Este fragmento contiene los doce primeros episodios del libro “A lo mejor” del autor Gus Gall (Gustavo Andrés Gall). Para más información sobre el libro completo diríjase al Blog de Autor: www.gusgall.blogspot.com
“A lo mejor” (un relato de ©-Gustavo Gall) PRIMERA PARTE 1 La tía Fernanda, (Nanda) furiosa, casi al borde de un colapso nervioso, apretó los dientes y se acercó encarándose tanto a la pequeña que sus narices casi se restregaban. -Te lo voy a preguntar una vez más…- dijo, moviendo la boca sin despegar los dientes-. ¿Vos sabés donde está la llave del armario?- Su voz sonaba ya un tanto quebrantada. Todos los parientes mantenían sus ojos clavados en la niña, expectantes, aguardando la respuesta. Había un mutismo tenso en el ambiente. Aby repasó el entorno balanceando los ojos de un lado a otro como si fuera un escáner, y mantenía la cabeza firme y la postura rígida, con la espalda recta y las manos juntas hacia adelante. Tenía los dedos entrelazados. Sonrió levemente y suspiró antes de responder, otra vez: -A lo mejor… La tía Fernanda, que era gorda como un tanque, despegó los dientes para emitir un rugido de furia, mientras sus manos temblorosas se dirigían al cuello de su sobrina. Por suerte los parientes que se aglomeraban detrás de ella la contuvieron, pero no pudieron evitar que le diera un chungo nervioso. La mole cayó al suelo, sobre la alfombra, o la recostaron a propósito tal vez, y desde allí abajo gritaba y pataleaba como una posesa… -¡Hija de puta! ¡Hija de puta! ¡Pendeja de mierda! ¡La voy a estrangular!
Aby hizo un paso al costado y se mantuvo en la misma posición contemplando la escena, haciendo globos de chicle. -¡Traigan agua! ¡Rápido que le va a dar algo!- gritó alguien. -¡Ay Nanda! ¡No te mueras!- llorisqueó una prima. -¡Llamen a una ambulancia!- chilló el novio de otra prima que la apantallaba con el plato de cartón de las masas finas. -¿Nanda, donde están las pastillas esas de meter debajo de la lengua?- le preguntó la esposa del pastor mientras la cachetaba en la cara. -¡En el armario, pelotuda!- respondió el pastor a su esposa. -¡No me insultes delante de la gente!¡Te lo tengo dicho!- y rompió a llorar. Entre empujones y manotazos, alguien pidió que dejaran aire para que pudiera respirar, y una de las sobrinas de la familia de San Nicolás, arrojó sobre la gorda el contenido de un florero. -¡Tarada! Se moja la alfombra- la retó su madre. Tironeaban de Nanda de las extremidades, unos porque decían que había que levantarle las piernas y otros porque aseguraban que era mejor que llevase la nuca hacia adelante. Lo cierto es que no se ponían de acuerdo y la estrujaban para todos lados. El pastor trataba de disculparse con su esposa que no dejaba de llorar y de acusarlo de maltrato. Los chicos correteaban alrededor de la gorda desmayada. Los primos de San Nicolás se pusieron a rezar el rosario en voz alta. Una que llamaba a emergencias para que mandaran una ambulancia. La otra que intentaba secar la alfombra con papel de cocina... De repente todo el torbellino se detuvo cuando milagrosamente Nanda se incorporó y permaneció sentada, con los ojos en blanco. Cuando recuperó el aliento miró con seriedad a la niña. Aby, con sus coletas rubias, la vincha con orejeras de Mickey Mouse, su pollerita de flores pálidas, y sus borcegos con los cordones sueltos, conservaba la misma postura recta de antes. Nanda se llevó la mano al pecho y con la voz ronca sentenció... -No va a ser hoy… ni mañana… pero te juro que te voy a domar, pendeja de mierda… Respondeme “a lo mejor” otra vez y te arranco los dientes con una tenaza. Aby no dijo nada, ni se inmutó, solo hizo explotar otro globo de chicle.
Cuando, al otro día, Nazaria, la mujer de la limpieza, encontró la llave del armario caída detrás del armario mismo, ya era tarde para todo. Los parientes de San Nicolás se habían ido a su pueblo, y los otros primos de Burzaco también. Solo estaba el pastor evangelista (hermano menor de Nanda) y su esposa que se habían quedado a dormir pero no se dirigían la palabra. Es que la mujer del pastor, que estaba un poco copeteada, en su ataque de furia por haber sido insultada por su esposo, se había despachado contando vergonzosas intimidades conyugales. Para sacar del armario las cenizas de la abuela Blanca y sobre todo el joyero con las perlas, collares y anillos que se tenían que repartir entre los hermanos, tuvieron que violar la cerradura haciendo palanca con un destornillador, y destrozaron la puerta. El mismo armario aquel era una reliquia de la familia. El motivo de aquella reunión fue el cumpleaños quince de Blanquita, la hija de Nanda, y aprovechaban que estaba toda la parentela para repartir las joyas y sortear quien se quedaba con las cenizas de la vieja y, de paso, hablar de la herencia. Blanquita y el Ezequiel, los hijos de Nanda, acusaron a su prima Aby, que estaba allí pasando el verano con ellos, de haber escondido la llave del armario. Todos encontraron muy probable que así fuera ya que esa misma tarde la niña había estado muy preguntona porque, se iban a reunir para hablar de una herencia pero su madre Ana, hermana de Nanda y de Ernesto (el pastor) no estaba presente. La chiquilla, que era muy avispada, no encontraba justo eso. Ernesto, el pastor, antes de marcharse, le dijo a su hermana: -Ojo con la nena esta. Tiene un montón de demonios dentro, por lo menos cuatro o cinco. Como Ana. Sacátela de encima porque te va a perjudicar a Blanquita y va a contaminar al Ezequiel, le va a pasar los demonios. Acordate de lo que te digo. -¿Y qué querés que haga, Ernesto? ¿La echo a patadas? -Subila al tren y mandásela a la abuela. Ya viene siendo hora de que la familia del hippie se ocupe de la chica- concluyó mientras se guardaba su parte del joyero en los bolsillos del saco.
2 Cuando los chicos regresaron de la plaza, Nanda le pidió a su hija Blanca y a su hijo Ezequiel, que se fueran a lo de Juliana, una prima solterona que vivía a tres cuadras, para llevarle unos moldes de tarta. Los tres chicos se enfilaron para marcharse, pero Nanda sostuvo del hombro a su sobrina. -Vos quedate Aby. Tengo que hablarte de algo. Todo parecía muy extraño. La niña obedeció y avanzó por el pasillo hacia el comedor. Allí se encontró con el Padre Norberto que estaba tomando unos mates. Era un cura viejo, muy delgado, casi esquelético, que tenía el cuero pegado a la calavera. El hombre le sonrió con su enorme dentadura postiza de mil dientes y la invitó a sentarse. Pronto Nanda se reunió con ellos. -El Padre Norberto vino a verte, Aby, quiere tener una charla con vos. La niña clavó los ojos en la Biblia, el crucifijo, la botellita con el agua bendita y una especie de bufanda larga de color púrpura, que posaban sobre la mesa, a un costado. El anciano volvió a sonreír. Tenía los ojos claros y la cara tan arrugada como un pergamino. -Abigail… qué nombre tan bonito… es un nombre bíblico. ¿Sabés lo que significa en hebreo? La pequeña solo movió los hombros y explotó un globo de chicle. El viejo continuó… -Significa “la alegría del Padre”. La tía y el cura se quedaron mirando a la niña esperando algún tipo de reacción. Nada. -Aby… tu tía me contó que está un poco preocupada porque no te estás comportando muy bien últimamente. Dice que estás un poco… respondona. ¿Es así? -A lo mejor-. Respondió Abby.
