Jorge Aulicino
LA POESÍA ERA UN BELLO PAÍS II ANTOLOGÍA POÉTICA
HEBEL
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Jorge Aulicino LA POESÍA ERA UN BELLO PAÍS II ANTOLOGÍA POÉTICA HEBEL
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Jorge Aulicino
LA POESÍA ERA UN BELLO PAÍS II ANTOLOGÍA POÉTICA
HEBEL Ediciones
Bajo Cuerda | Poesía 5
LA POESÍA ERA UN BELLO PAÍS II | ANTOLOGÍA POÈTICA © JORGE AULICINO, 2016 © HEBEL Ediciones Colección Bajo Cuerda |Poesía Santiago de Chile / Mendoza, 2016 www.issuu.com/hebel.ediciones Imagen de portada: © René Burri (1960) Imagen de contraportada: © Hernán Zenteno (2016) Edición: Luis Cruz-Villalobos y Matilde Escobar Negri Diseño y collage: Luis Cruz-Villalobos www.benditapoesia.webs.com Qué es HEBEL. Es un sello editorial sin fines de lucro. Término hebreo que denota lo efímero, lo vano, lo pasajero, soplo leve que parte veloz. Así, este sello quiere ser un gesto de frágil permanencia de las palabras, en ediciones siempre preliminares, que se lanzan por el espacio y tiempo para hacer bien o simplemente para inquietar la vida, que siempre está en permanente devenir, en especial la de este "humus que mira el cielo".
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En 2000, la editorial argentina Libros de Tierra Firme, creada después de la dictadura argentina por el legendario editor José Luis Mangieri, publicó una antología de los libros que yo había escrito hasta ese momento. Fue un orgullo para mí que la antología saliera con ese sello. Era una selección que abarcaba más de veinte años. Le puse de título La poesía era un bello país por uno de los poemas que en 1983 integraron el libro La caída de los cuerpos. Es un poema que resumía mi experiencia de los llamados, aquí, años "de plomo". Esta segunda versión de esa antología tiene poemas de más libros, sencillamente porque pasaron 16 años más. Que la primera daba testimonio apenas de un cambio que se había producido a fines de los '90 en mis intenciones. Procuraba hacer algo que luego se reiteró y a lo que llame "épica fragmentaria". La poesía era un bello país II incluye mucho de esa epopeya rota o multifacética, pero en todo caso lejana, si no perdida. Dedico esta edición a sus editores, que generosamente propusieron la publicación y me sugirieron el título. Y a Santiago de Chile, donde viví unos meses hace muchos años justamente antes de sus años más sombríos. Jorge Aulicino Buenos Aires, setiembre de 2016
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de EL CAIRO (2015)
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Todos somos el último romántico ¡En esa compleja metáfora, agitando el fondo, estabas tú!, Bécquer me grita bajo las arcadas de un viejo mercado a oscuras y vacío. Que esto explique el uso del "tú" provenzal en el siguiente texto: Como una mantarraya, como una anguila, te movías chupando y oscureciendo la sal, la arena, los restos, los viejos neumáticos hundidos. Manta birostris, elegante en aguas oscuras y narcisista fugitiva. -No es esa mi función -repuse-. Llevo en mi sangre un monumento gótico, alzado como esa lanza mora en tu linaje. De las mismas arenas, por distintos rumbos, llegamos a los hemistiquios godos. Y cuando rocen los siglos ululando nuestras sienes en un combate semi-trágico en Andrómeda o en los límites, al menos, del Sistema, seremos aún africanos, Gustavo Adolfo, tras el vidrio esmerilado y la radiación infrarroja de tu escudo.
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El Cairo ¿Por qué no decir que estoy en la otra costa del Atlántico donde comienza esta respiración, donde está el centro de su pálpito? Más cerca imaginariamente del pecho emisor, pero no tan lejos, no demasiado lejos de la verdad, de la naturaleza de este respiro africano de la ciudad en que vivo. En El Cairo buscamos el café en la calle del mercado al que solía ir el Premio Nobel, un sitio detestable, la calle; un lugar provisorio y ligeramente fresco el café con mesas cubiertas de hule, creo. Un sitio detestable, provisorio y tan antiguo a la vez que todo parecía estar ocurriendo el día en que el hombre descubrió sorpresivamente la mercancía. ¡Oh cornucopias, pasteles, panes frutados, especias, vinos, telas, miel, ébano, madera, hojalata, esmalte, terracota, tabaco! Ah la abundancia y el ruido; el exceso y la plata, el dorado y el narguile lento. Sucios pies, sucias sandalias, sucias camisetas, turbantes, manos expertas en relojes de imitación, en vituallas, en cajas, como acá.
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Oh el valor de cambio cubierto sin embargo de ese otro valor -no el número-: la variedad, la abundancia, el excedente. Nunca fue tan plena la realidad. Uno y todo: el pálpito africano, el dinero metálico, sonante, la textura del objeto, su color, la aceituna de sabor indescriptible, el dátil. He aquí el café pues, cómo no entenderlo. Un hombre no sería nada sin café y tabaco.
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Landscape París se ha hundido en el recuerdo de sí misma y flota casi en el fondo del mar, con su exaltada ruina y los cielos metódicamente iguales, grises, tras los techos de pizarra, o el sol sobre el Pont Neuf, paradójicamente el más antiguo ¿Por qué no imaginarse a Stalin, mirando sin ver, sobre el Pont Neuf? O viendo lo que debía ver, o lo que quiso ver, que era lo que "se debía"... Esta ciudad es americana; su crepúsculo, copiado de todas las ciudades norteamericanas, del margen de Brooklyn, como todo lo norteamericano legítimo. Esta ciudad es americana como todas las grandes ciudades americanas, como todas las grandes ciudades, como Río, México, Shangai, pero su crepúsculo es un crepúsculo americano, norte y sudamericano, de persianas trancadas, pintadas con violentos garabatos, veredas que resisten mejor rotas, papeles y silencio áspero de un domingo a la tarde. La luz tiene otro comportamiento sobre los rostros. Delata el paraíso nunca tenido, el impulso de destruir y alzar, el impulso del trabajo; una pragmática.
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Junto a la pared del convento franciscano, sucia, entre dos contenedores de basura, una mirada atraviesa todo lo que de historia, de cuartos y estudios, intelectual rechinar de dientes, pinceladas, palabras, tiene aquella otra tarde, sumergida. No atraviesa el Sena la mirada. Atraviesa lo que escasamente perdura de la Historia en nuestro andar, lo único que nos queda, pues ropa, mirada, palabras, están teñidas de pragmática, de presente y no de palabras. Esa mirada entre los contenedores es puro hoy. Ni Hugo, ni Dickens, ni Hemingway siquiera.
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Siberia Papá podía discutir una noche acerca de trabajar para el Estado. No tenía moral de los fondos públicos sino la incipiente certeza férrea de que había que montar una máquina de guerra. Y no había sol ni escarcha en las palabras que aprendió en los invernos fúnebres y los días despejados. Un solo recuerdo le perturbaba el sueño y no supe cuál era. Papá se nublaba y volvía en sí a cada rato, como un oculto cielo en el charco de un patio. Las palabras no podían, la acción se perdía en consignas cada vez más lejanas, y cada vez menos mágicas. Papá ya no decía nada, sólo que todo había ocurrido porque debía. Papá no hizo transferencias, no dejó papeles, no perdió inocencia. Fijate en Siberia, en los grandes transatlánticos petroleros encallados en la taiga, los amigos del KGB hechos mafiosos piratas aventureros galácticos, mirá el noticero, el nuevo perfil del National Geographic, las grandes fotos los tubos de petróleo en los que rascarán el óxido la marta y el zorro y el tigre y los fugitivos de una gran tormenta; pensá en la Patagonia nuestra, en Ushuaia en los presos en los muertos en los fusilados en los enterrados bajo el viento;
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pensá en el frío, medio bosque talaron con las manos nevadas. Era de la intemperie tu gusto burgués por las cosas sólidas, tu odio al pequeñoburgués tu carácter santurrón y nietzscheano, tu vorágine, tu prolijidad aprendida tu admiración estética por la solidez, tu garbo extraño, irónico, recatado. No me hablen de cambios. Es la marcha. No me hablen de cambios. Hay algo que permanece y que no cuadra.
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Saint Germain des Prés El viejo temor. En una iglesia de París encendí una vela y no supe -aun con mi más ferviente deseo penetrando mis huesos, como el frío entre aquellas piedras medievalessi podía creer, si me era dado creer, si mi fe era cierta y aceptada. Eran indescifrables los labios de la Virgen en aquella piedra tan gastada. El viento, no el de ayer, no el del Quinientos, un viento frío de hoy -aunque puro en cierto modo, o puro contra todo- apagó una vela. Creí que era mi pequeño cirio, mi querido cirio, el cirio de mi deseo, rojo en su cápsula de vidrio. Y aun creyendo que había perdido todo, que la boca de Dios o del Averno o del siglo lo había apagado, lo volví a encender con el mismo encendedor de plástico. Y luego de rezar de algún modo, me di cuenta de que no era mi vela la que había vuelto a encender, sino otra, la de al lado, chamuscada, vieja, ennegrecida. Fui raramente feliz y lo confieso. Sin quererlo, había avivado otra plegaria, un rezo desconocido, el rezo de otro.
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Escila y Caribdis 'l vivo spirto de la morta spoglia Ariosto
Me acostumbré a hablar de una manera estúpida, con grandes palabras disfrazadas de ingenuidad, junto al humo de los escapes, cerca del ruido de los autos, frente a televisores y anuncios luminosos, bajo los arcos voltaicos de una idea no suficientemente creída, no lo bastante acunada. Una vez que se ve que la partícula va de un polo al otro, y genera un chisporroteo alegre y poco material, de nada nos sirve volver a los libros: hemos visto que la materia está en dos polos al mismo tiempo, si es que podemos considerar que allí hay tiempo. El tiempo está aquí, y somos sucesivos, somos menos que nuestras partículas, somos apenas más que nuestro pensamiento. Por eso es imposible hablar de los cuerpos sin reducirlos a ese ciego chisporroteo sin Dios, a ese atrayente juego retórico de las partículas que no van y vienen, sino que están y no están en un extremo y en el otro. ¿Pero es que no hay logos en el cuerpo? Hay una potencia excepcional de logos, de pensamiento. Hay toda una potencia que a veces explota en miedo, en la terrible desazón de las terrazas, en el espectáculo del dolor. Pero es también espectáculo y debés retroceder.
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Caer supino, no escuchar. Y sรณlo cuando los cuerpos corren como un sacristรกn en camiseta, o como Orlando emplumado, flor de los gallardos, o son como la fulminante acciรณn del boxeador, o como la encomiable acciรณn de guerra, o como el gato que se da vuelta en al aire, sรณlo entonces creer que al fin el cuerpo es pensamiento ardiendo en el arco, crucificado.
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Grimm NBC, 2011-14
Los Grimm, sus antepasados y sus actuales descendientes pueden ver (y cazar) los monstruos de nuestra carissima imaginación en sus mil variantes: lobizones, hombres-tigre, hombresserpiente, y también hombres-conejo y hombres-pájaro (cuando digo hombres quiero decir hombres y mujeres). Heredero de esta dinastía de cazadores, nuestro héroe es un detective de la ciudad de Portland. en el Noroeste de los Estados Unidos, quien es el primer sorprendido por su poder pero trata de actuar según la ley (de todos modos se despacha algún monstruo de vez en cuando). Se hace amigo de un lobizón que trata a su vez de vivir armoniosamente con humanos, es vegetariano, toca el cello y hace Pilates. Las cosas se complican con algunas brujas y se destapa una conspiración internacional de dinastías de monstruos, culpables de muchas cosas en la historia, entre ellas el nazismo -y hoy muy cerca del poder-, con sede en Viena. Así alejados de lo humano, del otro, del semejante, del hermano,
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de la real carne del espíritu, caemos en una singular sicopatía que nos llevará a la más perfecta autodestrucción. ¡Queridos escritos de Marx! ¡Hordas de Lenin! Os ruego llevadnos a una de las tres fuentes del marxismo, * el humanismo -y el humanismo cristiano-, donde cada muerte es una Crucifixión, donde cada captura de la alienación es estruendo de campanas, puertos incendiados en el Poniente, hachas hundidas en el Mar del Norte. * Engels
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Transhumanar Pasolini y yo entramos en el bar del viejo hotel Castelar. "Aquí se alojó García Lorca", pensamos los dos al mismo tiempo. ¿Te hubieras llevado bien con Lorca?, le pregunté. Sexualmente, digo. De ninguna manera, me respondió. Ni sexualmente ni de ninguna manera. Llevaba esa tricota gruesa bajo el gabán, era duro pero de voz fina, tallado a puñal. Por la calle pasó una mujer que parecía un travesti, deslumbrante. No llueve hace mucho, me dijo Pier Paolo. El Partido ha renunciado al futuro desde el momento en que consagró su Génesis. El futuro está hecho. ¿Pero a quién le interesa el futuro?, dijo, amargo. El Partido es más viejo que este hotel y un funcionario se sentiría incómodo aquí, le dije. Lo sé por experiencia. Jamás un funcionario del Partido me aceptó una cita en este hotel. No la hubiese aceptado tampoco, dijo, en el Coliseo. A nadie se le ocurriría citar en el Coliseo a un ex obrero de Turín convertido en funcionario del Partido, dijo. ¿Y por qué no Lorca?, dije, volviendo al tema. Lorca quería una revolución cubierta de sangre, un himeneo bárbaro, me respondió.
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Yo quería, dijo, una revolución que acalle la caída. Que nos precipite en un pozo hasta las blandas hojas, los pajares, las costras de barro, el piso de esta civilización, el sótano. ¿Para empezar de nuevo?, pregunté. No, respondió.
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de ESCOLIOS. EL CAMINO IMPERIAL (2012)
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Socialist site En el sitio socialista, como matorrales entre las vías, rojos de tiempo y de deseo político, crecen, fermentan, se pudren y huelen la rosas de la madera, las rosas del fierro, las rosas del pensamiento los pétalos robustos, con sus bordes carcomidos, pues algo de madera y de hierro sirve aún en el mundo a la obra material, a la obra cívica, a la obra íntima. Algo, aún, de madera y de fierro.
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El fracaso de Holmes en el natatorio (Sherlock, primera temporada, capítulo 3, BBC)
Un tipo abandona el paraninfo del natatorio hablando por su celular, con el traje gris correctamente abotonado. Y como por acto de magia las acciones se suspenden. La mira laser que buscaba tu garganta se apaga. Bajás una pistola -una Glock de nueve milímetros quizá, extrañamente precisa, moderna y austera para tu exquisita mente barroca, talmúdica, contrarreformista-. Tus ojos corren por los balcones de la piscina nocturna e incluyen las estrellas. Estás auténticamente desconcertado. En tus ojos late la idea, late y late la idea. Ah este momento en el que nacen los teoremas, las caricias. Comprendés al bajar tu arma matemática -la que siempre fue más argumento que arma para vosque el misterio de cada época hace mutis de modo diferente. Ahora debés encontrar resuello, una lógica fortuita que se prende y se apaga. Ningún crimen está resuelto. Qué novedad. Pero, en estos tiempos, se incrementa la multiplicación especular. Las probabilidades se reparten
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con la obsesiรณn del sofisma de la liebre que no adelanta nunca a la tortuga. Y es esto Dios: una cuestiรณn de dimensiรณn, de multiplicaciones, de velocidad.
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Paradise Lost Porque cuando te mira fijo, es absolutamente, absolutamente, Dios. Lo mirás con la maza y las escamas de las que lo ha dotado el buen cine industrial. Creen engañarte -recuerda el viejo corriendo las lagartijas entre los tomates: diablos menores entre latas de tierra y abandonados manubrios-, y te dicen la diabólica verdad. Es una guerra de titanes, de músculos y ángeles. Una guerra, ah, decírtelo: de hermanos. Cielo de los reptiles, tierra de los charcos con miradas de querubes. Rasgada la túnica, Miguel muestra bíceps de gimnasio, entrenado cuerpo, batiente tórax, pelos bestiales.
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El olor del pez alejó al demonio, Tobías, 8:3 Decís vos: mirá los vendedores de pescado... Suponemos ambos que vemos lo visto, el determinado significado que se ajusta, detalle más o menos, a lo que físicamente vemos en este momento exacto. ¿Vendedores de pescado, Pablo? Esos hombres, si son hombres, no venden pescado. No tenemos prueba alguna. Esos hombres no tienen pescado. Esas son figuras con canastos. Esas son figuras con objetos pardos. Esas quizá son figuras. O son los apóstoles, Pablo. O son una masa articulada de modo que ni vos ni yo podemos describir, porque su aparición en la línea de lo que convenimos real no los hace, per se, reales vendedores, ni hombres, ni sombras, ni objetos, Pablo -en sentido intelectual-. Apenas nuestro lenguaje, con propiedad, podría decir: aquello. Sólo lo indeterminado. Y aun en ese caso, no sería correcto nuestro hablar, no se adaptaría a trasmitir siquiera una palabra del 'campo' de lo 'real'. Como si dijeras: 'el pespunte se viste del inolvidable albur'.
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Como si fuera natural que alguien amanezca con una maza en la mano. Como si cada detalle de los infinitos detalles de esta calle que baja al rĂo fuese natural, se pudiera mencionar, incluso, cada detalle oliendo a vĂscera de pescado.
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Dinastía Han, 194 d.C. Bien lo dices: "Qué clase de emperador soy que no tiene morada y habita un país en ruinas"; el entendimiento en ruinas, asimismo. Hice dádivas, mientras tallaba mi palacio en oro. ¿Los que invaden mi reino son pueblos justos? ¿Todos beben según su necesidad en los ásperos campamentos? ¿El líder es probo? De nada te sirven estas preguntas. Planta tú mismo el arroz devastado. Únete a tu pueblo. Naufragará en el Yang Tzé el pensamiento único. En cada uno de los Tres Reinos habrá una semilla de verdad. La espada tiene término. Donde quiera, el Espíritu soplará. Y dirá incluso Cao Cao el poderoso: "Aun las serpientes aladas se convierten en polvo".
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Ezequiel, 11:16 Si perdido en cierto éxtasis te gobierna la calle, habrás visto la certeza del dicho "donde estés, está su morada". A la vez el desierto y todos es el que cruza ahora la ancha avenida regulada por semáforos cuya eficiencia en ese trance da por hecha de una vez y para siempre, y por hecho da que nunca falla.
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OlĂmpicas, 2 Prometeo liberado de sus cadenas va con ellas por la calle golpeando a los falsos ciegos, a los invĂĄlidos, a los menesterosos, como si todos ellos fueran mercaderes en el templo. He ahĂ dice Zeus, el resultado de condonar, compadecer, indultar y, por asĂ decirlo, el resultado general de la piedad.
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de LIBRO DEL ENGAÑO Y DESENGAÑO (2011)
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13 Por lo bajo te fue revelado un incidente de disparos en una pizzería. No usaban grandes pistolas, tal vez revólveres. Las balas, sin precisión, horadaron la pared, reventaron un vidrio, dieron en un cuerpo. Momentos antes apuraban la pizza, se atragantaban de recelos, mascullaban; bebían rápido vino blanco, dulzón, y coca cola: el gas se había aplacado en los vasos. Al voltear una mesa, tal vez volaron papeles aceitosos, las botellas, un paquete de cigarrillos arrugado. Deben de haber ululado sirenas en una tarde cuya densidad no pudo ser perforada. Sin detalles accidentales, sol o vetas en alguna rama de plátano. Un día sin respiraderos, sin salida, sin escaleras, sin muchedumbre, con el solo paso tardo de gente vestida con ropas percudidas, obreros, muchachos de oficina; sin trampa, sin perspectiva, sin horizonte, gris o apenas brillosa, con el brillo escaso y aplastante de lo funcional, precario, igual.
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14 Junto a las fábricas y los lanchones hicieron los únicos planes posibles. No tenían más que un objetivo que se recortaba con nitidez. Dirimían cuestiones de poder inmediato de la peor manera. Eran extraños a los libros y a los anales, a la recopilación. Fundaron una acción de grandes nombres pero metas precisas. No querían crear milicias. No tenían una gran estrategia. Me dijo el patrón que… Aún escrutaban las miradas, los modos. Sólo pueden salvarnos los de la planta industrial… si ellos paran. Repartían cachetazos en las asambleas. Tomá nota… Ajustaban detalles en el tren, en las paradas de los colectivos. El quince por ciento, no menos. Veníte al asado. Avisá. Le salió un grano. Me va a escuchar. Calmá a los muchachos.
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15 Ves ahora que el andurrial se escabia de luz verde celeste, irreal, en tanto lo atravesás, no sé hacia qué aventuras, en un zigzag entre puentes de fierro y edificios ralos. Una música dodecafónica acompaña lo que debiera ser un viaje entre abedules hacia el mar, no el mar azul, ya sé, no mare nostrum: mar gris, verde gris, petróleo, amasijándose contra los acantilados porosos. Pero no son abedules. El tren colea al entrar a una estación. Oxido. Troncos brutalmente hachados y apilados. Vegetación. Abedules no son, pero inseminan de copos el pasto helado. Son árboles de este principio pampeano, el cual señala: aquí el invierno huele a ejército de mampostería. Hasta en la cruz de los galpones hay algo de barroco eclesial. No diría que hay un ángel de yeso, no, sino más bien su espectro, de luz inflada. Diríamos, un ángel de vidrio de damajuana. Oh qué siesta allí, qué tremenda. El despertar de la siesta entre gordas gotas de lluvia y luces sesgadas de estilo medieval. Campanas también, y allá lagunas, ojos de agua o qué. El tren arranca con un cólico. Al mar, al mar. Te acoge la ciudad veraniega en su invierno tenaz, iridiscente. Encerrado en un bar, rodeado de escalofrío y temporal,
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a un lado la ciudad vacía, al otro el abierto vacío del mar, penabas, escribías, discurrías, suplicabas el irrevelable secreto de los elementos. De una vez entendelo: elementos. Joder con Dios, con la patria, con la respiración animal de la pampa y el ojo, en la tormenta, del Leviatán.
