“A medio camino”
un relato de
Gustavo Gall
SEGUNDA PARTE Capítulo Veintidos “Sin un atisbo de luz al final del túnel”
Buck me llamó por teléfono. Le respondí de una forma agresiva preguntándole cómo había conseguido mi número. -Me lo dieron en el canal de televisión. -¡No quiero que me molestes! No sé quien eres ni qué pretendes- grité con mis dificultades de habla. Y colgué el teléfono. Pues la misma escena se repitió varias veces. Se lo dije a mi agente, Mirna, y le dije también que tenía pensado denunciarlo. Ella me aconsejó que me tranquilizara, que se encargaría del asunto. La siguiente llamada la atendió Mirna y, para mi sorpresa, terminó charlando amigablemente con el misterioso y molesto tipo. Luego intentó explicármelo... -Buck es un muchacho que dibuja comics. No tiene ninguna mala intención. Te vio por la tele y le interesó tanto lo que contaste sobre la Ruta 45 que hizo algunos bocetos de un posible comic con tu historia. -¿Seguro que no es un periodista o algo de eso? -Seguro. Te hará llegar esos bocetos a lápiz. Dijo que si tiene tu aprobación para continuar adelante con ese trabajo 199
entonces le gustaría hablar contigo para escribir un guión basado en tu testimonio. -¡Lo que me faltaba!- exclamé con furia-. Primero voy a un programa de televisión lleno de gente patética, y ahora mi historia será dibujada en un comic. ¡Un asco! No se podía caer más bajo. En aquellos momentos yo estaba muy deprimido y muy enojado. Mi mente no terminaba de asimilar que me había convertido en un discapacitado, además de sufrir el descreimiento general sobre mi experiencia durante el coma. Que me trataran como un freak más en aquel programa de televisión fue la peor humillación, y el hecho de que la única persona que, seguramente, me prestó atención con seriedad, quería usar mi historia para dibujar un comic... Nada podía ser más patético. Lo único que quería era estar solo, bien solo. Iba a arrojar la toalla con mis intentos por convertirme en un escritor, aunque seguiría escribiendo para otros, como había hecho hasta entonces, porque era lo único que podía hacer y era mi modo de ganarme la vida. En ese tiempo, poco después, también me desconecté de Mirna Duvasky. No hubo un conflicto ni lo hablamos directamente, simplemente nos distanciamos... bueno... ella se apartó de mí. Supongo que mi compañía y mis frustraciones le eran demasiado tóxicas. Lo entiendo. Un día el encargado del edificio me anunció que había llegado un sobre grande para mí. Lo recibí y al abrirlo me encontré con las cinco hojas del boceto del comic, a lápiz. Eran los originales. Junto a esos sketches, había un texto con el supuesto guión basado en mi testimonio de lo que dije en
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aquel programa de tv, y una nota que decía textualmente esto: “Estimado Sr, Beyer- Después de intentar contactar con usted repetidas veces para explicarle mis propósitos, decidí enviarle directamente el material sobre el que estoy trabajando. Como apreciará se trata de un comic sobre su experiencia tras haber permanecido en coma durante tres semanas. Si bien es una interpretación libre en la que me he tomado ciertas licencias artísticas, el desarrollo de la historia es la que usted contó por televisión, y la que tanto impacto me causó. La historia se llamará “El Gran Doblez”. Me gustaría saber qué le parece mi proyecto y eventualmente encontrarme con usted para que me de información más detallada que pueda sumar argumento a mi historia. Sepa que hago esto con el mayor de los respetos- Atentamente Buck”. También añadía un número telefónico de contacto. En esos años no había Internet ni celulares como ahora. Observé los dibujos detenidamente, dándoles una oportunidad, y no me gustaban en absoluto. Esas imágenes me parecían caricaturescas e insultantes. Además había añadido personajes de su propia inventiva, supongo que para darle un impacto más llamativo. Y todo eso me caía como un insolente atrevimiento. ¿Para qué me molestaba? Después de todo él podía haber llevado a cabo su obra sin mi aprobación. Dentro del sobre había un ejemplar de una revista llamada “Blackhole” con publicaciones de varios artistas del noveno arte, entre ellos él. Casi todos eran comics de ciencia ficción y cuestiones fantásticas futuristas de lo más descabelladas y temas sobrenaturales. Eso solo sumaba más argumento a mi indignación. Hay que entender que para los dibujantes y 201
guionistas de comics sus obras son tan valiosas como para nosotros los escritores nuestros libros, o para los músicos sus canciones. Yo no tenía mucha información sobre ese mundo del comic, y no sabía que era una forma de expresión artística en pleno auge. El noveno arte combina literatura con dibujos, y es un genero muy efectivo y directo en el cual esa mixtura debe resultar muy eficaz para el lector para facilitar al máximo su interpretación. Era la fusión perfecta entre dos modos de comunicación gráfica. Había escuchado por ahí que algunos de mis colegas escritores habían empezado a incursionar en el territorio de los guiones para comics, incluso algunos estaban haciendo cursos para perfeccionarse. Pero yo era ajeno a todo ello. Creo que lo que me sucedía realmente era que no me convencía la idea de que alguien sintiera una