-¡Ahí está otra vez!- saltó la Tía Fernanda dando una palmada sobre la mesa-. Se lo dije… es lo único que dice todo el tiempo… “a lo mejor”, “a lo mejor”, “a lo mejor”. Todo el tiempo así. El cura miró a la mujer y le devolvió el mate después de darle una última chupada. -Abigail, querida, decime… ¿vos crees en Dios? La niña miró al cura directamente a los ojos y respondió: -A lo mejor. El anciano sonrió sin ganas. -Entiendo que es un poco raro todo esto, pero me gustaría que colabores un poquito para que yo pueda conocerte. Yo siento mucho aprecio por tu tía Fernanda que es una feligresa muy preciada en nuestra parroquia. Ella te quiere mucho y está muy preocupada por vos. Tu actitud la desconcierta un poco y la pone nerviosa. Vos no querés que la tía Fernanda se enferme ¿no? Abby hizo explotar otro globo de chicle. -Bueno, querida, yo estoy acá para enseñarte a acercarte a Dios. Soy un amigo de la familia. Como vos sos de la familia entonces también soy tu amigo. ¿Querés que seamos amigos? -A lo mejor- respondió la niña. Nanda se llevó las manos a la cabeza. -¡Me saca de mis casillas! -Tranquila Fernanda. Tenemos que conservar la calma-. Sugirió el cura-. Paciencia y comprensión. -Pero no le haga preguntas que pueda responder “a lo mejor”, dele vuelta a las preguntas. -Fernanda, te pido por favor que me dejes hablar con la niña. Yo sé como manejar esto. -Si, si, Padre, disculpe. Es que me enerva. Llevo todo el verano así con ella, desde que llegó- y se cebó un mate amargo. -Estoy al tanto de lo que pasó con tu mamá. Entiendo que estés un poco rebelde porque te preocupa lo que le vaya a pasar a ella…- decía el cura con su tono de voz mas condescendiente-. Yo le tengo mucho cariño a tu mamá, Anita. No era de venir a la parroquia, ni era creyente, pero la recuerdo como una buena muchacha.
Nanda dejó escapar por la nariz el soplido de una risa contenida. -Si, si, es cierto que ella era un poco así rebelde, como vos, pero ya de más grande seguro que recapacitó por sus pecados y…- decía el cura y se tildó al final de la frase. Los tres allí reunidos sabían que no era cierto lo que estaba diciendo. Nanda le acercó otro mate y el cura lo aprovechó para evadirse. Enseguida continuó… -Lo importante es que vos estás acá, con tu tía y tus primos, que te quieren mucho, hasta que tu mamita se recupere en el hospital. Y en la cabeza de Nanda se completó la frase: “Hasta que se recupere de la sobredosis que se metió porque es una drogadicta de mierda que siempre tiene a toda la familia en vilo”. El cura siguió hablando: -Por eso vos tenés que darle gracias a Dios Padre que puso en tu camino a estas personas que te cuidan y te contienen mientras tu mami se pone bien. Yo ya te dije antes que tu nombre significa “La alegría del Padre”, y el Padre es nuestro Señor Dios que es… ¿como es Dios? -Indeleble- respondió la niña. -Es Todopoderoso, nena. Él nos ama y quiere lo mejor para nosotros. Por eso le rezamos para darle gracias y para pedirle que nos ilumine y que proteja a las personas que queremos. Él lo ve todo y si nosotros nos portamos mal y nos ponemos rebeldes, Él se pone triste. ¿Vos querés que Dios esté triste? La niña sacudió los hombros. -...Digo, porque si nos vestimos de un modo desprolijo, por ejemplo, y no hacemos caso a las personas que nos cuidan, ponemos triste al Padre… ¿Porqué te pintás los ojos así, de negro alrededor?- preguntó el cura a Abby. Una vez más ella respondió moviendo los hombros. -El Padre te hizo una pregunta- regañó su tía. La pequeña explotó otro globo de chicle y casi como por un reflejo, Nanda le sorteó una bofetada. -¡No!- gritó el cura. La niña, asustada, se levantó de un respingo y salió corriendo en dirección al pasillo para agarrar la puerta de calle que estaba cerrada con llaves. -¡Vení para acá pendeja de mierda!- gritó Nanda.
La niña corrió en todas direcciones buscando algún punto de fuga, pero su tía, previsora, se había asegurado de cerrarle todos los pasos. -¡Tranquilidad por favor!- gritó el cura incorporándose-. Hablemos de un modo civilizado. Aby miró desafiante a su tía. -¡Vení para acá o te rompo la crisma! -No,no,no, así no Fernanda…-dijo el cura. -No se meta Padre, déjemela a mí… yo la voy a enderezar a esta... La niña corrió como una rata encerrada y su tía Nanda sorteaba manotazos en todas direcciones intentando atraparla. Ya no le quedaban más puertas que probar, y cada vez que la mole de la tía estaba a punto de alcanzarla, ella se escabullía, escurriéndose velozmente de sus garras. -¡Vení que te reviento! -¡Virgen Santísima! Deténganse- suplicó el sacerdote. Aby corrió y se escaqueó bajo la mesa, y finalmente, viéndose totalmente acorralada, le hizo una gambeta a la gorda y corrió contra la pared, y la atravesó esfumándose delante de los ojos atónitos de los otros dos. Pareció que el tiempo se detuvo… Nanda, boquiabierta, volteó para ver al cura, que se dejó caer sentado sobre la silla, estupefacto, sin dar crédito de lo que acababa de suceder. Los dos se quedaron pasmados mirándose. El sacerdote se persignó, tembloroso, recogió sus cosas y pidió a Nanda que le abriera la puerta de calle. -Padre, se lo dije… está endemoniada… mi hermano también lo dijo… ¿usted vio lo mismo que yo? -Abrime la puerta Fernanda. Yo me rajo de acá. No te puedo ayudar. -Padre, no me deje sola con esto. Necesito ayuda. -¡Abrime!- gritó el viejo. Cuando salieron a la vereda vieron a los vecinos de la casa de al lado reunidos frente al portal. -¡Fernanda!- gritó una mujer-. Tu sobrina pasó corriendo por mi casa. -La piba se nos apareció en el living- dijo su marido totalmente consternado.
-Umberto tiene que estar tranquilo. Tuvo un acebé y ahora se pegó un julepe terrible. -¿Como hizo para cruzar la pared?- preguntó la hija de la pareja. -¿Adonde está? -Salió corriendo para allá como una loca. Cruzó la calle y se fue para el lado de la plaza. -La piba atravesó la pared- repetía el vecino patidifuso y tembloroso. Mientras tanto el cura ya se había metido en su Citroen y lo había puesto en marcha. Nanda se acercó a la ventanilla para suplicarle ayuda. -Yo no te puedo ayudar Fernanda. Sacate de encima a esta chica. No está poseída, es la hija misma de Satanás- y pisó el acelerador. La ambulancia llegó de inmediato para atender a Umberto. Tuvieron que ingresarlo. Con respecto a Aby… Juliana, la prima solterona, se encargó de buscarla en la plaza. La niña estaba solita en las hamacas. Juliana, que llevaba la mochila preparada, la acompañó hasta la estación de trenes y la despachó en el tren de las siete y cuarto hacia Retiro. En tanto Nanda telefoneaba a la abuela paterna de Aby avisándole que la niña estaba en camino, para que la recogieran en la terminal.