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16 Caravaggio lo sabía, se le había agotado la paciencia. Si vas a pintar, a comprender, debés ser consciente de la materia. El barroco no es de ideas, es de yeso. El barroco no es de mármol. Es de materia maleable. Al fresco se pinta rápido, antes que fragüe, pero la pincelada es perdurable. En cambio, la pintura en seco se descascara y cae, la Ultima Cena se quiebra, se pierde en partículas secas y el rostro de nuestro señor es como un fantasma que alza queda la mano y parte el pan. Caravaggio lo sabía y mostró la carne amoratada. Sacó a la luz cambiante la densidad del cieno. E indicó: aquí la luz, la sombra allá, y la frontera de rostros rojisangre, sangre de matadero, oscurecida por el aire, es donde verás lo que hay o no hay. Mirad de frente la enfermedad, la gula, el asombro, la latencia de la frente y la vena, los humores, el resplandor y la ictericia. Y esto para tu tierra y tu secreto también vale.
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Ahora yo conduzco Ahora yo conduzco un clavo hacia el ralo espejarse de los totorales en las capas de vapor que se alzan más cercanas a la tierra –espejismo, oasis-; un objeto chiuso, afilado, nada notable, y sin embargo concreto, comprado o adquirido, con consabidas vueltas e idas, con meneos de cabeza, con indicaciones complejas e intraducibles – preguntándome cómo haría tales indicaciones, acompañadas de gestos, en italiano, por ejemplo-, de este tamaño, no: de acero, más o menos para colgar una pajarera, para contener el contramarco, hinchado de humedad, usted bien sabe, un clavo; y el ferretero, cansado, orondo aún así, mostrando clavos, retenes, ganchos, pluriformes metales, trabajadas piezas no únicas, sino repetidas y orgullosas de su logro indefinidamente multiplicado en sus cajuelas; opacas, incomparablemente superiores a la chatarra, pues conservan futuro y forma, el ferretero diciendo, sin palabra: tal clavo existe para su innominada función: no fue creado
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pensando que con él alguien, usted, cualquiera, alguna vez, cierto día, querría atravesar el alto reflejo, digamos, de los totorales, y para tal fin habría de sentarse –lo he visto- bajo la techumbre de un café en la calle, tarde a tarde. Buscando enclavar qué, ¿una palabra? ¿O espera atravesar las cosas de la patria? ¿Para qué? Guarde el clavo, ahorre. Esto es un producto histórico de la industria metalúrgica. Responde a su propósito. Pero guarde. Tenga por cierto el clavo, deje aquellas abstracciones. ¿Qué más va a llevar? ¿Una bandurria?
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Espejan, amarillan Espejan, amarillan, los crisantemos inauténticos, porque sólo los hemos visto filosóficamente. Pero, fijate, tantas cosas hemos sido, y todas igualmente inauténticas; todas espejan, luego amarillan. Y hemos sido, incluso, crisantemos, en busca de una paz provisoria de cocina en la tormenta invernal; flores presumo que pulposas en la cellisca que soplaba en la casa misma. Espejan, amarillan, nuestros crisantemos, en la medida que damos mayor consistencia a nuestras vidas. El problema, te lo diré sin vueltas, es que yo podía, digamos hace cuarenta años, entrar en un café, que era oscuro y verdadero: verdadero en el sentido de que era nuestra posesión y había sido la posesión de los viejos, de los nuestros y de desconocidos viejos, aunque familiares, pues estábamos seguros respondían a consignas migratorias; podían nombrar sus pueblos, tan antiguos como el café al que me refiero: antiguos por igual en su conciencia, no en la medida matemática del tiempo. Oscuros en el café éramos sin embargo radiosos de espera. Tocábamos la tela de nuestro saco y decíamos: cierto. Nadie nos sacaba de nuestro vacío ensimismamiento
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pues era un puro ensimismamiento: estar en uno. Y con nadie nos habíamos citado, éramos al paso, pero el café lo poseíamos, y la ciudad, y el subterráneo. Espeja el crisantemo y aquel clavo doblado en la pared. Amarilla todo en abstracto. Te lo digo sin vueltas. No poseo ahora los cafés, ni el subterráneo. Son cafés nuevos, no tienen bordes en los cuales la mirada podía raspar, dejar su marca. Como te digo: no es el problema la inautenticidad de nuestro crisantemo. Porque espeja, amarilla, pero es sólo conciencia de aquella vieja ciudad.
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Todas y cada una Todas y cada una de las ventanas de esta ciudad son otras tantas perspectivas: a menos que entremos en los detalles, no entraremos en historia, tal vez. Me he sentado aquí, a unos ciento veinte metros de mi casa, a afilar el mismo clavo; pongo empeño, no me duermo. Pasan ladrones, gente de trabajo, un hombre se cae, lo asisten. Como una escena en la televisión, lo he visto caer en el rectángulo de la vidriera. Extraña situación, puesto que algunos siguen su charla, otros hablan por teléfonos celulares, alguien llama a la ambulancia. Mientras me instale a sólo un centenar de metros de mi casa no avanzaré mucho con el hilo de Ariadna. Y sin embargo he estado, en ese minuto, en varios sitios a la vez, como en un aleph. Si me dejaran los detalles, si no cayeran hombres desde el cielo, si todo no tomara otro rumbo en algunos sectores de la realidad, en tanto en otros se mantiene el ritmo, entonces podría comprender. Pero la ciudad como instancia colectiva en la que se realizan intercambios, se suda, se lleva a cabo una vida planetaria y comprensible,
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incluye los accidentes. Para eso, los bomberos, las ambulancias. Mi vida, la que se empeña en los detalles, no está fuera de programa. La vida propia es una vida abstracta. Entre el agujero en el que se raspa en busca de revelaciones, y aquellas altas ramas movidas por al aire no existe la menor correspondencia. Claro está, Baudelaire: nos rodean símbolos familiares. Esos símbolos son ¿cómo te diría? extremadamente familiares; señales de tránsito, semáforos, bocinas. Un bosque de símbolos completamente familiares. Las caras son símbolos familiares. Las carteleras son símbolos familiares. Pero si salimos de ese tejido en el que nos movemos, familiares, no encontramos una gramática nueva o extraña. Mirá ese árbol, Baudelaire: fuera de esta foresta, mueve sus ramas como si estuviera en la gran orquesta del bosque o la pampa. Porque el viento mueve los árboles, los papeles y los cables, pero todo se mueve en convulsiones propias, desatentas. Ahora te inclinás vos también a sorber tu café Baudelaire. Ambos bajamos las sumisas testas. Y sin embargo apenas nos resignamos.
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Sé que brilla en tus ojos afilados el diamante. Y tu boca apretada, oblicua, es como la raya de luz púrpura de no sé qué lejano amanecer: amanecer en otras regiones, ígneas. Así nos atacaran ahora con naves planetarias, tu misterio vital, concreto, inaccesible mantendría el equilibrio en esa especie de sonrisa tuya, entre sapiente y amarga, dibujada en los templos que se creen abandonados y donde has visto, ves ahora, las panteras de no sé qué culto cruel, torvo, gregario, que se celebra con flores y cuchillos de obsidiana.
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La clase Desde las casuarinas en el jardín interno y desde el clavel del aire sobre el emparrillado de madera se desliza una sombra que cubre y abarca las paredes de color desgastado, malva, una sombra de antigua evocación, no tan antigua como lo que evoca, y aun así, profunda, ahondándose en las líneas francesas del edificio, sabiamente convivientes con la rusticidad pampeana: distinguidos, rústicos ecos, de pasteles criollos y muebles importados de una Versalles ya también extinta, componen finalmente un concierto de grillos y mucamas, de almidón y yuyo, de naranjos: de un sabor bilioso, de condescendencia sin objeto, de un cansancio. La Revolución no había ocurrido nunca. Francia era la cuna del art noveau, que aquí se metamorfoseaba en gótico. Gótico de la capital de la pampa. Ese hilo de oscuros entramados se extiende por las fachadas desde el barrio norte a la Boca cuyas nieblas londinenses no huelen mejor que en Londres cuando el Támesis no había sido despojado del barro de siglos de fajina portuaria. Ese hilo que hila titanes, camafeos, borlas, búcaros
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sobre edificios y casas de escaleras anchas en Barracas, en Montserrat, en San Telmo, cubría interiores de cortinados, ceniceros de bronce, bibelots, y hoy apretujados inquilinatos cuyas ventanas tapan cortinas verdosas. Aquellas lámparas inglesas que alumbraban los desvelos del patrón sobre sus papeles, incorruptas, se alzan en la casa. El asiento del sillón de cuero está agrietado. Entre las casuarinas el aire de verano levanta un olor ambiguo a pasto y excremento. Alguien, en algún cuarto, habrá maldecido la lejanía de un hombro blanco. Alguien se habrá masturbado, alguien murió. La perplejidad de la clase abre la boca en la rugosidad de la pintura. Perplejidad cuando lo de Vasena. Perplejidad cuando lo de los polacos mete bombas. Había llegado Europa, había llegado el tren, la gorra, el abrigo arrugado. Habían llegado los fantasmas que recorren, fantasmas de presente y pasado. Había llegado la tinta roja, el gritón de la esquina, el verdulero, el hierro. No te olvides de mí, de tu Gricel, el gramófono para el vals y también el opaco brillo de Nabucco, el mundo fantasmal proletario encapsulado en la ópera. Miro sobre estas paredes esa perplejidad augusta,
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pampeana, soberbia, ignara. La compadezco, tiemblo por ella: un algo de difusa intimidad, de precapitalista cognición, de orden del mundo, de eternidad fundada en los ganados, me repliega. Cerca del emparrillado de madera, bajo las líneas francesas, junto al olor de la casuarinas, canta el cantor en zapatillas con huesuda voz aristocrática: vos sos la ñata Pancracia... Han pasado cien años, un siglo, en el que cayeron todas la líneas: la francesa, la inglesa, la italiana de posguerra. Mis zapatos negros quizá delatan una estirpe distinta, canalla. Y esta reunión como un rito se celebra sola, inadvertida, impensada. Aquella sombra que me visita desde el aire del jardín trasero se extiende en filigranas desde aquí a la Boca: a los edificios públicos dormidos en la noche de sábado, a las terminales de tren, a los techos, las dársenas. Su melancolía es pura. El aire de fiesta estanciera la doblega. Muere en mí, conmovida. Muere en el vaso perlado. Muere en llanto de lo que no tuvimos, nunca, nada.
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de LA CAPITAL (2010)
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Estación Finlandia Libertad es la necesidad conocida. Engels
Y sobre la precisión, y sobre el armado de aquella relojería que implicaba vidas en las leyes de la historia, el viento de octubre rugía. Sabés, no era el nido de la cigüeña ni el jardín de los cerezos sino su luz, la que, derrumbándose, provocaba el desapego, otra alienación. Ni de fraguas rojas como el cielo era el porvenir en los ojos de ciervo de los nuevos obreros. No era lo que se perdía, no. No lo que se ganaba. Era todo torvo, metafísico, de uno y de otro lado. Y sobre aquella vastedad del clima al que se abandonaba todo, tu dedo desde el camión blindado. No era el jardín, era su luz; no era el futuro, sino su hueco. "¡Todo el poder a los sóviets!", tu dedo. No ha lugar a semiclimas. Este es el momento, mañana será tarde, ayer era temprano. ¿Alguno vio que ese momento sagrado de la historia -lo que va del ayer al mañana- era cimbreante vértigo?
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O algo distinto al vértigo. Un momento de nada. Hablando en rigor, un momento ahistórico (ni los de arriba ni los de abajo pueden vivir como hasta ahora). Ciego, entraste en el hueco, sin voces. Y tras de vos, el sóviet. ¿Qué sería ahora de la nueva asamblea? Una torsión en los siglos, una extrema prescindencia, un cántico vacío, un oratorio, un canon. A partir de vos, la historia fue irreal. En cierto modo -en un modo, en el único modo-, dejó de ser historia. Fue de nuevo el páramo duro de la religión, no humano. En tus secretas charlas con Hobbes, resolviste la partida de esta forma: Si los dejamos librados a sus intereses, estos potros desnudos, hambre y fusil, van a la organización, al gremio, a la palabra hecha objeto: salario, salario. Nuestra luz, amasada en alguna comarca de la lógica, en un sitio atestado, revelará el destino que calzaremos como un guante de acero. No pudo con tu cerebro tu cuerpo tártaro. Paralizado, mudo, dictabas todavía cartas al Comité Central.
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Pero todo había cambiado ya: se organizaba lo rampante según el dictado de una máquina de acero que era imposible parar. En los parlamentos europeos se veían las caras, cara a cara, pero en el sóviet había caras tan despejadas de engaño que apenas conservaban el color del surco, la rojiza luz de los talleres. Los hombres no fueron tratados ni como cosas: fueron tratados como ideas. Y todo el partido, toda la historia, se convirtió en ideológico erial. Todo fue irreal, y tragó sangre, madres, olores, el silencio sagrado del trabajo. Coraje, Lenin. Borbotea de nuevo el alcantarillado de la historia. Estos son hombres, estos son hombres, en las vacías ciudades nuevas. Habemos hombres y chatarra. Hombres que saben de un modo confuso de aquel intento de entender, en lucha cuerpo a cuerpo, de qué son objeto. Millones quedaron allí, en el descampado sin historia, por entender la historia, por cambiar la historia sin entenderla, por trascender lo vano y lo nuevo. Millones, por ser en la luz infecunda del cielo.
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Millones por vos, por tu dedo seĂąalando lo mĂĄs privado de historia, lo nuevo privado de historia: el poder de los sĂłviets. La libertad.
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El fallo De Jesús, el tiempo - más limitado que el de Yavé -, - el que sin embargo no había sido suficiente, pues los contornos quedaron difuminados, debió elegir un pueblo, sólo uno, y no caló en él lo bastante -, rodeó, torneó, esmaltó El amor; erigió cuanto con él pudo: la iglesia faro, pero faro en una borrasca cuyos límites no alumbra, precipitándose por eso almas sin cesar en los torbellinos. La lección hemos aprendido: no hay amor completo sino etapas de construcción, paredes a medio encalar.
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La gran inversión La noche rimada por el canto de los grillos; La mañana, pájaros entre los edificios; benteveos, atolondrados gorriones. Pájaros y grillos no son fraternos. Unos devoran a los otros. Y el universo está poblado de rechinamientos, crepitar en los confines. Las mañanas devoran la noche y la noche el ocaso traspasado de místico resplandor: La belleza en el mundo se sucede, a interés constante, una caja equilibrada de desastre y fulgor, hervidero de insectos y de pájaros.
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Renovación del ensalmo Cuando, en la foresta, el crédito vencido, alza los ojos a la imponente testa, el caníbal aún, después del fiero y relampagueante gesto de exterminio, sonríe quedamente, en rutina de negocios empeñado; ofrece asiento, atúsase el bigote, estudia el caso.
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Explicación del obrador En conclusión, las sierras, en el holocausto de los paisajes, hablando aún de comunión, de acercamiento al noúmeno. Pero sierras metálicas rabiando por la pecunia rápida. Es que la llaga no espera. El papel, la filosofía, la mesa, el atril, el oratorio, el coro, dependen del devastador canto de la tala. Bárcena, la selva. Y donde se esperaba la epifanía, libros que se duelen del desierto.
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El aletazo del dragón Como sabes, no hay nada arbitrario en mí, dijo el dragón a San Jorge, quien sostenía la pequeña iglesia en la palma de su mano. Pues si me ves, y aun así me acabas, piensa a cuánta gente privas de su recto mirar, de su clara comprensión. Luego Jorge fue feliz con el rayo de sol que atravesaba el refectorio de su pequeña Iglesia. La muerte del dragón abrió los pastos a las artesanías, al comercio contante. El rayo de luz Celeste era el fiel de la balanza universal. A su alrededor se alzaron las ciudades. Pero las ciudades eran sinuosas e imperfectas. Sólo las cuentas de los registros y las aduanas se correspondieron con los cálculos teologales. El dragón cimbraba en la caña y en la espada. El dragón estaba en el olor de la carne desollada Y de las aguas bajas; y en la guerra. Sobre todo en la guerra, en la que hubo que insistir; la que, se supo, venía de la sangre de la bestia: la sangre que Jorge no pudo remitir, no pudo detener, no pudo enjugar ni medir. El fuerte aletazo innecesario de la gallina sacrificada, que angustiaba de pronto, incomprensiblemente, a toda la ciudad.
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Predicación del monje proletario El defensor del movimiento obrero metalúrgico con la calva salpicada de manchas semejantes a lunares de óxido de muelas de fresadoras de tornos de bulones de tachos de viruta y el gesto extraño de la madera percudida de antióxido, o sea, con el mirar de los talleres y de los sobres que se doblan y se manosean en el bolsillo, y al sesgo, no con voz de verdad sino de haberse roto, de habérsele llenado la voz de humo y chispas, de haberse hecho intolerante y desapegado, de haber ignorado sistemáticamente la vida y haberse lavado con querosén, me dijo: ¿es que vas a pintar de negro, o peor, de gris trucho y de no sé qué mufa vacía los torrentes anteriores a vos?, y la bendita caída del agua, las piedras y las piedritas y el caminito, y si no me querés eglógico y sencillo, la ciudad, andenes, ganados, el sol en edificios nuevos y vidrios, esta nueva de todos los días donde aguantan el pabellón y la palmera, y la fuerza bestial de todo esto, el grito de los loros, cualquier azulejo, pedazos por doquier, y lo que se alza y lo que cae, lo podrido, la violencia, la muerte de las cosas y el canto de las cosas, el finucho y el vivo, la moral proletaria, los libros descosidos, el diario del partido, la voz del movimiento,
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los putos y los baños, la inocencia del divo, la tumefacción, las películas de acción, el gusto del pan, el vinacho y la ensalada, la carne y la molleja, el tañido de todos los planetas, lo que se te ocurre, lo que se nos ocurre, y los que vemos y no vemos, y lo que no conocemos y apenas presentimos, y la muerte que aguarda, ¡porque deja de ser tu propiedad! ¡porque sos mortal! ¡Gloria y loor, honra sin par a lo que vive y no a lo que has vivido!
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Comedia. Infierno, 30 No es el Paraíso perdido, que es solemne de aquí a la China y no hay un diablo que se le mueva un pelo, dijo Sologuren mientras ocupaba la banqueta de confesión en un bar achaparrado sobre alguna colina: esto lo soñé y me autoriza a hacer público y notorio mi charla con Sologuren mientras caían mandriles blancos o cosas parecidas sobre un ángulo tibetano de la ventana. Sologuren chasqueó los dedos y farfulló y yo le indicaba que siguiera hablando y él parecía alisar polvo entre el índice y el pulgar y lo sacudí varias veces y Sologuren calló como una radio.
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Nota MCXIX al Infierno La naturaleza urbana del cristianismo tenemos dada por el hecho de resucitar en la ciudad nueva de haberla merecido, en tanto hayamos pisado entre un cuerpo tendido acá, otro lacerado allá, y en tanto, como Alighieri, hayamos parlado con vecinos que clamaran: esta, esta es mi llaga, este es mi silicio, mi umbral, mi lampazo, cargo con mi padre en hombros, tiran de mis rodillas las erinias, caigo, caigo con plumero y balde, patizambo, papeles, deudas, huríes, francos compensatorios, lluvia de esmeralda y jade nunca alcanzada sobre el jardín, nunca bebida, nunca de lluvia empapadas pestañas y mejillas, ni con papas creciendo el huerto, con rosales estallando el jardín, juncos y ranas amigables, pues entre dicha lluvia y mi espíritu, Babel, Judas, el velo tenue y a la vez de acero del humo de las maldiciones: extranjero en el edén, antes pagando que pecando, todo el orbe de cañerías y hospitales prefigurado en quien develó el mal en una lejana colonia de un imperio lejano: mercaderes en el templo.
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de CIERTA DUREZA EN LA SINTÁXIS (2008)
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1 Cierta dureza en la sintaxis indicaba la poca versatilidad de aquellos cadáveres; el betún cuarteado de las botas y ese decir desligado del verbo; verbos auxiliares, modos verbales elegantemente suspendidos, elididos, en la sabia equitación de una vieja práctica. ¿De qué hablás, de qué hablás? Pero si fue ayer... Fue ayer... Estabas frente al lago de ese río: qué lejana esa costa, qué neblinosa y mañanera. Lo tenías todo, no te habías arrastrado en la escoria de las batallas perdidas antes de empezadas, no andabas en el orín de estos muertos... Lo comprendo, no era el Danubio, era el Paraná que marea porque viene del cielo cerebral, pero aun así... ¿Se justifica la alegre inacción, el pensamiento venteado? Abeja: la más pequeña de las aves, nace de la carne del buey. Araña: gusano que se alimenta del aire. Calandria: la que canta la enfermedad y puede curarla. Perdiz: ave embustera.
