Gustavo gall a medio camino capitulo 21

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“A medio camino”

un relato de

Gustavo Gall


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SEGUNDA PARTE Capítulo Veintiuno “Un tropiezo”

Conocí a un tipo llamado Alvaro Santeg que decía que era productor de televisión. Luego resultó que en realidad era una especie de “buscatalentos” que trabajaba de modo independiente para diferentes agencias. El encuentro fue absolutamente casual. Ya habían pasado dos años del coma y yo seguía en pleno período de recuperación. Para la rehabilitación asistía dos veces por semana al Ineght Hospital de Quelsee de me sometía a diferentes sesiones de quinesiología y tratamiento motriz. No era nada cómodo viajar cada semana, dos veces, los martes y los jueves, hasta allí, pero mi obra social no cubría todo el tratamiento en Nilven. Por suerte contaba con la ayuda de Bruno Cassidy, que era mi amigo. Luego, unos años después Bruno falleció en un accidente de motos en el circuito en el circuito de pruebas de Nilven Estaba sentado en una de las sillas del pasillo esperando. Bruno estaba a mi lado. Santeg apareció de la nada y ocupó una de las sillas frente a nosotros. Estaba allí acompañando a 191


su suegra que había sufrido una embolia cerebral o algo por el estilo. De repente entablaron una charla, me refiero a Bruno y Alvaro. Hablaban de cosas banales, que son esas cosas que comparten dos desconocidos en los pasillos de un hospital durante las tediosas esperas de turno. Yo solo los escuchaba y hojeaba las páginas de una revista de chismes de personajes mediáticos. No sé como salió el tema pero Bruno le contó a Alvaro que yo era uno de esos “casos sorprendentes” de la naturaleza, pues había sobrevivido después de tres semanas en coma profundo. También le dijo que me había traído de allí una historia sorprendente. -¿Una historia? Me gustaría escuchar sobre eso- dijo Alvaro dirigiéndose a mí. Pero yo no podía hablar. -Perdió el habla...- explicó Bruno-... pero es escritor y tiene escrita una crónica completa de su viaje. Fruncí el ceño. No quería que se hablara mucho de ese asunto. No quería divulgar algo tan personal para que nadie lo manoseara tomándome por delirante o loco. -Me interesa mucho eso que me cuenta- insistió Alvaro-. O sea que, según usted, en un estado de coma, una persona puede soñar. ¿Quiere decir que hay una actividad onírica similar al mecanismo de cuando dormimos? Emití un gruñido de disgusto. Bruno me miró de reojo y de inmediato captó el mensaje. -¿Y le dijeron que recuperaría el habla?- insistió Alvaro que no se daba por satisfecho.

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-Si, si, le llevará tiempo- respondió Bruno, y me miró para cerciorarse de que no me estaba molestando su respuesta. -Bueno, hagamos una cosa...- dijo Alvaro y buscó algo dentro del bolsillo interno de su chaqueta-. Cuando crea que pueda estar listo para contar su experiencia, y pueda hablar, obviamente, llámeme. Yo creo que eso que le pasó es bastante insólito, y su experiencia merece ser compartida con el resto de las personas. Le dará muchas esperanzas a aquellos que tengan algún ser querido en coma, y además le dará una buena patada en el culo a cierto sector científico que aboga a favor de la eutanasia prematura. Dicho así no sonaba tan mal. Saqué mi libreta de bolsillo y escribí: “Me lo pensaré”. Catorce meses más tarde me encontraba sentado en el camerín de un estudio de televisión, siendo retocado por un maquillador gay que me llenaba de polvillo las ojeras y las pronunciadas arrugas de los lados de mi nariz, y me ocultaba los brillos de la frente. Yo ya podía hablar, pausado y con groseros errores de dicción, pero me hacía entender bastante bien. Solo cuando estaba muy nervioso mi cerebro se colapsaba y mi lengua no respondía a mi voluntad. Y aquel día estaba nervioso. Mi agente literaria me había dicho que aquella podía ser una buena oportunidad para relanzar mi carrera. “Todo lo que aparece en la pantalla chica se vende”, solía decir. Pensé que se trataría de un reportaje donde me harían algunas preguntas, contaría sobre mi experiencia “a medio

