Guardagujas66

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rodrigo solís josé de jesús sampedro agustín fest sofía ramírez jorge boccanera edilberto aldán foto

juan francisco pizaña

diciembre 2012, n° 66


dos

mala racha

***

Un día (el del magno evento), para mitigar mis nervios y evitar que se durmiera el teatro entero, atiborrado hasta la última butaca de intelectuales y gente respetable de la política villahermosina, hablé de casi todos los lupanares, adefesios arquitectónicos, personajes rocambolescos e imposibles que aparecen en la televisión y/o en las calles de la ciudad donde vivo, ciudad que, dicho sea de paso, es n día, me prometieron que ganaría el premio estatal de periodismo Patrimonio Cultural de la Humanidad, galardón internacional obtenido a pulso, luego de que, en el certamen donde me ignoraron y humillaron, le tal vez, precisamente por esconderle en sus guías turísticas a la UNESCO dichos entregaran el jugoso cheque a un periodista de verdad, de esos que lupanares, adefesios arquitectónicos y personajes rocambolescos e imposibles. escriben en los periódicos y aparecen en la televisión diciendo que nuestros políticos (dueños de todos los periódicos y canales de televi*** sión) hacen muy bien su trabajo, pero que, sin embargo, por causas misteriosas seguimos hundidos y condenados a vivir en la pobreza. Un día, en un bar del centro de Villahermosa, borracho hasta el tuétano gracias -El próximo año tienes mi voto –me dijo uno de los tres jueces del jurado, alen- a los viáticos que generosamente me brindó el gobierno del Estado, el director tándome a no desfallecer en mis intentos por ser un escritor respetado. de una revista de fama nacional (o mejor dicho, conocida sólo por cierto círculo de intelectuales) tuvo la disparatada idea de sacarme del anonimato al querer *** publicar un escrito mío en su famosa revista. -Tengo el título perfecto para tú escrito –me dijo muy orgulloso de él mismo. Un día, en un bar del malecón me topé con otro juez del jurado del Premio Estatal de Periodismo, premio donde me humillan e ignoran sistemáticamente. Éste *** señor, cerveza en mano, me dijo, guiñándome un ojo (lo que interpreté como una clara e irrefutable señal de que contaría con su voto): Un día, la revista de fama nacional apareció y circuló sin pena ni gloria como lo hace -Este año seguro ganas. cada dos meses en algunas pocas librerías del país, salvo en mi ciudad. Pensé: si las matemáticas son una ciencia exacta, es imposible perder este año el jugoso cheque que me otorgará la tan anhelada, efímera y engañosa respetabili*** dad en el medio de los intelectuales. Un día, de regreso a casa de mis padrinos que tanto me aman y que en los últi*** mos años me han salvado de la mendicidad, descubrí que la bonita fachada color verde pistache de lo que consideraba mi hogar dulce hogar había sido mancillada Un día (fecha límite y faltando una hora para el cierre de inscripciones al premio con una amenazante leyenda en pintura de aerosol color rojo sangre estatal de periodismo), camino a la Notaría Pública No. 2, tuve un impredecible y sorpresivo ataque de diarrea que abordó mis intestinos en mitad de la calle 61 del centro histórico de la ciudad. Pegado a la pared de una casona, bañado en sudor frío y presa de escalofríos, sopesé las únicas dos posibilidades que tenía: correr en dirección a la notaría y registrar mi escrito y ser de ahora en adelante un escritor respetado que se caga en sus pantalones frente a las secretarias y a los notarios públicos, o, acción por la que me incliné, correr en dirección contraria a la notaría y seguir siendo el pobre diablo que soy pero que llega justo a tiempo al estacionamiento para cagarse en sus pantalones en la privacidad de su coche.

rodrigo solís

*** Un día, uno de mis mejores amigos no pudo asistir a un encuentro de escritores en Villahermosa debido a que en su trabajo no le dieron licencia para ausentarse tantos días, así que el gobierno del Estado no tuvo más remedio que enviar a tan magno evento a un impresentable como yo a que dejara muy en alto el nombre de mi ciudad.

