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CRÍTICA DE CINE

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CRÍTICA DE CINE

TRILOGÍA DE APU (1955-59)

Dirigida por Satyajit Ray

POR ANÍBAL RICCI ANDUAGA Ingeniero Comercial. Escritor

Cine tributario del neorrealismo italiano, sigue algunos de sus preceptos como filmar en blanco y negro para dar cuenta de la vida de las clases menos acomodadas, así como la utilización de actores no profesionales con el objeto de otorgar a la obra un valor testimonial. Los tres filmes siguen los pasos de un joven bengalí desde su primera etapa infantil hasta asumir su rol de padre. Ray nos introduce en la vida cotidiana de la India durante las primeras décadas del siglo XX, partiendo en un caserío de Bengala, pasando por Benarés y finalizando en Calcuta, ciudad que reúne una mayor población que las anteriores.

Las tres películas construyen ciclos de vida, una suerte de evolución en el crecimiento personal del pequeño Apu que en la última cinta ya se ha transformado en el adulto Apurba Roy. Esta evolución, expresada como objetivo de vida, significaría transmitir lo aprendido por generaciones precedentes. Pero Satyajit Ray va un paso más allá e introduce el libre albedrío como un factor crucial para trascender las enseñanzas de los padres. Por un lado, muestra lo despiadado de la

naturaleza (ciclo vital de nacimiento, desarrollo y muerte) como algo ineludible, ante lo cual el ser humano sólo cuenta con sus decisiones para torcer el destino.

Pather panchali (1955), traducida como La canción del camino, comienza con un ritmo parsimonioso emparentado con lo costumbrista. Describe un mundo de escasez material cuyos recursos apenas alcanzan para mantener una casa, muy rústica, enclavada en los márgenes de la modernidad. Semeja un documental sin guión, pero más adelante vislumbraremos las múltiples conexiones entre las tres películas, cuya estructura responde a una obra mayor. Esa mirada inicial sin sobresaltos irá cambiando a medida que Ray introduce el tema de la muerte. La primera en morir es la abuela que convive al margen de los ojos de su nuera, pero que se encarga de contar historias a sus nietos. No tiene mayores responsabilidades y su labor de oradora representa la vena artística que recorre la familia. La relación es particularmente estrecha con Durga que roba frutos de huertos vecinos para dárselos a su abuela. Cuando la anciana se retira al bosque, Durga la remece y su cuerpo semeja el de un animalito inerte. Apu, el hermano

menor, apenas entiende lo sucedido y aprenderá sus primeras lecciones bajo el influjo de la familia, un padre amoroso lo alienta en la lectura y la madre lo cobija con sus cuidados. Durga será su compañera de juegos, la que lo invita a conocer el mundo más allá del patio de la casa.

El tren se oye en los lindes de las plantaciones, pero el sonido que atraviesa el metraje es la inconfundible cítara del músico indio Ravi Shankar, marco perfecto que evidencia el paso del tiempo, cuyos silencios dejan asomar diálogos y la omnipresencia de la naturaleza por sobre los eventos narrados.

La vida apacible experimentará un giro hacia el drama griego. El director recorrerá un camino pedregoso, pero siempre desde una óptica optimista que resulta cómplice con el paisaje campesino en que se sitúan los personajes.

La media hora final es poesía pura. Casi no hay diálogos. Ray despliega sus elipsis recurriendo al lenguaje metafórico, nunca dejando de lado una visión humanista (mirada trascendente del director) donde la inspiración proviene de las vidas cotidianas. La secuencia en que el marido regresa a casa es demoledora. Habla el paisaje, los despojos de la tormenta, los esfuerzos de su mujer por ocultar el vacío de su

alma. Sólo gestos y un grito que se esconde tras la música y la mirada de incomprensión del niño. La vida continúa, Apu descubre el secreto de su hermana y la naturaleza lo ayuda a blindar su memoria.

Lo narrado brota lento e incomprensible al ojo insensible. Un guión con pocos giros da cuenta de vidas alejadas del ajetreo hollywoodense, sin embargo, los personajes calan hondo, como si los conociéramos desde siempre. Somos testigos de la fuerza del ser humano y del poderoso milagro de la vida.

Aparajito (1956), segunda parte de la TRILOGÍA DE APU, traducida como Invencible, comienza con la familia instalada en la ciudad sagrada de Benarés a orillas de río Ganges. Apu todavía es un jovenzuelo y lo veremos correr por las calles de esta ciudad tan diferente a su natal Bengala. Es el sitio intermedio (evolución geográfica) desde la modesta vivienda en Bengala a una ciudad de mayor tamaño. La muerte de su hermana ha quedado en el pasado y dedica el tiempo a ayudar a la madre en los quehaceres domésticos. El padre vive consagrado a los ritos religiosos tan propios del nuevo lugar que los cobija. Las imágenes darán cuenta del ajetreo que se vive en las paredes amuralladas que desembocan en

escalinatas donde conviven bañistas, mercaderes y sacerdotes.

