“A medio camino”
un relato de
Gustavo Gall
SEGUNDA PARTE Capítulo Veintitres “Las tres etapas de mi vida”
El nombre real de “Buck” es Andrew Cussac, pero yo no tuve idea de eso hasta muchos años después, cuando decidí volver a ubicarlo. Si, así como lo cuento... yo me dediqué a buscarlo a él, con la misma vehemencia con la que él intentó encontrarme a mí, pero con una diferencia de 14 años. Quiero decir que, desde que dibujó aquellos bocetos y terminó por apartarse de mí tirando la toalla y abandonando para siempre su empeño en dibujar mi historia, pasaron 14 años hasta que yo reaccioné y decidí prestarle la atención y darle la importancia que tenía. ¿Porqué? Pues por lo de la canción que escuché por la radio... La vida de las personas cambia de un año a otro de un modo abismal. En 14 años pasan tantas cosas que uno nunca es el mismo. En mi caso, en esos 14 años, tuve altibajos. Hubo momentos en los que me sentí tan desdichado que deseé caer muerto, fulminado. Otros momentos en los que pegaba un subidón y hacía grandes esfuerzos por recuperarme y salir de mi estado de invalidez. De las terapias en el Ineght Hospital de Quelsee pasé a terapias personalizadas, terapias 208
de psicólogos y fuertes entrenamientos de rehabilitación. Bruno Cassidy me acompañó un tiempo hasta que sufrió un accidente mortal con su moto y allí me quedé completamente solo. Pero antes de morir me acompañó una vez a la consulta de un chino llamado Lian Lin. El tipo atendía en un gabinete pequeño, de dos metros por dos metros, en la parte oeste de Nilven, en un barrio horrible, lleno de inmigrantes ilegales, transas y mercados clandestinos. Mucha gente iba a verlo porque decían que era milagroso con sus agujas. Pues, es de creer o reventar, porque el chinito hizo, en pocas sesiones, lo que no lograron las terapias de rehabilitación en varios años. Entablamos una suerte de amistad. Lian es un nombre que significa “Sauce” y Lin un apellido que significa “Precioso trozo de Jade”. Algo así me explicó con su limitado modo de hablar nuestra lengua. Era muy cómico... un chino que hablaba mal y un discapacitado que tartamudeaba. En poco tiempo Lian me puso en pie y me hizo valerme por mí mismo. Aquello levantó muchísimo mi autoestima y comenzó una nueva vida para mí, apartado totalmente de todo lo que me pasó cuando caí en coma por culpa de una sobredosis. Quien lee este relato seguramente creerá que yo estaría todo el tiempo pensando en mi experiencia traumática de la Ruta 45, el “Gran Doblez” y todo eso, pero lo cierto es que aprendí a olvidarlo por completo y a comenzar una nueva vida desde cero. Incluso dejé de escribir y trabajé como encargado en una ferretería de un viejo amigo que me rescató de la ruina total cuando no tenía un centavo ni para pagar mis cuentas.
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Pero la vida da vueltas, como un carrusel, y en esas vueltas las cosas suelen volver a pasar por los lugares comunes para reparar las cosas que quedaron irresueltas... Cierto día, en una exposición de arte de un conocido llamado Perlett (yo nunca iba a fiestas, reuniones, celebraciones y esas cosas, pero esa vez sentí ganas de salir por primera vez en años) Pues allí me encontré con Mirna Duvasky. Se había casado y había perdido un bebé, pero volverían a intentarlo. Habían pasado 14 años desde que dejó de ser mi agente literaria, y seguía en el negocio. Recuerdo que la vi allí, charlando con un grupo de personas, y sentí que no debía ir a saludarla. Pensé que me odiaba. Ella se acercó a mí y me sonrió, como si nada, y vi en sus ojos el legítimo agrado de alguien que se alegra mucho de volver a verte. -Este encuentro le da sentido a esta noche- me dijo-. No tenía pensado venir aquí. No conozco al artista ni me gusta lo que hace. Es un amigo de mi marido. Tuvimos una gran discusión al salir de casa y estuve a punto de regresar y meterme en la cama a ver televisión. Pero vine porque sentía que algo importante iba a sucederme. Aquí está la respuesta. Se me escaparon algunas lágrimas al abrazarla. Aquel encuentro fue muy importante para mí porque me reconciliaba con una parte que había quedado rota de mi pasado. Hablamos mucho. Le conté sobre mi recuperación gracias a un chino ilegal llamado Lian. Al final acabó dándome su tarjeta, comprometiéndome a que la llamara. -¿Cómo es eso de que no escribes más?- me preguntó con esa cara que se le pone cuando algo no le cierra-. Eres 210
escritor, Aaron Beyer. Los escritores pueden dar mil vueltas, tener éxito o no, publicar o no publicar, soñar o estamparse con las crudas realidades, y hasta trabajar de encargado en una ferretería, pero... nunca dejar de escribir. No se puede escapar de eso. Así es como regresamos a las andanzas. En unas pocas páginas acabo de describir a grueso modo lo que me sucedió en... nada menos que 17 años, porque quiero ir al grano. Pero el lector sabrá entender que no fue nada fácil y que sucedieron miles de cosas en medio que me condujeron, poco a poco al punto de partida. Así llegamos al día en que una mañana escuché aquella canción por la radio. En esos momentos Mirna ya estaba colocándome en ruta y me había conseguido un par de cosas para reemprender mi carrera y volverme a implicar en mi oficio. Obviamente nunca más hablamos de los sucesos traumáticos de mi coma, ni del cosmonauta ruso, ni de nada por el estilo, y eso le daba a ella la motivación para continuar adelante conmigo. Pero cuando la llamé y le conté lo que me había sucedido ella hizo silencio, y ese silencio lo decía todo... era como “¡Oh! No! ¡Otra vez estamos ahí!”. Era como la tremenda recaída fatal de un ex alcohólico. Entonces vino a verme, y sucedió lo de la lavandería, que es lo que conté al comienzo de toda esta historia... Yo corriendo hacia el mostrador, pidiéndole a la encargada que subiera la radio, la mujer asustada rogándome que me tranquilizara, la clienta llamando por su teléfono celular a la policía.... Bueno, la mujer vestida de ejecutiva que intentaba sosegarme era justamente Mirna Duvasky.
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Lo más lógico hubiese sido que ella me abandonara para siempre. Pero no lo hizo. Al contrario... Tomó las riendas del asunto. Mirna es de esas personas que aseguran que nada sucede porque sí en esta vida. Cree que si escapamos a los problemas, tarde o temprano volverán a cruzarse en nuestro camino para resolverse, como una vieja deuda. Se sentó frente a mí, en la sala de mi casa y me dijo: -Voy a encargarme de averiguar la procedencia de la canción. Dame dos días. En estos dos días tú me prometes que te tranquilizarás y volverás a enfocarte. Si quieres que resolvamos esto te necesito completo y no a medias- me dijo. Pues esas fueron las palabras que inauguraron el tercer tramo de mi vida... El primero fue mi vida hasta el coma, el segundo la etapa intermedia de recuperación, y ahora el regreso para confrontarme a la verdad...
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