiladas están en ellos las ideas. Las esperanza, las normas de vida, la filosofía, (con sus más altos y arduos misterios, en sus complejidas mayores y más sutiles), del cristianismo. Y no de ese cristianismo vacuo, delicuescente, sentimentalista, sin anclas y sin alas que es el cristianismo brumoso de todos los que, como el autor de la nota, como nuestros miserables persecucionistas, profesan en su mundillo egoísta, falaz, convenenciero, sino de ese otro cristianismo, el único auténtico varonil, concienzudo, medular estructurado, capaz de dar orientación a la inteligencia y estilo, sentido y destino a la vida.

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