memoria
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~ El machi weye era central en la cultura mapuche antes de la invasión española, no obstante, su rol y comportamiento no se ajustaba a lo que sus invasores consideraban como permitido. Los weyes recorrían el espectro del género frente a la mirada escandalizada del cristiano colonizador.
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Memoria Editado, creado y diseñado por: Corporación Cultural Weye Reunidos en un afán por recolectar los frutos de voces olvidadas, armamos de papel esta memoria y de personas un taller. 1ª edición - Septiembre 2018 Santiago, Chile grupoweye@gmail.com Facebook e instagram @grupoweye ~4 ~
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"Yo dejé de creer en todo. Dejé de creer en la gente, dejé de creer en mis amigos, dejé de creer en los milicos, en mi familia, en todo. Porque yo no creo, yo dejé de creer. Y esa weá me la quitó la dictadura".
Extraco documental “La memoria obstinada” de Patricio Guzmán
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Prólogo ~
Memoria es la capacidad de recordar y recordar es volver a pasar por el corazón. De este modo, revivimos algunos momentos luminosos y otros dolorosos. Porque los hechos que impactan de forma significativa en nosotros dejan una huella en nuestras expresiones e identidad. En esta edición cada texto plasma el camino de la memoria y cada palabra recupera, recuerda y narra el comportamiento humano en torno a la diferencia. Todas estas situaciones que suceden y siguen sucediendo. Al mismo tiempo, en este fanzine se recuerdan situaciones cotidianas y transversales: la infancia, el primer amor, las confesiones y el enfrentamiento a la palabra no dicha. Cuando se trata de reescribir la historia con el fin de visibilizar y luchar contra las normas sociales, las letras de este registro resultan ser un pequeño manifiesto en contra de la pérdida de la memoria; porque resistimos, porque no debemos ni queremos olvidar. ~7~
Sofía Bravo Marcelo Alcázar Matías Guzmán (Hijo del Capitán Trueno) Luna Chavez Rocío Correa Taguada Francisca Molina Camila Hormazabal Javiera Perez Daza Violeta Bustos Bruno Peralta
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memoria
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Lírica y Poesía 12 Negrita linda 18 Revuelta
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Narrativa Almas Vamos a decir que no Yolando Martinez Amor en los tiempos del Reggaetón La noche, falso femenino en contra Mi rabia, es por partes La dominación de Dylan Fragmentos
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Negrita linda SofĂa Bravo
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Mi madre nació negrita negrita. Tercera hija fue y única negrita que nació. Que una negra señora del caribe hubo en la familia Su padre una vez le contó Y que tal vez de ahí lo sacó. Pero después su padre se fue sin nunca más volver y nunca más pudo saber por qué tan negrita fue que salió. ¡Tan cara de india les parecía! Pero bien que su abuela igual decía al pasar el indio camino a hacer pan ¡Qué hediondo que huelen estos mapuches! Y de tan india que fue, una pura indiá le entró y por todo el patio del colegio de las trenzas a una niña una vez arrastró. Esto, por negra decirle pa’ hacerla llorar. Y de hombrecito todas las veces tuvo que bailar. Negrita era la muñeca que pa’ navidad le dieron, que a alguien al fin se pareciera, dijeron aunque ningún otro muy blanco era Por más que así lo creyeran. Ahora algunas le dicen ¡ay! qué soñao sería tener su bronceado en la arena Y negrita linda llegó a entender que era ~ 14 ~
despuĂŠs de tanto negra no querer ser.
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Revuelta Marcelo Alcรกzar
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Como poblador buscando entre escombros Corregir la sonrisa de mi madre Como caricias maniatadas en los dĂas de pobreza Ahora disipada o escondida Buscamos caricias Tenemos certezas de los mares Reunidos por la sangre de dos siglos De cardĂşmenes a la espera del rezo como las flores al paso fĂşnebre de los cuerpos Mueren los peces que son cardumen de caricias que nunca fueron Mi madre muere Mi madre decide traspasarme sus cardenales Oleadas de memoria arrancadas a mordidas golpes que buscan mantener el recuerdo Soy la incansable suma de golpes el cardenal tronchado de disculpas Soy el recuerdo de una mano ajena investida De la memoria de otros cuerpos
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Almas Matías Guzmán (Hijo del Capitán Trueno)
~ Jaime hacía un registro de las personas que partieron. La lista la encabezaba Lidia Méndez, de 14 años. Le seguía Carlos Fuentes, de 16 años. Y así se formaba una larga fila de identidades que no sobrepasaban la mayoría de edad al momento de morir. Identidades que, por lo demás, nunca sintieron como suyas. Pero, ¿a quién le importaba? Ellas, ellos o elles prefirieron creer en el mito de que, en la otra vida, allá donde habitan las almas, podías transformarte en lo que quisieras. Lidia sólo quería ser Rafael, pero ahora podía ser Mauricio, o Javier. ¡Podía llamarse como quisiera, sin necesidad de dar explicaciones! Porque en la otra vida, allá donde habitan las almas, lo que importa es lo que sientes, y como el alma no tiene cuerpo, tienes derecho a transformarte en lo que quieras, como un color claro, o un triángulo escaleno, o un ave sin alas, o una planta calipso que canta música lírica.
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Aunque Lidia sólo quería ser Rafael. Esto consolaba a Jaime, que no daba más de la pena, mientras transcribía a una carta los nombres de todos los suicidios adolescentes de transexuales chilenos. “Por: Aquellas, aquellos y aquelles a quienes les fue negada la patria, por habitar en una frontera. Aquellas, aquellos y aquelles que concebían su cuerpo como un medio de transporte, sin paradas obligatorias y sin frenos. Aquellas, aquellos y aquelles que transitaban mirando el mundo con paisajes yuxtapuestos. Aquellas, aquellos y aquelles cuyo cerebro no pololeaba con sus genitales, y aun así creían en el amor. Aquellas niños, aquellos mujeres, aquelles personas cuyo lenguaje inclusivo abría universos de posibilidades.” Aquellas, aquellos y aquelles ahora estrellas, constelaciones, ahora cuerpos celestes. Aquelles Lidia, o Rafael, Carlos o Gabriel. Aquelles seres orbitando como satélites suspendidos, desterrados. Como Jaime, que no teniendo lugar en este espacio social, abandona el planeta, rumbo a otra vida, allá donde habitan las almas, lejos de la gravedad de nuestros asfixiantes, atrapantes, tormentosos y oscuros estereotipos.
