08. El helenismo

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HIARES

Historia universal del arte y la cultura Ernesto Ballesteros Arranz

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El helenismo


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HIARES 4ª Edición ISBN: 978-84-16014-91-0 Paseo de Guadalajara, 74 28700 San Sebastián de los Reyes (Madrid)


El helenismo

E

l Helenismo es, al mismo tiempo, una época y un modo de ser. En los temas anteriores hemos hablado de los helenos, un pueblo que, abandonando la ortodoxia de los mitos, se decidió a caminar por los senderos de la razón. Aquel pueblo heleno estaba tan repleto de vitalidad ( “pueblo de genios” lo llamó Nietzsche) que desbordó su sabiduría de la vida por el

Mediterráneo. Llegó el momento (336 a. de J. C.) en que todo el Próximo Oriente se saturó de sabiduría helénica. Por esta nueva forma de saber y de ser ya no puede llamarse helénica, porque no es original, sino transferida, copiada. Es el modo de ser helenístico. Los griegos influyeron de tal manera en el mundo antiguo, que marcaron indeleblemente sus caracteres culturales sobre el modo de pensar de egipcios,

mesopotámicos, sirios, hebreos y persas. Estos admiraron la cultura griega, hicieron un mito de su pensamiento, y en todo el Mediterráneo se puso de moda pensar y hablar como los helenos. Esto es el helenismo, una moda, pero una moda tan profunda, que sirvió para moldear todo un tipo de vida y de conciencia: el hombre racionalista y burgués, el que sólo se fía de sí mismo y de su razón; ese hombre que se suicida

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1. Mapa del Mundo Helenístico.

MAR

ITALIA

NEGRO

Tesalónica Lesbos Pérgamo Calcis Quios Eleusis Atenas Esmirna J Ó N I C O Olimpia Delos Samos Mileto M A R Melos MAR

M E D I T E R R Á N E O

Alejandría LIBIA ÁFRICA

y renace varias veces hasta llegar a su momento cumbre del siglo XIX en Europa. El sufijo “ismo” nos está diciendo bien a las claras que no estamos ante un estilo original, sino ante una prolongación. Es lo mismo que cuando hablamos de Platón y después nos referimos al “platonismo”. Ni qué decir tiene que los “platónicos”, ya no son Platón, y algunas veces ni siquiera piensan como él, tal vez ni siquiera le conocen suficientemente (pensemos en los neoplatónicos italianos del siglo XV). Si queremos hallar un posible vínculo entre Platón

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ARABIA EGIPTO

y el “Platonismo”, es precisamente la admiración de los últimos hacia el primero, su reconocimiento como maestro por una postura genial ante la vida o ante las cosas. Del mismo modo el “helenismo” es una escuela de lo “helénico”, una especie de eco o prolongación. No tiene su mismo modo de pensar ni de actuar --como vamos a comprobar enseguida-- y su cultura es muy distinta. Sólo hay una relación entre ellos: la admiración por Grecia y Alejandro, la aceptación por el mundo oriental del magisterio griego. Esa admiración se prolongó luego en el renacimiento, y no se ha

apagado aún hoy día. En este sentido podemos decir que el “helenismo” no ha muerto del todo, pues sí como época ya está muy lejana, como manera de pensar aún conserva sus destellos. En realidad, mientras haya filósofos que sostengan la lógica de Aristóteles o la ontología de Platón, aunque sea revestida de los hábitos cristianos más flamantes, mientras haya técnicos que empleen en Geometría de Euclides en su vida diaria, el “helenismo”, como moda vital y estilo intelectual, será un hecho. Claro que con esto no hemos dicho nada original, porque lo mismo ocurre con todas las demás épocas his-


2. Altar de Zeus. Proc. de Pérgamo (Museo de Berlín).

tóricas. La Historia no es la ciencia del pasado sido que está rediviva en el “presente”. Unas veces, como en el caso helenístico, imponiendo aún su presencia; otras, haciendo notar su falta, su ausencia, creando “huecos” que ya no tiene el hombre que volver a llenar. Pero esto sería un tema que nos llevaría mucho más lejos de lo que estas consideraciones pretenden. Lo que si debe quedar claro es que una gran faena que aún aguarda al mundo puede ser, quizás, la superación consciente del helenismo, ese espejo borroso e ininteligible en el que aún se miran buena parte de los europeos sin advertir su íntima falsedad; porque los “espejos

históricos” tienen ese defecto, que no nos devuelven nuestra imagen, sino que, transgrediendo impunemente todas las leyes ópticas, nos devuelven la imagen del hombre que hubiéramos sido de vivir en la época a la que el espejo pertenece. Y esta confusión deforma sustancialmente los perfiles de la figura y nos da una silueta falsa de nuestra personalidad. Se podría pensar que damos excesiva importancia a este tema -generalmente tratado como uno de tantos- buscando tan sólo originalidad retórica. Vaya por delante que no ignoramos el tremendo vuelco vital del cristianismo ni pasamos

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por alto el amanecer renacentista de la razón técnica o el idealismo trascendental de la razón pura ochocentista. Pero ninguna de esas modificaciones vitales ha conseguido disolver la añoranza que el europeo siente por el mundo helénico. La “intoxicación” helénica es una bacteria que todavía vagabundea por las arterias del pensamiento europeo, que

no aparece dispuesto a mirar de frente y sin aureola a los hombres que fabricaron los cimientos de nuestra cultura. Únicamente en este sentido sostenemos que el helenismo no ha muerto en Europa, mientras que de los asirios o de los fenicios podemos certificar claramente su defunción.