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2 Es buena esta ciudad. Podrías amarla. Cuando el tictac de la ortografía, el trabajo incesante en la inflexión, te permite respirar, la mirás. Lo saben tus vecinos: salís al balcón en paños menores y miras el perfil industrial de la vereda de enfrente, orlado por fresnos secos, el polvo aceitoso pegado a los flancos de la estrategia. Mapas mohosos en los revoques de este mundo de tres lados. Euclides derrotado. El blanco mediterráneo, al fin, con la historia que tan bien conoces; quiero decir, los edificios de los 60 ahora antiguos, viran todos al pardo, al color gastado de las mismas palabras, frases sobre frases en los talleres mecánicos, en la arquitectura demolida, en los huecos zaguanes que dan a los fragmentos: sonidos fantasmales. Sabemos adonde van los muertos, pero ¿adónde van las voces? Esta ciudad no deja de hacer ruido, es el sonido el que muele el pavimento.
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3 Me dijiste la otra noche que las grandes cosmogonías no tienen dioses creadores. Casi siempre el mundo ha nacido de la propia destrucción de los primeros titanes. Y esto es que las rocas son los huesos de un gigante o que los hombres gotearon de sus venas abiertas o que el mar y los ríos son lo que queda de su disolución. En esta transformación de los grandiosos cadáveres reina casi siempre una pandilla con la que conviene aliarse. No entienden la plegaria. Hay que hablarles claro. Sobre todo, nos ayudan o desgracian según sea la simpatía espontánea que inspiramos en sus raras cabezas. Y la tarde es un león embalsamado. Y los semáforos, huesos de enormes crustáceos macerados. Y Odín nos acompaña en estos campamentos oxidados. Y Zeus mira de costado; el más obtuso y el más sabio.
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4 La comadreja representa a quienes estuvieron deseosos de la palabra divina, pero que nada hacen con ella cuando la han recibido. Y crían en las orejas. La comadreja representa a quienes quisieron la gracia y la gracia les fue dada, para nada. No te muevas si encontrás a la comadreja en la escalera o en el asiento de un taxi. Reptará su pensamiento hacia lugares hollados, porque, segura de la gracia y la palabra, no se le ocurre qué hacer sino vagar por donde hubo ciudades que los ejércitos aplastaron con botas y llenaron de condones. Más bien continúa construyendo el merecimiento para que descienda la luz blanca o celeste sobre vos, cuando realmente te distraigas en tu trabajo de desollar, carpir, doblar, aventar, guardar o sacudir. Aunque andes descalzo por los muelles ásperos de tu propio pensamiento, habrás de distraerte profundamente para no recibir en vano la amistad del reino, para no deambular con la comadreja.
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5 Es cierto que entre las aves medievales el árbol es libre. Y aún hoy es libre entre la folletería de la abundancia. Y es libre entre las piedras que suben y bajan a su alrededor. Y libre entre las orlas de edificios que suben y bajan. Y lo ves libre en los patios de los hospitales y de los hospicios y tras los galpones y entre los techos. A él va el gato. Astuto. Tenue. Y la musaraña va al árbol. Y la hormiga. Y la tormenta y la luz que se esconde. En el árbol hay trampas y gatos y botellas perdidas. El árbol es amigo del bisel y de la penumbra. Es más libre que el corsario. El árbol conserva la forma tenuemente, sin rigidez. Cada ciprés es un ciprés. Y los miles de fresnos no son el fresno. Si hubo dioses, amaron el árbol. O combatieron por el árbol, pero nunca gobernaron el árbol y nunca lo dijeron.
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11 El centurión silencioso en la batalla quiere convencer a los campos que combate por ampliar el radio de su entendimiento. Un rayo lo ciega y piensa que pelea en verdad por monedas. Y que es más suyo el trigo de su tierra que la victoria en los confines. Puede alimentar su granja entregando al César el universo repetitivo: bárbaros y selvas.
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12 Es un gran pintor Ezra, dijo el tío, sólo que cuando el pincel está ya sin pintura no vuelve a la paleta, lo aplica seco, pincelada tras pincelada, seco como el río de sus sueños, como la saturnal Castilla que no era el planeta de sus antepasados. De manera que no es un cuadro vacío sino seco, sobre el que pinta todo aquello que brota en el campo que es fantasma de su memoria, a veces con secas pinceladas, a veces con el color vivo de lo que ha sido vivo, ha tenido estatuto y códice. … y el sistema de cultivo se parecía a las leyes escritas por las que el hombre se regía: cortaba las espadañas, cegaba al que no veía, arrojaba a la zanja el estiércol de la palabra vana.
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19 Aun cuando había guerra de extermino, Bertolt estaba seguro. Si resultaba el cálculo, la dictadura del Partido acabaría con el fruto agusanado de la hora. Por eso no se paraba a mirar los abedules. Tenía con los árboles una comunión indiferente. Las ciudades le habían dado el sentido. Se sentía cómodo entre pistolas y otomanas, civilización y vanguardia, parques y abrigos, clavos y nevisca. En el baúl llevaba pipas y máscaras. Sabía de qué se trataba.
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20 La etimología responde a la contemplatio. Pues debe haber un rastro que una el espíritu con la cosa. He hallado los cuadernos de observaciones del maestre. Anotaba según el nombre que los nativos daban. De manera que descubría en el comercio de trueque un modo de a la vez reconocer sus acuerdos secretos y de instilarles respeto por la zoología europea. Y sus derivados: la botánica, las onomatopeyas, la anáfora, las formaciones de la Copa del Mundo.
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21 El núcleo proletario, integrado por tejedores y pequeños burgueses, razas inferiores de índole industrial y comercial, pacifistas mujeriles para, digamos, el Kaiser, también se hizo cargo de las armas y aprendió a manejarlas virilmente. Así que cuando Stalin mandó dispararle un tiro en la nuca a Zinoviev, sus oficiales y suboficiales tenían un trato austero con las culatas. Sus ejércitos y tiradores podían plantarse con solvencia ante las tropas de alemanes y esgrimistas de raza. Como una estirpe ante otra.
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21 Es indiferente que con alegría campesina los rojos dispararan el “órgano de Stalin”. La cuestión de que un obrero de base haya diseñado el mejor fusil de las futuras guerras es también un hecho menor. Cuando se paraban frente a la mesa de arena o cuando manejaban el plomo y el abastecimiento en el terreno de las operaciones, los generales del Partido eran eficientes y célebres.
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23 Los esclavos huían por las estepas acribilladas con el quizás y la vida, aunque en despojos. Sintieron el pánico ante los Panzer y el olor de la sangre. En un segundo ponían en la balanza la duda en el triunfo final y el estar en el hospital canalizados y oyendo los quejidos de los camaradas y la voz del comisario político, una certeza. O muertos, carroña indiferente a la victoria. Así, retrocedieron pero no entregaron sus ciudades. La aldea sí, la égloga, Esenin, el fuego y la piara. Su origen y sus madres. No el Kremlin. No las pútridas cañerías de Stalingrado. Resistieron como ratas, con el culo expuesto a sus generales y el disparo de los propios que seguía a los desertores. Avanzaron con el invierno entre cadáveres y trazadoras. Y entre dientes decían que la huída es vaguedad. El que escapa de verdad deja su cuerpo a los cuervos y al juicio del Partido.
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30 Soy el escriba del Partido y de los documentos desclasificados. Escuchad los que no han podido hablar. Con sangre de mongoles, de ucranios y de eslavos suicidas se alzaron las columnas de humo del triunfo vuestro. De los campos de la horda salió el acero que permite la victoria de los burgers, el relativismo y el ocio. Antes del día D estuvieron los días Z del Frente Oriental. Allá se amasó en sangre y pantanos nevados este día hueco. Con un viva Stalin en la boca se iban los muertos. Habéis visto películas de la sangre y el miedo pero poco supisteis del Frente Oriental. Antes que la carnicería del Canal estuvieron los millones de muertos del Frente Oriental. Honor, camaradas de estiércol, a los muertos del Frente Oriental. Cada bocado y risa y zumbido de autopista se lo debéis a los camaradas del Frente Oriental.
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31 Hablo de los tiempos del conquistador y de los veranos perdidos. Pueden creer que esto es poco para oda, porque necesito el okay de un lenguaje fluido. Comieron cuero y ratas para fundar almacenes y curtiembres. Engendraron para traer revoluciones de pacotilla. Y sin embargo, ejĂŠrcitos.
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32 Ningún eldorado. Sólo las olas y la baba de los muertos. Ningún latido de plata ni de oro. Sólo monedas opacas. Ah, sí, imposible de creer. Meses de navegación oleosa, no por un sueño, pues aquellos cráneos no soñaban. Buscaban la lavada claridad de las cosas. Rezaban al cañón y morían en los pastos. ¿Lo veis? El pájaro volando en círculos sobre la loma. Imposible llamar a eso collado. Aquí, sin cesar, y en cada minuto, cambian las palabras. Al norte, llamarán aquestas “cuchillas” y, al pájaro, garza mora o gallareta.
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33 Alzaga, que sería almacenero, el boticario Arriola, el herrero de Cádiz, el lector de sentencias, el alabardero que fue mozo de cuadra, el gitano devenido artillero, el cazador de liebres hecho capitán, el fontanero cubierto de armaduras, el que portaba cinco o más muertes a navaja. el sacristán, el que arropaba perros. ¿Arte aquí? ¿A quién le cuadra? Ni gloria ni imperio. A crear chabolas y aldeas en damero. Humo de velas y olor de grasa. Y sin embargo, ejércitos.
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34 Bien, fue vuestra hora, lo digo en nombre de los míos. Ellos vinieron después con olor a cuerpo. Lo digo por mi abuela contemplando la nevada de 1918, por Lucania y los trojes de Castilla la vieja. Habéis esparcido la gangrena y el trigo, de carambola llenasteis de vacas un desierto. Padres de cabeza de ajo: toda esta navegación por un huerto. Un continente en el que cagar y sembrar. Lo hicisteis por las razones de Castilla y Aragón, que se reducen a manteca y atavíos. Pero fue vuestra la hora. Y sin embargo, ejércitos.
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35 Esta tierra no es la tierra de mis muertos. Ellos lo fueron bajo las botas de sicarios. Cayeron bajo la alambrada cuando los tártaros. Vendedores de autos usados y comedores de crustáceos son ahora la estirpe que me ofrecéis elegir. Decid: ¿cómo unos conspiradores de botica me han dado ardor y recuerdo de arado? -y sin embargo, ejércitosEl coselete, el peto, el espaldar, rápido ennegrecen, y un campo de duros y sofaifas presiona sobre los conjurados. Pedradas, módico clamoreo, cuestión de cabildo y corte. Y más tarde, ejércitos. Ahí tenéis por fin el dorado y el azul. La cabeza cetrina se ha iluminado frente a las armas de un auténtico genio. Ahora, si me lo permitís, el himno. Románticos han desenterrado Grecia. Por fin, ejércitos. A lomo de mula bajo la grandeza del cóndor funebrero.
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36 La luz grisácea los acompañó y no ignoraron que vendría, con las armas y el pendón, el descubrimiento. Un sabio se inclinó sobre el paisaje. Esto, musitó, no se llama América. Esto se llama el río, el perro empiojado. Esto se llama arreo y luces gordas. Esto se llama la pampa, el galopito, el corral, el vino áspero, la tuna. Esto se llama entubamiento. El agua del arroyo cae en la cloaca pulposa. Aquí nací. Allá estaba la fábrica amarilla. Aquí el árbol aquel, y allá la laguna. Tuve una anguila en una bolsa. Tuve un rancho. Balas de avión de 1955. Las lluvias del sudeste a veces inclinadas. Entonces las claraboyas se pusieron negras. En el suburbio un chevrolet pausado respiraba de tarde en tarde, acatarrado. Y un tipo salía de la sombra con sonrisa de muerto.
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42 Sí, el pensamiento es el centro del infierno. Rey en una ciudad de color de bronce, con costras de basura en las calles. Multitud y tránsito de chatarra, urinarios podridos, cementerios removidos, aullidos de despeñados. “Soy el iluminado por la luz de las llagas y mi energía proviene de la ciudad asfixiada y de los estertores entre sábanas que nadie cambia”. “Me han ungido el Partido, el Derecho Civil y la voluntad de Baal, que destroza a los caídos”. “La organización en torno el versículo primero”.
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43 ¿Cómo mantener el dominio del mar? Lleno al fin de negros y mercaderes, por siglos barrenado, navegado, instilado de sangre. Sin embargo, aún carcome las ideas de poder junto con los desperdicios y los naufragios. Mi reino ha caído en una isla de excrementos. He plantado mi torreón y cubrí la espada con matas secas, con plumas y vísceras. Con eficacia, construí un observatorio. Vigilo los movimientos cíclicos en un radio de 20 estadios.
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44 Ordenes del Servicio Secreto de la Corona: ceder dos palmos, un topo, cuatro maravedíes. Retroceder en orden hasta el Libro Cuarto. Armar el pináculo de la gloria. Aguardar el chaparrón. Cubrirse de lapas. En el fango hasta la cintura probar la resistencia imperial. Dar al romanticismo la cerca de cañas y los caminos que llevan a los nidos y las habichuelas. No será dicho el día. No habrá señales. No abandonen el terreno, la zona del dolor.
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45 Resumen Quinto: volvimos al río por cangrejos. Sopas de noche y friegas por la mañana. Dominio absoluto de la autopista. Dos baterías sobre el puente y provisiones de boca. Venta de mobiliario y equipo gastronómico. Deserciones intelectuales sin consecuencias. “He tenido un día satisfactorio. Controlo cierta región. Duermo con una certeza. Me despierto a las nueve. Tengo café y manteca. Pero debo dar un paso más, Watson. Es innecesario, totalmente presuntuoso. Encuentro un desajuste entre la vida y lo vivo. Debería ser capaz de fumar y andar en bata en esta cima de la propiedad, de la construcción. No hay, fíjese, ruidos en el desván y en Londres los diagramas están activos. La guerra ha sido siempre auxiliar para nosotros. La frenología nos ofrece un prospecto suficiente.”
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46 “Evitad a la prensa. En el gas de las tormentas escribid. “Marciales, honrosos, venid a por la paga con vuestro cráneo en la mano. “No sois nada, nadie. “Debéis no serlo. “Esta es la voz del estadio inundado. “Aquí alzáis el trofeo, fantasmas, y la porcelana de vuestros dientes, la ajustada sincronización de vuestros organismos, esa repetida maravilla, fue un don que debía extinguirse. “Lo usasteis en el amartillar de los máuser y en el ágil desplazamiento por zanjas y campos roturados por los morteros. “Esta es, aunque no parezca, la gloria del soldado. “No la ebanistería de los ministerios ni las salvas entre lápidas y vuelo de tordos.” Esas luces allá, detrás del humo aquel, ¿son la ciudad? ¿Éste es el Velódromo, aquél el tanque de gas; éste, el distribuidor de la autopista?
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48 Las trabajosas migraciones, no el malón. El horizonte, de pastos infestado. Los que llegaron solos, ilegales. Sus huesos blanqueando en los pantanos o los ojos con que miran desde los rellanos de edificios públicos. Así, el imperio fue minado. No por la incursión de la horda: por su propio fulgor que atrajo desterrados, sombras desde los osarios creados por las centurias en terrenos bárbaros. Bajo las arcadas, entre las achuras del circo el nubarrón de sueño y pesadilla se alzó hasta las estatuas y el Senado. Roma, Washington, la central Europa cayeron, caen, mueren entre heces y pocilgas. Aun así, las cosas. Paredes de rojo calamar. La esquina y las persianas que se levantan y caen con regularidad mecánica. Los días del calendario, la tarde del sábado. La música que se oye en el traspatio. Tipos con herramientas en los techos. Mantenimiento, partes meteorológicos, zapatos. La hora del gato; la hora del mono; medianoche: la hora de la rata.
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49 Ah la torre de los albigenses en el barranco del despeñadero. De ella parten aún tiros de gracia que no hallarán destino. Rodeada de desiertos pintados o corredores humosos, el gris domina su semblante en el que a veces destella una esmeralda. Saluda al entregar el diario fragante, las hojas que se marchitarán en el baño. La ofrenda del vendedor de periódicos como la verdad y su rápida disolución.
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de MÁQUINA DE FARO (2006)
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Nota: Flores Presento las flores en el balcón; tienen una orgiástica misión privada. Con habilidad miro las flores y de ellas el sentimiento no lograría captar en años de escritura sinuosa y delgada. Diría que se han abierto a la lluvia y a los truenos y mucho de todas maneras se me escapa. Más allá de las analogías humanas, y ocupada la mente en llamadas que haré después, miro las corolas rojas desde algo parecido al zen. Era lo que decías, esperar, con la mirada acá y la cabeza en un nirvana de ocupaciones varias.
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El coro inventa a su director A la edad que tiene el director del coro, Alejandro de Macedonia llevaba siete años en su tumba, y él quizá lo sabe. Sin embargo, es el coro su obra mayor, comprende en algún momento en la profundidad del Magnificat Anima Mea -en un golpe de voces que jamás se repetirá-, cuán cerca está de descender hacia el Punjab en medio de radiantes armaduras y cómo en ese ajuste perfecto de sonidos humanos y un "algo más" que escapa al programa, se unen el cielo con la tierra como no sucedía en los confines del mundo según creían los anhelantes soldados del Magno. Desconocieron la equivocación; en todo caso la porción de gloria de cada uno no se modifica, pero la del director es sólida: no teme lo que está más allá, al alcance de la mano, lejos. Querría entrar allí y su cuerpo se tensa en los momentos más altos del oratorio en una parroquia provincial. Después se olvidará, lo sabrá distraídamente. Quizá uno que consigue algo así debería recluirse para siempre. En la puerta de la parroquia le dan flores y aumenta la confusión.
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Nota: El Teuco lee a un poeta irlandés Desde arriba hace dos o tres mil años, esta planicie plagada de pensamientos se vería como una prístina heredad. El que ahora es Río de la Plata haría sonar su campana seca. Cómo funciona el pensamiento aquí puede verse, en la vibración de los vidrios por el tráfico, en las páginas abandonadas sobre los muebles. No cantes hermano; ha de haber una simetría entre la áspera respiración de la cultura y nuestras almas que en este instante dan vueltas sin encontrar apoyo aun cuando a su disposición tienen el perchero y otras líneas salientes de la habitación; como si ellas vieran una realidad distinta o la ausencia de realidad absoluta.
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Nota: El sereno del garaje nocturno Los que saben hablar no tienen tu oficio. Las mandíbulas apretadas no son tu dote, son la mordida sobre las palabras que siempre saldrían equivocadas de tu boca, llegado el caso. No tenés oficina confortable. Pasás las horas en tu redil, rodeado de precarios objetos industriales. Un lenguaje el calentador eléctrico, el televisor con nevisca eterna, dos páginas de un diario de ayer. Y el silencio de la máquina tickeadora que diría lo único que de vos se espera.
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La Ciudad de los Estoicos
1 Queridos demonios. Alejados a la riba por el verano. Vuelven entre las nubes pero no se encuentran a gusto en las calles destempladas. Exiliados demonios en diálogo lacónico con Dios. Han pactado dejarnos en paz, en una luz eléctrica que se confunde con resplandor.
2 ¿Qué? Antes me perdía en el matorral de las palabras. El haiku era tu llegada. Ahora miro la impenetrable lucidez de las cosas. Hablarán siempre ese idioma de ellas. Y serás siempre el colofón. El pájaro que vuela. El cartel arrancado. Golpearán las ramas los postigos en los cuentos. El solitario volverá de las llanuras. Las ciudades se hundirán en la falla de espanto y de miseria. Y la caballería retumbará en el desfiladero. Porque habrá ecos de no sé qué humanidad y te habré amado, el día de fuego de los ángeles reducidores.
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3 Tokio: Abdías Luces blancas y celestes en pasillos de espejos con el sonido de bucles y chicharras de las máquinas electrónicas. Ciudad tenue y aguda donde habita el espíritu que ha perdido el pensamiento. Pequeño entre las naciones porque he vivido en rocas hendidas, hologramas me llevaron adonde había zumbidos y monedas. ¡Cómo fueron escudriñadas las cosas de Esaú! Sus tesoros escondidos fueron buscados. En los burgers comen y leen diarios y cotorrean. Y nadie entiende las noticias que repiten el crimen multiplicándose en pantallas infinitas. Todos pueden entrar y salir. El odio acabará con algunos y les tomará fotos.
4 En los labios se gasta la palabra amor. Los televisores repiten la palabra en silencio. La civilización ha encontrado la eternidad. Televisores y objetos metálicos, puertas y vidrieras. Repiten la imagen de millones de labios que dicen amor. Cantan los equipos de refrigeración, los pasos en una escalera, un reloj, la caída de un vaso descartable. En el silencio de Elba la mente imperial ha hecho contactos cerebrales, dos, tres, cuatro. Ha organizado la aritmética de una gesta.
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Y de eso se olvidaron los que almuerzan, eructan, y miran desde edificios de vidrio los barrios arruinados.
