Relatos

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Graciela Girรกldez

RELATOS Y PROSAS

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Graciela Giráldez, Relatos y Prosas, primera edición. © Graciela Giráldez, 2015 Todos los derechos reservados Edita. Graciela Giráldez Isbn: 978-1-326-19950-0 Impreso en España (printea in U.E.)

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RELATOS Y PROSAS

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A MIS SERES QUERIDOS

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ARENAS DEL INFIERNO

Abro el libro de las páginas mudas. Escenario que acoge el despertar de un tiempo que calla en el reloj de arena. Gira la muerte abriéndose camino entre la vida, susurrando la condena que desdibuja mis pasos en la tierra. Finge la sonrisa y a su espalda el silencio pasea del brazo del diablo. Grita riendo Lucifer su frase favorita: - ¡Cielo completo, no hay lugar para nadie!- Su risa maquiavélica cala mis huesos y el libro se cierra. La sentencia está escrita: -¿Pero por qué yo tengo que ir al infierno?- Grité, pregunté, reclamé desesperadamente. El silencio cubre el cuarto y tiembla el escenario; mientras el tiempo muerde la arena que endurece sobre mi cuerpo. El reloj espera con el cristal roto una lágrima del cielo y mis ojos hechos sal, entre sombras, se anidan en el techo. -¿Dónde está Dios?- Pregunté. Y parece ser; que se asoció con el diablo en el último momento. No hay más, el infierno espera, el libro cae y yo… aparezco en sus páginas.

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BESO ROBADO

Hoy es domingo. Después de cinco años viendo pasar la muerte por mi lado, vuelvo a mi país. Respiré hondo y el perfume de la ciudad envolvió mis sentidos, despertando la sensación de estar en tierra firme nuevamente. Las calles llenas de gente regalaba el calor del hogar, impregnando todo mi cuerpo con las costumbres que había olvidado, casi por completo. Al bajar del barco algunos me abrazaban festejando el final de la guerra y gritaban: “grande muchacho, grande” dándome dos besos; otros festejaban nuestra llegada y se abrazaban a sus hijos con el llanto del reencuentro atado a la emoción. Mis oídos, colapsados de palabras confundían los gritos y silbidos con mi nombre, miraba para todos lados buscando a mi familia entre la muchedumbre. Así, me encontré con la madre de Jorge, un vecino del pueblo que me contó la terrible noticia: Mis padres habían fallecido en un accidente de coche. En mi espalda el frío comenzó a trepar. La tristeza, el odio y el miedo hicieron una mezcla caótica en mi mente. Por un momento no sabía quién era, ni qué hacia ahí, la mirada transparente de la madre de Jorge se clavó en mis ojos, pero yo estaba ausente. La dejé esperando a un hijo que pronto se reencontraría con ella y su pregunta quedó flotando en el aire sin respuesta: -¿Estás bien, querido? Corrí y corrí. Esquivaba a la gente buscando el rostro de lo que podía ser yo. Mis lágrimas buscaban el alivio de un pasado que retumbaba en mi presente. A mi derecha pude ver como una señora lloraba arrodillada ante un joven que la tomaba por los brazos. Seguí corriendo, crucé la calle hasta la iglesia y entré sin persignarme. Caminé mirando fijamente la cruz. Frente a ella pregunté, grité tan fuerte que el eco devolvió la pregunta clavándola en mi pecho: 11


-¿Por qué…?- Cerré los ojos llorando y me dejé caer de rodillas ante Dios. El silencio trajo de la mano una voz que me llevó a mi infancia respondió a mis lágrimas. -Porque la vida es así Matías. Te da y te quita sin preguntar. Se feliz por ti y festeja la vida. Busca algo especial, que te haga sentir especial-. Me levanté y me encontré cara a cara con el padre Manuel, un antiguo párroco de la iglesia de mi pueblo. Me abrazó tan fuerte transmitiéndome su calor, su fe y yo deje sobre su hombro mi dolor en forma de llanto. Al salir de la iglesia el desconcierto se apoderó de mí. La brisa traía el murmullo de la gente impregnado de humedad. Personas que corrían para alcanzar quién sabe qué… me llevaban por delante haciéndome tambalear. No sabía hacia donde iba… sólo iba. Pensaba en las palabras del padre Manuel constantemente, pero qué tenía que buscar, qué era lo especial. Me paré frente a un escaparate y vi mi reflejo en el cristal. Mi rostro curtido por el viento, por el sol me recordó la lucha en alta mar. Entré a un bar. Copa tras copa el alcohol se adueñó de mis sentidos. Me hundí en el delirio. Mareado y sin fuerzas salí del bar. El sol quemaba mis ojos y un ruido sordo retumbaba en mi cabeza confundiendo mis pasos. Una chica venia hacia mí, se me detuvo el corazón. Cara de ángel, me sonreía y yo le impedí el paso, poniéndome frente a ella, de izquierda a derecha, una y otra vez. La abracé y la besé al estilo Hollywood. La gente de alrededor miraba, murmuraba, aplaudía y animaba… hasta que una voz dijo: -¡Matías… suelta a la chica!- El padre Manuel otra vez. Lo miré, vacilé y le hice caso. Ella se alejó corriendo sin decir palabra. El padre Manuel me tomó del brazo y me llevó a la parada del autobús que va a mi pueblo. Me acompaño a enterrar a mis padres. Hoy, después de unos días del funeral sentados a la mesa de la cocina, el padre Manuel y yo recordábamos mi regreso de la guerra. Me sorprendió su pregunta: -¿Qué se te pasó por la cabeza?...- dijo mostrándome la foto de aquel beso. - No sé… tal vez comprendí mal sus palabras y esa chica se cruzó en el momento equivocado… ¿y a usted para sacarme la foto?, ¿¡qué se le cruzó por la cabeza!?- Sonreímos un poco entre tanta tristeza y bebimos el café que se estaba quedando frío… Texto corregido en julio del 2013. 12


