29. Arte flamenco del renacimiento

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Historia universal del arte y la cultura Ernesto Ballesteros Arranz

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Arte flamenco del Renacimiento


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HIARES 4ª Edición ISBN: 978-84-16015-12-2 Paseo de Guadalajara, 74 28700 San Sebastián de los Reyes (Madrid)


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e incluyen en este tema algunos autores cuya obra se extiende sobre el último cuarto del siglo XV y el primer decenio del XVI, como el Bosco. En los últimos pintores que tratamos en el tema anterior, como Gerard San Juan, se adivinaban ya ciertas notas que anunciaban una nueva época. La imaginación desbordada, no exenta de un sutil espíritu de humor que

advertíamos en Gerard San Juan, llega a su máxima expresión en un pintor fuera de serie: Jerónimo Bosch van Aecken, más conocido por el Bosco. El Bosco rompe radicalmente con los modelos de Van Eyck y Roger van der Weyden, creando una pintura simbólica e imaginativa que tiene pocos precedentes. No es posible interpretar alegremente la producción artística de los

tiempos pasados. Se han hecho muchos estudios sobre el Bosco, pues es uno de los artistas más sugestivos de la Historia del Arte, pero ninguno bastante convincente. No se puede hacer una buena Historia del Arte hasta que no se haya hecho una buena Historia. Desconociendo las creencias de su época, no podemos hacernos una idea de lo que el Bosco quería decir con sus sorprendentes tablas. Sin embargo, hay que iniciar

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1. Tentaciones de San Antonio (detalle). El Bosco (Lisboa, Museo de Arte Antiguo).

una aproximación, aunque sea torpe y errónea, hacia las vivencias del artista. Una cosa se presenta indudable: el Bosco tiene gran sentido del humor y sus pinturas son casi siempre satíricas. Quizá no encontró otro modo de fustigar los vicios de su época sino utilizando estas figuras imaginarias y monstruosas que nadie vio jamás en la realidad. Su tremenda imaginación combinó formas humanas y animales en ensamblaje perfecto y la resultante de esta fusión fue un mundo desgarrado, extravagante y grotesco. Son figuras que producen, como todas las obras geniales, sentimientos muy complejos y aun contradictorios en su contemplación. Por un lado nos asusta la fiereza de los monstruos, su extraña bestialidad; por otro,

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nos mueve a risa su grotesca figura. Todo el conjunto excita nuestra atención y produce un placer estético inconfundible (1). (Página 4) Hemos dicho que el Bosco quizá imaginó estas figuras para poder declarar públicamente los vicios de la época, para hacer una crítica hiriente de los pecados capitales de sus contemporáneos. Pero esta hipótesis no es suficiente. El

2. La Adoración de los Magos. El Bosco (Madrid, Museo del Prado).

Bosco busca la alegoría y el símbolo, con una preocupación desconocida por otros coetáneos. Muchos autores han identificado las figuras del Bosco con las medievales, que decoran los capiteles de los templos románicos. Pero tal explicación es ingenua porque el Bosco vive en pleno Renacimiento (siglos XV-XVI) y los monstruos románicos habían desaparecido mucho tiempo antes de Europa. En todo caso, sería una vuelta a los modelos medievales y, para ella, sería necesario encontrar otra explicación. Lo que no podemos admitir es la sencilla afirmación de que el Bosco era un artista con «mentalidad medieval». Esto, además de ser erróneo, es imposible. No se puede vivir en otro tiempo que en aquél


3. El carro de heno. El Bosco (Madrid, Museo del Prado).

en que se vive. Y cuando descubrimos en cierto momento y lugar una producción con la que no habíamos contado no hay que pensar que el que la produjo es un individuo anormal en su tiempo, sino que su época es mucho más compleja y extravagante de lo que creíamos, y que alberga aspectos desconocidos aún por nosotros. En resumen, es necesario admitir nuestro desconocimiento de una época que hizo posible la pintura del Bosco y no conformarnos con decir que el Bosco era un genio extravagante y arcaico que pintaba escenas medievales. No hay duda, sin embargo, que el Bosco, como todo artista, extrajo de algún sitio los materiales que utilizaba en sus composiciones. De algún sitio captó la inspiración para conseguir sus figuras. El lugar más apropiado es, sin duda, la inmensa cantidad de códices miniados, Beatos, Biblias, Códices y, manuscritos medievales, que contenían un ancho mundo de figuras grotescas. La imaginación irlandesa y celta es muy amiga de reproducir figuras monstruosas, sutilmente es-