5 Samurai Te pido me perdones, porque he ido y venido De los cables al paredón, como la mosca, En una epopeya maniática. La humanidad que parece un vasto programa Me extravió en sus circuitos repetitivos. Rindo el sable a tus pies. Su filo ha podido cortar tu chal en el aire. Me entrego a tu vastedad. Y no he podido comprender.
6 Abdías : 6 El silbido de la épica en el mingitorio. Las cañerías que cantan la dicha suprema de medir palmo a palmo el silencio y ponerle suturas maestras al Espíritu Tormentoso. Atrapado en la red de sus cañerías, el viento no alivia ya la ciudad de los macaneos. Ante sus puertas, sus enemigos la entregan a las habladurías. Y vos estás entre ellos.
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7 Lavada el aura de todas las rendijas. Ni el fantasma del humo, ni huella en esta pulcritud. Falsas las señales, pero honestas, pues proclaman “por aquí no se va”: en el habla, ni huella del trabajo ni del sudor de la salvación. Demonios de abstracciones sintéticas no atraparán el alma de los que se pierden: el alma los entretiene.
8 Será que la vacuidad los retuerce, pero hablan. En esos bares vidriados y en un hall de invernadero. Cada día dicen lo que han dicho. No construyen pagodas como hechos psicológicos sino el abracadabra de los contactos esporádicos. “Me lo dijiste ayer”. “¿Te lo había dicho?” “Me gusta que la gente se enamore y tenga hijos.” “La crisis de la pareja, ya hablamos de eso.” “En tanto se resuelva, me gusta que la gente...” “Ya hablamos de eso.” Trasbordo. Tomo el tren eléctrico. No veo hoy la sombra del milano, ni mañana la veré; la raya atareada en su aleteo entre los manglares no percibe que la trompa está a punto de sonar y que el ángel liberará el sello; siempre a punto de sonar, mientras las señales electromagnéticas perforan nubes y ciudades, rebotan, repican, crean
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el universo sustituto, para cuando no estés tú, ni yo, ni aquellos, y una almería seca, ritual, sea recorrida por alelados.
9 “... y en el centro de la ira está fuera de peligro.” W. H. Auden
Tienen el poder abstracto grabado en su lenguaje rápido. Mas aquello es el poder, y esto la difusa evocación de la cocina en las que éramos rey. En la lapa de las palabras estancadas nuestro reino cabe, con piel de cabra y con palo armado. Ellos no disputan esta llave que cuidamos con espanto, pues nada abre. Saqueada fue la ciencia y el secreto destazado. Las ocultas claves, los nichos de la sabiduría, el jardín cerrado, la relación entre el impulso íntimo y el álgebra divina contada en mosaicos y catedrales; el insistente círculo, las arquitecturas; el que indicaba con dedo luminoso los arcos en los que debíamos perdernos:
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todo ello es vendimia pisoteada y la cólera del rayo no destilan nuestras gotas de sudor perdido en el afán con que nos movemos para lograr cambios de ideas, mientras razonamos y cambiamos nuestras ideas acerca de lo que debería cambiar. Sucios beduinos, carne de derruido hospital. 10 Como si miraras tanques de petróleo que un ángel lelo y laborioso esparció sobre arenales y pedregosos terrenos, así esta Babilonia tiznada y refractaria mirarás cada mañana, asediada por su propia extensión, rodeada de casamatas y campanarios, atravesada por maquinaria rodante, autopistas y vientos, atoradas las alcantarillas, sucio y roto el pavimento. La abrupta interrupción de una idea, el ataque caníbal a los dioses meditativos se repite en el inalcanzable escenario. ¡Por Dios, no arrojes al barro tibio de la indecisión la espada que brilló en el sueño! Una construcción nunca terminada, cuyo esqueleto en invierno ennegrece ocupa la ventana de la fonda en la que almorzás pan, vino, carne de un desmesurado sacrificio.
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de HOSTIAS (2004)
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Berserkers No contabas los muertos entre aquellos cuyos perfiles de tormenta daban siempre el par. Pero de esas batallas y de aquellos inmortales no quedan, en esta luz de cobre de tardes argentinas, más que polvorientos reflejos. Ya ves: cuánta furia entonces, cuántas las torres desmoronadas en procura de un jardín incomprensible. No era de viento tu lengua, ni de nube: era del pedernal que ellos entendían. ¿Qué ley, qué disposición secreta, qué alquimia o signo hubiesen contemplado? Es cierto que te desafiaban con un grito en los valles nublados del Orco. Cierto que tomaban el pan y la mujer, el rocío o la sangre, con aquel gesto aprendido en tu mesa y al pie de tus murallas. ¡Oh, que no comprendieran lo que aún decías; la palabra que tañía, la piedra blanca que dejaste ver entre tus manos! Y sin embargo -¿recuerdas?los habías lanzado por el filo del abismo y a las comisuras del diablo, al raleado monte o a las ciénagas donde las aves zancudas y el relámpago hablan de tu reino.
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Iban ellos, conquistadores de tu Elam, ceĂąudos. Pensaban que no era la muerte sino una posibilidad entre las cosas que todavĂa giraban en el azar de tu nombre.
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Kyrie eléison Era del sur, donde los abismos sonaban a platería, que venía aquella serpiente encendida sobre el monte. Pero más al sur, el de las cuestas ásperas y amarillas; lejos, más lejos -campos de lava o de yodo, plumas desprendidas de un sueño inhabitable de tan vasto y pleno de ozono-, la vida se parecía a lo que habías dicho, a la promesa de un infinito en el que las formas no tenían intimidad con nosotros. ¿Qué sustancia era esa, qué sustancia, que te negabas a nombrarla y que en verdad no hubieses podido nombrar, porque tu reino era aquél, el de la absoluta falta de nombre? Fuimos contra Midgardsormr, la serpiente, y sabíamos que la prueba mayor de nuestras armas sería hollar el lugar donde, previste, fallaría tu cálculo. Pondríamos el pie donde se alzaba la voz sin alfabeto; en la lava reseca de tu pensamiento difuso, en el lagar de las vendimias estériles de la locura, en el vértice de los caminos de tu orgullo, en el sitio increado. Fuimos, entre quebradas sulfurosas, y a través del húmedo país de los muertos, a revelar, para tu espíritu, tu propio designio. Porque era nuestra obra para la gloria de Dios.
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Isla de los lagartos Grande es el pensamiento y prevalece. Haberte visto en aquellas quebradas y ahora, en la ceniza fría del campamento. Ojos de rotas esferas en los restos del níquel que recubrió las premisas, los alardes del hierro. Ojos de final de callejón, de multiplicadas ciudades. Ojos de miradas reptantes, ágiles y maníacas; latigazos de lluvias y desolación; imprevisto roce de la uña del diablo. Espadas, pero con empuñadura de azogue. Venablos con los dibujos de la estirpe. Tumbas en las que escribimos porque ya nada detendría los signos del incesante bramido en el que arraigaban las legiones. Así pues, tus ojos sobre el mundo: haciéndolo, más que viéndolo. La tropa detenida en el archipiélago, el ronroneo de la marejada: tan vasto el centro, tan improbable la frontera. De noche, tu respiración era ojos de quietas pupilas, sabias o impasibles: cota de malla labrada en oro. Tu pueblo, galaxia en delicada botella. Se oían en los corredores tus pasos de metal pesado, y en la estampida de las iguanas, en las bandadas, en el insondable terror de las llanuras, el espíritu presintió que habría de formarse la evocación de un nombre que no tendría retorno. Tu océano al fin construyó el recuerdo de un imperio. La inquietud se instaló en el mundo abriendo vetas.
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DespertĂł en las cavernas y en los riscos la intrincada geometrĂa, y adoramos tu propĂłsito mientras escapaba tu imagen en aquella ventana, en la escarcha, tras una puerta que se abriera de un golpe.
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Cerezos y botellas Descifrar, ¿qué? Era tu piel el lodo y la alambrada. Ese espacio en el que flotaba la luz de los cerezos, más allá de la carretera, entre los montes, era tu propio, inesperado éxtasis, y no la oferta. Ibamos tarde, o no íbamos. Ya veíamos tu lunar o tu furtiva vestimenta, y entonces caía la ciudad amurallada de la espuma, rodaba tu bastón, se diluía la masa de los hechos en multiplicadas llanuras. Así eras, no había prisma que descompusiera tu luz. Los artefactos y los cálculos, los basurales alrededor de las ciudades, los océanos de furia, los papeles chamuscados, el sudor del vacío, abrieron a inútil oscuridad, abombado impulso, puertas cerradas. Los pedazos de vidrio de las bacanales no evocaban tu pupila o tu niebla. No tenías certeza. El ángel reflexivo seguía a nuestras tropas como la cola de un cometa hecho escombros.
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Cetrería ¿Qué saben hoy de tu propósito la hez de los atrios, el violador, el impune, el manco, el sudoroso idiota, el que corta el teléfono con furia, el que llora ? ¿Y qué sabe el que sabe, el que derramó vísceras, las unió con electrodos, las puso a freír, gritó de placer al descubrir la fórmula, al ver las natas del hipotálamo, la explicación de la tos o del estornudo? ¿Qué saben de tus voces encapsuladas en nuestro corazón los que duermen en un banco, los que fueron muy lejos, los que se mueren en el subte, los que muerden el freno, y aquellos que trepan a las torres de alta tensión porque es su trabajo? ¿Dónde está el fulgor? ¿Quién lo buscaría en la historia conocida, en el homicidio reprimido, en la basura del mercado? Y sin embargo, cualquier sonido en la floja madrugada podría llevarnos a tu abismo certero. Un pensamiento cualquiera, liberado de su noria, en el aire del búho que alejó el sufrimiento.
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¡Oh dichosa ventura! El tipo, lo ves, está sentado entre pilas de libros y ha fijado la vista en un crisantemo. Sabe de las invasiones y de las bellísimas corolas que trazaron tus mapas sobre los torbellinos. Le han dicho que los huracanes nacen de una diferencia de temperaturas. Ha aceptado que probaste, primero, con helechos e invertebrados, por último con un juego de moléculas que dieron forma al deseo. Pero no cree nada de eso; no, no le cree al bueno de Freud, detesta los labios finos de Baudelaire, no lo embaucaron los bulevares. Ha entendido que la prueba de fuego es comprender si tras la disposición de las cosas en un bar funcional se erige una estética como un profeta arruinado. Lee los diarios. Lee con insistencia los diarios. Bien, él supo que a las rotativas y a los ternos se debe en gran parte una querida leyenda. Ahora todo eso le habla, pero no como entonces. Le habla como quien se aleja en un telescopio. Sabe que no redimirás todo eso. En rigor de verdad, no espera que lo redimas ni lo ama. Sólo espera que la civilización se distraiga.
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Los restos de veinte cigarrillos Augur o profeta en el bosque que duerme sin sueños, apagado como el filamento del volcán cuando prepara las ecuaciones que se resolverán en movimiento convulso, y sin embargo, sujeto a una lógica de hierro. Los pies hundidos en el barro chirle, piernas de cabra, quijada temblorosa. La noche entera acechando el paso, una radio llena de ruido en una mano, el bastón medular en la otra, confundido aún, parapléjico. No lo abandonarás. Es intrincado pero tierno tu tiempo. Nos enseñaste a esperar mientras llovía sobre nuestra obra el hollín de nuestros rezos.
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Communio 3 “... amigos, habláis de rimas...” Juan L. Ortiz
Vienen ríos, como los cachalotes, a morir en las playas rodeados de moscas y chicaneados por zánganos. Pero cuando nacen allá, en el occidente, cargados de barros o de aguas de nevadas; y cuando crecen, entre toscas o totoras; o cuando se hinchan bajo el parlotear de cotorras; allá, en el color de mate de esos crepúsculos. Pampas, esas pampas, esos largos pajonales, esas gordas, ásperas gotas; esas bandadas en círculos. Ya viste el chajá en el agua desconfiada, hasta las rodillas; y la yegua tordilla, el pelo de los ijares goteando barro; viste la res abierta y la bosta fragante y el rocío afilado. Quédate aquí a morir, como llegando a todo. Quédate aquí a morir, como el agua que gotea de las chapas. Y va al mínimo torrente, anda entre los pastos y se pierde.
4 Incensar la tarde con lo que apronta el corazón. El corazón, como el muelle donde andan, dormidos, raros marsupiales. O el tipo aquel, de la bufanda. Y el corazón, donde un rostro de mujer se estira,
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hecho de humo en alborada, allá, contra un cielo poroso aún, esponjado; espalda de desierta mañana. El corazón con el crujido de un mueble o de un libro. El corazón, la gastada palabra, la lavada palabra. El corazón, abierto a las rutinas industriales, al costillar de los hechos; el corazón que cuenta las costillas. Incensar la tarde, limpiar el rincón, tender la cama.
5-Alguien sueña Se los siguen llevando a la guerra, y los devuelven por gotas. Los llevan a pelear sobre un gramo de sal, contra un enemigo que multiplica sus rezos. Si regresan vivos, traen en sus oídos el murmullo de la plegaria esparcido por las rocas, por las ciudades amarillas y perdidas. Les dicen que van a pelear por esto y por lo otro. Y ellos quieren volver para bailar en lugares atestados.
6-(National Geographic, Vol. 3 No. 2) Al llegar a Nueva York los inmigrantes apenas tienen para vivir en pensiones ruinosas infestadas de cucarachas como la que aquí se ve ubicada en Bowery unos cuantos pisos arriba, por 150 dólares al mes. Un hombre de 50 años dijo adiós a su familia en Fujián.
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Sueña desde hace una década con llevar a su familia al mismo antro donde cuelga sus pantalones cada noche.
10 Dardo al fin extraviado más allá del límite del aire, la conciencia se parte ante los ángeles y el pensamiento cesa en la lejana aduana. Construiremos todavía unas casas fenicias. Andaremos todavía con un báculo apagado. Ya no te ríes. Ya no quemas nuestro pan. En la iglesia vacía se respira un ángelus. Esta humedad huraña en los estucos, estas baldosas gastadas, el hombre que allá se inclina, la furia que se eleva como el humo de un sacrificio, el vitral blanco y azul en el que se quiebra el recuerdo, la mujer que llevo en el cuerpo: no soy menos feliz con esto que con la búsqueda del arca. Libéranos para siempre de la guerra, del horror, del sacrificio. Hay, bajo estas piedras, rosas de bronce seco y armas enterradas. ¿Cuántos pueblos los ríos arrojaron en los barrancos? Y cuántos buscan algo útil en la resaca. Esta humanidad que come, y la que come los restos, sostienen las iglesias vacías y averiadas.
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de LA NADA (2003)
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I 1-¡Oh espíritus o ángeles caídos! Mientras golpeaba la lluvia sobre los bunkers, Marisa, yo no pensaba en vos ni en los chicos. La verdad, tampoco pensaba si los rayos de aquel enemigo omnipresente me alcanzarían esa noche o la noche siguiente o cuándo. No pensaba en ustedes ni en mí, aunque puedas considerar una forma de egoísmo que pasara las horas deslumbrado por este fenómeno: los rayos, cuando atravesaban el cielo o caían sobre un edificio cercano y lo reducían a ceniza, iluminaban el paisaje con una claridad activa, como la que pocas veces se vislumbra en el fondo de un pensamiento; como la calidad del pensamiento cuando contiene la verdad desnuda y parpadeante.
2-Diario No tengo chance de convertirme en veterano de guerra. No daré vueltas con dos perros y mi capote por el parque: “Allá va aquél, el de las heridas, su cabeza una calabaza en la que suenan los silbidos agudos de los rayos gamma. Ahora tiene una antigua casa sobre el acantilado, le gusta la madera vieja y las cañerías que resuenan”.
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El paseo por el parque termina en el bar, toma una grapa y lee la National Geographic, los perros echados debajo de la mesa. Nada de eso. La lucha no tendrá retorno. No nos esperan la muerte de lustrosos bronces, el panteón o la dulce vejez que reencanta el mundo. Los ojos echan raíces y el aliento mecánico no falla.
3-Leyenda Por la tarde, se tiran de espaldas sobre la tierra suturada por vetas de titanio y miran el cielo amarillo o violeta sobre el que vuelan pelícanos y flamencos. Las lagunas están repletas de líquidos pesados; más allá, las chapas de los viveros se oxidan, caídas unas sobre otras como un mazo de barajas desordenado. Es posible que la piedra del poder esté en la cabeza de uno de ellos, pero han pasado la vida ignorándolo. Por la noche, AZ14 sueña que desciende el ángel y le dice: “El paladín duerme cerca y despierta con el vientre hinchado; oís sus pedos en el pastizal cuando evacua, pero sería inútil que se lo dijeras; éste es el designio. Intrincada red los puso en contacto con la divinidad. Fueron dioses, y cuando ha llegado la Guerra del Libro piensan en la vida del próximo segundo e interrogan la oquedad del cielo”.
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4-Fragmento de un evangelio Y dijo: Bienaventurados los que viven en escenarios convencionales. Los que miden sus vidas con patrones convencionales: dinero, éxito, frustraciones. Dijo: Los que llevan el sello en la frente serán perseguidos por la desdicha, antes que la paz conocerán el pánico. Dijo: Porque las simas de dios son del diablo y las simas de dios son el desierto y las pústulas y la misericordia no se alcanza si no se conoció el castigo. Dijo: Bienaventurados los que desconocen. Los que no distinguen la buena pintura, los que encuadran correctamente la vida según mínimos patrones, porque ellos tendrán el cielo con relativa facilidad. Dijo: Desdichados los que Él selló,
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los imperfectos, los justos, porque el vacío se agitará en ellos como sudoroso miasma y no serán tenidos como ejemplos si no que fueron elegidos para que Él pruebe sus misteriosas armas ante la general indiferencia.
5-Diario No me ha dotado de paz la certeza de que ni la guerra es un fin. Mientras el carbono hace estragos en la planicie he descubierto la ceguera no es virtud, la lucidez produce ruidos como un motor ahogado y las dulces lluvias celestes y las oriflamas apenas confieren a este combate una estética publicitaria.
6-Diario ¿Por qué el ardor, la irritación, si el perfecto vacío, la falta de meta, el no sentido, la exclusión del deber son esta batalla que en verdad es lo que no es? Aferrado a la furia, sin regreso, el malestar sombrío da a los actos una resonancia hueca que oigo en la noche como una destartalada alarma. Combato aún por lo que de rabia tenía existir en las calles ligeramente nubladas;
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animal de matadero que admiraba el costado desconchado de las cosas: la ignorada geografía de edificios hacía su edén.
7-Entrada a Jerusalén Se pide precaución en el acceso oeste: hay demoras originadas en un accidente. En el acceso norte hay demoras de hasta quince minutos. Es normal el tránsito por el puente sur. No hay novedades al este.
20-Edad de los imperios Ahí están: Atila o Saladino sobre el horizonte con sus turbulentas tropas. Sioux o sarracenos, beduinos o vikingos en trance, ingleses tumefactos, turcos con cañones de mano, damas sin pechos, con arcos de piel y de ónice. La tierra no les habla, pero son de sus garras. La sapiencia del coral, el órgano de la madera, los timbales del frío, la vivificante altura, la nieve sobre los aleros, el mensaje de los gallináceos, la red del carbono, la razonada caída de las hojas, el estupor del barro seco, el límite visual de la rana, el amor de la araña, el trémolo de las cañas, la carne fresca, palos en los arrozales, carteles y señales tocadas por el clima, el camino a Damasco,
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la decepción horrenda del glaciar, las telas de China, el duende de las cerraduras, el gato en el toronjal, la crisis de la canaleta, el filo del ágata, Hipocrene, el hada, la cornamenta amarilla: nada, ni la hierba cantará como cantó en sus tronos para oídos que creyeron oír, para almas que vivieron elevando la voz, esculpiendo contra la circunstancia del mal dormir, del orgullo, del otro, sus figuras de estrépito.
21-Mente de las cosas Nos hemos detenido. La fuente es la tranquilidad del ego. El murciélago cruza el cielo de cuerdas. Llama desde la taiga el dueño de las notas. Golpean las gotas en una insondable profundidad. Hombres, ¿para qué? Y el recuerdo, y las bagatelas que lleváis en los bolsillos y en el entrecejo. Os he visto, rumbosos o desposeídos; lejanos, pequeños en el inmenso pantano o bordeando la inundación. O descubriendo el Punjab o el Pacífico, atontados, sin calma ni entusiasmo, así como el sabio observa su cuerpo como accidental y encuentra que resiste.
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II 1-Lux aeterna Si es de formas transitorias el espíritu, y si del halcón debiéramos copiar el modo en que, por ejemplo, se hunde ahora en el ciclo de las tempestades, blanco plumaje cambiando a ocre, a pardo, a gris, a solferino, la vista apartemos de la plana roca, del mellado brocal, de la senda calcinada, del cielo, que es uno y trino, dobleces que se revelan en corto tiempo, y del abismo que no cede, del cuerpo cuyo filamento en la noche incendia el pensamiento hasta la luz incandescente. ¿Qué? ¿Vamos a tientas? ¿No suena a nada el muerto? No esperen saber. La razón acaba en cada uno. Y no avanza de uno en otro, sino que reinicia su sistema al alba, merma al anochecer, se extingue y, en la oscura madrugada, recompone su cristal ante el insomne.