Fragmentos de la novela Mala Racha. Puedes comprarla aquí: http://malaracha.micabeza.net/

del cuerpo del alma

josé de jesús sampedro

ylvia Kristel incorporó al Gran Deseo la juventud del joven típico que deseó encontrarse un día cualquiera a una mujer o a semejanza o a imagen de Ella o de Emmanuelle, la ella Otra que la habitaba (matizo: que la irradiaba toda de opaca luz hasta cubrirla toda de claroscuro). En rememoración entonces sólo de su mutua y ruda historia terrena: nacida Sylvia Maria Kristel en la ciudad de Utrecht (geográficamente al centro casi de los Países Bajos, de Holanda) apenas hacia la curva en línea electa que traza el 28 de septiembre de 1952, primogénita hija de un sutil matrimonio cuyo irreprimible padre la abandonó, y poseedora justo de una sobria belleza (capaz de armonizarla en lo ingenuo, en lo perverso) que iría después completándose y refinándose hasta bordear el alto canon que circunda y que designa lo clásico, desde antes del comienzo incluso de su adolescencia deambulará alrededor de ciertas áreas obvias del mainstream de un mundo en pleno cambio orgánico (distintivamente estético y/o ético), secuela aún próxima de la convulsión interna del Yo implícita en la contracultura de la década de los sesenta, y allí la tenue y férrea causalidad habrá de transmutarla en icono. Disímil símil, corre la vida. Emmanuelle es la protagonista de la fasta novela homónima de Emmanuelle Arsan (pseudónimo de Marayat Bibidh o de Marayat Rollet–Andrian, una euroasiática y francesa proclive o acaso inmune al enigma: hay quien continúa atribuyéndole la novela

a la física diplomacia en forma de Louis–Jacques Rollet–Andriane, su marido) y, extendidamente, es también la protagonista de la fasta película homónima de Just Jaeckin (un francés no de París, sino de Vichy, ortodoxo artífice de un estilo que le confía a lo óptico lo anecdótico, y que insinúa siempre aunque inscribe o aunque afirma, y que adivina o que vislumbra el magno clímax en el fervor de lo Fortuito de lo Invisible). Disímil símil, corre la vida. En síntesis: una protagonista alterna que habrá de vindicar de nueva cuenta lo unánime y lo fugaz, lo placentero efímero que precede a lo placentero perpetuo porque en su esencia misma lleva lo único y lo fragmentario y porque a cada tregua y a cada guerra amorosas le ofrenda el alma al cuerpo. Metaforizándolo: entre Emmanuelle, la novela (1959), y Emmanuelle, la película (1974), Sylvia Kristel instituyó a una Sylvia Kristel que instituyó la imperativa necesidad de volver a la práctica de un erotismo erróneamente aherrumbrado en la pura y simple idea de un erotismo (prescrita en las tertulias ideológicas y/o eclesiásticas). Disímil símil, corre la vida. De acuerdo: Sylvia Kristel murió el 17 de octubre de 2012 y Emmanuelle desvive en la electa línea en curva de lo pornográfico. Pienso en esa tesis según la cual nuestro erotismo es antagónico a la finura... Circuitos. Círculos. Io, Emmanuelle, una contigua película italiana que data de 1969, convencería a Just Jaeckin de filmar la suya. “Emmanuelle Song” sería el tema de su película. Me intima ahora a Sylvia Kristel. Vuelve el tiempo ido


tres

a veces la palabra: algo que decirle a jorge boccanera

ella

jorge boccanera

sofía ramírez

A veces la palabra como una copa rota donde morder el polvo, y otras veces un agua de alumbrar. Jorge Boccanera o es la musa cantora ni el pájaro chillón,/ ni el muñeco parlante ni la dama que dicta./Es una Sordomuda,/que te muestra la lengua por sólo una moneda./La lengua está vacía./La moneda tiene que ser de oro.” He aquí lo primero que leí de Jorge Boccanera: una moneda de oro entregada a la poesía. Entonces, el descubrimiento: Sordomuda la poesía que muestra la lengua vacía, esperando que el poeta comprenda que no se trata de musas o el canto del pájaro, que nadie dicta el poema, que el poeta debe ser voz y oído. No hay moneda de cambio si no es la más valiosa, así como afirmaba el poeta persa Nizami Gandzavi “Bajo la lengua del poeta se esconde la llave del tesoro”.

Porque en el poema se deben dejar trozos de piel y alma, y para Boccanera esto no es ajeno. Perteneciente a una generación tocada y trastornada por la tragedia de su entrañable Argentina, su poesía tiene al mismo tiempo la angustia del abismo y el vértigo de la cima. El poeta es el hombre y todos los hombres, pues al hurgar entre las entrañas, muestra lo que se esconde en las de los otros, que somos todos, “Yo digo adentro mío, en esta tarde/de otros”. Definitivamente, la poesía es la “religión original de la humanidad” como creía Novalis. Boccanera afirma “Hay que incendiar a la poesía/y cantar luego/con las cenizas útiles” y así lo consigue: con el poema incendia y de las cenizas extrae aquel tesoro, aquella moneda de oro. Su voz es precisa y su palabra repta como lengua de fuego, dejando su marca indeleble, como una cicatriz. Su poesía “Viene despacio” y permanece. El poema, “Una lágrima sola para nombrarlo todo”. El poeta es el hombre que se nos “viene cayendo por la sangre”