3 Cuando el Señor Abner entró en su departamento con la bolsa de las compras, arrojó mecánicamente las llaves sobre la mesita, y casi con un mismo movimiento se quitó las alpargatas junto a la puerta. Avanzó hasta la cocina para descargar las compras, y ya al atravesar el pasillo notó que algo extraño estaba modificando el psicoambiente de su hogar. Se detuvo en seco y retrocedió dos pasos para mirar hacia el comedor… Efectivamente, había algo extranjero alterando su mundo… Frunció la nariz y se le quedó un gesto en la cara como el de alguien que huele mierda. La niña, con las orejas de Mickey Mouse y unas coletas desprolijas, miraba la tele mientras bebía un vaso de leche y empapaba cada tanto una vainilla dentro apresurándose a llevársela a la boca antes de que el peso la quebrara. Miró de reojo a Abner una sola vez y luego continuó con su merienda y su programa de televisión. Abner, petrificado, sin dar crédito a lo que veía, tartamudeó unos vocablos deformes. Dejó la bolsa en el suelo y se paró junto al marco de la puerta consiguiendo articular una ráfaga de preguntas… -¿Vos quién sos? ¿Cómo entraste acá? ¿De donde saliste? ¿Como…? ¿Qué…? ¿Quién sos? ¿Qué es esto?- y movía la cabeza en todas direcciones como si las respuestas fuesen a aparecer flotando en el aire. La niña lo ignoraba por completo. Estaba muy interesante el documental sobre lobos marinos. Abner miró en las lejanías de su casa para ver si había alguien más con ella, caminó hasta la puerta y comprobó el funcionamiento del picaporte, miró hacia las ventanas que, no solo estaban cerradas sino que daban a la calle de un cuarto piso. -¿Por donde entraste? ¿Qué es esto? ¿Qué está pasando? ¿Cómo entraste a mi casa?- siguió preguntando el cincuentón engominado perdiendo ya la paciencia.
Y es normal que Abner se sintiera confuso con la presencia de Aby porque aquello violaba su intimidad y doblegaba por completo su concepto de “seguridad” y “control” de sus dominios. “Por donde entró la intrusa” era su mayor incógnita. En los tiempos en que vivimos de inmediatez y poca paciencia la gente ya no atraviesa las paredes. Eso se fue perdiendo como el olfato o la sagacidad de escupir de costado girando los ojos hacia adentro. Voy a hacer un breve paréntesis en mi relato para explicar un poco esto… a ver si sale... Existe un curioso proceso que en el mundo científico se conoce como “túnel cuántico” mediante el cual las partículas subatómicas se someten a una mecánica que rige el comportamiento de moléculas y átomos de un modo diferente a las leyes que consideramos clásicas o establecidas según la limitada captación de ojo humano. Todos podemos atravesar paredes o atravesar cualquier cosa como fantasmas, solo que no sabemos como hacerlo. Aby sí, pero ella no tuvo que aprenderlo, simplemente lo hizo una vez y listo, como quien nace con el talento de cantar bien o el de hacer acrobacias sin mayor esfuerzo. Y tal vez tiene un poco que ver con esto último… “Tunalizar” electrones o partículas como ondas extendidas de probabilidad, entre fuerzas electromecánicas que crean una barrera de energía magnética entre dos fuerzas opuestas es algo muy complejo de explicar y de entender. Ni yo lo puedo entender del todo, y eso que soy el que lo está contando. El punto es que Aby estaba merendando tranquilamente en la casa de un tipo al que no conocía y no tuvo que abrir ninguna puerta o ventana para entrar allí. No lo conocía, pero lo había visto muchas veces, y lo venía observando desde hacía algún tiempo desde la ventana del edificio que quedaba justo enfrente. Conocía la rutina del tipo, conocía sus horarios y algunas de sus aficiones íntimas, y a razón de eso se había colado en su casa. -¡Nena!- gritó Abner parándose frente a ella- ¿De donde saliste? ¿Qué hacés en mi casa? Aby se inclinó un poco para poder ver la pantalla, ignorándolo por completo. Eso lo enfureció. Un mechón de su pelo engominado se descolgó sobre la frente de Abner cuando pegó un fuerte manotazo sobre la mesa. El vaso de leche trastabilló un poco con el golpe pero no se derramó.
-¿Qué hacés acá, nena? ¿Esto que es? ¿Es una broma?- volvió a gritar el tipo. Aby lo miró directamente a los ojos y respondió: -A lo mejor… Y esto fue suficiente para que a Abner se le congelara la sangre. Esa mirada poderosa parecía atravesarle la calavera. Sintió miedo y un escalofrío trepó por su espina dorsal obligándolo a apartarse, otra vez, en dirección a la cocina. Y allí, en la cocina, caminó en círculos como un loco, tratando de entender que era lo que estaba sucediendo. Todavía no había habido ningún peligro pero lo presentía. Encendió un pucho y luego otro y otro con la colilla del anterior, mientras la voz en off hablaba del apareamiento de los lobos marinos. Algo en aquella niña amenazaba contra su integridad, aunque todavía no llegaba a comprender de qué modo. Se sentía desquiciado. “Esos ojos”, “esa mirada”… había algo en esos ojos enmarcados dentro de dos manchas oscuras que le había disparado todas las alarmas vitales. La niña acabó el resto de la leche, empujó las migas dentro del vaso, apagó la televisión y se dirigió a la cocina donde enjuagó, limpió y secó todo para dejarlo en orden, tal como lo había encontrado. Y todo esto lo hacía con total naturalidad y mecánica indiferencia frente a los ojos atónitos de Abner que no salía de su asombro. Se arregló un poco la falda, tomó las llaves de la mesita y salió por la puerta doblando por el pasillo hacia la derecha en dirección a los ascensores. Abner la siguió durante un tramo hasta la mitad del pasillo y luego regresó corriendo, y se encerró en su departamento. Esa noche no pegó ojo. La siguiente tampoco y la siguiente, hasta que se empezó a empastillar. La paranoia lo carcomió durante largo tiempo. Pero aquella solo fue la primera vez que Aby merendara en su casa. Esto volvió a repetirse un par de ocasiones más en las semanas posteriores. Pobre Abner, pensó que estaba volviéndose loco. Pensó en la posibilidad de que la niña fuese un fantasma o un misterioso espectro del limbo. Cualquier cosa llegó a pensar. Y se obsesionó tanto con este asunto que en uno de sus arrebatos paranoicos se atrevió a salir a la calle solo para dirigirse a la tienda de empeños donde vendió su mayor tesoro, el “Archie Andrews”, y con el dinero compró una pistola, y le sobró algo de guita para hacerse de una caja de balas.
Aquello fue un gasto toalmente inútil. Nunca llegó a usar la pistola. No se puede escapar del destino. ¡Pobre Abner! ...Bueno… “¿pobre?”, mejor dicho… que se joda.