2-Armas livianas El Gran Géiser, fiordos y glaciares; aguas sulfurosas, ríos blanquecinos, arena gris, carnero ahumado, dulces sopas. Edén de las falanges cuando han penetrado su idea, y con maquinaria de guerra llegado hasta el portal de su deseo. De modo que dejar el carmesí de la propia tierra, el hacha y el ganado, calzar la sandalia,
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los arneses, elevar al viento el pulgar, partir en violación del sistema campestre, desafiar el estatuto maternal, llevarse el rocío en el fiero rostro como culpa tenue; olvidar, hacer de sí la guerra impersonal, no tiene otro destino que descubrir al pie de la parábola el revés del mismo rostro tallado con cuchillo.
3-Reyes 22.15 De modo que jamás la redención; ni siquiera en las rosadas columnas que no hacen al asunto; ni en el vitral que amenaza estallar en lluvia verde o bermellón y que, considerado al paso, no jugaba papel alguno en la historia. Llevado de un punto al otro el hilo y sin error; trabajado el descanso, absorta la mirada en la nuca del líder; fregándonos las piernas en la noche y calentando armas en la mañana; hirviendo pez con el ojo en el clima; calculado el gasto y tendida la estrategia, la suma es nada. Hemos oído en el pescante la voz de Krishna; ¿aún así, decís, debemos consolarnos con el viento que sople sobre la carnicería, con un mugido lejano o un imprevisto tulipán
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o con cualquier otro componente de la escena que tomemos como indicio de que habrá otro escalón, falso probablemente, el que alimentará la ansiedad que aventará nuestro carbón en las cocinas?
4-Salmo 105.42 Como si en realidad el objeto fuera la desordenada huida por las lomas, la capa flotante del vencido o el caos devenido del saqueo y de la obra de la artillería. Como si sólo debiéramos considerarnos catalizadores de una imagen móvil hecha de rostros y mobiliario en la calle, un candelabro junto a una piel de cordero, un portarretratos sobre el alféizar, trípodes y flores secas, cuerdas de piano y frascos con huesillos, láminas escolares tiradas sobre el barro, arco iris en el combustible derramado, la máscara de Baco en un ropero.
5-Atardecer en los galpones Hasta aquí he cultivado tu cruda atmósfera, llegado a preguntarme si fue simulacro tu aspereza, los indicios que arrojabas desde los zanjones.
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¡Ah Odín a quien sus hombres tuteaban! ¡Tú, al que llamaban con dureza como a uno de los suyos! Escondido en los bosques o entre perfiles de hierro, y allí donde la exudación de los motores ha oscurecido las paredes, es la hora del encuentro con el Corte; la clave ambicionada que procuré en años de estupor rodará ahora o nunca. El hacha en alto, la carne flácida tensada una vez más, el arco de las vísceras exigido, la mirada en el cuerpo que decae y en todo objeto, en cualquier señal en el desierto de las cosas.
6-Catilinaria del pastor Parado en lo alto de la escalera como en la proa de un barco. Mientras golpea alrededor el corazón de la tormenta. ¿Cuántas veces has repetido tu signo? ¿Cuántas has hablado de nosotros en esta forma que se expande sin cesar y a la que no mellan las quejas por el mal tiempo y por el extraño damero en que decidís la suerte del reposo, si entre eucaliptos, si tirado frente al televisor captando las muecas de un ajeno y resonante piélago? ¡Ay de nosotros, de la banalidad que domestica el profundo círculo!
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No pasaremos. De este lado, nuestros huesos yacerán inútiles y ciegos, cenizas de las guerras del diablo que ha dicho: éste es tu infierno: la mente que ha destruido cuanta señal le fue dada; reducido el aire a gasto cotidiano; convertido el fuego en mascota; roído el sentido puesto que era lejano, del modo en que lo son truenos cuando evocan la erupción monótona de la artillería; voces en pliegues de la conciencia custodiados por arañas, sellados por la rebelión bastarda del mediocre.
7-Amazing grace Devastando el mismo leño, la mirada despojada de reflexión. Incubadora helada el día, abierta la noche con insistencia monótona. La sábana, los mecanismos todos en una vigilia cuyo propósito desconocen. Arréglate con tu porción de calor sobre la roca. Estás con tu calor sobre la roca bajo adverso clima. Alimenta tu calor sobre la roca con hierba seca y deposiciones de pájaros. Mantén tu calor. Esto es cuanto puedes y debes saber.
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11-Lucas 22.53 Ha ido a caminar con los suyos. Con el cuervo gitano y con la gorda avutarda; con el congrio y el crédulo y con el taimado, el asesino y el zorro; con los guardias nocturnos, con los feroces gnomos, con las mujeres de axilas sudadas, con el vulgar estafador, con el reno. En cada dintel de la parva civilización clavó su señal, y en quiénes lo invocan brilla un momento la moneda delusiva, la conmiseración por el infortunio propio que alza un remedo de pasión de mártir sobre el fracaso de un intento espurio. Degeneración del deseo en cálida covacha; en carne y jugo. Caída ante el irresistible par de los contrarios; Dioscuros que atraviesan la mente de los súbditos haciéndoles desear la mullida esclavitud y arrancan gritos de la mínima llaga. Con el manto de nada, sobre el agua, sobre la línea de resistencia. Sobre el polvo, el desierto o el humo, el horizonte blanco, camina sin sombra, con ejércitos de rumiantes quijadas, con batallones de ciegos que miran hacia el monte al que subirá para decir: “Hay otro, más allá; y luego otro y otro; la obra no acabará, la obra no termina; cese el ruido, la alabanza”.
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12-Roman speaker Lo encontrarías en el huerto y le preguntarías por tus denarios. Con voz contrita lo interrogarías por el devenir del hogar, la suerte de los críos, el pretor y el edil, la leche de cabra y el sofisma. ¡Ah, miserable que agudiza el aura de la nada! Lo colgamos a tu vista porque no lo mereces. El vértigo, no la futilidad, es lo que no resistes. Retrocedes ante el arroyo y el cañón, temes el papel que se alza en el viento porque allí puede estar escrita tu sentencia. Has levantado templos, minaretes, oráculos y criptas para olvidar la creación, no para atravesarla con santo estoicismo. ¿Para qué las Galias? ¿Para mejorar los abastecimientos? ¿Para qué Bizancio o la corona del germano? Te espanta el oscuro fogón, el silencio de la vajilla, el manto del héroe si no está sembrado de migajas; temes la escasez de aceite como a un abismo.
13-Roman speaker Bien, frente al mar, mirando las chozas, alzando el palo recio con que partirías la frente de un buey, por un solo instante comprendiste el hormigueo del volcán. Es todo, todo, nada
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más que eso, lo que la vida te ofrece para que calle en tu tumba.
14-Coda Otra vez el rayo. Otra vez el roble hendido. El fuego que desciende desde el cielo. El vómito. Los muertos calcinados. Tejes, madre, allá; tejes lejana y silenciosa. Tejes calceta de rayos triunfales para mis pupilas. Tejes el descanso en la flor de la tormenta. Sobre el mundo se apagan y se levantan satrapías. Para que tejas, sólo para que tejas, mientras aguardas, vacía de milagro y de ansia, de labor y pregunta. Para que tejas.
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de LA LUZ CHECOSLOVACA (2003)
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El almanaque del mecánico de autos Dentro del círculo de sus sueños no hay nada. Cuenta sus días un almanaque de 1957. Muestra una mujer que se cubre los pechos con un abanico y deja ver la mitad de sus muslos como si afloraran islas en los sueños. No hay diario que registre los hechos altivos de una vida personal y el ocaso de los dioses en los cilindros.
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Una lectura muy tarde Vuelven a las dos de alguna reunión, pero todavía hablan en voz alta, mientras él mete la llave en la cerradura. Se encienden las luces en el departamento y después algunas se apagan. Algunos puntos, algunos puntos brillantes en la memoria de ellos; familiares como la charla y el roce de sus cuerpos maduros, insustanciales y necesarios como las cerraduras y las llaves. ¿Qué batallas, ángel, hubo en Pompeya? No hubo guerra, fue el volcán el que destrozó eso. Italia está llena de ruinas. Mis abuelos eran de Trieste. Con la próxima comisión podríamos ir a Orlando. ¿Es el mismo viento, Señor, el que los acuna con su sonido hueco en las tuberías y el que batió los estandartes en las grandes planicies? Para ella, que duerme con el pelo rojo disperso sobre los hombros, Khan suena a una música tropical pasada de moda. Orlando no fue narrado por Ariosto: es la ciudad de Disney; Pompeya, un barrio, y volcán la marca de una cocina vieja. ¿Es el mismo viento, Señor?. Ella, dormida, camina por alguna calle de la mente y de esto nunca sabremos demasiado.
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Las piedras que componen esta noche de ellos son también inestables; las junturas, quebradizas. Te pregunté muchas veces, Señor, si saben ellos que los marcos de sus fotografías son falsos, cubiertos de una pintura dorada o plateada que no es oro ni plata, y si tienen la oportunidad de comparar el oro que deparan algunas de tus tardes todavía con una idea remota del oro verdadero. Señor, no me das respuesta. Toda esta gente es desconocida como el deseo del Khan No quisiera ya saber nada, pero de nuevo ofrecéis misterios estrangulados. Misterios de vidas enredadas como pedazos de hilo en el escobillón. Duro sois de entender como un río borrado en sus dos extremos. Duermo con el penetrante chirrido del atractivo de sus vidas, torno que quisiera probar, relámpagos de electricidad doméstica.
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Termópilas Desde este drugstore, y con una gaseosa, difícil imaginar por qué dejar la piel en un desfiladero: el mundo era tan ancho y desconocido. Leónidas, ridiculizado en el vasto territorio del consumo, se sienta enfrente con su ceño amargo, fulgor chirle en los ojos, pide bebida fuerte y mira las palomas. Problemas, Jerjes aprieta todas las salidas, la tarjeta de crédito ya no tiene cupo. Aguantar en nombre de nada, más difícil que morir por Esparta.
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Testamentos apócrifos Job Señor has sellado mi boca, mis oídos y mi tacto pero te rogaría me dejes andar en medias por mi rústico piso de baldosas, y me dejes en paz amar la tierra y las tormentas y los fiambres. Me has acurrucado en la muerte, señor. No necesitaba el cielo más tarde. Amo este planeta que confunde los sentidos; amo el enorme sueño de la vida. Pero has entrado en mí y me probaste, nuestra antigua alianza me impide denunciarte. En el hueco al que me redujiste, magro, veo aún el cielo encima de las casas las plantas que crecen y se secan y los patos. Entendí mal la letra chica del contrato. Creí que te bastaba con que adorase la hora que huye, el soplo en que vivía. Ahora soy Job, el que te ama.
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La luz checoslovaca Oxidada la artesanía, la calle bajo taciturna luz, la que pelea con su origen; difusa pero empeñada en que fue más o puede serlo. Cruje la puerta que se abre lentamente al pasillo con vieja alfombra, allí donde se produjo la séptima aparición de la Virgen. La ve, mientras la vecina nonagenaria pasa con la chata de su centenaria vecina a la que cuida devota, como hermana. Oh señor, he creído. Oh señor creo aún si lo deseas. ¿No es cierto que la intensa circulación y la gula son una misma cosa? ¿No es verdad que los bajos tonos corresponden a los eternos imperios? Lo dicho: he visto tu rostro en sartenes oscuras en despojadas cocinas. Y lo he visto bajo el escaso resplandor azulado del supermercado vecinal. No lo he visto en el shopping, Señor. No lo he visto en el casino. Señor, por alguna indicación tuya sorprendida en un libro comercial, he amado los días nublados y el desierto en las palabras. Pero me condenaste a amar la verde lechuga y la carne fresca, en tanto miraba a actores de gestos invernales en el Actor’s Studio.
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DĂŠjame creer en la letanĂa de las piedras y en el puchero casi incoloro. Dulces son el cielo y su vĂŠrtigo sobre plantas cuyo verdor oscurece.
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III 1¡Ah la presencia constante del aire en la enredada pubertad! ¡Y cómo no puede soslayarse el paso de la pantera entre los dibujos de la vegetación cambiante! El peso de un cúmulo de dichos entre las galaxias. Palabras siempre junto al fuego y la resina de asuntos familiares. Sabías o creías saber, y ahora de nuevo, que el hilado de los hechos, simultáneas bandejas tendidas, tapices, son los trazos en una piedra escrita y depositada en un sitio al que no llegan ondas ni envíos. No es que pase ni que quede nada, ni que todo ocurra como la tallada albura del jardín de piedra. Es que escribes, escriben, en el silencio, en el revés de lo que respira. Alguien levantó una espada en tu nombre, cuando no existías o cuando eras las albricias del día, de la nevada, de las buenas nuevas de una vieja leyenda. Alguien habló por vos en la asamblea de los pares. Alguien hizo la guerra y engendró recordando lo que serías. Alguien dijo que aquella estaba hecha del cristal que sabe.
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Del que fue, del que es asimismo perfiles perdidos en el combate; lluvias, árboles, árboles, y el insistente arrullo de la torcaza. Y de la espada cuando ha caído y abierto un pasaje de silencio, de pausados escribas.
2Cuando pensaba que los hoteles abrían a las esclusas de grandes continentes. Entonces en casa quería estar, bajo el desafiante vuelo de los pelícanos. Cuando todos los hoteles eran de maderas nobles y nuevos silencios. Y en el abra se perfilaba, piadosa mañana, la vela de la nave aquella. Cuando la pupila adiestraba como a enojoso paladín. Entonces, delirio de porcelanas y viajes impunes, a las macetas de la galería llegaba la transpiración perfumada del costado izquierdo de un bosque. De un lado y del otro de la tarjeta de un cuarto escribía lo que decís. Sólo leía aquella parte, de filo depurado, ignorando que la otra repetía las mismas palabras, pero dando cuenta de vos o de tus mensajeros.
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Cuando sabía ignorar, y mi ignorancia se armaba de un penacho, como el del cardenal, liviano y pensativo, y no contaba las monedas. Cuando supe de vos mientras comía vísceras, en esa guerra de pez y palo, mi corazón lleno de nubes y las piernas con arquitrabes de roble quemado; el alma de baldía iglesia; la esperanza, el monaguillo apostillado. Entonces eras la parte inteligente de la tormenta, trazando damas en mi pulgar. Allá se alzaba, sobre el riachuelo aquel, ese pobre pájaro agudísimo, sabés, lanzando gritos, despenado; la voz delirante que aún me hace temblar y compadecer. Vi como estallaba bajo sus alas la marejada de achuras, la repugnante entrañable sangre de cuantos quise. Cuando sobre el tranquilo revólver meditaba por ejercicio del deber, sin barandas ni pasaje. Entonces las palmas sobre el bohío refrescaban las pisadas que llevaban allá. Era de vos, en suma, que hablaban las coartadas, un ángulo en el mundo de las anémonas, los indicios en las paredes de ladrillos recorridas por una aventura verde sin estandartes. Era que hablaban de una panadería singular, con torsos que se movían tras mostradores
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y con sonidos que tendían el blanco hacia un mantel que habían esponjado tus manos. Cuando iba hacia la calle con una dispuesta camisa, un lunar de pesar, con la circulación transparente y un escrito católico en el envés de los almuerzos. Entonces veía tu vino, cómo no, y el pesar empujado hacia el mar por los arroyos. Veía en el sinario del día, en la amplísima tormenta, en los conciertos naturales, en las estructuras de madera intrépidas aludiendo a las renovadas capillas, tu andar en ese cuenco inferior de las horas, tu movimiento en el amor. Los ojos con que se convierte en el sudor placentero de la playa el pensamiento: el truco de un patio oscurecido de plantas y mixtos, el espejo salpicado de roturas, la frescura de la afeitada, la risa en medio del humo de un toscano. De aquí han partido cuántas expediciones, decía el viejo. Cuando no había otra seducción que el canto inaudible del aire. Entonces llamé desde la sacristía en verano, atontado por los grillos, el nombre con que viniste. Cuando sobre el borde del vaso, en las cuclillas en que siempre me metía,
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toqué el pedal con que rugió el motor, se imantaron los cables y el calor bajo el techo de un auto. Entonces iba hacia nada y más nada de pastos y sembrados, en la cultivada soledad. Te llamé en una casa antigua y deshabitada, dulce, oh dulce la sala y más dulce la cocina. Cuerpo en el que pienso. Pensamiento que recompone el misterio de su espejo. Agua y no espejo. Chorlitos tu mirada que se acerca a beber.
3-La anunciación El labio, el tendón, se dan a un metro de lentísimo abandono. De forma que si de él partieran dotaciones de pájaros y se viera debajo de sus agudos arcos azul invierno, flor de azul pálido yendo hacia la indecible intimidad, podríamos conocer en nuestra propia experiencia la ballesta que aún cimbra durmiéndose en las manos. No de nosotros el tiro partiría, sino de un recodo de la historia que, tejida, ya no manejamos. Allí vibra lo que puede ser, y de un modo de difícil comprensión, la fibra del hecho potencial se teje, tenue, junto a la otra. Así esa mujer sonríe con un cansancio de niebla y palidez de orgasmo; la hebra de sus sueños está en otras, no específica, exhala un suave olor mientras fabrica
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azul o lo que parecía prometerse: la cama, el café, antífona mañanera. Y con todo y nada de él hicisteis campo, carne de rosa, oro del sentido.
4-¿Mejor la sarga que la gabardina? Amarillo, como el color de Buda, sección latina: de este modo, o como el de una rana cuya sapiencia esparce notas claras y desconcertantes, el tardío reflejo del sol en las mesas de mármol falso agudizó el sentido. Ya sabía que mientras anduviera adivinando el pronóstico del tiempo no vería en verdad el cielo acidulado de este crepúsculo que se abre en caminos que a primera vista parecen transitados. Y tal vez lo fueron, pero ¿cuándo?, ¿por quiénes? De esto hemos de sacar algo, queridos amigos, los que no estaréis a bordo cuando parta sacudiendo alguna hilacha del jubón, disimulando el miedo, concentrado, según parecerá, en las maniobras del tránsito. Nos dejaron con esta apuesta: veréis en donde todos pueden ver; sabréis donde haya qué, y no donde parezca que nada sabéis.
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AsĂ pues es marzo o abril, ha cambiado el cuadrante de los vientos en nuestros corazones y os preguntĂĄis si debĂŠis dejar la ventana entreabierta esta noche.
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de LAS VEGAS (2000)
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Boardwalk Casino Las fantasías y los recuerdos son, dice, la misma cosa. ¿Dirías que son materia? ¿Son materia los efectos eléctricos? ¿Es materia la luz tamizada de un día sin sol en un departamento? Si se pudiera sostener por varios segundos ante la vista la estructura de la mente, si con ella se pudiera hacer una foto como de una montaña rusa iluminada, sostenida a su vez por marquesinas como guardas de resplandor amarillo, qué cierto y rústico sería el desierto, qué verdad la conquista de un proyecto, qué real vos y los que pasan y hablan.
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Flamingo Hilton Elevadas las rosas, secas las paredes. Los pasos apurados por las habitaciones. El celofán guardado en los placares. Ahora, como si patearas masas de cables viejos en la calle, exigirías respuestas a los problemas manufacturados con que te engañaste a lo largo de muchos años. Banalidad en la historia íntima de cada casa actual Y de todas las casas ya desaparecidas: los regalos, Las enfermedades, las cenas, los patios, las cortinas. Las rosas son elevadas, las paredes son secas mueren después, duran años con sus manchas, Pero no tienen el color de la rosa y su enervante delicadeza. Rosas o flamencos en las grandes mañanas señalan un itinerario en el que nadie se confunde. Esto es rojo, aquello es rosa, la materia es tenue.
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La Concha Motel Tu pensamiento es una dinastía destruida de la que escapás con elegancia aceptable. Tocaste la ágil guitarra de alguna filosofía mientras no habías descubierto su tara hereditaria. Fuiste sabio mirando paredes pintadas de rojo o verde bajo la extraña latitud de unas lámparas de mostrador. Amás la desierta certeza de un clima, la decoración en la amplitud, los vientos que golpean el cemento y las cañerías, las antenas sobre los pelados montes.
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Riviera El robot que se oxidara en el patio trasero recordando sus fantasías más gloriosas. La lluvia que crepitara en sus últimos circuitos. Las alcantarillas hacia las que rodaran los ácidos de herrumbradas baterías. Estarían cumpliéndose las escrituras; aquello que será fantasía abandonada fue real: sobre la Tierra ardieron los paraísos liberados por la electricidad, el edén de las imágenes ha viajado a través de cielos tormentosos reiterando que el cuerpo fue siempre espíritu, virtualidad.
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MGM Grand Hotel, Casino and Theme Park Tiranía del deseo, aún sin objeto: el mero desierto, y sobre él materia indescriptible de sueños rudos: un hombre con cara de rueda de bicicleta, el pánico de mil arañas en fuga, la autorreproducción de máquinas con copetes de helechos o podridas plantas acuáticas, la inenarrable acumulación de lo que drenan los sueños, canaletas tapadas por trapos y fetos de ardillas, fuegos artificiales y puros impulsos nerviosos; la rígida opción entre el búnker monacal y el palacio, un león de grifería en la entrada.
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Circus Circus Canutos en los que soplan marimbas, haber oído el cuento y buscar, ácida la garganta, el cuerpo incómodo, la silueta que le corresponda. Estacionado el auto, acechar unas horas nocturnas que nunca suceden, es siempre el día o momento de luz fabricado, nunca el deslizarse felino de la hora, el plano bramido del aire, los pasos lentos, el golpe del mundo al llegar al fondo.
