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ICONO
Por su inmensa e influyente obra, JORGE LUIS BORGES, es un eterno de las letras, no sólo en el ámbito latinoamericano sino en el global. A treinta y cuatro años de su muerte en Ginebra, le seguimos recordando con pasión y arrojo. La misma que utilizó para que, cuando se enterara de que tenía cáncer, se trasladara hasta la ciudad suiza de su juventud, para casarse junto a María Kodama. A los dos meses de las nupcias murió. De hecho, en Atlas, un libro que escribiera junto a su amada, se lee: “De todas las ciudades del planeta, de las diversas e íntimas patrias que un hombre va buscando y mereciendo en el decurso de los viajes, Ginebra me parece la más propicia a la felicidad (…) Sé que volveré siempre a Ginebra, quizá después de la muerte del cuerpo”. A los ochenta seis años conoció la noticia de su enfermedad y dicen sus allegados que estaba cansado de tanta exposición. Su debut literario fue un poemario t i t u l a d o Fe r v o r d e B u e n o s Aires. Se publicó en 1923 por la Imprenta Serrantes con una edición pequeña, mínima, de 300 ejemplares. En la tapa, un dibujo de su hermana, Norah Borges, representa la capital argentina
ETERNO DE LAS LETRAS
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como esa mezcla de metrópoli y pueblo que era, pero también una mirada melancólica, algo extraño en un joven que aún no había cumplido la treintenta. En sus propias palabras su obra posterior partió de esa primera mirada a la Argentina de los años veinte y sobre todo, a una profunda mirada interior: “Pienso que nunca me he alejado mucho de ese libro; siento que todos mis otros trabajos sólo han sido desarrollo de los temas que en él toqué por primera vez; siento que toda mi vida ha transcurrido volviendo a escribir ese único libro”. Con Ficciones Borges se colocó en un primer plano de la literatura argentina y, con el tiempo, de la literatura internacional. Un libro de ensayos se publicó después, en 1926. En sus páginas están los ingredientes típicos de su obra: lo criollo, las referencias de la pampa, la inquietud por la literatura y la preocupación por el lenguaje. Allí escribe, por ejemplo: “Nuestra realidá vital es grandiosa y nuestra realidá pensada es mendiga”. Con sus cuentos publicados en 1949 y reeditados en 1974, El Aleph, se consagra como una de las voces más descollante de América latina y del mundo. De estilo sobrio y perfeccionista, todo ocurre en un ambiente realista que muta genialmente a lo fantástico. Lo que se revela aquí son las grietas en la lógica de la realidad. Todos suelen aclamar al Borges cuentista, pero sin dudas fue también un poeta genial. En El Oro de los Tigres reúne una serie de poemas y textos breves en prosa, que conjugan precisión con experiencia. “Con los años fueron dejándome / los otros hermosos colores / y ahora solo me quedan / la vaga luz, la inextricable sombra/ y el oro del principio”, escribe en el poema que da título al libro. La ilusión del tiempo, la filosofía clásica, la épica como destino inevitable, el pasado familiar, lo tremendo del azar y los sueños que se confunden con la vigilia, son algunos de los temas que se consolidaron así como parte del itinerario borgeano. “De un hombre que ha cumplido los setenta años que nos aconseja David poco podemos esperar, salvo el manejo consabido de unas destrezas, una q u e o t ra v a r i a c i ó n y h a r t a s repeticiones”, dice con su ironía demoledora. Una ironía que le consagra como escritor y como figura sempiterna.