Una primera escena enfoca a las palomas que pululan entre los habitantes, no es casualidad, debido a que las aves representarán los cambios profundos del entorno. Es la voz de la naturaleza que rodea a todo lo humano, el tiempo que avanza inexorable a pesar de cada decisión. Cuando muere el padre de Apu, una elipsis poderosa muestra a las palomas surcando el cielo en todas direcciones. La música de Ravi Shankar orquesta ese vuelo que anuncia la partida del padre.

«La muerte, ese viejo maestro que siempre sobrevive a sus discípulos». Tema central que recorre estos tres filmes de Ray, nos avisa que la vida es dura, que el tiempo no es infinito. Tampoco un evento pasajero, sino el instante final que da valor al camino. Para este director indio el tiempo es precioso y son las decisiones las que moldean el devenir de los personajes. El padre muere y la vida continúa. Apu elegirá ir a Calcuta a estudiar ciencias. La mirada del director no es para nada determinista, sin embargo, la naturaleza no perdona y apura el deambular de los hombres. Debe haber riesgo, el tiempo se acaba y se acerca el peligro de perder la vida. La muerte le dará sentido al recorrido sobre esta Tierra.

El tren reaparece como elemento inconfundible de esta trilogía. Representa el puente hacia la modernidad y para la madre, el sonido de la llegada de Apu. Lo echa de menos y la vida carece de sentido ahora que ha muerto su marido. La vida de la mujer se ha transformado en una espera. Siempre se preocupó del hogar, ahora sin la presencia de Apu, hasta la rutina carece de sentido. El tren representa las distancias del hombre, límites terrenales que carecen de importancia para la naturaleza que todo lo alcanza. La madre sigue esperando, la enfermedad la doblega y el relampagueo de unas luciérnagas anunciará el final.

Apu no alcanza a verla con vida, pero decide regresar a Calcuta a terminar sus estudios. Deja de lado el mundo religioso de sus padres y abraza el conocimiento como faro. La cámara lo sigue de espaldas, la vida continúa su paso demoledor.

Apur sansar (1959), última entrega de la TRILOGÍA DE APU, traducida como El mundo de Apu, comienza con Apurba recostado sobre una cama. Ya es un hombre adulto, sobreviviendo penurias en un cuarto muy pobre. De fondo, el plano muestra la ventana tapada por una cortina raída, algo falta en la vida de este hombre. En cuanto al guión, esta última entrega es más

simple, las anécdotas son mínimas, sin embargo, Satyajit Ray aporta emotividad a raudales, permitiendo el cierre de los ciclos esbozados en las partes anteriores.

Los padres han muerto y Apu se encuentra en un momento de libertad que disfruta en su pasar bohemio. Pero le falta música a su vida y esta llegará por azar al ser invitado a una boda. Se casará con la novia para evitar una maldición. Su vida se llena de dicha y la existencia se completa con la de su esposa. Ahora comparte el lecho y el plano de la ventana luce cortinajes delicados. El cuarto ha cobrado vida y Apu no puede ser más feliz, pero de improviso surge de nuevo la desgracia. Aparna ha muerto al dar a luz. En La canción del camino, Apu observaba la muerte de lejos. La hermana y sus padres amortiguaban el dolor y el niño no era capaz de comprender el significado de lo inevitable. En Invencible, la muerte de su madre encerrará un sentimiento de culpa por no haber estado presente. Pero en El mundo de Apu, las emociones de Apurba eran compartidas por su esposa, se complementaban, y su muerte significará la pérdida de parte de su alma. Una secuencia memorable muestra a Apu descuidado, con los ojos vidriosos. El plano se traslada a la imagen de un espejo. El rostro

denota vacío, el fuera de campo sonoro introduce el silbato de un tren, mientras el fundido muestra las vías también vacías. Desea interrumpir su vida, pero un animal se sacrifica para que Apurba continúe su recorrido sobre la Tierra.

El tema de la muerte ronda todo el metraje. Apurba no quiere conocer a su hijo Kajal, lo culpa de la muerte de Aparna, hasta que por fin comprende que la vida sigue su curso. Kajal mata a un pájaro con una honda y sus ojos de sorpresa son los mismos de Apu en la primera cinta. El ciclo de la vida se repite y la trilogía se completa. Apurba se da cuenta que su hijo lo necesita y que al lado de su abuelo crecerá sin guía lejos del conocimiento.

«No haber visto el cine de Ray es como existir en este mundo sin haber visto el sol o la luna», afirmaba Akira Kurosawa. La precisión del encuadre, travellings panorámicos, primeros planos subjetivos y la agudeza del punto de vista son las marcas distintivas de este director indio que aporta riqueza visual gracias a un montaje prodigioso. Sin embargo, es su visión humanista de la India la que perdurará en el tiempo. No es un cine costumbrista, plantea que el libre albedrío del hombre le proporcionará pasión y un sentido optimista para afrontar la vida.

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