“A medio camino”
un relato de
Gustavo Gall
Capítulo Once “El interventor”
De a sorbitos pequeños consumía el último resto del agua que quedaba en el bidón. Presentía que era el fin. El irascible sol parecía amainar un poco dándome un leve respiro, ya encaminando su periplo hacia el Este. Tenía el cuerpo fatigoso y la cabeza como una tolvanera, entre el sofoco del calor y los recuerdos, que emergían de su sepulcro inescrutable para reseñarme cosas que habían quedado inconclusas. Hubo un nuevo inútil intento por hacer arrancar el auto. En eso, apareciendo de la nada, se presentó un tipo vestido de traje, que llevaba un maletín en la mano y sus zapatos en la otra, colgando de los dedos. Tenía puestos guantes blancos, sucios de polvo. Me apuré a recoger el sombrero cowboy y me lo puse rápidamente. El tipo hizo una suerte de además de cortesía y se sentó sobre una piedra, dejando los zapatos a un lado y colocándose el maletín sobre el regazo. Discó la combinación de las trabas de la cerradura del maletín y abrió la tapa... -Vamos a ver...- comenzó diciendo y revolvió unos papeles que llevaba dentro. Murmuró algunas cosas en voz baja y finalmente dijo: - Aaron Beyer, ¿no? 91
Sonreí. Sabía que era otra de esas cosas espectrales e incoherentes como las que me habían estado sucediendo. -¡Presente!- respondí con tono burlón y con una sonrisa doliente de labios resecos. Él sacó un bolígrafo, levantó la vista y le hizo un recorrido a todas mis cosas. Con el bolígrafo señaló el auto, la guitarra, la mochila y el bidón de agua. -¿Eso es todo lo que te queda de agua?- preguntó. -Si. Hizo algunas cruces en esos papeles que llevaba, que eran como planillas escritas a máquina. -Bueno, bueno...- dijo suspirando. Dejó el maletín a un costado y se estiró hasta el bidón. Lo dio vuelta hasta derramar el resto de mi reserva de agua al suelo. Me apuré sobre él desesperado, pero de inmediato contuve mi impulso y retrocedí. No tenía fuerzas siquiera para impedírselo. -¿Qué demonios haces?- grité. -¡Naaada! No la necesitas. -¿Qué no la necesito? ¡Voy a morir de sed! El tipo, como si nada, regresó a lo suyo, volvió a coger el maletín y continuó haciendo cruces en sus planillas. También escribió algunas cosas. -¿Qué pasa? ¿Qué es esto?- pregunté con desesperación. -¿Esto? ¡Ah! Se trata de unos informes sobre tu situación. Puro papelerío, ya sabes- respondió sin levantar la vista ni dejar de escribir. -¿Informes? ¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre? 92
-¿Yo? ¡Ah! Si, si... perdona que no me haya presentado...y estiró la mano esperando a que yo le devolviera el saludoSoy Ben Spector, el interventor. -¿Spector? ¿Cómo el Payaso? -¿Payaso? ¿Cuál Payaso? ¡Ahhhh! ¿Te refieres a uno que anda por aquí con una pistola diciendo que se dirige a un duelo? Asentí con la cabeza. -Ese impostor no se llama Spector. Usa mi nombre para despistar y confundir. Va y viene por esta ruta todo el tiempo anunciando de que va a encontrarse con alguien para batirse a duelo. Pero no hay ningún duelo, nunca hubo tal duelo. ¿Te amenazó con su arma? -Si. -¡Bahhh! No te preocupes. Sus balas no pueden lastimarte. Tú eres un forastero y tienes inmunidad diplomática. Nadie va a lastimarte. -¿Qué escribes ahí?-pregunté intrigadísimo. -¡Ah! Pues, hago un informe sobre tu situación. -¿Mi situación? ¿Qué es todo esto? Dime la verdadsupliqué. -Llevas cigarrillos, ¿no?- me preguntó. Saqué el paquete de cigarrillos de mi bolsillo y también el mechero y se los arrojé a sus pies. -No, no fumo. Era para saber, para confirmar que te detuviste en... Visconte a comprar cigarrillos como dice el informe. -¿El informe? 93
El tipo hizo caso omiso a mi pregunta y prosiguió... -O sea... repasemos... Una guitarra, una mochila, el auto de alquiler averiado, un paquete de cigarrillos, un sombrero de cowboy y dos bidones de agua vacíos. Antes vacié lo que quedaba de agua porque sino hay que escribir esos detalles que son muy molestos. Pues... ¿es todo? ¿Tienes algo más que declarar? -Tengo esto...- le dije y saqué de mi bolsillo el artículo plastificado con la noticia del Cosmonauta ruso. Lo agarró y lo miró extrañado. Leyó un poco el artículo y torció la boca hacia abajo. -Esto... ¿Qué es esto? -Mi amuleto- respondí. -¿Un papel es tu amuleto? Debes apreciarlo mucho para haberlo plastificado así. Pues no. Esto no me parece relevante. -Es más importante que mi guitarra, y que el auto, y que todo. -¿Ah, si? ¿Porqué está plastificado? -Mi padre lo plastificó para que no se siguiera degradando el papel. -¿Tu padre? ¿El abogado pastor? ¡Qué raro! Los pastores evangelistas reprueban los amuletos y los fetiches. Sonreí. El tipo lo sabía todo sobre mí. Aunque me inquietaba, en algún punto me dejaba más tranquilo porque no me sentía tan solo y desahuciado. Volvió a leer el artículo.
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-¡Caramba! O sea que ese astronauta quedó flotando en el espacio sin que nadie lo ayudara... ¡Qué terrible! -Quiero acabar con todo esto y regresar a mi casa- le dije. El hombre no parecía tener ninguna prisa y continuaba con lo del astronauta. Se lo repetí. -¡Oh, si! ¡Claro, claro!- reaccionó volviendo a la realidad o a esa cosa extraña en la que estábamos metidos que parecía ser mi maldita realidad. Me devolvió el recorte y lo guardé en mi bolsillo. Repasó visualmente los papeles como dándoles un último vistazo y me los acercó... -Tienes que firmar ahí abajo y del otro lado donde está la cruz sobre la línea de puntos- dijo. Miré el papel. No podía leer nada de lo que llevaba escrito por culpa de la claridad del sol que al reflectar sobre las hojas me cegaban los ojos. Apenas distinguía algunas palabras sueltas y sin sentido. Parecía un contrato. Él, mientras tanto, sacó un cigarrillo del paquete y encendió uno, dándole un par de largas chupadas. Luego escupió el humo por el costado de la boca y se quedó mirando el cigarrillo. Antes me había dicho que no fumaba. -Tabaco barato- dijo-. Yo solía fumar mentolados pero me provocaban catarros nocturnos. Lo dejé porque mi mujer me tenía harto con que dejara de toser. Ahora no le encuentro mucho sentido a fumar. Simplemente no les siento el sabor. Sé que es una droga muy funcional y muy adictiva, y de ingestión rápida. En tres segundos el cerebro ya se siente compensado. Una droga fácil y muy rentable. Pero no me interesa... Mientras parloteaba yo seguía intentado leer esa suerte de contrato que quería que firmase. 95
-¿Qué es esto? ¿Porqué tengo que firmar? -¡Bahhh! Simple papelerío, ya te lo dije. Formulismo. Burocracia. Tú firma. Es la orden para hacerte regresar. -¿Para hacerme regresar? -Firma, Vaquero. Yo te daré un recibo con un número que es tu código de evacuación. En cuanto llegue el bus el chofer te pedirá el código y te llevará a tu casa. Así de simple. -¿Un código de evacuación? No comprendo nada- dije. -¡No hay nada que comprender, Vaquero! ¡Firmas ahí y listo!- gritó ya con impaciencia y aplastó el cigarrillo en el suelo. -Es que no puedo leer lo que ponen estos papeles. Yo no voy a firmar cualquier cosa. El hombre me miró con ojos enloquecidos. Ya estaba perdiendo la compostura. Se levantó y se paró frente a mí. -¿Tú te quieres ir de acá o no?- me preguntó. -¿Acá? ¿Dónde es “acá”?- retruqué. -Acá... pues...- y extendió los brazos como señalando todo el alrededor-. Acá... en esta ruta, bajo este sol, con estas piedras y cactus... Acá a medio camino. Me reí. Pensé que el tipo me estaba haciendo una broma alusiva a mis composiciones. Pero mi risa lo desconcertó y hasta se mostró repentinamente molesto. -Es por las canciones, ¿no?- le pregunté. -¿Canciones? ¿Qué canciones?
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-Las canciones de mi proyecto... “A medio camino”, así se llama. En realidad son poemas a los que les pongo música- expliqué. Me miró extrañado, ahora mostrando gran interés. Yo busqué mi libreta de notas del interior de mi mochila. -¡A ver! Enséñame eso...- dijo. Yo lo retiré y lo devolví al interior de la mochila. El tipo se quedó dubitativo. Parecía descolocado. Se rascó la barbilla y se llevó las manos a la cintura. -Espera, espera... no me habías dicho nada sobre una libreta con poemas. Eso tiene que figurar en la lista. Habrá que hacer esos papeles de nuevo- y me arrebató el contrato de las manos-. Podría añadir la libreta al final de la lista pero estos papeles no pueden llevar tachones ni agregados ni arreglos. Deben estar claramente escritos-. Rompió los papeles al medio y regresó a la piedra para abrir el maletín y volver a escribir otros. -Por suerte llevo otra copia de los formularios. Pero eso no se hace, Vaquero, hay que declarar todo. -¿Declarar? ¿De qué estás hablando? Te he dicho que yo no voy a firmar nada hasta que no me expliques claramente de qué se trata todo esto. -¿Te quieres ir a tu casa o no?- repitió la preguntita con impaciencia. -Sí, claro, quiero irme y volver a mi vida normal. Pero tal vez lo haga por mis propios medios, sin firmar nada- dije. Dejó escapar una carcajada. No era una risa real, era una reacción nerviosa. 97
-¿Ah, si? ¿Y como se supone que harás eso? Nadie va a pasar por esta ruta para llevarte, y nadie va a venir a buscarte hasta aquí porque nadie sabe que estás aquí. Estás solo y desprotegido como.... como ese Cosmonauta ruso de tu nota plastificada. En eso dio en la tecla. Ninguna comparación hubiese sido más exacta. Así me sentía. -De hecho...- agregó-...esto es como un efecto de proyección premonitoria de tu propio destino, ¿no crees? “Proyección premonitoria”, pensé. Su definición casi me sonaba como una mofa. Se apresuró a escribir nuevamente todos los papeles repasando cada una de las cosas que debía agregar a la lista, incluyendo ahora mi libreta con apuntes, poemas y canciones. -Entonces... el auto, la guitarra, la mochila, la libreta... -La libreta es parte de la mochila- interrumpí. -No, no. La libreta es aparte- aseguró él. -Hay más cosas dentro de mi mochila, y todo es parte de la mochila- insistí. -No, no. Es diferente. -¿Porqué? -Porque eres escritor y lo que esté escrito en esa libreta es un trabajo intelectual. Eso cuenta como una entidad propia. Además, no puedes llevarte nada del desierto a tu casa. -Pero la libreta es mía. -Claro, la libreta...- dijo-... pero, te pondré un ejemplo: si escribiste un poema estando aquí en el desierto, te llevarías 98
un poema que le robaste al desierto. ¿Comprendes? Lo que surja aquí debe quedar aquí. -No escribí ningún poema mientras estuve aquí, y de haberlo hecho eso forma parte de mi propia inventiva. Yo puedo fabricar mi propio desierto con mi escritura- le respondí. El tipo bufó fastidiado. -Las reglas son las reglas. Yo tengo que comprobar que esa libreta no contiene nada que te haya inspirado este lugar, y punto en boca. Se acabó la discusión. No me quedé conforme. -¿Y porqué no incluyes el sombrero en la lista?- le pregunté. Me quité el sombrero y se lo acerqué dejando el parche de la calavera ante sus ojos. El hombre negó con la cabeza con un gesto caprichoso evitando la vista directa de la calavera. Era evidente que le molestaba el dibujo. -No, el sombrero no. -¿Porqué no?- machaqué. -El sombrero no hace falta declararlo. Es un objeto irrelevante. Déjame a mi que yo sé como debo hacer mi trabajo- concluyó. -¿Tu trabajo? ¿Cuál es tu trabajo? -Ya te lo dije antes. Yo tengo que llevar un registro de los que se quedan aquí, a medio camino, y me encargo de devolverlos a sus vidas. Así de simple. Tú firmas aquí y vuelves a tu casa. Punto.
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Volví a calzarme el sombrero sobre mi cabeza y me aparté de él, apoyándome sobre el auto para sostenerme en pie. -Tu trabajo... ¿Qué es esto? ¿Una trampa? ¿Un juego macabro? Si es tu trabajo entonces tendrás un jefe, ¿no? ¿Quién es tu jefe?- exhorté. El tipo me miró fastidioso. -Haces muchas preguntas, Vaquero. Todos tenemos un jefe. Esto es simple... Si no firmas te quedas aquí. Si firmas te vas a tu casa. No tienes agua, te morirás de sed. Si pensaste que en cuanto bajara el sol podrías echarte a andar por esa ruta, te advierto que es una mala idea. Por la noche hace frío y está todo muy oscuro, y los lobos te liquidarán en unos minutos. Vendrán a por ti, créeme. Si, por una de esas casualidades milagrosas, sobrevives al ataque de los lobos o los coyotes, mañana la pesadilla volverá al comienzo y el sol te cocinará antes del mediodía. Yo te ofrezco una salida, la única opción que tienes... Firma. Te doy tu código de evacuación y tan tranquilo te vuelves a casa en autobús. -¿A cambio de qué?- le pregunté. Creo que hice la pregunta correcta porque el hombre se quedó en silencio mirándome, buscando las palabras para darme una respuesta convincente que no estropeara sus planes. -Mira...- dijo-... está bien. Eres un testarudo pero me agradas y hoy ando con buen humor. Por eso voy a hacerte una oferta especial y única que solo se la hago a los clientes exclusivos.- y apartó los papeles para buscar otros formularios que llevaba dentro de su maletín- Acá están... se trata de un contrato Plus. Ya te digo... solo para clientes 100
especiales...- hizo una larga pausa para releer por encima todo el contrato y luego continuó:- Tú firmas esto, obviamos los trámites de declarar cosas y los papeleríos, me dejas esa libreta y yo, además de sacarte de aquí te borro los recuerdos. ¿Qué te parece? -¿Los recuerdos? ¿Qué recuerdos? -Todos los que quieras. La mala experiencia de este viaje, primero, luego los recuerdos traumáticos de tu infancia, lo que pasó con tu madre, la mala conciencia por la larga estadía de tu viejo en la cárcel e incluso la tormentosa relación con esa mujer... tu compañera sentimental. Todo lo que quieras... Quedarás como nuevo. Cero de recuerdos malos, todas cosas buenas y lindas- y se le puso una sonrisa estúpida en la cara como la que se le pone a los vendedores de autos cuando creen que te han hecho una oferta a la que no vas a resistirte. -Eso está muy bien...- respondí-... pero, ¿a cambio de qué? La sonrisa se desdibujó. No me daba una respuesta clara porque estaba evadiendo la palabra “alma”. Ya había escuchado historias de estas anteriormente, tan llenas de supersticiones, quimeras y credulidades. Yo siempre fui muy escéptico a todo eso, pero a partir de haber comprobado la certeza de las advertencias de la chica de los collares de huesitos y calaveras, no me quedaba más remedio que adaptarme a la novedad de un mundo desconocido en el que efectivamente sucedían cosas así. Quería mi libreta de apuntes, y también quería mi alma. Ninguna de las dos cosas estaba dispuesto a perder.
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Me deslicé por el auto hasta quedar sentado sobre mis talones. Me sentía aturdido. Las leyendas populares de los demonios de los caminos volvían a mis recuerdos. -Se trata del alma, ¿no?- le pregunté sin rodeos. -¡Bahhh! ¡El alma!- exclamó-. ¿Qué cosa es el alma? ¿Acaso lo sabes? ¿Te preocupaste alguna vez por tu alma?preguntó. -No. -Por eso. ¿Qué más te da perder el alma? Estoy seguro que te preocupaste mucho más por tu cabello, por tus uñas, por tu apariencia que por tu alma. A nadie le importa perder el alma. ¿Para qué la quieres si ni siquiera sabes que la tienes? Me das tu alma y tu libreta de apuntes y asunto cerrado. -Si... la oferta es tentadora...- dije-... Pero ahora que lo pienso... me estoy dando cuenta de que el alma debe ser algo muy importante para que existan, a través de la historia, instituciones como la tuya que están tan interesados en el alma. No sé lo que es pero evidentemente debe tener un gran valor. No hizo comentario. Se rascó la cabeza nervioso. Se le estaba complicando todo para cerrar el trato y el negocio se le escapaba de las manos. -Todo tiene un valor relativo, Vaquero. Estoy seguro que en tu casa tienen cosas que son muy valiosas pero ni las usas. Algunas ni les prestas atención, y están ahí, ocupando un sitio. Algunas personas se morirían de ganas de tener esas cosas que a ti no te sirven. -¿Y a ti te hace falta un alma?- pregunté.
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-No es que me haga falta. Me preguntaste antes cual era mi trabajo... pues eso... yo junto almas de tipos que no las necesitan. Recluto almas, las pongo en forma y las revendo. Otros hacen lo mismo con autos, electrodomésticos, muebles... Bueno, lo mío son las almas. -Y si me quedo sin alma... -¡Nada!- interrumpió-. Tu vida no cambiará en nada. Ya te digo, no la necesitas. Ni siquiera sabías que la tenías. -¿Y la libreta de notas? ¿Para qué quieres mi libreta? -Bueno, bueno... eso es por una curiosidad personal. Me interesa saber que es lo que llevas escrito ahí. Puede ser que solo sean absurdos garabatos inservibles. A ti no te cambia en nada eso. Vas a la tienda y te compras una libreta nueva y con el tiempo la vuelves a llenar de cosas sueltas escritas y finalmente terminas arrojándola a la basura. La libreta es... fisgoneo mío, nada más. Ciertamente una libreta de notas de un escritor puede ser solo un montón de ideas sueltas escritas espontáneamente que nunca llegan a ninguna parte. Pero sucede que a veces esas ideas son el semillero de algo grande. La mayoría de las veces no hay nada imprescindible en esas libretas de apuntes, pero nunca se sabe. No iba a darle mi libreta con manuscritos a ningún precio. Hice un gesto negativo con la cabeza. Cuando se dio cuenta de que no iba a poder negociar conmigo, dejó los papeles a un lado sujetándolos con una piedra. Encendió otro cigarrillo y escupió el humo hacia un costado. Arrojó el paquete de cigarrillos y el mechero dentro de su maletín que había dejado abierto antes. Al parecer 103
tenía pensado quedárselos y volver a fumar. No me importó que se los quedara. No me hacían falta. -Bueno... ya que estamos en este punto...- dijo-... y que quieres que hablemos claro... déjame que te cuente algo...
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