4 Los “Archie Andrews” eran unos muñecos de ventrílocuo que comercializaba la firma Palitoy en unas hermosas cajas de cartón hacia finales de los años cincuenta. No era un juguete carísimo pero no era barato, y dos décadas más tarde llegaron a valer una fortuna. Pero en las casas de empeño no se pagan fortunas por nada. Un tipo desesperado aceptará cualquier suma con tal de tener unos billetes en la mano. Luego el vendedor le pondrá el precio que se le antoje. El Señor Oblomsky, gordo y cano, vestido con un traje azul que olía a naftalina, miró a la niña por encima de sus anteojos y luego miró a su tía que no dejaba de repetir… -Es un muñeco feo. Es como macabro. El vendedor sonrió. -Es un Archie Andrews. La nena tiene buen gusto. No creo que sepa de antigüedades ni que conozca la historia de ese juguete, pero le aseguro, Señora, que tiene buen gusto. -A mí me sigue pareciendo feo y tenebroso- insistía la tía Mónica. -Perteneció a un hombre que vivía muy cerca de acá. Amigo mío. Hace rato que no se lo ve. No sé si sigue vivo porque la última vez que lo vi parecía un poco… enfermo- comentó el vendedor, en tanto exhibía con elegancia el muñeco de ventrílocuo entre sus manos-. Dijo que volvería a buscarlo pero… no creo que eso suceda ya. Para mí que ya debe haber estirado la pata. No se dejan productos como estos por mucho tiempo. -Bueno, al grano… si es lo que querés yo no digo nada… ¿cuánto pide por él?concretó la tía. El vendedor sonrió. Inclinó la caja hacia la niña con esos garbosos ademanes con los que se exhiben las joyas y respondió: -Para ustedes… 400- hizo una pausa antes de aclarar:- Dólares. La tía Mónica estalló en una carcajada. -¿400 Dólares por un muñeco? ¿Es una broma?
-No es un “muñeco”, es una auténtica joya- aclaró el vendedor-. Le dije que la niña tiene buen gusto. No es un juguete para jugar, es una inversión. -Vamos Aby. Disculpe las molestias- dijo la tía Mónica y agarró la mano de Aby para salir de aquella tienda para siempre. El vendedor colocó al Archie Andrews en el escaparate, dentro de su caja. Ya era hora de darle salida al muñeco de ventrílocuo porque su antiguo dueño no vendría a recuperarlo. En algunas cosas se equivocó y en otras no. Su antiguo dueño, Abner Facianoff, sí que estaba bastante enfermo, casi moribundo, y con sus últimas fuerzas y una pistola en la mano, se presentó a los pocos días en la tienda de empeños para recuperar su Archie Andrews. -Dame el muñeco…- dijo encañonando al Señor Obomsky directamente a la cara. -¡Abner! ¿Me vas a robar? -Voy a llevarme al muñeco y si querés te dejo el arma. Pero al muñeco me lo llevo si o sí. Estaba tembloroso y raquítico como un perro con sarna. Olía muy mal, y eso era un síntoma terrible en un hombre al que, los colegas de póker habían apodado Old Spice. Su pelo engominado se había empobrecido notablemente y llevaba una barba de varios días. Sus ojos se perdían dentro de dos hoyos oscuros y tenía los pómulos puntiagudos. -Abner, no puedo permitir que me robes. Tengo que llamar a la policía. Lo siento. Sé que no me vas a disparar. -Si que te voy a disparar. Solo dame el muñeco, te dejo el arma y me voy a casa. El Señor Oblomsky bufó como un toro. Se apoyó con ambas manos sobre el mostrador y movió la cabeza de un lado a otro en un gesto de negación. -Abner… amigo… pensemos un poco… Si yo te doy el muñeco y vos dejás el arma, en cuanto te des la vuelta vas a quedar desarmado y yo podría dispararte por la espalda. ¿Entendés que es absurdo? -¿Me dispararías por la espalda? ¿Un judío le haría eso a un judío? -Bueno, te dispararía en la rodilla o en el pie para que no huyas. El punto es que quedarías en inferioridad de condición. No tiene goyete. -¿Entonces qué?
-Entonces tenés que hacer las cosas bien. Apuntame con el arma, te doy el muñeco y te lo llevás, pero también tenés que llevarte el arma. ¡No seas ridículo! Si vas a robarme hacelo bien. -¡Dame el puto muñeco ahora mismo! ¡Me estás poniendo nervioso!- gritó Abner. -Bueno, de acuerdo… Vos no dejes de apuntarme… Yo te doy el muñeco y te lo llevás. Igual cuando salgas por la puerta voy a llamar a la policía. Yo sé donde vivís, Abner, yo estuve varias veces en tu casa jugando al póker. -¡¡Dame el muñeco de una vez!!- volvió a gritar, ahora con la voz quebrantada y disfónica. -¡Bueno, bueno! ¡Hombre! No pierdas la cabeza- y caminó hasta el escaparate, tomó al muñeco con intenciones de guardarlo dentro de una bolsa, pero Abner se lo arrebató de las manos. Se apresuró torpemente hasta la puerta y antes de salir miró al Señor Oblomsky con ojos llorosos. Parecía totalmente desesperado y angustiado. Dejó la pistola en el suelo y salió corriendo, dando tumbos, como pudo, en dirección a su casa. El Señor Oblomsky no llegó a rodear el mostrador cuando escuchó el frenazo del auto que en la esquina, justo sobre el paso de cebra, atropelló fatalmente a Abner. Dicen que se levantó de la primer embestida, algo descuajeringado, pero no sobrevivió a la segunda embestida, la de un colectivo que circulaba por el tráfico de la mano contraria. Alguien debió robarse al Archie Andrews porque despareció. Algún oportunista se lo afanó en medio de la conmoción, y eso que el Señor Oblomsky se había apresurado para ir en su rescate en cuanto se asomó a la vereda y se dio cuenta de lo que había sucedido.
5 La tía Mónica fue la que recibió a Aby cuando el tren llegó a Retiro. La pequeña estaba algo cansada y aturdida del viaje. Tomaron una cocacola y enseguida se fueron en colectivo a casa donde las esperaba la abuela Tila. Ella ya le había preparado la habitación e hizo panqueques que eran los favoritos de su nieta, con mermelada de ciruelas, como Hugo, su padre. -¿Qué te pasó con Nanda?- preguntó la abuela- ¿Se pelearon? Parecía enojada cuando me llamó por teléfono. La niña no respondió. -Dejala mamá, está cansada- intervino Mónica-. Lo importante es que ya está en casa y llegó bien. -Mirá que mandar a una niña en tren, solita, a estas horas. ¡Qué gente de mierda! -¡Mamá! Ya está bien. Cuidá el lenguaje. Olvidemos esto- insistió Mónica-. Aby, cambiate esa ropa y lavate bien las manos así comés algo antes de ir a la cama. Aby se dirigió a la habitación de siempre, la que había sido de Hugo, su papá. Dejó caer la mochila al suelo y lo primero que hizo fue rescatar al oso B.O.B de la repisa para acomodarlo junto a la pila de almohadas en su cama. -¿Mañana como hacemos?- preguntó Tila a su hija. -Vemos. Yo puedo salir mas temprano y se la dejo a Mario hasta el mediodía o en cuanto me desocupe. -Pero habría que haberle avisado ¿no? ¿Como le vas a caer ahí… -Mamá, no te hagas drama, yo me ocupo. Además Mario y Aby se llevan re bien. Él va a estar encantado de recibir visita. Si no tiene otra cosa que hacer. -Si eso es cierto. Llevale puchos. -¡Aby! Tenés el piyamas debajo de la almohada. Apurate que ya estamos en la mesa.