BUSCANDO EL CENTRO

Voy… Descubro un suelo manchado por palabras que no escaparon de mi boca. Ellas, quedaron atrapadas en un enredo de lágrimas y saliva. Lágrimas, hambre de un sentimiento que se amontona en la grieta que mira al mundo. ¿Y la saliva?..., prisionera encharca la alfombra de un tiempo que reclama libertad. Sigo… Se revela un camino que atraviesa y aleja los recuerdos; y acerca la distancia. Él golpea mis sentidos que se abren al amanecer. Amanecer, llama que enciende la cresta de mi fe. ¿Y mis sentidos?..., atentos desnudan la belleza de callar, de entregar, de amar y no esperar nada a cambio. Encuentro… El equilibrio del crepúsculo cuando salgo de ese guante que cobija el alma. Ella, se dilata en una búsqueda constante de ese centro, donde la esencia de la vida se hace aventurera a su paso por la tierra. ¿Y el crepúsculo?..., audaz borra la huella del camino para perderse en mí.

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DESPERTÉ… ERA UN SUEÑO

La lluvia cae apresurada. Un cielo furioso reclama la atención de un perro que aúlla a lo lejos. Yo dormía relajada cuando la tormenta se metió en mis sueños. Me encontré en un cementerio, donde la oscuridad llegaba a mí como fantasmas en mitad de la noche. Caminaba entre las tumbas con la vista clavada al suelo y las manos cogidas en el pecho. Los pies se hundían en el barro, en el agua y en el asfalto agrietado. Ramas entrelazadas flotaban en el aire, venían hacía mí, se alejaban y volvían como queriéndome atrapar y hacerme prisionera de su juego. Eché a correr. Finas agujas de agua se clavaban en mi piel, helando la conciencia que aceleraba al corazón. Seguí avanzando, mi piel yerta deslizaba las lágrimas del cielo que se detenían en la comisura de mis labios, cuando un chirrido sonaba estrepitoso entre truenos y relámpagos; rompiendo el cerco de la sombra. Se iluminó un camino y a lo lejos, asomaba una puerta. Fui hacia ella sin pensar en nada más que salir de ahí. El agua cobijaba mis ojos vistiendo de nada el terreno, tropezaba con las ramas que cada vez emergían con más fuerza de la tierra. Tomaban mis tobillos, rasgaban mis rodillas, resbalaban por mis piernas; al ver mi intento de salir de ese infierno. Un rayo vivo, penetrante frenó mi carrera en seco, estaba a un paso de la puerta, de la salida de ese lugar aterrador. De pronto, la puerta comenzó a danzar ante mí. Grandes ojos amarillos bailaban en mis ojos y una boca rabiosa paralizó todos mis sentidos, reptaba su chillido por mi piel. Me olfateaba deslizándose a mí alrededor, se alejaba con una sonrisa en su puntiaguda cara. Se lamia y sorbía sus delgados labios, su lengua escurría un liquido viscoso y su mirada fija en la mía hipnotizó mi alma. 15


De un trago me devoró. Los árboles irritados buscaron venganza y con sus lianas atoraron su boca y hundieron a la serpiente en la tierra. El cielo bramaba su enfado con fuego en sus rayos y las ramas secas pronto deflagraron todo el lugar. ¡Desperté!... era un sueño. Mi cama desecha albergaba el sudor de la noche. Me levanté, abrí la ventana, para dejar entrar el aire fresco de una soleada mañana que nacía. Texto corregido en noviembre del 2012.

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DOS AMIGOS “El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto con la soledad”. G.G. Márquez.

Óleo de la artista plástica María Dolores Giráldez La mirada perdida en un rincón del pensamiento, que estalla en el repaso de aquella niñez. Gerónimo se encontraba sentado ante la mesa del bar de su pueblo. Pueblo que lo vio nacer y crecer; emigrar y volver, pero sólo de visita en época de vacaciones. En cada esquina del bar hay gritos de cuando era niño, resuenan atrayendo su memoria que incurre en los pasos de las distintas etapas de la vida. Miró la puerta y en ese mismo momento entró Ángel su viejo amigo, su confidente, aquel hermano que no tuvo. Se contemplaron como quien contempla un objeto preciado y el abrazo no tardó, llegó al unisonó dejando un silencio en el recinto, pedacitos de nostalgia surcaban las grietas que el tiempo dibujaron en ambos rostros. Sonrieron mirándose, ya no eran niños sus cabellos tiñen de blanco el recuerdo del ayer. Secándose las lágrimas se sentaron a tomar el café de la media mañana, como siempre, nada más que esta vez, no eran vacaciones, ni una escapada. La mujer de Ángel ya hacía tiempo que había fallecido y Gerónimo lo vino a buscar para llevarlo con él a la ciudad, la salud de Ángel flaqueaba por momentos y no quería que estuviera solo. Pero Ángel ante la propuesta de Gerónimo respondió: -

