Revista "La Reseña" Edición Histórica Mercedaria 2021

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El áureo Domingo de Ramos de 1971 Walter Enrique Gutiérrez Molina - Historiador, Secretario Académico, Escuela de Historia, USAC

¡Qué profunda convicción la de los guatemaltecos para conservar los rituales de lo sagrado! ¡Qué manera tan audaz de revestir lo sacro con un atuendo aun más divino! ¡Qué forma de resguardar las joyas más preciadas tenemos en esta tierra! La consagración guatemalteca, la unción a nuestras imágenes más reverenciadas es justamente la explicación más original a todas estas expresiones: con ellas hemos elevado a nuestras esculturas benditas a un nivel más divino; hemos conservado un rito tricentenario y con él hemos incrementado el cuidado de quienes en forma material nos recuerdan la inmaterialidad de la fe. Al celebrar las bodas de oro de consagración de Jesús Nazareno de La Merced de esta ciudad patrimonio de la humanidad, no puede uno menos que expresar emocionado la admiración por la forma en que los guatemaltecos y, especialmente los antigüeños, han guardado en lo más íntimo de su ser espiritual el valor de un acto esencialmente guatemalteco y prolijo en interpretaciones pero que se reduce a un valor que lleva poco más de tres siglos pasando de generación en generación: la DEVOCIÓN. El corazón de cucurucho no puede menos que emocionarse al recordar el instante preciso en que el XVI arzobispo de Santiago de Guatemala, el Eminentísimo Señor Mario Cardenal Casariego y Acevedo, ungió a Jesús Nazareno en el atrio de su templo, en la tarde del dorado Domingo de Ramos, 4 de abril de 1971. No importa que ese recuerdo sea una narración de nuestros abuelos y padres, o sea una vivencia personal. Media centuria ha transcurrido desde aquel hecho, y los lazos de la imagen con su pueblo se han fortalecido gracias a la presencia constante y firme que su hermandad ha impulsado durante estos cincuenta años; y por supuesto, se ha alimentado con las lágrimas de quien lo ve pasar con la emoción o la pena de su diario 30

La Reseña - Edición Histórica Mercedaria

Fotografía: Alejandro Espinoza

vivir; por la sonrisa del niño que lo espera para verle pasar de la mano de sus padres o simplemente por quien lo ha convertido en el referente de su cultura y su ciudad. La historia de la Semana Santa guatemalteca, cuya escritura es una deuda pendiente de saldar en pleno siglo XXI, tiene en los actos de consagración uno de sus capítulos más interesantes, surgidos justamente en el mismo lugar donde se realizó la consagración de Jesús de La Merced, el antiguo Jesús de San Jerónimo y de San Sebastián, solo que 254 años antes cuando Fray Juan Bautista Álvarez de Toledo escribió la primera página de estos actos característicos de la historia religiosa guatemalteca. A pesar que la consagración de Jesús Nazareno de La Merced, ahora en la capital, está escrita en tres fuentes diferentes, resulta interesante comprender que la conceptualización, mística, justificación teológica y realización del acto salió de la mente del primer mayordomo de la cofradía, Juan Colomo, seguramente en concordancia con el regente de los estudios del gran convento mercedario de Guatemala en aquel año de 1717, Fray Antonio de Loyola. Esto se plantea a partir de no haberse localizado hasta la fecha el protocolo, gestión o liturgia que se utilizó en la ceremonia del 5 de agosto, y que debería estar resguardado en el actual archivo del arzobispado de Guatemala, sino que la información proviene del archivo de la cofradía, la Recordación Florida de Antonio de Fuentes y Guzmán y el Compendio de la Historia de la Ciudad de Guatemala de Domingo Juárros, todos basados en el relato del primer mayordomo. Es primordial tener presente que la forma de plantear una consagración a una escultura, basada en un profundo análisis apologético y exegético, en pleno periodo barroco, tiene una especial repercusión en todo el ámbito del desarrollo cofrade, no solo para la época colonial -aunque nunca se volvió a repetir dicho acto-, sino para la Guatemala moderna de principios del siglo XX, cuando el 3 de febrero de 1917 Fray Julián Raymundo Riveiro y Jacinto consagró a Jesús Nazareno de Candelaria en una manifestación eclesiástica para manifestar su recuperación después de los duros embates liberales de los gobiernos liberales del último cuarto del siglo XIX. El hecho se volvió a repetir en la capital en la Guatemala posrevolucionaria, convulsa políticamente, el 3 de marzo de 1956 en el templo de la Recolección, cuando Fray Celestino Fernández OFM, consagró a Jesús del Consuelo.


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