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CHET BAKER

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MIGUEL SBASTIDA

MIGUEL SBASTIDA

CHET BAKER, UNO DE MIS FAVORITOS

Luis Fernando Utrera Infantes

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Sábado, 11 de marzo de 1988. Media España contradice a los entendidos, cayendo rendida en brazos de un nuevo programa de televisión: El Precio Justo. Batía en audiencia incluso al Real Madrid que la semana anterior eliminaba al Bayern, camino a una ansiada copa de Europa, de la que le luego apearía, injustamente, el PSV Eindhoven.

Muy pocos de esos espectadores conocían a Chet Baker y menos aún que moriría semanas después, “cayendo” desde una ventana del Hotel Prins Hendrik, un hotelucho de Amsterdam, donde algunos yonquis se metían su dosis.

Nació en Yale, Oklahoma (1929). Con 16 años, ingresa en el ejército, dejando atrás un padre guitarrista y alcohólico. En la banda de música del ejército, practicará la trompeta. Quería mejorar su formación musical, pero, al segundo año, abandona los estudios, siguiendo en la música de manera intuitiva. No necesitaba partituras. Memorizaba una canción, escuchándola solo una vez. Tenía un oído y sentido de la melodía privilegiados. En 1952, Charlie Parker le fichará para una gira. En 1953, integra el Gerry Mulligan Quartet. El primer disco del cuarteto, incluirá la famosa versión de Chet del My Funny Valentine. La detención de Mulligan (posesión de drogas), deshace el grupo y Baker comienza su carrera en solitario.

En 1954, lanza con éxito Chet Baker Sings y Chet Baker Quintet With Strings. Desde entonces, alternará trompeta y voz. Se forjaba un mito del Cool Jazz. Ese rostro de babe face, su elegancia y estilo intimista, con voz de chico triste, su frialdad de malote, atrajeron la atención incluso de Hollywood: el James Dean del jazz.

Su éxito con las mujeres era tan evidente, como su cada vez mayor adicción a la heroína. Los 50, consideraban la droga un simple “acelerador” de velocidad de ejecución e inspiración. Eso era el jazz. Y Charlie Parker era una evidencia de que “eso”, solo afectaba positivamente. En su gira, la droga circulaba a cucharadas.

Con las mujeres era encantador y manipulador (3 matrimonios y cuatro hijos, a los que no prestó atención). Desprecio, abandono, egoísmo, deudas, engaño…, eran consecuencia de su dependencia. Una enfermedad que le llevaría a la cárcel.

Para los blancos era un adicto viviendo como un negro. Para los negros, un blandengue blanquito. Una doble discriminación difícil de eludir.

En los 60, abandona Estados Unidos por Europa, donde tenía amigos. La adicción ya afectaba seriamente su carrera. Arrestos, más cárcel, tratamientos de cura de sueño y deportaciones, se suceden. También ve la luz el magnífico: Chet is back! (1962). En esa gira, es detenido en Alemania por posesión y, tras varias expulsiones, es deportado a Estados Unidos. Una paliza, le romperá la boca, dejando de tocar temporalmente. Eso y un persistente herpes labial, le hacen modificar su forma de tocar la trompeta, incluso a cantar más y tocar menos. Aquello, inicia su declive definitivo.

En los 70, deja los escenarios, se trata con metadona y trabaja en una estación de servicio, mejorando sensiblemente. Poco después, su amigo, el trompetista Dizzy Gillespie, le anima a realizar un concierto en el Carnegie Hall, junto a Gerry Mulligan (saxo), Jon Scotfield (guitarra) y Ron Carter (batería). El éxito, le hace retomar el sueño europeo. Sin embargo, su adicción le lleva a ceder sus derechos de autor por un puñado de dólares y acepta que cualquier promotor grabe sus conciertos para editarlos. Acabaría en la miseria. Su discografía incluye 140 discos, con su grupo o como integrante, 34 recopilaciones y decenas de grabaciones de directos aún sin editar. En los 80, es repescado por algún músico rock (Elvis Costelo) y gira intermitentemente. Su última pareja, la saxofonista Diane Vavra, le abandona en 1987, para no morir con él. Fue entonces cuando, a la pregunta de una revista sobre qué había sido lo mejor de ese año, Chet responde: “seguir vivo”.

“La mayoría de la gente se deja impresionar solo con tres cosas: la rapidez del toque, los agudos que consigues y la fuerza y volumen que saques al instrumento. “

Pero por encima de miserias, están su música y su voz. Ningún virtuosismo, voz íntima y dulce, un toque preciso, ordenado, sensible y siempre emocionante. El fondo ideal para una cena romántica. Suscribo su opinión: “la mayoría de la gente se deja impresionar solo con tres cosas: la rapidez del toque, los agudos que consigues y la fuerza y volumen que saques al instrumento. A mí, esto me resulta un tanto exasperante (…), seguramente, ni el dos por ciento del público sabe oír como es debido.” (Chet Baker, As Though I Had Wings: The Lost Memoir). La melodía y el sentimiento por encima de todo.

Aquel lejano 11 de marzo de 1988, Chet ofreció dos pases en el Colegio Mayor San Juan Evangelista, con Phillip Catherine (guitarra) y Marc Jonhson (contrabajo). Tenía 58 años y el rostro deformado de un toxicómano. La sala, atestada, aplaudió a rabiar a esa leyenda, sin saber que jamás volvería a disfrutarlo.

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