Gustavo gall a medio camino capitulo 4

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“A medio camino”

un relato de

Gustavo Gall


Capítulo Cuatro: “Por el honor de una madre”

El Payaso Rabioso detuvo la marcha y se me quedó mirando colocando una de sus manos como visera para cubrirse del resplandor del sol. Volvió a caminar unos pasos y volvió a detenerse para mirarme, mientras se rascaba la cabeza con la punta de la pistola.

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Ahora que lo pienso, aquel individuo pudo ser muy gracioso por la forma tosca de moverse. Pero en ese momento y en esas circunstancias no me resultaba para nada gracioso, por el contrario, era aterrador. -¿Qué le pasó a tu carro?- me preguntó, y conforme se me acercaba el olor a quemado que emanaba su cuerpo se volvía insoportable. Le salía humo de la ropa. -Creo que se fundió el motor- respondí-. En realidad no lo sé... no sé nada de autos. -¡Hmm! ¿No sabes lo que le pasó a tu carro? ¿Para qué tienes uno de estos si no sabes lo que le pasa?- se acercó un poco más y rodeó el auto mirándolo fijamente. Luego dijo: -Me llamo Woll Spector, soy un payaso, ¡bahhh! Un entretenedor. -Me llamo Aaron Beyer- dije. El tipo no le prestó mucha atención a mi nombre. Me dejó con la mano del saludo suspendida en el aire. Le interesaba el auto. -Yo, antes, tuve un caballo. Lo heredé de mi padre. Era un hijo de puta... el caballo... bueno, mi padre también. Cuando le pasaba algo a ese caballo yo lo sabía de antemano, solo con mirarlo. Fidelibus... así se llamaba el maldito caballo. Cuando se despertaba medio cruzado ni siquiera lo montaba porque sabía que iba a ser para problemas. -El auto no es mío- dije-. Lo alquilé a una agencia. Me miró extrañado, como si no consiguiera entender lo que le estaba diciendo. Después de un rato asintió con la cabeza... 40


-¡Ahh! Eso lo explica todo... Es un carro prestado. Mala cosa... no hay que pedir carros prestados...- y continuó rodeando el auto y humeando en sus ropas como si se estuviese quemando desde dentro. Pero no parecía molestarle. Luego recorrió con los ojos mi guitarra y mi mochila y detuvo su atención en los dos bidones con agua. -¿Quieres un poco?- le ofrecí, señalando el agua. Negó moviendo la cabeza. -¿A dónde te diriges, vaquero? -Voy hasta el final de esta ruta, donde hay un bar llamado “Doomsday Place”. ¿Lo conoces? Asintió y negó sucesivamente moviendo la cabeza pero sin dejar de andar alrededor del auto. Por momentos volvía a rascarse su escasa cabellera quemada con la punta de la pistola. Tenía un aspecto deplorable y harapiento. -Ahora vas a tener que continuar a pie- dijo. -Es muy lejos. No creo que pueda caminar tanto sin caer muerto insolado. Prefiero esperar a que pase algún auto o algún camión y me lleve. Sonrió. Tenía los dientes podridos. -Es probable que te hagas viejo y te marchites antes de que pase alguien por esta ruta. Y si tienes suerte, no es seguro que te recojan. La gente es muy desconfiada por estos lados. -¿Y tú? ¿Adonde vas?- le pregunté. 41


-Voy hasta acá nomás, al Cruce de la Cuchilla, a matar a uno...- y levantó la pistola, enseñándomela. Se hizo un largo silencio en el que, en realidad, no sabía que decir. Con absoluta tranquilidad el tipo me estaba confesando que iba a matar a una persona, así nomás. -No te alarmes...- me dijo-. No es que yo ande por ahí matando gente. Tampoco te asustes por mi aspecto. Es que trabajo en el circo, el Ralay. ¿Lo escuchaste nombrar? ¿Los Hermanos Raley? -No. -¿Pero, como? Es un circo muy famoso. Recorrimos todo el país más de treinta veces, de punta a punta. Salimos varias veces en el periódico. Ahora, con esto del incendio, más que nunca saldremos en el periódico. -No, nunca lo escuché nombrar. Yo no sé nada sobre circos. -Pues, lo que te digo... ahora el circo se quemó... no creo que podamos seguir adelante con la gira que empezamos. Igual yo ya estoy cansado de la vida de gitano de circo ambulante. Me gustaría parar, tener una casita pequeña, un jardín donde plantar magnolias, una mujer para que cocine y para revolcarme con ella todas las veces que quiera...- sonrió nuevamente. Tenía una sonrisa horrible y perversa. “Ninguna mujer va a querer que la toques con esa peste que llevas”, pensé. Continuó diciendo: -...un perro, o dos. Si, dos perros, bravos y obedientes. Me gustan los perros bien hijos de puta, que maten a los que 42