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Vamos a decir que no Luna Chavez
~ Mi tía Marta se casó el 4 de octubre de 1988. Fue un día movido desde la mañana, todos corrían para acá y para allá por la casa de mi tata, allí harían la fiesta. La ceremonia iba a ser por la iglesia y yo sería paje junto al Eduardito, mi primo, nosotros seríamos unos mini novios que afirmaríamos el velo de mi tía. Yo los veía correr a todos, a mi abuela haciendo canapés, mi papá trayendo sillas de los vecinos, mi mamá ayudando a mi tía a arreglarse, mi tata instalando algunas luces, a mi solo me emocionaba mi vestido, y a cada rato me repetían que tenía que sostener con firmeza el velo de la novia cuando entrara por la iglesia. Mi mamá le decía a mi tía que tenía que decir que si, y mañana tenía que decir que no, ambas reían. Llegó el momento, nos fuimos a la iglesia, yo me fui en el taxi de mi tata con mi tía Marta, las dos vestidas de blanco, las dos parecíamos muñecas pomposas, de esas que ponen en los baños para guardar el ~ 25 ~
confort. Llegamos a la iglesia y estaba el novio, mi tío Pancho y al lado el Eduardito con un smoking, se veía lindo, nos miramos y nos reímos, él me tomó de la mano, afirmamos el velo y caminamos detrás de mi tía, apreté fuerte la tela, no se me vaya a soltar, pensaba, me dijeron toda la mañana que esa era mi misión. Llegamos al altar y yo mantenía mi puño bien apretado en el tul blanco hasta que se acercó mi mamá y me llevó a su asiento. Cuando terminó la ceremonia nos sacamos fotos, me sentía una protagonista más luciendo mi hermoso vestido blanco. Empezó la fiesta, había harta comida y copete, todos estaban bonitos, con vestidos brillantes, harta hombrera, aros dorados, los tíos con corbata, todos bailando Mami que será lo que quiere el negro y luego coreaban: ¡Qué se vaya Pinochet! Mi tío Jorge, como siempre, fue el primero en curarse y tuvieron que echarlo. Un primo de mi mamá llevó polola nueva, era bonita, andaba con una mini muy corta de colores dorados, las mujeres la miraban feo y a los hombres se le salían los ojos ¡además bailaba tan bien las cumbias! Apenas la vi supe que cuando grande quería ser como ella. Mi papá al rato tenía la cara sonriente y andaba con un combinado en la mano que no soltaba por nada y mi mamá se veía tan linda con maquillaje, nunca la había visto así ¡radiante! y bailaba rock and roll como ninguna. Todos contentos hasta que se cortó la luz, hubo un silencio, se sintió miedo, yo no entendía mucho, “los milicos” dijeron todos. Mi abuela rápidamente trajo muchas velas, cuando las prendieron vi caras asustadas. Me asusté. Había grupos hablando cosas importantes, hablaban de mañana y de cómo se irían ahora para sus casas. Mi mamá me llevó a la cama y se quedó conmigo hasta que me quedé dormida. Al otro día todos nos levantamos temprano. En el desayuno los adultos hablaban de ir a votar y se organizaban para ver quién ~ 26 ~
acompañaba a quién. Mi mamá y mi abuela iban a la misma sede y yo las acompañaría, sus caras eran de preocupación, yo no entendía nada, pero me encantaba salir con ellas. El ambiente de fiesta se había acabado, todos estaban serios, ese día también se cortó la luz, me llevaron a acostar temprano, recién el lunes supe que habíamos ganado, no sabía que habíamos ganado, pero ganamos.
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Yolando Martínez Rocío Correa Taguada
~ A todos los involucrados en esta historia les daré un seudónimo para proteger su identidad. Excepto a Yolando Martínez. Él no me interesa. Me junté con mi amiga KGB en un bar que nos gusta. Nos sentamos en la misma sagrada mesa del sector fumadores al fondo del bar y contra una pared, donde generalmente sólo hay uno o dos puestos más siendo ocupados. KGB cree que es porque me gusta afirmarme en la pared y que no me gusta la gente, que por eso decido sentarme lejos de los demás. Pero la verdad es que son pequeños trucos que mi mamá, la Vieja Bolchevique, me ha ido enseñando. Tuvo que aprender muchos para sobrevivir a ser comunista en tiempos de dictadura, y yo conozco algunos. Con la espalda contra un muro nadie se me puede aparecer por sorpresa, y me siento lejos de los demás para que no escuchen de qué estoy hablando. Incluso sé una ruta de escape desde nuestra mesa, por si hay cualquier problema y tenemos que salir rápido. ~ 29 ~
Igual que las señoras que se reúnen en torno al mate y el tejido para copuchar, nosotras esperamos nuestras cervezas y sacamos nuestros puchos para empezar el pelambre. Le comenté a KGB que creo que la Vieja Bolchevique me ha ido enseñando cosas inconscientemente. Cuando era chica, le pregunté una vez qué era una molotov porque escuché algo al respecto en las noticias, y terminó diciéndome cómo arrojarlas sin quemarme. Cuando veía Anastasia se pasaba los primeros minutos quejándose del zar Nicolás y los siguientes de cómo los capitalistas estaban representando la Revolución en la película. KGB se reía de los extremos a los que llegaba mi madre, y yo igual. Pedimos otra cerveza. KGB también se quejó de su mamá un rato. Mi schop de Escudo y el suyo de Heineken hacían efecto soltándonos la lengua, permitiendo que nos acercáramos a esas historias más profundas, de las que uno sólo puede hablar envuelto alcohol y escondido en una nube de humo. KGB me habló de su familia. A pesar de que la conocía hace tiempo, me tomó por sorpresa cuando me contó que era descendiente de un militar involucrado en el golpe. KGB no es comunista, pero sí de izquierda, así que me lo contó con una sensación entre la culpa y la vergüenza. A ella le parecía que eso era una mancha en la historia de sus parientes, un viejo defecto que ella quería corregir formando parte de algo bueno. No supo describirme bien qué. Le conté que yo soy descendiente de un detenido político, el papá de la Vieja Bolchevique. No sabía si ya le había contado la historia, pero se la conté igual porque iba en mi segunda chela y quería hablar. Mi abuelo había pasado meses detenido, torturado. Nunca quiso hablar del tema. Nadie en la familia quiso hablarlo, hasta que se volvió un secreto que todos sabían.
