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Adolfo de los Santos. Los reyes Godos
Adolfo de los Santos
Los reyes Godos
¿Se siente usted orgulloso de la historia y de la cultura milenaria de España y es versado en sus episodios más importantes? En particular, ¿estaría usted interesado en conocer algo más del mundo de los reyes godos que reinaron en la península ibérica desde mediados del siglo V hasta comienzos del siglo VIII?
Pues parafraseando al académico de la historia García Moreno “hoy no seríamos lo que somos si no se hubiera conservado y reproducido la memoria de la monarquía goda”, que constituyó el primer reino hispano unificado e independiente, Reino Visigodo, embrión del Reino de España.
Si quiere usted conocer el trasfondo, un poco crítico, de algunos de estos personajes insertados bajo una corona, adéntrese en esta muestra que le permitirá iniciar una reflexión diferente sobre este periodo de la historia de España.
En la sociedad visigoda existieron frecuentes conjuras de la nobleza y del clero contra los reyes, con redes clientelares y familiares que ocuparon puestos importantes de gobierno.
Los reyes morían, en general, por acciones de vasallos o adversarios, pero también asesinaban o aniquilaban a sus enemigos para subir al trono, en un mundo regio diverso de maltrato físico y psicológico de personas cercanas, de enemistades por creencias religiosas de vasallos, de venganzas sobre ciertas conductas antimonárquicas, de conductas tiránicas, etc.
La acción política de los monarcas godos fue amplia, diversa y variada: unificación política territorial y religiosa de Hispania , guerras independentistas con pueblos irredentos, guerras civiles, políticas de transición democratizadoras, legislaciones corruptas, dejación de gobierno por influencias extranjeras, invasiones del territorio peninsular por adversarios, transfuguismo entre facciones distintas, etc.
La cultura se mantuvo viva aunque limitada a los reyes y a la nobleza en un colectivo con elevado analfabetismo.
No se perdió durante el reinado de los reyes godos la atribución germana de una abundante cabellera, unas barbas bien pobladas y la utilización exclusiva de peines personales.
Este periodo histórico que nos permite hacer una comparación con el momento presente que vivimos, desemboca en este planteamiento que a usted, potencial espectador, aquí y ahora se presenta, pretendiendo llamar su atención a través del impacto visual de “Mis godos”, con la finalidad de estimular una lectura y una posible posterior información sobre unos dirigentes que con acciones, acertadas o equivocadas, generaron el germen de la unión de los territorios que formaban la península y que culminaron una realidad histórica denominada Hispania.
Los tiempos convulsos que vivimos, ignorando nuestra propia historia pasada, recordando únicamente episodios desde el siglo XX hasta hoy, no debe culminar en una enseñanza agresiva y premeditada que olvide nuestro pasado porque la experiencia indica que aquellos que la ignoran están condenados a repetirla.
Detrás de esta propuesta irónica y cuasihumorística de la realidad histórica que como diría Quevedo “muerda, cosa, despedace”, alcanzando incluso la transgresión, hay un trasfondo muy serio pensando en el futuro de España.
Se exhiben en la exposición fotografías con un discurso surrealista y ciertos toques berlanguianos en actitudes con diversa comicidad impulsiva.
La utilización de estos personajes de manera humorística, surrealista y en cierto modo grotesca puede generar cierta animadversión en historiadores doctos en este tema que obviamente disculparán mi osadía, ya que el único objetivo de esta muestra es exclusivamente generar un interés en el espectador que le permita profundizar en la dinámica del pueblo godo y compararlo con la trayectoria histórica reciente de nuestro país.
No hay intención de insultar pues únicamente se utiliza la transgresión para resaltar un tiempo pasado con unos personajes que poco a poco conformaron España.
Con un estado de ánimo humorístico que provoca y trastorna la elocuencia de la ironía acercándose sigilosamente a la sátira y a la parodia, se establece un elixir palpitante impregnado de metáforas y colores donde giran como un tiovivo la burla fina y disimulada, la censura y el ridículo agudo, picante y mordaz.