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Caesars Palace Redoble de platillos y un metrรณnomo en el paisaje. No hay vida natural tras las ventanas. Como si todo hubiese sido levantado por gitanos del espacio que no conocieran el fuego; cuyas manos hubiesen estado entrenadas por siglos en el manejo de rayos, en la fabricaciรณn industrial de cosmos.
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Fremont Street Sueño de la falta de escrúpulos, inconsciente realizado de beduinos, carpas de pieles, trasmutadas en utopías: marchands de pinturas sobre papel, mercaderes de fieltros y sortijas, chatarreros con ínfulas, reunidos bajo un toldo mágico y basto; aladinos produciendo un deseo grotesco, geishas ocultas en chales de luz sin sexo: se mira y no se toca, es imposible tocar.
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Ferguson´s Downtown Motel Fumando un cigarrillo en la terraza, el rápido enfriamiento de la tierra alrededor; una situación abstracta, sin cadencias, la vida como caños vacíos en los que resuena de vez en cuando un golpe, gorgoteos, un crujido. Civilización nocturna, respiración artificial, venas de neón a la intemperie; la obra un desatino interminable, el mundo un misterio corrompido.
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Pop architecture Desde lejos se ven como paredes de crema batida, de cerca se aprecian los pedazos de loza agregados a la mezcla. Desde un avión a baja altura sólo serían cajas blancas. Se puede imaginar un borracho tardío entre botellas completando la escena a las diez de la mañana. Esa es la hora en que la vida real retuerce las tripas, recuerda la necesidad, limita la libertad, invoca paisajes más netos de bidet e inodoro en los que se restablece un orden insuficiente.
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Tragamonedas Usuarios de tarjetas de crédito y cheques de viajero intentando la antigua transmutación de los metales, la suerte entregada a la estadística que llaman azar. Al amparo de las moscas de los pensamientos, a cubierto de la humedad corrosiva de los ácidos del tiempo que camina por delante de las ventanas y que vuela por encima de las grandes ciudades; en una noche de terciopelos eternos y luces reguladas, buscan el sorprendente flanco de las cosas, el núcleo latente del mundo, hecho de esmeralda y pórfido, de níquel y de rosas de oro líquido.
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Whale´s Blow
A causa de la gente amontonada en la barra, no podía ver a los músicos, hasta que de pronto sorprendí la imagen del trompetista sobre el vidrio de un cuadro colocado de manera lateral y vi la trompeta anaranjada a causa de la mezcla de luces que comenzó a brillar cada vez más como si hubiese estado hecha de cobre en fundición. Asistí a este espectáculo preparado por los dioses sólo para mí estrujando la caja de cigarrillos vacía, el pie sobre un charco de algo, dolor en las cervicales.
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de LA LINEA DEL COYOTE (1999)
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Libro primero/Confutatis En la calle una sensación repentina de vértigo y grandeza, ¿la habrás probado, Wolfgang? Todo este hálito que se alza desde bahías habitadas, amaneceres tibios, ruidos de las selvas y las excavadoras. Mire ese hombre en un bar desde una distancia neutra. Ha comprendido entre un torbellino de frenadas, de sirenas y gorjeos ásperos de motores que se pueden olvidar las cuentas y el despertar dolido, el retiro de la marea de las cosas, el instante histórico de la materia: es eterno ahora; y teme. ¿Quién lo sabría? Así como cada hombre lleva su cáncer secreto, cuando el delirio de la sabiduría lo absorbe, nadie se entera. Wolfgang, a menudo asaltado por el vértigo, sin embargo habría hecho relámpagos sosegados de violines, una coartada. El hombre en el bar ha pagado su momento a solas con el espíritu. Lo recuerdo: siempre hablaba de Roma. En particular, de un café llamado Pérgamo. No hizo mención a nada del café. Y describió sin nombrar un camino de la luz hacia ciertas tazas que parecían abandonadas en una mesa, los restos de café duros en el fondo, el borde de una de ellas cascado.
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Hablo de otro. Otro hombre, otro café, la Puerta del Sol. Y yo hablo de otro Pérgamo, un museo, en Berlín del Este, con ciudades reconstruidas en salas artificiales. totalmente refractario al sol. Un palacio adusto sin ventanas. De todos modos hablamos de cosas que se parecen. Hablamos de uomi chiusi. De figuras en cuyo interior el mundo se abre como una fruta. Figuras. Hombres en posición ausente. Hay otro mundo en los mundos. De eso se habla. ¿Qué mano parece haber arrojado esto y todo? Me refiero a las huellas de la excavadora bajo la lluvia miradas al pasar frente a una ventana. Imprima el Requiem sobre ellas. De esto hablo. No hay nada que no suba hacia una planicie violenta cuando el espíritu anda entre las cosas. Las cosas muertas, las que fueron, las que parecen haber quedado a medio hacer -huellas de la excavadora, el resto duro de un café-, es ese haber vivido que puede decirse en un acento soberano. Sin embargo, Pérgamo, dijo él. O Mozart. ¿No hay también un espíritu desasido entre las cosas? Un algo de muerte melancólica. Las pesas, el metro, el ridículo cairel, los jarrones con llanto, la Dama de Eliot que escuchaba a Chopin, tan íntimo. ¿No cree la sustancia de las cosas sea el abandono de un dios? La basura industrial, los grandes depósitos, el centro
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de cualquier ciudad de noche, ¿no lo llevan a ese fondo de raspaduras y cráneos molidos? De huecos hollinados, de paciencia. Una mujer lo amaba de verdad. Fue un impacto el amor como las primeras luces, el ruido indistinto, la confusión del plasma. (En el monobloque, de noche, bajo una lamparita de baja potencia, aferrado por extraña pasión a una uruguayita a la que no entendió, escribió cuanto pudo en el reverso de los tickets, en las portadillas de libros sobre dietas. Exiliado, amante de la sombra de un exilio mayor, tuvo siempre más que callar que algo que decir. Cómo decir lo que no se sabe. Cómo decir las frutillas, el plato del gato, la autonomía del marco de un cuadro malo. Sonata para violín y piano en el traqueteado casete. La noche disolvía la torre obtusa del monobloque. Otra cosa es con guitarra, decía el payador. Otra cosa es otra cosa. Pero es con guitarra. Y en tanto sonara la sonata se permitía solamente escribir la lista del supermercado, de una artificialidad y una elementalidad profundas: yerba, carne, mayonesa. A los pajonales, a los totorales, deseaba volver. Era la última en apagarse la bombita. Cuadro amarillo la ventana. El rostro reflejado contra el vidrio abismal. No los reconocería sin embargo. No porque estuviesen
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ahogados en petróleo o sobre ellos las casas frívolas de fin de semana. No los reconocería porque nunca los supo. Porque jamás los vio. Y los ama por aquello, y escribe tras los tickets algunos párrafos confusos sobre la materia). Borravino el núcleo, espigado el sonido, de la materia final. este hombre del bar la Puerta del Sol deberían traslucirse indicios. No hablo del de Pérgamo, pero no hay tales esquirlas en el rostro del tipo del bar. El sonido amortiguado de una plancha de piedra que se hundiera. Su total oclusión lo hace sospechoso. Perfecto extraño. Criminal auténtico. Nuestros sistemas de medición son discutibles. Las cejas, contracciones de los músculos en la cara, el modo de llamar al mozo. Podría, en su torbellino de toberas, en su desequilibrio momentáneo, cancelar las señales, un cielo que se nublara de nubes invisibles, lluvia que no se viera, mundo estrictamente incomunicado del espíritu en él. (Ahora estamos frente a frente. Sin bibliotecas ni productos residuales. Vine aquí para enfrentarte cara a cara, dijo el hombre del monobloque. Pero no había abandonado los contrapesos en absoluto.
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Su pasado entre los esteros. Las sorprendentes lomas. El inapropiado mugido en la tarde que siempre fue última. Y además, el celo, o lo que fuera que lo unía a la uruguaya. La materia todavía más incomprensible de sus cremas humectantes). Empeñarse en que un hombre tiene el secreto: ¿cuál es el tuyo? Empeñarse en que está entre nosotros viviendo un vértigo inabordable. Este hombre del bar Puerta del Sol es solo un tipo. Una figura en la tarde infectada. Anónimo completamente. Esa sería la trampa. En cuyo caso tampoco la comprendería. Ni núcleo ni avistajes en su hueca profundidad. El mal mugiendo en tu barriga. Restos del fruto mal digerido. Uno solo y no todos mordieron allí. De uno la costilla se hizo mujer. No tenemos nada que hacer en estos sitios. Aquí no está aquello. Y lo que pongas aquí irá en tu contra. La materia ni dios saben. A eso se debe el silencio perfecto de todo. (Hace diez años paga el alquiler y escribe. Lo que escribe es el pus de una batalla que libra solo. Nunca la placa radiográfica de la noche dice algo. No acepta el combate. Es la misma.
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Me voy a ir, se dijo. Como una protesta que pudiera abrir la grieta. Cada noche lo dijo. Y escribió en un ticket el sorprendente resultado. Otro apunte sobre la respiración de ella y una lata de atún sobre la mesa. Era -comprobó- como si toda la filosofía lo rodeara. La biblioteca entera. La multiplicación de las preguntas. El Káiser. Un ejército. Millones de suelas gastadas en propósitos más o menos magnos. Y la sonata lo hacía al fin llorar sobre una lista precaria abismal). ¿Cómo, si es lo mismo Pérgamo o la Puerta, estaríamos vivos? El hombre de extraña precisión en el relato o el que es la mera figura del hombre. Un juego intolerable en que el mar nos desafía y nos tira a la playa como obenques vencidos. Una polución insostenible de propuestas desoídas. Moriríamos de una desesperación abyecta, congelada. A nadie podríamos decirle que lo que no sabemos atormenta. ¿Qué es aquello que no sabe Pérgamo? ¿Qué es lo que la Puerta del Sol niega con rencor? (Dicho de algún modo, reflexionó. En billetes sin interés. En confusas frases. En el agitado olor de ella traducido a ese código que nadie entenderá. Dicho así.
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En el vivir aquí, en el monobloque. En la existencia de abstractas viviendas industriales. En la inexistencia de totorales y bandurrias. En cualquier cosa donde haya rebotado el sello. Está dicho). Aunque te suene a resignación, olor de tumbas, este es el filo de la vida. Nada creciendo de bahías sin sueño. Nada entrevisto por algunos gigantes prematuros. Bardas en el Neuquén, zanjas secas, pozos de petróleo, el veneno que riega las semillas de futuros monstruos. Todo es tu abecedario. Y nada lo es. Elegís siempre. El documento se escribe con todo lo que puedas. Y que polvo de cal que quede afuera o las centurias que queden afuera no obsedan lo que tu espíritu ilumina. (La uruguaya duerme sobre la colcha de telar. Huesitos de pájaro, pecas sobre los pechos, el ronquido intransferible. No me voy, repite él en silencio).
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Libro segundo/Hacia el mal La muerte de Satanás fue una tragedia Para la imaginación. Una negación Capital lo destruyó en su morada Y, con él, muchos fenómenos celestes. Wallace Stevens ...en un mundo que no aclara y borra de sus límites lo que a corazón desborda. Darío Rojo Warner: No veo más que un negro perro de agua; puede ser una ilusión óptica de vos. J.W.Goethe, Fausto
1.1 El peso del mal en cada gota sobre las hojas de las enredaderas. El pasto, el sábado, surcado por las huellas de quien se postula como espíritu sustentador de los árboles, el rocío. Pero, y no es que este rocío esté contaminado de hollines, restos, basura de combustión que flota y con el agua mansa desciende sobre el pasto, sino que el espacio con plantas junto a las vías de un tren suburbano es, básicamente, la herida, y el espíritu sustentador no otra cosa que lo que mantiene abierto este maná del que nuestro mal se alimenta.
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¿De qué se nutrirían nuestras raíces sino de cualquier tajo de vegetación, cualquier zumbido de panal en verano o lluvia que no estuviese de verdad en los planes, rotunda, absoluta, el golpe decisivo del vacío natural en aquello que constituye el día en el que navegamos sobre aguas inconscientes? 1.2 Aquellos que se acariciaban bruscamente sobre la mesa del recreo junto al Río. Habían llegado en una vieja moto, era fácil confundirlos con el mal. Pero no eran el mal por lo que aparentaban con las camperas raídas y el amor a la nafta en combustión y a los ruidos profundos de la máquina. Si atravesaron toda la provincia en moto, cualquiera hubiese apostado que no se habían extasiado ni intentado hacerlo con el vuelo de las garzas a las orillas de la ruta, ni con la vida del pantano, ni con el movimiento del pasto bajo el viento. Del mismo modo, tampoco los arroyos químicos los inquietaron o mortificaron, ni la basura en el bosque, ni los neumáticos junto a los arroyos. Esos ángeles insensibles partieron la naturaleza por el asfalto. Fueron perfectamente equilibrados sustentándose en su propia velocidad
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y en la vida de sus cuerpos. Y con lo que no habla no hablaron. 1.3 Tememos las ciudades, grandes escorpiones, o inesperadas amebas gigantescas en la pampa. Desciende el pájaro negro desde el árbol y el chico en el parque se asusta y se fascina. El pájaro sin duda le habló girando a veces su cabeza hacia lo profundo del parque, se diría desde lejos le indicaba cuánto de promesa de bosque tenía la fronda ahí, pero también en ese punto empezaba una fábula tenebrosa de chicos y brujas, migas de pan y ogros (se sabe). No hay salida, ¿no lo ven? Por todas partes el miedo, el horror, el éxtasis, hicieron sonar sus aturdidoras matracas. También nosotros fuimos arrojados desde los cortinados del bien. Y ahora nos excluyen las galerías de Occidente que el capital construye como deidad sin deus y más allá de él. No fornicarás madre ni padre ni agustina hermana. Darás al César. Pero si leíste los libros, si leíste todos esos libros, vago, fantasioso, inútil, en ese maldito cuarto en desorden sin dedicarte a trabajar, si los leíste leíste el único libro y no comprenderás. La suma, la resta, la división, los logaritmos, las fuerzas de la historia considerada como mecánica
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de los cuerpos en el tiempo y ante la muerte y todo aquello que pueda deducirse de esta palabra, tienen por regla la inclusión. 2.1 (Me gustaría que entraras esta noche al cuarto de los biombos. No podría dejar nada al César. No podría dejar nada de este cuerpo desnudo al César. Todo el cuerpo, hasta el último centímetro de piel, es para que esta noche lo tomes en el cuarto. Extendido blanco, junto a la ventana; te irías de otro modo o nada tendría de vos si te fueras sin haber tomado todo el cuerpo entre los biombos). 2.2 Así si el mal es lo que daña o perturba, lo que sangra y escapa, lo que no puedo tomar ni comprender y confundo. Así si el mal es lo que no me contiene ni contengo, entonces la belleza, entonces la belleza es como el árbol encantado del mal, el hijo de la vida. Si no hubiesen destruido hombres en esto, y de algún modo también algo en cierto punto del tejido del todo objetivo, entonces lo tendría como el dolor de un lance, una cruzada por la calavera personal, por el pájaro que obsede desde el bosque, el agua entre las manos, la arena o el fetiche que de todo esto se haga. Pero, por Dios, golpearon fuerte
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en alguna zona fuera de nosotros. Y ahora somos la playa que desdeña el libro porque las escrituras fallaron en un punto. 2.3 Un planteo simple, según creo: por haber expulsado a Satán y dar al César, algo violó la ley del cálculo. Hicieron de todo formas y dejaron el desierto, los cardos, la taiga o el bosque, las siluetas de los árboles y los despeñaderos librados a una imposible beatitud. 3.1 El viejo rezongaba, sus costumbres eran insufribles. Animadas por una lógica sencilla, escapaban sin embargo al entendimiento. Todo en el viejo era imposible porque habíase hecho sujeto sin oración. Salido del mercado, no era signo que pudiera leerse. Y esto de orinar en el fondo entre las plantas que se pasaba cuidando inútilmente el día entero, o el rezongo como una respiración del cuerpo, lo tornaron destituido como el verde, las fotos que tomó -¿para qué?- a lo largo de setenta y ocho años y la jarra de un vino que nada alborotaba en él. Distinto al ocio, el tiempo del viejo,
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entre un árbol arruinado y los tomates, el crepúsculo de la fe, el triunfo de una razón que se alimenta de sí. 3.2 La religión engendra monstruos. Antes de necesitar lo que el bien propone hizo falta lanzarnos a los grandes desiertos. Extraviados, habríamos de querer así el bien. Pero de este modo, la totalidad se hizo pedazos. Los nombres y los infinitos vuelos, las infinitas ondas, los matices, la leña y el árbol, el olor y el picante, el azul o el pizarra, el cuervo y la alimaña, no comulgarían entre sí ni con el zorro. El canto de la nieve, los ejércitos, todo aquello era una irremediable pérdida. Aun encerrados en las casas o en los altos feriados, en la magnífica cima o en la pena, algo incompleto diríase acechaba. 3.3 Prosperó el imbécil, hablando al animal, que era el fugitivo, negada su potencia, el mérito de andar sin desvelo, de crear de sí mismo el gozo. Confundidos los tantos, la inteligencia así surgida era manca. No hubo exclusión: Dios se fue. De modo que las últimas semillas son del ángel desbancado.
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4.1 Y el dolor cuando te hablo y el dolor cuando no estás: la eterna conversación de la amante, esta vez, interceptada por el vuelo de las gallaretas. Ella se calló en la ventana. El vacío en el teléfono fue una decepción abismal para él. ¿Por qué, se dijo ella, habría de sentir este tirón, esto como de músculo exigido? La visión de la bandada no le produjo paz: sintió de pronto que dejaba de sentir. En tu vida ordinaria, en tu estricta vida ordinaria estaría el tao (el potencial puesto por su cuenta). No hay mensaje en la bandada, dijo. Que no hay promesa en la bandada ni dolor, repitió. El abismo para el amante en el teléfono gimió. 4.2 Hablamos demasiado con Dios. Entre las muchas decepciones, entre las ocupaciones, en las mañanas sin color, hablamos con Dios. En el discurso del negocio, en el discurso del amor, hablamos mucho con Dios. Un booguie-booguie, una guitarra latina, una salsa de tomate, hablan con Dios.
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5.1 Ríela la luz del velero en el agua entre islas. Toda esta previsible belleza, repitió. El trago fuerte, el cigarrillo ligth. ¿Ustedes vieron la villa bajo la autopista? Aquí, al llegar al puerto, preguntó. Toda esa gente que lo rodeaba no tenía respuesta. No tenía una respuesta moral. Y siguió fumando. Los cigarrillos en la oscuridad trazaron el círculo. No lo levantaron en toda la noche. El ritual se cumplía una vez más. No hubo historias ni recuerdos de mujeres -sus vientres abrazados, su humedad entre las piernas. Afuera del círculo quedó Satán: las mujeres, las villas. 5.2 Ahora bien, este es el viento seco. Mirando cada mañana el viento seco. Acompañado de las plantas sin ansiedad. Mirando cada mañana el viento. Ahí donde el viento golpea. Ahí está aquello de nosotros que es nada. Donde no hay pensamiento. Donde las ramas se inclinan hacia el viento. 6.1 Y he de hacer del amor una simple y curiosa necesidad. Esto dijo. En la puerta del hipermercado y mientras se ocupaba de algunos paquetes,
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frente a la avenida de ocho carriles que se desliza naturalmente entre bajos edificios, todo sostenido por la telaraña del sol, un día perfecto, pero sin reparar en eso, mientras su atención estaba en las bolsas de plástico, las latas, la verdura, y sin embargo tampoco era atención, dijo, sin conversar, "el amor, una curiosa y simple necesidad". Ahora, por dios, que conserve esas sílabas, que nadie altere el ritmo, el color y la respiración de esas sílabas, que no despierte en ella la tempestad de la pasión o la razón. Que ojalá no recuerde. Que no embolse el dogma o la moral eso que dijo en las rápidas redes de las células profundas. 6.2 ¿Esperar qué nervio, qué acción, qué sistema? ¿Esperar cómo? ¿Hacer qué? Aun en la basura, aun señor en la basura, aun en la más profunda basura, saltará tal vez la cuerda de este piano. Romperá de otro modo la tormenta también contra las rocas del mar. Indigentes, no deseosos ya, no trastornados por el mal, de esta manera, no viento, no señor,
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no anhelantes comparaciones, no búsqueda, no sacrificio. No comodidad ni su opuesto ni círculo sagrado. 6.3 Y todo eso, y todo eso, dijo, también se parece a un himno. El Pastor no podía ser engañado. Hablan al animal porque perdieron a dios y todo sucede porque perdieron a dios. Y aun cuando fuera dios quien nos perdió, solamente se puede ir hacia Èl. Dijo. Cuando negás a dios, te acercás a dios. Cuando destruís a dios, vas a dios por el mal, porque de dios son todos los caminos. Aun de dios son los restos nauseabundos que ponés en la tierra: basura, químicos, gases, todo deviene de tu destrucción de dios. Es el mal el cadáver de dios. Los basurales, los restos de dios en vos. 6.4 (Y cuando dormís conmigo en el cuarto de los biombos, y cuando dormís aunque no me hayas tomado, siento que nada puedo pensar y el pensamiento se quiebra en tu cuerpo. Tampoco puedo decir que siento,
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porque eso sucede nada más: el pensamiento se quiebra en tu cuerpo cuando dormís, en el cuarto de los biombos). 7.1 Las ciudades como cangrejos blancos en la pampa el miedo a los gatos o a los pájaros oscuros, el caserón con rosas, lo perdido, el rocío en el pasto, el tajo de árboles entre los edificios, ¿no es lo dado a los sentidos aun del hombre neutral, el buzo? La pregunta cae como moneda sobre un plato. En el sonido, la respuesta es mejor que en el sentido. Molusco blanco, pampa, casa, rocío, árboles, tajo, buzo. Y todavía en la palabra con légamo de fondo, basura, grasa, balazo, gritería nocturna, chapas, violación, infierno, son redimidos. El mal es el hecho, todo hecho. Un acto, cualquier acto, un paso, ajustarse el reloj. ¿Qué pondrías en el cuarto de los chicos? ¿Qué pondrías que no tuvieras que arrepentirte después? Un retrato de Kafka o un gato de peluche podrían provocar desastres semejantes.