fumador en la banca, humo del jugador

ay una frase muy sencilla que requiere un puñado de experiencias para entenderse. En su sencillez se encuentra la trampa y en sus consecuencias un dejo de desencanto. Al principio hay un poco de resistencia, pero cuando entra, entra bien y se repite como un mantra, un canto de guerra antes de lidiar contra una bestia que oculta los cuernos: “Tienes que ponerte la camiseta”. No soy inocente. Muchas veces he caído en expresar esa simpleza para invitar una reflexión, un cambio de actitud en el otro, así como me la dijeron muchas veces desde la niñez hasta la juventud y obligaban una mueca por lo cándido del discurso.

la habitación de humo

“¿Qué es ponerse la camiseta?”, pensaba y desmenuzaba la frase, “¿quitarme lo que tengo puesto y ponerme otra cosa?, ¿se refieren al cambio de equipo que hace un deportista y tiene que vestir otro Jersey? (Algo rastrero y traicionero, como cuando un jugador del América se pasa para las Chivas, y viceversa), ¿Acaso, en mi vida, llevo puestas múltiples playeras metafóricas que cambio, desecho o remendo conforme a la circunstancia? ¿Cuántas camisetas más debo de ponerme para que me consideren digno (el hombre camiseta lleva ya 28, porque más es imposible sin que algo se reviente, o el cuerpo o la tela), cuántas más?” En realidad la frase se refiere a algo más sencillo, un discurso vulgar de motivación: Hay un jugador, un deportista o un atleta que espera en la banca. Llega el entrenador, pone una mano sobre tu hombro, su frente sudada, su voz rota de tanto gritar insultos, y paternalmente susurra mientras aprieta tu carne con firmeza: “Ponte la camiseta”. Es hora de entrar en el juego porque el partido depende de ti; porque te considera listo para sacrificarte y tal vez, salir victorioso; o porque no hay de otra y no importa tu aparente indiferencia, las circunstancias que te arrastraron allí, tienes que entrar y exhibir galanura, la gracia atlética de los dioses, la necesidad imperiosa de agradar al padre putativo (o quizás biológico) que implora, a su manera, tu entrada en el juego. Obviamente, hay jugadores dispuestos a entrar, crecieron cómodamente con esas analogías deportivas y motivacionales como si fuera un manual para la vida. Sienten ese vacío en el estómago que sólo pueden colmar con calentamiento y una intensa observación al juego, cómo va, para no sentirse inútiles, estatuas estériles derruyéndose en la banca. No sólo se ponen la

Viene despacio entra, tropieza con mi tos, con mi costumbre de dejar la nuca en cualquier parte. Viene despacio, ordena mis silencios, desata las palabras necesarias, recibe la correspondencia de mis ojos. Viene despacio a tender sus manteles de ternura. Viene despacio, apenas echa humo para no despertarme. Se abre paso entre vasos arrojados al día, retratos de mujeres, noches de bronca y noches de ginebra. Viene despacio, entra, se arrodilla al borde de mi alma a juntar los fragmentos de mi risa, después se vuela azul como la tarde

camiseta, ya la tienen lavada, aromatizada, planchada y doblada a un lado de la banca, una armadura lista para ser utilizada a la menor provocación.

Fumadores empedernidos, como yo, disfrutan apaciblemente con la pierna cruzada, sentados en la banca, su contemplación metafísica en el baile de las porristas y las espectadoras saltarinas y cuando sienten esa mano en el hombro no pueden más que suspirar con un poco de tristeza, tirar el cigarrillo y hacer como que se ponen la camiseta para presentar en el terreno de juego un espectáculo deplorable que, con suerte, irá alimentando una suerte de furia y aunque consigan involucrarse en el juego, no dejan de pensar que el espectador, y los otros jugadores, acaban de recibir un payaso que se ha puesto la camiseta al revés y que más bien se ha convertido en un elemento caótico, absurdo, dentro del juego con el objetivo accidental de arruinar lo bien que todos los demás se la están pasando.

agustín fest

“Ponte la camiseta”, depende de la circunstancia, no es tan malo como se cree. Cuando eres joven y no quieres, es una ofensa, es pedirte que arruines el conjunto de ropa que tanto trabajo te ha costado decidir, olvidarte de quien eres para entrar a una situación que no te gusta, o no quieres, o es demasiado problemática. Es fácil no ponérsela porque eres joven y aparentemente nada te lo impide. Pasan los años y, aunque todavía hay un ruido incómodo, decides ponértela para evitarte una secuencia de momentos incómodos: un despido, una mala calificación, el escarnio público, el exilio a otro país, una ruptura amorosa o el divorcio tan temido. En lo personal, yo la uso como una respuesta floja a confesiones de jóvenes imberbes cuando exponen un problema de su edad y que se resolverían, pues, con un poco de menos necedad. Mi situación preferida de la frase es cuando estás acostado, miras fijamente al techo, piensas en las múltiples responsabilidades adultas y las consecuencias de ignorarlas, entrecierras los ojos para cachar las partículas de polvo, escuchas el ruido de afuera, un claxon, un hombre vende chicharrones, los zanates vuelan e imaginas sus silbidos al ocaso, no fumas ahí porque no es permitido y aún cuando tienes ganas de hacerlo el cuerpo se niega a levantarse, una mano posa sobre tu pecho, una pierna desnuda sobre la tuya, el sudor evaporado de un amor que continuamente está pereciendo y alguien susurra, flojamente, “ponte la camiseta, es hora de vestirnos”.


cuatro

el atril de la luciérnaga

marco ángel

Cruzar un puente. Estar junto a alguien. Y darse cuenta de que lo único que nos había unido era el puente. La vida suele ser un acto heroico de consecuencias vulgares. Su inteligencia era exuberante, una selva virgen. En el amor el punto final es el primero de los suspensivos. Entrar al amor tomando precauciones es arriesgarlo todo. Hay errores que se pagan con la vida. Nacer, por ejemplo. No quiere su vida pero no puede matarse: se lo impide la idea de que el suicidio sería el primer acto digno de una persona como la que sí le gustaría llegar a ser. Hay cosas, como el amor, de las que casi toda la gente cree tener algo que decir. A veces sospecho que el amor es sólo ciertas ganas de hablar. Los pobres diablos nos gastamos en infiernitos. Amo a mi mejor enemigo: hay un indefinible placer en reconocerme en esa inversión de lo que soy, en no rechazar lo que creo no ser… Pero, como al cabo todos somos iguales, mi placer se disuelve en la apariencia y –en el extremo de todo- me distingo a mí mismo como la esencia de lo que duele en este mundo. La juventud sólo alcanza para tres o cuatro amores eternos. Una vida sin locura no tiene razón de ser. Quien lo quiere todo, quiere demasiado poco. La diversidad de las religiones es una prueba de la esquizofrenia de Dios. Un adulador es aquel que piensa que amar al prójimo como a uno mismo significa masturbarlo. No hay nada como ser otros. Tan felices, tan ajenos. La memoria es un espejo que fluye y refleja vacíos. Algunos se pierden en la corriente; otros resisten a ella como algunas piedras y, como éstas, se pulen y se embellecen con el tiempo. Él ama la imagen de sí mismo. No sabe que ella lo engaña con un estereotipo. Tiene una estupidez metódica. En cuanto puede dar un mejor argumento, cree que está en lo cierto. La paciencia es la modestia del heroísmo. Existe la hermosa felicidad y la ironía, su parienta pobre. El atril de la luciérnaga, fue publicado por Ediciones Arlequín en el 2011. Agradecemos a Marco Ángel la posibilidad de publicar una selección de este libro “anómalo”, como el autor mismo lo llama, porque es una carta que busca alcanzar, tocar, a otros náufragos

editores

edilberto aldán J joel grijalva

consejo editorial

beto buzali J alberto chimal J luis cortés J rodolfo jm J norma pezadilla Jsofía ramírez J jorge terrones

diseño

sarahi cabrera

retorno

maniobras de escapismo

edilberto aldán

a pregunta cayó en el centro de la mesa con el mismo sonido mineral con que se depositan las monedas sobre los párpados del fallecido para acompañarlo en su viaje: ¿Quién te hubiera gustado ser? Evidentemente no esperaba que la conversación tomara ese rumbo La respuesta vino a los labios con la velocidad de las certezas que te cubren el rostro al menor descuido, que agazapadas esperan el momento exacto para dejar una cicatriz en la memoria: A mí, a mí me hubiera gustado ser ese a quien ella miraba. Porque si bien es en los ojos del otro donde encontramos lo que somos, hay miradas que reflejan no la realidad del instante, sino la posibilidad del mañana, tal y como podríamos ser. Cargados los hombros por las expectativas y deseos del otro, por quien creen que podemos ser más que por lo que uno es. De ser alguien, me gustaría ser ese que se reflejaba en su mirada, hace muchos años ya. Ser ese en el que ella creía y nunca he sido, que nunca seré. Entonces regresé al sitio donde alguna vez pude ser otro. Lo intenté a pesar del conocimiento de que para el retorno sólo hay dos condiciones posibles: regresar derrotado o volver dispuesto a ser vencido, una vez más. Creí que para el retorno era algo posible distinto al fracaso. En un primer instante me dejé consumir por la soberbia al pensar que todo había cambiado por el simple hecho de que ya no estaba ahí, como si el tiempo se hubiera ensañado sólo por mi ausencia, como si en un descuido, apenas una vuelta del rostro, los años cayeran ruinosos sobre todo aquello que amé. Me quedé mucho tiempo, demasiado quizá, parado ante la que había sido mi ventana: yo viví aquí y tuve la oportunidad de ser distinto, repetí a manera de conjuro, con el ansia secreta de que el hechizo desvaneciera los letreros de clausurado, deshiciera el desastre que ocupaba el edificio donde alguna vez en tus ojos me reflejé de manera distinta y me apuraste a subir las escaleras para hacer el amor, donde me acariciaste, donde acariciaste a ese que pude ser y hoy estoy buscando. Busqué en esas ruinas y el acecho sólo sabía de una palabra: aquí. Aquí hicimos el amor sin importar que las ventanas no tuvieran cortinas, evadiendo las miradas en escándalo de los vecinos. Aquí el deseo tomaba forma, un juego de esconder y hallar en que las miradas eran las claves que permitían descifrar el mínimo gesto. Aquí fue la esquina donde nos ocultamos del mundo. Recostada sobre la duela una noche escribiste unas líneas que no alcancé a leer. Aquí nos enredamos en una conversación para sostener el mundo, con la certeza de que la destrucción de todas las cosas sucedería de rendirnos al silencio. Aquí bajo una silla depositamos el desaliento con que nos cargaba la espalda la vida diaria para someternos al cansancio de descubrirnos, las manos elaboraban cartografías de la novedad sobre nuestras pieles recorridas una y otra vez, pero sobre todo aquí se nos llenó la boca con palabras imposibles, declaramos “para siempre” sobre estas ruinas. Un hombre me hace a un lado para poder entrar a eso que yo miraba como ruinas, lo reconocí de inmediato, súbita, la idea de que me dejara pasar, mirar desde dentro el sitio en que habíamos sido, ahí donde me miraste como hoy quería ser. Lo detuve, enseguida la sonrisa que dice: “soy yo”. En sus ojos la respuesta inmediata, la sorpresa, un “¿quién eres? que no dejaba lugar a dudas, no me reconocía. Abandoné el esfuerzo, pregunté cualquier cosa, las señas para hallar una calle y lo dejé que se fuera pensándome turista. Le di la espalda a la ventana, a medida que me iba alejando de ella me vino a la mente un poema de Cavafis [Ten siempre a Itaca en tu mente. /Llegar allí es tu destino. /Mas no apresures nunca el viaje. /Mejor que dure muchos años /y atracar, viejo ya, en la isla, /enriquecido de cuanto ganaste en el camino /sin aguantar a que Itaca te enriquezca]. Con esas líneas de Cavafis, comprendí cabalmente el sonido mineral con que cayó sobre la mesa la pregunta que me trajo de vuelta: ¿quién te hubiera gustado ser? De espaldas, alejándome del sitio donde pensé que hallaría la posibilidad de ser ese al que con tanto amor miraron alguna vez, confirmé que la respuesta primera era correcta: me hubiera gustado ser el que estuvo en tus ojos. Como la única posibilidad del retorno es la pérdida, preferí el naufragio, que como al edificio donde alguna vez, todo, todo lo desmoronara el olvido, para así tener una posibilidad distinta, para así ser capaz de construir otros Aquí, donde sea posible que suceda de nueva cuenta el prodigio de ser mirado por el otro como puedo ser y no como soy. Por ahora, lo único que está en mis manos, es contarlo… [Intenté, como Cecilia Eudave en su columna Qué sabe nadie (guardagujas 65), un retorno al lugar en que crecí, al bloque de construcciones que durante mucho tiempo representó el mundo posible, salió espuma. No se regresa indemne de la memoria, tuve esa certeza, acompañada de otra que comparto públicamente: quien es capaz de descubrir en los detalles el fulgor del milagro no puede dejar de escribir, aunque no debiera contarlo, aunque duela, a pesar de todo, no se puede abandonar la escritura; entonces Cecilia, a escribir]


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