Gustavo gall a medio camino capitulo 17 y 18

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“A medio camino”

un relato de

Gustavo Gall


Capítulo Diecisiete “Y todavía no amanecía”

Estaba cansado. Con el último de los estallidos de las bengalas acababa de agotarse las últimas de mis esperanzas por que sucediera algo. Y aunque debía estar convencido de que nada iba a suceder, había una parte de mí que aguardaba con impaciencia nerviosa la respuesta a mis pericias de haber hallado el modo establecido de esa suerte de juego, siguiendo sus caprichosas pautas. Había aguardado dentro del auto pacientemente hasta que los lobos desaparecieron y había deducido lo de la caja de explosivos, y lo del mechero metido en el maletín, antes de que llegara el amanecer... Algo debía haber después de eso. Me sentía como un jugador de ajedrez que esperaba el movimiento de su contrincante. Igualmente sabía que yo estaba perdiendo... yo estuve haciendo exactamente los movimientos que mi adversario pretendía que hiciera. Obviamente sin saber cual era el juego ni quién era mi adversario. Cuando contaba esta historia a mis amigos, tiempo después, y llegaba a este punto, todos coincidían en que, si estaba tan seguro de que había seguido las pautas de “eso” que se divertía conmigo, tenía que haber estudiado otras posibilidades. Pero es fácil decirlo desde la comodidad de un sillón en un living. Yo soy un tipo de ciudad y jamás había tenido, en mi vida, que confrontarme con situaciones de apuro o trance en una ruta del campo. Me sometía, sí, porque no sabía que demonios era exactamente lo que tenía 143


que hacer. Me dejaba llevar por las cosas que se me presentaban en el momento. Sin embargo... por otra parte... había algo en todo aquel sistema rocambolesco, que me era algo usual... En esos momentos no estaba capacitado para discernirlo. Nadie me cree esta historia, y lo entiendo. Ni yo mismo estaría capacitado para creerla si me la hubiese contado otro. Permanecí sentado junto al auto, con mi mochila y mi guitarra, pensando y esperando, y en ese momento tuve una intuición... Si aquello que dictaba las normas de este macabro juego iba a aparecer de un momento a otro, yo debía tener de antemano un movimiento pensado. Entonces se me ocurrió esconder la libreta de notas debajo del auto, en ese espacio reducido en la parte superior de la rueda . Mi libreta quedó, literalmente, sobre la rueda. ¿Porqué? Pues porque no dejaba de hacerme ruido el interés que había mostrado el Interventor por mi libreta, y como no había conseguido llegar a un acuerdo por mi alma, entonces “eso” iba a tratar de obtener, al menos, mi tesoro más preciado... mi libreta de notas. Ya dije antes que una libreta de notas de un escritor puede no ser nada o puede serlo todo. Nunca se sabe. Para este momento yo ya había perdido toda conexión con mi uso de razón y con mis principios, y me había vuelto tan supersticioso como el que más. Había pasado casi un día entero a medio camino, en una ruta desierta, pero en ningún momento llegué a estar completamente solo. Desfilaron frente a mí toda una clase de entidades misteriosas, algo absurdas y grotescas, pero tan irreales como nunca antes había visto. Podían ser los delirios de la insolación, o podía ser que yo estuviera muerto y que aquello formara parte de los intersticios dinámicos de mi mente antes de apagarse 144


hasta la última de mis sinapsis cerebrales... contaba con esas posibilidades. Pero la realidad, “esa realidad” era lo que yo estaba viviendo, y en esa realidad, absurda, ideal o ilusoria, yo tenía que resolver cosas y subsistir. Todavía no amanecía. El cielo se mantenía en esa especie de duermevela entre la penumbra de los restos de la noche y los primeros claros del horizonte. Entonces las luces de dos focos brillaron en la distancia, sobre la ruta... esa maldita ruta... Un auto avanzaba lentamente hasta donde yo me encontraba. Por momentos parecía detenerse y luego continuaba su marcha. Pensé que sería el Dr. Muerte, el mismo tipo que me había traído la caja con las bengalas, pero venía desde el lado opuesto. No podía ser él. Recién cuando estuvo a unos trescientos metros aproximadamente se encendieron las luces rojas del techo. Eso me dio confianza y me hizo saltar como un resorte sobre el asfalto... Era la policía. En esos años los patrulleros de la policía solo tenían luces rojas en el techo, ahora son azules. Moví el sombrero agitándolo con fuerza para que me viera, y cuando el auto se detuvo frente a mí, caí de rodillas al suelo y lloré. El oficial bajó con precaución, manteniendo su mano apoyada en el arma de su cinturón. -¿Qué demonios pasó aquí?- exclamó mirando el auto totalmente machucado, la caja y los rastros que dejó el fuego alrededor. 145