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Por supuesto que la Vieja Bolchevique no estaba de acuerdo. Ella nunca iba a vivir en silencio, no iba a dejar de denunciar las violaciones a los derechos humanos ni en su casa ni en su país. Así que mientras sus hermanos seguían el camino de la despolitización, ella leía el Manifiesto. A mí me contaron esa historia ya de grande, cuando empecé a participar en marchas con mis compañeros de universidad. Pero no me dijeron todo. De alguna manera mi abuela llegó a enterarse del nombre del delator de mi abuelo. Yolando Martínez, vecino del sector donde vivían. Un tipo hasta ese momento sin ninguna importancia, con una ridiculez de nombre, y aun así capaz de marcar a mi madre. Quizás por ser la única que entendía de política, la única que no quería cerrar los ojos ante la detención de mi abuelo, mi abuela eligió a la Vieja Bolchevique para ser la primera en enterarse de esa parte de la historia. Esa revelación había pasado a mí hacía poco tiempo, cuando encontré a la Vieja Bolchevique investigando su nombre. Para ella el nombre del delator era casi tan importante como el de los torturadores. Era un cómplice, un colaborador que había causado también la detención de otros compañeros de la época. Le conté a KGB que la Vieja Bolchevique lo buscaba a veces, por internet, por relatos de gente que lo pudo haber conocido, en las publicaciones de la Comisión Funa, pero que nunca lo había encontrado. Aunque me daba pena cuando veía a la Vieja Bolchevique a las 3:00 de la mañana, pegada a la pantalla del computador buscando noticias que lo mencionaran, me aliviaba un poco que no lo hubiese logrado. Por su padre y por sus convicciones políticas era perfectamente capaz de ir a enfrentar a un sapo, aunque fuera octogenario, aunque ya ni se acordara de lo que había hecho. Y si se acordaba de lo que había hecho, quizás a qué estaba dispuesta. ~ 31 ~
KGB me contó que, de hecho, el nombre de ese familiar milico facho también era un secreto a voces en su familia, y que para descubrirlo tuvo que investigar bastante. Tanto que había aprendido varias formas de sacar del anonimato a gente que no quería ser encontrada. Pedí más chela y le saqué un cigarro a KGB, se me habían acabado los míos. A ella no le molestó. Desde su celular empezó a rastrear en diferentes redes, teniendo en mente algo que ni a la Vieja Bolchevique ni a mí se nos había pasado por la cabeza. Se tardó unos dos minutos en encontrar a Yolando Martínez. Su rapidez me impactó, me dejó incrédula por unos segundos. Pero KGB no había terminado. Además de descubrir su paradero, descargó un certificado con su ubicación para que no quedara lugar a dudas y lo mandó a mi correo. De pronto tenía en mi celular la resolución de un crimen cometido hace 40 años, y no sabía qué hacer con eso. Para ser sincera, el primer pensamiento que cruzó mi mente fue que quizás lo mejor era no hacer nada ¿Para qué, si hacía ya algún tiempo que la Vieja Bolchevique no me hablaba de eso? A lo mejor se le había olvidado, a lo mejor ya no le importaba. O eso era lo que yo quería hacerme creer para no tener que decirle que lo había encontrado. A lo mejor viajaba hasta donde estaba el viejo maldito y dejaba la pura cagá. KGB me acompañó de vuelta a mi casa sin que yo pudiese decidir qué hacer. Se me había pasado el mareo de la cerveza en el momento en que me mostró el certificado en su celular, pero los cigarros que seguía aspirando sin parar me estaban provocando náuseas. Sentía como si no hubiese dormido en una semana y me pregunté si a mi abuelo lo habrían torturado con privación del sueño. De pronto se me vinieron a la cabeza las imágenes de todo lo que podrían haberle hecho, ~ 32 ~
el horror al que lo podrían haber sometido, y las náuseas empeoraron. A esas alturas ya no se trataba de lo que hubiera consumido, era el peso de la situación lo que me tenía enferma. Cuando estuve mejor, KGB dijo que la decisión era mía, que yo conocía a la Vieja Bolchevique mejor que nadie y que si sentía que tenía que tener cuidado con lo que podía hacer, a lo mejor tenía razón. Quién se iba a imaginar que la mejor amiga de la nieta de un torturado iba a ser la bisnieta de un golpista. Cuándo se iba a imaginar ese militar que alguien de su familia iba a ayudar a encontrar al delator de un detenido político. Sé que KGB es lo suficientemente inteligente como para ver la ironía de la situación, pero no estoy segura de que se haya dado cuenta de que sí había logrado formar parte de algo bueno, como me había dicho en nuestro segundo schop. Espero que sí. Nos despedimos cerca de mi casa, ella habiendo reparado en algo las acciones de su pariente facho y yo teniendo la posibilidad de aclarar en algo la historia de mi familia. Me sentí sola cuando ella se fue caminando de vuelta a su casa. Ahora sólo quedaba yo y un certificado que me llenaba de dudas y preocupación. Pero tampoco podía quedarme entre las dudas, las imágenes y las náuseas eternamente. KGB tenía razón, la decisión era mía. Desperté a la Vieja Bolchevique sin ser muy delicada. Verme la cara le bastó para saber que esta iba a ser una conversación seria. “Ya sé qué pasó con Yolando Martínez, KGB me ayudó. Murió hace tres días”.