quieran robar o molestar, pero que solo me obedezcan a mí... sí, esos me gustan. Que sean dos, así los hago pelear entre ellos para divertirme cuando me siente en mi jardín a beber unas cervezas. Eso me gustaría. Y también me gustaría tener uno de estos...- y señaló el auto de un cabeceo-...uno que funcione bien. No como este que te dejó aquí parado a medio camino... ¡Vaya mierda de carro!- exclamó soplando una risa rasposa, casi tosida. Era un individuo realmente repugnante. Sentía ganas de que se marchara, pero no parecía tener mucha prisa. Por momentos escupía gargajos de esa espesa espuma blanca que se le formaba en la boca. Siguió hablando... -Voy a matar a uno que se llama Miche Hautkender. Un idiota que ya me colmó la paciencia y hace rato que lo tengo entre ceja y ceja. Es así de simple... o lo mato yo o él me liquida a mí. Uno de los dos tiene que caer. Vamos a cruzarnos en un duelo. -¿Un duelo? ¿De verdad? ¿Un duelo como los de antes?pregunté. Mi voz sonó estúpida, me di cuenta sobre todo porque el tipo se me quedó mirando dándome a entender que mis preguntas eran realmente estúpidas. -Claro que un duelo de verdad. No hay otra forma... un duelo siempre es de verdad. Dos tipos se apuntan, disparan, uno queda en pie y el otro cae. Listo. Asunto cerradoexplicó. -Bueno, es que... no sé... en estos tiempos ya nadie se reta a duelo, por eso lo preguntaba. 43


Frunció el ceño. Bajó la mirada hacia la guitarra. -¿Qué llevas ahí?- preguntó. -Es mi guitarra. Esta dentro de su estuche. -¡Ah! Toca un poco. -No. Ahora no... en realidad solo toco para mí. No soy tan bueno haciendo música... es un hobbie- dije. El payaso levantó el brazo de la pistola y me encañonó directamente a la cara. -¡Toca!- ordenó. Me asustó. Confirmé lo que venía sospechando... era un demente peligroso. Preferí obedecer. Desenfundé la guitarra y toqué algunos acordes sueltos, algo desprolijos y temblorosos de un Blues clásico y canturreé... “You´ve got to move, you´ve got to move…” -¿Qué mierda es eso? ¿Música de negros? ¿Porqué estás tocando música de negros?- gritó colérico. Abandoné la guitarra de inmediato-. ¡No puedes tocar la música de los putos negros! ¡Eso no es música... es mierda! Los negros son una plaga... No me extraña que un negro haya quemado el circo... Hay muchos de esos trabajando en el montaje... son un asco...- y escupió al suelo. Guardé silencio. El payaso parecía realmente furioso.

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-¡Bahhh! Llevas un carro prestado que te deja a pie y una guitarra que no sabes tocar... Eres un desastre, vaquero. Un fracasado. No le respondí. No quería contrariarlo. El tipo estaba loco de remate y era mejor seguirle la corriente. Volví a guardar la guitarra en su estuche y él dejó de apuntarme. -No tengas miedo. No gastaría una sola bala contigo. Las necesito para acabar con Miche Hautkender. Ese hijo de puta insultó a mi madre, sabes. Lo voy a matar. Las madres son sagradas. Los padres no. Pero una madre, aunque fuera una puta, es sagrada. ¿Entiendes? Asentí con la cabeza. Deseaba que no me preguntara nada respecto a mi madre porque iba a tener que mentirle. Mi madre no era así. -Estábamos en medio de una partida de póquer. Jugábamos todas las noches en una de las caravanas. Hautkender estaba perdiendo, como siempre, y es un tipo que no sabe perder. Cuando le tocó pagar sus deudas sacó unos billetes, unas monedas y la foto de mi madre doblada al medio, y la dejó caer sobre el paño. Hacía una semana que la foto de mi mamá me había desaparecido de mi mesita de noche, de su portarretratos. Yo me había quejado a Pehyl, el jefe, y me dijo que él se encargaría del asunto y que haría una requisa en todas las caravanas. Pero no lo hizo. Yo estaba furioso porque alguien me estaba jugando una broma pesada. Y éste desgraciado dejó caer la foto a propósito sobre el paño... ¿Sabes lo que dijo? “Aquí está el dinero que debo y les regalo esta foto de una ramera con la que me estuve tocando por las noches, antes 45