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camino”, y tendría un hueco para promocionarme como escritor. Pero nada de eso fue como lo esperaba... Me acompañaba en el plató un puñado de gente rara que eran presentados como “casos insólitos”, y yo pasaba a conformar la lista de unos freakys a los que les habían sucedido cosas sorprendentes. Había un gordo enorme que juraba que había sido abducido por un platillo volador en plena carretera, y que los extraterrestres lo habían utilizado como conejillo de indias para diferentes experimentos. Luego aseguró que le implantaron algo en el cerebro, una especie de chip, con el que había adquirido grandes poderes sobrenaturales. ¿Y cuales eran esos poderes? Según él podía interferir en los cambios climáticos, concretamente hacer llover y provocar maremotos. El programa era en directo, y había allá a lo lejos una tribuna sentada en unas gradas que aplaudía y reía según se les indicaba con un moderador que movía todo el tiempo los brazos. Las risotadas eran espontáneas, no las podían controlar. Y aquello se convirtió en eso... un espectáculo de risas y burlas. Una mujer aseguraba que podía convivir con los espíritus de sus familiares muertos y relacionarse domésticamente con ellos de un modo natural. Luego desvarió un poco y aseguró que era médium. Puso los ojos en blanco y se declaró poseída por el espíritu de Malcom Percival, un conocido conductor-entretenedor de esa misma cadena televisiva, que murió en extrañas circunstancias unos años atrás mientras realizaba unas desafortunadas prácticas sexuales sadomasoquistas. Puso la voz ronca y dibujó en su rostro una sonrisa, para utilizar los mismos yeites de animación que solía usar Malcom cuando estaba al aire en su programa. Fue 194


la imitación más caricaturesca, patética y grosera que vi, de alguien que tuvo una carrera brillante en los medios de comunicación. Las risas y los aplausos estallaron en el estudio. Nadie le creyó, pero ella consiguió así sus quince minutos de fama. Luego había un muchacho que, supuestamente, quedó electrocutado mientras cortaba el césped de su casa. Aseguraba haber muerto y haber resucitado y decía que en ese lapso adquirió poderes para interferir en las ondas de amplitud modulada y frecuencia modulada, solo con el pensamiento. ¡Un desastre! Otro podía doblar cucharas y otros metales, y curar el insomnio. Otro decía que podía viajar en el tiempo y modificar acontecimientos del pasado... Bueno, cosas así... Hasta que finalmente me llegó el turno a mí. “El tipo que estuvo tres semanas en coma, que aseguraba haber pasado a otra dimensión, donde se encontró, en medio de una ruta desierta, con un payaso, un hombre con un coyote muerto en la cabeza y inejecutivo con un maletín...” Después de semejante absurda presentación, ¿qué derecho tenía yo de poner en duda las experiencias y los testimonios de los otros que estaban a mi lado? ¿Porqué mi historia iba a ser mejor y más creíble que la de ellos? La diferencia estaba en que mi historia era cierta y yo lo sabía, y ellos estaban locos de remate y hambrientos de atención y fama. Pero yo no podía probar eso, y lo peor de todo es que nadie iba a darme mayor veracidad que a los otros que me acompañaban. Antes de entrar en el plató tuve dos entrevistas previas, personales, con unas personas que se dedicaban a clasificar 195


los reportajes de los invitados. Allí, recuerdo, le conté mi historia a una chica joven de unos 22 o 23 años, quien me pedía todo el tiempo que fuera enfático a la hora de hablar de los personajes... del Payaso Rabioso, del Hombre Coyote, del Policía... quería que los exagerara, que les diera caracteres más agresivos. Y es que en realidad lo que necesitaban era un espectáculo de entretenimiento, no la verdad, que al fin y al cabo solo era mi verdad. A ellos les importaba una mierda mi verdad. Fue una experiencia nefasta, atroz, y me sentí ridículo y usado. Tartamudeé, me puse nervioso, se me trabó la lengua y el corazón me latió a mil por hora lleno de odio al escuchar las risotadas grotescas y los aplausos. Fue algo patético. Esa noche, al regresar a casa, me juré que no volvería a hablar de mi experiencia “a medio camino”, con nadie más en el mundo, y destruí todo lo que tenía escrito al respecto. No quería ver ni hablar con nadie. Quería que se olvidaran de esa aparición televisiva y que se olvidaran de mi existencia. Quería estar solo y encerrado en mi casa de por vida, hasta morir. Entonces ahí apareció Buck y esos dibujos.

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© Los Tres Lobitos S.L., 2013 1ª edición Cod. Licencia Internacional: 1312199631132 Impreso en Argentina / Printed in Argentina Digitalizado por L.T.L / Reg. Int. de la Prop. Intelectual. A.R.Ress. LosTres Lobitos & Gustavo Gall copyright. 2013

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