-¡Por favor!- supliqué. No me salían las palabras. Me sentía agotado. El tipo se me acercó rápidamente y me ayudó a incorporarme. Me sujetó por debajo de las axilas y me llevó hasta su auto para que me apoyara en él. Yo llevaba el sombrero apretado contra el pecho. No iba a separarme de él. -¿Está bien?- preguntó. Asentí moviendo la cabeza. Era lo único que podía hacer. -¿Usted fue el que encendió las bengalas? Volví a asentir. -¿Qué hace aquí? ¿Qué le pasó? ¿Tuvo un accidente? Eran demasiadas preguntas para hacerle a un moribundo. Enseguida se dio cuenta de que yo no estaba posibilitado para responder nada, solo necesitaba irme de ese lugar. Me condujo hasta el lado del acompañante y me hizo sentarme dentro de su auto. Echó un vistazo y recogió mi guitarra y mi mochila. Me preguntó si tenía algo más que llevarme y le respondí que no, moviendo la cabeza. Cuando se metió en el auto le pedí agua señalándome la boca. -¿Agua? ¿Cuánto tiempo lleva aquí, hombre? No tengo nada para beber... Lo llevaré hasta algún lugar donde pueda beber agua. Tranquilo- y el vehículo se puso en marcha de inmediato. Lo único que pudo salir de mi boca antes de cerrar los ojos fue: “Gracias”.

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Capítulo Dieciocho “Ruido Blanco”

-Oiga... ¿puede oírme? -Si- respondí, sin abrir los ojos. -¿a dónde se dirige? -Nilven- balbuceé con una voz soplada. -¿Nilven? Pero su auto estaba mirando para el otro lado... -Soy de Nilven. Quiero volver a casa. -¡Ahh! Entiendo. Pues, no sé que le pasó pero tuvo suerte. Ya terminaba mi guardia y paré a echar un trago antes de irme a casa a dormir. Y justo cuando salía de la cafetería vi las luces en el cielo. Dije: “¿Qué carajo es eso?” y me quedé mirando... ¡Pum! ¡Pam! Era lejos, en el campo... no sabía si era en la carretera o donde. Me subí al coche y mientras me iba para casa me dije “¿Y si es alguien pidiendo ayuda?”, como en los barcos, ¿no? En el mar suelen pedir ayuda así, encendiendo bengalas. Y dije: “Me voy a ver de qué se trata”. No iba a poder pegar un solo ojo quedándome con la duda. Por acá nunca pasan de estas cosas. Menos mal que tenía bengalas. No es usual. Nadie anda con bengalas en el maletero del auto. El tipo hablaba mucho. Me aturdía pero no me importaba. Solo quería que me sacara de allí de una maldita vez.

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-Menos mal que yo tengo esa cosa... intuición... lo heredé de mi madre. Ella también tenía eso. Si no hubiese hecho caso a las luces... ¿Está bien? -Si. Gracias- respondí. Su voz me retumbaba dentro de la cabeza como si estuviera embutida dentro de un cilindro metálico. -¡Músico! Digo... por la guitarra... Tengo una sobrina que toca la guitarra. Yo mismo le compré una hace un tiempo. Pero ya sabe como son los críos... un día quieren hacer una cosa y al día siguiente se les olvida y quieren ser otra cosa. ¡Bahhh! Un gasto para nada... ¡Qué lástima! Tenía talento. Ahora dice que quiere ser veterinaria. Ya se le pasará. Todos los niños quieren ser veterinarios alguna vez. ¿Está de gira? Digo, ¿anda por aquí tocando en los bares y esas cosas? No podía responder. Me sentía mareado. Sentía que mi cabeza se apagaba y se encendía constantemente. Pero el tipo quería una conversación a toda costa y estaba seguro de que no dejaría de darme la paliza con sus preguntas hasta llegar a alguna parte. Dormí, luego me desperté y volví a quedar dormido o tal vez desmayado. Era como un trance lleno de confusión, como cuando te despiertas de una anestesia. Por momentos escuchaba una voz enlatada que hablaba desde una de las frecuencias de su radio que colgaba a la derecha del volante. Pero no podía entender lo que decía. Abrí los ojos... Estábamos en ruta. El paisaje seguía siendo desolador... campo y postes de líneas telefónicas, ruta y nada más, y el cielo que no terminaba de amanecer. El viaje se me hacía interminable. Si bien yo no estaba capacitado para saber cuanta distancia llevábamos recorrida, ni discernía con 148