Mi lugar está aquí amigo; donde nací, crecí y me casé. Aquí vi como el cielo devastaba la tierra y como la tierra crecía bajo el cielo. Hace mucho que convivo conmigo mismo sosteniendo el recuerdo dulce de mi memoria. También aprendí a conjugar mi vida 17


con la soledad, no le tengo miedo, la respeto como ella me respeta y me muestra tal como soy. Me acompaùa por este sabio camino hasta que Dios me invite a su morada‌

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JUEGOS DE LA CONCIENCIA

Después de un día en que vivió la aventura del sexo sin compromiso Bea viajó lejos de la realidad, cayó en un sueño profundo… Siluetas en el techo latían pausadamente, resaltaban en la oscuridad. Tenían brazos enormes y flotaban en remolinos de viento; acerándose y alejándose caprichosamente. Bea luchaba por despertar pero lo único que conseguía era hundirse más en el sueño, hasta encontrarse apresada por los espectros flotantes. En volandas realizaron el recorrido nocturno que supuestamente efectúan las ánimas antes de ir a la gloria. Gritaba, gritaba tan fuerte que su voz se colapsaba al salir de la boca, sonaba como el altavoz del reproductor cuando lo tapaba con el libro de Danielle Steel. La llamada de Bea se enredaba con otras que emanaban de una casa de campo. Un ojo que asomaba desde la hendidura de una de las ventanas de la casa, se clavó en el ojo izquierdo de Bea, raptándola y hechizándola la invito a unirse a la escena reinante dentro de la casa. Junto con ella entró Ricardo, Bea se fijó en él. Era atractivo pero un poco extraño, no levantaba la mirada del suelo, parecía como si buscara un objeto perdido. De pronto en una habitación de la casa una mujer se ponía de parto, y su quejido llamó la atención de Bea. Se asomó lentamente, pero muy lentamente por la abertura que dejaba la puerta, y ahí estaba ella, tumbada en la cama y dando a luz. Al momento la señora que asistió el parto salía del lugar y fríamente le dijo a Ricardo: -Ya se lo puede llevar y recuerde que no nos conocemos y usted nunca estuvo aquí.- Ricardo tomó en brazos al pequeño y sonriendo perversamente dirigió una mirada a Bea, como si pudiera verla. La sorpresiva mirada sobresalto a 19


Bea y en el mismo momento que lo iba a coger del brazo Ricardo salió de la casa y se perdió en la noche. Bea se levantó extraña esa mañana, mientras se duchaba analizaba el sueño. Luego preparó el café y pensó en voz alta: -Lo único que falta después de un desliz, quedar embarazada y encima darlo en adopción, ahhjjj, me voy a trabajar.…y dejo el café sobre la mesa sin tocar.

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LA MESITA Y SUS FOTOS

Día tras día Daniel va a casa de Susana recorriendo esas calles de anchas aceras, donde el sol no logra penetrar por los frondosos árboles que custodian el paisaje. “Es magnífico ver como en pleno verano y siendo las tres de la tarde por esta calle se respira frescura” pensaba Daniel mientras una pequeña brisa se escurría entre los árboles haciendo temblar sus hojas. Llegó a casa de Susana como el frescor del día, en su mano derecha un ramo de violetas hacia brillar los ojos azules de Susana. Daniel era su nieto pequeño, venía todas las tardes a compartir sus historias y una taza de té. Con él se sentía escuchada y reconfortada ante la mirada de asombro por sus narraciones. Hoy Daniel no se sentó como siempre, en el sillón de la derecha a esperar que su abuela viniera con el té. Fue directamente a una mesita llena de fotos que Susana tiene a un costado del salón, no escondida pero si alejada del resto de los muebles. Tomó una que llamó su atención, en blanco y negro, desteñida por el tiempo con bordes blanco y fileteado. Un señor con gafas, vestido de oficial portaba un sombrero rarísimo, observó al detalle sus botas y el uniforme pero no podía reconocer quien era. Una voz desde la cocina asomó por la puerta diciendo: -Es Alfonso, un novio que tuve allá… por mi juventud-. < ¡Claro cómo iba a conocerlo!> pensó Daniel incómodo por haber sido descubierto. Dejó la foto y se sentó en el sofá de la derecha a esperar el té que ya no tardaría. Al momento, llegó Susana con el té. Humeaba la tetera, las tacitas rechinaban al paso de Susana. La azucarera se deslizaba de un extremo al 21


