TUKA Gustavo Gall
© 2003 Gustavo Gall. 2ª edición SINFIN-EDICIONES 2018 LOS TRES LOBITOS / Int.Copyright A.R.Ress España / Reservados todos los derechos Versión electronica autorizada por el Autor
A Cris
Detalles del autor:
Este relato es muy especial para mí. Creo que originalmente iba a ser un guión para una película de bajo presupuesto porque, en esos años yo me había hecho amigo de unos chicos que dirigían cortos de cine en Madrid. Yo vivía en Alicante y nos contactábamos por mensajes. No recuerdo bien como fue eso, pero tengo la vaga idea de que uno de ellos me pidió un guión y finalmente ese guión terminó siendo un relato. Cada tanto aparece la música de fondo que yo imaginé como adecuada para recrear las diferentes escenas, como si se tratase de una película, y eso lo dejé asi. En un principio se publicó como “Tukka”, con dos “k”, y recientemente cambié eso. La publicación original se respetó aunque fue revisada y se cambiaron unos pequeños detalles que no afectaron a la trama. “Tuka” es la abreviación del mote “Pituka”,un personaje que creé para las portadas de la revista “Klan Comics” a mediados de 1990. También es la fonética de “Tuca”. Una tuca es el resto que queda del porro consumido que se fuma con una “tuquera” y es una palabra habitual en la calle y en la jerga del colegio secundario en mis años de estudiante. La historia transcurre en 1979. Este es uno de esos relatos que hay que leer dos veces para que el efecto de las
interconexiones de los personajes adquiera sentido. En la segunda lectura se disfruta verdaderamente el sentido del texto. Lo que me gusta de este relato (ahora que lo leo como lector) es que todo se resume a la primer escena, o al primer episodio, es decir, que todo comienza, transcurre y termina ahí. El resto del relato se ocupa de contar como esos personajes llegaron a esa escena. Por eso es que en la última parte el lector tiene una revelación de lo que sucedió después con el parásito, pero el final de la historia, en realidad, ya lo había leído antes. Esto es un juego literario que yo disfruto mucho porque rompe con el orden de la lectura tradicional. En la literatura policial-negra británica se juega mucho con esto. Hay un asesinato, y los tantos están claros desde el comienzo. El lector es cómplice y testigo de todo, lo sabe todo. El resto de la lectura se ocupará de ver como el detective se las arregla para descubrir la verdad de los sucedido. En “Tuka” pasa algo similar, aunque lo intrigante es saber como es que todas esas personas se encuentran en el bar de Tuka cuando se desata el conflicto, que, por cierto, “el conflicto” es lo primero que aparece. Y el estilo no es policial-negro, sino satírico, como una comedia oscura que raya la ridiculez y trivializa todo drama. El lector se dará cuenta de inmediato que tendrá que abandonarse a esta propuesta. Otro detalle importante es que el texto está escrito en “español” de España. Yo vivía en España en ese momento y mis lectores eran, mayormente, españoles. Pude cambiar eso durante la revisión del texto, pero decidí que no. Decidí que era mejor dejarlo tal cual fue escrito originalmente.
Demasiados retoques pueden desvirtuar la idea. Igual se entiende perfectamente todo. -Un “Octackú” es una nota escrita rápidamente que no admite correcciones. Es una palabra inventada que usábamos los escritores de la revista Arco cuando no queríamos que algo de un texto (un párrafo, una expresión, una cosa mal escrita a propósito) se arreglara o modificara para la publicación. Se escribía OTK en rojo en algún margen. -En uno de los capítulos: “Octackú 2” (Peter le cuenta a Diego todo lo que pasó la noche anterior) el lector se encontrará con un repentino cambio de dinámica. Los diálogos están escritos con el formato de una obra teatral. Esto es un delirio que tuve y me resultó interesante dejarlo así. -La idea original era la de escribir tres partes de Tuka, siendo este libro la primera. Llegué a escribir gran parte del segundo episodio pero lo abandoné para dedicarme a otros compromisos. Ojalá les guste. Gracias por leer. // Gus (Mientras escribo esto suena de fondo: “Do ya think i´m sexy?” de Rod Stewart, y “what a fool believes” de los Doobie Brothers)
Listado de capitulos: Capitulo 1: La Señora Culogordo 1 -Introducción Capitulo 2: El frasquito misterioso. Capitulo 3: Evelyn y el collar. Capitulo 4: El señor Jansen y el mechero de plata -Octackú 1 -Octackú 2 Capitulo 5: Algo mejor que Viagra Capitulo 6: ¿Dónde habías estado durante todo este tiempo? Capitulo 7: “Dancing in the street” Epilogo: La Señora Culogordo 2
Capitulo 1 La Señora Culogordo
(Música de fondo: “Solsbury Hill” de Peter Gabriel)
Algunos aseguran que el dinero no hace la felicidad, y otros se apresuran a decir “no la hace, pero ayuda mucho”. Yo no creo ni una cosa ni la otra. Creo en los estados biológicos que hacen “de” la felicidad, esos en los que un ser humano se siente seguro y fuerte. Ocurre lo mismo con la soledad que nos deprime, con el enamoramiento que nos hace ver el mundo a través de un cristal fantasioso. La felicidad se vale “de”, no se hace. La Señora Culogordo lo tenía muy claro. Una de las cosas que estimulaba ese recurso químico que la arrimaba a la felicidad era la posesión de cosas. Por eso iba a los supermercados de las grandes superficies y robaba. A veces robaba una lata de mejillones, otras veces una crema humectante, un paquete de pastillas de menta, cigarrillos (porque antes los paquetes de cigarrillos se podían comprar en los supermercados), etcétera, etcétera. La felicidad inmediata se estimulaba con el hurto de cosas que ella, tal
vez, podía comprar, pero que al ser poseídas mediante una situación de estrés, con rigor, disparaba su cuota diaria de adrenalina necesaria para hacerla sentirse viva. Los animales en la selva necesitan salir de caza para alimentarse. Se despiertan con el propósito y la necesidad de procurar su alimento. Algunos almacenan el alimento suficiente como para sobrevivir durante varios días sin necesidad de exponerse al riesgo que implica el rigor de la cacería. Sin embargo lo hacen igual, porque el hecho cabal de “cazar” los somete a una actividad que les proporciona la cuota de adrenalina cotidiana que los hace sentirse vivos, porque la falta de actividad los deprime. Esto, de algún modo, intenta justificar el módumprimitivum de la cleptomanía patológica de la Señora Culogordo. Nunca la descubrieron. Nunca tuvo que pasar por el delicado y vergonzoso momento de verse expuesta, en evidencia, teniendo que rendir cuentas de sus actos ante un careo por parte del personal de seguridad de alguno de los supermercados donde robaba. Por eso volvía a repetirlo una y otra vez. A veces “la felicidad” de Natalia Culogordo duraba lo que le trayecto desde el supermercado hasta su casa. Se sentía fuerte y satisfecha, convencida de su habilidad y talento, convencida de que sus mañas aún se mantenían jóvenes. Contenta por haber burlado una vez más a una entidad encargada de hacerla envejecer (porque en esos delicados momentos los empleados de seguridad eran, ante sus ojos de
ladrona, seres monstruosos contratados para abatir sus destrezas y su juventud). Pero luego, al llegar a casa, se arrepentía, se odiaba, se preguntaba “¿porqué hago esto?” y volvía a deprimirse. A veces robaba otras cosas en otros lados. Como trabajaba de empleada de limpieza (por cuenta propia), tenía cierta impunidad para desarrollar su talento en domicilios privados donde robaba minucias, sobre todo adornos, que a menudo terminaba regalando a cualquiera o arrojándolos a la basura. Limpiaba también en locales comerciales, en bares, restaurantes, tiendas... Y hasta la tarde del 8 de diciembre de 1979 prestó sus servicios en el Bar de Tuka, exactamente hasta las 7:30 p.m, hora en la que colgó su chándal, guardó la lejía y la mopa, y se marchó a su casa, caminando, invadida por ese sentimiento de felicidad inmediata que la abandonaría un rato después. A la mañana siguiente se enteraría por las noticias locales que en el mismo bar había sucedido algo bochornoso, un rato después de haberse marchado de allí. (Música de fondo: “Shame” por Evelyn Champagne King)
Introducción
La esquina de St.Valery y Dr.Ruscó nunca fue tan concurrida como en la noche del 8 de diciembre. Se trata de una esquina que ha conocido tiempos mejores en los años en que era un paso indefectible para salir de Nakeda hacia el norte. De un lado una antigua ferretería, la de los Rockamore, que durante los años 60´s, fue un gran almacén, una droguería en la que se podía comprar de todo, desde un analgésico de venta libre hasta un tornillo. En esos años el escaparate de la derecha a la entrada (en diagonal a la avenida St. Valery) sobre Ruscó estaba atestado de armas de aire comprimido y navajas multiuso. Se exhibían las, entonces modernas, navajas automáticas y los pequeños aerosoles de gas lacrimógeno que las señoras usaban dentro de sus carteras para disparar sobre las caras de los cacos. Luego fueron prohibidos porque era más común que los ladrones usaran el gas para reducir a sus víctimas antes de robarles. En el escaparate de la izquierda a la puerta (el que daba a la avenida) se exhibían algunas herramientas, jabón en polvo en oferta, latas de legumbres en conserva y latas de melocotón en almíbar. También había artículos de pesca y artículos de limpieza y chanclas de goma, todo mezclado. Pero el progreso y los artículos etiquetados como: “Made in Taiwán” fueron desplazando el negocio de los Rockamore
y a finales de los 70´s , después de veinticinco años de actividad, ya solo quedaba una imagen caricaturesca de lo que había sido. Justo en la acera de enfrente estaba ubicado el “bar de Tuka”. En realidad se llamaba “el bar Polydor” y por su ubicación territorial algunos también le decían “el bar Rockamore”, pero para los más jóvenes y los habituales y vecinos era “el bar de Tuka” porque, al parecer, Tuka se había pasado la mayor parte de su adolescencia observando al mundo a través de los ventanales de ese bar. Hay mucha leyenda sobre esto. Las leyendas se inflaman con la divulgación barrial y se pierden al atravesar el límite territorial de la siguiente avenida. Pero con Tuka y con aquel bar sucedió algo sorprendente que hizo trascender la historia a otros barrios y ciudades vecinas. Tan importante era la leyenda de Tuka que dentro del bar había todo un muro con la cara de un muchacho de risa malvada, con antifaz rojo y pelo desprolijo. Pocos eran los que recordaban realmente a Tuka pero fácilmente todos lo identificaban con aquel travieso personaje de ojos claros. Una leyenda cuenta que en los baños de aquel bar Tuka tuvo un trip después de experimentar con un cactus alucinógeno llamado San Pedro y que tuvo una pelea sangrienta con un ángel. Cuando entraron al baño por la noche, después del cierre del bar, el encargado y su socio aseguraron que tuvieron que quedarse hasta la madrugada limpiando la sangre del suelo y las plumas de las alas del ángel dispersas por todas partes. De hecho uno de los tragos preferidos por todos era “Alas de ángel”, lo cual deja
sospechar que había varios interesados en mantener viva la leyenda ya que le proporcionaba al local grandes réditos. En otras partes de la ciudad se han llegado a ver llaveros de Tuka, tuqueras con alitas, banderines que representaban la escena de la lucha etc, etc. A Tuka le han atribuido muchas hazañas que no viene a cuento relatar en esta historia. La imaginación popular no tiene límites y se ha especulado mucho con los fabulosos episodios de un chico que ha conseguido conquistar, a partir de la ofensa de todos los principios, el corazón de todas las personas. La fábrica de héroes populares está siempre abierta. Lo cierto es que algo mágico debió tener este Tuka porque lo que sucedió la noche del 8 de diciembre de 1979 después de Cristo no es nada normal. Si bien no tiene nada que ver, directamente con Tuka, vale decir que por donde este personaje pasó siempre ha quedado una puerta abierta a lo extraordinario. La esquina de la avenida de St.Valery y Dr.Ruscó fue el punto de drenaje de una serie de acontecimientos encadenados. Esa noche el diablo bajó a echarse unas risas. Aquella noche del 8 de diciembre fue la última noche para muchas cosas. (Música de fondo: “The devil went down to Georgia” por Charlie Daniels Band)
Capitulo 2 El frasquito misterioso
(Música de fondo: “Babe” por Styx) La noche del 8 de diciembre fue la última en que el bar de Tuka estuvo abierto. El local donde estaba el bar fue dividido en dos partes. En una de esas partes hay una pequeña tienda de ropa para bebés y en la otra hay ahora una tienda de reparación de electrodomésticos que es atendida por un Japonés llamado Takiyama. No se parece en nada al sitio que el destino burlón escogió para el desenlace de varias historias encadenadas. Sin embargo, a pesar de todo, cuando alguien toma por referencia ese punto en especial de la ciudad de Nakeda, no duda en decir “Allí, en la esquina del bar de Tuka”. ¿Alguna vez se ha puesto a pensar que a la misma hora y en el mismo momento en que a usted le esta sucediendo algo inesperado de la categoría de : “¿Porqué me está sucediendo esto a mí?” habrá cientos de personas, en cualquier parte, que se estarán haciendo la misma pregunta?. Sobre las 7:30 p.m la Señora Culogordo salía por la puerta con prisas, con su bolso azul, para dirigirse caminando hasta
su casa. No había clientes en el local. Un rato antes hubo un tipo con un maletín y dos mujeres que se habían marchado, pero que luego regresaron buscando algo que habían dejado olvidado. Andrés , el empleado del bar dijo que él no había visto nada. Mintió. La Señora Culogordo sabía perfectamente que él les estaba mintiendo y sintió taquicardia por los nervios de la situación. Horas después Matías Geffen conversaba con su compañero Beto en una de las mesas del bar de Tuka. Le comentaba algo respecto a sus planes por dejar el trabajo en el hipermercado después de ocho años de servicio por un puesto de seis horas como guardia de seguridad en una fábrica de alfombras. Ambos estaban agotados después de un largo día de trabajo. Ambos eran oficiales de mantenimiento en el hipermercado, pero estaban desconformes con el salario ya que ganaban lo mismo que cualquier reponedor de mercancías, siendo que su trabajo era mucho más complicado y arriesgado. Matías estaba indignado y de algún modo intentaba convencer a su compañero para que le siguiera los pasos. Pero Beto tenía que pensar en la hipoteca de su piso, en el coche y en los planes con su esposa de visitar el Caribe. No podía correr el riesgo de renunciar a un contrato laboral estable por uno de prueba de tres meses para luego poder terminar cobrando el paro y empezando una vez más de cero. Hablaban sobre esto cuando un coche se detuvo frente al bar. No era extraño ver coches por allí a esa hora (eran poco más de las once p.m) pero sí era extraño que se detuvieran frente al bar un día de semana.
Tres hombres bajaron del coche y entraron al bar para ubicarse en una mesa cercana a la puerta del baño. Uno de los hombres lloraba. El más joven de ellos se acercó a la barra y pidió dos cafés y una cerveza. Llevaba un aspecto como de haber dormido con la ropa puesta, un nido de pelos revueltos en la cabeza y unas ojeras tan verdosas que parecían pintadas. Tenía una camiseta con las letras de “Sex Pistols”, y una foto mal lograda de Sid Vicius fumando sentado al borde de una cama. Frunció el ceño como forzando la vista al echar un vistazo a la mesa donde los dos oficiales de mantenimiento intentaban disimular la intriga que les provocaban, sobre todo aquel hombre llorando. El más joven se reunió con los otros dos ubicándose de espaldas a Matías y Beto. Se sentía observado ya que cada cinco minutos se volvía en torno a los dos oficiales de mantenimiento y regresaba a la conversación para hacer un comentario en voz baja. Era inquieto y se movía nervioso sobre su silla. Andrés, el encargado del bar, hizo una llamada telefónica a su novia diciéndole que llegaría sobre las doce y media. Esa noche iban a ir al cine, y digo “iban” porque los planes se estropearon unos minutos después de esa llamada cuando el joven del trío de los recién llegados se levantó de su silla y se encaró con los oficiales de mantenimiento preguntándoles porqué lo miraban tanto. -¿De que vas nene? Nadie te está mirando- dijo Beto. Matías dejó escapar una risita mientras echaba un trago a su cerveza. El chico se molestó mucho por esa risa. -Cada vez que me doy la vuelta los dos me están mirando y no me gusta que me miren, me pone furioso- dijo el
muchacho y sostuvo el gesto de la última vocal con su boca dejándolo en ridículo. -¿Te pone furioso?- preguntó Matías y los dos se echaron a reír a carcajadas. Desde atrás el hombre mayor le pidió al joven que lo dejara ya y que regresara a la mesa. El tipo que había estado llorando observaba la escena con mucha atención, pero ninguno de los dos se levantó para detenerlo. Andrés colgó el teléfono y de inmediato encendió música con la intención de calmar un poco el ambiente. Por los altavoces comenzó a sonar una canción de “Machine Head” de Deep Purple. Las cosas suceden así, de repente, sin demasiadas excusas ni pretextos. Las cosas a veces se escapan de las manos por nada. Pongámosle nombres a los personajes... De momento al hombre mayor vamos a llamarlo “el hombre del sombrero”, al otro, el llorón, lo llamaremos “el rehén” y al mas joven lo llamaremos “el más joven”. Hubo una discusión acalorada y un mal intercambio de palabras que desató una bronca. Finalmente el hombre del sombrero tuvo que intervenir enseñando la pistola que llevaba debajo de su saco con la que había estado apuntando al rehén todo el tiempo. Amenazó a los dos oficiales de mantenimiento y los obligó a mantenerse de pie, con las manos en alto, junto a una de las paredes traseras del bar. De inmediato ordenó a Andrés que se reuniera con ellos y le
dijo al más joven (su hermano) que cuidara del rehén y le rompiera las piernas si intentaba escapar. Con la pistola en mano se acercó al teléfono y llamó a su novia... -Mabel. Soy yo. Estoy en un bar... -El bar de Tuka- le dijo Andrés en voz baja. -Estoy en el bar de Tuka. Tengo una pistola en la mano y estoy con mi hermano que quiere decirte algo y con el tipo del que me hablaste... el del Viagra, si... Claro que lo busqué en el hospital... eso no es verdad, no amenacé a nadie con la pistola en el hospital, solo a este individuo. Lo tengo a él de testigo... -¡Señorita! ¡Por favor! Su novio quiere matarme- gritó el rehén desde la distancia llorando desconsolado. -Si, es él. Llora y llora todo el tiempo, no lo soporto más. Quiero que te reúnas con nosotros y arreglemos todo de una puñetera vez. Quiero que se arregle todo y seamos felices, y quiero que tengamos hijos y plantas y perros. En ese orden. Mi hermano se marchará de casa hoy mismo, me lo prometió. Si no te reúnes con nosotros en media hora comenzaré a matar, no solo al llorica sino también a la gente que está en el bar por casualidad y luego me suicidaré. ¿No querrás que mueran inocentes?. Te espero. Me importa una mierda si estás de guardia en el hospital. Hoy yo tengo prioridad. No te tomes a mal si se corta, es que solo puse una moneda en el teléfono. Andrés no podía creer que aquello estuviese sucediendo en el bar. Era su segundo día después de una larga
temporada en la que estuvo en pleito con el dueño del bar. Le habían brindado una nueva oportunidad. Retomaba el trabajo con muchas condiciones y se había propuesto hacer buena letra para no volver a perder su trabajo. Pero es que aquel día parecía destinado a correr todos los riesgos. Aquel día parecía todo confabulado para estropearlo. Es que esa tarde sucedió algo… Dos mujeres y un hombre se sentaron en una de las mesas. Parecían asustados, parecía que habían visto al diablo. Hablaban en voz baja y miraban a todas partes con ojos de persecución. Una de las mujeres llevaba una cámara, el hombre llevaba un maletín y la otra mujer llevaba un paquete envuelto en papel madera precintado. Era tan misteriosa la actitud que tenían los tres que llamaron poderosamente la atención de Andrés. Cuando, después de una hora de discusión en voz baja, se marcharon, Andrés se dispuso a limpiar la mesa que habían ocupado. En ese momento descubrió que la mujer que cuidaba celosamente el paquete cilíndrico lo había dejado olvidado sobre una de las sillas que había colocado a su lado. Andrés rápidamente se hizo del paquete y se lo llevó hasta la cocina. Lo hubiese devuelto con total normalidad si los tres no hubiesen irrumpido en el bar, cuarenta minutos después, con tanta ansiedad y nerviosismo. Realmente se trataba de algo importante. El hombre estaba tan desesperado que parecía que iba a sufrir un infarto y las dos mujeres cabalgaban sobre una baldosa de la histeria que tenían por haber perdido el paquete.
Andrés les aseguró que no había visto ningún paquete y que si lo habían dejado allí algún cliente podía habérselo llevado. -“¿No entiende?...”- le dijo el hombre agarrándolo del cuello de la camisa –“...se trata de algo sumamente peligroso... algo más peligroso que una bomba. Algo que no puede estar en manos de cualquiera”. Andrés se disculpó por no poder ayudarles. El hombre revisó una y otra vez el sitio. No terminaba de convencerse de que había perdido para siempre el paquetito de papel madera. -“Recuerde quién pudo haberse sentado allí. Por el amor de Dios, tiene que recordarlo...”- suplicaba el hombre del maletín de médico. Detrás suyo las dos mujeres discutieron y se insultaron y se echaron culpas y terminaron tirándose de los pelos y arañándose. Realmente se trataba de algo muy serio. -“Pagaré lo que sea si encuentra ese frasco. No sabe lo que contiene... es un descubrimiento que cambiará la historia de la humanidad. No puede estar en manos de cualquiera”. Andrés se encogió de hombros. Las dos mujeres terminaron revolcándose por el suelo a los golpes, lastimadas. Finalmente el hombre del maletín las separó con ayuda de unos chicos que estaban bebiendo algo en el bar. Luego se marcharon. Intrigado Andrés entró en la cocina y desempaquetó el susodicho frasco. Se trataba de un frasco estéril, de esos que se usan en los laboratorios para analizar muestras. Dentro había una especie de baba trasparente y pegado al vidrio un bicho, similar a una garrapata, del tamaño de un haba, con
una larga colilla pinchuda. Andrés estaba sumamente intrigado. Si aquello era tan importante como para cambiar la historia de la humanidad entonces debía costar una fortuna. Pensó y decidió que dejaría que pasaran dos o tres días hasta llamar al número de la tarjeta que le había dado el tipo del maletín. Le diría que le costó un perú rescatar el frasco y les pediría una gran suma de billetes como recompensa. Guardó el frasco en la misma cocina, escondido detrás de unos cajones de Fanta naranja para tenerlo controlado. Esto sucedió esa misma tarde, un par de horas antes. Ahora la prioridad era pensar en el tipo que los encañonaba con una pistola, y si resultaba vivo de esa entonces iba a retomar la idea de pedir recompensa por el frasquito histórico. Un hombre entró a toda prisa en el bar de Tuka en el preciso momento en que el tipo del sombrero encañonaba a los demás con una pistola. No se percató de lo que estaba sucediendo hasta después de sentarse en una de las banquetas de la barra. Su nombre era “Motchell” y llevaba dos días escapando de tres tipos que habían estado negociando por drogas en la casa de Alice Cooper. Motchell era el ex guardia de seguridad de un conocido burdel de Nakeda, el “Deep Rose” y había ido hasta la casa de Alice Cooper para hacerle el favor a un viejo amigo que tenía que conseguir un poco de “caspa del diablo” para un potencial cliente que iba a subvencionar su proyecto para la construcción de un “hotel de lujo y residencia para ancianos”.
Ahora, sin comerla ni beberla, tenía detrás suyo a tres individuos violentos que estaban empecinados en romperle la cabeza. Pero después contaré porqué querían matarlo. De momento Motchell llegó al bar, se ubicó en la banqueta y hundió su cabeza entre sus codos. -Andrés, estoy metido en un lío...- decía lloriqueando sin darse cuenta de que el camarero, y otros dos individuos vestidos de mono azul, estaban arrinconados contra la pared, con los brazos en alto, y que otro tipo les apuntaba. Todos lo miraron sorprendidos. –Estoy metido hasta el cuello en un problema con unos mafiosos que quieren cortarme las pelotas. Nunca debí volver a lo de Alice, al Templo... debí hacerte caso tío... Nunca nos dio otra cosa que problemas y encima de todo, encima de todo todo, creo que Alice está...- en ese preciso instante levantó la cabeza y comprendió lo que estaba sucediendo a su alrededor. -Motchi... relájate... estamos en un pequeño altercado con estos señores... pero ya aclararemos el malentendido...- dijo con voz calma Andrés, el encargado de bar. -¡Dios mío!... ¿aquí también hay problemas?... resulta que donde yo voy hay problemas... creo que tengo la mierda pegada en mis zapatos. -¡Oye tontorro!... quiero que levantes despacio tu culo de esa banqueta y te reúnas con tus amigos, levantes las manos como ellos y cierres la boca si no quieres que te envíe sin escala al otro barrio- dijo el hombre del sombrero. -¿Qué-demonios-está-pasando-aquí?- preguntó Motchell mientras se movía obedeciendo al hombre de la pistola.
-Es que estos dos señores miraron mal a aquel muchacho y... -Lo que está pasando es que todo es una mierdainterrumpió el hombre de la pistola-...y cuando digo “todo” quiero decir “todo-todo”. Aquí dentro todo el mundo tiene problemas. Estos dos tíos tienen problemas con su trabajo, Mi hermano, es aquel que está allí con cara de idiota, tiene problemas con su demencia. El tipo que está a su lado tiene problemas conmigo porque si mi novia no regresa conmigo esta misma noche yo me mataré y me lo llevaré a él también... -¡Por Dios!... ¡Nooooo!...- gritó el rehén y se echó a llorar como un niño desconsolado. -Lleva así toda la puta noche, y anoche también... llora y llora y llora- comentó el chico paranoico mientras se encendía un cigarro y atravesaba la barra para servirse otra cerveza gratis. -No quiero que gastes la cerveza de este hombre...- lo retó su hermano mayor (el de la pistola) -...todo lo que consumas lo pagas, porque sino se lo descontarán de su sueldo. -¿Porqué nos estás apuntando con esa pistola?- preguntó Motchell sin bajar las manos y sin cambiar su posición junto a Andrés. -Oye, ¿acaso no sabes que no se le hacen preguntas al que tiene el arma? ¿Qué ocurre si soy un loco demente y te pego un tiro?. -Disculpa... yo...
-Pero te lo diré porque no soy un loco, es decir, sí que lo soy, pero me controlo. Resulta que ese tío que está ahí es mi hermano menor y es un parásito. Se instaló en mi casa y eso provocó que mi novia Mabel me abandonara y se marchara a vivir a la casa de su madre. Por cierto la vieja me odia y entonces yo no puedo ir a verla. La mayor parte del día se la pasa trabajando en el hospital y el resto del día en la casa de su madre. ¿Quieres decirme en que momento podremos estar juntos? -Nunca- dijo el chico paranoico desde atrás. Recibió una mirada severa de parte de su hermano. –Vale, vale... no digo nada...- se disculpó mientras terminaba de echarse su cerveza. -Será mejor que pagues esa cerveza pequeño demonio. -Si, no te preocupes, la pago. El hombre de la pistola y el sombrero continuó... -¿Desde cuando se ha visto que un hombre se levanta a una mujer en un hospital? Tiene que existir un decreto, una ley que condene eso... tiene que existir una ley de honor entre hombres que prohíba esos abusos. ¿No estás de acuerdo?- dirigiéndose a Andrés. -Si, si, totalmente. Pero por favor no me apuntes así. -¡Yo no me levanté a tu novia!- gritó el rehén lloriqueando. -Calla hijo de puta o te vuelo la tapa de los sesos- le amenazó apuntando. -¡Ahhhh! Ya voy entendiendo...- intervino Motchell -...este tipo quiso montársela con tu novia en el hospital y eso te puso furioso.
-Si. Más o menos así... En realidad este desgraciado conquistó a mi novia, y no digo que no sea algo que pudiera suceder... ella es muy atractiva y él es un muchacho bastante elegante. Pero estoy enfadado con la injusticia, el destino y el destiempo... Yo ya estaba consiguiendo echar a mi hermano de mi apartamento y solo faltaba un poco más para que ella y yo pudiéramos estar juntos como antes. Pero apareció este malparido y vino a estropearlo todo. -¿Y a tu novia le gusta el llorica este?- preguntó Motchell. -¿Podríamos bajar un poco los brazos? Los tengo acalambrados- suplicó uno de los empleados de mantenimiento. -No, nadie bajará los brazos porque no quiero que nada se estropee. No quiero que nunca más nada se estropee en el mundo. Si yo les permito bajar los brazos entonces cualquiera podría tentarse e intentar escapar. Yo tendría que matarlo y eso complicaría más las cosas. -No me respondes a mi pregunta... ¿qué pasa con tu novia?, ¿”Mabel”, me habías dicho que se llama, no?. -Si, Mabel, “mi-Mabel”. -¿Qué pasa con ella?, ¿A ella le gusta ese tío?- insistió Motchell. Andrés le dio un codazo para que cerrara la boca. No quería que nada irritara al hombre del sombrero. -No quiero hablar de eso- respondió el hombre del sombrero. -Entonces significa que a ella le gusta él. -¡Calla! -Si no quieres hablar de eso está muy claro. De otro modo responderías “no”.
-¡¡¡Calla!!!. -Acepta la realidad. Si a ella le gusta entonces no conseguirás nada con todo esto. No puedes hacer nada para que suceda o deje de suceder. Creo que deberías aceptar la realidad y dejar que ella escoja. El hombre del sombrero y la pistola se mantuvo por primera vez pensativo. -Deja que te haga otra pregunta… ¿Porqué nos apuntas a nosotros? En ese preciso instante un patrullero de policía se detuvo frente al bar. Detrás le siguió otro patrullero. Los policías bajaron del coche y permanecieron alejados al ver desde la distancia al hombre del sombrero con la pistola en sus manos apuntando a cuatro rehenes. El llorón corrió hacia la puerta al percatarse de la presencia policial. El hombre del sombrero tuvo un rápido reflejo y le disparó hiriéndolo en la pierna. Todos se agazaparon. Los policías corrieron a refugiarse detrás de sus coches patrulla. El llorón chilló como un marrano. -Si no cierras la boca te dispararé en la cabeza- amenazó el hombre del sombrero. Y tú...- dirigiéndose a su hermano que permanecía detrás de la barra disfrutando de su cerveza…¿No te había dicho que cuidaras del maricón para que no perdiera los nervios?. -Lo siento Bruno... de verdad lo siento- se disculpó y rápidamente se acercó al malherido para arrastrarlo hasta su silla. Era la primera vez que se escuchaba el verdadero nombre del hombre de la pistola “Bruno”. -¿Porqué está la policía aquí?
-Porque todo sale mal. Todo es una mierda. Yo había deseado que nada saliera mal en el mundo. Que cada niño recibiera un regalo para navidades, que cada enfermo se pusiera bien, que cada estudiante consiguiera su título profesional... pero mis deseos son una mierda porque todo es una mierda y al final todo sale mal- se lamentó Bruno. “Salgan con las manos en alto”, dijo una voz de megáfono, “deje el arma en el suelo donde podamos verla y no lleve esto mas lejos Bruno”. -Ya todo esta estropeado. ¿Has oído como me llamó?... por mi nombre. Eso significa que Mabel ya les ha dicho todo. La he llamado para que pudiéramos hablar los cuatro juntos... mi hermano para decirle que ya se marcharía de mi casa porque yo mismo le he conseguido un empleo, el llorica para decirle que no quiere interponerse en nuestro amor y yo para rogarle que vuelva a casa. Quería decirle que estaba dispuesto a hacer todo lo que ella deseara. Casarnos, tener hijos y perros y una cuenta en el banco y una casita pequeña en la playa para pasar las vacaciones y... -Eso es muy bonito Bruno- comentó uno de los agentes de mantenimiento. Bruno lo miró con odio... -¿Me tomas el pelo hijo de puta?... ¿Bonito?... ¡es una mierda! Porque todo está estropeado. Yo tengo mala suerte siempre. “Salga con las manos en alto y...” -¡Calla!- gritó Bruno y disparó contra el cristal del bar. La voz policial se calló de inmediato. -Ya no hay salida Bruno. Esto siempre termina mal- dijo su hermano menor.
-No digas eso...- intervino Motchell -...yo creo que sí hay una salida siempre... solo hay que buscarla. Vamos a dejar que la suerte decida... -Es una buena intención de tu parte, pero esta vez creo que mi hermano tiene razón... estas cosas de rehenes y policías nunca terminan bien... creo que me pegaré un tiro en los dientes. -¡No! Espera...- interrumpió Motchell –Solo tienes que esperar y confiar en la suerte. Mira tío, hace una hora yo ya estaba a punto de ir a ver crecer las flores desde abajo, y de repente algo inesperado sucedió. Tienes que desearlo con convicción...- y canturreó la melodía de Dysney . Todos lo acompañaron cantando la canción. En ese mismo instante hubo un fuerte estruendo en plena calle. Todos permanecieron atónitos. Se levantaron del suelo y vieron un gran fuego entre los dos patrulleros. Dos policías yacían tirados sobre la acera y un coche rojo aplastado contra el maletero. Los otros policías habían desaparecido entre la humareda y el fuego. Desde el interior del Ford rojo, el que acababa de colisionar contra los patrulleros, salió un hombre y una mujer. Un tercer hombre permaneció inconsciente tumbado contra el volante. El maletero del coche rojo se abrió. En cuestión de segundos toda la calle se llenó de gente. -Es tu estrella Bruno. Huye ahora... huye tan lejos como puedas y vive una nueva vida. Olvídate de esa mujer que no te merece- le dijo Motchell. Bruno, con lágrimas en los ojos, lo abrazó y le dio las gracias con la mirada.
Antes de desaparecer, Motchell, volvió a canturrear la canción de Dysney. Bruno se fue a vivir muy lejos a una tierra lejana para vivir con una nueva identidad. Rápidamente los bomberos y la ambulancia acudieron al lugar del accidente. Apagaron el fuego y quitaron los cadáveres, el de un policía que recibió el impacto de lado, el del hombre que conducía el Ford rojo y un tercer cadáver que misteriosamente encontraron en el maletero del Ford junto a una bolsa de cocaína. La pareja sobreviviente del Ford desapareció al igual que Bruno. Todo era demasiado misterioso. Nadie podía explicarse lo sucedido... nadie se explicó la procedencia del Ford y su participación en el secuestro denunciado por una mujer llamada Mabel en el conocido bar de Tuka. El Ford rojo misterioso tenía un agujero de bala en el techo. Pero lo mas misterioso de todo era que el tipo muerto en el maletero no era otro que el conocido traficante al que apodaban Alice Cooper. Cuando Motchell se enteró de esto no pudo explicarse como habría podido llegar Alice hasta allí, y nunca logró descifrar ese misterio. En medio de todo el alboroto Andrés, el encargado del bar, dejó en la cocina, tras una pila de cajones con Fanta naranja, el frasquito que habían dejado olvidado los tres forasteros con el supuesto parásito histórico. Y en medio del
alboroto alguien debió llevárselo. No se supo nada más de ese frasquito. Pero volvamos en el tiempo para comprender que fue lo que realmente sucedió y lo que desencadenó los misteriosos acontecimientos del 8 de diciembre, la última noche en que estuvo abierto el bar de Tuka…
Capitulo 3 Evelyn y el collar
(Música de fondo: “Good girls don´t” por The Knack)
Evelyn estaba confundida, no era culpable de nada. Debieron darse cuenta que tanta exposición de buena suerte estaba agobiándola. Ya antes de salir de la casa, mientras chequeaba frente al espejo como le quedaba el vestido nuevo, que por cierto se lo había regalado Diego la noche anterior con motivo de su aniversario, presentía que aquella cena iba a ser una más de tantas otras. Y es que Sabrina, la mujer de Peter, hablaba hasta por los codos y le gustaba restregar a todo el mundo la formidable vida que tenía con su formidable marido y las formidables cosas que habían logrado juntos en tan poco tiempo. A Diego no parecía importarle nada de todo eso. Peter y Diego se sentaban a hablar de fútbol, de bandas de rock, y a veces hacían bromas sobre anécdotas graciosas de algún cliente. Nunca hablaban de temas serios. Los hombres son así, como niños, les da lo mismo si su amigo tiene un mejor coche o si ha conseguido un ascenso importante. A la hora de la sobremesa, con un par de tragos y un porrito fumado a medias, unos tiros a la cesta de
basketball en el jardín y unos chistes, pueden lograr sentirse como cuando eran unos chavalines del barrio. Pero Peter era el jefe de Diego, y eso, a Evelyn le jodía mucho. Eran amigos de la infancia y crecieron a dos casas de distancia. Fueron a los mismos colegios y tuvieron las mismas oportunidades en la vida, pero a Peter le fue mejor. Diego y Evelyn llevaban doce años de casados y vivían en un apartamento de alquiler. Peter y Sabrina llevaban apenas tres años juntos y ya tenían su propia casa, dos coches, una buena cuenta en el banco con dos nóminas, y viajaban mucho. Cada año, indefectiblemente, se daban una vuelta por el Caribe y realizaban algún otro viaje intercontinental. Se llenaban de fotografías para enseñar a sus amigos y filmaban videos. Paraban en los mejores hoteles y se daban el lujo de hacer algún crucero. La casa de Sabrina era una verdadera obra maestra. Tenía todo, y por donde se mirase abundaba el buen estilo y el lujo de la clase media alta. Todo esto no era un motivo de envidia de parte de Evelyn y no habría sido tan terrible si Sabrina no hubiese empleado todos y cada uno de los momentos de cada reunión, de cada cena, de cada cumpleaños, para jactarse de sus logros y pavonearse con la maravillosa vida que tenían con su esposo. Era como una patada al hígado constante y a repetición. Pero lo que terminó por rematar la faena fue la noticia del embarazo...
-Tengo que contarte algo…- dijo, apenas llegaron sus amigos y le cedieron las dos botellas de vino que trajeron para compartir en la mesa-. No lo dije antes porque quería estar segura, pero tengo un retraso de mes y medio. Hoy fui al médico y me hice el test... ¡Vamos a ser padres!- gritó con la agudeza molesta de su voz quebradiza, y los puños cerrados moviéndose como un corredor al atravesar la meta y confirmar su triunfo. Evelyn se retorció de odio a pesar de la absurda sonrisa que se dibujó en su cara y los ademanes de espontánea alegría. El mayor deseo de Evelyn era el de ser madre y después de doce años de matrimonio vino a confirmar sus sospechas de que no podría gestar un bebé en toda su vida, al menos por los métodos tradicionales. Sabrina lo tenía todo y todo se le había brindado con el esfuerzo mínimo y con mucha suerte. “Algunos nacen con estrella y otros nacen estrellados”. Durante la cena Evelyn acusó un fuerte dolor de cabeza para justificar la mala cara que se le había quedado como réplica del terremoto de la noticia. No soportaba que a Sabrina le fueran tan bien las cosas. Ella tenía que levantarse a las seis cada día para llegar puntual a las siete y media a ocupar su puesto de cajera en un hipermercado, mientras la otra madrugaba a las nueve y media o diez para atender la tienda de ropa que había montado en sociedad con su hermana. Del otro lado de la mesa estaban ellos... los maridos... Peter, normalmente seguro y convincente hasta la médula, por mas que sus discursos fueran una chorrada constante, y
Diego, conformista y apático, seco de ambiciones y muy poco maduro. Diego era incapaz de tomar decisiones propias. Pero justamente esa noche los dos maridos estaban particularmente serios porque estaban a la espera de una firma que cerraría el negocio más importante que había hecho la empresa hasta el momento. Peter había tenido problemas con Sabrina porque la noche anterior no había regresado a casa. Apareció cerca de las nueve de la mañana de una cena que había tenido con los clientes. Pero esto sucedió por culpa de Diego que era el que realmente tenía que haber acudido a esa cena. En realidad acudió a esa cena, pero en la sobremesa desapareció para buscar a Peter, para que lo reemplazara, porque él tenía que estar en su casa ya que era la noche del aniversario de casados con Evelyn. Por hacerle un favor a Diego, Peter tuvo problemas con su esposa y el ambiente en aquella cena de amigos estaba un poco tenso. Cuando Evelyn cogió el collar de perlas no lo hizo por necesidad sino por despecho. Los otros tres estaban riendo en la mesa a la hora del postre y ella estaba en el baño. El collar, que era precioso, estaba tirado en el suelo del pasillo entre el dormitorio matrimonial y la puerta misma del servicio. Lo recogió y lo sostuvo entre sus manos durante un momento, y justo cuando estaba por dejarlo sobre una mesita de mármol en el mismo pasillo, la invadió un deseo de poseerlo. Dudó mucho y se sintió como el peor ser humano de la tierra, pero a la vez otra fuerza interior le pedía a gritos que ejerciera algún tipo de venganza para saciar la necesidad de violar aquel sistema de lujo y armonía. Las manos le sudaron y en su pecho una fuerte taquicardia develaba que no se sentía a gusto con lo que estaba
haciendo. Sin embargo lo hizo con la animosidad del encono que el constante discurso pedante de innecesaria fanfarronería de Sabrina le provocaba. Durante el viaje en coche de regreso a su casa pensó en confesárselo a Diego pero no pudo hacerlo. Pensó en arrojar a la carretera abierta aquel collar y olvidarse de todo, pero tampoco pudo hacerlo. Se sintió sucia y maldita. Se sintió como una burda ladrona, pero lo que más la inquietaba era que ese sentimiento no era de culpa sino de vergüenza. Pensó en confesárselo al llegar pero tampoco pudo hacerlo porque no tenía una justificación clara y real. Aquel robo no se sostenía con ningún tipo de argumento explicable. Finalmente, mientras Diego se desvestía para meterse en la cama ella rompió en llanto y se lo dijo. Diego solo exclamó: “¡Joder!”, y miró el collar de reojo. Era tan basto para expresar sus sentimientos reales que ni siquiera indagó a su esposa el motivo que la había llevado a hacer eso. Su reacción enfureció a Evelyn que esperaba mucho más de él. Diego no demostró enfado, ni comprensión, simplemente permaneció inexpresivo mirando a su esposa. -¡Maldita sea! ¿Es que no vas a decir nada? Robé un collar de la casa de tu amigo, le robé a la esposa de tu amigo ¿Lo entiendes? ¿Tienes idea de lo que cuesta un collar de estos?. -Pues, debe costar lo suyo... ¿Qué quieres que te diga Evelyn? Ya está hecho. Trata de que no se te haga costumbre porque... -¡No me hables como si fuese una jodida cleptómana! Nunca en mi vida he robado nada pero hoy lo he hecho y me siento fatal.
-Yo no puedo decir nada Evelyn... tú eres responsable de tus actos y... -Pues deberías estar furioso-interrumpió- ¿Qué pensarán Peter y su mujer si descubren que he robado en su casa? ¿No sientes vergüenza?. -Pues... -Deberías estar furioso Diego. Pero todo es culpa de esa zorra de Sabrina que se la pasa pinchándome diciendo: “Mira lo que me compré”, “Mira lo que me regalaron”, “¿Te enseñé mi nuevo horno multifunción digital?”, “Mi marido me trajo este anillo de oro”, “Peter es increíble, me llamó desde la oficina para preguntarme si tenía ganas de hacer un viaje a las Bahamas”... y bla, bla, bla... todo el tiempo con lo mismo y yo aquí, aguantando el verano con un maldito ventilador... ahorrando las monedas para poder ir al dentista, vendiendo mi colección de sellos para poder hacerte un regalo de cumpleaños, revolcándome en la miseria, sufriendo cada vez que llega la cuenta del teléfono, o la luz, o el agua... por eso se lo robé, como una protesta íntima a la injusticia del destino... y ahora esa perra está embarazada... lo que me faltaba... preñada... y yo... ¿Para que te voy a decir más?... si ya lo sabes... En ese mismo instante se escuchó el sonido del timbre. Los dos miraron al reloj... eran casi las tres de la mañana... ¿Quién podía ser a esas horas? Evelyn saltó de la cama y se asomó a la ventana... -¡Mierda!... es Peter. Se han dado cuenta de que me llevé el collar, Diego... ¡Por Dios! ¡Qué horror!
-Tranquila. Yo hablaré con él. Le diré que lo he cogido yo pensando que era tuyo porque tienes uno igual. -Eso no tiene sentido. Ellos saben que yo no podría tener uno así. -Déjame a mí. Yo solucionaré esto- aseguró Diego y se calzó los pantalones para salir a la calle. No quería hacerlo pasar. Tampoco llevó el collar. Primero quería saber de que se trataba la inesperada visita. Evelyn, desde la ventana del apartamento, observó de nuevo a Peter que se movía nervioso junto a su coche y fumaba un cigarrillo escupiendo el humo con violencia. Pronto la luz del portal se encendió y Diego se reunió con él. Peter se le encaró. Soltó la colilla consumida del cigarrillo y de inmediato encendió otro. Hablaba con mucho aspaviento, batiendo los brazos como un loco y llevándose demasiadas veces las manos a la cabeza. Diego parecía retraído. Le pidió un cigarrillo. Evelyn empezó a preocuparse porque su marido nunca fumaba, solo porros cuando estaba contento y cigarrillos cuando estaba muy nervioso o recibía una mala noticia. Evelyn los vio discutir. Desde la altura de la ventana no podía oír de que hablaban, pero algunos tonos agudos de la voz de Peter parecían golpear contra el vidrio y rebotar en las paredes lejanas del vecindario. Se estaba volviendo histérica. Caminó por toda la habitación intentando tranquilizarse pero la ansiedad y la incertidumbre le carcomían los nervios. Estaba arrepentida de haber hecho aquella tontería, pero ahora parecía que era demasiado tarde.
Volvió a asomarse por la ventana... los dos hombres discutían con más énfasis. Entonces todo se desmadró... Peter agarró a Diego de la solapa de su pijamas y luego forcejearon. Diego lo empujó contra el coche y levantó un puño amenazante a la altura de su cara. Evelyn cogió el collar, abrió la ventana y, desde el tercer piso, lo arrojó por encima de los dos hombres. El collar golpeó violentamente contra el techo del coche rojo de Peter y miles de perlas se dispararon en todas direcciones como esquirlas blancas. -¡Ahí tienes el puto collar!- gritó ella- Deja en paz a mi marido... he sido yo, él no tiene nada que ver. Los dos hombres miraron hacia arriba con la misma cara de confusión. Peter observó las decenas de perlas dispersas por todo el suelo. -Métete dentro Evelyn. Ahora subo cariño- gritó Diego, y de inmediato los dos hombres volvieron a forcejear como niños enfadados y caprichosos. Evelyn temblaba como una hoja. No sabía que podía hacer y el sentimiento de culpa le dolía dentro como una daga. No debió dejarse llevar por el arrebato... Los hombres dejaron de forcejear cuando el disparo atravesó el techo del coche de Peter. Permanecieron abrazados mirando hacia arriba... Evelyn sostenía el revólver con ambas manos y su temblor no inspiraba demasiada confianza. -¡Coño!... Me agujereó el coche...- gritó Peter. -¡Evelyn!... ¿Qué demonios estás haciendo?- gritó Diego -...guarda el arma cariño... ¡Por el amor de Dios!... no vuelvas a disparar.
El segundo disparo fue accidental. Fue por culpa del temblor de manos. La bala pegó con fuerza contra la acera y rebotó en alguna dirección indeterminada. Peter se arrojó al suelo y reptó hasta ubicarse debajo de su coche por la parte delantera. Diego se refugió contra el cristal del portal aplastándose como una calcomanía. -¡Por Dios Evelyn!... no vuelvas a hacer eso... ¿Estás bien Peter? -¿Tu mujer se volvió loca?... ¿Porqué quiere matarnos? -No quiere matarnos. Te quiere matar a ti. -¿A mi? -Es que está nerviosa por lo del collar – justificó Diego sin cambiar de posición y hasta conteniendo el aire para no despegarse del cristal. -¿Qué collar? -Subamos, te lo explicaré todo-. Y corrieron desesperados al interior del edificio. Los vecinos estaban asomados a la ventana y se produjo una situación de pánico en toda la calle. Diez minutos más tarde estaban los tres reunidos en la sala del apartamento intentando calmar los nervios. -Evelyn, te juro que no tenía ni puñetera idea de nada con un collar- explicó Peter-. Ahora tenemos un problema en puerta... Desde la calle se escuchó el sonido de la patrulla de policía. -¡Maldición!- exclamó Diego- Algún vecino habrá llamado a la poli.
-Ahora debemos serenarnos...- intervino Peter -...la policía vendrá aquí y diremos que ella tuvo un ataque de nervios y... -El arma no está registrada- dijo Diego. -¡Mierda! Sonó el timbre de calle. -Van a revisar el coche... si hay que declarar van a querer revisar el coche...- se lamentó Peter que se sujetaba el pecho como un asmático. -Que lo hagan. Debemos actuar con total normalidad y... -Diego, el muerto está en el maletero- concluyó Peter. Se hizo un lapso de silencio rotundo. El timbre volvió a sonar con insistencia. -¿Muerto?... ¿Dijo muerto?- preguntó Evelyn. -¿Un muerto?- preguntó Diego. -Si, Alice Cooper, es la parte de la historia que me quedaba por contarte. Por eso vine a pedirte ayuda. -¿Quieres decir que hay una persona muerta en el maletero de tu coche? -Una persona muerta y un saco lleno de cocaína- agregó Peter. Evelyn sintió que sus piernas se aflojaban. Tuvo náuseas. Diego se apresuró a sujetarla, pero antes de poder sentarla en una silla se desplomó desmayada, y cayó al suelo golpeando con la cabeza contra la pared. El timbre volvió a sonar. Ahora era el timbre de la puerta de entrada. La voz de un policía sonó circunspecta y grave... “Abran ahora mismo o tiraremos la puerta abajo”.
Diego acomodó un poco a su esposa y colocó sus piernas en alto. Peter abrió la puerta. Los dos policías armados entraron en la casa. Después de veinte minutos en los que intentaron explicarle todo a la policía, y justo cuando Evelyn volvía en sí, uno de los polis sacó las esposas de su cinturón y amablemente invitó a todos a acompañarlos a declarar. Diego intentó convencer al policía de que solo se trataba de un problema doméstico, mientras el otro poli se asomaba a la ventana para ver el ángulo del disparo. -¿De quién es ese Ford rojo? -Es mío – contestó Peter. -El coche tiene un agujero en el techo- dijo el oficial. -¡Oh si! Pero ese agujero es de otra cosa... es... -Es un agujero de bala. Señora... ¿disparó usted sobre ese coche que está ahí fuera? -Si, pero no había nadie dentro... ellos estaban peleando en la acera. -¿Estaban peleando? -Si, bueno, “peleando”... discutían y... -Todo esto me suena muy raro...- comentó el oficial a su compañero -...¿Porqué no nos dijeron que ella disparó sobre el coche?. -Lo habíamos olvidado- se apresuró a responder Diego, y esta respuesta tan infantil fue la que colmó la paciencia de los policías. -Vayamos a la oficina y allí hablaremos más tranquilos.
-¿Estamos detenidos?- preguntó Evelyn. -Pues sí señora. Los tres están detenidos- dijo, y al instante ella cayó desplomada al suelo, víctima de un desmayo. Los policías se apresuraron a socorrerla. Peter dio un paso atrás y cogió el revólver que aún estaba sobre la mesa. -Los dos... dense la vuelta y pongan las manos sobre la cabeza. Los policías abandonaron la ayuda a la mujer y obedecieron a Peter que les encañonaba muy nervioso. -¡Peter! ¿Qué coño haces?- gritó Diego. -Quítales las armas y colócales las esposas. Rápido. -No sé como se colocan las esposas. -Es sencillo. Tiene que tirar de esa muesca y...- explicó uno de los polis- ... así... ya está. Las llaves están detrás. -No dispare señor. Tengo hijos y una mujer muy delicada de salud. -¿Y para qué te metes a policía si tienes tantos problemas? No voy a disparar si colaboran conmigo. Diego, ¿Tienes cinta adhesiva?... -¿Cinta? -Sí, cualquier cinta que sea fuerte para pegar. Diego se dirigió a la cocina y al cabo de un minuto regresó con un paquete de cuatro rollos de cinta de celofán extra ancha que consiguió con descuento en el hipermercado donde trabajaba Evelyn de cajera. -¿Qué tiene pensado hacer con eso?... No hace falta, no nos moveremos de aquí...
-Colocaros frente a frente, con las narices pegadasordenó Peter. Le cedió el arma a Diego. -Si alguno de estos dos polis intenta algo no dudes en apretar el gatillo y matarlo- dijo a su amigo guiñándole un ojo para que entendiera que el mensaje era una advertencia para los dos policías. Los cubrió de cinta sujetándolos uno contra el otro y dejándoles apenas una apertura a la altura de la boca para que pudieran respirar. Parecían una momia, es decir: dos tipos envueltos en una sola momia. Entre los dos arrastraron a la inmensa momia hasta el dormitorio, con toda la dificultad que esto implica, y vaciaron el ropero para depositarlos dentro. -No puedo respirar bien... Por favor... Señores... Estamos respirando nuestro propio aliento...- se quejaba uno de los policías. -En cuanto consigamos salir de la ciudad avisaremos a la jefatura para que vengan a buscarlos. Mientras tanto deben entender que esto es mejor a....- se justificaba Peter y no terminó de acabar la frase cuando el un disparo atravesó la puerta del ropero dejando en el aire un fuerte olor a quemado – así...- concluyó Peter y volteó para ver de donde provenía el tiro. A pocos metros de distancia Diego arrojaba su revolver sobre la cama. -¡Mierda!... ¡Esa cosa se dispara sola! Así se le escapó el segundo tiro a Evelyn por la ventana. Peter volvió a girarse en torno al ropero. Echó un vistazo por el hueco de la puerta entreabierta. -¿Estáis bien?
Hubo silencio. Al cabo de unos instantes la vocecita del oficial renovó la calma momentánea... -Señor... yo estoy bien... No me mate... Mi compañero está sangrando por la boca... Puedo oler su sangre... -¿Pero Vive? -Señor... no se ponga nervioso... Le juro que nunca en mi vida diré nada de esto. ¡No me mate por el amor de Dios! -¿Su amigo está vivo? -No señor... No lo está. -¡Joder! ¡Joder! ¡Joder!- gritó Peter. -¿Qué significa esto?- preguntó Diego. -¿Qué qué significa?... ¡Acabas de cargarte a un policía! Tenemos un muerto en el maletero del coche, una bolsa llena de cocaína, dos policías encerrados en el ropero, uno de ellos muerto, por supuesto, los vecinos alborotados... ¿Sabes lo que esto significa?... ¿Tienes una lejana idea de lo que esto puede significar? En ese momento Evelyn se reunió con ellos en el dormitorio. Acababa de despertar de su desmayo. -¿Qué pasa? ¿Vamos a declarar o no? ¿Los policías se marcharon? Los dos, Diego y Peter se miraron entre sí. Ninguno se atrevía a responder nada. Entonces la vocecita del oficial totalmente desesperado desde el interior del ropero lo explicó por ellos. -¡Sáquenme de aquí! ¡Tengo mucho miedo!... Estoy atado a un muerto... Me da mucha impresión... ¡Por el amor de Dios!
-Evelyn, no te desmayes... esto tiene una explicación – dijo Diego. Su esposa se cubrió el estómago con los brazos cruzados y sobrellevó la arcada. -¿Qué haremos ahora Peter? -Ahora mismo nos iremos y... -¡¡¡Nooooo!!!- gritó el policía. -... Digo que nos iremos en mi coche, y nos fugaremos. Mañana será otro día y pensaremos como salir de esta. Por lo pronto pienso deshacerme del coche, del muerto número uno y de la cocaína, y al menos achicaremos los cargos. -Pero ¿Tenías que hablar de todo eso delante del poli?, ahora él sabe todo sobre el muerto del maletero y la coca. -No diré nada... Lo juro por lo que mas quiera. -Diego, no pretenderás que me cargue al poli. Ya es suficiente y demasiado que tú hayas matado al otro. Evelyn se enderezó como empujada por un resorte... -Diego... ¿Mataste al policía? -Se escapó el disparo y... -Vayámonos de aquí – ordenó Peter. Apagaron las luces y cerraron con llaves la puerta. Desde el ascensor se escuchaban los gritos del policía que chillaba como una marrana. -Adelantaros. Voy a hacer algo. Dame las llaves – dijo Peter. -Peter, no lo mates. -No lo haré, confía en mí.
Al cabo de un rato Peter se reunió con los otros dos que aguardaban por él en la acera junto al Ford rojo. En la puerta del edificio había mucha gente reunida, vecinos que habían escuchado los disparos y habían visto la llegada de los policías. Peter subió al coche y lo puso en marcha para salir y doblar en la primer esquina hacia la derecha en dirección a Caramante. -¿Qué le hiciste al poli?- preguntó Evelyn preocupada. -Le di una vuelta más de cinta para mantenerle la boca cerrada. No te aflijas, no tardarán en acudir rescatarlo. (Música de fondo: “My Sharona” por the Knack)
Capitulo 4 El Señor Jansen y el mechero de plata
(Música de fondo: “Good Times” por Chic) Sobre las once cuarenta el señor Jansen estaba empezando a impacientarse. Nunca en su vida había tenido que esperar a nadie y en esta ocasión el tipo al que esperaba no le convenía que su paciencia se terminara. Su cuñado Simon se sentaba haciendo equilibrio con la silla tumbándola sobre las dos patas traseras. Llevaba un sombrero de cowboy blanco que se había comprado esa misma tarde en un puesto callejero, y con el sombrero se tapaba media cara. Siempre había deseado tener un sombrero así, de esos que usan los dueños de pozos petroleros en Texas, o en las películas. Jansen le decía que estaba ridículo con esas pintas. Laura, la mujer de Jansen, telefoneó al restaurante donde era la cena... “Hola cariño. ¿Han cerrado el contrato?” fue lo primero que le preguntó. No lo habían cerrado, faltaba firmar unos papeles pero Eduard Jansen, que era poco inteligente pero muy astuto, se había reservado ese último paso para el día siguiente, y con esto se suponía que tendría a su disposición la mejor voluntad del muchacho de la firma Cotch para hacerle pasar una noche inolvidable en la ciudad. Pero el chico tuvo que marcharse a su casa y les pidió que lo esperasen en el restaurante, les dijo que metería una buena
excusa a su esposa y que se reuniría de nuevo con ellos para enseñarles el mejor puti-club de toda Nakeda. Sin embargo ya llevaba más de cuarenta minutos fuera y al señor Eduard Jansen no le gustaba esperar. “¿A qué hora se supone que vendrán?... Mira si esto se demora mucho lo dejamos y nos vamos a dormir. Katia y yo nos iremos a dar un paseo por la ciudad. Tal vez vayamos al cine. Dicen que hay un teatro cerca del hotel. No sé... algo haremos”. Fue lo último que dijo Sandra a su marido y él le aseguró que todo marchaba bien y que no se impacientaran. -¡Ey!, Gringo... (así llamaba Eduard a su cuñado) nuestras esposas están nerviosas. -Bueno ¿Qué quieres que haga? -¿Adonde se habrá metido ese cabrón?- protestó Jansen. –Si no regresa en diez minutos te juro que me marcho. Peter Dulling dejó el coche mal aparcado en el playón del estacionamiento. Corrigió un poco su traje y se echó dos disparos de aquel corrector de aliento de menta antes de entrar al restaurante. Al atravesar la puerta se dirigió hacia el fondo del restaurante, a la mesa donde siempre se cerraban los buenos tratos, y se reunió con los dos clientes. En el trayecto en coche hasta el restaurante había estado protestando solo en voz alta, porque había tenido que dejar a la mitad una película que estaba viendo en su casa con su mujer, para ir a atender a estos dos campesinos adinerados. Es que Diego no podía terminar la noche de su aniversario
de casado con dos extraños. Diego lo había ido a buscar a su casa y le dijo... “Tío, ya está todo cocinado, solo falta que firmen. Yo tengo que ir a mi casa porque Evelyn me está esperando con la cena lista, es nuestro aniversario ¿Lo recuerdas? Si le fallo de nuevo me montará un pollo, ya sabes como es ella”. -Buenas noches señores- saludó Peter a los clientes. -¿Dónde se metió el otro tipo? Llevamos dos horas esperándolo. Nos dijo que iba a hablar con su mujer y que volvería para... -Ha surgido un imprevisto y me ha pedido que yo viniera a atenderlos. No estaba seguro de querer hacerlo...- dejó escapar una risa -...pero cuando me habló del “Deep Rose” no lo dudé un instante. -¿Dónde queda ese Deep Rose del que tanto hablan?preguntó Simon Ordell. -Muy cerca de aquí. Es buena hora para encontrar carne fresca. -Yo lo que quiero es follar con una pelirroja- dijo Simon en voz alta. Peter sonrió y echó un vistazo a su alrededor para asegurarse de que nadie escuchaba aquella conversación. -Le aseguro señor Ordell que allí se va a poder tirar a las tías de todos los colores que desee. -Oye.. ¿Esos del Deep Rose ese, te pagan una comisión por hacerle tanta publicidad?- preguntó Jansen, y todos
rieron de su estúpida broma. Siempre se reían de sus estúpidas bromas. El procedimiento era muy sencillo... había que llevar a los clientes al club y dejarlos disfrutar de una noche inolvidable, luego llevarlos al hotel y al día siguiente volver a reunirse con ellos justo después del desayuno, es decir, no dejarlos mucho tiempo solos ni libres para que no pudieran cambiar de idea. Por la mañana misma hacerlos firmar y despacharlos en el aeropuerto poco después del mediodía. Tan solo había que hacer bien los deberes hasta el momento de firmar esos últimos papeles, y con ese documento en mano tendrían la subvención necesaria para empezar la obra del proyecto “Hotel para la tercera edad”. Cuando llegaron al Night Club, Peter se encargó de ubicarlos en la mejor de las mesas frente al pequeño escenario donde se llevaban a cabo toda suerte de numeritos de streep tease y performances con contenido satírico. Encargó dos botellas de Black Horse Chess y reservó a la mejor pelirroja del lugar para que en algún momento se acercara a la mesa a pedir fuego. Todo resultó al pie de la letra. Diez minutos después de haber llegado, la pelirroja se encaró hacia la mesa y pidió fuego a Simon, el Gringo. Pero Simon no fumaba, un descuido en detalles como este pueden echarlo todo al garete. Peter se apresuró a cederle su mechero de plata que llevaba grabado el nombre de la empresa “Cotch S.L” en
relieve “Dauphin”. El campesino gatilló el mechero y clavó sus ojos en el generoso escote de la pelirroja que se había inclinado a su lado para encender su cigarrillo. -¿Y tú como te llamas bebé?- preguntó ella con voz lasciva. -¿Qué? -Digo que: ¿Cuál es tu nombre? -Simon. Detrás de una leve cortina de humo ella dejó brillar su espléndida sonrisa de dientes blancos perfectamente alineados. -¡Hmm!... ¡Simon!... como Simon Templar. -¿Quién? -¿Porqué miras así dentro de mi escote cielo?... ¿Se te ha perdido algo? A su lado Jansen se echó a reír. Ella ignoró su risa y continuó hablando con su cuñado. -¿Quieres venir con mami para buscar mejor dentro de este escote a ver si encuentras eso que se te ha perdido? Simon hizo una sonrisa intermitente. Estaba nervioso como un colegial. Aquella era la mujer de sus sueños, la pelirroja que daba con la talla exacta a la del molde de sus fantasías. -Es que no he perdido nada...- dijo él con la voz temblorosa. -¿Eres idiota? Te está invitando para ir dentro... a mojarle tuvo que explicar su cuñado.
-¡Oh!, Si, si claro...- y se levantó torpemente de aquella mesa llevándose el encendedor de plata de Peter. A Peter no le importó, tenía más de esos. -Muy bien Señor Jansen... usted dirá. Dígame que chica le gusta y yo se la consigo. -Realmente tienes un arreglo con los dueños de este prostíbulo ¿No? -Es que soy cliente habitual. De vez en tanto me gusta darle una alegría al cuerpo- respondió Peter mintiendo. Nunca iban, ni él ni Diego, a ese antro, a no ser que tuvieran entre manos un negocio interesante. El dueño del Deep Rose estaba muy interesado en la construcción del asilo de lujo, el proyecto hotelero para la tercera edad, porque ya estaba pisando los setentaicinco años, y especulaba que un buen trato con los constructores iba a darle ciertas ventajas o al menos proporcionarle algunos beneficios. Pero era una idea absurda. -Pues de momento no me apetece nada. Me gusta venir a los puticlubs, pero no me gusta acostarme con mujeres desconocidas, porque le tengo mucho miedo al Sida. -¡Ah! De cualquier modo todas estas mujeres son muy sanas y además los condones son gratis aquí- explicó Peter. -No me hable como si fuese estúpido amigo. Una mujer puede ser en apariencia muy sana y ser portadora del bicho ¿Acaso no ve las noticias? A veces ni siquiera en la analítica salta la enfermedad porque el bicho del Sida es muy hábil, y tiene la capacidad de mutarse ¿Sabe lo que eso significa? -Creo que si. -Significa que si uno lo mira al telescopio...
-Microscopio- corrigió Peter y de inmediato se mordió la boca por interrumpir a su cliente. -Eso... microscopio... que es lo mismo pero mas pequeño. La diferencia es que uno apunta hacia el cielo y el otro hacia abajo. Pues bien, los médicos miran al microscopio y el bicho del Sida que es muy astuto se disfraza de gripe, por ejemplo. El médico le dice a la paciente... “es solo una gripe, no hay problema”, y ella se marcha lo más tranquila. Pero al cabo de un tiempo la gripe no se termina de curar y la chica empieza a sufrir todo tipo de síntomas raros. Mientras tanto le va pegando la enfermedad a los tipos con los que se acuesta, y estos a otras mujeres, y estas a otros tipos, y estos a otras mujeres, y así se forma una cadena humana interminable. Esto que le cuento me lo confió un sobrino mío que esta en la universidad. -¿Ah si? ¿Estudia medicina? -¡Noooo! ¡Ese que va a estudiar si es un paleto! Él tiene un buffet dentro de la universidad, y la sociedad del kiosco donde comen los estudiantes y escucha todo lo que ellos hablan mientras almuerzan y aprende mucho. Ya casi sabe más que los médicos. A veces cuando nos duele algo ni siquiera perdemos el tiempo en los hospitales, lo vamos a ver a él y él nos dice que medicamentos hay que tomar. Es una eminencia. Siempre acierta, es increíble y eso que apenas sabe leer. Mala noticia. Peter empezó a hacerse a la idea de que iba a tener que clavarse toda la noche sentado al lado de Jansen viendo los patéticos numeritos de los trasvestidos y los
numeritos de streep tease. “Pero todo sea por el negocio” pensó, echó un trago y dibujó la mejor sonrisa en su cara. -Lo que sí me apetece es otra cosa...- continuó Jansen después de un largo rato de silencio -...me gustaría empolvarme un poco la nariz. -¿Empolvarse la nariz? -Si, ya sabe... snif, snif... Caspita del diablo. ¿Podría conseguirme algo? -Perdone pero no le entiendo. -Vamos, no se haga el idiota. -Bueno. Espere aquí y yo veré que puedo hacer. -No me haga lo de su socio ¿No tendrá que ir a pedírsela a su mujer, no? -No, no, claro que no. Enseguida regreso. Peter se acercó a la barra y le hizo una seña a Julia la chica de más confianza del local. En ese mismo momento ella estaba atendiendo a su hermano Claudio y juntos consolaban a un tal Jonas que lloraba desconsolado. -¡Ey!... Julia... necesito tu ayuda. -Tranquilo amigo ¿No ves que está hablando conmigo?dijo Jonas de mal modo y con los ojos empañados en lágrimas. Ella sonrió y atendió a Peter. Tuvo que explicarle que el señor Jansen le estaba pidiendo cocaína. -¿Y de donde demonios se supone que saco yo cocaína?
-No lo sé tío, búscate la vida pero no traigas esa mierda a este club. Ya hemos tenido problemas con un Bengalí la semana pasada que se estaba chutando en el lavabo delante de un narco de civil. (Música de fondo: “Hot Stuff” por Donna Summer ) Peter salió a la calle y habló con un par de tipos de confianza que le indicaron donde podía conseguir mercancía buena. Uno de ellos, Motchell, ex guardia de seguridad del Deep Rose, ahora jubilado por accidente laboral, se ofreció para acompañarlo. Juntos fueron hasta “el Templo”, un garito de suministro que quedaba en los suburbios, muy cerca de la zona del puerto. Allí vivía uno que se hacía llamar Alice Cooper y que se pintaba los ojos y la boca como su ídolo. “El templo” era una casa muy normal en apariencia pero por dentro era como una inmensa biblioteca desordenada. Alice Cooper los hizo pasar a la salita y les pidió que esperasen un rato porque estaba despachando a otros clientes. Del otro lado de la puerta, que llevaba una inscripción con rotulador que decía: “No por tanto madrugar amanece más deprisa”, se escuchaban voces de gente discutiendo. Una de las voces era muy grave, como la voz de un gordo. El sonido que llegaba hasta la salita era demasiado deforme y con mucho eco como para entender de que estaban hablando.
-Te aseguro Pit que aquí conseguirás la mejor coca del mundo. -Me da igual que sea la mejor o la peor. Lo que quiero es irme de aquí lo antes posible. Aquel salón olía a humedad y senectud. El aire estaba rancio y había libros amontonados en pilas que se sostenían por curiosidades de la gravedad por todas partes. Alice Cooper salía y entraba a cada rato con muchas prisas. Parecía nervioso y aturdido, se lo veía estresado y al parecer no la estaba pasando nada bien ahí dentro. En un momento en que salió de la habitación se asomó a la ventana con mucho cuidado... -¿De quien es ese coche que está ahí fuera?- preguntó asustado. -¿Un Ford rojo? Es mío – aseguró Peter. Alice Cooper suspiró aliviado llevándose la mano al pecho. -¡Ohhh! Menos mal. Motchi, te he dicho millones de veces que no aparques frente a mi casa. -No pasa nada tío. Nos marchamos enseguida. -¿Qué necesitáis? -Caspita del diablo- se apresuró a contestar Peter. Los otros dos se echaron a reír. Nadie llama “caspita del diablo” a la cocaína a no ser que provenga del sur, de un pueblo muy campesino. Alice Cooper miró con gesto severo a Motchell. -Tranquilo tío, lo conozco muy bien, es un amigo de siempre.
-¿Cuánto?- preguntó Alice Cooper a Peter. -No sé. Un poco. Es para un cliente. Yo no tengo idea como viene eso... un poco, una bolsita. Cooper sonrió. Tenía una dentadura muy escasa y sucia de nicotina. Su mirada resultaba perversa detrás de esa pintura de lápiz delineador negro. -Bueno, yo termino de arreglar un asunto con esos muchachos que están ahí dentro y enseguida estoy con vosotros ¿De acuerdo “caspita del diablo”? -De acuerdo. -Si quieres puedes leer algún libro para entretenerte. A ti no te lo ofrezco Motchi porque sé que ni siquiera terminaste el colegio primario- y luego de decir esto se marchó para perderse dentro de la habitación. Al pasar por el umbral de la puerta la cerró con un ágil movimiento hacia atrás con la pierna derecha. Fue el último ágil movimiento que hizo porque nunca más volvió a salir vivo de aquella habitación. La discusión dentro de aquel cuarto cerrado fue a más. Se escuchaba retumbar contra las paredes los graves tonos de la voz del hombre gordo “supuestamente gordo” y en algún momento hubo un golpe seco que apagó instantáneamente el barullo general. Dos hombres vestidos de traje salieron rápidamente de la habitación, y ambos permanecieron petrificados al encontrarse de frente con Motchell y Peter que aguardaban sentados en la salita. Detrás de estos dos asomaron otros dos tipos, uno de ellos vestido como un skinhead y el otro vestido con ropa
hawaiana y una pistolera cruzándole el abdomen, como un policía de narcotráficos vestido de civil. Todos se quedaron mirando a los dos tipos que, sentados entre libros y revistas, no entendían nada de lo que estaba sucediendo. -¿Quiénes son estos dos?- preguntó el hawaiano. Sin dudas era el hombre de la voz grave que habían estado escuchando antes. -Ni puta idea. -¿Alice?- llamó Motchell con la voz quebradiza como la de un adolescente en plena pubertad. -¡Mierda!... Yo sabía que esto se iba a complicar- exclamó el hawaiano y se hizo lugar entre unos libros para sentarse en el sofá. Sacó un cigarrillo y lo encendió con cerillas. -¿Qué hacemos con estos dos ahora? Me queréis explicar ¿Qué hacemos con estos dos tipos ahora?... ¿Me lo queréis explicar?... ¿Qué coño vamos a hacer con estos dos desgraciados de mierda ahora?... ¿Me lo queréis explicar?...gritaba y repetía el hawaiano. -Nada Nell, seguimos con lo que estábamos...- intervino uno de los hombres vestidos de traje, que se parecía a Stanley del gordo y el flaco, o también era parecido a Fred Aster -...los quemamos con el resto de la casa. -¡Con tantos libros esto tiene que arder que no veas!comentó excitado el skinhead. Llevaba una cruz esvástica tatuada en la calva de su cabeza y un millón de piercings en ambas orejas. -Yo no voy a matarlos. ¡Oh no!... No pienso matar a un ser humano más en toda mi vida. De verdad, paso de matar.
Definitivamente no voy a matar a nadie… No, no, no... ¡Ni hablar! No se me antoja arrebatarle la vida a ningún ser humano más... ¡Nunca más! ¡Oh Señor! ¡Sí que no sucederá! – repetía y gritaba el hawaiano. -Señores...- intervino Peter-... no tengo idea que fue lo que sucedió ahí dentro. Ni siquiera conocía a ese tipo. Les aseguro, les doy mi palabra de honor que si salgo por esa puerta no diré nada a nadie y olvidaré sus caras para siempre. Todos permanecieron silenciosos escuchándolo. -¿A qué vinisteis aquí? -Yo vine porque éste...- y señaló a Motchell -...me dijo que aquí podría conseguir caspita del diablo... Todos rompieron a reír al escuchar la expresión. Sus risas eran grotescas como las de los piratas de las viejas películas. -Continúa... -...para un cliente que me está esperando en Deep Rose en una mesa. -¿Un cliente? -Si. Trabajo para una constructora...- metió la mano dentro de su chaqueta. Todos sacaron armas al instante. Peter levantó las manos -...iba a enseñarles mi tarjeta. No disparen por favor. Se quitó la chaqueta enseñando cada uno de sus movimientos. Sacó su tarjeta y dejó la chaqueta sobre el sillón con las manos bien abiertas para que nadie sospechara un movimiento raro. Se la enseñó al hawaiano -“Cotch S.L”. Vaya nombre de mierda- dijo y le pasó la tarjeta al resto de sus compañeros.
-Dame una razón para no matarte- dijo el skinhead. -Pues... no se me ocurre ahora mismo...es que así a las prisas... Espera... -No me gustan estos dos tíos. Me dan mala espinacomentó uno de los hombres de traje. -Tengo una razón... mi cliente... el que está en la mesa del club esperando por mí, es un tipo que va a solventar los gastos del proyecto “Hotel para la tercera edad” que vamos a construir en esta misma ciudad. -¿Y? -Si me matáis no podremos cerrar el trato y los ancianos de esta ciudad no podrán disfrutar de los beneficios del hotel. -¿Pero eso es para viejos ricos? -¡No! eEs para cualquier anciano con una jubilación normal. En realidad será un asilo con mucho lujo, pero lo llamaremos hotel porque “asilo” suena muy mal. Ya sabéis... a nadie le gusta terminar en un asilo, pero en cambio decir... “hoy regreso al hotel” suena mejor. ¿No les parece?. Hubo un breve silencio. -A mí me parece un buen motivo...- dijo el skinhead guardando su arma dentro de sus pantalones - ...me ha convencido. Mi abuela tiene noventa años y le tiene fobia a la palabra “asilo”, pero a la nona le gustan los hoteles. -¿Ese hotel tendrá una sala para ver cine? -Tiene de todo. Cine, sauna, sala de masajes, sala de lectura, aulas de aprendizaje... es muy completo. Los ancianos no querrán salir de allí nunca. Hasta tendrá una
discoteca con música de todas las décadas para todos los gustos. -¡Joder! Casi me están dando ganas de hacerme viejocomentó el hawaiano. -Yo creo que nos está mintiendo para que lo dejemos vivir- dijo el hombre de traje parecido a Stanley o a Fred Aster. -Yo creo que es un tío legal ¿No habéis oído eso que dijo de “caspita del diablo”? Todos volvieron a estallar en carcajadas. -Bueno, vamos a hacer una cosa...- intervino el hawaiano -...Tú te meterás en el lavabo mientras nosotros discutiremos este asunto democráticamente, como debe ser. En unos momentos te daremos el veredicto. Indicaron a Peter el camino hasta el baño y cerraron la puerta con dos vueltas de llave desde fuera. Peter estaba desesperado. Se sentía como un presidiario en el pasillo de la muerte. Al cabo de veinte minutos en los que hubo mucho silencio a veces interrumpido por voces discutiendo alguien abrió la puerta. -Bueno amigo... Es tu día de suerte...- anunció uno de los tipos vestidos de traje-Hemos decidido dejarte vivir. Peter observó que el resto de los hombres no estaban allí, se habían marchado. -Además... premio doble...- dijo y le cedió una bolsa llena de polvillo blanco -...”caspita del diablo”... toda tuya. Espero que sea cierto eso del hotel para viejos y que tengas mucha
suerte- y después de decir esto se marchó corriendo hacia el jardín delantero de la casa. Una vez en la calle se montó a un coche donde lo esperaba el resto de los hombres y se marcharon a toda pastilla calle abajo. Peter envolvió la cocaína con su chaqueta y salió hasta su coche. Por un momento se preguntó por Motchell pero no quiso detenerse a averiguar por su paradero. Regresó al club. Al señor Jansen no le gustaba esperar y nunca lo hacía pero ese día tuvo que hacerlo dos veces. Cuando Peter se sentó a su mesa percibió su enfado. -He conseguido eso que me pidió. -¿Adonde fuiste? ¿A Colombia?. -La verdad es que me costó un poco conseguirla...comentó Peter mientras buscaba con la mirada a Motchell. -Oye... mi cuñado tuvo un problema con la pelirroja. -¿Un problema? -Te lo explicaré... A él no le gustan las pelirrojas pero está obsesionado con su mujer, que es la hermana de mi mujer. -¿Y? -Resulta que su mujer es pelirroja pero al parecer tienen ciertos conflictos en la cama. El tema es que a él le gustaría que su mujer fuese un poco más sumisa, y por eso busca chicas pelirrojas. Mientras lo hace fantasea con su mujer y le hace todo lo que en la realidad no puede. -¿Entonces?
-Al parecer cuando estaba con esta chica le dio uno de sus ataques de angustia. Dice que tiene un mal presentimiento y quisiera ir a ver a su esposa. -¿Tiene sospechas de algo? -Si, sospecha que ella le pone los cuernos. Yo le expliqué que mi mujer me llamó dos veces para decirme que irían al cine o al teatro, pero el no se siente seguro ¿Tú podrías acercarlo hasta el hotel para que eche un vistazo y luego lo traes de nuevo aquí? Yo me quedaré aquí mismo viendo el show y bebiendo unos cubatas. Peter se corrigió el peinado. Tomó aire y se llenó de paciencia. “Todo sea por el negocio” pensó. Simon estaba en el baño y al rato se reunió con ellos. Peter y Simon salieron del local en dirección al coche. En el trayecto hasta el coche miró con atención para ver si Motchell estaba por allí e incluso preguntó por él a alguno de sus conocidos. Nadie sabía nada. La última vez lo habían visto salir juntos en dirección al Templo. El hotel “Cassandra” quedaba justo del otro lado de la ciudad. Durante el viaje Simon confesó sus dudas sobre la fidelidad de su mujer. Se mostraba verdaderamente angustiado. Peter intentó tranquilizarlo diciéndole algunas palabras de aliento pero nada parecía hacerlo entrar en razón. -¿Qué pasará si entro en la habitación y la encuentro con otro tipo?... ¿O con dos?...
Se cubrió la cara con las manos. Se secó el sudor. Por un momento Peter pensó que Simon iba a sufrir una crisis de llanto. Simon era un hombre muy angustiado. Cuando llegaron al hotel, Pete le dijo que esperaría en el coche. -Ni hablar. Quiero que vengas conmigo. -¿Yo? ¿Para que voy a ir? -Tengo un plan. Quiero que te presentes en la habitación de mi mujer. Quiero saber si ella es capaz de... -¡No! Definitivamente no haré eso Simon. -Tienes razón. Es un juego muy sucio... pero al menos me podrías acompañar. No quiero estar solo cuando suceda. -¿Cuándo suceda que cosa? Oye, tu mujer y su hermana deben estar ahora mismo en el cine o en el teatro. De cualquier modo, en el hipotético caso de que tuviese un rollo con alguien... ¿Realmente crees que lo traería a la habitación del hotel sabiendo que tú podrías llegar en cualquier momento? Simon permaneció pensativo durante dos minutos. -No había pensado en eso. Debes creer que soy un imbécil ¿Adonde puede haberse llevado a ese chico? -¿Chico?... ¿qué chico? -No lo sé. Supongo que se lo hará con un chico joven. Muchas veces soñé que ella me ponía los cuernos con un chico joven, de unos veintitantos, y mientras lo hacían ambos me miraban, y se reían de mí, y yo no podía hacer nada porque mis pies estaban pegados a dos plataformas de cemento.
Peter miró a Simon de reojo. El tipo estaba perdidamente chalado, y parecía un loco peligroso. Resumiendo... Subieron hasta la habitación 14 de la segunda planta del hotel Cassandra. En el pasillo, después de bajar del ascensor, Peter notó que Simon empezaba a relajarse un poco, pero su tranquilidad repentina era muy misteriosa. Dijo algunas cosas como: “A veces las cosas se tuercen para un lado, otras veces para el otro. Nunca se sabe que rumbo tomarán ¿Será suerte?... ¿Será el destino?...” Peter lo miraba confundido. Hasta el tono de voz parecía haberle cambiado. “Nunca se sabe amigo mío, de verdad, nunca”, concluyó y abrió la puerta de la habitación... Adentro todo estaba en penumbras. Solo una tenue luz de una lámpara de rincón iluminaba vagamente los espacios salpicados por sombras. -¿Quieres beber algo?- preguntó Simon haciendo planear su sombrero cowboy sobre una silla y dejando su chaqueta en el respaldo. -No, estoy bien- respondió Peter y en ese mismo instante vio algo que le congeló la sangre... Sobre la mesita de noche, del lado derecho de la cama, estaba su mechero de plata con las letras en relieve que formaban la palabra “Cotch S.L”. El mismo mechero que le había entregado a Simon para que encendiera el cigarrillo de la pelirroja, el único mechero que él mismo había mandado a grabar para llevar encima, y no lo había dejado Simon ahí, no, porque él no había atravesado la habitación en ningún momento, solo había entrado y había
dejado su sombrero y su chaqueta en el lado totalmente opuesto. Aquello escapaba de toda lógica. Sintió miedo. Algo muy extraño se estaba cocinando en aquel asunto. “Todo sea por el negocio”...
(Música de fondo: “Boggie Wonderland” por Earth, Wind and Fire)
Octackú 1 (Volvamos a la cena de amigos en la casa de Peter y Sabrina)
(Música de fondo: “One way or another” por Blondie) Cuando Diego y Evelyn se marcharon Peter ayudó a su esposa a recoger los platos. Ella aún seguía un poco enfadada por lo de la noche anterior y lo había amenazado de que si volvía a ocurrir algo similar iba a dejarlo. Es decir que no todo era color de rosas en la pareja. Pero Sabrina sabía poner la mejor de sus caras y la mejor predisposición ante los demás. Cuando tenían problemas nadie iba a notarlo. La tensión era insoportable, y Peter no había tenido el mejor de los días, por eso prefirió salir a guardar el coche que seguía estacionado frente a la casa, meterlo en el garaje, y demorarse lo suficiente como para “quemar un petardo” antes de regresar, y, con un poco de suerte, Sabrina ya estaría metida en la cama durmiendo. Pero en el fondo sabía muy bien que Sabrina nunca iba a desperdiciar la oportunidad de retomar la discusión para decir todo lo que pensaba sobre lo que ya había dicho al respecto.
-Y ya que sales a guardar el maldito coche sería bueno que me quitaras del camino todos esos papeles que dejaste ahí tirados- dijo ella de mal modo. Cuando decía “papeles” se refería a los planos de los proyectos que tenían entre manos en la constructora. Los tenía en casa para enseñarlos a los que cayeran de visita. Esos “papeles” eran muy importantes para ellos porque significaban una inversión de futuro, y la fuente de ingreso más importante de la casa. Peter recogió los rollos de planos y los sacó para guardarlos en el maletero del coche. Cuando llegó a la acera los dejó caer sin importarle demasiado. Había pasado por cosas mucho más importantes en las últimas horas como para sobrevalorar un montón de rollos de papel de plano. Encendió el porrito que normalmente solía fumar acompañado de su amigo Diego, pero es que en esta oportunidad estaba muy enfadado con él, y el distanciamiento que tuvieron durante la cena desvelaba esto. Tarde o temprano iban a terminar arreglándose como siempre, como en cada etapa de sus vidas desde que eran niños, pero es que esta vez habían pasado cosas muy fuertes. Ni siquiera había tenido la oportunidad durante el día de contarle con todos los detalles la odisea por la que tuvo que atravesar la noche anterior por culpa de su “festejo de aniversario”, y para peor de los males el señor Jansen y Simon, el gringo perverso, los dos fuertes inversores que iban a suministrarles el primer chorro grande para iniciar el proyecto del hotel para la tercera edad, no habían firmado y no iban a hacerlo.
Todo se torció en una sola noche. Metió la mano en su bolsillo y sacó el mechero de plata con la inscripción en relieve “Cotch S.L”, y encendió el porro de chocolate turco que siempre llevaba armado en la billetera. “Para ocasiones especiales”, decía, y esta sí que era una ocasión muy especial, muy jodidamente especial. Le dio dos caladas y contuvo el humo picante en la garganta. Pensó en Motchell... “¿Qué habrá sido de él?”. No encontraba una razón lógica de su repentina desaparición, aunque si el hawaiano, el skin head, el de la cara de Stanley o Fred Aster, y los otros dos tipos de traje, se lo habían cargado, entonces se anulaba todo razonamiento. Sacó las llaves. Por el ventanal de la galería que daba al comedor se la veía a Sabrina que seguía recogiendo las cosas de la mesa con esa cara de enfado que tampoco admitía razones. “Ya se pasará la tormenta”, pensó Peter sonriendo. “Todo sea por el negocio”, se dijo, y la sonrisa cobró sonido. Abrió el maletero. El vaho pestilente, una mezcla de dulce y agrio, lo embistió como una tromba y lo hizo retroceder dos pasos. Por la calle un vecino cubierto por un ridículo albornoz paseaba un inmenso perro y le suplicaba que hiciera sus necesidades. Peter se abalanzó sobre la tapa del maletero. Llevaba el porro colgándole de la boca. Lo invadió una sensación de pánico que de inmediato se dibujó en su cara. Ese bulto que estaba dentro de su maletero olía como el infierno y tenía
todas las características de ser un bulto humano. “¡Dios! Que no esté sucediendo lo que creo que está sucediendo” suplicó en pensamientos. En la casa Sabrina limpiaba histérica moviendo la mopa con violencia. Peter volvió a abrir el maletero. Había un muerto. Por la ropa comprendió de inmediato que se trataba de Alice Cooper. No hizo falta que mirara demasiado, solo fue un rápido vistazo antes de las náuseas. Debajo del asiento delantero aún conservaba la bolsa llena de “caspita del diablo”. Aquel coche era un delito criminal con ruedas. No lo pensó un solo instante... subió al coche y se dirigió a la casa de Diego. Si él lo había metido en este problema tenían que encontrar juntos el modo de desenredar el nudo. Sabrina dejó caer la mopa al suelo y corrió hasta la acera. En la distancia vio el coche de su marido alejándose a toda velocidad.
(Primer plano de la cara de Sabrina y música de fondo: “Fins” por Jimmy Buffet)
Octackú 2 (Peter le cuenta a Diego todo lo que pasó la noche anterior)
(Música de fondo: “Rapper´s Delight” por Sugarhill Gang) El coche dio un frenazo violento en la puerta del edificio. Peter saltó del coche y tocó el timbre de la casa de Diego. Por suerte la luz de la ventana del tercero estaba encendida, todavía no se habían ido a la cama. Diego bajó de inmediato... DIEGO:- Ya sé lo que vas a decirme. No hace falta que hagamos un drama de todo esto... Evelyn está un poco histérica... es una crisis pasajera y... PETER:-¿Qué coño vas a saber?... No te lo conté todo Diego, estoy en gran lío. Mentí cuando dije que Jansen iba a pensárselo... lo que ocurrió anoche es algo espantoso...Todo era una trampa... la cena, el Deep Rose... la víctima eras tú pero cuando vieron que yo te reemplazaría se lo pensaron un poco, modificaron algunos detalles y me usaron a mí como víctima. DIEGO:-¿De qué demonios estás hablando?. Dame un cigarrillo. (le da un cigarrillo y lo enciende con la colilla del de Peter, porque Peter no se atreve a sacar su mechero de plata).
PETER:-Todo se ha ido a la mierda Diego. Necesito que me ayudes. No puedes dejarme solo en esto. Somos colegas de toda la vida. (agarrándose del cuello de su pijamas). DIEGO:-Tranquilízate. (empujándolo) Vas a romperme la ropa. Venga, sube y charlamos tranquilos. PETER:-¡No! (volviendo a agarrarlo y sacudiéndolo con desesperación). Tu mujer no puede escuchar esta historia. Nadie tiene que saberlo. DIEGO: (apartándolo y forcejeando con él para tranquilizarlo) –Tienes que relajarte un poco Peter. Dime todo lo que pasó. PETER: -Fuimos al Deep Rose como me dijiste. Los llevé allí y le pagué por adelantado a la pelirroja para que se enrollara con el cuñado, con Simon. La pelirroja se acercó a pedir fuego. Simon no tenía mechero y le di mi mechero de plata, ya sabes cual, el... DIEGO:-Si, si, ya sé, el de la empresa. ¿Y? PETER:-...ese mismo. Él se guardó el mechero. Yo lo tomé como un descuido y pasó. Después él y la pelirroja se marcharon y yo me quedé a solas con Jansen. Me dijo que no quería acostarse con fulanas porque le tenía miedo al sida pero que necesitaba meterse “caspita del diablo”... (Diego se echa a reír por la expresión. El otro ignora la risa y continúa hablando). PETER:-Me fui con Motchell, ¿recuerdas a Motchell? DIEGO:-Si, el guardaespaldas. PETER:-Si, ese. Me llevó a la casa de Alice Cooper. Al “Templo”. DIEGO:-¿Alice Cooper?, ¿el músico?.
PETER:-¡Noooooo!!!- (gritó y lanzó unos puñetazos al aire como un niño encaprichado). –Es un yonqui que vende drogas que se hace llamar Alice Cooper y se pinta la cara como él y lee muchos libros. DIEGO:-Peter estás muy loco. Nunca te había visto así. (Peter se arroja sobre su amigo y lo coge de la cara para enfocar sus ojos con los suyos). PETER:–Yo-no-estoy-loco... tienes que creerme. DIEGO:-Te creo amigo. Pero aún no me has dicho nada. PETER:-Ahora viene lo peor... voy a contarte lo que pasó después cuando regresé del templo. Luego te diré lo que pasó en el templo. Cuando regresé al Deep Rose dejé la cocaína bajo el asiento del coche porque Julia, la chica de la barra me dijo que no se me ocurriera entrar cocaína al local. Pensaba decirle a Jansen que me acompañase fuera y dejarlo que se colocara en mi coche. Todo sea por el negocio ¿no?.... ese es nuestro lema. En ese momento Jansen me dijo que su cuñado había tenido una crisis premonitoria y que sospechaba que su mujer le estaba poniendo los cuernos. Llevé a Simon, el cuñado, al hotel para que se asegurase de que su mujer no le ponía los cuernos. Entramos en la habitación y en la mesita de noche me encontré el mechero de plata que él mismo no me había devuelto. “¡Estoy loco!” pensé. No tenía ninguna lógica. Tuve miedo. En ese momento empecé a sospechar lo peor... aquello era una encerrona. Al rato aparecen la mujer de Simon y la pelirroja del club. Estaban ahí dentro todo el tiempo escondidas en el cuarto de baño, desnudas en el hidromasaje. DIEGO:-¿Desnudas?
PETER:-Si. Se tiraron sobre la cama y empezaron a hacérselo juntas como dos lesbianas. Simon regresó de la cocina con un cubata en la mano y una ballesta cargada en la otra. DIEGO:-¡Es cierto!... es campeón de ballesta, me lo había dicho. PETER:-Apoyó la ballesta en mi frente y me ordenó que me tomara el cubata de un trago o me atravesaba de un flechazo. Tenía la punta de la flecha aquí...(se señala la frente)... y era fría y filosa. Me tomé el cubata. Le había puesto algo dentro porque enseguida empecé a ver todo como por un calidoscopio. Enseguida se escucharon dos golpes a la puerta. Apareció Jansen y su mujer. Jansen se me acercó y me dijo “a mi mujer le gustaba más el otro muchacho (refiriéndose a ti), pero dice que tú le servirás igual”. Y allí se montó una espantosa orgía... todos contra todos... yo no entendía nada... DIEGO:-¿Te violaron? PETER: (reaccionando violentamente contra su amigo) ¿Qué si me violaron?... no sé lo que pasó. Solo sé que cuando me desperté estaba en medio de un montón de gente desnuda, todos dormidos. Parecía un manojo de cuerpos... como una manada de lobos marinos tirados al sol... Me dolía todo el cuerpo, apenas me podía mover. Me arrastré como pude hasta la silla y me calcé la ropa. Ahí mismo vi la cámara. Lo habían filmado todo. Eran unos perversos. Todos. Cogí mi mechero de plata y salí de allí. La cabeza parecía que me iba a estallar. Era la peor resaca de mi vida. Cuando salía Jansen me dijo: “ Te has portado muy bien muchacho. ¿A que hora pasarás para firmar?
DIEGO:-¡Joder!... me dijiste que no iban a firmar... nos perdimos un negocio increíble (gritando y arrinconando a su amigo contra el coche y levantando el puño amenazante). PETER:-¿Crees que quiero volver a ver a esa gente?... Me violaron... hicieron conmigo lo que quisieron. ¿Cómo iba a volver a mirarlos a la cara?. DIEGO:-¡Todo sea por el negocio!, ¿no lo recuerdas?. PETER:-¡Hijo de puta!, te estoy diciendo que me violaron... (en ese momento un fuerte estruendo golpea sobre el coche rojo, y seguido a este un salpicadero de perlas disparadas en todas las direcciones). PETER:-¿Qué demonios es eso? EVELYN:-¡Ahí tienes el puto collar!. Deja en paz a mi marido... he sido yo, él no tiene nada que ver. DIEGO:-Métete dentro Evelyn. Ahora subo cariño. (enseguida se escuchó un disparo que atravesó el techo del Ford rojo de Peter). PETER:-¡Coño!... me ha agujereado el coche... DIEGO: -¡Evelyn!... ¿qué demonios estás haciendo?...guarda el arma cariño... por el amor de Dios... no vuelvas a disparar. (Luego viene el segundo disparo. La bala pega con fuerza contra la acera y rebota en alguna dirección indeterminada. Peter se arroja al suelo y reptando se ubica debajo de su coche por la parte delantera. Diego se refugia contra el cristal del portal.
DIEGO:-¡Por Dios Evelyn!... no vuelvas a hacer eso... ¿estás bien Peter? PETER:-Si. ¿Tu mujer se volvió loca?... ¿porqué quiere matarnos? DIEGO:-No quiere matarnos. Te quiere matar a ti. PETER:-¿A mi? DIEGO:-Es que está nerviosa por lo del collar PETER:-¿Qué collar? ¿De qué demonios hablas?. DIEGO:-Subamos... te lo explicaré todo.
(Corren desesperados al interior del edificio). (Música de fondo: “Dense” por Blondie)
Capitulo 5 Algo mejor que Viagra (Música de fondo: “One in a million you” por Larry Graham) Jonas llegó tarde a la ceremonia de bautismo de su sobrino. Tenía muy mala cara y no podía disimular que tenía serios problemas con Debi. Habían llegado separados a la iglesia. Ella llegó más temprano y él justo cuando todos estaban a punto de marcharse al restaurante. A los parientes de Jonas la chica nunca les cayó del todo bien pero no les quedaba más remedio que aceptarla. Él estaba perdidamente enamorado y era capaz de cualquier cosa por ella, incluso de alejarse de todos sus familiares para siempre. Porque la tenían por trepadora y burda. Débora era una verdadera máquina del egocentrismo en su máxima expresión. Claudio estaba preocupado por él. La aparición de Debi estaba alejándolos demasiado y siempre habían sido buenos amigos. Lo seguían siendo, seguían contándoselo todo, pero ya no era lo mismo de antes. Ya no podían salir juntos de juerga, ni parar en el bar de siempre a jugar al bowling los jueves por la noche. Ya no se juntaban a mirar películas viejas de horror bebiendo cerveza ni se sentaban hasta la madrugada en la azotea para filosofar. Debi había acabado con todos sus viejos rituales y encima de todo ella estaba acabando con la cabeza de Jonas. Los amigos decían que ella lo humillaba y que él ya no era el mismo de antes. Los parientes decían que ella le había
borrado la fresca sonrisa de su cara. Claudio sentía que la chica le estaba carcomiendo la autoestima de su amigo. Por eso la telefoneó y la citó para hablar con ella a solas, frente a frente en una mesa de bar, por la mañana, en pleno horario de trabajo. La charla no fue nada productiva y lejos de alcanzar sus propósitos solo consiguió que Jonas se enfadase con él. Estuvieron distanciados durante dos semanas. Claudio tuvo paciencia porque sabía que iban a tener que encontrarse sí o sí en aquel bautismo. Jonas también se sentía mal por estar peleado con su mejor amigo pero ella, Debi, le había advertido que si volvía a verlos juntos ella se marcharía para siempre. La pareja discutió mucho esto y en malos términos, y llegaron a la celebración del bautismo por dos lados diferentes. Todos se dieron cuenta de que había problemas en el paraíso... Era inevitable el reencuentro entre los dos amigos. Aquella amistad era más fuerte que cualquier otra cosa, y a la hora de elegir Debi tenía que andarse con mucho cuidado porque el peso de los amigos llevaba muchos años de historia. Hablaron y terminaron la conversación con un fuerte abrazo. Debi enfurecida se marchó sola a su apartamento y no atendió el teléfono por el resto de la tarde. Esa noche Claudio llevó a su amigo Jonas a dar vueltas por la ciudad para hacerlo olvidarse de esa malvada mujer, y es así como después de tantas vueltas terminaron en el Deep Rose. La hermana de Claudio trabajaba allí, en la barra, sirviendo tragos y dirigiendo los hilos de muchas cosas. A
veces Julia parecía una psiquiatra atendiendo los problemas de todos los conflictivos clientes del puticlub más concurrido de toda Nakeda. Claudio lo había convencido de que lo que necesitaba era romper el hechizo de Débora y acostarse con otra chica para renovarse y experimentar nuevas cosas. Cabe aclarar que Débora era la primer mujer, y única, con la que Jonas se había acostado en su vida hasta sus 38 años. Deep Rose era el sitio indicado. Allí había chicas para todos los gustos dispuestas a romper hechizos de esposas dominantes. Una rubia de 1,60 pechugona y de una sonrisa muy simpática, fue la primera que intentó quitarle de la cabeza sus problemas, pero al cabo de veinte minutos ambos regresaron de la “trastienda” y la chica enfadada solo comentó: “Este tipo no necesita mujeres, necesita un psiquiatra”. Por eso es que estaban en la barra conversando con Julia. Jonas, destrozado moralmente, lloraba como un niño desconsolado, con los codos apoyados sobre el mostrador, mientras su amigo Claudio intentaba levantarle el ánimo. En ese momento un hombre se acercó a la barra y le hizo una seña a Julia justo cuando ella estaba atendiendo a su hermano consolando a Jonas . -¡Ey!... Julia... necesito tu ayuda – interrumpió el tipo. -Tranquilo amigo. ¿No ves que está hablando conmigo?dijo Jonas de mal modo y con los ojos empañados en lágrimas. -¿Qué es lo que pasa Jonas?
-No puedo. Pienso en ella y no puedo hacerlo. Necesito una lobotomía... tengo que quitármela de la cabeza. Julia se reunió con ellos. El tipo con el que estaba hablando se marchó a toda prisa. -¿Sabéis lo que quería ese?- comentó ella sonriente –“Caspita del diablo” – dijo y los tres se echaron a reír. -Julia, dile a la rubia que Jonas volverá a intentarlo. Merece otra oportunidad. -¿Y tú te crees que con un revolcón se romperá el maleficio? -Estoy seguro Julia. En cuanto este conozca el verdadero placer entre otras piernas que no sean las de esa... -¡Ey!... Cuidado con lo que estás por decir- amenazó Jonas. (Detrás de ellos, mientras conversaban, en segundo plano, uno de los clientes que se había ido a la “trastienda” con una pelirroja, se reúne con otro tipo en una de las mesas. Hablan y miran atentamente en todas direcciones. Enseguida la pelirroja se reúne con ellos. El hombre de pie le dice algo, le entrega una tarjeta y un mechero de plata. Saca su billetera y le da dinero. La pelirroja se despide de ellos y se marcha en dirección a la puerta. Antes de salir pasa por la barra para saludar a Julia). -Me marcho tía...- anunció la pelirroja -... Hoy trabajo fuera. Me voy al Cassandra Hotel. -¿Quiénes son esos?- preguntó Julia. -No lo sé. Son legales. Tienen dinero. Mira lo que me regaló...- y le enseñó el mechero de plata.
-“Cotch S.L”… Si son legales. Serán socios de Peter y Diego. Peter estuvo aquí hace un momento preguntándome donde conseguir “caspita del diablo”. Ambas rieron. -Al parecer quieren hacerle una sorpresa a Peter en el hotel. Si lo ves de nuevo no le digas nada. -Tranquila. -¿Y a ti que bicho te ha picado?- preguntó la pelirroja a Jonas que seguía desmoralizado con los codos sobre la barra. -Tiene mal de amores- comentó Claudio. -El problema es que no se le empina- agregó Julia. Las dos mujeres rieron. Claudio las miró severamente. -Tranquilo tío, eso tiene solución... Úntala con SevenCross y verás como se te pone- aconsejó la pelirroja. -¿Seven... qué? ¿Qué es eso?. -Es una crema que venden en la farmacia de Richard. Solo se la venden a los clientes exclusivos. (Richard era un cliente habitual del Deep Rose). -Será como Viagra- dijo Julia. -¿Viagra? Es algo mejor que Viagra. Le levantaría la polla a un muerto y se la dejaría tiesa toda la noche- comentó la pelirroja y sonó tan convincente que Claudio le suplicó que los acompañara a conseguir esa crema. -Tengo que ir al Cassandra Hotel, tengo un trabajo pendiente y pagaron por adelantado. -¡Vamos tía! Mira como está este hombre. Pasamos por la farmacia y luego te acercamos al hotel. Por favor- insistió
Claudio y sacó un billete de su cartera para terminar de convencerla. -Esta es mi noche... No sé porqué pero parece navidadcomentó ella agarrando el billete. Los tres se marcaron hasta el coche y de allí ala farmacia de Richard. Ella se encargó de tocar el timbre en la casa de Richard (la farmacia estaba cerrada) y de hablar con él. Al cabo de unos minutos se reunió con los dos hombres. -Listo. Vayamos al hotel que ya estoy retrasada. -¿Conseguiste eso? -Por supuesto- y sacó la pequeña cajita blanca que llevaba la inscripción de “SevvenCross” en letras verdes. El logo parecía improvisado y no había ninguna otra inscripción en la caja. En el pomo decía: “Crema revitalizante de uso veterinario”. “Prohibido su uso comercial”. -¿Estás segura que es esto? -Si. Te lo untas por toda la polla y enseguida se te pondrá como una roca. -Yo no me paso eso por el nabo. Dice “uso veterinario”. -Es un medicamento alternativo. Lo usan para la vagina de las vacas. No sé exactamente para qué. Lo cierto es que Richard nos lo proporciona y es realmente increíble. Hace milagros. Si la polla no se te levanta con eso tío, solo te quedará pegarte un tiro. -¡Joder! ¿Podrías ser un poco más sensible?- retó Claudio enfadado. Dejaron a la pelirroja frente a la puerta del hotel y regresaron al Deep Rose. Claudio habló con Julia para volver a convencer a la rubia mientras Jonas se marchó al servicio y
se untó el pene con aquella misteriosa crema para vacas. Todo marchaba sobre ruedas... iban a romper el hechizo de Débora para siempre.
(Música de fondo: “Handy Man” por James Taylor)
Capitulo 6 “¿Dónde habías estado durante todo este tiempo?”
(Música de fondo: “Three Times a lady” por Commodores)
Mabel estaba aturdida y cansada. Llevaba una semana entera de guardias nocturnas, y el cuerpo nunca termina de acostumbrarse a esos horarios. Aquella había sido una noche terrible y lo único que le faltaba era encontrarse con Bruno esperándola en la puerta del hospital para llevarla a casa. No quería. Prefería ir sola, en autobús. No quería hablar otra vez con él sobre los mismos temas de siempre. Le había pedido una tregua de dos semanas pero él no soportaba dos días enteros sin verla. Mabel estaba cansada, no solo de su trabajo y de la monotonía de su vida, sino también de la falta de carácter de Bruno para poner las cosas en su sitio. Es que el hermano de Bruno, Tobi, se había instalado en su apartamento y no parecía tener ningún interés en hacer algo para encontrar un sitio mejor donde vivir. Había llegado de visita por un fin de semana a Nakeda y llevaba dos meses durmiendo en el sofá-cama del living. Tobi no trabajaba, no salía a la calle, solo dormía, vaciaba la nevera y miraba la televisión. Mabel estaba harta del consentido hermano menor de su marido. Bueno, en realidad Bruno y ella no estaban casados, pero vivían bajo el
mismo techo desde hacía cinco años que para el caso es prácticamente lo mismo. Antes de abandonar el hospital se dio una vuelta por el gabinete nº6. Detrás del biombo de tela el acompañante hacía el crucigrama de una revista. Su amigo dormía sobre la camilla y de a ratos dejaba escapar leves gemidos de dolor o tal vez se trataba de un reflejo por el intenso dolor que había padecido. Mabel se aseguró de que el gotero del suero siguiera funcionando, aunque en realidad aquello de testear el gotero era también un reflejo rutinario de enfermeras. Lo que realmente le interesaba era intercambiar unas palabritas con el joven del crucigrama. Le gustó desde el primer momento, desde el mismo instante en que cruzaron sus miradas cuando llegó pidiendo ayuda desesperado para que atendieran a su amigo que se retorcía de dolor. -¿Cómo sigue?- preguntó ella. -Parece que está mucho mejor. Al menos duerme y eso es buena señal, ¿no? -Duerme por los calmantes...- levantó un poco la manta -... igualmente la inflamación está cediendo. Se hizo un breve silencio. Sus miradas parecían acariciarse aunque los dos disimulaban bastante bien. Se da un caso entre miles... Dos personas se cruzan casualmente y se sienten poderosamente e inexplicablemente atraídas, como si se pertenecieran, o como si el destino hubiese preparado todo para que ese momento, “ese-únicomomento”, tuviese un lugar reservado en el tiempo.
-Quería pedir disculpas por la forma en que traté a la chica. Yo no quise... -¡Oh! No, no...- interrumpió Claudio -... de ninguna manera. Estuviste genial. La verdad es que disfruté muchísimo del empujón. -¿Cómo? -Verás... esa mujer es cruel y malvada. Tiene esclavizado a mi amigo. Es una larga historia pero te aseguro que con un empujón has conseguido algo que muchos no nos hemos atrevido a hacer durante largo tiempo. Casi debería darte las gracias. Mabel no hizo comentario. Sonrió. Su sonrisa era fresca y su mirada tenía ese brillo del encantamiento de una mujer enamorada. Ambos tenían ese brillo, el de la admiración, ese que parece decir: “¿Dónde habías estado durante todo este tiempo?” -Bueno... yo debo marcharme. Ya terminó mi turnoanunció ella. Claudio estuvo a punto de pedirle que se quedara un rato más. Pudo haberla invitado a tomar un café en el buffet del hospital, o pudo haberle pedido su número de teléfono. Pudo haberle dado el suyo. Pudo haberle preguntado su nombre o... Pudo haber hecho muchas cosas para no perderla, pero no tuvo el valor suficiente por temor a no ser correspondido. -Espero que tu amigo no vuelva a jugar con “cosas raras”- dijo ella y volvió a sonreír con ese deje de timidez que hacía resplandecer su pálido rostro.
-Seguro que nunca volverá a intentarlo- concluyó él, y un simple saludo de manos disolvió todas las posibilidades de dar pie a una última oportunidad para el amor. Él permaneció observando como el amor de su vida se alejaba por el pasillo, en dirección al cambiador, donde recogió una rebeca azul clara para salir definitivamente hacia el hall de salida. Cuando Mabel salió a la calle Bruno la interceptó de inmediato. Arrojó un cigarrillo a medio fumar y la cogió del brazo. -Mabel, hablemos por favor. -Bruno te he dicho que no me buscaras en el trabajo. -Mabel, llevo una hora esperándote. Por favor, te lo suplico, no puedo vivir sin ti. Necesito que me brindes la oportunidad de hablar- suplicó él casi lloriqueando. -¿Hablar de qué Bruno? Ya hablamos muchas veces de lo mismo. Estoy cansada. Ha sido una noche muy movida, solo tengo ganas de ir a dormir... Mabel estaba viviendo en casa de su madre. Bruno tenía prohibido pisar esa casa. La madre de Mabel siempre le había advertido que aquel hombre solo podía ofrecerle un montón de dolores de cabeza. -Mamá debe estar preocupada, ya sabes como es, no pega un ojo hasta que escucha el sonido de mis llaves en la puerta, y hoy llevo una hora de retraso. -Mabel, yo te llevaré en mi coche. Hablemos en el camino.
Por un momento ella detuvo su mirada en Bruno. Definitivamente no sentía por él nada parecido a lo que acababa de sentir por aquel extraño. Bruno era un hombre sin carácter. Siempre llevaba puesta su chaqueta de cuero negro, y siempre el mismo peinado hacia atrás con exceso de fijador extra fuerte. Siempre el mismo olor a nicotina, y esos extraños movimientos nerviosos con las cejas. Lo pensó por un momento y comprendió que en realidad nunca había sentido por Bruno algo similar a lo que había sentido por ese chico, ni siquiera en los primeros tiempos en que se conocieron. Accedió. Le dio la oportunidad de contarle que había encontrado la solución para sacarse de encima al pesado de Tobi. Pero Bruno no había conseguido nada nuevo. No sabía como afrontar la situación porque en el fondo toda la vida se había sentido responsable de su hermano. -...y le dije que si no mueve el culo para salir de casa en las próximas semanas voy a ponerlo de patitas en la calle. Hablé con un colega del trabajo. Es probable que pueda conseguir algo para él en un depósito de pirotecnia. Tiene que hacer guardias y controlar la entrada y salida de mercancía. Sencillo y relajado. Con lo que gane puede alquilarse un estudio y... -Bruno, así no me sirve...- interrumpió ella -...tienes que coger sus cosas y dejárselas en el portal de la calle y decirle que se busque la vida. -Es que... -Hoy me ha sucedido algo que me ha hecho pensar- dijo Mabel, pasando por alto las excusas que su novio estaba por disparar. Bruno hizo silencio. Algo lo obligó a callarse en seco. Presentía que detrás de inciso venía una noticia
terrible-. He conocido a un hombre que me ha provocado mariposas en el estómago... ya sabes... eso que se siente cuando alguien se enamora... Bruno no hizo comentario y continuó con la mirada al frente conduciendo, esperando escuchar lo peor. Ella continuó diciendo: –No pude evitar sentir eso. Era un hombre tan sensible y tan fino, vamos, quiero decir de modales refinados. En realidad solo cruzamos un par de palabras. Era muy correcto y... no sé... me cautivó. -¿Es que ahora las enfermeras se enamoran de los pacientes?. -¿Ahora? Eso sucede siempre, quiero decir, no siempre, pero a veces sucede. A mí personalmente nunca me había sucedido algo así. -¿Se besaron?- preguntó él con la voz quebrantada y corregida. -No, no. Sucedió algo muy extraño... Él entró en la guardia desesperado. Traía a su amigo que se había untado la polla con crema para vacas. -¿Crema para vacas? -Si. Se la untó con una crema para dilatar vaginas de vacas. Parece que alguien le pasó el dato de que esa crema se la iba a poner bien dura. No veas como la tenía. Era algo monstruoso, algo sobrenatural. Se le había puesto como la de un caballo. Era tan impresionante que asustaba. El hombre tenía un dolor espantoso. Se retorcía de dolor. Su verga no le cabía dentro de los pantalones y latía como si
tuviese vida propia. El capullo estaba gordo como un puño y se había amoratado. -Bueno, bueno… ¿Te enamoraste de un tío que se unta la polla con crema para vacas? -No, no era el de la crema el hombre que me cautivó, sino su amigo. Enseguida lo hicieron pasar a la sala de urgencias. El doctor nos hizo pasar a mí y a Naty, mi compañera. Ella tenía un ataque de risa. La situación era de lo más extraña y vergonzosa. Los comentarios del doctor era lo que más la tentaron, por eso tuvo que pedirle que saliera fuera. Yo me quedé con ellos. A mí no me causaba ninguna gracia. ¡Pobre hombre! Sufría dolores muy fuertes y solo suplicaba que alguien le hiciera volver su pene a su estado natural. El amigo estaba muy asustado. Se sentía culpable. Seguramente fue quien le aconsejó que se metiera esa crema. Me pidió que le permitiera el teléfono para hacer una llamada. Al cabo de un rato apareció la novia del otro, el de la polla hinchada. Era una histérica que montó un numerito en el hall que puso los nervios de punta a todos los pacientes que estaban allí, esperando su turno, y que habían cedido el turno a este pobre desgraciado. Tal fue la histeria que tuve que calmarla con un empujón. Nunca antes se me había ido la mano con nadie. La mujer cayó sentada de culo al suelo y me amenazó con denunciarme a la policía. Luego entró y habló con su novio y debió montar su numerito dentro porque el doctor la hizo sacar por un agente de seguridad. La echaron a la calle. La tía estaba tan loca que se sacó un zapato y lo arrojó contra el cristal de la puerta. Mientras sucedía todo esto el amigo y yo estuvimos conversando un rato. No sucedió nada, solo hablamos un poco pero fue suficiente como para darme cuenta que ese es el tipo de
hombre que puede conquistar mi corazón apenas con su presencia. Bruno conservó la calma forzada. Encendió un cigarrillo a pesar de que ella detestaba que fumara mientras conducía. Cuando llegaron a la casa de la madre de Mabel Bruno preguntó: -¿Para qué me contaste esa historia? -Solo para que sepas que me estás perdiendo Bruno, tal vez ya me hayas perdido. Has dejado pasar demasiado tiempo y ahora mi corazón ha cicatrizado sus heridas. No estoy segura lo que hubiese sucedido si ese hombre me hubiese pedido... no sé... un beso... no quiero saber lo que hubiese sucedido porque tal vez yo no me hubiese conformado nada más que con un inocente beso. Bruno no se despidió al marcharse. (Música de fondo: “Heaven must have sent you” por Bonnie Pointer) (El coche se aleja calle abajo- ella se pierde entre las sombras del final de la noche y se hace una toma panorámica desde arriba de todo el suburbio- techos de edificios, azoteas, ventanas y calles húmedas para el final de la escena).
Capitulo 7 “Dancing in the street” (Música de fondo: “Dancing in the street” por Petula Clark ) Durante los dos primeros años de trabajo profesional Regina tuvo que acostumbrarse a prescindir casi en su totalidad de las ideas románticas con las que había empezado su carrera. Por su consulta habían pasado todos los casos de depresión común de “locura-vulgar”, y había podido, en mayor o menor medida, aplicar algo de su bien aprendida teoría. Pero en ninguno de los libros que leyó ni en boca de ninguno de los profesores que tuvo recibió la advertencia de un caso como el de Luca Brandi. La ley primera de un psicólogo profesional es la de no involucrarse demasiado con sus pacientes, es decir, involucrarse dentro del perímetro de su patología y siempre dentro de los límites de la relación directa “paciente-doctor”, pero eso no es aplicable con Luca. Cuando se presentó por primera vez en su consulta ella se sintió muy aliviada porque se encontraba frente a un hombre joven, atractivo, intelectualmente competente y con unos modos muy bien adiestrados. Era un hombre tranquilo y muy centrado que sabía hablar y escuchar. Luca tenía una sonrisa preciosa que a veces desentonaba con la mirada melancólica de sus ojos. Habían leído los mismos libros y podían llevar largas conversaciones sobre experiencias y sensaciones paralelas vividas en sus vidas. Pero Luca tenía un
problema, porque nadie acude al psicólogo si no tiene uno, y ella no terminaba de comprender cual era el verdadero problema oculto del “hombre perfecto”. Sabía que tarde o temprano iba a salir a flote “eso” que lo había llevado aquella tarde de octubre a pedir cita por primera vez cuando le dijo por teléfono... “estoy buscando alguien a quien contarle mi gran secreto, alguien que tenga la capacidad para creer lo imposible y esté dispuesto a prestarme ayuda”. Después de doce sesiones, entre charlas y tazas de café, cigarrillos rubios y caramelos de frambuesa ácidos, él le confesó el verdadero motivo por el que estaba allí. No fue tarde ni temprano pero sucedió cuando ella ya se había empezado a encariñar demasiado de aquel extraño hombrecito de ojos tristes. Aquella noche, mientras se preparaba para acudir a su cita, mientras se aseguraba que el escote de su vestido resultase lo suficientemente sugerente, mientras se rociaba el cuello y las muñecas con unas gotitas de su perfume y practicaba algunos gestos frente al espejo, sintió dudas profesionales que no encajaban con las sensaciones de adolescente enamorada y de mujer confundida que la acechaban de un modo incontrolable. Volvió a preguntarse varias veces si estaba segura de lo que iba a hacer, y una y otra vez rememoró las palabras de Luca cuando le dijo: “Ya estoy preparado para decirte algo que nunca le dije a nadie”. El lugar de encuentro fue un pequeño restaurante griego de la calle Arroyo.
Cuando llegó, justo cinco minutos antes de las nueve, Luca la estaba esperando en la puerta. Ya tenía una mesa reservada. Bebieron una copa antes de pedir la carta y después de ese intercambio absurdo de sonrisas disparadas por la incertidumbre-rompe-hielo, un hombre vestido de gris se reunió con ellos en la misma mesa. El hombre saludó a Luca con un fuerte apretón de manos y Luca le presentó a Regina para, luego, ofrecerle un sitio junto a ellos en la misma mesa. El hombre aceptó una copa de lo mismo que él estaba bebiendo (ron blanco Bacardi con lima), y rápidamente su cara cobró la misma estúpida mueca de incertidumbre y desconcierto ante la presencia de aquella mujer. -Esperemos un momento porque falta alguien más en esta reunión- dijo Luca. “¿Reunión?” se preguntó el doctor Darío Talante, y la psicóloga Regina Mora también se hizo la misma pregunta. Cada uno de ellos pensó que serían la única compañía de Luca. Cinco minutos más tarde se presentó ante ellos una mujer llamada Ángela Montini que Luca presentó a los demás como escritora periodística. -Sé que se estarán preguntando el motivo por el que los convoqué a esta pequeña reunión...- dijo Luca-...ya que cada uno de ustedes pensó que serían mi única compañía y resultamos ser cinco. Lo único que ustedes tienen en común es que cada uno, por su parte, me conoce a mí, pero me aseguré muy bien de que no se conocieran entre sí.
“¿Cinco?” pensó cada uno por su parte. “Debió equivocarse o faltará alguien más por llegar” concluyó cada uno por su parte también. -Llevo varias semanas conociéndoles, estudiando y seleccionando con mucho cuidado y ustedes tres son las personas que he escogido para revelar mi secreto y para llevar a cabo un verdadero experimento científico. Les aseguro que nos enfrentamos a un asunto complejo e increíble, y les aseguro también que después de esta noche ninguno de ustedes volverá a ser el mismo. Todos lo miraron con cierto temor e intriga, y por momentos se miraron entre sí desconcertados e impacientes. -Ahora vamos a cenar y a aprovechar la cena para que se conozcan un poco. No quiero escuchar preguntas que anticipen nada y no quiero que ninguno se escandalice por nada de lo que yo haga. Si experimento algún tipo de nerviosismo o acoso abandonaré para siempre la confianza que he volcado en ustedes y anularé el histórico desarrollo de los acontecimientos que tendrán lugar, según mis planes, esta misma noche, insisto, “histórica”. Todos conservaron el silencio, temerosos e intentaron, durante la cena, romperlo, llevando adelante conversaciones normales entre perfectos desconocidos. Después de la cena tomaron café y un chupito de licor. En algún momento Luca Brandi se disculpó para ir al servicio. Era un buen momento para intercambiar algunas dudas respecto a este misterioso personaje pero ninguno estaba seguro de que tipo de relación tenía el resto de la mesa con él. Nadie se atrevió a hablar y Luca estaba muy seguro de todo, incluso de estos detalles.
Cuando regresó se sentó frente a su taza de café y le pidió al camarero que le alcanzara un tenedor que colocó prolijamente junto a la taza. Así se dispuso a hablar y les contó esta historia... “-Hace seis años yo era profesor de ciencias naturales en un instituto. Era mi primer trabajo serio y lo llevaba con muchísimo entusiasmo. Siempre me gustó trabajar con adolescentes porque es en la adolescencia donde afloran los verdaderos sentimientos humanos y donde los amigos se convierten en apasionados, para luego sufrir el desencanto de la edad adulta y abandonar la “idea- institución- amistad” para siempre. También era la época en la que empezaba a sentirme verdaderamente libre por primera vez, tenía mi primer coche, mi primer apartamento de alquiler, pagaba mis impuestos, pagaba mi cuenta de luz y teléfono... vamos, no necesitaba de mis padres ni de nadie para nada. Entonces había conseguido un ritmo, una monotonía armoniosa y placentera. Pero de repente sucedió algo que vino a cambiarlo todo... un accidente... Iba yo en mi coche, un VW escarabajo color amarillo, conduciendo por la carretera 16 de Nilven. Eran las seis de la tarde y acababa de atravesar la intersección con la 2, el camino del viejo cementerio de soldados que lleva a Lupot. Ese cruce nunca presentó demasiadas complicaciones a plena luz del día aunque por la noche está, incluso actualmente, muy mal iluminado. Pero eran las seis de la tarde, y era otoño y había buena luz. El tren de cercanías pasaba en ese momento por la vía que acompaña a la carretera hasta Nilven sur. Es el tren que viene desde el puerto y al llegar a Nilven cambia de dirección. Se engancha una máquina y hace un recorrido de nueve kilómetros en
sentido opuesto. En ese horario solo viajan estudiantes y trabajadores que regresan a sus casas al final de la jornada. Por la NRB F.M estaba sonando una vieja canción de Blondie “Dense” que el DJ Ponce de León enganchó con gran estilo a una canción de Petula Clark “Dancing in the street”. Delante había un gran camión que transportaba cerdos. Nunca me gustó conducir cerca de esos camiones porque la mirada de los cerdos es realmente espeluznante. Tienen miradas tristes como si presintieran que son transportados al matadero... no sé... será la mirada de los condenados que son conducidos por el pasillo de la muerte antes de ser freídos en la silla eléctrica. Entonces sucedió... la canción de Petula Clark se entrecortó por interferencias ruidosas. El tren ya había terminado de pasar, y con esto quiero decir que estoy convencido de que ninguno de los pasajeros pudo haber sido testigo del accidente, a no ser que, los del último vagón, hubiesen estado mirando hacia atrás pero muy asomados fuera de las ventanillas. En la dirección opuesta venía un Chervrolet viejo color azul y el conductor tampoco debe haber podido tener real conciencia de lo que sucedió. Por cierto, él murió al instante en el momento en que se empotró contra el camión. Conocí a su esposa hace algún tiempo atrás. La visité en su casa. Es una mujer muy sufrida. Su marido era un alemán que nunca se había acostumbrado a aquel coche con cambios automáticos. Ya se sabe que hay que tener cierta práctica con esos coches porque solo tienen dos pedales y en los momentos críticos hay que ser muy cuidadoso de lo que se hace con el pie izquierdo. El camión perdió el control justo a unos metros antes de la intersección con la 2 y se cruzó en el camino del Chevrolet. Por suerte
nadie venía detrás de mí porque seguramente yo no estaría aquí contando esto. Todo sucedió muy deprisa y en el momento en que el camión perdió el control y atravesó la línea central de la carretera yo pisé el freno pero los frenos no respondieron a tiempo, y el parachoques delantero tocó el trasero del camión. Mi coche giró de cola y ladeó violentamente hacia la derecha y eso me salvó de terminar debajo del camión. El pequeño escarabajo dio dos trompos y, ya mirando en dirección opuesta, pegó violentamente contra el lado derecho del camión justo cuando el Chevrolet se convertía en una amasijo de fierros retorcidos y chapa chamuscada. Fue horroroso. Los animales de la parte anterior quedaron aplastados por la avalancha de los de la parte posterior, como sucede en una tromba en los estadios de fútbol. Los cerdos asustados gritan con un sonido espeluznante, un sonido que puede congelarte la sangre. Salté del coche de inmediato y corrí en dirección al zanjón del sector derecho, el zanjón que separa a las vías del tren con la carretera. Estaba asustado y confundido. Y todavía no terminaba de comprender lo que había sucedido cuando vi el resplandor en el cielo... Era un resplandor blanquecino, una luz que se anteponía a la del sol. Hubo una leve explosión. La gasolina comenzó a arder y los animales se chamuscaron vivos. Fue algo horrible. No puedo precisar cuanto tiempo transcurrió desde el impacto hasta que entré en razón de lo que realmente estaba sucediendo. Me parecieron horas pero en realidad tuve la certeza de que fueron solo minutos porque cuando recobré la conciencia recuerdo que aquella canción
estaba sonando...”Dancing in the street” todavía en la radio. Ya la policía había cercado el perímetro y los bomberos realizaban su trabajo. Una mujer me preguntaba si me encontraba bien y yo le decía que escuchara la canción. Le he creado fobia a esa melodía. Para mí significa la banda sonora de una escena trágica, y cada vez que la escucho algo dentro mío se retuerce como los hierros fundidos de aquellos vehículos destrozados. Sin embargo, paradójicamente, había algo dentro de todo ese colage desgraciado que me inspiraba una paz indescriptible. Si, lo juro, algo dentro de esos elementos me contenía y me brindaba un cálido asilo, al punto de que me entraron unas ganas irresistibles de reír, a carcajadas, como un loco demente. Algo me hizo sentir inmortal. Esa noche dormí en mi casa después de que el médico me diera el alta en el hospital. Dijo que estaba un poco aturdido por el shock, pero que físicamente no tenía ni un solo rasguño. Sin embargo había un rasguño que era más profundo que cualquier otro, solo que no se veía y no sangraba. No le dije al médico que la canción seguía sonando dentro mío por temor a que me tomaran por loco. Pero esa misma noche, en el silencio de la duermevela, volvió a sonar y nunca dejó de hacerlo. ¿De donde venía el sonido? Al principio pensé que la canción estaba dentro de mi cabeza. Hasta que un día, después de un ataque de ansiedad y locura, mi novia también la sintió. Ella creía que el choque me habría afectado en algo, no sé, tal vez algo cerebral. Hablamos con psicólogos, psiquiatras, médicos clínicos, curanderos... buscábamos a
alguien que ajustara la tuerca floja de mi cabeza, pero esa noche ella también escuchó la canción y confirmó que yo no le había estado mintiendo y que no lo había fantaseado. Poco después me abandonó para siempre por consejo de su analista, por cierto hoy su marido, quien le dijo que ella estaba empezando a entrar en mi delirio y que por ese motivo empezaba a oír las cosas extrañas que yo fantaseaba. Paralelamente a este misterio ocurrieron cosas que me llamaron poderosamente la atención... Observen esto...”dijo Luca y cogió el tenedor que había ubicado junto a su taza de café y se lo clavó violentamente en su mano izquierda. Los demás saltaron espantados retrocediendo. Él les pidió calma y discreción. Algunos otros parroquianos desde otras mesas miraron al grupo porque el violento movimiento les llamó la atención. El tenedor permaneció clavado hasta el final de los dientes. No hubo sangre. Fue como clavar algo sobre un muñeco relleno de arena, pero sin arena. Luca se aseguró de que no quedaran dudas de que aquel tenedor estaba efectivamente clavado en su mano y luego lo quitó. Al instante la herida se cerró dejando sobre la piel una mancha que rápidamente fue encogiendo hasta disolverse bajo una nueva piel regenerada. -¡Dios mío!- exclamó Regina que no dejaba de batir la cabeza de un lado a otro cubriéndose la boca abierta con sus manos. Ángela cogió el tenedor y con sus dedos se aseguró de que no se trataba de un truco de mal gusto y Darío hizo exactamente lo mismo. Luca continuó... “- Esto es solo una muestra. Puedo hacer cualquier cosa que se les ocurra... arrojarme desde lo alto de un puente, comer veneno matarratas, pegarme un tiro dentro de la
boca... cualquier cosa y nada me matará porque soy indestructible. He tratado de suicidarme decenas de veces y no he conseguido sino fracasar y fracasar siempre. Llevo seis años sin padecer siquiera una gripe, un resfriado, un dolor de cabeza... nada... Lo peor de todo es que vivo en una depresión crónica que no me deja ser feliz, porque lo malo de ser inmortal es saberlo. Hace tres años tuve una crisis de ansiedad. Usaba drogas y mi madre vino a cuidarme. Una noche desperté y la vi preocupada buscando algo. Le pregunté “¿qué haces mamá?”. Eran las cuatro o cinco de la mañana. Me respondió: “Estoy buscando la radio, debes haber dejado una radio encendida porque suena una música”. Yo sabía muy bien que no iba a encontrar ninguna radio porque la música estaba dentro de mí. La ayudé a buscar porque quería que ella se diera cuenta por sí sola de lo que estaba sucediendo. Solita descubrió que la música estaba en mis entrañas y que el sonido me salía por el culo”-¿El culo?- preguntó exclamando Regina totalmente asombrada. -“Si. A veces se escucha más, otras veces menos, pero siempre está sonando la misma canción... “Dancing in the street” de Petula Clark. Así de dura y cruel es mi realidad... tengo la voz de Petula en el culo, y si todos hicieran silencio y el restaurante entero se callara podríamos escuchar ahora mismo la maldita canción”. -Perdona Luca pero eso es científicamente imposible – dijo el doctor Darío Talante.
-Lo sé doc. También es imposible que un hombre se clave un tenedor en la mano y no sangre. Usted mismo ha visto el tipo de cicatrización instantánea. Un imposible real. El doctor le echó mano a su maletín y sacó el estetoscopio. Luca sonrió. -Me siento como Jesús ante ese apóstol incrédulo que quería tocar las yagas de sus manos para asegurarse de que realmente había sido crucificado- comentó mientras se quitaba la camisa fuera del pantalón y acercaba su silla a la del doctor. La cara de Darío se transformó en una mueca de desconcierto y miedo. Regina pidió escuchar y después Ángela Montini experimentó lo mismo. Todos pudieron oír “Dancing in the street” dentro de su estómago. -Antes de la comida o después de hacer la digestión suena mucho más fuerte – comentó Luca. -¿Y que es lo que ha sucedido?... quiero decir... ¿a qué atribuyes el...?- el doctor Darío no encontraba las palabras para formular una pregunta concreta. -He pensado mucho en esto. He especulado con todas las posibilidades y he analizado severamente cada opción...- dijo Luca. Sacó un papel de su bolsillo y lo enseñó a los demás. -Aquí está mi última analítica médica. Todos los valores están correctos aunque en los estudios se detectó la presencia de una ameba estolística pegada a una de las paredes intestinales. El parásito ha sido descubierto hace tiempo y lleva allí asilado durante todos estos años. Lógicamente es lo más parecido a una ameba aunque yo sé muy bien que se trata de un parásito totalmente desconocido. Yo soy su capullo. El inquilino ha modificado
el biotipo de su capullo para poder desarrollarse y esto explica la asombrosa resistencia que he adquirido. El inquilino está durmiendo pero alguna vez tendrá que salir, digamos que se está gestando. No sé que ocurrirá conmigo una vez que ya no me necesite aunque sospecho que me descartará como suele suceder con cualquier capullo. De momento le sirvo, se alimenta de lo que yo me alimento y me usa de refugio. Su refugio es indestructible. -¿Y la música?... ¿Qué sentido tiene esa música?preguntó Regina. -No puedo precisarlo. No lo sé. Es lo último que yo escuché en mi otra vida, es decir, en mi vida antes del parásito. La lleva grabada en su memoria intrauterina. La canción sonaba en la radio cuando apareció ese resplandor en el cielo, ese que hizo que el conductor del camión cerrara los ojos y se produjera el accidente. Esa misma luz que debió inmiscuirse dentro de mi boca abierta cuando clavé los frenos y grité desesperado. Todas son especulaciones y por eso los he reunido y por eso he preparado en mi casa el sitio perfecto para que todos ustedes desarrollen una teoría demostrable que cambiará para siempre la historia del pensamiento humano. Ángela Montini podrá filmar y relatar el mas glorioso de sus informes periodísticos. Darío Talante podrá tocar la cumbre de la ciencia extirpándome el bicho extraterrestre de mis vísceras, y Regina Mora, tú me ayudarás a soportar la intervención y servirás para concretar un razonamiento histórico que abra el paso a una nueva filosofía universal. -¿No estarás pensando que yo vaya a operarte?interrumpió el doctor.
-Si. Es exactamente en lo que pensé. -Yo no puedo operarte Luca, mucho menos fuera de un quirófano y ... -Darío... en mi casa encontrarás todo lo necesario para llevar a cabo la intervención. No debes preocuparte por la esterilidad o la carencia de medios... recuerda que soy inmortal. Puedes abrirme y revisar mi interior y luego no necesitarás ni siquiera cocerme. Todo se cerrará solo y volverá a la normalidad. -¡Esto es una locura!- exclamó Ángela. -Vamos a ver...- intervino el doctor -... juguemos con la idea de que todo lo que nos has dicho es cierto. Volvámonos hipotéticamente crédulos... Si eres tan inmortal y resistente es porque ese... inquilino te necesita para vivir y desarrollarse. Si lo quitamos y lo metemos en un frasco entonces ya no formarás parte de su desarrollo y volverás a ser tan vulnerable como cualquier ser humano. -Es una deducción muy acertada doc. Por este motivo he planificado que el documento fílmico comience con una serie de demostraciones de mis nuevas capacidades sobrenaturales y una explicación de los acontecimientos que me llevaron a esta decisión. Firmaré un papel donde deje asentado mi consentimiento para llevar a cabo la intervención y donde los libre de toda culpa si falla algo de lo previsto. Al fin y al cabo, si sucede eso que dices doc, me harías un gran favor porque me librarías del tormento de la idea de inmortalidad. -No existe ningún documento que legalice el suicidio ni la eutanasia.
-Eso deberá ser reformado a partir de este caso. Con el parásito fuera de mí, metido en un frasco, será sencillo demostrar lo insólito y único de este caso dentro de la historia de la medicina. Después de una larga discusión de más de dos horas en la que se repasaron todos los detalles, alternativas y posibles consecuencias, se encaminaron hasta la casa de Luca para echarle manos a la obra. Luca murió con una sonrisa.
(Música de fondo: “Aint no stoppin us now” por McFadden & Whitehead)
Epílogo: La Señora Culogordo 2 (Música de fondo: “Old time Rock´n Roll” por Bob Seger) Sobre las 7:50 p.m, la Señora Natalia Culogordo llegó a su casa. Aún seguía nerviosa por lo que había hecho... Dejó el bolso azul sobre la mesa y preparó una infusión de manzanilla. “No sé porqué lo hago... no sé porqué lo hago” se repetía, y dentro suyo estaba segura que esta vez sí que iba a tener serios problemas. Nunca había sido tan evidente para robar. Cuando Andrés, el empleado del bar, se diera cuenta de que el frasco cilíndrico que había escondido detrás de los cajones de Fanta naranja ya no estaba allí, no iba a dudar un solo instante en pensar en ella. Abrió el bolso, sacó algunas cosas hasta dar con el frasco que acababa de robar. Había visto en el hombre del maletín y las dos mujeres, que lo perdieron, verdadera desesperación. Sin dudas debía tratarse de algo muy importante. Pero, curiosamente, al levantar el frasco hasta sus ojos, no vio nada en su interior más que una especie de baba pringosa que se extendía por el vidrio, como el rastro que deja la huella de un caracol. El frasco estaba vacío. En ese mismo instante se dio la vuelta, sorprendida, porque escuchó una música que, creyó que provenía desde
alguna de las habitaciones. Pensó en su sobrino, Tino, que a veces venía a su casa y se quedaba a dormir. ¿Tino?- llamó, pero nada... no había nadie. Curiosamente la radio no estaba encendida. No le prestó mayor importancia. Esa noche la música no la dejó dormir, pero tampoco la dejó dormir el pensamiento de que Andrés iba a llamarla en cualquier momento para preguntarle si había visto un frasco detrás de los cajones de Fanta naranja. A la mañana siguiente la noticia de que había habido jaleo en el bar de Tuka le provocó cierto alivio, porque eso la eximía de tener que rendir cuentas sobre su delito. La música no dejó de sonar nunca, acompañada por un malestar estomacal crónico. Pero, curiosamente, ya no necesitó robar en los supermercados, ni en las casas, para sentirse fuerte y vital, invadida por una felicidad indescriptible que la hacía sentir inmortal.
(Música de fondo hasta el final: “Heart of Glass” por Blondie) -
FIN