claridad las cuestiones temporales, tenía la sensación de que ya teníamos que haber llegado. -Su auto... ¿qué le pasó? ¿Se quedó dormido? -No sé... supongo que sí. -Pero estaba todo machucado. ¿Cómo se pudo romper así?insistió. -Los lobos- respondí. El tipo guardó silencio por un rato. Lo miré con los ojos entreabiertos. Tenía un perfil puntiagudo y hacía un extraño gesto con la boca, como si hablase consigo mismo en voz baja. Descolgó el trasmisor del radio y estuvo a punto de decir algo pero luego se arrepintió y volvió a colgarlo en su sitio. Parecía molesto e inseguro. -Oiga...- dijo, y disminuyó la velocidad-...debería decirme realmente que fue lo que le pasó... Algo no está bien aquí... ya le dije, tengo intuiciones. Es un don que heredé de mi madre. Y aquí algo huele raro... No supe que responder. El policía siguió disminuyendo la velocidad hasta detener el auto. -¿Qué pasa ahora?- pregunté con desesperación. Permaneció sentado un rato. “¡Darre!, ¿Me copias? ¡Darre!”, dijo la voz embutida del transmisor, entre un sucio sonido de ruido blanco. Y había más voces... superpuestas. Por momentos parecía esas psicofonías en las que hablan al revés. Luego las voces volvían a ser barridas por la señal aleatoria de densidad espectral, interferencias y más ruido. El policía se agarró la cabeza y se apretó las sienes. 149


-Ya vengo...- dijo, tiró de la palanca del capó y bajó del auto, como si fuese a revisar algo del motor. Lo vi desaparecer por su lado. Se demoró un rato, y cuando reapareció de mi lado del auto me estaba encañonando con su pistola. -Lo siento forastero, pero aquí hay algo que no me cierra... ¡bájese del patrullero!- ordenó. -¿Qué? -Qué se baje... y ponga las manos donde pueda verlas... Levanté las manos mostrándole las palmas abiertas. En mi mano derecha llevaba el sombrero. Abrí lentamente la puerta del coche y me bajé. Un terrible dolor de estómago no me permitía moverme más de prisa. -Oficial, yo...- empecé a hablar, pero me interrumpió dándome un fuerte empujón hasta aplastarme contra su vehículo. Así, con su mano libre, me palpó de la cintura para abajo. Con el empujón el sombrero cayó a un lado, pero no lo perdí de vista, por las dudas. La chica de los collares de huesitos y calaveras me lo había dicho bien claro... que no me deshiciera de ese sombrero. -¿Llevas un arma? -¿Arma? No llevo arma- aseguré con la voz quebrantada. -Oiga, amigo, no sé de qué se trata esto pero quiero resolverlo rápidamente. Yo ya estoy a punto de jubilarme y no quiero sorpresas a esta altura de mi vida... Quiero que me diga exactamente que es lo que hace por aquí y a donde se dirigía... -Tranquilo oficial. Dejé de apuntarme, por favor...- supliqué. -Aquí no hay lobos, sabe, a mí no me va a engañar un forastero como usted... Si hubiese lobos no le hubiesen 150


hecho nada a un auto, se lo hubiesen comido a usted y punto. -Oficial, le juro que le dije la verdad. Yo me dirigía a un café llamado Doomsday Place, restaban treinta kilómetros supongo, hacia Remite South. El policía se quedó mirándome con el ceño fruncido y los ojos achinados. -¿Se está burlando de mí?- y levantó el caño para apuntarme directamente a la cabeza. Sacó del asiento trasero la guitarra y la mochila. Lanzó malamente la guitarra al suelo, y sin dejar de apuntarme arrojó la mochila a mis pies y me ordenó que sacara todo lo que llevaba dentro. Yo no llevaba muchas cosas. Tenía un suéter, papeles sueltos, los cigarrillos y el mechero que había rescatado del interior del maletín del Interventor, un tubo slide de metal para tocar con la guitarra. No recuerdo que llevara más cosas. El policía no estaba satisfecho e insistió... -¡Sácalo todo! ¡No me engañes!- ya tuteándome. Sacudí la mochila hacia abajo para demostrarle que no había quedado nada dentro. También me obligó a vaciarme los bolsillos. Le enseñé el recorte plastificado del artículo del astronauta. No le prestó atención. -¡Ahora la guitarra!- gritó con una voz ronca- Quiero ver que hay en la funda de la guitarra. Obedecí de inmediato. Saqué la guitarra de su funda y le mostré que en su único bolsillo solo había un juego de cuerdas de repuesto y la correa para colgarla. El policía no estaba conforme con lo que veía. 151