6 La vecina del sexto se quejó dos veces porque la niña jugaba saltando en las escaleras a la hora de la siesta, y también porque escribía con tizas haciendo rayones y garabatos en la madera de los escalones. -Esta es una casa residencial…- le decía al viejo Mario a través de la puerta, desde el rellano, porque él nunca le abría la puerta a nadie-. Usted y yo sabemos que estos edificios deberían ser considerados patrimonio de la ciudad. No se puede dejar que los niños lo estropeen. Y mucho menos que arruinen una escalera tan preciosa y de una madera tan noble como esta. -Bueno Señora Esther. Yo ya hablo con la nena. No se preocupe. -Si, si me preocupo porque esta es la segunda vez que vengo a decir lo mismo y además… (bla, bla,bla)- disparaba palabras como una ametralladora. Mario se tapó lo oídos y eso a Aby le causó mucha gracia. -¡Shhh! ¡No te rías porque se arma!- dijo el viejo y la niña se tapó la boca para reprimir la risa. -… y si fuera necesario hablaré con su tía, que yo sé bien cuales son sus horarios porque la escucho cuando viene a buscar a la niña y… (bla, bla, bla) -Bueno, bueno, la dejo porque tengo la leche en el fuego. Yo hablo con la nena. No se repetirá- y giró hábilmente la silla de ruedas en dirección al comedor para continuar con la partida de ajedrez. Le tocaba mover a él, la pequeña le había cantado un jaque. -Vieja chota, me desconcentró…. ¿por donde íbamos? ¿Ah! Si, si… después del enroque me cantaste un jaque… Esas torres siempre me joden la vida… Sabés usar bien las torres. Una al principio para ir abriendo terreno y la otra esperando pacientemente el enroque- murmuraba entredientes-. Te tengo calada, chiquita… No siempre te va a seguir funcionando ese método. Aby dejó escapar una risita y encogió los hombros. El viejo se mantuvo pensativo durante un rato repiqueteando los dedos sobre los descansos de la silla de ruedas. No le quedaba más opción que mover el rey para extender un
poco más la agonía o cubrirlo directamente con un alfil para que la chica le diera la última estocada. La miró directamente a los ojos… -¿Creés que sos más inteligente que yo? -A lo mejor- respondió ella viéndose triunfante. El anciano también sonrió. Le fascinaban esos hoyuelos que se le formaban en los cachetes a la pequeña cuando se la veía feliz. Tenía la misma sonrisa que Fernando Hugo. Algunas cosas así, de ella, lo devolvían al pasado, cuando todo estaba bien y el mundo era un lugar agradable para estar vivo. -”A lo mejor”, siempre respondés eso… Sos tan linda y tan…- y se detuvo porque un nudo en la garganta le impidió completar la frase. Últimamente se emocionaba con demasiada facilidad. Era por los años, la soledad insoportable y esos fantasmas que emergían del ayer y cada vez regresaban con mayor frecuencia. Sacó la libreta del cajoncito y apuntó otra cruz en la lista de partidas ganadas por Abigail. La lista ya era interminable. -¡No! Pero tenés que mover. No vale rendirse- reclamó ella. -¿Querés ver a un aristócrata humillado? Demasiado vergonzoso es que sus peones y alfiles lo vean así, rindiéndose. -Tenés que mover, Tío Mario- insistió la niña. -Bueno… lo mismo da- y arrastró al rey hacia la derecha. -¡Jaque mate!- gritó ella haciendo saltar al caballo por encima de las cabezas de unos pobres peones desahuciados. -¡Listo el pollo!- exclamó el viejo y borró de un plumazo todas las fichas que quedaban en pie sobre el tablero-. Ahora terminá los deberes porque cuando venga tu tía se va a armar la de San Quintín. La pequeña obedeció dando resoplidos. Se dejó caer al suelo, sobre la alfombra, donde se dispersaban sus cuadernos, libros, lápices y papelitos sueltos. El viejo aprovechó para prepararse una taza de café. Se acercó a la ventana, prendió un cigarrillo y acercó los ojos a los prismáticos que los tenía fijados con una especie de armazón articulado de caños, fabricado con un pie de micrófono y una prensa para armónicas. Solía pasarse horas mirando por esos prismáticos a través de la ventana. -¿Tu papá, llamó?
-Ya llamará, está de viaje- respondió Aby. -Ya sé que está de viaje. Siempre está de viaje. Pero ¿sabe que estás quedándote en casa de Tila? -A lo mejor. El anciano sonrió y entredientes, detrás de una bocanada de humo, murmuró: “¡Huguito!”
7 La casa de Mario Gaba (José Mario Gaba) olía a rancio y a humo de cigarrillos. Pero una vez que pasabas un buen rato dentro te acostumbrabas. Cuando Mónica, después de la oficina, al mediodía, pasaba a buscar a Aby por allí, siempre se quejaba del mal olor, y abría las ventanas para ventilar el departamento a regañadientes del anciano. El viejo esperaba a que ella llegara con los cigarrillos y el periódico de la mañana que se lo daban gratis en el trabajo. Lo que le interesaba eran las palabras cruzadas de la última página. Ella siempre preguntaba lo mismo: -¿Hicieron los deberes? -¡Que siiii!-respondía el viejo desde su silla de ruedas. Aby juntaba sus cosas en la mochila y viajaban en colectivo hasta la casa de Tila en Núñez. La abuela Tila llegaba a su casa sobre las cinco porque cuidaba a la escritora Eloisa Oberstein desde hacía más de treinta años. Ahora la pobre poetiza estaba disminuida y emiplégica, pero Tila seguía cuidando de ella como el primer día. Ya era parte de la familia Oberstein. Toda la carrera universitaria de Hugo, el padre de Aby, (Ingeniero en puentes), la pagó la escritora. Luego el hombre salió medio hippie y se dedicó a viajar por el mundo, y la experiencia lo convertiría con el tiempo en un experto hombre de negocios aduaneros. Si la familia de Tila tenía un buen pasar era gracias a los Oberstein, y eso que Tila no la pasó nada bien luego de la desaparición de Fernando Hugo, en mano de los militares, a mediados de 1976. Pasó por un estado depresivo tan fuerte que pensaron que moriría de tristeza, pero Eloisa Oberstein la sacó adelante. ¿Como no iba a seguir cuidando de la anciana después de todo lo que pasaron juntas? Bueno, también sacó adelante a Hugo y Mónica gracias a la ayuda incondicional de Mario Gaba que era el mejor amigo de Fernando Hugo. Las vueltas de la vida… ahora Mario, viejo y paralítico, cuidaba de Aby, la nieta de Tila, la hija de Huguito, como lo hizo tantas veces con el mismo Huguito y con la pequeña Mónica.
