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Comentario de libros. El cuervo y la serpiente

EL CUERVO Y LA SERPIENTE

Singular propuesta de relatos mínimos en extensión, pero de máxima intensidad, del escritor Jorge Muñoz Gallardo.

POR ANTONIO ROJAS GÓMEZ

Periodista

Mientras leía este libro me recordé de uno que leí hace muchos años, “Eutrapelia, honesta recreación”, del maestro José Santos González Vera. Ese solo recuerdo, creo yo, es la mejor presentación para “El cuervo y la serpiente”, de Jorge Muñoz Gallardo. González Vera ha sido tal vez el mejor prosista en la historia de la literatura chilena. Riguroso en su tratamiento del 160939997 lenguaje, cuidadoso hasta la exageración, solía publicar segundas ediciones de sus obras con la advertencia “corregida y disminuida”. Otros piensan que es valioso republicar una obra “corregida y aumentada”. Pero a un trabajo bien terminado no es preciso agregarle nada; tal vez sí quitar algún ripio que se puede haber pasado en el entusiasmo de la creación y que más tarde, el debido reposo lo hará notar a la sensibilidad del autor. Este recuerdo del maestro González Vera viene a cuento por la calidad de la escritura de Jorge Muñoz Gallardo. Pocos libros están tan bien escritos como los suyos. Conozco su obra, la he calificado con entusiasmo más de una vez. Y “El cuervo y la serpiente” no me ha decepcionado, porque además del tratamiento del idioma -elegante, de impecable corrección-, está también su erudición nada común, que lejos de apabullar al lector, lo eleva a alturas que uno suele contemplar de lejos. Porque si alguien habla de Sócrates, de Aristóteles, de Pío Baroja, de Shakespeare, de Virgilio, de Cervantes, uno se empieza a echar para atrás y dice “¡vaya, yo no tengo nada que ver con estos caballeros!” Pero Muñoz Gallardo los menciona sin aspavientos, porque los conoce bien, y uno se da cuenta de que no son tan diferentes de su vecino, del que le vende el pan y la leche, del que se topa cuando sale a caminar por la calle… si es que tiene permiso para salir y se topa con alguien, ojalá enmascarado. Bueno, Muñoz Gallardo nos hace toparnos con grandes hombres que no van enmascarados, en los que podemos reconocernos. Y eso es algo que se debe agradecer.

Y además de la calidad de la escritura, y de la erudición de que nos hace partícipes, debemos agradecerle también la brevedad. Ninguno de los noventa y tres temas que se tratan en este libro requiere más de un par de minutos de lectura. Y en esta época el tiempo adquiere un valor inmenso. Hay muchos que no leen porque no tienen tiempo. Bueno, ellos también pueden acercarse al “cuervo y la serpiente”. Y les hará bien. Porque más allá del par de minutos que se invierten en leer textos que, salvo contadas excepciones, no sobrepasan una página de extensión, el asunto da que pensar. No termina con el punto final. Abre surcos, siembra semillas, despeja caminos, genera puertas y ventanas para echar a correr y a mirar. Y, como sucede con las obras de arte, el afortunado que accede a ellas ya no vuelve a ser el mismo. Es un poco mejor.

Entremos ahora en el libro. ¿Qué encontramos en él? El autor nos lo dice antes de comenzar:

“Narraciones muy breves sobre la vida y sus variadas circunstancias del pasado y el presente para leer en el baño, el bus y la cama durante una noche de insomnio, escritas con la esperanza de provocar una sonrisa, un poco de asombro y también alguna reflexión”.

Provoca sonrisas, sin duda. Porque el humor tiene presencia permanente en estas páginas, un humor fino, que no llama a la carcajada, que no cansa, que no agota ni se agota. Está presente de la primera a la última página. Desde antes, incluso. Desde la introducción que acabo de mencionar. ¿La recuerdan?