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Amor en los tiempos del Reggaetón Francisca Molina
~ Con la Carmen bailábamos reggaetón a escondidas de nuestros papás porque nos daba vergüenza, teníamos cancioneros hechos a mano con canciones románticas de R.K.M & Ken-Y , mirábamos sus videos en el computador mientras inventábamos coreografías. El sueño de la Carmen siempre fue ser modelo de algún video de Daddy Yankee y yo soñaba con ser cantante de reggaetón para que ella fuera la musa de todos mis videos e intentar hacer su sueño realidad. Cada vez que la Carmen gritaba que me amaba , se me clavaba una espinita en el corazón, como a ese Jesús en miniatura que colgaba en lo alto de nuestra sala de clases. Yo oía sus “Te amo” como las mentiras piadosas que se le dicen a los niños pequeños en navidad, porque en el fondo la Carmen solo me veía con ojos de mejor amiga, mientras que yo siempre miraba su pelito moreno como torta enamorada.
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Estábamos a mediados de Octubre , cuando el centro de alumnos pasó sala por sala avisando que el próximo viernes se haría un bingo a Beneficio , para la gala de los cuartos medios. Todo el curso se miraba ansioso, porque decir bingo era pensar automáticamente en la disco-peque montada en el casino de la junaeb. Y creer que por una noche tendrías la oportunidad de bailar con la persona que te gustaba y , si tenías suerte, de besarla. Yo imaginaba la carita de la Carmen bailandome un reggaetón fogoso en medio de la pista, con nuestros cuerpos apretados como si fuésemos en la micro de las siete de la tarde. Ella sería la primera en dar el beso, porque yo me haría la tímida para darle drama a la situación. El viernes, el día del bingo, me metí a escondidas a la capilla que estaba detrás del liceo, para pedirle a la virgen que por favor por favor la Carmen se volviera lela y me dijera que sí cuando le pidiera pololeo hoy por la noche. Yo la verdad no creía mucho en Dios, pero la Roxana del Octavo C , había contado que , cuando le gustaba el José Manuel de segundo medio, había ido a rezarle a la virgen de la capilla para que él la pescara. A la semana siguiente ya se habían intercambiado el MSN. También sabía que a Dios no le gustaban los perversos invertidos, porque como había dicho el diácono Juan, eran pecadores. Pero no me importaba, tenía que agotar todos mis recursos, porque al igual que Raphael : quería que ese viernes fuera mi gran noche. Mi casa quedaba cerca del liceo y , mientras caminaba al bingo, pensaba en cómo sería mi confesión a la Carmen ¿Era mejor decírselo mientras bailábamos? ¿Susurrarlo en forma de reggaetón? ¿O l e dedicaba una canción primero? Cuando llegué, me topé con las niñas de mi curso que ya estaban bailando en un círculo. Ahí estaba la Carmen. Había venido con esa polera de estrellitas que le quedaba tan bonita. ~ 36 ~
Me sentí como DiCaprio en la película de Romeo y Julieta cuando se encuentra con Claire Danes. La música retumbaba en mis oídos y me di cuenta que todas las canciones de reggaetón , me llevaban hacia ella. La Olguita Gutiérrez me arrimo a su lado. Sonaba Llegamos a la disco de Daddy Yankee , la canción favorita de la Cote. Todas la empujábamos para que bailara en medio del circulo y en menos de un pestañeo ella ya estaba haciendo un hasta abajo mientras las demás le hacíamos barra. Entre medio de esos cuerpos sudados, pululaban el grupo de los chiquillos. Todos en una fila paseándose como meros espectadores, con cara de yo no bailo con contigo , porque me gustan las minas mayores. Yo sabía que a la Carmen le gustaba el Pablito, el niño más piola de ese séquito de niños. Él era moreno, bajito y siempre se tiraba las mejores tallas en medio de alguna clase. Le gustaba porque lo encontraba livianito de sangre, aunque nunca habían hablado, ya que la Carmen en temas amorosos era muy tímida. Lo amaba en secreto, igual que yo a ella. Cuando el DJ comenzó a repetir las canciones, decidimos salir a tomar aire y vimos que debajo de las escaleras los del quinto B jugaban a la botellita. Nos acercamos curiosas y con ansias de besar. Llegamos cuando la Paola Mondaca se estaba dando un beso con lengua con el Juan Flores. Las que estaban cerca de mí , decían para callado que ellos también se habían comido para el bingo de principio de año. Cuando hice una vista panorámica a las caras de los jugadores , me alegré de no ver el rostro del Pablito. Los que jugaban abrieron el círculo y apenas nos sentamos la botella de Fanta comenzó a girar de nuevo. Yo no lo podía creer cuando vi que le tocaba a la Carmen. Que salga yo que salga yo que salga yo, ~ 37 ~
decía en mi mente, mientras la botella daba vueltas como loca para elegir a la siguiente persona. Al final ella besó a la Camila del octavo C, que también estaba jugando. Me dio mucha rabia, pero tuve que disimular cuando caché que me tocaba darme un piquito con el Gonzalo del octavo B . A cada cierto rato miraba a la Carmen de reojo y le rezaba a la virgen de la capilla para que por favor por favor pudiera darme un besito con ella en lo que quedaba de juego. Ya había besado al Camilo, al Diego, a la Paloma y al Juan Pablo dos veces, cuando sentí que tocaban mi hombro. Mire para ver quién era y se me puso la piel de gallina. Era el Pablito. ¿Puedo hablar un ratito contigo? Me dijo. Yo me pare por inercia y lo seguí. Mientras me alejaba del grupo podía sentir la mirada furiosa de la Carmen. Traidora, supuse que pensaba. Llegamos hasta los baños de hombres sin decir palabra. Estábamos parados frente a frente y él intentaba iniciar la conversación, pero siempre fallaba. ¿Qué pasa? Pregunté . Es que... comenzó a decir tímidamente. Es que quiero hablar con la Carmen, pero me da vergüenza ¿ Podí llamarla para que venga? Él seguía hablando, pero ya no lo escuchaba. Tenía el corazón chorreando sangre de tanta pena. Era una certeza : la única confesión que recibiría la Carmen esa noche sería la del Pablito, no la mía. Él hablaba como una cotorra de lo mucho que le gustaba, del tiempo que la lleva queriendo. Yo asentía con la cabeza como una tonta a todo lo que él me decía, hasta que me di cuenta que iba devuelta donde la Carmen, con un papelito entre las manos. TE ESPERO DETRÁS DE LA CAPILLA , decía. Cuando llegué nuevamente al grupo de la botellita, veía como la Carmen me miraba con los ojos abiertos esperando una explicación. ~ 38 ~