A la pequeña Aby le encantaba pasar ese rato con el anciano. Le gustaba mirar las fotos viejas y escuchar las historias sobre su abuelo y esas cosas. Mario Gaba sufrió mucho cuando Fernando Hugo desapareció porque era más que un hermano. Los mejores amigos siempre son más importantes que los hermanos porque uno los elige y comparten la misma sintonía del alma. Fueron juntos desde la guardería hasta la secundaria en el St. Marcos. Jugaban al fútbol en el Deportivo Dunlop, Fernando Hugo era un ágil número nueve y Mario era arquero (guardameta, como se decía por entonces). Todo, absolutamente todo, lo hacían juntos, y fue así hasta que conoció a Tila (cuyo nombre real es María Tilari) en el baile del carnaval en el club Comunicaciones. Ahí se distanciaron por primera vez durante unos meses, pero luego la amistad se reanudó y Mario terminó aceptando a Tila y haciéndose amigo de ella también. Cuando se casaron, Mario, fue el padrino de boda. El segundo nombre del hijo mayor de la pareja, Hugo, es Mario. El día que recibieron la terrible noticia de que a Fernando Hugo se lo llevó una racia, Mario estaba en casa de Tila, cuidando de Huguito y de la recién nacida Mónica. Tila todavía estaba guardando cama después de la cesárea y no se podía ocupar de los chicos. Se habían pasado todo ese fin de semana recorriendo comisarías y llenando solicitudes de denuncias. Pero, realmente, nunca se supo que fue lo que pasó con Fernando Hugo. Simplemente desapareció, como tantos otros. “¿Como puede ser? Él no estaba en política ni en nada de eso”, era lo que más se repetía en la casa en esos días. Y era cierto, Fernando Hugo, que trabajaba como contador en Sylvapen Argentina, no estaba metido en política, ni era peronista, ni montonero, ni había asistido nunca a un comité, pero… había algo que nadie sabía sobre él… nadie, excepto Mario Gaba, su mejor amigo. Nunca le contó eso a nadie. Quien esté leyendo esto se preguntará: ¿Qué tiene que ver todo esto con una niña que atraviesa paredes, un tipo atropellado en medio de una calle, un muñeco de ventrílocuo, y todas esas cosas? Pues todo está rigurosamente relacionado. Ahora todo empezará a cobrar sentido...
8 El siguiente personaje implicado en esta historia es una mujer llamada Marina D´angelo que, en 1976, tenía 22 años, y tal vez sea el personaje clave de todo este entramado. En 1983 su cara se haría pública por una fotografía de periódico junto a Julio Cortázar en su visita a Buenosaires, mientras ella le pedía un autógrafo. Marina era una emprendedora que trabajaba con otras dos compañeras ofreciendo el servicio de limpieza de oficinas. Casi siempre trabajaban por la noche. Era una mujer hermosa, de cabello largo, negro como la noche, y unos ojos grandes, como farolas, de color miel. No era tan alta pero tenía una delgadez tan perfecta que la hacía parecer más alta. Sus gestos eran cautivadores y su sonrisa se llevaba al mundo por delante. Una belleza viviente que no pasaba desapercibida, y encima su actitud, cara al mundo, era la de una triunfadora. Quienes la conocieron en esos años decían que era arte puro, arte vivo y latente, y, de hecho, su segundo modo de ganarse la vida era como modelo vivo en la Facultad de Bellas Artes. Había quienes asistían a esas sesiones solamente para poder verla desnuda. Sus padres se quejaban porque Marina nunca paraba en casa, siempre estaba ocupada en algo. Vivía en Nuñez, en la calle Jaramillo, y solía dejarse ver cada tanto en los ensayos de Invisible, la banda de Spinetta en esos años, como una oyente más, amiga del amigo de un amigo del primo de… “Invisible” le gustaba porque el nombre de esa banda la definía a ella de algún modo. Estaba en todos lados y se expugnaba de las cosas que le interesaban aunque nunca la ibas a ver implicada en nada en concreto. Era escurridiza para el amor y para las relaciones interpersonales. Siempre estaba por ahí pero nunca estaba demasiado. Por este motivo nadie sospechaba que formaba parte de una arista del Movimiento Nacionalista Tacuará, mucho menos los Redondo Ojea que eran amigos de sus padres. María Olga la dejó entrar en su casa de Mercedes
más de una vez sin saber que la muchacha tenía en sus venas odio y sangre revolucionaria. Fernando Hugo se pidió una licencia en el laburo porque su esposa lo necesitaba ya que estaba pasando un embarazo altamente complicado. Tila tuvo que hacer reposo más de seis meses para lograr que el bebé naciera y aún así tuvo que pasar por una cesárea que se la practicaron en el Hospital Pirovano. En ese período Fernando Hugo trabajaba horas extras para poder tomarse esa licencia y dejar todo en orden para que su substituto lo reemplazara. Así fue como conoció a Marina D´Angelo que era parte del personal de limpieza en las oficinas de Sylvapen. Apenas la vio le pasó lo mismo que a todos… se encandiló con su belleza. Era Abril de 1976, un Martes lluvioso, cuando se fueron a tomar un café en la esquina de la oficina y luego compartieron un taxi. Dos semanas después compartieron una cama de un hotel y mantuvieron un apasionado romance que fue, para él, una vía de escape de una problemática realidad en una atormentada vida familiar, llena de discusiones, medicamentos y angustiosa espera de un bebé que no se sabía como iba a nacer. Marina significó para Fernando Hugo un telgopor flotando en medio de un océano de dificultades. Para ella, seguramente, un polvo más con un desconocido oficinista. Ese fue uno de los dos grandes secretos de Fernando Hugo, y obviamente lo compartió con su amigo Mario quien no lo justificó ni lo condenó, simplemente se mantuvo neutral, guardando su secreto. El otro secreto fue el de la medalla, y ese casi llevó a Fernando Hugo al límite de la locura paranoica.
9 El Obispo Jorge Pedro Messina tenía apenas 32 años. Las letras de su nombre completo están cambiadas y no viene al caso nombrar cual era su diósesis ni las circunstancias que lo llevaron a ocupar un alto grado eclesiástico. Fue en Mar del Plata, en la inauguración de una iglesia en las afueras, cuando le tocó entregar la condecoración de la Inmaculada Concepción a dos personajes muy renombrados en Argentina, Emilio Eduardo Massera y Jorge Rafael Videla. Ninguno de los dos se presentó a la ceremonia en persona sino que alguien los representó a ellos y recibieron los honores en su nombre. En el caso de Videla fue María Olga Redondo Ojea, su madre. 37 milímetros para una fina pieza de orfebrería bañada en oro suspendidos en una cinta roja, con la imagen de la Virgen en relieve, rodeada de espigas de trigo. La medalla fue a parar a Mercedes, a la casa paterna de Videla, y luego, de pasar a ser solo una condecoración más de entre tantas dentro de una vitrina, llegó al bolsillo de Marina D´angelo con intenciones de ser usada con fines revolucionarios. Iba a ser: “la chica que le robó la medalla a Videla”, y eso la convertiría en una heroína dentro de los círculos secretos del Movimiento. Pero esto nunca sucedió realmente, quiero decir, nadie se enteró de este asunto, solo su compañero de cama, Fernando Hugo. Ella se lo contó todo en esa hora tonta en la que los amantes tejen siluetas de humo en el aire después de cojer. -Me van a buscar por eso. Estoy segura. Me van a hacer mierda- repetía ella, algo arrepentida de su atrevida travesura, y eso que era una de esas personas que nunca se arrepienten de nada. La noche que se la llevaron también llovió, pero fue un Jueves. Fernando Hugo apareció desesperado en la casa de su amigo Mario sobre las siete de la tarde, y le contó todo, y le mostró la medalla que la llevaba él en el bolsillo. -¿Pero para qué me traés eso acá, pelotudo?- lo retó Mario. -¿Y que hago?