otro de la bandeja, producto de los temblores que Susana sufría hacía un tiempo. Cuando Daniel vio a su abuela, le tomó las manos y juntos posaron la bandeja sobre la mesa. Susana sirvió el té mirando por un momento a su nieto y esbozó una sonrisa, le acercó la azucarera para que él se pusiera los terrones que deseaba. Mientras Daniel revolvía el té formando espirales con la cucharilla le preguntó a su abuela: -¿Cómo lo haces?-El qué- contestó su abuela. -El saber donde estoy a cada minuto. Es como si me estuvieras mirando.-Te conozco más de lo que te imaginas. Aparte cada lugar de esta casa, suena distinto.- Contestó Susana con una sonrisa. Daniel bebió un sorbo de té, hecho de finas hebras con un toque de limón, el calor de la infusión entibió sus labios dulcemente y dibujando una sonrisa por la ocurrente respuesta de su abuela, siguió escuchando las historias de las fotos de la mesita. -Mira.- Dijo la abuela acercándose a la mesita y tomando la foto de Alfonso. -Por ejemplo esta foto hace ruido a melancolía, Alfonso fue como te dije antes un novio mío, el primero que me besó y fue un beso de despedida porque se fue a la guerra. Esta foto me la mandó desde donde estaba. Ves, Daniel- dijo llamando la atención de su nieto y acercándole la foto. -Ésta es la puerta del cuartel donde dormían, tiene un dedicatoria muy bonita que recuerdo como si fuera hoy: “Desde aquí te escribo amada mía, para decirte que el sabor dulce de tu beso lo guardo en mis labios, ansío el regreso para volver a tenerte entre mis brazos, para que mis labios vuelvan a sentir el sabor suave de tu piel”-. Al terminar colocó la foto en su lugar y miró a su nieto con ojos húmedos de emoción. -¿Y las demás?- La curiosidad picaba a Daniel por saber el secreto de la mesita. Observaba a su abuela que estaba parada junto a la ventana y un rayo de sol iluminaba su cara, sus facciones regordetas marcaban el paso del tiempo, su pelo envolvía mágicos recuerdos que de su mente brotaban a medida que Daniel le preguntaba. Sus manos temblorosas y sedosas con leves deformaciones tomaban cada retrato con un cuidado amoroso, hasta que llegó a la última. Miró la foto detenidamente y observó a Daniel que estaba sentado en el sofá semi-recostado con una mano en la barbilla, miró al detalle la postura de su mano, el dedo pulgar sosteniendo la barbilla, el 22


índice jugando con un bigote que Daniel no tenia pero sí tenía el señor de la foto, y el dedo mayor dibujaba la pícara sonrisa que asomaba siempre en los labios de ambos. Susana no pudo contener las lágrimas que se agolpaban en sus lagrimales por querer salir a mostrar esa pena que su alma escondía. Entre llantos y sonrisas dijo: -Te pareces mucho a él. Esta última foto suena a amor, pena, tristeza, alegría, abandono, compañía. Suena a muchos sentimientos, que a lo largo de mi vida marcaron mi corazón. Tú Daniel, te pareces tanto a él. Eres paciente, atento, tus gestos todos, me retractan su presencia. La postura de tu mano, el detalle de las violetas de cada día, en fin, puedo seguir relatando las similitudes que tienes con él.- Colocó el marco en su lugar y secándose las lágrimas se acercó al sofá para beber su té. Se acomodo bajo la atenta mirada de su nieto y después de saborear el té casi frío como a ella le gustaba. Miró a Daniel a los ojos que deseosos preguntaban: “¿quién era el señor de esa foto, que tanto amor provocaba en las palabras de su abuela?”. - El señor de la foto es tu abuelo, que murió el mismo día que nació tu padre, al igual que tú, que naciste el mismo día que murió tu padre. Comprendes Daniel, tienes muchas cosas en común con tu abuelo, no sólo en lo físico, sino también en las casualidades de la vida, que es tan compleja. Terminaron el té cuando el reloj cantaba las seis de la tarde. Daniel contento por saber más cosas de su abuela y desvelar el secreto de las fotos de la mesita salió de la casa de Susana para volver al otro día, justo a las tres de la tarde, para escuchar otra historia de un rincón de esa casa que sabe a recuerdo.

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LOCURA IN SITU Hasta en la risa misma cierta clase de liberación de lo desagradable, incluso de lo horrible, parece tener su importancia. Northrop Frye

Entró devorando al mundo, dibujaba en su rostro una amargura que tornaba lo diabólico. No dijo nada sólo se sentó en el sofá ubicado frente del escritorio. Su mirada inquisitiva taladraba todos los objetos de la habitación e incluso a mí. Yo, con cierta indiferencia seguía en mis cosas. Hasta que dijo: -¿qué te crees?- por un momento no supe que contestar, pero al final dije: –no sé, ¿qué debo de creer?-. Su mano izquierda golpeaba el apoya brazo del sofá, delatando su nerviosismo ante mi indiferencia. –Que buena actriz eres y que bien te sale el papel de inocente- dijo con voz firme. La miré, como quien mira a un loco. –Yo no soy inocente, ni soy actriz. Soy quien te cuida de todos los fantasmas que te rodean. Tal vez yo sea un fantasma para ti, por eso me tratas así- contesté mirándola fijamente y ella, se echó a reír con tanta frialdad, que se cubrió con un manto de ira. Se levantó del sofá diciéndome –Hoy no podrás conmigo. Tú, mi peor enemiga, quieres adueñarte de todos mis quebrantos…- y se fue riendo a carcajadas liberando el lado horrible de su locura por toda la casa.

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LUCÍA

Comenzaba la segunda semana de clases y el primer examen asomaba a la ventana de las ganas de ser abogada. Se levantó temprano esa mañana. Lavó el cabello rubio con tanto mimo, como si se tratara de la piel de un bebé. Consultaba el reloj, no quería llegar tarde a su primer examen. Se decidió por una ropa cómoda y salió de la casa dejando huellas de su perfume y el beso de la madre flotando en el aire. Llegó a la parada del colectivo de la esquina de la calle donde vivía, sacó del maletín los apuntes y comenzó a leer con tanto fervor que por poco pierde el autobús. En el camino volvió a repasar el examen que sabía de memoria y tanta obstinación hizo que se pasara unas paradas. Al bajar del colectivo consultó el reloj y por suerte era temprano; lo cual la animó a deshacer andando los metros que se había pasado. Una mañana soleada de fines de abril acariciaba la sensual figura de Lucía. Ella, pisaba las crujientes hojas que cubrían el suelo de Buenos Aires y se detenía en cada sonido que producía su andar. Sus ojos claros se teñían de ocres, verdes, marrones y amarillos. De pronto, se vio entre dos hombres que salieron de la nada en medio del parque. Una estela espesa rodeo su cuerpo y una luz se aproximó a esas pupilas llenas de vida, dejando la oscuridad como referencia. Algo interrumpía la visión de Lucía al mundo. Las manos sujetas tras la espalda se enfriaban cada vez más, le dolían los hombros y los brazos entumecidos tiraban por querer desatar el nudo que cortaba la circulación. Los pies atados por los tobillos dormían el sentido de sus piernas, provocándole un cosquilleo que llegaba hasta las caderas. Algo tenía en la boca que le incomodaba, que enmudecía su voz, que le impedía tragar saliva 27