Pensaba en mentir y decirle que él Pablito se me había declarado y romperle el corazón para que llorara en mis brazos, pero en vez de eso le entregué el papel. Es del Pablito, le dije. Quiere hablar contigo. Ella me pedía que la acompañara, que le daba mucha cosita ir sola, que yo sabía lo vergonzosa que era. Como un guardaespaldas la acompañé al encuentro con mi enemigo. Quería rajarme a llorar, pero no podía. No frente a la Carmen. El Pablito la esperaba inquieto tras de la capilla, esa misma donde hoy estuve rezándole a la virgen para que mi amada se volviera lesbiana. Él se acercó a nosotras y entendí que ya no debía seguir ahí, así que les sonreí a duras penas y salí corriendo, aunque en realidad me quedé escondida tras unas plantas, viendo como él besaba a mi Carmen. Escuchaba como la fiesta seguía a mis espaldas y deseaba que todo estallara, que el reggaetón muriera, que la manada de los chiquillos se hiciera mierda, sobretodo el Pablito. Pensaba que yo podía ser un mejor partido para la Carmen. Yo por ella me hubiera cortado el pelo o dejado el choco panda, me hubiera sacado las tetas o cambiado el sexo, incluso hubiera aprendido a ser livianita de sangre , para tirar tallas a mitad de la clase, hubiera jugado a la pelota y le hubiera dedicado todos mis goles, hubiera impregnado su olor a colonia Ammen en algún chalequito mío, hubiera sido su sensación del bloque y ella mi nena del caserío, hubiera trenzado su cabello, hubiera rayado los baños de mujeres , con nuestros nombres dentro de un corazón flechado. Carmen, todo eso habría hecho por ti.
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Falso femenino en contra Camila Hormazábal M.
~ Velas iluminan las afueras de la casa de estudios que en 1881 abrió por primera vez sus puertas a las mujeres. Mujeres brillantes, luces desafiando a una noche que, aunque femenina, les pertenece a ellos. Noche de hombres, siempre amenazante. La noche es motivo de preocupación para nosotras, más cuando nos enfrentamos a ella a solas. Y es que poco importa la ruta, la confianza, el temperamento. Para ella, somos como los gatos: negras, igualadas por el sino de una fatalidad en potencia que se esconde en cada segundo, en cada estrella extinta. No se ve, pero ahí está. Camino y llego a Serrano. Calle estrecha, iluminada, poco confiable. Calle de recovecos que albergan un peligro latente, un tránsito artificioso que encubre la soledad de sus veredas y la oscuridad de sus esquinas. La noche se trasmuta en seres que deambulan sigilosos, a la espera de cualquiera que puedan encontrar. ~ 41 ~
Una cuadra más adelante, Londres. Observo su estrechez, percibo esa frialdad adoquinada por la que muchas caminaron a tientas, hacia un destino siniestro. Muchas que empequeñecieron, que contrajeron sus músculos mientras eran reducidas a su mínima forma. Muchas que apretando los dientes y los ojos intentaron resistir la laceración de sus cuerpos en busca de un refugio de luz en medio de la sombra nocturna. Desde la Iglesia de San Francisco son 9 minutos, 650 metros los que me separan de mi casa. Luces, velocidad, el devenir vehicular que avanza desde mi espalda y continúa sin detención. Espero que quienes caminan tras de mí también avancen, porque así no me hallo a su merced, porque así creo tener un control que en realidad le pertenece a la noche. Noche impune, noche cómplice. Me paro frente al paso bajo nivel del Santa Lucía. Bifurcaciones, nuevos rincones, indefensión, estruendo. Me imagino prorrumpiendo un grito desde aquí, en el centro de la ciudad. Un grito mudo, un ruido sordo. Movimiento y oscuridad. Ojos bloqueados, boca cerrada. Sé que nada pasaría. Sé que muchos pasarían sin hacer nada. La madrugada del lunes 18 de junio de 2018, Margarita Ancacoy fue asesinada. Margarita, 40 años, mujer, trabajadora. Caminaba hacia su empleo en la facultad que en 1913 encendió las primeras luces en la noche masculina y cuya primera egresada llevaba el nombre Justicia. Justicia, que es lo que le debemos a Margarita. Justicia por enfrentar con osadía el ser mujer, pobre y obrera. Sobre todo, ser mujer y pobre. Eran las 5 a.m. y la noche cerró los ojos ante la brutalidad de los perversos verdugos, quienes, amparados en su ceguera, su sordera, su mudez, la golpearon hasta la muerte. Por ella esas velas. Por ella este pesar. ~ 42 ~
Metros más allá, afuera de la Pontificia, que admitió a las primeras mujeres en 1932, en medio de la vereda emerge un improvisado memorial que exhibe el rostro de otra mujer que provoca con la mirada, que sonríe con inocencia. Un rostro, unos ojos y un nombre: Nicole Saavedra. Nicole, 23 años, mujer, estudiante de técnico en prevención de riesgos. Curiosa paradoja la de estudiar prevención de riesgos estando expuesta a dos de los más graves: ser mujer y ser lesbiana. Porque Nicole era lesbiana y por eso su condena, por eso el ensañamiento. Por eso para ella la noche sin luz, noche eterna. El día 18 de junio de 2016, Nicole desafió a la noche, la miró a la cara y pagó caro el precio de su atrevimiento. Nicole fue atrapada por la noche que, transformada en seres sin rostro, la secuestró para torturarla y matarla 168 horas más tarde. Siete días de una noche mezquina que nos la devolvió amarrada, golpeada, extinta. Por ella ese memorial. Por ella este dolor. Carabineros de Chile esquina Portugal. De frente a intersticios negros, plazas de arbustos, almas abandonadas, aullidos aislados y una humedad que penetra y que en forma de escalofrío atraviesa la espalda. Pese a ello, se hacen visibles esos subterfugios de calidez que hacen de la calle un hogar, mas no para nosotras. La calle no es un hogar, menos por la noche. Subo, abro y cierro la boca. Escribo. Miro por la ventana que da hacia el parque San Borja. Detengo la mirada en ese recóndito espacio en que fue encontrado Daniel y arde nuevamente en mí ese temor de que la noche me alcance. Recuerdo, también, que dos cuadras hacia el oriente, vereda norte, en la esquina de la Alameda con Irene Morales, fue acallada para siempre Mónica Briones. Mónica, 34 años, mujer, artista, ~ 43 ~
lesbiana. Mónica, cuya cabeza aplastada contra el pavimento por la noche invisible manchó de sangre sus botas el día de su cumpleaños, el día 9 de julio de 1984. Noche travestida, noche macho. Noche perpetua en la que todas podríamos ser Margarita, Nicole o Mónica. La noche es simplemente un sustantivo femenino, porque la noche no es compañera.