de dormir”. Tuve que agarrarlo del cuello allí mismo y ahorcarlo con mis propias manos, pero no lo hice porque me quedé paralizado. No sé que me pasó... Tuve un shock o algo así y me quedé perplejo, sin poder moverme, tratando de entender si eso que estaba sucediendo y eso que había dicho realmente estaba pasando. ¡Mierda!- gritó y zapateó golpeando el suelo- ¡Mierda! ¡Qué humillación más grande! Todos estaban ahí, mirándome, esperando a que yo hiciera algo, pero no... no pude. Y justo fue la noche antes del estreno. Si yo reaccionaba y lo mataba allí mismo me quedaba sin trabajo. `Pehyl me hubiese echado a patadas a mí, directamente, porque yo soy el payaso, y cualquiera puede ser el payaso. Pero el trapecista tiene otra categoría. Gana el doble y es cuidado y protegido por los jefes. No hay trapecistas y por eso los cuidan como niñas consentidas. Me contuve y esperé, y al otro día, a media mañana, me presenté en su caravana y lo reté a duelo, como debe ser, como hacen los verdaderos hombres. Él rompió a reír y me dijo que aceptaba el reto, y quedamos para la noche, después de mi acto de los aros y los perritos, en el Cruce de la Cuchilla, sobre esta misma ruta. Cuando lo mate lo voy a enterrar allí mismo... o mejor... lo voy a dejar muerto a que se pudra y se lo coman los coyotes. Por eso voy allá a encontrarme con él. -Pero... ¿Y la función? -La función del estreno... Yo hice mi número, él hizo el suyo y yo volví con los aros y los perritos, luego a mí me quedaban dos apariciones más. Me daba tiempo para ir a acabar con él y regresar a escena, pero entonces pasó lo del incendio. 46


-¿Qué incendio?- pregunté. -El incendio. ¡Te lo dije antes! ¿No me escuchas? El circo se prendió fuego. Yo salí y busqué mi pistola de mi caravana y me apuré para llegar a tiempo al duelo. Para mí es más importante el duelo por el honor de mi madre que todos los malditos circos del mundo. -Pero entonces... ¿La función fue hace un rato? -¡No! El circo solo da funciones por la tarde-noche. Los circos pobres y baratos hacen varias funciones al día, pero el Ralay solo por la noche. -No comprendo...- dije. -¿Qué cosa no comprendes, vaquero? El puto circo se prendió fuego. Si viniste por ese camino, en esta dirección, tuviste que ver la carpa echando humo y el carro de los bomberos, y la gente gritando y chamuscándose. -Pero no vi nada de eso- aseguré. -¿No? Pues debiste verlo porque al entrar en la 45 tuviste que toparte con la carpa del circo que, por cierto, es enorme y colorida. Ahora ya no, por supuesto, porque se tiznó toda de negro con la quemazón. Y los dos elefantes salieron corriendo por la ruta, y el tigre de Bengala, y la gente gritando... No quise contrariarlo. El payaso me estaba hablando de algo imposible porque nada de eso había sucedido sin que yo me diera cuenta. Además me decía que la función era por la tarde-noche y estábamos a pleno rayo del sol del mediodía. 47