haciendo que la garganta se secara. Se quedó dormida aspirando ese aire pesado, viciado de suciedad y humedad. El crujido de la puerta al abrirse hizo que se despertara, se encontraba mareada y un eco alertó su sexto sentido. Descubrió que dos personas se acercaban a ella. Supo por la voz que uno era hombre y sólo hizo una pregunta que Lucía tal vez por inocencia o ignorancia no supo contestar. La furia se apoderó de él y lanzó una cachetada contra la cara de Lucía. Ella se quedó a la espera de otra bofetada, con el rostro compungido, pero otra voz más aguda y firme; interrumpió la posible paliza. -Déjala, el jefe la quiere vivaAl rato unos pasos seguros en su andar se aproximaron al recinto y al entrar dijo una voz seca: -¡Esta no es, inútiles! Mátenla-. La puerta se cerró tras los pasos de la voz que había ordenado matarla. Lucía se invocó a Dios mientras que las lágrimas mojaban la piel blanca y suave del rostro. El recuerdo de su padre venía a la memoria y el beso de su madre que no alcanzó la mejilla, rozó la frente de Lucía. Un silencio sordo colmó la habitación y la ilusión pasó a ser una luz de alma inocente, que ahora vaga sin poder descansar. Confundida no sé sabe con quién. Una familia fue marcada por la dictadura militar que regía en Argentina por aquel entonces. Hoy con un por qué atragantado y la foto de Lucía pegada al pecho, una madre llora en cada concentración de las madres de la Plaza de Mayo…

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MIS OJOS Y LA NADA

En mi cuarto, donde los sueños dejan estela y la esperanza vuelve a nacer, me elevo. Floto en un aire que emana destellos de luz y refleja mi sombra encarcelándola en la pared. La luz guía mis pasos por los ladrillos roídos por el tiempo y en su ambigüedad, viajo hacia un horizonte y más allá… la nada. Voy hacia ella. La nada me recibe abriendo de par en par sus puertas, me da confianza ofreciéndome su mano, envolviéndome; atrayéndome me toma en sus brazos pero… me suelta, haciendo que sucumba a su vacio. Camino por un suelo de nada, atravesando un laberinto de quimeras. Un calor cautiva mi cuerpo; llevándome hasta una llama que se abre en abanico cercando las salidas y dejándome capturada en ella. Un eco retumba en las paredes del fuego que muestra mi crispada sombra encarcelada en la pared de mi cuarto. El pensamiento vuela, tratando de comprender por qué todo se pierde en la nada y por qué se disipa todo en temores. Veo en la llama mis ojos reflejados, y entre ellos y yo… la nada. Formando remolinos de espejismos que revela el egoísmo y el capricho del saber… que ya ni recuerdo cuanto tiempo hace que mis manos olvidaron el sabor de su piel. 29


Una ventana se aproxima a mi mirada, como rayo fugaz me ciega, mostrándome la salida de este infierno. Salto la ventana me proyecto a una ciudad sin tránsito, con gente que ríe, con semáforos que cambian colores brillantes, disparatados y calles bordadas de flores que huelen a barro. Camino por la ciudad admirando la paz que escolta mis pasos y me llevan hasta la puerta de mi cuarto, donde la nada se esfuma y vuelvo a soñar…

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NOCHE DE GATOS

La noche se presentaba solitaria y oscura. Dos farolas que no se decían a encender daba un efecto disco a la soledad reinante. Volvía de yoga sobre las diez y media de la noche caminando por la acera totalmente despreocupada, pensando en cosas sin sentido como por ejemplo: “por qué el gato corre al cruzar la avenida”. De pronto me encontré con mi vecino un señor de barba larga y desprolija, de cabellos rizados que entreveran alguna cana. Nos encontramos casi de frente en el mismo momento que yo pasaba por su puerta. Levantó las cejas más de lo que podía dar la elasticidad de la piel quedando los ojos más grandes que de costumbre, parecían como si estuviera mirando en diferido. Cuando llegaron las palabras a su boca yo le había saludado por lo menos tres veces y él seguía mirándome con cara de: ¿adónde voy o qué hago aquí? Repasándose la barba en toda su largura me dijo: - La basura hay que sacarla a esta hora dijeron en la tele. - Vale. Le contesté mientras él seguía repasándose la barba con la mano derecha. En la mano izquierda tenía una bolsa chorreando un líquido amarillento casi rojo de aspecto viscoso que emanaba ese olor de unos días de estacionamiento. Su mirada, colgada en Dios sabe que parabólica, no podía encontrar el camino que lo llevara al cubo de la basura. De pronto otro gato corría quejándose de algún arañazo y cruzaba la avenida a velocidad de una pantera. Guíe a Zacarías, que así se llama mi vecino, hasta el cubo y gentilmente levanté la tapa. En un acto simbólico Zacarías levantó la mano izquierda con la bolsa chorreando ese líquido asqueroso y maloliente cuando de repente se raja la bolsa y caen restos de algo que la luz no dejaba definir. 31