Se acercó a la guitarra y la destrozó, literalmente, a patadas. -¡Ey! ¡No haga eso!- grité consternado. El tipo me volvió a encañonar, ahora apuntándome directamente a la nariz. Luego buscó desesperadamente entre las maderas rotas revisando el interior de la caja. Me decía que si hacía un solo movimiento me iba a volar la cabeza. Me lo dijo varias veces. Evidentemente buscaba algo... No estaba revisando mis cosas simplemente... buscaba algo que me comprometiera, pero creo que él tampoco sabía que era lo que buscaba, y al darme cuenta de ello, tuve una repentina premonición, y una sospecha de lo que podía estar sucediendo. Y acabé por confirmarlo cuando quise agacharme para recoger mi sombrero y él disparó un tiro al suelo. Retrocedí asustado. Parece fácil decirlo así, pero nunca antes en mi vida me habían disparado, quiero decir, nunca había escuchado como suena el silbido de un tiro tan cerca. El disparo retumbó en todo el desierto como un cañonazo. -No muevas ni un pelo, forastero... Te lo digo enserio. -Solo iba a recoger mi sombrero- expliqué con la voz temblorosa. -¡Nada! ¡Ni un pelo!- insistió con voz severa. Volvió a patear los restos de la guitarra, la funda y las cosas que yacían junto a la mochila, y caminó un poco como dando un pequeño paseo. Yo miré el cielo. Todavía no amanecía. Era como si el alba se hubiese quedado clavado en ese instante esperando a que se resolviera algo que debía dar paso a un grado ulterior al secuencial instante en el tiempo. Era como un nudo... si no se desenredaba allí mismo entonces nada podía proseguir. -¿Seguro que no llevas nada más? 152


-Es todo- dije. -Me estás mintiendo, forastero... sé que me estás mintiendo... piénsatelo bien... ¡Tiene que haber algo más!- insistió el policía con tono de impaciencia. -Déjeme levantar mi sombrero. -¿El sombrero? ¿Para qué quieres el maldito sombrero? No hay sol. No necesitas el sombrero. Estamos a lo que estamos... Aquí está faltando algo y quiero que tú me digas qué es y donde está... Esa última frase terminó por evidenciarlo... -Solo déjeme levantar mi sombrero y le daré lo que busca... – le respondí. Entonces una voz embutida en un soplo de interferencias se escuchó desde el radio que llevaba en el interior del auto: -¡Que no coja el sombrero! ¿Darre, me copias? ¡No dejes que se ponga el sombrero! El policía no entendió la orden y se acercó al auto para escuchar mejor, y en ese lapso de distracción yo aproveché para arrojarme de bruces al suelo y hacerme del sombrero. Me lo calcé sobre la cabeza dejando bien expuesta la calavera hacia delante para que se viera bien. -¿Qué demonios haces?- gritó, pero fue demasiado tarde. Me levanté del suelo y avancé hacia él sin temor alguno. Sabía que ya no podía hacerme nada, ni él ni sus estúpidas balas. Ya empezaba a entender como funcionaban las cosas por allí con los espectros. -¡Mierda!- exclamó al ver la calavera del parche, y volvió a maldecir lanzando zapateando contra el suelo como un niño encaprichado -.¡Yo no sé hacer esto!- gritó- ¡Yo no se llevar 153


una conversación y sacar información! No soy el indicado para hacer este tipo de cosas. Lo dije. Lo advertí... Yo no sirvo para estas cosas...- y se apartó del auto caminando como un desquiciado hasta el medio de la ruta. Se sentó sobre el asfalto envolviéndose la cabeza con sus brazos. El sonido del radio lo estaba volviendo loco. Me asomé dentro del patrullero y descolgué el emisor. Apreté el botón lateral y dije: -Seas quien seas... ¡Vete a la mierda!- y lo arranqué de un tirón. Apagué el radio y volvió el silencio. El policía me miró con ojos sobresaltados. No podía creer lo que acababa de hacer. -¡Nooo!- gritó. -Si. Ya está. Ya no molestará más ese ruido. -¡Mierda! Acabas de estropearlo todo...- dijo-. Acabas de joderme por completo. Al instante comprobé que el cielo prosiguió con lo que había empezado... La claridad se expandió lentamente hasta dilatar un nimbo luminoso que se descollaba sobre el horizonte. El nudo se había desatado al fin.

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© Los Tres Lobitos S.L., 2013 1ª edición Cod. Licencia Internacional: 1312199631132 Impreso en Argentina / Printed in Argentina Digitalizado por L.T.L / Reg. Int. de la Prop. Intelectual. A.R.Ress. LosTres Lobitos & Gustavo Gall copyright. 2013

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