-No sé, tirala al río. Dejala en un tacho de basura en alguna esquina. Pero no me la traigas a mi casa. -Mario… esta medalla tal vez sea lo único que la mantenga con vida. No puedo deshacerme de ella. Había angustia en su voz. Lloró y se desesperó, sumándole problemas a su vida que ya venía bastante complicada con el reposo absoluto de su esposa. Para este entonces la pequeña Mónica ya había llegado al mundo. Fue una bebé preciosa de casi tres kilos. Pero Tila tenía que seguir guardando reposo. Por suerte con la guita que le pasaba Eloisa Oberstein, la escritora, podían vivir bien. La medalla quedó en casa de Mario, escondida dentro de un paquete de pan rayado Preferido, que estaba abierto en la alacena como a medio usar. Dos meses más tarde, cuando ya Fernando Hugo estaba reincorporado a su trabajo, desapareció en medio de una racia y nunca más se supo de él. Vuelvo a repetir… simplemente desapareció, como tantos otros. “¿Como puede ser? Él no estaba en política ni en nada de eso”, era lo que más se repetía en la casa en esos días. Y era cierto, Fernando Hugo, que trabajaba como contador en Sylvapen Argentina, no estaba metido en política, ni era peronista, ni montonero, ni había asistido nunca a un comité, pero… su nombre figuraba muchas veces en la agenda de una rebelde del Movimiento Nacionalista Tacuará.
10 Archie Andrews era un maniquí de ventrílocuo manejado Peter Brough en un programa de radio y televisión en el Inglaterra en los años cincuenta y sesenta. Archie iba siempre vestido con un blazer de rayas anchas. Era algo indiscreto y ponía siempre en aprietos a Brough con las cosas que decía o preguntaba, y eso resultaba muy gracioso a la audiencia. Los guiones de televisión fueron escritos por Marty Feldman y Ronald Chesney. Se dice que su audiencia, que formaba el club de fans más activo de esos tiempos, llegó a sumar 15 millones en todo el mundo. Fue un verdadero éxito en todos los aspectos. Las estrellas emergentes del cine solían pasar por sus sketchs como invitados, y con el correr del tiempo, si no te dejabas ver alguna vez por el programa de Archie, no eras considerado un verdadero famoso. Detrás del muñeco Archie se creó toda una industria descomunal, (el merchandise, que le dicen) que abarcaba desde sobrecitos de azúcar, cromos, estampillas, tarjetas, juguetes, cubrecamas, piyamas, zapatos, revistas… ¡bahh! Lo que quieras… y por supuesto el muñeco de Archie en diferentes tamaños. Estaba el modelo grande como el original que era carísimo, y de ahí para abajo en diferentes escalas para todos los bolsillos. El Archie original que aparecía en las pantallas de televisión fue creado a partir de un molde único en 1942, y ese molde quedó entre los escombros de una casa derruida en un bombardeo en la Segunda Guerra Mundial. Hubo varios contratiempos anecdóticos que enriquecieron la historia de Archie y que se contaron infinidades de veces en la radio, por ejemplo: En 1947, estaba en el auto de Peter Brough cuando fue robado de Lower Regent Street, Londres , pero se lo encontró dos días después en un jardín en Paddington. En otra ocasión lo dejaron olvidado dentro de su maleta en el estante de un vagón de ferrocarril en Chatham , pero un mozo de tren lo envió de regreso en taxi a tiempo para su show.
En 1951, Brough viajaba a Leeds para competir en el Northern Music Hall televisado en Theatre Royal, Leeds, con Archie en su maleta. Brough fue a cenar en el vagón restaurante y, mientras estaba ahí, el vagón en el que había estado sentado fue desenganchado del tren y acoplado a otro tren que se dirigió a Bradford. Se lanzaron a su rescate pero resultó imposible ubicar al muñeco. Brough, que tenía que cumplir con un contrato, escribió un guión revisado sin el maniquí, e inmediatamente hizo público el contratiempo a la audiencia y ofreció una recompensa de £ 1000 para quien devolviera a Archie. Fue devuelto. En Argentina la televisión empezó a emitir en 1951 (un acto de Evita en la Plaza de Mayo) de la mano del empresario Jaime Yankelevich, pero recién a mediados de esa década se emitieron programas regulares como “Telenoticioso” o “Petrona C de Gandulfo”, luego los musicales y las telenovelas, es decir, toda producción nacional. Por ese motivo el programa de “Educando a Archie Andrews” no fue conocido por estos lados. Cuando Anthony James Williams llegó a Londres lo primero que expresó públicamente fue su repudio al modo en que la prensa del Reino Unido se refería con respecto a la Argentina. “No es ningún país bananero como dicen”, expresó, “...si se dieran la oportunidad de conocer más y de aprender se darían cuenta de que no son indios, ni gauchos, sino un país evolucionado y con el que se pueden hacer tratos y acuerdos diplomáticos, sin necesidad de responder desatando un conflicto armado. La ignorancia y el desconocimiento sobre el otro son el verdadero problema de las naciones”. Williams estaba furioso porque todo su trabajo como embajador en Buenosaires se había ido al garete en cuestión de unos pocos días. Su trabajo desde 1980 simplemente quedó en “nada”. Tuvo que huir del país por órdenes de sus superiores pero aún así fue despedido por los argentinos con cariño y respeto. Él no era el enemigo. Y se marchó con su familia llevándose lo justo. El resto de sus pertenencias se dispersaron, se malvendieron, se remataron o vaya a saberse que destino tuvieron. Y entre esas pertenencias, muebles, ropa, objetos de decoración, objetos de la familia, incluso condecoraciones, fotografías, y una larga lista de etcéteras, había una caja de cartón muy bien
conservada en cuyo interior yacía una réplica pequeña, a escala, del famoso Archie Andrews, que para los británicos que eran jóvenes en la década del cincuenta es todo un símbolo cultural, como puede serlo Mafalda para nosotros los argentinos. Tras sus declaraciones en el Foreign Office, fue descalificado como el "amargo" mensaje de quien "se negaba a aceptar que había sido engañado por los argentinos". Los despachos de fin de gestión suelen ser enviados a todas las embajadas. En su caso, se le dio una distribución limitada. Luego Williams ocupó cargos menores y pasó a retiro en 1989. Murió en 1990.