tilizadas para integrarse en la caligrafía de los Códices. Es decir, que la pintura románica incidió forzosamente en la imaginación del Bosco, pero con esto no hemos explicado por qué el Bosco prefirió utilizar aquellas figuras y no las que su época le brindaba, que eran mucho más adecuadas e inteligibles. La obra del Bosco tiene un impacto enorme no sólo entre la minoría burguesa y eclesiástica, sino en medios populares y muy alejados de su país de origen. Sus obras se cotizaban muy alto y todos los reyes de Europa se procuraban alguna tabla de su mano. Muchos pintores

y grabadores imitaban las febriles figuras con mejor o peor suerte. Pintaba el Bosco también obras religiosas de carácter usual, como la «Adoración de los Reyes», del Museo del Prado (2), pero siempre introducía (Página 4) en el marco escénico convencional notas originales e impensadas. Estos detalles extravagantes son la rúbrica de sus obras. La variedad de movimientos y actitudes es única en los «Siete Pecados Capitales», pintados sobre una mesa que también se conserva en el Prado.

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5. El Jardín de Las Delicias. El Bosco (Madrid, Museo del Prado). 4. El Paraíso (Panel del Jardín de Las Delicias) (Madrid, Museo del Prado).

Una obra fundamental del Bosco es el llamado «Carro del Heno» (3), donde, en perfecta alegoría, se nos muestra todo el (Pág. 5) género humano, en su innumerable variedad de razas, estratos sociales y creencias, luchando por los placeres de la carne representados en un carro de heno, como cuenta la leyenda. El color de esta obra es otro de sus encantos, pues no ha perdido un ápice de alegría y brillantez a lo largo de los siglos. Muchas veces se ha afirmado que el Bosco buscaba en los sueños su inspiración, tal como después lo hicieron

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los surrealistas. No se puede negar la coincidencia de esta interpretación con el mundo onírico, pero, por otro lado, sus obras están demasiado pensadas y, desde luego, conscientemente preparadas en su totalidad. Los problemas que presenta la obra del Bosco a la crítica moderna son todavía enormes. Su obra más ambiciosa es el «Tríptico del Jardín de las Delicias», que se halla también en el Prado. La tabla de la izquierda representa el Paraíso (Pág. 6) (4), donde Adán y Eva contemplan un fantástico paisaje lleno de bestias salvajes

y animales fantasmagóricos, creados por la yuxtaposición de partes varias de distintos seres. La tabla derecha parece representar el Infierno, lleno de tormentos y penalidades sin cuento, aunque ciertamente humorísticas en casi todos los casos. Tanto que, a veces no sabe uno si impresionarse por el dolor de los condenados o echarse a reír por sus ridículos tormentos. La tabla del centro es la más grande y, además, la más extraña y complicada. Representa el mundo terrenal, es decir, «El Jardín de las Delicias», (5). Su paisaje no es muy di- (Pág. 6) ferente al del Paraíso que


queda a su izquierda, pero los personajes aparecen en distintas operaciones. En el centro de la tabla central hay un inmenso estanque en torno al cual giran monstruos increíbles montados por hombres y mujeres desnudos. Dentro del estanque hay muchas mujeres que miran con picardía a los que pasan. Muchos de los personajes del cuadro están comiendo fruta, sobre todo fresas. Con ello quiere el Bosco simbolizar el placer carnal, la concupiscencia de nuestro destino humano. En primer término, hombres y mujeres se divierten, comen, se hacen el amor; todo con una serie de actitudes extrañas y ridículas, sumamente extravagantes (6). Parece un barrio de «hippis» californianos. Algunos (Pág. 7) críticos sostienen que en esta tabla el Bosco pintó un Paraíso herético, porque era simpatizante de una secta heterodoxa. Ello no ha podido ser demostrado. En realidad, no sabemos mucho de la vida del Bosco, salvo que es de procedencia holandesa, como muchos de los pintores que pintaban en Flandes en el XV, y que vivió casi toda su vida

en S’Hertogenbosch, para morir a edad muy avanzada en 1516. El carácter moralista y didáctico de las pinturas del Bosco es evidente. Quizá sea ésta la causa de su aceptación entre los medios clericales y conservadores de Europa Occidental. Sus cuadros son una oración visual, a la vez que una recriminación por los pecados de la carne. Pero al condenar los pecados carnales en el «Carro del Heno» y el «Jardín de las Delicias», nos descubre su enorme poder expresivo de lo sensual, pintando unos

cuerpos femeninos deliciosos. Al condenar los placeres de la carne, se deja seducir por lo que condena. En este caso, su espíritu renacentista se pone en evidencia. Otra obra satírica del Bosco es la llamada «Extracción de la Piedra de la Locura» (7), donde, (Pág. 8) ilustrando un proverbio popular, pone en evidencia las supersticiones de su tiempo. Otro pintor, ciertamente parecido al Bosco, y aún más a Gerard San Juan, es Joaquín Patinir, cuya vida se extiende también sobre los

6. El Jardín de las delicias (detalle). El Bosco (Madrid, Museo del Prado).

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