La impresión y el olor hizo que diera unos pasos a atrás y soltara la tapa del cubo dejándolo abierto en su totalidad. Zacarías llevó la mano derecha a la boca colocándola al costado, sobre la comisura de los labios, y grito: – ¡ahí vaaaaa, cuidado abajoooo!-, grito tan fuerte que el eco enmudeció al aire que silbaba entre los árboles y tiró la basura desde la altura que su brazo izquierdo le permitió. Se quedó mirando el interior del cubo un buen rato mientras decía muy pero muy serio y con cara de asco: -¿Sabes?, si la gente no tirara la basura chorreando no se harían estos enchastres en los cubos. -Claro…- dije afirmando con la cabeza y dejando caer una sonrisa pregunte: -¿y su esposa, dónde está? - Aaaahh!-, contestó sacando la cabeza del cubo. –está cocinando, ¡una empanada! Mi cabeza empezó a trabajar más rápido que de costumbre y relacione esos restos malolientes con los gatos que cruzaban la avenida. La impresión hizo que cerrara la tapa del cubo violentamente, pero tan violentamente que la mujer de mi vecino se asomó por la calle de atrás mientras otro gato pasaba corriendo por nuestro lado. Al verme, la mujer se fue corriendo como quien ve un fantasma. Tomé del brazo a mi vecino y lo acompañe hasta su casa que es la puerta que linda con la mía. Fue durante el corto trayecto siguiendo la mancha del chorreteo de la bolsa, jugando con ella a no pisarla. Al llegar abrió la puerta y se metió tan rápido adentro de la casa que no dio tiempo para despedirse. Hizo un movimiento brusco para cerrarla pero cuando faltaban unos diez centímetros frenó ese meneo en seco. Asomó la cabeza mirándome como si yo fuera algo de otro mundo. Levantó la mano derecha en posición de stop y comenzó a moverla diciéndome adiós. Yo me quedé mirándolo con las llaves en la mano y con una sonrisa moví la cabeza como devolviéndole el saludo, pero lo raro es que él mientras cerraba la puerta lentamente, iba guardando su cabeza en la casa, la guardaba tan despacio que tardo cinco minutos en cerrar la puerta, mientras sus ojos se agrandaban y achicaban al ritmo de la cabeza que se alejaba del marco. Cuando terminó de cerrar la puerta dio un golpe tan fuerte que la oscuridad de la noche lo devolvió como un martillo que azota en lo hueco. Me sobresalté y hasta di un botecito sobre mis talones ante semejante estruendo. …Y me quedé pensando en el primer gato que vi cruzar la calle, en el segundo, en la crisis económica y en la empanada que posiblemente... sea de gato. 32


RETRATO EN EL ESPEJO A mi madre

No sabía cómo peinarse. Tomaba el cepillo y con la mirada absorta custodiaba las flexibles puntas que emanaban de la carcasa. Lo pasaba por el cabello de arriba abajo, una y otra vez, hacia un moño, se miraba por un perfil luego del otro, después de frente. No sabía cómo… el azul de sus ojos navegaba en la esperanza de verse en ese cristal, que le devolvía un rostro muy lejano a ella. Un espejo crítico le sugería que se soltara el cabello y al momento, volvía a cepillarlo con rabia una y otra vez para dejarlo suelto, lacio. Giraba la cabeza sobre los hombros buscando el lado perfecto que no hallaba y entonces, metía sus manos huesudas entre los cabellos, gritaba tomando un puñado de pelo para arrancarlo de raíz. Yo, con la serenidad del tiempo le tomaba la mano para deshacer el enfado y buscar una sonrisa que brotara de algún lugar de su mente. Ella no sabía… y mientras la sal descuidada de la súplica escarbaba las mejillas haciendo temblar sus labios, yo elegía una flor perdida que parpadeaba en un rincón del cajón de la mesita. Se la abroché del lado izquierdo, como a ella le gustaba y siempre repetía –¡pónmela del lado izquierdo!- Y fue sólo entonces cuando ese espejo, le devolvió una imagen fresca. Un sol curioso entraba por la ventana y enrojecía el olvido de por qué… se peinaba esa mañana. Reía y temblaba, como una adolecente preparada para su primera cita. A ella que nada se le escapaba, veía como el espejo huía de su mirada, haciendo círculos en el horizonte y la llevaba lejos. La llevaba a una velada y desde su sueño buscó un vestido para la ocasión. Se miró en el 33


espejo y éste gritó con desagrado a la imagen delgada que se reflejaba – dónde está tu resplandor cuando más lo necesitas, quién te lo ha quitadoDudaba de esa figura que desconocía y entonces otra vez yo, la sacaba de delante del espejo. El perfume rodeaba la silla de ruedas, era su último retoque (el perfume) y la acompañé hasta el coche para cruzar la ciudad del brazo de la mañana. Al llegar al hospital el médico la esperaba, de blanco, como esa memoria que por momentos la abandonaba y la sumergía en algo… que era incapaz de controlar.