SEGUNDA PARTE 11 Las fotos viejas donde aparecían chicos eran las preferidas de Aby. Le encantaban. Se podía pasar largos ratos mirándolas. Parecía que se sumergía dentro de ellas. Recorría todos los detalles, los fondos, la ropa, los gestos de las personas… A Mario aquella fascinación de la nena le daba letra para hablar y contar cosas del pasado, sobre todo las que correspondían a la etapa del Deportivo Dunlop que fue la mejor etapa de su vida, no solo por el fútbol, la cancha y los campeonatos interbarriales, sino por todo lo que significaba aquel club amateur para un grupo de chicos que no tenían otra cosa que hacer y encontraban allí una contención. Todos los que jugaban en el equipo eran adolescentes bebedores, fumadores, puteros y jugadores de poker, vamos, unos calaveras, pero, cuando había que ponerse los botines se los ponían y salían a la cancha. El club cambió de nombre a mediados de los años sesenta, por el de Deportivo Soria, porque el entrenador, director, dueño y patrocinador del club era Ernesto Soria, uno de los hermanos, dueños de la conocida fábrica de ladrillos. Pero Fernando Hugo dejó el club en ese entonces y Mario solo duró unos meses antes de seguir sus pasos. Aún así aquella camada de trasnochadores timberos se siguió reuniendo para jugar al poker, nunca en un mismo lugar, pero siempre los miércoles por la noche. Al principio las apuestas eran cualquier cosa, es decir, podías apostar un reloj, una alianza, un par de tamangos, libros, discos, puchos… lo que uno tuviera en el momento de quedar desplumado, hasta que surgió una idea muy particular, se apostó por “servicios”. Esto surgió con la llegada de nuevos miembros. Resulta que un amigo, un día, trajo a otro y ese trajo a su primo y de buenas a primeras las reuniones clandestinas de poker se convirtieron en un grupo tan numeroso que tuvieron que escoger dos días a la semana para las sesiones y siempre en dos sitios diferentes. La idea de los “servicios” se le ocurrió a Luis Oblomsky, un judío que siempre tenía buenas rachas. Hacía poco que se había
mudado al barrio y trabajaba en el negocio de su padre que tenía una casa de empeños y era fletero de telas industriales. Hacía los repartos con una Chevrolet Apache. Una noche, mientras desplumaba a Julio Parrilla, dijo: -Ahora ya no te queda nada para apostar, ¿seguís jugando o te abrís? -¿Como voy a seguir jugando? Vos lo dijiste, no tengo nada, ni los zapatos. -Bueno, pero podemos hacer un trato… Vos apostás por tus servicios. Si ganás podés recuperar tu ropa y tus cosas, pero si perdés tenés que hacer una jornada de laburo para mí, sin cobrar un mango, cuando yo lo necesite. Y como todo jugador compulsivo aceptó y perdió, y a otros les pasó lo mismo. Así, poco a poco, el viejo Oblomsky, el padre de Luis, tenía, durante los días de reparto, varios empleados gratis cargando rollos de tela. Poco después el tema de apostar por “servicios” se convirtió en algo muy común en aquellas sesiones, y así, el que estaba construyendo su casita, tenía peones de albañil gratis, el que tenía que pintar, pintores, el que tenía que arreglar el jardín, jardineros. Hubo un caso muy particular… el de un muchacho llamado Álvarez, que estaba muy enamorado de una chica del barrio y necesitó aduladores que se rieran de sus chistes y mostraran gran admiración por él delante de la mina, para poder conquistarla. Hubo otro caso, el de Julio Ferrán, un desconocido que aprovechó la buena suerte del principiante para ganar y así llenó su casa de amigos el día de su cumpleaños. Todos se presentaron en esa fiesta haciéndose pasar por amigos de toda la vida, y la finalidad de aquello, como siempre, era el de sorprender a una mujer caprichosa y conquistarla. Lo más terrible de toda esa patraña era que había que escucharlo cantar su penoso repertorio de tangos lacrimógenos y aplaudirlo, aunque tenía una voz horrible y aporreaba la guitarra como un boxeador con guantes. El punto es que, en una de esas partidas de poker, un tipo llamado Héctor Sotto, tuvo una buena racha y se ganó el servicio de cinco colegas a los que citó un mes después para robar en la algodonera. Uno de esos perdedores, nunca mejor dicho, fue José Mario Gaba. El golpe estaba planeado con rigurosidad. Nada podía salir mal. Solo tenían que entrar por la noche a la oficina del director y llevarse el paquete con los sueldos que se pagarían al día siguiente. El cuida de la algodonera, un sereno que estaba armado, estaba compinchado con ellos.
Por ese entonces Fernando Hugo ya no acudía a las partidas clandestinas de poker, porque de haber sido así nunca hubiese permitido que su mejor amigo y hermano, Mario, formara parte de una pandilla de chorros. De cualquier modo había una ley de honor que establecía que si apostabas por tus “servicios” no te podías negar a hacer aquello que te ordenara el ganador. El asunto del robo salió bien, es decir, pudieron entrar, llevarse la guita y arreglar toda la escena de modo tal que el cuida (o sereno) no quedara implicado. Pero el problema surgió a la hora de la fuga. Mientras estaban saltando la tapia que daba a un descampado, un vecino, que advirtió lo que estaba pasando, empezó a los tiros con una escopeta. Estaba cargada con perdigones. Le erró a todo, pero solo una ráfaga dio en el culo de uno de los ladrones… José Mario Gaba. Lo llevaron al hospital y lo asistieron de urgencias. Tenía quemaduras de primer grado y lesiones de piel. Hablar de un puñado de perdigones en el culo parece algo poco importante, pero en realidad un tiro de escopeta es algo muy serio y el daño que provoca depende muchísimo de la distancia. Por lo general se dice que con un rifle se necesita apuntar con precisión, mientras que con una escopeta se apunta en dirección al blanco. Un cartucho de 35 gramos de perdigones de acero y plomo, son unos trescientos proyectiles, pueden hacer un desastre dentro del cuerpo. En un principio fue solamente eso. Quemaduras y heridas que se curaron en pocas semanas. El problema apareció después, con aquellos perdigones que no se quitaron y continuaron haciendo desastres, silenciosamente, dentro del cuerpo. Lo operaron hasta tres veces en dos años por culpa de unas infecciones terribles. Incluso tuvo una apendicitis aguda por el mismo motivo. En esos tiempos todo lo referido a las cirugías por heridas de perdigones se centraba en la pulverización mecánica de los tejidos, pero no se consideraba demasiado que era lo que sucedía dentro a corto o largo plazo. Los fragmentos de bala retenidos en el interior de las articulaciones provocan intoxicación por degradación del metal pesado por el líquido sinovial y posterior paso a la sangre. En una de aquellas cirugías en la que los médicos tuvieron que actuar de urgencia, hubo una mala praxis totalmente accidental que complicó la
motricidad de Mario, y con el correr de los años siguió pagando las consecuencias hasta quedar incapacitado. Pero esto sucedió mucho tiempo después, incluso cuando Fernando Hugo ya estaba desaparecido. De la pandilla de ladrones, solo uno quedó vivo. El resto fueron cayendo poco a poco en diferentes robos. Las partidas de poker continuaron, pero el grupo de veinte muchachos, se redujo a unos pocos que ahora se reunían en la trastienda de la casa de empeños que heredó Luis Oblomsky. Los “servicios” se descartaron como apuesta, y los objetos varios también, solo se podía apostar con dinero. No se permitieron nuevos integrantes a la mesa, pero hubo una sola excepción… un tipo recién llegado que era correcto y muy discreto, y era amigo de Marcello Suarez, Abner Facianoff, al que apodaron “Old Spice” (lo pronunciaban: Olspai) porque apestaba a esa colonia. También le decían el Ruso.
12 Nadie sabía a que se dedicaba Abner Facianoff para ganarse la vida, y cuando esas cosas no se saben pronto, después es mejor no preguntar. Era un tipo raro, con un acento y unos andares de no ser de acá. De pómulos puntiagudos y ojos demasiado juntos. Flaco fibroso. Siempre llevaba el pelo peinado con gomina y usaba camisetas marineras que se traslucían debajo de sus camisas. Era callado, muy discreto y algo misterioso. Al principio, cuando recién apareció en las mesas de poker, todos se sintieron un poco incómodos con él porque no hablaba nunca y no sonreía jamás. Pero era amigo de Marcello y eso lo eximía de cualquier sospecha. Vivió en su casa una temporada, en el fondo, pero poco después consiguió instalarse en un departamento de la calle Bolívar, frente a la casa de Mario. Mario se lo consiguió por medio de un viejo amigo que tenía una inmobiliaria. Abner, en ese momento, estaba casado con una mujer extranjera que estaba muy enferma y cuidaba de ella. Cada tanto la mujer empeoraba y tenía que hospitalizarse, luego se recuperaba y volvía a la casa. Nadie sabía a que se dedicaba, insisto, pero el tipo pagaba sus alquileres a término y no se retrasaba en las cuentas, y además cubría los gastos de medicamentos para su esposa.
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