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CONSTRUYENDO A RAFA
Federer y Nadal, en primer plano, protagonistas de una rivalidad de leyenda que aún continúa. Detrás, Bjorn Borg, uno de los más grandes, a quien siempre admiró el español. La foto fue tomada en 2017, en Praga, en la presentación de un torno de exhibición en homenaje a Rod Laver, otra leyenda del tenis.
de bebidas que tiene a su alcance durante los partidos: todas siempre colocadas y recolocadas en la misma posición y al mismo nivel. También su ritual, su largo ritual, al servir cada punto. Es también otra forma de concentración: como sucede con las lesiones, el hecho de que haya cambiado la norma de tiempo de servicio, reduciéndolo, le ha supuesto un problema. Pero aunque ha protestado, como sabemos, ha optado por adaptarse. El asunto es no perder calma y concentración, y alcanzarla de forma menos estridente que John McEnroe, que la hacía a base de rabietas, como recordamos. Da la impresión de que en Nadal hasta el mínimo gesto tiene un porqué.
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Palmarés inigualable Y en fin, a Nadal le funciona. Si realizamos un somero repaso por su historial deportivo, nos encontramos que este año 2021 es el número 18, consecutivo, en el que gana al menos un título (lleva dos). Nadie ha conseguido más. Ha conseguido el Grand Slam en la carrera, ganar los cuatro grandes torneos: Open de Australia, Roland Garros –ni hace falta recordar que este lo ha ganado 13 veces–, Wimbledon –lo que parecía un imposible– y el US Open. Y si gana el Open de Australia una segunda vez, será el primero, en el tenis masculino, en repetir victoria en todos desde el mítico Rod Laver, hace casi 60 años. Ha ganado, de momento, 88 torneos, solo por detrás de los 109 de Connors, 103 de Federer y 94 de Ivan Lendl. Lleva 20 títulos de Grand Slam, el máximo de la historia, junto a Roger Federer. Ha ganado 37 Masters 1.000. Ha vencido en 1.022 partidos, solo tras Connors, 1.274, Federer, 1.243, y Lendl, 1.068. Y ha logrado todo esto en todo tipo de superficies, siempre entre los líderes. Y sin duda es el mejor de la actualidad –una actualidad que abarca varias décadas– en tierra batida…
Algunos de esos grandes nombres de la historia del tenis –además de los nombrados, Bjorn Borg o Peter Sampras, entre otros– figuraban entre los ídolos de Nadal cuando empezó a soñar con el tenis. Con otros de sus admirados, los propios Costa o Federer, o Moyá, ahora su entrenador, llegó a competir y a vencer.
En fin. Rafael Nadal es una persona que se define por su nombre. Se ha llegado a hablar de que la RAE debería crear una palabra superlativa basada en el tenista de Manacor. Llegue o no, el hecho es que Rafael Nadal es un deportista total. Un caballero del deporte. Un Gentleman a la antigua pero de los tiempos modernos.
Detalles de la escultura de Rafa Nadal en construcción, una obra de tres metros de altura de acero inoxidable. Bajo estas líneas, el artista, Jordi Díez, en pleno trabajo de soldadura.
La escultura del tenista que desde el pasado 27 de mayo se exhibe en las instalaciones de Roland Garros es una obra del artista Jordi Díez. Así fue el proceso de creación, en el que se utilizaron 800 kilos de acero inoxidable.
TEXTO J. L. GALLEGO FOTOGRAFÍA XAVIER PLADELLORENS
EL ESCULTOR JORDI DÍEZ CONOCE LAS MEDIDAS de la caja torácica de Rafa Nadal, de su pelvis, de su húmero, de su fémur, de su cráneo... Pero, por alguna razón, el parecido no siempre obedece a las mediciones. Hay entonces que tirar de intuición, de experiencia, hasta que el rostro del tenista, un minuto antes no, de repente sí, cobra vida en el acero.
Díez, vallisoletano afincado en Barcelona, es el autor de la escultura que, desde el 27 de mayo, acoge Roland Garros, el templo del tenis sobre tierra batida que ha caído rendido a los pies del español. Solo el aviador que da nombre al complejo y los llamados cuatro mosqueteros, los tenistas franceses de una generación única, allá por los años 20 y 30 del siglo pasado, René Lacoste, Jean Borotra, Henri Cochet y Jacques Brugnon –que dan nombre a tribunas de la pista central–, han sido inmortalizados allí.
La escultura de Nadal –800 kilos de acero inoxidable, 3 metros de altura, 4,89 de ancho y 2 de profundidad– representa al tenista flotando en el aire, en plena ejecución de uno de sus característicos directos, sujetado por cables a una estructura metálica en la que, aunque inexistente, no es difícil adivinar la pelota golpeada dirigida a toda velocidad hacia el campo contrario. “Está Rafa. Está el
Sobre estas líneas, el resultado final, que ahora se exhibe en las instalaciones de Roland Garros. La estructura, según Jordi Díez, no solo reproduce el rectángulo Áureo, que obedece a leyes universales de crecimiento y construcción, sino que permite visualizar el golpe de Nadal, la bola golpeada hacia el campo contrario. impacto que acaba de darse. Está la presencia de la ausencia de la pelota. El espacio vacío ofrece la experiencia de este acontecimiento”, cuenta el escultor en un libro de edición limitada publicado para la ocasión.
Jordi Díez, reconoce, ha vivido obsesionado con Nadal desde que su proyecto resultó el elegido por la Federación Francesa de Tenis para inmortalizar al tenista. Artista eminentemente figurativo, el cuerpo humano ha sido la base de sus creaciones a lo largo de toda su carrera. “El cuerpo es el centro del placer, del dolor, de la vida y de la muerte, de la experimentación y de la ciencia, del miedo y de la libertad; es el sitio en el que se viven los sentimientos, las pasiones... –explica–. El cuerpo es el espacio de experimentación único, de lo auténtico y de lo falso, de lo artificial y de lo trascendente”. Para reproducir el de Nadal, viajó a Mallorca, donde tomó medidas y estudió sus movimientos. “Aparte de la potencia extrema –cuenta–, me llamó la atención la economía absoluta: son movimientos, proporciones, que tienen un objetivo definido. No hay lugar para el aspaviento. Son puros. Y, como tal, su belleza nace de la ausencia de objetivos estéticos”.
Sobre ese concepto decidió, entonces, basar su trabajo: no buscar tanto la belleza como “lo práctico, lo vital, lo explosivo”, Aquella llegaría por añadidura. Comenzó entonces una labor en la que el primer paso fue la construcción de un boceto, una reproducción en pequeño tamaño –quizás medio metro de alto– del que se pretendía como resultado final. Construido como si de crear un cuerpo humano se tratara –primero una ligera estructura a modo de esqueleto; luego, cada barilla dispuesta como un músculo; la piel, el ropaje...–, en el boceto pueden adivinarse algunos de los retos definitivos: la proporción, una auténtica obsesión; la potencia de las piernas; el dinamismo..., incluso tratar de reproducir una camiseta mojada por el sudor que permitiera también entrever la musculatura en tensión. A partir de ahí, la creación. Primero con la escultura tumbada, dado el peso del material en una estructura todavía precaria. Luego, por fin, de pie, sujetada a arneses y accesible mediante andamios, para un proceso de soldadura con precisión y paciencia infinitas. Hasta que empieza a cobrar vida, hasta que el rostro se presenta por fin. “De alguna inconcebible manera, Rafa está en el taller ya hasta el final”.
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