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UN FANTASMA EN EL DESVÁN

Se escuchan ecos de fantasmas macabros en la tranquilidad de la mañana, cuando empiezo a quedarme sola. Brotan del café, de la silla, se dibujan en la pared y hasta se asoman por el techo. Ellos saben que estoy aquí, huelen mi miedo, escuchan mi silencio. Miro por la ventana tratando de distraerme pero… siguen, me buscan, hostigan y hasta no dudan en comentar todos mis movimientos. En un momento creo que están en el piso de arriba. Subo la escalera casi sin apoyar los pies en los peldaños, grito -¿quién está ahí?- no hay respuesta. Se acelera el corazón, se entumece la sangre y la piel se eriza al coger el picaporte de la puerta del desván. Sombras, humedad, alientos se aventuran a mi rostro. Enciendo la luz y en la habitación la nada tendida a sus anchas.

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VIDA… PARTIDA (11-S)

Hoy como todos los días sonó el despertador a las 6 de la mañana. En un acto reflejo encendí la radio para escuchar las noticias, sobre todo las de transportes, ya que en esta ciudad hacen huelgas sorpresivas y tienes que andar de aquí para allá llevando al mundo por delante para no llegar tarde al trabajo. Escuchando las noticias me quedé 10 minutos más en la cama y me levanté optimista. No pasaba nada de lo que yo temía. Después de tomar una ducha, afeitarme y beber el café, me dirigí a la habitación para darle un beso a mi esposa antes de irme. Ella dormía profundamente y no se enteró que junto a ella ya estaba acurrucada nuestra pequeña hija que me dijo: -¡Adiós papá!-. Le di un beso a las dos y la pequeña se abrazó a su madre sonriendo. Yo pensé: “si fuera Domingo, me quedaría en la cama y haríamos el sándwich imperfecto”. Me fui pensando en cómo nuestra hija nos reclama un hermanito para que sea el queso del sándwich, ya que dice siempre ser ella el jamón. Salí de casa a las 7:01 de la mañana y caminé las cinco calles hasta la parada del bus, después tomé el metro hasta el trabajo, el viaje duró 45 minutos. A las 8:00 de la mañana, ya estaba en mi oficina sentado y desempeñando mi trabajo de administrativo. Eran las 8:45 cuando de camino a la cocina pasé por el escritorio de mi amigo y compañero para ver si quería un café. Él siempre escucha la radio bajita, para no molestar al resto del personal y me dijo: -¡Secuestraron un avión! No sé bien sí es uno o dos y parece que desviaron su ruta-. Atentos a las noticias seguimos trabajando mientras saboreábamos el café… Un sonido sordo paralizó mi cuerpo, dejando deslizar mi lápiz de la mano que apuntaba los compromisos de la semana. De pronto un estruendo hizo apagar las luces del despacho y mi escritorio comenzó a danzar 37


violentamente. El estrepitoso ruido convulsionó mi cuerpo haciéndome huir, sin saber lo que pasaba. Repentinamente el techo, como si fuera un papel que cae al suelo, se desplomó aplastando a los compañeros que estaban frente a mí. Los cristales saltaron hacia la calle como pidiendo socorro, mientras el ala de un avión entraba por la cocina y arrasaba a mi amigo… Todo quedó en el aire. Los que trabajábamos bordeando la ventana sur quedamos cercados por el humo y el fuego; mientras otros gritaban, lloraban y pedían ayuda. Asfixiado por la nube de ceniza miraba espantado las llamas que me acorralaban sin poder moverme… Mi pensamiento me empujó a mis 9 años, exactamente a la casa de mis abuelos donde pasaba mis vacaciones de verano. Yo solía jugar en el corral donde ellos guardaban los animales. Un día jugando, tiré sin querer el candil que iluminaba el recinto y al caer sobre la paja que estaba acumulada en un rincón, se produjo el incendio que me acorraló contra la ventana. El humo me tapaba los pulmones y el fuego se acercaba quemando mis pies. Los nervios empezaban a correr por mi cuerpo haciéndome gritar de forma desesperada. Retumbaba en mis oídos la voz de mi abuelo que llegaba esta mí en forma de eco diciendo: -¡Salta! que no está tan alta, está al ras del suelo, tú puedes hacerlo. ¡Salta, salta Germán! y corre hasta mí-. ¡Y Salté!… Al abrir los ojos me encontré cabeza abajo huyendo del humo y del fuego. Ya no había conciencia, ni vida, ni sueño… todo se había esfumado. Estaba en otro mundo, parado en medio de la acera viéndome caer entre gritos, confusión y llanto. Todos escapaban de los escombros que rebotaban sobre las baldosas como si fueran elásticas. Trozos de fuego llovían desde el cielo y una cortina gris escondía la gran tragedia. Cubierto de sangre y aplastado por los amasijos de hierros encontré mi cuerpo. Miré mis manos que estaban vacías, sin tacto y desesperado salí corriendo traspasando gente, cascotes y muros. Corrí hasta dejar atrás el ayer… Corrí tanto, que comprendí lo que me había pasado. Había saltado al abismo y la muerte me había alcanzado. El sendero me llevó hasta la puerta de mi casa. Asomé tímidamente la mirada por la ventana para contemplar a las que amó y amaré por siempre, las vi jugando juntas entre llanto y risas. Dibujé la figura de mi esposa en el cristal deteniéndome en su vientre, y mis ojos que ven más allá 38


de todo, descubrieron que abrigaba el queso, como dice nuestra pequeña. Un hijo que no conocerá a su padre por la mala jugada del destino pero sabrá de él… -¡Cuidado… que cae uno!–. Gritaba la gente sumergida en el ayer.