También provoca asombro. Creo haberlo dicho cuando hablé de la erudición del autor. Y es que nos cuenta asuntos asombrosos, como el caso del árabe que compró una esclava tan bella, que no podía estar

tranquilo porque tenía celos de que alguien la mirara. Así que la llevó hasta una caverna y le cortó el cuello. Luego cerró con piedras la entrada de la caverna para impedir el ingreso de las fieras. Y volvió a casa. Suponía que ahora sí podría vivir tranquilo. Pero no fue así. No conseguía olvidar a la bella esclava. Así que partió a la caverna en que yacían sus restos, se tendió junto a ella y bebió un frasco de veneno. “Por la noche llegaron los chacales”. Es la frase final del cuento.

El autor también quiere provocar alguna reflexión con estas historias. Y lo consigue con creces. Ya lo he dicho, y es el momento de ilustrarlo con un ejemplo. Transcribo el cuento “Junto al fuego”:

“Tres hombres pasaban la noche sentados en el suelo, alrededor de una fogata. A lo lejos aullaban los coyotes. El más joven, de melena y barba negras, dijo:

“-Ese hombre, el predicador llamado Jesús, sabía que lo iban a crucificar, pudo huir y sin embargo se entregó como un cordero. Para mí eso es un suicidio.

“El más viejo, de melena y barba blancas y ojos grises, bebió un poco de la infusión que humeaba en su cuenco antes de hablar:

“-Yo creo que él confiaba en que su Dios, ese al que llamaba su padre, lo iba a salvar, y cuando ya estaba en la cruz y vio que su padre no le prestaba ninguna ayuda gritó: “¡Padre, ¿por qué me has abandonado?!”. Pero ya era demasiado tarde.

“El tercero, de una calvicie prematura y escasa barba roja, intervino diciendo:

EL CUERVO Y LA SERPIENTE

Jorge Muñoz Gallardo 124 páginas www.editorialforja.cl

“-Las calles de Palestina están llenas de predicadores, vendedores ambulantes, magos y charlatanes que engañan al pueblo. Pienso que ese tal Jesús era uno de esos medio locos que se creyó su propia fantasía, consiguió una gran cantidad de seguidores a los que tenía convencidos de su calidad divina, marchó a la cruz seguro de su poder y cuando se dio cuenta de que solo era un hombre empezó a gritar pidiendo ayuda, cosa que no le llegó.

“El joven de la melena negra acomodó las brasas con un palo. Volvieron a oírse los aullidos de los coyotes y la noche pareció más honda y misteriosa. Los tres se quedaron en silencio, tal vez meditando sobre sus propias palabras. Una sombra esbelta pasó caminando a corta distancia.

“-¿Vieron eso? -preguntó el viejo que había girado la cabeza para seguir a la figura.

“-Creo que es el tal Jesús -dijo el más joven, sin ocultar su asombro.

“-A mí me parece que es un comerciante griego -dijo el calvo-, pero solo, sin mula, ni armas, por estos parajes es algo muy extraño. Sí, verdaderamente muy raro.

“-Juraría que es el predicador Jesús -afirmó el viejo.

“Volvieron a quedarse en silencio. El fuego iluminaba sus rostros meditabundos”.

Ese es el cuento. ¿Qué dirían de él tres lectores diferentes, como los tres personajes? -Demuestra la divinidad de Jesús -diría un cristiano. -Más propaganda del Vaticano -replicaría un musulmán.

Y el tercero, ateo, movería la cabeza y buscaría en internet los últimos avances en las investigaciones sobre el cerebro humano.

Bueno, son reflexiones posibles. Pero cien lectores originarán cien reflexiones distintas. Lo más que improbable, imposible, es que alguien lea ese cuento y permanezca impávido, sin sentir estimulado su pensamiento.

Es hora de estimular nuestras ideas, hagámosle un regalo al espíritu y a la mente. Echemos a volar con el cuervo. Deslicémonos con la serpiente. No demoremos más la lectura de “El cuervo y la serpiente”, el nuevo libro de Jorge Muñoz Gallardo.

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