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Mi rabia, es por partes Javiera Perez Daza
~ Impactante noticia, esta mañana — 27 de marzo del 2006 —en las cercanías de la población Marta Brunet de Puente alto, menor halló un perro cargando un pie humano en la entrada del basural farán// Dentro de las partes del cuerpo del llamado <Descuartizado de Puente Alto> se encontraron marcas de tatuajes que no pueden unirse; se presume que, al igual que sus huellas digitales fueron cuidadosamente cercenadas// Extra, Extra, el joven conocido como “el descuartizado” fue identificado por el servicio médico legal como Hans Pozo, quien vivía en situación de calle en la población: La Casona, ubicada en el paradero 30 de Santa Rosa// El caso del descuartizado ha pasado a manos de carabineros, quienes han indicado como principal sospechoso a Jorge Martínez Arévalo, quien según testigos pagaba a Hans por prestarle servicios sexuales. — Una mierda la tele culia’— La apago y me voy pal’ Liceo. ~ 47 ~
Al llegar, mis compañeros siguen hablando de la hueá: que el Soto se había metido al compu de su primo cuico y vio en el antro.cl los restos del Hans—todos ponen caras de excitación y morbo al escuchar la descripción— mientras comentan su cara de dolor e inventan distintas teorías sobre el miserable pastero de la pobla que había terminado siendo “Hans Trozo”. Al rato llega la profe de religión y comienza diciendo: Vamos a empezar por parte, como Hans Pozo —todos ríen a carcajadas —hueá que me da rabia y ganas de mandarlos a la chucha, pero me calmo y decido callarme el resto de la clase; me pregunto si pasaría lo mismo si el gueón del Hans hubiese sido de Las Condes: ¿la profe nos hubiese dicho vamos a empezar por parte? Yo creo que no. Timbre de salida. Por fin me voy del liceo. Camino por santa Rosa, el heladero me muestra la pichula mientras me tira besos, chancho culiao, me da rabia, pero no digo nada; mientras alrededor pasan muchas señoras con el pan y los cabros chicos de la mano que se hacen las güeonas. Al entrar a la pobla entiendo mi rabia, veo el block de la ex del Hans, miro los locales del costado y ahí está la heladería del Guatón Martínez: cerra’ desde hace un mes, rodea’ de pacos y vecinos sapos que no se pierden ni un minuto del cahuín de mierda. El olor a caca seca de la pobla parece estar más fuerte que nunca con la presencia de estos chanchos culiaos. Sigo mi camino. Toda esta escena de mierda me hierve en la cabeza — siento mis lágrimas correr y una rabia tremenda que me hace patear los pocos basureros que encuentro en el camino—. Es verdad que el Rucio era un miserable y hediondo, que se prostituía para comprar pasta en vez de usar las monea’s pa’ comprarle un pañal a su cabra chica que había dejado tira’, y que por su culpa su ex andaba en el ocico de toda la pobla, y es verdad que hasta su cuña’ en vez de rabia sentía ~ 48 ~
pena por él y le llevaba desayuno. Pero no por eso el güeón no merece dignidad, si a las finales igual era persona. Porque sí, el Rucio tuvo un pecado, y no fue ser puto ni pastero. Todos sabemos que de ser Larraín esta hueá no pasa, nadie hubiese sabido nunca nada sobre su sexualidad ni entrevistado a su familia llorando a moco tendio’, y nicagando terminaba viviendo en la calle por pastero. Entro a la casa y esta mi hermano viendo el 11, hablan sobre el Hans, me mira y emputecida le digo: — No sé porque mierda montan todo este show, si a las finales toda la pobla sabe que fueron los mismos pacos quienes se pitiaron al Hans, porque el guatón les pidió que le dieran un susto y los güeones se ensañaron. ¿O vo’ que estuviste aquí me vay a decir lo contrario?, todos veíamos las motos de pacos estaciona’s siempre afuera de la heladería y sabíamos que la relación entre el guatón y los pacos era más rancia que mojón de curao’. ¿O vo’ creí que un vendedor de helados se va a pegar la avispa’ de separar un tatuaje y las huellas pa’ que no se note?, ¿acaso es muy común que un caso pase de los tiras a los pacos? ¿O también te comprái’ el cuento de que el guatón se suicidó así más nah? El gueón me mira, pero no me dice na’, apaga la tele y sale a la calle.