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LA OTRA CARA DEL AMOR

Hay que cuidar, hay que sentir la pasión de ese cuidado. De los cuerpos; que como la poesía busca el sentimiento oculto en la palabra. Refugiarse, dejarse absorber por la orilla que recrea el silencio, por ese místico peligro que invadía mi juventud y lo plasmaba en personas que no quería amar. Resulta extraño mirar las fotografías de una época que probablemente, acabó antes de que se dijese esa última palabra. Palabra que quedó tan clavada como el alfiler que mi hermana hundía en el borde del molde de costura. Juego ansioso derredor del papel, círculos, formas que terminarían en un traje. Quién lo vestiría… Recuerdo que mientras trabajaba comenzaba a indagar con esa voz tan solemne que penetraba en el oído. Sus ojos, faros de luz, alumbraban el camino hasta mis pies. Ella gritaba, su niño lloraba y esa acción silenciosa no llegaba nunca. Yo quería partir hacia la carta que faltaba en la baraja que mezclaba nuestro padre en sus manos y arrojarme al mágico puente para dejarme llevar por la posibilidad de enamorarme. Me sanaba la conciencia el no saber si ese amor me rompería el corazón. Me quería ir. Desaparecer como la carta de la baraja, huir de esa vampírica sombra de mi casa, pero me retenían. Una noche que el arrepentimiento subía hasta el poste que ahogaba las olas de mi saliva, llegamos al acuerdo de ser eso que necesitábamos “hermanas e hijas”. Hijas de una madre que posiblemente lloraba allí donde se encontraba y hermanas porque ya no había nada que ocultarnos ni que preguntar; ya no había nada contaminado o enfermo entre el sí y el no. Éramos una familia y había que aprender a cuidarse mutuamente. Había que buscar en cada rincón de la casa esa nota musical para no abandonar el sueño que prometía el espacio, había que sonreír sin obligación. El silencio 41


ya no podía pretender la falta de comunicación, no podía pretender que tomáramos la raíz del problema y la plantáramos en medio de la sala para regarla cuando otro alud tocara fondo en vez de buscar la solución. Hay que cuidarse; eso nos enseñaron y hoy las palabras en ceremonia viven en libertad.

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DISFRACES

“No hace nada pero lo hace mal, recordó” “Los años pasan, voy a llegar tarde” Alejandra Pizarnik

Hay gente que mira, con los ojos llenos de objetos que no entiendo. Sus miradas parecen pájaros disfrazados de decepción. Saben cómo mirar, cómo acabar con el duro borde que separa el bien del mal. Saben encontrar el misterio de mi rostro y tocar ahí, donde más duele. Saben que dejo caer mi cabeza contra el suelo de lo inesperado, que el vértigo me da miedo y que sus bocas son pozos gigantes que absorben ese tiempo que acelera mis pasos, ayudándome a huir por qué no sé lo que sucederá a continuación. Y lo único que sé, es que he salido de los brazos de la muerte y ahora, me siento distinta: aprendí a escuchar la música del silencio, a reconocer los ojos de un poeta, a ver los míos en el espejo, a detener los años, a no llegar tarde y a llevar los recuerdos en el bolsillo. También aprendí, que ese deseo atento de la palabra tiene que luchar para ser escuchado, cuando grito: ¡Estoy bien, vivo! y que al final… siempre cae la lágrima que hace justicia.

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FANTASMA DEL INVIERNO

Reducirse, caber en una bañera de pájaro. Nada más alegre que desenmascarar el miedo al abrir la puerta de una habitación con túneles, que sólo intentan llevarte a habitaciones más oscuras y tener tiempo para exclamar un lamento tan vano, como el acoso de la incredulidad. Imposible, imposible darle forma al hueco de los ojos que miran el volumen de mi imaginación y comprobar que todo puede hallarse en una gota de agua: la decepción, la caída de los planes, mis manos; que redujeron su tamaño a casi nada. Tantas cosas ocurrieron desde que nací, que es inútil por más que lo intento, traer todos los recuerdos a la mente. Las palabras se etiquetan solas en el abismo y da igual que el cuello de la botella sea estrecho, he de cruzarlo cuando alguien quiera beberme. La sensación de reducirme cuando intento ser yo se acerca, cuando ese bosque de gente penetra en las dioptrías de mis ojos y rehúyo tratando de encontrar ese lugar perfecto vedado a todo aquel que intenta dinamitar mis intenciones. Qué sinónimo tendrá el peligro cuando quiera salir de este guante que me cubre. Estoy segura que este estado de pequeñez en el que me encuentro, será el detonante que partirá el espacio cuando un tiempo cansado de hacer pruebas inútiles, abra la puerta y la vuelva a cerrar dejando la llave dentro. Ese coraje, esa impotencia de no poder volver a entrar, recogerá en mi alma el llanto, el miedo y la estreches del cuello de la botella. Vuelvo a ser yo; y del océano poético que fluye por mis venas desaparece el fantasma de ese invierno, que acarició alguna vez mi mano. 45


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INDICE 1 – Arenas del infierno 2 – Beso robado 3 – Buscando el centro 4 – Desperté… era un sueño 5 – Dos amigos 6 – Juegos de la conciencia 7 – La Mesita y sus fotos 8 – Locura in situ 9 – Lucía 10 – Mis ojos y la nada 11 – Noche de gatos 12 – Retrato en el espejo 13 – Un fantasma en el desván 14 – Vida… partida (11-S) 15 – La otra cara del amor 16 – Disfraces 17 – Fantasma del invierno

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