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Monchu Calvo. Milagros, vecina de Sevares
Monchu Calvo
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Milagros Fernández
Milagros, vecina de Sevares
Sevares es un oasis verde en la selva arbolada de Bañanti. Un balcón desde el cual nuestra vista recorre uno de los espacios más hermosos del Parque de Redes. A nuestros pies el espejo liquido del pantano de Tanes, y asomados a él, los pintorescos pueblos de Abantro y Tanes, con sus casas de colores que se reflejan en la quietud de sus aguas.
Esta es una historia que ya el tiempo va diluyendo en la memoria de los que lo vivieron, por eso apuré el sentarme con una anciana mujer de Tanes, a la sombra de una fresca antojana, y dejar que fluyeran las ané cdotas y los retales de la vida de otra mujer, a la que el destino no se lo puso fácil.
Milagros, se llamaba, y de apellido Fernández. El lugar donde vivía, a pesar de su belleza, era un lugar alejado de los pueblos del entorno, que, aunque visualmente parecieran cercanos, llevaba más de una hora llegar a Coballes o Tanes, y eso exclusivamente a pie o en caballería, cosa que a ella por su pequeño tamaño le era imposible realizar.
En una humilde casa, sin disponer de ninguna comodidad de las que hoy disfrutamos con normalidad, vivía con una hermana que acabó muriendo al parir una criatura, fruto al parecer de unos amores del “monte” como los llaman cuando son ocultos. Las vecinas más expertas en estas situaciones, del vecino pueblo de Coballes, ya vieron que aquella criatura venia de mala posición, y a pesar de hacer todo lo posible, a falta de médico, no se pudo salvar ni a la madre ni a lo que traía en su vientre.
A raíz de quedarse sin la compañía de su hermana, tenía miedo en la soledad de la casa, que no disponía de luz, salvo algún candil de petróleo y poco más, y tenía miedo, sobre todo, al que ella sabía que había embarazado a su hermana. Contaba que una noche sintió ruido fuera de la casa, era una noche cerrada, pues hasta las estrellas se habían ocultado entre las nubes. La pequeña mujer, presa del miedo, pasó su diminuto cuerpo por la ventana que acompaña este relato, cosa que nos parece casi imposible viéndola ahora, y se fue a esconder a una cabaña cercana, donde se cobijó hasta que llegaron los primeros rayos del día.
Tenía un bulto grande en un brazo, de bastante mal aspecto, ella decía que la había mordido un lagarto y le había llevado un trozo de carne, y que también debido a una mordedura, su cuerpo se había negado a crecer.
Aquella humilde casa la tenía empapelada con periódicos, a los que recortaba unas cenefas con formas geométricas para poner en vasales y estanterías. La cocina era un llar directamente en el suelo, y de aquella estancia ennegrecida por el humo, salía una empinada escalera hacia el dormitorio, que los que la conocieron no daban crédito a que aquel pequeño cuerpo subiera por allí.
Ventana por donde escapó Milagros
Cestos fabricados por Milagros
Cuentan también que durante una gran nevada, y sabiendo sus vecinos del pueblo de Ablaneu de su aislamiento prepararon un grupo de rescate hasta su casa; llegados a ella, se negó a acompañarles, y tuvieron que reducirla entre varios para transportarla amarrada a una escalera a modo de camilla.
En ese pueblo estuvo una larga temporada, casi dos años. Era hábil tejiendo cestos de blima, que luego vendía en algún mercado de Tanes cuando las fiestas del Cristo. Todavía nos mostró una vecina de Coballes algún cesto hecho por ella. Tambié n le gustaba hacer ganchillo, y nos cuentan que se fijaba en las telas de araña para copiar sus dibujos.
A las fiestas patronales del Cristo, acudía con un ramo de laurel que cortaba con curiosidad, y llevaba como un tesoro muy preciado para ofrecerlo al santo. La gente de los pueblos la tenía en cuenta cuando realizaban la matanza, y le ofrecían chorizos y morcillas que ella muy orgullosa enseñaba a los que iban a visitarla.
En la última etapa de su ida, le arreglaron el ingreso en un asilo de Oviedo, llamado “La Malatería”, atendido por monjas, donde acabó sus días esta valiente y decidida mujer.
En el trascurso de la charla con la informante que me narró la vida de esta mujer, recordando lo de “antes” salen a colación antiguos molinos, encuentros con “fugaos” y fiestas donde los romeros, que acudían de lejanos lugares, ofrecían a los santos cera, lacones y panes de maíz, para que los favores divinos mitigaran las escaseces y penurias en aquellos tiempos donde la vida era todo un ejercicio de supervivencia, como nuestra protagonista de este relato, la vecina de Sevares. Milagros.