motivación sincera por mi testimonio sin que tuviera detrás alguna intención especulativa. Me equivoqué con Buck. Ni mis médicos, ni mis psicólogos, ni mis amigos... nadie creía realmente lo que me había pasado. Todos lo consideraban una alucinación que, posiblemente, tuvo lugar en los momentos en los que me estaba despertando del coma y recobraba la conciencia. Pero ahí aparecía un joven artista que estaba fascinado con mi historia y me tomaba enserio, y yo le estaba dando una patada en el culo. Fui injusto con Buck. Por cierto, su nombre su seudónimo artístico y lo extrajo del personaje de Jack London, Colmillo Blanco. Curiosamente admirábamos al mismo escritor. Pasaron varias semanas, tal vez tres, y una noche, tarde, decidí darle una oportunidad para compensar su obstinada insistencia. Marqué su número telefónico y le dije que lo esperaba en mi casa al día siguiente por la tarde. 202
Y allí se presentó, con su carpeta de bocetos y su cuaderno de notas. Para mi sorpresa, el misterioso Buck era un muchacho de 19 años, flacucho, desgarbado y peludo. Tenía los ojos grandes y curiosos, que brillaban con ansiedad por detrás de unos lentes cuadrados de aumento. Supe de inmediato que no se trataba de un individuo peligroso que pudiera estar tramando algo más allá de lo que me dijo. Lo hice pasar y le ofrecí un sándwich, yo estaba preparando uno para mí. El chico, asombrado, aceptó de inmediato mientras dejaba sus cosas sobre la mesa del salón. Comimos esos sándwiches de jamón y queso y bebimos café. Él me miraba con esos ojos que se les ponen a las fans cuando tienen delante a su ídolo de rock y no terminan de creérselo. Sacó del bolsillo una de esas grabadoras de periodista y le advertí que si encendía ese aparato iba a quitárselo e iba a arrojarlo por la ventana. Entonces levantó las palmas de sus manos en señal de disculpa y lo apartó de nosotros. Me habló de “El Gran Doblez”, y lo contaba todo con una lisura y una seriedad inquietante para mí. El chico creía realmente en todo esto y confiaba con un convencimiento intransigente en mí. No estaba engañándome, tuve que hacerme a la idea. Su teoría era que todo eso que yo había vivido en la Ruta 45 era una realidad que juntaba intersticios de mi mente combinados con la realidad de un plano tangente. Para explicármelo señaló una cara de un papel, y luego señaló la cara opuesta, y habló de dos realidades paralelas similares pero ajenas, en otro plano. “Cada una solo es real en sí mismo porque no se ve ni se cruza con el otro plano”. 203
Luego arrugó el papel haciéndolo un bollo y plegándolo en varias partes. “Todos esos pliegues y dobleces constituyen ahora una realidad adyacente para sí. ¿Cuál es el plano real? Entre todos estos planos, todos lo son...”- concluyó. No comprendí toda su elucidación al principio, pero luego, cuando estuve a solas, fui deduciendo su teoría, poco a poco. Y ahí estaba él... un chico de 19 años, que se dedicaba a garabatear monigotes, procurándome una paráfrasis de lo que me había pasado, mientras el resto del mundo prefería decirme que me olvidara de todo, que había sido solo un entelequia. -¿Qué es lo que quieres saber exactamente de lo que viví en “El Gran Doblez”?- le pregunté, adoptando ya el nombre con el que él lo había bautizado. -Todo- me respondió, y agarró su libreta de apuntes y su bolígrafo. Dejó el café a un lado y me clavó los ojos para prestarme suma atención. Le conté todo lo que recordaba, con la limitación de mis discapacidades para hablar y expresarme con fluidez. Todavía seguía con la mitad izquierda de mi cuerpo semi paralizada. Escribió y escribió todo lo que pudo, y me juró que me mantendría al tanto de los avances en su proyecto. Dijo que yo sería el primero en ver los bocetos a lápiz, y que el entintado dependería de mi aprobación. Era legal. Me fiaba de él. Incluso, ahora que lo había conocido personalmente, me caía muy bien. Aunque me había enviado aquel ejemplar de la revista en la que dibujaba periódicamente, decía que pretendía presentar 204
este comic a algún editor que estuviera dispuesto a publicarlo como una obra individual. Sus pretensiones eran muy elevadas, pero no eran tan locas en esos años en los que, insisto, el noveno arte estaba en pleno auge y las editoriales procuraban atención a los noveles que aparecían con ideas innovadoras y originales. Trabajó duro con su proyecto. Dibujó más de cincuenta hojas y añadió personajes a la historia para provocar un eficacia literaria más atrayente. No estaba nada mal, pero “yo” era el que no estaba bien. Mi ánimo fluctuante acabó por provocar que aquel chico se desanimara e hiciera lo mismo que hicieron todos... alejarse de mí. No los culpo. Yo era un ermitaño que pasaba de la euforia a la depresión sin escalas intermedias. Fue una etapa horrible en mi vida en la que solo tenía voluntad real para la autodestrucción. Incluso había llegado a abandonar las sesiones de rehabilitación. No había un solo atisbo de luz al final del túnel. Pero entonces: ¿Para qué contar todo esto sobre el trabajo de Buck, si todo quedó en la nada? No quedó en la nada. Muchos años después ese comic, que nunca llegó a publicarse, fue el punto clave para darle un nuevo sentido a mi vida...
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