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La dominación de Dylan Violeta Bustos
~ El cuchillo era pequeño. La hoja era del porte de un pulgar y el mango debía ser como la mitad de un meñique, pero no me cortó ningún dedo. Algunos rasguños en mi palma, un combo en la nariz, su mano marcada en mi cuello. Felizmente, me confesó, no era un violador. Así que tenía que entregarme a la aventura que me ofrecía. Escuchar su vida. Sentados uno al lado del otro, yo en silencio. Sobre una cuneta oscura frente a una casa vacía. Lo vi llegar de frente. Me abrazó contra una pared y me dijo que no gritara. Yo tampoco pensaba hacerlo y le entregué mi mochila rápidamente. Pero no bastó. Apoyada contra el cemento de una casa abandonada sentí rechinar mi cabeza cuando apegó mi nuca a la muralla. Me mantuve quieta, excepto cuando sentí sus manos entrar levemente en mi escote. Náuseas y un recuerdo: el presentimiento inacabado e inútil de un sueño. En el sueño iba vestida con la misma ropa que aquella noche. ~ 51 ~
No siguió palpándome en busca del celular, pero en cambio me golpeó tan fuerte la nariz que sentí que el tabique se me adormecía completamente. — Tranquila bastarda culiá, yo no soy ni un violador. Yo soy lanza internacional ¿Querí escuchar mi historia? - Y sin esperar mi respuesta me sentó en la orilla de la vereda y sostuvo mi mochila en su hombro mientras me apuntaba con el ínfimo, pero afilado cuchillo aferrado a su puño. La noche anterior había soñado con una sensación. Una atmósfera extraña que me rodeaba mientras caminaba por una calle. Iba con el vestido negro de triángulos blancos y un chaleco celeste. Mi reloj, que siempre llevo puesto en la muñeca derecha. Una mochila repleta de todos los objetos de valor con los que contaba hasta entonces: mi computador, dos celulares, una grabadora, dos libros de los Vallejos: uno de César y otro de Fernando. — Me llamo Dylan ¿Cuántos años me echai? — 42. — Bien, tengo 45 - Me felicitó por mi agudeza. Tengo tres hijas, una es guagüita. No ando haciendo esto por maldad. Esto es pa comprarles cosas. He estado en Dinamarca, en Suecia. Porque ¿cómo me veo? Yo soy vío, no como los giles culiaos de los pacos. Mírame cómo ando vestío ¿Cómo ando vestío? - Se puso de pie y se levantó el cuello de la chaqueta de cotelé. Su olor a vino traspasaba las distancias. Su cuerpo enjuto y su rictus con expresión desafiante exhalaban cocaína y algo más. Paragua quizás. — Bien… te vistes súper bien - Mentí. En realidad sus pantalones café de tela estaban arrugados, una camisa beige exhibía una ~ 52 ~
mancha burdeo y una gastada chaqueta rosa pálido envolvía la escasa anchura de sus hombros. — Vivo en Puente Alto, en Los Volcanes ¿cachai pa allá? — Sí. — ¿Por qué, eris de allá? — Mi familia es de allá - Se tapó la cara con las dos manos y aparentó una postura triste - entonces no te puedo quitar tus cosas, apuesto que a vo también te ha costao. Mis lentes ópticos estaban en el piso. Me moví suavemente para recogerlos, pero Dylan se adelantó y me los entregó con delicadeza. — A ver, póntelos…te veí bonita cabra culiá ¿Querís pololear conmigo? Los vellos de mis brazos se erizaron. Miré al piso, intenté obtener una panorámica de reojo. Por la vereda del frente un hombre de vientre abultado, sin polera, pasó de la mano con una mujer con tenida deportiva. Caminaron hablando fuerte, con acento peruano, sin reparar en nosotros. — Me cargan los peruanos culiaos. Lacras culiás. Mira la guata de ese conchetumare. Vienen a puro robar esos culiaos. Ya, te vai a tener que parar… Ya po ¿Querís pololear conmigo o no? — No. Ya tengo pololo. — Ah ¿y qué pasa si nos encontramos con él? Yo te quería ir a dejar a tu casa, porque tú viví en estos edificios de por acá cierto. — No. — ¿Dónde? — Más allá - Indiqué al este. — ¿En la otra esquina? - Preguntó mirando de reojo el filo del cuchillo y poniéndose de pie. — Claro. ~ 53 ~
— Te voy a ir a dejar a tu casa - Se echó mi pesada mochila azul marino al hombro, aún sentado - Vai a tener que tomarme la mano sí. No sé con qué expresión paralizada lo habré mirado porque inmediatamente me abrazó y me pegó un combo en la cabeza. — Perdona, pero ya te dije que no soy un violador. Tenís que creerme. Y le creí. No era un violador, pensé, pero sí un golpeador. Si tenía esposa o alguna vez la había tenido, seguro solía ofrecerle ese tipo de violencia. Golpes en la cabeza, estruendos que no dejaban huellas visibles. Volví a verlo con detención unos segundos. Miré sus ojos negros indolentes hundidos en sus patas de gallo. Su cuerpo flaco provisto de una fuerza descomunal, la agilidad de sus movimientos. Una gacela negra, un espantapájaros de hollín. Un silbido agudo se entrometía en mi oído medio. Una infancia espantosa. Él estaba de pie cuando una pareja de mujeres pasó a nuestro lado tomada de la mano. — Huachas culiás - Les gritó y ellas se devolvieron para desafiarlo. — ¿Qué te pasa conchetumare? - Le dijo la más corpulenta de las dos. — Tortas culiás, camionera y la conchetumare - Vociferó Dylan, al tiempo que tomaba unos pedazos de vidrio del suelo y se los lanzaba. Una botella rota en el piso le proveía más herramientas de violencia. Las miré sin poder decir nada, sin poder pararme. Aún sentía náuseas. Pensé en correr, pero la acera se me apareció como un callejón oscuro. Una de ellas me observó con extrañeza, pero tuvo que salir corriendo con su compañera cuando los vidrios volaron por el aire. Todo ocurrió muy rápido. ~ 54 ~