ACONTECIMIENTOS POLÍTICOS MÁS IMPORTANTES Asesinado Filipo en el 336 a. de J. C., sube al poder Alejandro, después de someter con decisión algunas “polis” griegas descontentas, como Tebas. Alejandro no fue un

político original. Su fama ha sobrepasado en muchas unidades la auténtica altura política de su personalidad. El genio político es aquel hombre que inventa una especie de

compromiso humano, aquel que imagina la “ultrafrontera” llevando al más allá el horizonte vital de un pueblo. En una palabra, aquel que es capaz de soñar un delirio

3. Stoa de Atalo. Reconstrucción (Atenas).

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4. El teatro (Epidauro).

realizable (de lo contrario, no sería político, sino poeta). Pensamos en el genio de César o de Napoleón. Los dos concibieron un sueño político y se aprestaron a realizarlo (la monarquía mediterránea y la unidad europea). Los dos fracasaron personalmente, exigiendo su realización futura. (La de César se realizó con Diocleciano, tres siglos más tarde). Detrás de los genios están los epígonos, los imitadores, los puros “hombres de acción”. No negamos que sean políticos y aún excelente, pero no genia-

les. En este grupo debemos incluir a Alejandro Magno, a quien la Historia tradicional había situado entre las más eminentes individualidades. Alejandro no fue original, no inventó nada. Realizó pensamientos de su padre; sus conquistas son obra de los generales de su padre, Parmenión y Antipáter. Y por último, fue un hombre de éxito, un triunfador, categoría que casi nunca acompaña al genio en vida. El genio siempre es vencido por la mentalidad de su tiempo. Es uno de sus rasgos fundamentales. El genio se levanta contra una

realidad tan adversa, que no puede resistir su peso. Se es genial en la medida en que es desmesurado, enorme. Cuanto más genial es un hombre, más descomunal es la oposición que se levanta contra él. Pero no nos dejemos engañar por la muerte juvenil de Alejandro. César muere apuñalado en pleno foro; Napoleón víctima del desengaño en su oscuro destierro de Santa Elena; Alejandro de muerte natural en la cumbre de su poder y cuando nadie podía pensarlo. Alejandro fue un triunfador porque no imponía sus ideas, sino las que otros

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5. Tempo de Artemisa (Sardes).

habían sembrado con sangre mucho antes. Recordemos a su padre, Filipo, asesinado como César, y Sócrates, autoejecutándose por respetar las leyes atenienses. Alejandro pasa a Asia con el ejército que su padre tenía preparado al efecto, y vence a Darío III Codomano en tres batallas decisivas; Gránico, Issos y Arbelas. Entra en Siria, Fenicia, Palestina, Egipto y Mesopotamia, y en todas partes es bien recibido. Por fin, tras la batalla de Arbelas, conquista las capitales del imperio persa: Susa, Pasargadas, Persépolis y Ecbatana. Persigue a Darío III y logra su muerte poco después. Llega al valle del Indo, y desde allí, con el ejército agotado y

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descontento, se ve obligado a retornar. Se instala en el trono persa y se rodea del mismo ceremonial que el “Rey de reyes”, dejándose seducir por las ideas orientales del poder absoluto: la teocracia. Esto molesta a los macedonios y griegos en general y hay algunas deserciones y protestas que Alejandro castiga sin moderación (mata a muchos de sus íntimos colaboradores). Pero el dicho del historiador es una realidad: “La tierra había callado ante él”. El Imperio de Alejandro fue un nuevo intento de épocas anteriores. La idea de Imperio va recorriendo los siglos y los pueblos. Primero Sargón de Akkad, luego los asirios, más tarde los persas, y finalmente,

Alejandro. Pero si desde el punto de vista político y económico el Imperio de Alejandro sólo es una prolongación del persa, su verdadera originalidad está en el aspecto cultural. Sobre esta unificación política del espacio vital conocido se derrama la cultura ateniense del siglo IV a. de J. C. y lo envuelve todo con su racionalismo. Muerto el 331 a. de J. C., sus generales se reparten el poder, pero esta división se revela muy pronto demasiado inestable. Los más prestigiosos generales: Antígono, Seleuco, Demetrio, Lagos, etc., pasan la vida luchando entre sí por imponer su hegemonía. El imperio se había logrado en su aspecto económico y cultural, pero se resistía a consolidarse


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