Nada de lo que me decía era coherente, pero preferí no discutir con él para no fastidiarlo. Después de todo era un loco con una pistola, un loco peligroso de carácter oscilante. -Voy a seguir mi camino, Vaquero. Si quieres puedes acompañarme... voy en esa dirección...- y señaló la ruta con la pistola. -Yo me quedo. Prefiero esperar- dije. -Nadie va a pasar por aquí. Bueno... ahora que asfaltaron el camino puede ser que veas algún carro perdido, pero nadie se detendrá a recogerte- aseguró-. Cuando yo terminé mi número y salí a caminar esta ruta era de tierra. Luego salió el sol y vinieron esos carros enormes con palas y rodillos gigantes y echaron el alquitrán y el pavimento. Luego se marcharon... y a veces pasa algún carro como este... -¿Cuánto hace que estás caminando?- le pregunté, pero el tipo no supo responderme. Hizo unos extraños ademanes con su cara cubierta de maquillaje chorreado y ladeó varias veces la cabeza, como intentando aflojarse el cuello. Parecía repentinamente confuso y enajenado con mi pregunta. Sacudió la cabeza como apartando sus pensamientos y se repuso... -Lo que quiero es llegar al duelo. No vaya a ser que ese maldito perro de Hautkender crea que soy un cobarde- y giró graciosamente sobre sus talones para reemprender su camino. Mientras cruzaba la banquina para subir a la ruta le dije: -¿Y si fue él? 48


Se detuvo. Giró un poco la cabeza para mirarme sobre el hombro derecho. -¿Qué cosa? -Digo... ¿si fue ese tipo Hautkender, el que prendió fuego el circo? Con eso evitaba el duelo. Volteó hacia mí. Me odié por haber interrumpido su marcha, ahora que estaba a punto de deshacerme de él. -¿Tú crees? No lo había pensado...- murmuró y se puso pensativo-. El fuego empezó justo cuando yo estaba terminando mi número de los aros y los perros...- se me acercó y me encañonó con la pistola-...¿Acaso tú sabes algo que yo no sepa?- gritó. -¡No! ¡Tranquilo! Cuidado con eso... Yo solo pienso que... tal vez él, que es un cobarde... tuvo miedo y prendió fuego el circo para evitar el duelo. Bajó el arma. -Te dije que no voy a dispararte, vaquero, no tengas miedo. No puedo gastar balas. Yo te apunto pero no te voy a disparar. No soy un asesino. A no ser que creas que mi madre era una ramera... ¿Tú crees eso?- y volvió a encañonarme con la pistola. -¡No! ¡De ninguna manera!- supliqué- ¡Baja el arma, por favor! Se te puede escapar un disparo. -Pero ¿Crees eso de mi madre, si o no? 49


-¡Yo no creo eso! Yo no conozco a tu madre... Además, yo respeto a las madres... es una regla de honor - dije con la voz quebrantada, esperando que en cualquier momento se le escapara un tiro. El payaso se me acercó hasta quedar frente a mí a apenas unos pasos de distancia. -Entonces... ¿porqué le hiciste eso a la tuya?- preguntó con una voz baja y ronca. -¿Qué?- le pregunté sorprendido. Se hizo un largo silencio lleno de tensión y de incertidumbre. -¡Nada! ¡Me marcho! Voy a acabar con ese desgraciado de Hautkender de una maldita vez así acaba esta pesadilla de caminar y caminar por esta ruta de mierda. Quiero que esto termine de una vez por todas. Estoy cansado ya...- y regresó sobre sus pasos a cruzar la banquina y retomar la ruta. Mientras se alejaba gritó: -Consíguete un carro propio que funcione... aprende una o dos canciones buenas con la guitarra, música de blancos, como debe ser, y deja de flotar en la galaxia, vaquero lunático, deja de ser un cobarde fracasado. Fueron sus últimas palabras antes de perderse por la ruta, allí donde el vapor me provocaba un espejismo visual sobre el asfalto caliente. Me dejé caer al suelo de rodillas. Bebí mucha agua. Me sentía desfallecer.

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© Los Tres Lobitos S.L., 2013 1ª edición Cod. Licencia Internacional: 1312199631132 Impreso en Argentina / Printed in Argentina Digitalizado por L.T.L / Reg. Int. de la Prop. Intelectual. A.R.Ress. LosTres Lobitos & Gustavo Gall copyright. 2013

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