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7.2 La única posibilidad yace en Sodoma. ahí murió. Y sin embargo continúanos huyendo de Sodoma. Y volviendo a Sodoma y a Babel y a Kiev. Nos sumergiéramos por fin en el mal. La acción fuera de verdad, dijo fumando. Mientras tanto, estamos quietos y todo a nuestro alrededor se va. 7.3 Vamos a ver qué pasa, de todos modos dice. Y si no fuera el vamos a ver, ¿dónde, digo yo, estaríamos, piloto sobre el Sahara, esquimal, enemigo de la aurora boreal? En las conversaciones, en realidad, entran las mujeres, la maldita humedad, y alguien querría hacer algo por las villas. También está el que levanta un trébol, el que no trepida al pasar frente a los tachos llenos de vejigas malolientes del mercado o los restos de pizza sobre al pasto. Tu vida ordinaria, tu verdadera vida ordinaria. Ni la acción es no acción ni es acción la no acción ahí. Quién no fumó sentado en la cama sin saber por qué. Pero vos sabés, vamos a ver qué pasa. Como quien nunca sabe cómo irá el negocio que mantiene hace años.
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8.1 Golpeando el pico de agua, reparando, juntando las hojas secas, quemando hojas y basura, enhebrando las hojas sin cantar, él era el canto. Y en el trabajo la paz de los caminos y la acción del mal. Y en el descanso la intención, el sepulcro. No vamos hacia él ni regresamos de él, dijo, volviendo su cara en un gesto que, al comenzar, pareció siniestro. 8.2 Dejaras de embromar, dijo, todo fue un error de la primera molécula, todo un error, el pasto que parece extasiarte, el rocío, vos, las guerras de liberación, Moisés, tu cuarto, ella quería reproducirse igual a sí misma pero algo falló, un lamentable error de la química confirma la Biblia, escribe un evangelio negativo; la biología, un desarrollo equivocado. Te vas una vez más por las ramas, dijo. Asombra, dije, la perfección del error.
8.3 Nadie trasmite un gramo de sabiduría. No hay un solo gramo de sabiduría en ningún lado. La revelación, si así debe llamarse, es estas gotas de agua que vierte la manguera,
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el pico roto, o cualquier otro objeto que no diga nada, nada en absoluto: el peor aburrimiento, el vacío más rico. Y cada uno sabrá su cielo verdadero, y cada uno la ansiedad que lo lleva al mal. Ahora parten los barcos. Allá parten los barcos y ahí no estás vos, ni dios. 8.4 La estructura de la primera célula contenía el círculo y cada círculo que abrió contenía el círculo, y si todos los círculos se cerraran sobre el primero, se repetiría el error, caminaría el camino inverso, de círculo en círculo, sosteniéndose en un maravilloso tejido negro, en la seda de sus sueños revertidos, el error. No quieras matar el mal ni el bien desees, los cañaverales y las corrientes rápidas y la garza y el barro no tienen leyes distintas a tu impulso, pero carecen de drama, de ardor y de pecado. Tu inteligencia que gira en el pantano del poniente, ante sí misma bella, debería valer el precio que pongas por el último gusano.
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9.1 Ella regresó a la casa por la autopista, con la carga del mercado. No volvió a rezar en el teléfono. Con los años sabría que la herida atacaría cíclicamente. Como ordenados ejércitos robot, como buenas e insensatas guerrillas. Esa noche y otras sopló el viento y las hojas cantaron antes de morir la vieja incomprensible canción. Pero ella era, de todos modos, otra. ¿Dónde fue a parar entonces la energía que la había animado y dónde la energía de todos iría si pudiesen mirar por la ventana el mundo ralear en su inmensidad, achicarse el ansia? Esta era una pregunta inmerecida para su descanso atento, para la vigilia sin armas. ¿Había hecho lo que quiso el universo, qué ley? Escuchó al viejo que podría haberle dicho: no prestes conformidad, no prestes conformidad a los vestidos del diablo. Cuando dejes de hablar con dios, también él dejará su nido.
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9.2 Las ventanas de un cuarto dejo abiertas en invierno y las del otro, cerradas, calefaccionando uno, el otro en los vientos que manan del abandonado corazón de la ciudad. Quise, quiero, todas esas plomerías, los galpones en las grietas de cuyos pisos crecen cardos y otras duras plantas. El viento se diría viene de ellas. Y cuanto más frío el viento más parece el aliento vivo de todo, el aliento inverso, la majestad del corazón, potencia, potencia, cuando cesa la batalla por los bordes. 9.3 De este modo no sabrás quién te amó. Ni el primero ni el último serás que se excluya de la batalla y sin embargo ¿dónde está lo que de ellos pueda aprenderse? Veamos cómo podrías hacer dieta del corazón. Si no es por eso que tus dedos saben el sitio del velador y el instinto te guía como a funámbulo por sobre todos los hilos que permiten el día. Se dice: no comer de ese plato, y ¿cómo salvaríamos al condenado? ¿Cómo sabríamos que el peor de nosotros no debe morir? ¿Cómo lo rescataríamos de todos modos del pus que somos? Porque de esto se trata cuando decimos,
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en un gesto conmovedor para los planetas: que quede aislado pero viva el que mató hijos de hombre. No es fácil salirse de la horrible paradoja a la que nos trajo el Hijo. Funciona como instinto, tal como si un dispositivo ciego rearmara la fuga en un nuevo diorama. 9.4 Supongamos un carnaval de santos, una feria de divinidades, un feriado universal de la ética. Es entonces posible que lo dañado en tus cristales, la impertinencia del sol, el dolor de ciertas figuras a las que llamás paisajes, disminuya. Hablarás al animal de manera tal que se entenderán sin registro y los movimientos de lagartijas de las galaxias huyendo de sí mismas no entregarán sentido. Buda no escribió, ni Cristo, y ese fue el mensaje, el medio. Pero es que quise poner en relación el mundo abismal de los reptiles con el de los severos halcones y el placer que de allí deviene no cede. Amurallado, lanza bengalas sobre su exterminio como una incesante Troya. 9.5 Durmiendo en las noches de invierno, tu casa bajo los planetas y los gases de las ciudades;
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durmiendo en las noches de las ciudades, tu pensamiento es una muela de herrumbrado molino. Ninguno de tus semejantes sabe si va contra sí. El fin no es concebible, ni siquiera en los ejércitos en lucha. Y de todas maneras parece que el metabolismo de su pensamiento envenenara su alimento cada vez más. Qué otra cosa que verlos ahogarse en rapiña e inocencia. 9.6 Camina el viento y habrá ruido en los pasillos. Las hojas de todas maneras se vuelven hacia aquellos principios, la madriguera, el mandril, la tajante profundidad de la espesura. Aliado del mal, amigo de las sabandijas, solo de este modo gozarás de algo que se sabe cósmico y podría decirse en aires enredados en cierta medida -nada más que en cierta medida-. Te sabrás por fin libre de cancelar tus pactos, rebajar tu óbolo, deleitarte en el cuerpo, la herida cerrando con picazón gozosa. Esperando en el bien, en el mal prosperando.
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Libro tercero/La línea del coyote Unos pájaros. Y a mí ya nada me importa! Dios sea para siempre alabado. Ricardo Molinari
Una cajita de madera blanda y esmaltes chinos en el cuarto en el que por fin te hubieses acabado. Mas no te acabaste ni te hundís, el bauprés sombrío. Despertás obligado a reunir los aceros del agua y el filo del vidrio en el paso rasante del aire, molido el corazón y en la molienda el canto; no termina la transmisión y toda la noche en la taiga el zorro hoza entre las caries de la tierra. Retumbará el tráfico en el pasaje tras el hospital. Llovió. Granizó en plena mañana de trabajo. Discovery en colores en la penumbra, el zorro, o el canto de los peces atrapados en el coral. Necesario es que todos nos entendamos. Pero ahí están los muertos de un irremisible cáncer, construidos cada mañana en tu diario que también es en color. Esto es de todos modos importante. Nunca desde la farmacia la empleada vio una cortina de piedra blanca sobre la avenida, en el ángulo favorable de una demolición, sobre los carteles, el tráfico. Los neumáticos sin duda arrancaban del pavimento el agua
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en forma de la corona de una iguana. El relato de la empleada en la mirada, de todos modos, el repiqueteo diabólico de las piedras en el vidrio y en la marquesina. De todos modos, si ha logrado narrarlo y quien no lo vio goza este relato al paso en la farmacia, todavía un mecanismo que no se termina de conocer funciona. Y empieza con las sirenas en la mañana y pájaros que anidan probablemente en los techos cercanos, cuando trinos en la tormenta llenan tu patio. Todo se había tapado y sigue funcionando. Rezuma agua la tierra junto al tocón de árbol urbano. Gases de cámaras subterráneas, el vuelo de botellas de plástico sobre torrentes pardos. Acuarelas en movimiento, tintas del sueño. la casa que protege todavía, la rutina cumpliéndose en la sudestada, el Río avanzando sobre los zanjones, el árbol de hojas moradas arrebatado por un viento de troneras, la manta. Recuerde esta mañana, y trate de recordar la que vendrá. el tinto óleo de la calma en la habitación, el vuelo personal de cada papel, quien pretenda leer el humor y el sueño de un dios, quien busque el leer para sí /alimentando celdillas interiores, quien lea para el ciclo de los pensamientos imantados, quien lea para la calma de los procesos químicos,
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quien lea para el registro de hotel de los mundos sepultados. Lo saben, es inutilidad la forja natural de los materiales, contra esto luchan con tenacidad inigualable. Histéricos siguen los rastros de las iguanas, filman el aluvión inverso de alas en las llanuras de las cigüeñas imitan la lección del zorro sin aprenderla en profundidad prueban redecillas de conceptos con las patas tibias. Las bahías las calas las redadas naturales no siguen una proposición endiablada y aún así, la caza, el escamoteo, la trampa, el acecho entre los pinos silbantes, el diestro tomajauc. Nada del vivir la ganga, en la línea del coyote, rondas en busca del descuido en el ciclo de los grandes pájaros, payaso oportunista que simula instinto en un aullido gitano. Tiempo, mediodía estancado entre relentes, pero un viento sorpresivo donde hubo chubascos nocturnos y jinetes en el patio. Qué dirá la sinuosa filosofía, topografía de un sueño regular, la mirada en destinos inmediatos, el oído duro, el desprecio por las amalgamas irregulares,
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la desapariciĂłn repentina de una ciudad no cambia el derrotero. Todos, sin saberlo, han leĂdo los grandes tomos. Ponen en marcha el auto y lo aceleran con suavidad o rencor, justificados los sentimientos, los que sean, y la necesidad de hacer lo que se haga, sĂşbditos antes que narcisistas de la causa perdida, el hoyo fascinado en la cabeza y ninguna salida: la puerta en fin envuelta en la niebla.
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Libro cuarto/Ciénaga
1 El agua en la cacerola en la pileta, en la que flotan palitos de yerba. El agua verde. 2 Deberían ocurrir algunos hechos en las nubes, rápidamente, como lo indica su color, pero en cambio se restan minutos a un viaje que podría sumirnos en tales o cuáles esencias. Se entenderá que hablamos del siglo en el ocaso, con sus manillas exangües entre los objetos demasiado distintos de los deseos, demasiado lejos. Manos cariadas, transparentes, en napas de agua floja Nada se aprisiona, medimos el salto, asombra en el techo la desviación de un tubo y una comba en la pared del pasillo que no estaba. Al volver al bunker, la sombra es otra, hoy luminosa, ayer más verde, diversa y pesada. 3 Aun con sus cabezas ampulosas de poca movilidad tienen ojos reptantes. Es como si no perdieran la costumbre. Las operaciones que les restan, los caminitos del mal entre los dedos que les restan. Velozmente pero con exceso de ferocidad para tan corta dimensión piensan antes de morir
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en los relámpagos de sus sangres que ya no abrirán caminos a la acumulación o deberán abrir sendas para la acumulación en la montaña impenetrable, de poco usufructo, de los días que siguen llegando, postal tras postal. 4 En verdad perdidos para toda ferocidad eficiente, reclaman que el lugar fue construido, y les pertenece, por el trabajo en la unción, por los filamentos familiares de la explotación capitalista, por el ribete de empeño personal que han invertido en las mañanas y en las tardes. Pero se ha hecho volátil el lugar para ellos. La abstracción guía sus esfuerzos por un mapa. Colocan y retiran la capitalización de la sangre con impulsos electrónicos y órdenes telefónicas. Se encuentran más ásperos en la medida en que huyen a rincones con acacias o tilos de los que vuelven enfrascados en la conducción del auto, las voces de su conciencia abriéndose a relatos de herreros, de duros muchachos de los galpones, aun de pistoleros amorales. Pero no esto: ni siquiera la chance de comprender el estupor de las carreteras con sus luces rápidas. Luces que suponen bordes. Bordes y más allá campos abstractos o viviendas abstractas o edificaciones fabriles y supermercados con su orden distante.
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5 Ya ven. La acumulación, privada de honorabilidad. El objeto con la aureola viscosa de un esfuerzo alienado. El movimiento de hordas en el mapa, chinos en el Down Manhattan, rusos en la Recova. De los héroes todos se apoderan, señas de los emperadores extraviadas en la inteligencia pura de los negocios. Reconocimiento en las bolsas. Cajas, composiciones en el paisaje, disueltas las marcas de las espadas, las alhajas enterradas, las piedras del camino romano cubiertas por capas geológicas, plantaciones y tinglados. 6 A veces en la noche se siente de todos modos el rugido a miles de kilómetros de profundidad llegando a la superficie con una trepidación incesante. ¿Cuánto el cachalote puede permanecer sumergido? Más abajo, más abajo de este improbable movimiento. Más abajo, más abajo de las imágenes virtuales. 7 Hay hortiguerales firmes en mi cabeza. Hay filas de árboles y cada detalle de sus cortezas. ¿Puede ser firme el terreno cuando el crepúsculo está lleno de flecos inestables y abierto vacío? En la cabeza todo parece labrado con pequeñas dagas, con ferocidad de centurión, con ahínco de monarca. En la cabeza las voces son ciertas aunque oscuras, o tal vez ciertas por oscuras. Inquietan los ruidos, la vacilación de ciertos golpes.
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Pero no es así tu cara. El universo del inversor recoge ecos como eructitos de dokes cerrados. Su mundo real comprende las caras cercanas que se abren en un sinfín de autopistas y colectores. Y en ellas el blanco completo a veces se presenta: la densidad completa o completo total, el fin de la Araucaria y la consumación del número. 8 No los ven sobre México y Quito. La necesidad, el robo están allí mezclados con el sol, las nubes tóxicas, el aserrín y lo hechos que se suceden en los objetos acabados. No los ven. Es una gasa sucia el aire. Ellos son abstractos como el cosmos que miran. Los grandes captores se han disgregado en las líneas que trazaron sobre las pantallas de sus cerebros. 9 Olor a madera o la muerte rigen aún en cierto punto desplazado. Y más desplazado cuando lo siguen. como si el dominio del movimiento cerrara sobre ellos. Al correr el límite, corren aquellos momentos de ser, nunca los incluyen, el teorema abrumador los mantiene en las zonas ampliadas por sus mecanismos. Bárbaros cuya invasión no se consuma aunque ganen territorios. El hombre del dolor y de los sentidos hace tiempo; y el tiempo del hombre marcha con ellos como una sombra globular ya jamás conquistable.
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10 Alguien, incluso ellos, guardan el acceso a un puerto en desuso. Allá las plantas crecían entre las piedras y junto a herrumbrados faroles. Esto no es, en su recuerdo, un final. Es amplitud. Allá se depositaba el universo como una lluvia de polen. Allá el azafrán de la muerte, o la vida de mínimas moscas. La corriente dura trasladando óxidos. La humedad penetrando las maromas olvidadas, el jergón tirado detrás de la pared, ladrillos a su vez cubiertos de musgo negro o verde. 11 ¿Lo veían? La inmensa fiesta de miniaturas o de grandes escalas en que las muertes y los días, la Tierra y los cosmos edificados traficaban un tiempo de secretos circulatorios. Entonces, una transpiración de las cosas subía hacia el aire donde volvía a macerarse, de manera que la historia era cruzada por canales, abierta por canales, recorrida por canales de luz y de viento permeable a la desolación, al sentimiento, a la identidad difusa e imantada, al rumor de colibríes que bajaban hasta el reverbero de las armas y de las herramientas, y giraban en torno al galpón cuyo alfabeto decía secretamente la gloria del ganado, el dramático silencio.
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12 Hora de la buena sombra. El cuerpo depositado al fin en el telar de palo del acontecimiento. La ventana abierta a lo que, de todos modos, hay de real en los circuitos de allá afuera, la ronda policíaca, el cartel de neón, papeles barridos de las últimas metrópolis. Hora de la respiración y de las mínimas reliquias. De los signos buscados en la grieta. Gotea de todos modos la canilla sonámbula. En la gigantesca acumulación aletea el plumaje de un pájaro fósil, se incendian vetas de carbón para morir.
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de ALMAS EN MOVIMIENTO (1995)
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El espía belga 1 Detrás de los anteojos negros viaja en un pesquero. Las manos son gruesas, la corbata distinguida. Le gusta palpar la seda al vestirse a la mañana cuando urde el lazo rápido como un goce súbito un trago, una cosa así. Detrás del pesquero, mira a esa adolescente con el bauprés por hombro, las velas al palio como bikini, sentada frente a él en el subterráneo rumbo a qué. Desde esta posición –se dice- desde esta posición que me he granjeado de traficante de lanas o aceitunas bien podría mirar el mundo con otras lentejuelas y no como el pintor Archimboldo lo hacía: caras hechas de frutas, animales, y no parecidas a frutas o animales; a la vez la sospecha de que mi cara esté hecha de objetos que drenan de los sueños; el mango de una campana, escobillas, hojas, dientes o ruedas. Nada terrible a la luz del día, siniestros solo porque son nosotros, la lluvia, el monte, las crisálidas.
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2 He viajado, mis sueños tienen luz. Y sin embargo, vuelvo a este subterráneo. Aquí hay caras siempre desconocidas. Y son las mismas. En cambio, conozco las caras que vi en las islas. No te detengas. No te detengas. Viste maderas y botellas flotando en un canal en una ciudad extraña. Pero sabías dónde estabas. Aquí hay luz suficiente y nada tiene nombre. 3 ¿Cómo reconocías en cualquier lugar las señas, cómo las pistas se anudaban hasta llevarte al punto? ¿Había un secreto allí? ¿Todo dispuesto? Las figuras deslizándose en las calles empedradas. Un poco de sal caída en una mesa. Los giros pesados de las aspas de un ventilador. El tipo que terminaba su cerveza. La negra que se acercaba a venderte una talla. La quietud el mar. Un encuentro en un callejón estrecho. Presagios de huracán. Eso era apresable, no conocido exactamente. pero con un sentido que debía conducir a algo. De noche enviabas partes que nadie contestó escritos en una mesa de hotel junto a una botella. De todos modos cumpliste tu trabajo, algo te dice. Había reflejos sobre grandes hojas y un perro negro.
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4 ¿Y con qué se arma esta nada? Te miran. Mirás. Ven tus lentes negros Que producen reflejos. Baja un campanario húngaro en la estación. Sube una red tendida en Oriente. Se desplaza por el vagón una tienda de tapices. A tu lado se balancea un pez martillo. Dormita enfrente un sombrero panamá y una gota de sudor patina entre puntos blancos de una barba crecida en una cara negra. Si recordaras a quién. Tu único recuerdo es una voz que habla pero no se entiende. Y es sin embargo concreta y necesaria como el ruido del agua. 5 No tenías nada con la muerte. Mientras perseguías secretos. Aquí donde el gran enigma reina -este enigma de ladrillos igualesdonde nadie rinde cuentas de sí ni oculta evidencias, donde es transparente el motivo y, además, indiferente, tus ojos ven lo que construyen. Y la muerte dice éste es el tiempo. Y las horas muerden tus pies.
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6 La velocidad es el infierno oculto. De esta irrevocable máquina. Este estar yendo a qué. Este creer saber que se va. Y confundir la velocidad con el instante en que se abren y cierran Las caras de este vagón. Flores. Siempre otra cosa que no es más que invención. Ellos no son un plan. Todos ignoran el complot. Y cuando bajan miran sin piedad a ese muñeco sin pies, cabeza de cartón ahuecada, rodeado de moscas y negros, con una pantalla china en la mano y un atlas de colores sobre las rodillas.