— Ya, párate - Me ordenó. Su mano áspera envolvió rígidamente la mía. Sostenía el cuchillo mientras me apretaba la muñeca y me enterraba la punta de metal. El camino a mi casa estaba en línea recta, pero Dylan me explicó que haríamos otra ruta. A las náuseas se sumó un frío sudor. Y mientras caminábamos dictó un nuevo discurso sobre sus preferencias. — Tortilleras culiás. Tú no soy tortillera ¿cierto? A mí me dan asco las lesbianas y los maracos también. Sabí por qué, porque a mí me violaron cuando era chico y tengo Sida. Pero yo no soy maricón. Y tampoco soy violador - Dylan tomó su ínfimo cuchillo y se hizo un pequeño tajo en el brazo por el que salió un hilito de sangre - Vos tendríai que ser hueona si me soltai la mano, ya te dije que tengo Sida. — Bien hueona tendría que ser- atiné a decirle con la frialdad de la adrenalina, la cabeza golpeada, la nariz chueca. El pánico adormecido. Así que de esto se trataba el leve presentimiento onírico que había inquietado mi paz matutina en la suavidad de mis sábanas. Avanzamos rápido entre calles poco iluminadas, un par de personas se nos cruzaron cerca de Matta, pero nadie reparaba en nosotros. Una pareja más. Una mujer mirando el suelo. Un hombre sosteniendo firmemente su muñeca. Ahora Dylan cambiaba su historia y su domicilio. Ya no era un lanza internacional. Ahora era un asesino de El Castillo. Había matado a tres hombres y ya había pasado por la cárcel. Dylan ¿No era un nombre de una persona más joven? — No te voy a devolver tus hueás y tampoco te voy a ir a dejar a tu casa – anunció - ahora voy a hacer parar un taxi. ~ 55 ~
— ¡¿Querís que me vaya contigo?! -pregunté con la última fibra de lenguaje que quedaba en mi garganta asustada. —No hueona, si ya te dije que no soy un violador. Lo vi subir al taxi desde un paradero. Lo vi entrar al cálido asiento trasero con una sonrisa plácida en el rostro. Mi mochila sobre sus piernas escuálidas. Lo vi desaparecer con mi rostro adolorido. Ya no me importaban mis cosas, excepto quizás lo que había dentro del computador. Una serie de archivos. Proyectos incompletos. Empezados e incompletos. Valiosas incompletitudes de años. Incompletitudes no respaldadas perdidas para siempre en sólo algunos minutos. En la banca del paradero una pareja real me observaba tras liberarme del verdugo. No tenían más de 25 años. La mujer no dejaba de mirarme y pronto se puso de pie para preguntarme qué me había pasado. Dos o tres palabras. Su abrazo rodeó velozmente mi espalda entumida, luego tomó mis manos en señal de compasión. Las suyas eran suaves. Así, muy pronto pude recordar cómo se sentía el contacto con otro ser de privilegiada humanidad. El olor a alcohol había desaparecido y ahora sentía el aroma mezclado de un perfume femenino con otro masculino. El hombre escuchaba con expresión incrédula los detalles de la embestida. Si yo hubiese dado una señal de alerta, aseguró, él mismo habría golpeado al “desgraciado”. Pero él no conocía a Dylan ni la fuerza que alcanzaba su dominio. Y yo tampoco sabía quién era Dylan, aunque hubiésemos caminado de la mano, aunque hubiese sentido sus manos en mi escote, aunque me hubiese sentado junto a él en una cuneta a oír su historia. Sin poder avanzar, me senté un momento en el paradero. No dejaba ~ 56 ~
de pensar en su última expresión satisfecha, sus comisuras alegres, la mirada perdida en algún horizonte imaginario tras el asiento del taxista. ¿Quién era Dylan? Un ladrón que robaba lejos de su casa, que necesitaba llegar cómodo tras una jornada de trabajo ¿Un ladrón patriota que rechazaba a los torcidos? ¿Un asesino en serie? ¿Un ladrón que no era doméstico y tampoco un violador? Un ladrón chileno que conocía Europa. Un hombre que tenía Sida y seguía vivo. Quién sabe. Pero el relato que se dibujaba en sus oscuras pupilas era injusto y aterrador.
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Fragmentos Bruno Peralta
~ Fragmento 1 Una voz quebrada sale desde el fondo de su garganta: “Mamá.” “¡Tranquilo, mijo! Si tiene que estar en algún lado por aquí…” le responde mientras da vuelta y revuelve cajones buscando la panacea. “Tu tía Pati me dio el número porque su hijo se enfermó de lo mismo”. El incesante sonido de distintos objetos chocando con la madera del cajón le revienta la cabeza. No puede más. Felipe es una copa quebrada que está esparcida por toda la habitación. Hecho pedazos y polvillo. “Mamá,” insiste.
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Fragmento 2 El tibio sudor en el bus lo marea. No puede escapar del aire ni apagar la calefacción. Siente náuseas. Aburrido se apoya en la ventana y su frente dibuja un óvalo a través del que se pueden ver los autos en la carretera. Un centenar de luces rojas se fugan en el horizonte. El taco le regala un poco más de tiempo antes de la inevitable conversación con su madre. Un colectivo le recuerda los paseos familiares con sus padres cuando iban al mall en Santiago. Su padre escondía su rabia a través de unos pesados lentes negros y labios apretados. Su mamá agotaba sus penas comprando ropa. Este recuerdo de ella le revuelve su estómago, lo pone nervioso. Pone música. Cambia una canción. Cambia la siguiente. La siguiente. Siguiente. Escucha 10 segundos de una balada. Siguiente. Siguiente. Se duerme. Fragmento 3 Felipe se pierde; no se quiere devolver. Camina sin rumbo por calles oscuras. Enciende un cigarro. Se asquea. Lo apaga. Camina. Fragmento 4 Carrete de viernes en los pastos. Felipe cabizbajo bebe de una copa plástica. Conversa con monosílabos. No. No. No sé. Sí. Parece. Hoy día. Sí. Los rayos dorados de la tarde hacen que sus ojeras y ojos hinchados se vean preciados. El olor a tierra húmeda camufla el vómito de su desesperación. Su bus sale en 52 minutos. 51. El tiempo corre y luego tiene que caminar al paradero. Se despide. Llora. Camina.
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Fragmento 5 Felipe toma un café cargado y rechaza el pan con mantequilla que le ofrece su madre. Miran las noticias. El equipo A le ganó al equipo B. Disturbios en la marcha de la tarde. Famoso pastor usa bandera de alfombra. Nueva línea del metro. Felipe apaga la tele y sus miradas se cruzan. “Mamá. Te tengo que contar algo”.
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Este fanzine fue impreso durante el intenso invierno 2018, entre amigues viejos y nuevos, en Santiago de Chile. La familia tipográfica para texto y títulos es Utopia. Portada impresa en opalina opaca 200g. Interior impreso en papel bond de 80g ahuesado. 1ª edición 50 copias
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Agradecimientos a: