julio 2013, n° 81
foto
juan rulfo
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ace poco estuve en la Universidad Veracruzana de Xalapa, en la mesa redonda sobre el sesenta aniversario de la publicación del libro de Juan Rulfo El Llano en llamas (1953). Ahora, y para esta columna, decidí que sería bueno hacer una breve mención —y reconocimiento— a un texto que se ha instaurado entre los mexicanos como uno de los pocos libros que se siguen leyendo y forman parte de ese imaginario colectivo sobre el campo y sus habitantes. Aquí dejo sólo algunas reflexiones de las muchas que expuse en la mesa redonda, donde valido la vigencia y permanencia
a 60 años de un llano en llamas…
qué sabe nadie
cecilia eudave
de este volumen de cuentos que ha evidenciado puntualmente nuestra naturaleza tanto humana como mexicana. El siglo XX en México fue un época de transformaciones no sólo sociales o políticas sino también culturales. La revolución mexicana trastocó el continum de un país que seguía construyéndose aceleradamente con intenciones de integrarse a un proyecto nacional con miras a una modernidad. Esa necesidad de
ser reconocidos como una nación homogénea y fuerte, será la tarea primordial del gobierno impulsado a diseñar lo nuestro, lo propio, como principio de fortalecimiento identitario. Las artes contribuirán de manera importante a la prefiguración de un ideal de lo mexicano con miras a la unificación del país. En medio de todos estos esfuerzos, y una vez que México entra en un estado de medianos conflictos, surgen muchas
obra literarias que evidencian la vida cotidiana, no sólo en el contexto de la ubre —ya fuera la capital o las ciudades de provincia— sino en el campo, principal centro de conflicto donde la pobreza y los estragos de la revolución habían dejado más golpeado al país. Bajo ese panorama, y con la urgencia de sumarse a una construcción total de lo mexicano, se privilegian ciertos tipos de discursos que desde la óptica del poder, de-
ben evidenciar y conformar la mexicaneidad. Mejor momento y mejor espacio no pudo tener la recepción de la obra de Juan Rulfo, primero con su libro de cuentos El Llano en llamas y después con su novela Pedro Páramo (1955), ambas obras de medio siglo que establecerán, no sólo una nueva línea estética, la del ruralismo, sino una nueva veta de representación del mexicano que será explotada por el gobierno necesitado de validación hacia el interior y exterior del país. Recordemos, como bien señala Bourdieu en su libro Las reglas del arte: El productor del valor de la obra de arte no es el artista sino el campo de 4
dos
imprecación contra la comodidad A mi padre, que tanto gozaba de mis textos ace algunos años, un muy querido amigo mío me contaba que prefería bañarse con agua fría y dormir en el suelo o sobre catres. Fundamentaba su preferencia trayendo a la memoria un refrán que dice que “el diablo entra donde hay comodidad”. Y en efecto, echando brevemente la mirada hacia la historia, parecería que así es. Nunca antes el hombre había tenido una existencia tan facilitada por objetos. Bien visto, hoy en día no hace falta que uno sepa nada más que tres trucos para conseguir sobrevivir. Ya no resulta necesario saber cocinar, lavar, moler, hacer fuego. Bienvenidos a la era de la industrialización: alguien más ya hizo por todos nosotros un método ágil para facilitarnos, ¿inutilizarnos? la vida. Adiós a las técnicas tradicionales y artesanales, son una pérdida de tiempo y llevamos prisa para llegar al espacio. Quítate el hambre con una maruchán. Estamos, pues, absolutamente entregados a los placeres. El placer de que alguien o algo haga por nosotros lo que en principio teníamos que realizar con nuestras propias manos, energías y tiempo, para que nosotros podamos dedicarnos a otra cosa. O a nada. Y en la creencia de que el mundo sería mejor y más gozable, nos tiramos no a la inercia sino al estilo de vida acelerado y sin sentido que llevamos ahora, en el que no hacemos prácticamente nada que nos recuerde que somos verdaderamente valiosos, capaces de hacernos cargo de nuestra supervivencia. Lo que nos ocupa hoy en día son los cursos y libros de superación personal que precisamente nos “enseñen” a sentirnos atractivos, inteligentes, con valor, con humanidad. Hemos llegado al punto en que lo único que realmente importa es que ganemos el dinero que nos requieren para pagar la luz, pagar la comida en el súper o en la cocina económica, pagar la lavadora y la licuadora, pagar el gas, pagar la escuela, pagar el gimnasio, pagar el carro, pagar la casa. ¿Y qué tiene que hacer uno para ganar ese famoso dinero? ¿En qué trabaja la mayoría? Según el censo del INEGI que registra la actividad económica del país del 2010, cerca de 6 millones de mexicanos se dedicaban a actividades primarias, o sea, aquellas relacionadas con la Tierra, como la agricultura y la ganadería. Por otro lado, 11 millones de compatriotas dedicaban sus días a transformar la materia prima y hacer, por ejemplo, zapatos, calzones, iPods o aviones. Por último, cerca de 30 millones despertaban casi cada día
sara mandarina para vender lo que 11 millones hicieron con lo que 6 millones extrajeron del planeta. O sea, casi el 20% de la Población Económicamente Activa se dedicaba al comercio. Comprar y vender. A eso se ha ido reduciendo nuestra existencia. Nos damos cuenta de que paulatinamente nos hemos ido alejando de nuestra naturaleza creadora, de nuestro prehistórico hábito de mantenernos ocupados porque, de otro modo, moriríamos. Nos hemos distanciado de nosotros mismos y de los parajes naturales que infaliblemente nos recuerdan que también nosotros somos animales, y que por tanto tenemos un lugar en la tierra que está validado per se, sin necesidad de que individualmente demostremos algo. Pero, sobre todo, nos hemos olvidado de que somos capaces y por tanto poderosos. Nos hemos asumido como robots hacedores de dinero y consumidores de bienes. Así, pues, seducidos como estamos por la maravillosa intrascendencia, que consideramos un placer epicúreo porque nos evita grandes esfuerzos, hemos dejado entrar, como mi amigo decía, al diablo. Bienvenidos a la era de las enfermedades psiquiátricas y el vacío existencial. Según un estudio publicado por la Secretaría de Salud, de 1970 a 1997 hubo un incremento del 212% en la tasa nacional de suicidios. En el 2002, en México, el promedio de suicidios era de nueve al día, de los cuales el 70% se cometieron en ciudades, y el 30% ocurrió en zonas rurales. El 68% eran personas menores de 34 años. Parece que nos estamos muriendo y nos estamos matando. Hemos corrido tanto en dirección contraria a nosotros mismos, a nuestras necesidades espirituales, que todo se ha vaciado de su significado. Y entonces comenzamos a pensar que somos seres arrojados al mundo o que el infierno es el otro, como dicen los postulados de dos de los más grandes existencialistas del siglo XX. Pero como estamos tan inmersos y tan acostumbrados a nuestra irresponsabilidad, frente al desasosiego, la alarma, el vacío y el abismo, el único remedio que se nos ocurre es la magia y el milagro. No parece que consideremos salir escalando de ese despeñadero al que hemos caído. No, señor. Hay que pensar que puede uno salir flotando, o bebiendo pócimas, o portando símbolos y medallitas. Producto de nuestra pereza y nuestra mortífera comodidad es la proliferación y éxito de las limpias; lectura del tarot, de la mano, del café y del huevo; la imagen de un tal San Benito (que por cierto mi madre dice nunca antes
haber conocido) colgando de miles de collares, pulseras y llaveros, junto con voluminosas bolitas de colores. Estamos petrificados por el miedo y la pereza. Miedo a perder el trabajo y morir de hambre; miedo al matrimonio y al divorcio; miedo a los desconocidos y al aislamiento; miedo a lo nuevo y miedo, o quizás asco, de lo rutinario, miedo al rechazo social. Y pereza de salir de nuestra zona de confort, de hacer cambios dentro y fuera de nosotros, de experimentar sin certezas. Además, por otro lado, estamos sumidos en la ignorancia y en la violencia. El mismo documento de la Secretaría de Salud declara que una de las causas principales de los trastornos psiquiátricos es la falta de educación. Y educación no es sólo graduarse por ir a calentar la misma silla por varios años: es realmente interesarse y aprender no sólo saberes escolares, sino de la vida misma y del hombre. Y qué puedo decir yo de la violencia que no se haya hablado ya: en la televisión, en la escuela, en la calle, en el trabajo, en la casa, en el entretenimiento, en las noticias… Estamos rodeados por ella, vueltos sus víctimas. Hace menos de dos años estuve trabajando en un periódico como reportera. Una de mis últimas asignaciones fue una investigación para un reportaje sobre las supersticiones en el estado de Nayarit. Fui con miedo, entusiasmo y morbo a buscar a una curandera que me hiciera algunos de los servicios que antes mencioné. Di con una mujer de cabellos pintados de rojo, con textura como de paja, y maquillaje excesivo en párpados, mejillas y labios. En la sala de su casa, donde la esperábamos varios clientes, había decenas de muñecas empolvadas con cara de maldad convertida en tedio. Una de las mujeres que esperaba conmigo me confesó que ella acudía porque cada vez que deseaba algo y lo miraba, el objeto se pudría, rompía, marchitaba o quebraba. Otra, tenía una llaga inmensa que cubría más de la mitad de su cara. Dijo que había estado a punto de morir y sólo esa curandera había podido hacer algo por ella, a diferencia de los médicos en los hospitales. Cuando llegó mi turno pasé a un pequeño cuarto cubierto de imágenes divinas de varias religiones diferentes. Me pidió que le explicara qué me pasaba. Sentí remordimiento de mentirle, así que dije lo único que de verdad me molestaba en aquel momento. “Tengo los intestinos inflamados”, confesé con cierta desconfianza. La mujer dijo un rezo incomprensible y comenzó a pasar por mi cuerpo un huevo. Mientras hacía esto, continuaba pidiendo a
la divinidad por mi bienestar. Al terminar, abrió el huevo y lo depositó en un vaso con agua. El huevo soltó una especie de baba, con una textura y un color muy particular. La curandera me miró muy seria y me dijo que tenía un globo de aire en el intestino y que debía tener cuidado, pues mucha gente fallece de esa enfermedad. Me recomendó hacerme limpias frecuentemente y alejar de mi vida a los espíritus malvados. Ha pasado el tiempo y he hecho grandes avances en curarme de lo que ella llamó globo de aire y lo que los médicos, tan inútiles para mi curación como ella, llaman colitis. Sólo con el transcurso de la vida he comprendido que era imposible recuperarme con aquella cantidad industrial de medicamentos que me recetaban, o como hizo aquella mujer, encomendándome a los dioses. Mi enfermedad era psicosomática. A mí lo que me pasaba era que había decidido anularme para no ser una molestia en la vida de quienes me rodeaban y así pasar inadvertida. Así pues, todo lo que sentía u opinaba lo suprimía y me lo tragaba. Como un ex novio me dijo una vez, en medio de una crisis de dolor: “si te estriñes es porque literalmente no te desprendes de tu mierda”. Sí: probablemente me hubiera muerto de colitis o de úlceras de haber seguido así, igual que hay gente llena de resentimiento que se muere de cáncer. Pero yo lo que necesitaba no eran rezos ni metamucil, buscapina o safolak, sino trabajar arduamente y todos los días en hablar, y establecer límites para sacarme de encima a toda esa gente abusiva que, seguramente, entre otras cosas, querrían de mí que fuera una productiva y eficiente obrerita que hiciera dinero y comprara minucias que me distrajeran, sólo para después ponerme neurótica y terminar por comprarle a las farmacéuticas y grandes almacenes de ropa lo que se cree que es la felicidad verdadera. No, gracias. Ya estoy aprendiendo a reconocer las muchas caras que tiene el diablo
sara mandarina
Mi nombre completo y real es Sara Carolina de la Rosa Aguiar, nací en Tepic, Nayarit hace casi 25 años y me he dedicado desde hace casi siete a la gestión cultural. Soy licenciada en Ciencias de la Comunicación por el ITESO y actualmente soy alumna de la maestría en Gestión y Desarrollo Cultural. En cuanto a la literatura, desde los seis hasta los 17 años escribí poesía y cuento. A los 18 la tendencia se revirtió hacia el ensayo literario, al que me dedico con algo próximo a la devoción siempre que puedo.
tres
una fotografía de lou andreas salomé me guiña el ojo
javier acosta
e paso la tarde observando una fotografía en que Lou Salomé me guiña el ojo. Dicen que bastaba conocerla para parir un libro — aunque había que esperarse nueve meses. El Doctor Freud creía que Lou “había llegado a las últimas verdades.” Y el poeta Rilke, René, para ti Reiner, recibió todos tus frutos bien maduros, y con ella pudo experimentar ese amor de acompañadas soledades —esa unción libre que te propuso décadas antes con timidez ardiente, el profesor de Basilea que prefirió ser Dios, el señor Nietzsche. Lulú, eres aún tan hermosa en tu fotografía. Veo que intentas seducirme. Dicen que no perdiste la virginidad hasta los 34. Inteligente virgen treintañera. Beso tu fotografía. Ay, amor mío, si me preñaras. No es nada difícil imaginar a Nietzsche, todo el día encerrado contigo y con la inoportuna tercería de su mejor amigo —un bon vivant, un tal Paul Rée. Luego decían que los amigos compartían una rusa, habladurías burguesas, nada más. Y el miope profesor que fijaba la vista en tu notable par de tetas y claro tu cintura, ese mentón, tus ojos que me preñan. “Ese sucio monito con sus falsos pechos”, dijo de ti en una carta el profesor que decidió ser
Dios. Me duele tanto leer esos infundios. Luego aclaraste que ya no recordabas si lo habías besado —ahí, en el Monte Sacro, en la propicia soledad de un filosófico paseo. Quizá fue ese momento divinal en que el profesor se te acercó al oído para confiarte así, en voz muy baja, la secreta doctrina del eterno retorno de las cosas —“que pasaría si te acercara un demonio en tu soledad más solitaria y te dijese: esta vida que vives y has vivido habrás de volver a vivirla infinitas veces; y no habrá nada nuevo en ella, sólo el mismo dolor, y la misma alegría, los mismos pensamientos y los mismos suspiros, las mismas minucias y los mismos grandes momentos de la vida que vives, volverán, volverán de nuevo.” Quizá en ese instante de la revelación se vio tentado a rozar suavemente, como por error, como haciendo otra cosa de principio, y después con firmeza, hasta que te retiraste ágilmente, mientras la mano del más grande pensador se daba cuenta de la bella suplantación. “Ese sucio monito, con sus falsos pechos”. No hacía mucho que te había preguntado como tarjeta de presentación, “de qué astros quizá hemos bajado.” Lulú, amor mío, yo no te busco por tus pechos, dime, si aún puedes, una palabra inteligente
cuatro
“Levanta la mano, puntito.” Jimena M. Vázquez, Pólvora or razones de universa índole, últimamente he reflexionado mucho sobre ese extraño fenómeno del interés humano. Eso de girar la ruleta del mundo y elegir un algo a ojos cerrados para darle nuestra atención, desentrañarlo y “volverlo importante”, me parece lo mismo una cosa ociosa que una maravilla. Y evidentemente una necesidad, en términos humanos. No puedo evitar, ahora mismo, pensar qué es lo que tiene que suceder para que nos atravesemos con algo que nos parezca interesante, si consideramos que el término es absolutamente subjetivo; mi conclusión provisional –que quizá se vuelva definitiva o al menos definitoria— es el cuasi mágico fenómeno del ‘timing’, esa suma de coyunturas que envuelve a un evento, un tema, un hecho o hasta una persona haciéndolo parecer “justo lo que faltaba” en el rompecabezas del Yo/Mundo. Una escena de ciudad que acontece justamente cuando vamos con la mirada perdida en la ventanilla del autobús; un libro que tomamos por aparente corazonada y resulta que contiene lo que nos faltaba considerar para una investigación; una conversación ajena que tiene alguna característica naturalmente apreciada por nosotros; un insecto que evade las pisadas de los transeúntes ante nuestra mirada de asombro clavada en el suelo; un alguien que escribe al aire
1 producción como universo de creencia que produce el valor de la obra de arte como fetiche al producir la creencia en el poder creador del artista. Partiendo de que la obra de arte sólo existe como objeto simbólico provisto de valor si es conocida y está reconocida, es decir, si está socialmente instituida como obra de arte[…] ( 2005: 339). Si esto es verdad, la narrativa de Rulfo y sus agradecidos lectores, se beneficiaron de la elección del incipiente grupo en el poder que la escogió de estandarte, percibiendo, muy probablemente, sólo la historia de un México representado como poético, tradicional, exótico y plural, muy nuestro, sin estar plenamente consciente de la aguda crítica, que mediante la metáfora oculta y acusa los mecanismos que produjeron el desencanto de un pueblo tras el gran fracaso de muchos de los ideales de la revolución mexicana. Así, estos dos libros, entre otros escritos en la misma época, nos permiten acceder a una representación del contexto social, en el cual Rulfo, como todos los mexicanos de clase media, resultan herederos pasivos de un movimiento armado sangriento,
las palabras exactas como si fueran un regalo para el momento de vida que atravesamos... Esas casualidades que generan coincidencias y que están regidas por eso que ahora llamo timing, pero que cada quien puede llamar como quiera, se miden en función sólo nuestra, de nuestras necesidades, percepciones e interpretaciones; juzgar que algo llega en el instante preciso adquiere alcances monumentales hacia adentro, pero en realidad no significa nada hacia afuera. El universo fluye en su música natural, nosotros nos encargamos de hacer las conexiones. Y de deshacerlas, también. Interesarse tiene que ver con preguntas y con el deseo de respuestas, pero también con placer y con el deseo de disfrute. Lo que nos interesa nos emociona, por eso buscamos aprehenderlo y exhibirlo en nuestro salón de trofeos. Por eso a veces le damos más importancia a algo que no es nuestra natural prioridad e ignoramos lo que en apariencia debería acaparar nuestra atención. A menudo interesarse es un desliz; y en predecible viceversa, los deslices son seductores per se. De los deslices se han descubierto grandes teorías, se ha
reinventado el amor/desamor millones de veces, se han expandido galaxias ante nuestros ojos. Si todo pasara en el riel del pensamiento sin detenerse ni siquiera un instante, seríamos páginas en blanco: es justamente nuestra capacidad de parar ese tren y apostar por una idea, una voz o unos labios lo que nos obsequia esas historias que, pase lo que pase, nos definen el rumbo en mayor o menor medida. Aunque luego se pierda de nuevo entre la masa de historias que nunca serán contadas, de algún modo lo que nos ha interesado, interesa e interesará tiene siempre algo de tatuaje. Porque así como es capaz de llegar, el efecto “posee usted toda mi atención” es dotado también con el poder de irse. Incluso aquello que nunca pensamos dejar de amar, de apreciar, de celebrar, de odiar o de sufrir es eventualmente desechado, conscientemente o no, por alguna parte de nuestra corporalidad de la que no atino aún a descifrar la ubicación, pero he comprobado que existe. Cuántos de nosotros hemos volteado atrás y visto como intrascendente o superado lo que alguna vez nos pareció indispensable... Y eso no quiere
decir que la persona, tema, hecho o evento que ya no nos interesa haya “perdido” algo: simplemente dejó de sincronizarse con nuestro ritmo de realidad, ése que todos tenemos y del que no podemos renegar porque nosotros mismos lo construimos. Como les digo a mis alumnos, en teoría todo es interesante porque es susceptible de generar atención; la elección es cosa de irremediable voluntad, lo mismo que la renuncia. Al principio, dejar de interesarse por algo es extraño. Se siente un vacío que puede durar un tiempo, en proporción con el espacio que ocupó el asunto, y a veces uno se ve tentado a fingir atención nuevamente debido al terror que nos genera cualquier tipo de vacío. Pero antes que pervertir la magia del genuino interés, debemos confiar en que el timing se encargará de llenar ese hueco cuando menos lo esperemos. Hecho comprobado. Porque si del interés han surgido maravillas, el desinterés resulta también potenciador de nuevas historias en tanto que deja limpio un sitio en donde se instalarán puntos de atención inimaginados. Y lo hermoso de la moraleja es que si jugamos a creer todo esto, también nos veremos claramente a nosotros mismos en el riel del pensamiento de otros, subiéndonos y bajándonos a los vagones del interés ajeno, tatuando historias, dejando un poquito de lo que damos cotidianamente en algún universo, interesantes como somos.
desarticulado y corrupto que intentará afanosamente construir un proyecto de nación inmediato, ansioso por consolidarse y tapar sus males con otros males. Sin bien la novela Pedro Páramo ha eclipsado la producción cuentística de Juan Rulfo, en esa rivalidad de géneros que sigue existiendo entre novela y cuento, donde algunos se preguntan si el escritor hubiera alcanzado la fama sin su novela, me atrevo a decir que sí, los cuentos de El Llano en Llamas ejercen aun un efecto creciente de fascinación, vigencia y pertenencia. Esta obra es síntesis de un sistema de pensamiento social contemporáneo a Rulfo que ataca a las estructuras gubernamentales absolutistas, controladoras, y muestra el desencanto, no sólo del mexicano, sino del hombre en general enfrentado al fracaso del cambio, al avasallamiento de la tradición para imponer nuevas formas, a la melancolía, a la tristeza infinita del desposeído, huérfano, sin futuro del cual asirse. Porque si bien el universo de los personajes rulfianos podría situarse en un punto periférico de nuestro espectro cultural, aquel que denominamos rural, simultáneamente, se le localiza, insisto, en el centro de las preocupaciones del hombre
contemporáneo. Como este espacio es breve, y la intención es recordar el aniversario de este extraordinario libro de relatos, que goza de muy buena salud, solo quisiera enfatizar que lo más sobresaliente —desde mi perspectiva— en este volumen de cuentos es la representación de dos formas de conceptualizar la identidad nacional. Ya sea desde un pasado inmóvil o continuo, basado en la mitología popular, muy cercana a los valores fundadores de la tierra; o desde la irrupción impositiva de un presente que apuesta a un futuro, cargado de modernidad e integración global. Juan Rulfo logra con insuperable certeza evidenciar un momento histórico de cambios y transiciones, trayendo al texto las voces de los desposeídos, logrando crear una empatía y atemporalidad poco común en una obra literaria. Esas voces trágicas y desarraigadas del pasado nos seducen porque son un eco poderoso en el presente: estos personajes rulfianos, como nosotros, viven en un mundo que, más que nunca, engendra desposeídos. El espejismo de la modernidad convirtió al mundo —no sólo a México—en un Llano Grande en extensión y clausura que cada vez se incendia más.
A sestena años de la publicación de este gran volumén de cuentos la vitalidad de su denuncia sigue en pie, recordándonos que somos lo que nos han dejado ser y donde la violencia se manifiesta, aún, como la salida más poderosa para imponerme frente a los otros. De igual modo esa necesidad de poder, que sólo es proprcionada por lo económico, y sobre la cuales se erigen todas las posibilidades de existencia social, política, cultural o de género. Y sostengo lo que en un principio dije, aún si Juan Rulfo no hubiera escrito Pedro Páramo, los textos de El Llano en llamas le valdría su prestigio y empatia con el resto del mundo, pues cada cuento es un universo abriéndose y cerrándose en sí mismo de cara a la modernidad, a sus consecuencias, de frente a la exitnción de un pasado que siempre será mejor desde el contexto en el que nos encontremos. Porque la idealización de lo que fuimos no alcanzará para formular la idea de lo que podemos llegar a ser. Esperemos que el siglo XXI traiga nuevas espectativas y logremos clasurar definitivamente la representación melancólica y de desarraigo que aún acompaña a muchos de los mexicanos contemporáneos.
y tiene pies
verde y humilde
alejandra eme vázquez