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Asphodelus La mejor herencia es que tu nombre no esté. Roto he hojas. Pasar por el Poniente era el arte. Como la visión de una roja pluma una vez. Hace tiempo, no mucho, pero en momentos sucesivos, y no como una revelación, renuncié a la leyenda del Ser. Envíen plumas al sujeto jamaiquino, al hombre de los bares, o clavos de guitarra, o peces de madera; él considera el peso de la luz en las botellas, las distancias equívocas, los lugares celestes, lunares en las manos del barman.
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El insomnio de los soldados Hombres que se complacían en la mera acción ¿cómo es posible? Puedo imaginar a Billy el niño, a Atila, a Alejandro, pero no puedo entrever sus noches. ¿Cuántas veces Lincoln golpeó una mesa de roble antes de la decisión? ¿Por qué dijo Lenin mañana será tarde? Mientras los revolucionarios discutían en la dacha, una liebre oteaba sobre la nieve su madriguera, un camino rodeado de innumerables olores novedosos. Hubo un arcoíris en China. La lluvia se deslizaba sobre unos tallos esculpiendo momentáneos estados espirituales. Los guerreros no preguntaban sólo por la guerra a las monedas arrojadas sobre sus cotas de bambú. Recuerden el vino, ¿qué hacía? la borra de vino en las vísperas y las hojas aplastadas por las sandalias de cuero salvaje, el cuervo, los ojos azules de otro pájaro desconocido. Las nubes, las voces detrás de una baja colina oídas por alguien que no podía dormir en el campamento. La insistente opacidad de un color entrevisto tal vez en una prenda, tal vez en el cielo. En torno a los cuadros violentos de las batallas se arremolinan en la Historia detalles, vetas de ideas sin retorno,
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manchas, puntos, alas, hongos, indelebles, innecesarios. Y son música o registros de oscilaciones distintas, sincrónicas pero inexplicables, sin valor de presagio, digo, pero puntos, líneas de puntos, dibujos que no pueden interferir y son parte del momento y del después. Las batallas, las revoluciones daban -dan- una imagen de algo todavía más turbulento y sin resolución que la paz de los campos devoraría dejándonos menos humanos, llorando inesperadamente frente a poemas malos, risotadas estúpidas, un calentador en el fondo de un vagón de ganado. Así que no es de la paz que hablo sino de matices y descargas, tensiones, filamentos recorridos por vertiginosas luces y arrugas y grietas, que en cierto modo forman el mapa de aquellas acciones también. Cualquier mancha de tinta o lluvia de hojas en el hueco de un bosque. Cualquier remolcador herrumbrado en un canal. Cualquiera que sale de un edificio y tropieza y se agarra de una saliente en la pared. Todos estos porque sí que suceden de manera probablemente significativa. Hasta no tener sentido.
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Piedras que ruedan desde una mano pero que nadie consulta como orรกculo. Delfos abandonado.
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Hombre de hierro Te dirás que fueron buenos ciertos días en los que por fin supiste que no hay música. Te verás frente a una ventana mirando un mundo de ese modo más cercano aunque del todo incomprensible. Habías abandonado, no tenías instrumentos, eras el hombre más sólido.
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Los poetas del soviet Los poetas del soviet no producen para otro. Los poetas de la emulación producen para el Otro. Los poetas del soviet no producen contra el sí mismo. Los de la emulación producen en contra del principio del placer. Los del soviet producen, los de la emulación replantean. Los de la emulación no tienen religión. Los de soviet desesperan. Los de la emulación no esperan. Los del soviet no son: luego, se reconocen en pálpitos y palmeras. Los de la emulación ventevean. Los del soviet ventean. Los de la emulación recrean. Los de soviet rastrean. Los de la emulación fantasean los del soviet.
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Almas en movimiento Enredaderas pegadas a paredes altas y cornisas, una ventana, árboles en verano con un movimiento ligero, reflexivo. Nadie los señaló, no fueron mencionados en el libro ni tramados en el infierno. Necesitás un auto, un auto, para ver el mundo circular. Nada para ver los árboles y las enredaderas del barrio, su paisaje inabarcable de matices. De noche, están también ahí. Curioso que no exista religión de las altas plantas callejeras. Si se quiere hay una religión de la basura: los cartoneros con sus triciclos como demonios de las orillas y naranjas despanzurradas junto a las vías como deidades. Cosas abandonadas por las manos, partidas y trituradas, exprimidas y desgarradas, abalorios en el exilio, incluso el agua negra de las cloacas, río de arrastre, tiene la untuosidad de un misterio inquietante, es la sangre mala de un dios. Los árboles y las plantas son almas en movimiento que no integran un orden sagrado. Tienen una cautela especial para dirigirse hacia arriba y hacia abajo, para arrastrarse o trepar por las veredas. Y cuando la calle se ilumina, meditativamente mueven sus ramas y sus hojas, como el que palpa un sitio no mencionado jamás.
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Como el que se extraña ante una libertad insólita, percibiendo que no tiene obligación de ser bueno, de predicar con el ejemplo, de arrear hasta el infierno espíritus desbarrancados.
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Un lírico Pintaría un cuadro con esa mujer, dijo, pero no tomándola como modelo, sino con sus vísceras, con la sangre de su sexo. Luego miró hacia la calle sobre la que había llovido repentinamente y suspiró por el cambio de estación. Un verdadero lírico. La inclinación del eje del planeta es un fenómeno, físico, y por lo tanto indiferente o bien un hecho místico, y sobre esto al arte nada tiene que agregar, razonó. Entiendo esta parte del asunto, le dije, sin embargo, me gustaría saber qué cosa pintaría con esa mujer. Los ojos rieron bajo los anteojos húmedos. Dígame qué pinto el aduanero Rousseau o el pintor que se le ocurra.
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Intermezzo interrotto (Béla Bartók) A las tres de la tarde nadie en la parrilla al paso junto a las vías sería capaz de hablar con el mozo. Zumban dos moscas pesadas. Hay migas sobre las mesas, manchas de vino en la fórmica blanca opacada por los codos. En la devastación que sigue al banquete barato el mozo parece ofuscado aunque está tranquilo, todo terminó otra vez, queda limpiar de dos golpes los restos. Y se diría igual que aquí pudo haber ocurrido una carnicería y un entierro rápido.
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La ley de la calle Qué bueno cuando asamos conejos imaginarios y qué bueno la canoa que recogía nuestros cuerpos quemados y exhaustos, y qué bueno disparar un rifle de precisión imaginario, pero oler pólvora de verdad. Sin embargo estoy en una ciudad. Hay una moneda en el fondo de un charco y una mujer se detiene detrás de mí. La veo en la vidriera donde también se reflejan ciertas nubes.
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Árboles El tallo que detiene el ojo crece un centímetro por día en la ansiedad del día. A un centímetro por día el tallo crecerá 3,65 metros anuales. Pero el ojo engaña: El árbol joven del jardín no crecerá hasta esa altura en un año. Hoy, solamente ahora, crece un centímetro diario. No durmió bien el observador. El jardín, en un barrio que hace cien años fue rico tiene plantas frondosas, oscuras, frescas. El árbol joven, ensimismado entre ellas, insolente y frágil, no promete una copa frondosa ni pájaros ni el suavísimo sonido a sedas de las hojas de los otros árboles pero crece, hoy, 3,65 metros anuales. El momento es absoluto para los árboles mayores, lentos o eternos con velocidad de acuario, y para el tallo nuevo, ágil y voraz.
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Tallo que no entiende, como los árboles mayores, que su objeto es limitar el infinito, no conquistarlo; este tallo joven quisiera, en su velocidad, abarcar con su copa, ramificada millones de veces, el espacio completo, hasta anular todo dibujo del espacio entre sus futuras ramas y sus futuras hojas. Lo comprende bien el hombre que no durmió esta noche. Su espíritu es los árboles: los viejos y el nuevo.
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de HOMBRES EN UN RESTAURANTE (1994)
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Himnos corsarios 1 Quien anulara en un gesto mecánico su vaciedad como una lata vacía y pensara vivir en completa prescindencia, sabría quizá ese deleite último pero no lo diría y de este modo el círculo estaría cerrado. Y aunque hubiese llegado allí de corazón, tendría que meditar sobre el deber y no daría ya el paso. La sola meditación vulneraría su comienzo de gesto, trazaría la parábola de la caída del gesto y es eso lo que quedaría en el aire entre álamos: el fantasma de una parábola, la moraleja inconclusa. Entre la niebla, aún así, entre la niebla fulgente tachonada en el alma, sería un sí-no significado y no se consumaría jamás la anulación, no se consumaría la nada, porque –inútil es decirlonada puede consumarse como nada. Y hablarían a voces, a campanadas dispersas, las dos o tres líneas de ese cuadro final. 2 ¿Pero nadie en el fondo de los corredores? ¿Acaso no una sombra? ¿Plantas no son aquellas contra el bisel? ¿No serán al fin murmullos de tejedoras de té los ruidos de los corredores? ¿Cómo no pensar que el desalmado encuentre aun su alma cuando llega duro, escarchado, invernal, sombrío,
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las solapas rígidas, la percha de hueso marcada en el gabán? ¿Cómo no pensar que hilos de alumbre, tiquitiquis de frío, algo aun más sutil -un despoblado helecho, unas ramitas de porqueríalo unen a la tierra donde ruedan esas sombras como grandes planetas sobre los calveros, sobre los alcores y sobre mucho lugar donde se creyó? ¿Dejarán marchar a este hombre sin nada? ¿No verán que llegado de la aventura o del mercado ha percibido que aun de corazón, de poca cosa, de modo incierto, está aquí en el tintineo, en el cintillo, en aquel candelabro? ¿Vaciarán su corazón al negar que estos objetos sean? ¿Dirán son sólo su valor en el habla y no eso intrínseco que decís, aquello donde muere juego especular, eso donde se vio el hombre que llega ahora a buscar eso, ya no como reflejo, sino eso, eso que es, candelabro, cintillo, eso? Lo anularían de verdad al remitirlo; lo dejarían vivir individuado si pudiera llegar, palpar, no decir más cintillo o candelabro porque ya vive aquí, ya es, ya no se nombra ni busca ni encontró. 3 Helechos despoblados, rompiente, títulos de labranza aquí tiene derecho a hundir la pala, lo que extraiga será collar ritual que podrá usar frente a los matarifes:
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sin palabras: hecho incontestable; allí estará. Pero si labra y lo que saca es otro horror y otra maravilla algo que alcanza el borde de una palabra, entonces eso dirá, será diciendo, se perderá como las nubes en el fondo del escenario, su sentido vagará, remará, alzará vuelo entre ondas, lejos hará señales, nunca unívoco. Regresará a mirarnos. De nada valdrá volver a enterrarlo, su resplandor se instalará en el mundo. 4 “Harás con algunas palabras tus palabras. El poema se diría luego como quien conversa sin apuro en un restaurante provisorio. El que escuchara se iría de allí con algo nuevo”. Muerte es la palabra fascinada. Luego estarían aliento o nogal Y creo que la palabra charco sería de aquellas que me fueron dadas. Pero podría decir la palabra óxido y la palabra siesta, oro o cimitarra. Sin embargo, creo que todo estaría en las nubes en un vidrio. El poema sería este: una ruta escarchada / un auto bajo las tipas / los rayos de sol de invierno / la rueda en la banquina y la palabra humo.
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5 Todos estaban despiertos: ¿dónde está el paraíso? El paraíso sopla aquí, arrastra papeles y una lata de aceite abollada. “Es éste el paso”, el paraíso. Sólo en lo provisorio hay solidez. Sólo en el paso hay calma. Sólo en los caminos, dioses 6 El barro frío y el viento entre los pastos.
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de PAISAJE CON AUTOR (1988)
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HABEAS CORPUS Un cuerpo muere y estira su mano (¿hacia un océano dorado, un invierno violáceo?; nadie lo sabe ni lo ve) Un pintor puede pintar la mano de Rembrandt sobre la sábana pero no la agonía del cuerpo entre sus columnas de obsidiana. El cuerpo no se ve. Ni con los ojos de la mente ni con los ojos de la piel. Nadie pinta en realidad un cuerpo. Se ha pintado espuma en los ojos del que muere, lo entrevisto en el alba; hipótesis, en todo caso, sobre el cuerpo.
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PREFERIRÍA HABLAR DE CUALQUIER MODO Como quien con la uña saquea una pera así creyó que saqueaba la realidad; en verdad dijo que las lluvias no lo contenían y que las flores de jacarandá no lo contenían y sintió como ráfagas en los techos que la realidad vaciaba en el terreno verdadero, el de las metáforas. Empezó de nuevo: como campanas que suenan en otra región un ángel descendió sobre él y le dijo: nada queda de ti infeliz porque creíste guardar tu tesoro de las analogías y en verdad custodiabas una pista de maniobras abandonada donde crece el cardón, azotan los alisios y hay un como un rumor -gritos de amor- en los hangares vacíos.
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LA CIUDAD Y LOS BÁRBAROS Bajaban a la ciudad desde montañas explosivas, rojas, con barrenos y fósforo y mataban con cuchillos y tenían olor a bosta, pero reivindicaban sus ojos azules. Y después de matar robaban a los muertos, los que a su vez habían bajado de la montaña roja con barrenos y habían matado a todos con fósforo y cuchillos y habían robado a los muertos. Quienes habían bajado la montaña en medio de explosiones rojas y habían matado con barrenos y bosta y habían robado a los muertos. Todos, en general, reivindicaban sus ojos azules pero ninguno se enamoró de ninguna mujer ni tuvo descendencia. El origen de la ciudad se perdía en los tiempos, pero los desconocidos llegaban siempre cuando la población estaba a punto de extinguirse.
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LOS BÁRBAROS EN SÍ Hacían chistes con la muerte, atravesaban el mar en botes de tablas y dormían en el delta sobre las embarcaciones. Aparecían en los noticieros con mujeres de otro planeta y tenían fortuna en los negocios. Murieron de peste en sanatorios refrigerados Y preferían callar las infamias: esa fue su única ética, de dudosa estirpe. Una mujer los vio, pero se perdió entre los autos. Estuvieron un tiempo imposible de calcular en los desiertos cercanos y se fueron definitivamente, la mayoría de ellos infectados, con una muerte segura a corto plazo. Se habla banalmente de los bárbaros ahora, pero el misterio de su origen es casi tan grande como el de la religión que profesaban. Tuvieron un dios: a nosotros nos quedan las gaviotas que no muestran decisión en resolver el problema.
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AUSENCIA DE UN CARANCHO Lo digo ahora que pasó el verano: aquel carancho no logró establecer ninguna relación particular con la noche, mientras gritaba sobrevolando la casa en el campo. No podía esperarse que nada dependiera de su vuelo ciego. Lo ignoraron las tejas, el molino, y sobre todo los durmientes de la casa. La carretera, la lechuza cazadora, la lámpara ahumada del cuarto, tuvieron entre sí extrañas relaciones a las que fue completamente ajeno el carancho. He pensado largamente en sus alas plateadas por la luna y en los piojos que le comen la barriga y no produjo una sola idea digna de ser tenida en cuenta. Ni piedad su exilio, ni irritación el recuerdo de su grito agudo y ciego. El carancho no se propuso como aviso de un límite, no tiene dignidad de águila, es demasiado animal para sostenerse en el poema. La noche no fracasó por el carancho, ni siquiera fue un aguafiestas. Es imposible una relación con el sinsentido del carancho. Y así debería ser el poema, como el vuelo y el grito del carancho.
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COLORISTAS Hay en ese bosque de Cezanne la impresión de que ese bosque no está ni estuvo. No porque sea sueño, trama de sueños, sino porque ha sido pintado en parte en una tela, en parte en la nada y en gran parte en el lugar donde vimos un bosque.
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ROSEBUD Es decir estuvo lo suficientemente solo bajo la rama de un arce. Levantó los ojos, los bajó, con infinita insistencia. Se privó de todo. Y cuando levantaba la vista veía: el arce -una palabra-; humo, una nube amarilla. Y cuando bajaba la vista veía una mata de pasto aplastada donde habitaban unas moscas grises. El hecho finalizó hacia la primavera de 1956. Cuando presentó su experiencia a los mayores, ellos entendieron que el chico volvía de la guerra de guerrillas, porque en realidad no dijo una palabra. "Este chico hablará el día del Juicio", dijo la abuela, pero se equivocaba. Aquella permanencia bajo el arce -una palabrahabía sumido al chico en esta reflexión: "Tengo la potestad de irme de las palabras, lo que significa lisa y llanamente irme. Y, de permanecer bajo el arce -una palabrano puedo decir nada, puesto que soy un chico bajo el arce". No había que entender que aquello significara nada. Excepto que el chico estaba bajo el arce, definitivamente perdido para los significantes, en una eternidad que carecía de sentido.
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de LA CAÍDA DE LOS CUERPOS (1983)
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Sudores diurnos La fantasĂa propone jinetes blancos sobre una ladera seca. La realidad propone una pared azulejada. El cuadro propone un ganso degollado. Todo es cierto. Los argonautas mueren de neumonĂa en una sala de terapia intensiva pero hay serpientes marinas en sueĂąos y ciruelas impresionistas sobre sus mesas de luz.
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Naturaleza muerta ¿Cómo está aquel jarrón? ¿Era azulino como las alas de un tigre? ¿Era un señor amarillo sobre un piano? ¿Era la mano transparente de Margarita Gautier? ¿Dedos de oro sobre la caoba? ¿Unos fuegos de artificio? ¿El cielo en el fondo de la casa? ¿Un jarroncito medio sucio? ¿Un frasco polvoriento? ¿No era? ¿Dónde poner entonces las comparaciones anteriores?
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En la laguna artificial Volviendo de la pesca entre hojas negras usted ha escuchado las campanas, Lo que hasta ayer llamaba situación se convierte en piedra entre los ojos. Parado junto al charco ve ahora la lenta decantación del hierro. No le pesa la tarde, habrá otra y otra más. Cierta congoja: monedas en los bolsillos, tampoco pesan. Volviendo de la laguna artificial con su carga de anguilas ve ahora las cosas que suceden: el sol en el poniente los pastos aplastados, moscas y vidrios en la arena. Hay palabras que jamás tendrán sentido. No espere compasión del clima: es usted lo que ve. También esta noche soplará el viento seco.
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“La poesía tiene una felicidad que le es propia” Sobre el pentagrama Haendel señaló el momento en que comenzó a quedarse ciego y el manuscrito yace ahora en su casa natal donde el visitante es invitado a sentarse y escuchar el furioso advenimiento del Mesías o lo que es igual todo es sacudido por la música hasta los clavecines y los pisos donde Haendel jugueteó de niño mientras la inscripción matinal señala que hay que cerrar los ojos y pensar en la música del caos, algo que ignoran los astronautas o que conozco por repetidas incursiones a la realidad pero que para Haendel fue quedarse ciego tentar el borde de la cama, probar el vacío a cada paso con el orinal en la mano por esos pasillos de Dios
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Documental Los biólogos empeñados en repoblar de tortugas las costas de Bermudas descubrieron que los bebés de las tortugas necesitan cruzar por sus torpes medios la playa del mar en el que se internan para crecer. Observaron que de no cumplir esa travesía no volverían al mar, maduros ya, y fuertes de navegaciones. Pero las playas de Bermudas están infestadas de cangrejos prodigiosamente blancos y feroces en cuyas pinzas perecen algunos bebés tortuga como tributo al medio atroz donde nacieron. Los cangrejos tal vez pueblan en exceso las playas pero los biólogos lanzan a los bebés a horas tempranas cuando el sol no despierta a los cangrejos. Es más que un acto de piedad burlar el sueño de las bestias.
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Ave inmortal ¡Oh! criatura inmortal, tú no naciste para morir a mano de los hombres. John Keats
contra la luz de mayo en sus vitrales bécquer pelaba la última golondrina contra la luz enorme de mayo “No volverás, tal la fábula, no volverás” decía bécquer esas palabras no fueron escritas esto es bécquer necesitó comer literariamente a la golondrina nada dejó para el futuro excepto este esqueleto que vuela que revolotea contra los cristales de mi propia ventana en marzo esta golondrina pelada que demora la partida
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La poesía era un bello país lo que no lleva el agua lo que queda en la pileta dando vueltas negándose girando resistiendo cáscaras de un huevo peladuras de papas lo que insiste en quedarse lo que no entra basuras restos lavados resistiendo lo que se pega y despega lo lavado no chupado girando las cáscaras lo exterior resistiendo
FIN
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Jorge Aulicino (Buenos Aires, 1949). Es poeta y periodista. Premio Nacional de Poesía, 2015. Entre sus libros de poesía publicados están: Vuelo bajo (1974), Poeta antiguo (1980), La caída de los cuerpos (1983), Paisaje con autor (1988, Hombres en un restaurante (1994), Almas en movimiento (1995), La línea del coyote (1999), Las Vegas (2000), La nada (2003), La luz checoslovaca (2003), Hostias (2004), Máquina de faro (2006), Cierta dureza en la sintaxis (2008), Libro del engaño y del desengaño (2011), El camino imperial. Escolios (2012), El Cairo (2015) y Corredores en el parque (2016). Ha sido organizador del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (FILBA, 2008). Fue director de la revista de cultura Ñ del diario Clarín entre 2005 y 2012 y edita el blog de poesía Otra Iglesia es Imposible y el blog personal Estación Finlandia. Forma parte del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires. 258